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La palabra quiso
Cómo se escribe

la palabra quiso

La palabra Quiso ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
Blancanieves de Jacob y Wilhelm Grimm
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
El Señor de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Niebla de Miguel De Unamuno
Sandokán: Los tigres de Mompracem de Emilio Salgàri
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
La llamada de la selva de Jack London
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Julio Verne de La vuelta al mundo en 80 días
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece quiso.

Estadisticas de la palabra quiso

Quiso es una de las palabras más utilizadas del castellano ya que se encuentra en el Top 5000, en el puesto 1411 según la RAE.

Quiso tienen una frecuencia media de 66.24 veces en cada libro en castellano

Esta clasificación se basa en la frecuencia de aparición de la quiso en 150 obras del castellano contandose 10068 apariciones en total.

Más información sobre la palabra Quiso en internet

Quiso en la RAE.
Quiso en Word Reference.
Quiso en la wikipedia.
Sinonimos de Quiso.


la Ortografía es divertida


El Español es una gran familia

Algunas Frases de libros en las que aparece quiso

La palabra quiso puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 267
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Parecíale que sus hortalizas crecían con menos rapidez que las de los vecinos; quiso él solo cultivar todas las tierras; trabajaba de noche a tientas; el menor nubarrón de granizo le ponía fuera de sí, trémulo de miedo; y él, tan bondadoso, tan honrado, hasta se aprovechaba de los descuidos de los labradores colindantes para robarles una parte de riego. ...

En la línea 1543
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Después, Teresa, mujer hacendosa, preguntó a su marido por el resultado del viaje, quiso ver el caballo, y hasta la triste Roseta olvidó sus pesares amorosos para enterarse de la adquisición. ...

En la línea 1587
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El padre no quiso oir mas. ...

En la línea 2247
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Batiste quiso alcanzarlo, pero con tanta precipitación, que fué él quien, dando un paso en falso, cayó cuan largo era en el fondo de la acequia. ...

En la línea 260
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... No por esto olvidaba a su protector. ¡Ay, aquel don Pablo, cuánto bien le había hecho! Por él, su hijo Fermín era un caballero. El viejo Dupont, al ver la actividad que mostraba el muchacho en su escritorio, donde había entrado como _zagal_ para los recados, quiso ayudarle con su protección. Fermín se había instruido aprovechando la presencia en Jerez de Salvatierra. El revolucionario, al volver de su emigración en Londres, ansioso de sol y de tranquilidad campestre, había ido a vivir en Marchamalo, al lado de su amigo el capataz. Algunas veces, al entrar el millonario en la viña, se encontraba con el rebelde hospedado en su propiedad sin permiso alguno. El señor Fermín creía que, tratándose de un hombre de tantos méritos, era innecesario solicitar la autorización del amo. Dupont, por su parte, respetaba el carácter probo y bondadoso del agitador, y su egoísmo de hombre de negocios le aconsejaba la benevolencia. ¡Quién sabe si aquellas gentes volverían a mandar el día menos pensado!... ...

En la línea 458
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Rafael quiso que comiera algo; y habló a la vieja de freír huevos, de descolgar cierto jamón que había dejado el amo en una de sus visitas; pero Salvatierra le atajó. Era inútil: él llevaba en un bolsillo las provisiones para la noche. Y extrajo de su chaqueta un papel mojado, que contenía un mendrugo y un pedazo de queso. ...

En la línea 474
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Cuando Salvatierra vio sus ropas casi secas, abandonó el capote y se las puso. Después se dirigió a la puerta, y a pesar de que seguía lloviendo quiso ir a la gañanía, en busca de su compañero. Pensaba pasar en ella la noche, ya que no era posible con aquel tiempo volver a Jerez. ...

En la línea 743
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y como hablaba con un amigo del amo, no quiso ocultarle las astucias de que se valían en las viñas para acelerar el trabajo y sacarle al jornal todo su jugo. Se buscaba a los braceros más fuertes y rápidos en la faena y se les prometía un real de aumento poniéndolos a la cabeza de la fila. Este era el que se llamaba _hombre de mano_. El jayán, para agradecer el aumento de jornal, trabajaba como un desesperado, acometiendo la tierra con su azadón, sin respirar apenas entre golpe y golpe, y los otros infelices tenían que imitarle para no quedarse atrás, manteniéndose, con esfuerzos sobrehumanos, al nivel del compañero que servía de acicate. ...

En la línea 572
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... D'Artagnan, al oír jurar al mosquetero, quiso salir de debajo de la capaque lo cegaba, y buscó su camino por el doblez. ...

En la línea 849
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Cahusac corrió hacia aquel de los guardias que había matado Aramis, se apoderó de su acero y quiso volver a D'Artagnan; pero en su camino se encontró con Athos, que durante aquella pausa de un ins tante que le había procurado D'Artagnan había recuperado el aliento y que, por temor a que D'Artagnan le matase a su enemigo, quería volver a empezar el combate. ...

En la línea 1209
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Un día, D'Artagnan, después de haberle interrogado largo tiempo sobre Porthos y haberse enterado del rumor que corría sobre las aventuras galantes del mosquetero con una princesa, quiso saber a qué atenerse sobre las aventuras de su interlocutor. ...

En la línea 1313
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -¡Ah ah! ¿No será por los amores de la señora de Bois-Tracy? -dijo D Artagnan, que quiso aparentar ante su burgués que estaba al corriente de los asuntos de la corte. ...

