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La palabra aumento
Cómo se escribe

la palabra aumento

La palabra Aumento ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
Memoria De Las Islas Filipinas. de Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece aumento.

Estadisticas de la palabra aumento

La palabra aumento es una de las palabras más comunes del idioma Español, estando en la posición 838 según la RAE.

Aumento es una palabra muy común y se encuentra en el Top 500 con una frecuencia media de 106.22 veces en cada obra en castellano

El puesto de esta palabra se basa en la frecuencia de aparición de la aumento en 150 obras del castellano contandose 16145 apariciones en total.

Errores Ortográficos típicos con la palabra Aumento

Cómo se escribe aumento o haumento?

Más información sobre la palabra Aumento en internet

Aumento en la RAE.
Aumento en Word Reference.
Aumento en la wikipedia.
Sinonimos de Aumento.


la Ortografía es divertida


El Español es una gran familia

Algunas Frases de libros en las que aparece aumento

La palabra aumento puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 262
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y Barret pagó el aumento. ...

En la línea 1440
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... La animación del mercado iba en aumento. ...

En la línea 1618
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Su cólera iba en aumento: rugía los insultos; sus ojos, inyectados, ya no podían ver; se tambaleaba como si estuviera ebrio. ...

En la línea 743
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y como hablaba con un amigo del amo, no quiso ocultarle las astucias de que se valían en las viñas para acelerar el trabajo y sacarle al jornal todo su jugo. Se buscaba a los braceros más fuertes y rápidos en la faena y se les prometía un real de aumento poniéndolos a la cabeza de la fila. Este era el que se llamaba _hombre de mano_. El jayán, para agradecer el aumento de jornal, trabajaba como un desesperado, acometiendo la tierra con su azadón, sin respirar apenas entre golpe y golpe, y los otros infelices tenían que imitarle para no quedarse atrás, manteniéndose, con esfuerzos sobrehumanos, al nivel del compañero que servía de acicate. ...

En la línea 743
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y como hablaba con un amigo del amo, no quiso ocultarle las astucias de que se valían en las viñas para acelerar el trabajo y sacarle al jornal todo su jugo. Se buscaba a los braceros más fuertes y rápidos en la faena y se les prometía un real de aumento poniéndolos a la cabeza de la fila. Este era el que se llamaba _hombre de mano_. El jayán, para agradecer el aumento de jornal, trabajaba como un desesperado, acometiendo la tierra con su azadón, sin respirar apenas entre golpe y golpe, y los otros infelices tenían que imitarle para no quedarse atrás, manteniéndose, con esfuerzos sobrehumanos, al nivel del compañero que servía de acicate. ...

En la línea 1960
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Sólo mostraban alguna vehemencia al apreciar el valor con que habían muerto, el gesto que les acompañó al patíbulo. Juanón y el de Trebujena habían marchado al palo como lo que eran: como hombres incapaces de miedo ni de fanfarronadas. Los otros dos asesinos habían muerto como unos brutos. Y el recuerdo del pobre _Maestrico_ casi les dos reales; sino dos reales y medio, y atribuían este aumento a su sumisión y disciplina. «Siendo buenos, sacaréis más que a las malas», les habían dicho. Y ellos lo repetían, pensando con desprecio en los malvados alborotadores que intentaban arrastrarlos a la rebeldía. Siendo obedientes y humildes, tal vez llegasen, con el tiempo, a cobrar tres reales. ¡Una verdadera felicidad!... ...

En la línea 7375
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Y expiró en medio de un aumento de torturas. ...

En la línea 9049
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Señor -le dijo Milady-, ¿vuestra presencia es un accesorio obli gado de mi cautividad, o podríais ahorrarme ese aumento de torturas que causan v uestras visitas?-¡Cómo, querida hermana! - dijo de Winter-. ...

En la línea 9753
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Es que su amor tan extraño, tan nuevo, tan ardiente, le hacía ver las acusaciones infames a imaginarias de lady de Winter como se ve a través de un cristal de aumento, en el estado de monstruos espantosos, los impercept ibles átomos en realidad comparados con un hormiga. ...

En la línea 86
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... o Que el tribunal superior ó audiencia territorial, que como se ha dicho, se compone de un rejente, cinco ministros y dos fiscales, se divida en dos salas, y se abra turno á los negocios, y con solo el aumento de subalternos está adoptada una de las medidas mas importantes para garantir y asegurar la propiedad y libertad individual conforme á la ley constitucional, que en todas instancias quiere y ordena sean diversos los jueces que fallan [11]; aunque mas provechoso fuera dotar aquella audiencia con dos salas de cuatro ministros en cada una, el rejente y dos fiscales por razones muy al alcance de todos, y ser la audiencia de mas estension de territorio, y la dotada con mas escasez de ministros. ...