En la línea 70
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Sin duda, quiso usted decir la _perspectiva de glorificar a Dios_; pero el giro de sus palabras nos hizo pensar en ciertos pasajes de la Escritura, tales como Job, XXI, 2, etc.» La respuesta de Borrow debió de ser tal, que el mismo reverendo le escribía: «El espíritu de su última carta es verdaderamente cristiano, en armonía con aquella regla sentada por el mismo Cristo, y de la que Él dió, en cierto sentido, tan prodigioso ejemplo, que dice: El que se humille será ensalzado.» Finalmente, la Sociedad Bíblica aceptó los servicios de Borrow y le envió a Rusia, para donde salió sin dilación, a mediados de año, a colaborar en la transcripción y colación del manuscrito de la Biblia traducida al manchú, y en la impresión del Nuevo Testamento en la misma lengua. ...

En la línea 1022
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Viendo mi mutismo, se dirigió en mal español a uno de los _contrabandistas_; éste, o no le entendió o no quiso entenderle, pero al fin, perdiendo la paciencia, le llamó borracho y le mandó callarse. ...

En la línea 1664
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Juntos estuvimos casi un año, y cuando, súbitamente, le mandaron volver a su país, quiso llevarme consigo; pero mi padre no lo consintió en modo alguno. ...

En la línea 1937
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Necesitaba que alguien los identificara, y quiso la casualidad que el día del robo estuviesen en mi puesto bebiendo agua, como acaban de hacer ahora. ...

En la línea 123
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Pero, acordándose que el valeroso Amadís no sólo se había contentado con llamarse Amadís a secas, sino que añadió el nombre de su reino y patria, por Hepila famosa, y se llamó Amadís de Gaula, así quiso, como buen caballero, añadir al suyo el nombre de la suya y llamarse don Quijote de la Mancha, con que, a su parecer, declaraba muy al vivo su linaje y patria, y la honraba con tomar el sobrenombre della. ...

En la línea 127
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Que trata de la primera salida que de su tierra hizo el ingenioso don Quijote Hechas, pues, estas prevenciones, no quiso aguardar más tiempo a poner en efeto su pensamiento, apretándole a ello la falta que él pensaba que hacía en el mundo su tardanza, según eran los agravios que pensaba deshacer, tuertos que enderezar, sinrazones que emendar, y abusos que mejorar y deudas que satisfacer. ...

En la línea 153
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Miróle el ventero, y no le pareció tan bueno como don Quijote decía, ni aun la mitad; y, acomodándole en la caballeriza, volvió a ver lo que su huésped mandaba, al cual estaban desarmando las doncellas, que ya se habían reconciliado con él; las cuales, aunque le habían quitado el peto y el espaldar, jamás supieron ni pudieron desencajarle la gola, ni quitalle la contrahecha celada, que traía atada con unas cintas verdes, y era menester cortarlas, por no poderse quitar los ñudos; mas él no lo quiso consentir en ninguna manera, y así, se quedó toda aquella noche con la celada puesta, que era la más graciosa y estraña figura que se pudiera pensar; y, al desarmarle, como él se imaginaba que aquellas traídas y llevadas que le desarmaban eran algunas principales señoras y damas de aquel castillo, les dijo con mucho donaire: -Nunca fuera caballero de damas tan bien servido como fuera don Quijote cuando de su aldea vino: doncellas curaban dél; princesas, del su rocino, o Rocinante, que éste es el nombre, señoras mías, de mi caballo, y don Quijote de la Mancha el mío; que, puesto que no quisiera descubrirme fasta que las fazañas fechas en vuestro servicio y pro me descubrieran, la fuerza de acomodar al propósito presente este romance viejo de Lanzarote ha sido causa que sepáis mi nombre antes de toda sazón; pero, tiempo vendrá en que las vuestras señorías me manden y yo obedezca, y el valor de mi brazo descubra el deseo que tengo de serviros. ...

En la línea 166
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... El ventero, que vio a su huésped a sus pies y oyó semejantes razones, estaba confuso mirándole, sin saber qué hacerse ni decirle, y porfiaba con él que se levantase, y jamás quiso, hasta que le hubo de decir que él le otorgaba el don que le pedía. ...

En la línea 331
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Aquí todos están convencidos de que esa es la más justa de las guerras, porque va dirigida contra los salvajes. ¿Quién podría creer que se cometan tantas atrocidades en un país cristiano y civilizado? Se perdona a los niños, a los cuales se vende o se da para hacerlos criados domésticos, o más bien esclavos, aunque sólo por el tiempo que sus poseedores puedan persuadirles de que son esclavos. Pero creo, en último caso, que les tratan bastante bien. Durante el combate huyeron juntos cuatro hombres: persiguiéronlos; uno de ellos fue muerto y los otros tres apresados con vida. Eran mensajeros o embajadores de un considerable cuerpo de indios reunidos para la defensa común junto a las Cordilleras. La tribu, a la cual habían sido enviados, estaba a punto de celebrar gran consejo, estaba dispuesto el banquete de carne de yegua, iba a empezar el baile y al siguiente día los embajadores iban a regresar a las Cordilleras. Esos embajadores eran unos guapos mozos, muy rubios, de más de seis pies de estatura; ninguno de ellos tenía arriba de treinta años. Los tres supervivientes poseían informes preciosos; para sacárselos, les pusieron en fila. Interrogóse a los dos primeros, quienes se limitaron a responder: No sé; y se les fusiló uno tras otro. El tercero también contestó: No sé, y añadió: «Tirad, soy hombre, sé morir». Ninguno dé ellos quiso decir ni una sílaba que pudiese perjudicar a la causa de su país. El cacique de que antes hablé adoptó una conducta enteramente opuesta: para salvar su vida, reveló el plan que sus compatriotas se proponían seguir para continuar la guerra, y el sitio donde las tribus debían concentrarse en los Andes. Creíase en aquel momento que ya estaban reunidos 600 ó 700 indios, y que durante el verano se duplicaría ese número. Además, como ha poco dije, aquel cacique había indicado el campamento de una tribu junto a las Salinas Pequeñas, cerca de Bahía Blanca, tribu a la cual iban a enviarse embajadores; lo cual prueba que las comunicaciones son activas entre los indios desde las Cordilleras hasta las costas del Atlántico. ...

En la línea 1229
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... gunos oficiales observaron uno en San Antonio, persiguiendo a un cuervo marino; quiso éste escapar sumergiéndose y huyendo, pero el petrel no le perdía paso y se precipitaba sobre él hasta que acabó por matarle de un picotazo en la cabeza. el puerto de San Julián se ha visto a estos grandes petreles matar y devorar gaviotas jóvenes ...

En la línea 32
del libro Blancanieves
del afamado autor Jacob y Wilhelm Grimm
... Luego se sintió muy cansada y se quiso acostar en una de las camas. ...

En la línea 521
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Todo esto quiso decir con los ojos; pero ella no debió de entenderlo, porque se despidió del Magistral dejándole el alma, por conducto de las pupilas, entre los pliegues amplios y rítmicos del manteo. ...

En la línea 600
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Por este tiempo fue cuando se quiso excomulgar a don Pompeyo Guimarán, personaje que se encontrará más adelante. ...

En la línea 772
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Glocester salía siempre por la puerta del claustro, abierta al extremo Norte del crucero; por allí llegaba antes a su casa: pero esta vez quiso salir por la puerta de la torre, porque así pasaba junto a la capilla del Magistral. ...

En la línea 858
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Quiso hablar, pero no lo consiguió en cuanto quiso. ...

En la línea 103
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... si su novio hubiese sido otro; pero el de la mejor jaca, el del mejor coche la quiso por vanidad, para que le tuvieran envidia; y aunque para entrar en su casa (de una viuda pobre también, como la madre de Juan, también de costumbres cristianas) tuvo que prometer seriedad, y muy pronto se vio obligado a prometer próxima y segura coyunda, lo hizo aturdido, con la vaga conciencia de que no faltaría quien le ayudara a faltar a su palabra. ...

En la línea 115
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... La historia de aquella joven llegó a sus oídos, a poco que quiso escuchar, por boca de los mismos amigos suyos, sacerdotes y todo. ...

En la línea 314
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Aunque la peste causaba grandes estragos en Roma, no quiso abandonar la ciudad, como lo hacían los personajes de su Corte. Creyó que desafiando a la muerte le protegería mejor el Cielo en su empresa. Algunos embajadores, en las cartas dirigidas a sus gobiernos, se mostraban conmovidos por la férrea entereza de este varón casi octogenario. A pesar de su Inesperada victoria, siguieron mostrándose los estados cristianos indiferentes a dicha guerra, y Venecia hasta contrajo alianza secreta con los turcos. ...

En la línea 321
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El canónigo quiso concretar su relato y añadió: ...

En la línea 385
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Enemiga la familia Orsini de don Pedro de Borja, quiso acabar con él, cortando su retirada por mar y por tierra. En el Sacro Colegio había cardenales agradecidos a Calixto III, que se preocuparon de salvar a su sobrino. uno de ellos fue el célebre humanista Eneas Silvio Piccolommi, que el viejo Pontífice había hecho cardenal en los últimos meses, no obstante su vida anterior, de costumbres extremadamente libres. Otro cardenal, Pedro Barbo, que luego fue Papa con el nombre de Paulo II, aún se arriesgó más en la defensa del sobrino de1 Pontífice, arrostrando las iras de los Orsinis. El organizó con Rodrigo de Borja la huida del hermano de éste. ...

En la línea 422
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El canónigo, con sus entusiasmos históricos, había resucitado dentro de él todas las obras ya olvidadas que quiso producir en otro tiempo. Semanas antes, le parecía el Claudio Borja anterior a su encuentro con Rosaura en Aviñón un pobre joven digno de lástima. Ahora lo envidiaba como a un hombre superior porque sentía, ambiciones y deseos de acción, porque sonaba con escribir un poema sobre El Papa del mar, uniendo a tal proyecto otras pretensiones literarias. ...

En la línea 215
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El joven no quiso mostrarse vencido por el aire de superioridad con que fueron dichas tales palabras, y añadió: ...

En la línea 231
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El ingeniero quiso protestar, algo ofendido por las precauciones a que se le sometía. ...

En la línea 505
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El gigante todavía quiso saber algo más. ...

En la línea 519
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Gracias a la revisión histórica ideada por Momaren, todo iba a quedar en su verdadero lugar, y las generaciones futuras se enterarían de que en ningún tiempo había existido un hombre verdaderamente célebre, pues los que aparecían en la Historia como tales eran mujeres que los varones habían cambiado de sexo. Edwin, al oír mencionar al Padre de los Maestros, quiso saber por que razón su máquina rodante y su litera tenían la forma de una lechuza. ...