En la línea 158
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Tales son las observaciones que sobre el ramo de justicia me ha ocurrido presentar, y si en ellas no hay elegancia y amenidad de estilo, hay ideas que pueden ser de suma utilidad é importancia al caso para que se han redactado, ó por lo menos deseos laudables de mejorar en las Filipinas tan importante materia: otras plumas mas dispuestas y mejores talentos podrán llevarlas al grado de perfeccion de que son susceptibles, quedando contento por mi parte con haber tratado de estas reformas, y escitado á otros por este papel á que ocupándose en tan importante asunto, se le ponga en el lugar que le corresponde, y desapareciendo el sistema absurdo, irregular y anómalo que hoy tienen esos juzgados, sean reformados oportuna y sabiamente para felicidad de los naturales y habitantes de nuestras preciosas Islas Filipinas, dándoles jueces que no tengan por primera base el aumento de sus fortunas, si no la pública felicidad: jueces en fin, de saber, de probidad y aptitud acreditadas, para administrar cumplidamente la justicia: único medio de que los pueblos, al paso que consoliden por este modo una felicidad estable, vean solo en sus alcaldes mayores y correjidores unos padres que solo desean la prosperidad de sus hijos, y se afanan por conservarles su paz y tranquilidad inalterables sobre los sólidos cimientos de la justicia, fuente y manantial seguro de todos los demas bienes en la tierra. ...

En la línea 177
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Aqui es donde precisamente es indispensable dispensar al autor de esta memoria, como suplica, toda induljencia por protestar como lo hace que su ánimo no es lastimar en lo mas mínimo el carácter, concepto y opinion de ningun empleado en particular; pues su plan solo se reduce á manifestar el impulso que las rentas podrian tener, é indicar que con el aumento progresivo de empleados que han tenido aquellas oficinas de veinte años acá, si continúa, muy en breve no bastarán los ingresos del tesoro para satisfacer sueldos, pensiones, retiros y demas gravámenes con que se sobrecarga aquel erario, y se empobrece asi como al pais; por lo que es de necesidad atender con tiempo á este daño y cortarle, para no esponerse á esperimentar las funestas consecuencias que pudiera traer, y que pocos habrá dejen de conocerlas. ...

En la línea 208
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... o El aumento de gastos en mucha parte infructuosos que en el resguardo de mar hace la renta. ...

En la línea 3446
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Me procuré un cuartillo de aguardiente anisado, y con ayuda de Antonio le di friegas casi durante una hora, hasta que el pelo se le cubrió de blanca espuma; pero la tos le iba en aumento, tenía la mirada fija y los miembros rígidos. ...

En la línea 4365
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Traiga usted el guía, y la peseta de aumento saldrá también a relucir en sazón oportuna. ...

En la línea 2256
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Pero lo que pienso hacer será caminar apriesa y llegar presto donde está este gigante, y, en llegando, le cortaré la cabeza, y pondré a la princesa pacíficamente en su estado, y al punto daré la vuelta a ver a la luz que mis sentidos alumbra, a la cual daré tales disculpas que ella venga a tener por buena mi tardanza, pues verá que todo redunda en aumento de su gloria y fama, pues cuanta yo he alcanzado, alcanzo y alcanzare por las armas en esta vida, toda me viene del favor que ella me da y de ser yo suyo. ...

En la línea 3618
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... ¡Ea, señor don Quijote, duélase de sí mismo, y redúzgase al gremio de la discreción, y sepa usar de la mucha que el cielo fue servido de darle, empleando el felicísimo talento de su ingenio en otra letura que redunde en aprovechamiento de su conciencia y en aumento de su honra! Y si todavía, llevado de su natural inclinación, quisiere leer libros de hazañas y de caballerías, lea en la Sacra Escritura el de los Jueces; que allí hallará verdades grandiosas y hechos tan verdaderos como valientes. ...

En la línea 6062
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... -Eso no, Sancho -respondió don Quijote-, que el necio en su casa ni en la ajena sabe nada, a causa que sobre el aumento de la necedad no asienta ningún discreto edificio. ...

En la línea 7333
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Vengo a contender contigo y a probar la fuerza de tus brazos, en razón de hacerte conocer y confesar que mi dama, sea quien fuere, es sin comparación más hermosa que tu Dulcinea del Toboso; la cual verdad si tú la confiesas de llano en llano, escusarás tu muerte y el trabajo que yo he de tomar en dártela; y si tú peleares y yo te venciere, no quiero otra satisfación sino que, dejando las armas y absteniéndote de buscar aventuras, te recojas y retires a tu lugar por tiempo de un año, donde has de vivir sin echar mano a la espada, en paz tranquila y en provechoso sosiego, porque así conviene al aumento de tu hacienda y a la salvación de tu alma; y si tú me vencieres, quedará a tu discreción mi cabeza, y serán tuyos los despojos de mis armas y caballo, y pasará a la tuya la fama de mis hazañas. ...