En la línea 395
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Santa Cruz, en su perspicacia, lo comprendió, y trataba de librar a su esposa de la molestia de complacer a quien sin duda no lo merecía. Para esto ponía en funciones toda la maquinaria más brillante que sólida de su raciocinio, aprendido en el comercio de las liviandades humanas y en someras lecturas. «Hija de mi alma, hay que ponerse en la realidad. Hay dos mundos, el que se ve y el que no se ve. La sociedad no se gobierna con las ideas puras. Buenos andaríamos… No soy tan culpable como parece a primera vista; fíjate bien. Las diferencias de educación y de clase establecen siempre una gran diferencia de procederes en las relaciones humanas. Esto no lo dice el Decálogo; lo dice la realidad. La conducta social tiene sus leyes que en ninguna parte están escritas; pero que se sienten y no se pueden conculcar. Faltas cometí, ¿quién lo duda?, pero imagínate que hubiera seguido entre aquella gente, que hubiera cumplido mis compromisos con la Pitusa… No te quiero decir más. Veo que te ríes. Eso me prueba que hubiera sido un absurdo, una locura recorrer lo que, visto de allá, parecía el camino derecho. Visto de acá, ya es otro distinto. En cosas de moral, lo recto y lo torcido son según de donde se mire. No había, pues, más remedio que hacer lo que hice, y salvarme… Caiga el que caiga. El mundo es así. Debía yo salvarme, ¿sí o no? Pues debiendo salvarme, no había más remedio que lanzarme fuera del barco que se sumergía. En los naufragios siempre hay alguien que se ahoga… Y en el caso concreto del abandono, hay también mucho que hablar. Ciertas palabras no significan nada por sí. Hay que ver los hechos… Yo la busqué para socorrerla; ella no quiso parecer. Cada cual tiene su destino. El de ella era ese: no parecer cuando yo la buscaba». ...

En la línea 576
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Poco a poco fueron desfilando. Eran las doce. Aparisi y Casa-Muñoz se fueron al Bolsín a saber noticias, no sin que antes de partir dieran una nueva muestra de su rivalidad. El concejal de oficio estaba tan excitado, que la contracción de su hocico se acentuaba, como si el olor aquel imaginario fuera el de la aza fétida. Zalamero, que iba a Gobernación, quiso llevarse al Delfín; pero este, a quien su mujer tenía cogido del brazo, se negó a salir… «Mi mujer no me deja». ...

En la línea 880
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... El Pituso dijo que sí con la cabeza. Su aflicción crecía, y poco le faltaba para romper a llorar. Todas las vecinas reconocieron la necesidad de lavarle; pero unas no tenían agua y otras no querían gastarla en tal objeto. Por fin una mujer agitanada y con faldas de percal rameado, el talle muy bajo, un pañuelo caído por los hombros, el pelo lacio y la tez crasa y de color de terra-cotta, se pareció por allí de repente, y quiso dar una lección a las vecinas delante de las señoras, diciendo que ella tenía agua de sobra para despercudir y chovelar a aquel ángel. Se le llevaron en burlesca procesión, él delante, aislado por su propio tizne, y ya con la dignidad tan por los suelos, que empezaba a dar jipíos; los chicos detrás haciendo una bulla infernal, y la tarasca aquella del moño lacio amenazándolos con endiñarles si no se quitaban de en medio. Desapareció la comparsa por una puerquísima y angosta escalera que del ángulo del corredor partía. Jacinta hubiera querido subir también; pero Guillermina la sofocaba con sus prisas. «¿Hija, sabes tú la hora que es?». ...

En la línea 1036
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... En cuanto entraron Jacinta y Rafaela vieron a Juanín jugando en el patio. Llamáronle y no quiso venir. Las miraba desde lejos, riendo, con media mano metida dentro de la boca; pero en cuanto le enseñaron el tambor que le traían, como se enseñan al toro, azuzándole, las banderillas que se le han de clavar, vino corriendo como exhalación. Su contento era tal que parecía que le iba a dar una pataleta, y estaba tan inquieto, que a Jacinta le costó trabajo colgarle el tambor. Cogidos los palillos uno en cada mano, empezó a dar porrazos sobre el parche, corriendo por aquellos muladares, envidiado de los demás, y sin ocuparse de otra cosa que de meter toda la bulla posible. ...

En la línea 896
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... La madre de las niñas recibió bondadosamente al rey, y se mostró llena de compasión, porque su desamparo y su razón, al parecer perturbada, conmovieron su corazón de mujer. Era viuda y pobre, conocía las penas demasiado de cerca para no compadecerse de los infortunados. Pensó que el demente niño se había extraviado alejándose de sus amigos y deudos, y así quiso averiguar de dónde venía, para poder dar pasos encaminados a devolverlo; mas todas sus referencias a las aldeas y lugares vecinas, y todas sus preguntas en el mismo sentido, no dieron resultado, porque en la cara del niño y en sus respuestas bien se notaba, que las cosas a que se refería la buena mujer, no le eran familiares. El rey hablaba con gravedad y sencillez de asuntos de la corte, y mas de una vez ahogaron su habla los sollozos al mencionar al difunto rey, su padre; pero siempre que la conversación cambiaba y versaba sobre materias menos elevadas, el niño perdía interés y permanecía en silencio. ...

En la línea 897
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... La mujer se encontraba muy perpleja, pero no quiso renunciar a sus intenciones. Mientras seguía cocinando, discurría medios de atrapar al muchacho para que descubriera su verdadero secreto. Le habló de vacas y el niño no mostró interesarse; de las ovejas, y fue lo mismo. Por lo tanto, su suposición de que fuese un niño pastor era equivocada. Le habló de molinos, de tejedores, de caldereros, de herreros y de toda índole de industrias y oficios; le habló de Bedlam, de las cárceles y los asilos, pero en todo se veía frustrada, aunque no quería admitirla, pensando que no le había hablado aún del servicio doméstico. Sí; ahora estaba segura de hallarse sobre la verdadera pista. El niño debía de ser un criado. Encaminó la conversación hacia este punto, pero el resultado fue desalentador. De cómo se barría, pareció fatigar al niño; el encender el fuego no le conmovió, y el fregar y frotar no despertó su entusiasmo. Al fin la mujer, perdida ya casi toda esperanza y más bien por aquello de cumplir, habló de la cocina. Con gran sorpresa suya y no menor deleite, el semblante del rey se iluminó al instante. ...

En la línea 966
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... El niño luchó impotente contra sus ligaduras y al propio tiempo profirió por entre las cerradas mandíbulas un sonido ahogado, que el ermitaño quiso interpretar, como contestación afirmativa a su pregunta. ...

En la línea 1033
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... La muchedumbre se agrupó en torno, amenazando al rey y lanzándole insultos. Un herrero fornido, con mandil de cuero y mangas arremangadas hasta los codos, quiso lanzarse sobre él, diciendo que iba a darle una paliza como lección, más en aquel instante centelló una espada en el aire cayó de plano con convincente fuerza sobre el brazo del hombre, en tanto que su estrambótico dueño decía, como quien no quiere la cosa: ...

En la línea 1196
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Naturalmente; hay lágrimas que refrescan y desahogan y lágrimas que encienden y sofocan más. Había llorado y no quiso cenar. Y me estuvo repitiendo su estribillo de que los hombres son ustedes todos unos brutos y nada más que unos brutos. Y ha estado estos días de morro, con un humor de todos los diablos. Hasta que ayer me llamó, me dijo que estaba arrepentida de cuanto le había dicho a usted, que se excedió y fue con usted injusta, que reconoce la rectitud y nobleza de las intenciones de usted y que quiere no ya que usted le perdone aquello que le dijo de que la quería comprar, sino que no cree semejante cosa. Es en esto en lo que hizo más hincapié. Dice que ante todo quiere que usted le crea que si dijo aquello fue por excitación, por despecho, pero que no lo cree… ...

En la línea 1251
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Cuando llegó aquel día a la tranquila plaza y se sentó en el banco, no sin antes haber despejado su asiento de las hojas secas que lo cubrían –pues era otoño–, jugaban allí cerca, como de ordinario, unos chiquillos. Y uno de ellos, poniéndole a otro junto al tronco de uno de los castaños de Indias, bien arrimadito a él, le decía: «Tú estabas ahí preso, te tenían unos ladrones … » «Es que yo … », empezó malhumorado el otro, y el primero le replicó: «No, tú no eras tú… » Augusto no quiso oír más; levantóse y se fue a otro banco. Y se dijo: «Así jugamos también los mayores; ¡tú no eres tú!, ¡yo no soy yo! Y estos pobres árboles, ¿son ellos? Se les cae la hoja antes, mucho antes que a sus hermanos del monte, y se quedan en esqueleto, y estos esqueletos proyectan su recortada sombra sobre los empedrados al resplandor de los reverberos de luz eléctrica. ¡Un árbol iluminado por la luz eléctrica!, ¡qué extraña, qué fantástica apariencia la de su copa en primavera cuando el arco voltaico ese le da aquella apariencia metálica!, ¡y aquí que las brisas no los mecen … ! ¡Pobres árboles que no pueden gozar de una de esas negras noches del campo, de esas noches sin luna, con su manto de estrellas palpitantes! Parece que al plantar a cada uno de estos árboles en este sitio les ha dicho el hombre: “¡tú no eres tú!” y para que no lo olviden le han dado esa iluminación nocturna por luz eléctrica… para que no se duerman… ¡pobres árboles trasnochadores! ¡No, no, conmigo no se juega como con vosotros! » ...

En la línea 1537
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Y ¿qué es lo que usted quiso preguntarme? ...

En la línea 1787
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Torció el gesto Augusto cuando una mañana le anunció Liduvina que un joven le esperaba y se encontró luego con que era Mauricio. Estuvo por despedirlo sin oírle, pero le atraía aquel hombre que fue en un tiempo novio de Eugenia, al que esta quiso y acaso seguía queriendo en algún modo; aquel hombre que tal vez sabía de la que iba a ser mujer de él, de Augusto, intimidades que este ignoraba; de aquel hombre que… Había algo que les unía. ...

En la línea 598
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... En otros tiempos Sandokán, aun cuando se viera casi desarmado frente a un enemigo cincuenta veces más poderoso, no habría dudado un instante en arrojarse sobre las puntas de las bayonetas para abrirse paso. Pero ahora que amaba, que sabía que era correspondido y que quizás lo seguía ella con la vista y llena de ansiedad, no quiso cometer una locura que pudiera costarle la piel a él, y a ella, sabe Dios cuántas lágrimas. ...

En la línea 942
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Las tripulaciones saludaron con alegría las rachas vigorosas de aire, sin mostrar miedo por el huracán que las amenazaba. Sólo el portugués se inquietó y quiso que se amainaran las velas, pero Sandokán no lo permitió, en su ansia por llegar a las costas enemigas. ...

En la línea 1432
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Yáñez quiso protestar, pero ya Sandokán se encontraba fuera del recinto. De buena o mala gana, se vio obligado a seguirlo para impedir, por lo menos, que cometiera una imprudencia. ...

En la línea 226
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Ejecutadas estas órdenes, la fragata se alejó rápidamente del foco luminoso. Digo mal, quiso alejarse, hubiera debido decir, pues la bestia sobrenatural se le acercó con una velocidad dos veces mayor que la suya. ...

En la línea 1145
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Dumont d'Urville quiso partir inmediatamente, pero hallándose sus hombres y él mismo minados por las fiebres que habían contraído en aquellas costas malsanas, no pudo aparejar hasta el 17 de marzo. ...

En la línea 1536
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Ned Land quiso protestar, pero la puerta se cerró tras él por toda respuesta. ...

En la línea 2058
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Hubo de emplearse palancas de gran potencia para izar al dugongo a la plataforma. Pesaba casi cinco mil kilogramos. Se le despedazó bajo los ojos del canadiense, que no quiso perderse ningún detalle de la operación. ...

En la línea 223
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Mi hermana salió en busca de la botella de piedra, volvió con ella y sirvió una copa de aguardiente, pues nadie más quiso beber licor. El desgraciado, bromeando con la copita, la tomó, la miró al trasluz y la volvió a dejar sobre la mesa, prolongando mi ansiedad. Mientras tanto, la señora Joe y su marido desocupaban activamente la mesa para servir el pastel y el pudding. ...

En la línea 229
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Pero el tío Plumblechook, que en aquella cocina era omnipotente, no quiso oír tal palabra ni hablar más del asunto. Hizo un gesto imperioso con la mano para darlo por olvidado y pidió que le sirvieran agua caliente y ginebra. Mi hermana, que se había puesto meditabunda de un modo alarmante, tuvo que ir en busca de la ginebra, del agua caliente, del azúcar y de las pieles de limón, y en cuanto lo tuvo todo lo mezcló convenientemente. Por lo menos, de momento, yo estaba salvado; pero seguía agarrado a la pata de la mesa, aunque entonces movido por la gratitud. ...

En la línea 297
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — Sepan ustedes… que quiso asesinarme. ...

En la línea 319
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Los dos presos iban separados y cada uno de ellos rodeado por algunos hombres que los custodiaban. Yo, entonces, andaba agarrado a la mano de Joe, quien llevaba una de las antorchas. El señor Wopsle quiso emprender el regreso, pero Joe estaba resuelto a seguir hasta el final, de modo que todos continuamos acompañando a los soldados. El camino era ya bastante bueno, en su mayor parte, a lo largo de la orilla del río, del que se separaba a veces en cuanto había una represa con un molino en miniatura y una compuerta llena de barro. Al mirar alrededor podía ver otras luces que se aproximaban a nosotros. Las antorchas que llevábamos dejaban caer grandes goterones de fuego sobre el camino que seguíamos, y allí se quedaban llameando y humeantes. Aparte de eso, la oscuridad era completa. Nuestras luces, con sus llamas agrisadas, calentaban el aire alrededor de nosotros, y a los dos prisioneros parecía gustarles aquello mientras cojeaban rodeados por los soldados y por sus armas de fuego. No podíamos avanzar de prisa a causa de la cojera de los dos desgraciados, quienes estaban, por otra parte, tan fatigados, que por dos o tres veces tuvimos que detenernos todos para darles algún descanso. ...

En la línea 1343
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑¿Qué respondió ese profesor de historia universal cuando le interrogaron? «Cada cual se enriquece a su modo. Yo también he querido enriquecerme Lo más rápidamente posible.» No recuerdo las palabras que empleó, pero sé que quiso decir «ganar dinero rápidamente y sin esfuerzo». El hombre se acostumbra a vivir sin esfuerzo, a andar por el camino llano, a que le pongan la comida en la boca. Hoy cada uno se muestra como realmente es. ...

En la línea 3246
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... El temor y la solicitud de Porfirio Petrovitch parecían tan sinceros, que Raskolnikof se quedó mirándole con viva curiosidad. Sin embargo, no quiso beber. ...

En la línea 3702
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Y consiguió terminar de abrirse paso. Pero el de intendencia no quiso dejarle salir de aquel modo. Considerando que los insultos eran un castigo insuficiente para él, cogió un vaso de la mesa y se lo arrojó con todas sus fuerzas. Desgraciadamente, el proyectil fue a estrellarse contra Amalia Ivanovna, que empezó a proferir grandes alaridos, mientras el de intendencia, que había perdido el equilibrio al tomar impulso para el lanzamiento, caía pesadamente sobre la mesa. ...

En la línea 3835
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Sonia quiso decir algo, pero no pudo. ...

En la línea 920
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Paulina quiso contestar; la abuela la interrumpió. ...

En la línea 1188
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... A todo esto, la aventura habíase ya difundido y constituía la comidilla de todo el hotel. En el quiosco del portero y en la oficina del oberkellner, se murmuraba que la Fräulein, a las seis de la mañana, había salido, a pesar de la lluvia, en dirección al Hotel de Inglaterra. Sin embargo, por las reticencias de los criados, comprendí que no ignoraban que había pasado la noche en mi habitación. Por otra parte, ya se murmuraba de toda la familia del general. De él se sabía que la víspera había perdido el juicio y no hacía más que gemir; decían, además, que la abuela era su propia madre, venida de Rusia para oponerse al matrimonio de su hijo con la señorita Blanche de Cominges y desheredarlo en caso de desobediencia. Como no quiso someterse, la condesa, ante sus propios ojos, se había arruinado, adrede, jugando a la ruleta para no dejarle un sólo céntimo. Diese Russen! (¡Esos rusos!), repetía el oberkellner, moviendo la cabeza. Los otros reían. El oberkellner preparaba la nota. Mis ganancias en el juego eran también conocidas. Carlos, el camarero de mi piso, fue el primero en felicitarme. Pero todo eso no me importaba. Corrí al Hotel de Inglaterra. ...

En la línea 509
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Como no tenía nombre de familia, no tenía familia; como no tenía nombre de bautismo, la Iglesia no existía para ella. Se llamó como quiso el primer transeúnte que la encontró con los pies descalzos en la calle. Recibió un nombre, lo mismo que recibía en su frente el agua de las nubes los días de lluvia. Así vino a la vida esta criatura humana. A los diez años Fantina abandonó la ciudad y se puso a servir donde los granjeros de los alrededores. A los quince años se fue a París a 'buscar fortuna'. Permaneció pura el mayor tiempo que pudo. Fantina era hermosa. Tenía un rostro deslumbrador, de delicado perfil, los ojos azul oscuro, el cutis blanco, las mejillas infantiles y frescas, el cuello esbelto. Era una bonita rubia con bellísimos dientes; tenía por dote el oro y las perlas; pero el oro estaba en su cabeza, y las perlas en su boca. ...

En la línea 885
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... El alcalde se había transformado a los ojos de Fantina; ahora lo veía rodeado de luz. Estaba en ese momento absorto en su plegaria, y ella no quiso interrumpirlo. Al cabo de un rato le dijo tímidamente: ...

En la línea 234
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Un descanso viene muy bien después de haber viajado cinco mil quinientos kilómetros, y hay que admitir que Buck se volvió holgazán mientras las heridas cicatrizaban, recobraba la musculatura y la carne volvía a cubrirle los huesos. La verdad es que todos (Buck, John Thornton, Skeet y Nig) se dieron la gran vida mientras aguardaban el retorno de la balsa que debía llevarlos a Dawson. Skeet era una perrita setter que de entrada quiso hacer migas con Buck y, a cuyos avances, Buck, casi moribundo entonces, no estuvo en condiciones de oponerse. Tenía ese rasgo protector en exceso que distingue a algunos perros; y del mismo modo que una gata limpia a sus gatitos, lamía y limpiaba las heridas de Buck. Todas las mañanas, en cuanto Buck termina ba el desayuno, se entregaba a su tarea, y Buck acabó por esperar sus atenciones tanto como las de Thornton. Nig, igualmente afable, aunque lo demostraba menos, era un enorme perro negro, mitad sabueso, mitad lebrel, con ojos que reían y un inagotable buen talante. ...

En la línea 286
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -De seguro… de seguro que su marido de usted está más disgustado por lo ocurrido que usted misma. Crea usted que algo sucede que no sabemos, y que explicará la conducta de ese señor… Miranda. ¿O tendría usted algún antecedente, algún motivo para sospechar que… que la quiso abandonar? ...

En la línea 544
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Artegui, risueño y solícito, le ofreció el brazo, pero ella no quiso cogerse. Al llegar a la calle anduvo muy callada, con los ojos bajos, echando de menos la protectora sombra del negro velo de su manto de encaje, que le cubría las mejillas, dándole tan modesto porte, cuando en León cruzaba bajo las bóvedas medio derruidas y llenas de andamiaje de la catedral. La de Bayona le pareció linda como un dije de filigrana; pero no pudo oír en ella tan devotamente la misa: se lo estorbaba la pulcritud esmerada del templo, semejante a caja primorosa; los colores vivos de las figuras neobizantinas pintadas sobre oro en el crucero, o la novedad de aquel coro descubierto, de aquel tabernáculo aislado y sin retablo, el moverse de los reclinatorios, el circular de las alquiladoras de sillas. Parecíale estar en un templo de culto diverso del que ella profesaba. Una Virgen blanca, con filetes de oro en el manto, que presentaba el divino infante en una de las capillas de la nave, la tranquilizó algo. Allí rezó buena porción de salves, deshojó las rosas sangrientas del rosario, los místicos lirios de la letanía. Salió del templo con ligero paso y alegre corazón. Lo primero que vio a la puerta fue a Artegui, contemplando con interés la gótica forma de la portada. ...

En la línea 703
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Cual si a aquella voz vibrante se despertase la memoria del desdichado hijo, volvió pies atrás, fue derecho a Lucía, y sin pronunciar palabra cogiole las dos manos, y las prensó entre las suyas, con enérgico y mudo apretón. Así se estuvieron breves segundos sin acertar a decirse una frase de despedida. Lucía quiso hablar; pero parecíale que un dogal muy suave, de seda, se ceñía a su garganta, estrangulándola cada vez más. De improviso la soltó Artegui; ella respiró, adosándose a la pared, aturdida… Cuando miró en torno, no estaba en la habitación sino Gonzalvo, que leía entre dientes el telegrama, olvidado por su dueño sobre la mesa. ...

En la línea 711
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Pocos días en Bayona bastaron para que Miranda se aliviase notablemente de la dolorosa luxación, y a que Pilar Gonzalvo y Lucía se conociesen y tratasen con cierta confianza. Pilar hacía rumbo, como Miranda, a Vichy; sólo que mientras Miranda quería que las aguas enseñasen a su hígado a elaborar el azúcar en justas y debidas proporciones para no dañar a la economía, la madrileñita iba a las saludables termas en demanda de partículas férreas que coloreasen su sangre y devolviesen el brillo a sus apagados ojos. Hambrienta como toda persona débil, como todo organismo pobre, de excitaciones, novedades y acontecimientos, divirtiole en extremo la relación nueva de Lucía, y las raras peripecias de su viaje, y el registro de sus galas de novia, que visitó sin perdonar una, examinando los encajes de cada chambra, los volantes de cada traje, las iniciales de cada pañuelo. Además, la simplicidad franca de la leonesa le brindaba campo virgen e inculto donde plantar todas las flores exóticas de la moda, todas las plantas ponzoñosas de la maledicencia elegante. Tenía Pilar, de edad entonces de veintitrés años, la malicia precoz que distingue a las señoritas que, con un pie en la aristocracia por sus relaciones y otro en la clase media por sus antecedentes, conocen todos los lados de la sociedad, y así averiguan quién da citas a los duques, como quién se cartea con la vecina del tercero. Pilar Gonzalvo era tolerada en las casas distinguidas de Madrid; ser tolerado es un matiz del trato social, y otro matiz ser admitido, como su hermano lo era: más allá del tolerar y del admitir queda aún otro matiz supremo, el festejar; pocos gozan del privilegio de que los festejen, reservado a las eminencias, que no se prodigan y se dejan ver únicamente de año en año, a los banqueros y magnates opulentos, que dan bailes, fiestas y misas del gallo con cena después, a las hermosuras durante un breve y deslumbrador período de plena florescencia, a los políticos que están en puerta como los naipes. Personas hay admitidas, que un día, de repente, se hallan festejadas por cualquier motivo, por un peinado nuevo, por un caballo que ganó en las carreras, por un escándalo que las gentes susurran bajito y piensan leer en el rostro del feliz mortal. De estos éxitos efímeros Perico Gonzalvo tuvo muchos: su hermana, ninguno, a despecho de reiterados esfuerzos para obtenerlos. Ni logró siquiera subir de tolerada a admitida. El mundo es ancho para los hombres, pero angosto, angosto para las mujeres. Siempre sintió Pilar la valla invisible que se elevaba entre ella y aquellas hijas de grandes de España, cuyos hermanos tan familiar e íntimamente frisaban con Perico. De aquí nació un rencor sordo, unido a no poca admiración y envidia, y se engendró la lenta irritación nerviosa que dio al traste con la salud de la madrileña. El paroxismo de un deseo no saciado, las ansias de la vanidad mal satisfecha, alteraron su temperamento, ya no muy sano y equilibrado antes. Tenía, como su hermano, tez de linfática blancura, encubriendo el afeite las muchas pecas: los ojos no grandes, pero garzos y expresivos, y rubio el cabello, que peinaba con arte. A la sazón, sus orejas parecían de cera, sus labios apenas cortaban, con una línea de rosa apagado, la amarillez de la barbilla, sus venas azuladas se señalaban bajo la piel, y sus encías, blanquecinas y flácidas, daban color de marfil antiguo a los ralos dientes. La primavera se había presentado para ella bajo malísimos auspicios; los conciertos de Cuaresma y los últimos bailes de Pascua, de los cuales no quiso perder uno, le costaron palpitaciones todas las noches, cansancio inexplicable en las piernas, perversiones extrañas del apetito: derivaba la anemia hacia la neurosis, y Pilar masticaba, a hurtadillas, raspaduras del pedestal de las estatuitas de barro que adornaban sus rinconeras y tocador. Sentía dolores intolerables en el epigastrio; pero por no romper el hilo de sus fiestas, calló como una muerta. Al cabo, hacia el estío, se resolvió a quejarse, pensando acertadamente que la enfermedad era pretexto oportuno para un veraneo conforme a los cánones del buen tono. Vivía Pilar con su padre y con una tía paterna; ni uno ni otro se resolvieron acompañarla; el padre, magistrado jubilado, por no dejar la Bolsa, donde a la chita callando realizaba sus jugaditas modestas y felices; la tía, viuda y muy dada a la devoción, por horror de los jolgorios que sin duda le preparaba su sobrina como método curativo. Recayó, pues, la comisión en Perico Gonzalvo, que, cargando con su hermana, hubo de llevársela al Sardinero, contando con que no faltarían amigas que allí le relevasen en su oficio de rodrigón. Así fue: sobraban en la playa familias conocidas que se encargaron de zarandear a Pilar, y de llevarla de zeca en meca. Mas desgraciadamente para Perico, los baños de mar, que al pronto aliviaron a su hermana, concluyeron, cuando abusó de ellos y quiso nadar y meterse en dibujos, por abrir brecha en su débil organismo, y comenzó a cansarse otra vez, a despertar bañada en sudor, a sentir desgano, al par que comía vorazmente raros manjares. Lo que más la asustó fue ver que se le caía el pelo a madejas. Al peinarse, se enfurecía, y llamaba a gritos a Perico, pidiéndole un remedio para no quedarse calva. Un día el médico que la visitaba llamó aparte a su hermano, y le dijo: ...

En la línea 644
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Entonces sir Francis y el guía retuvieron a Phileas Fogg, que en un momento de generosa demencia quiso arrojarse sobre la hoguera… ...

En la línea 706
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Mister Fogg no hizo movimiento alguno que demostrase la menor sospecha. El agente era un representante de la ley, y para todo inglés, la ley es sagrada, Picaporte, con sus hábitos franceses, quiso hacer observaciones, pero el agente le tocó con su varilla, y Phileas Fogg le hizo seña de obedecer. ...

En la línea 976
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... -¡Jamás!- respondió Picaporte, que se quiso levantar y volvió a caer sintiendo que su razón y sus fuerzas le faltaban a un t»empo-. Señor Fix –dijo tartamudeado-, aun cuando fuese verdad todo lo que me habéis dicho… aun cuando mi amo fuese el ladrón que buscáis… lo cual niego… he estado… estoy a su servcio… lo conozco como bueno y generoso-… Venderlo… jamás… no, por todo el oro del mundo-… ¡Soy de un lugar donde no se come pan de esa especie! ...

En la línea 981
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Picaporte se sentía cada vez más invadido por la embriaguez. Comprendiendo Fix que era necesario a toda costa separarlo de su amo, quiso rematarlo. Habia sobre la mesa algunas pipas cargadas de opio. Fix puso una en manos de Picaporte, quien la tomó, la llevó a los labios, la encendió, respiró algunas bocanadas, y cayó con la cabeza aturdida bajo la influencia del narcótico. ...

Errores Ortográficos típicos con la palabra Quiso

Cómo se escribe quiso o kiso?
Cómo se escribe quiso o quizo?

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