En la línea 57
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Después de haber permanecido inflado durante algún tiempo, el Diodon suele expeler el aire y el agua con mucha fuerza, por las branquias y por la boca. Puede desembarazarse a voluntad de una parte del agua que dejó entrar. Por tanto, parece probable que sólo absorbe en parte este líquido para regularizar su peso específico. El Diodon posee varios medios de defensa. Puede hacer una terrible mordedura y echar el agua por la boca hasta cierta distancia, a la vez que mete un ruido extraño agitando las mandíbulas. Además, el inflamiento de su cuerpo hace enderezar las papilas que cubren su piel y que entonces se transforman en aceradas puntas. Pero la circunstancia más curiosa consiste en que la piel de su vientre, cuando se le toca, segrega una materia fibrosa de un rojo carmín admirable, que mancha el papel y el marfil de un modo tan tenaz, que manchas obtenidas por mí de esa manera, están aún tan brillantes como el primer día. Ignoro en absoluto cuáles puedan ser la naturaleza y el uso de esta secreción. El doctor Allande Torres me ha afirmado haber visto a menudo un Diodon vivo, y con el cuerpo inflado, dentro del estómago de un tiburón; además, ha visto que este animal consigue abrirse paso al exterior, devorando, no sólo las paredes del estómago, sino también los costados del monstruo, a quien acaba así por matar. ¿Quién imaginaría que un pececillo, tan blando e insignificante, pudiera llegar a destruir al tiburón con ser tan grande y tan feroz? 18 de marzo.- Zarpamos de Bahía. Algunos días después, a corta distancia de las isletas Abrolhos, observé que el mar había adquirido un tinte pardo rojizo. Vista con lente de aumento, toda la superficie del agua parecía cubierta de briznas de heno picado y cuyas extremidades estuviesen deshilachadas. Son pequeñas confervas en paquetes cilíndricos que contienen unas cincuenta o sesenta de esas plantitas. Mr. Berkeley me advierte que pertenecen a la misma especie (Trichodesmium erythraeum) que las encontradas en una gran extensión del mar Rojo, y las cuales han dado este nombre a ese mar ...

En la línea 319
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Durante los otros once días siguientes, cuando todas las criaturas recobraron su actividad, elevóse la temperatura media a 14,40 ; y en el centro del día el termómetro señalaba de 15,50 a 21,10. Así, pues, un aumento de 70 Fahrenheit (3,90 centígrados) en la temperatura media, pero un aumento más considerable del calor máximo, bastaron para despertar todas las funciones de la vida. ...

En la línea 319
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Durante los otros once días siguientes, cuando todas las criaturas recobraron su actividad, elevóse la temperatura media a 14,40 ; y en el centro del día el termómetro señalaba de 15,50 a 21,10. Así, pues, un aumento de 70 Fahrenheit (3,90 centígrados) en la temperatura media, pero un aumento más considerable del calor máximo, bastaron para despertar todas las funciones de la vida. ...

En la línea 584
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... En los casos en que podemos atribuir al hombre la extinción de una especie, ora por completo, ora en una región determinada, sabemos que va siendo cada vez más rara antes de desaparecer del todo. Ahora bien; es difícil señalar diferencia sensible entre el modo de desaparición de una especie, ya la origine el hombre, ya el aumento de sus enemigos naturales. La prueba de que la rareza precede a la extinción se tiene de una manera indudable en las capas terciarias sucesivas; y así lo han hecho notar muchos y muy hábiles observadores. Frecuente es, en efecto, encontrar que una concha muy común en una capa terciaria es hoy muy rara, y tanto, que se la ha creído extinguida desde mucho tiempo atrás. Si, pues, como parece probado, las especies comienzan a ser raras y acaban por extinguirse -si el aumento demasiado rápido de cada especie, aun las más favorecidas, se detiene, como debemos admitirlo, aunque sea difícil decir cuándo y cómo- y si vemos, sin experimentar la menor sorpresa, aunque no podamos indicar su causa precisa, que una especie abunda mucho en una región, mientras que en la misma es rara otra especie íntimamente ligada con la primera, ¿por qué ha de extrañarse tanto que la rareza llegue, avanzando más, hasta la extinción? Un fenómeno que se verifica alrededor nuestro sin que sea muy apreciable, puede llegar, sin duda, a mayor intensidad sin excitar nuestra atención. ¿A quién sorprenderá, por tanto, que se le diga que el Megalonyx era en otro tiempo muy raro en comparación con el Megaterio, o que una especie de monos fósiles no comprendía sino muy escaso número de individuos respecto de otras especies que viven en la actualidad? Y sin embargo, esta relativa rareza nos da la prueba más evidente de condiciones menos favorables a su existencia. ...

En la línea 1401
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... «La Iglesia—pensaba Claudio—salió agrandada del Pontificado de Alejandro VI y no disminuida, como en muchos Papados anteriores. Julio II, el vengativo Juliano de la Rovere, que tanto escarnecía a su antiguo amigo Borgia, heredaba de él la paz y el orden establecidos por su autoridad en los estados pontificios, el aumento de las Romanas y otras provincias, así como la ruina de los barones feudatarios, escarmentados e incapaces de reproducir sus demasías contra los papas. El cosechó lo que otros habían sembrado.» ...

En la línea 521
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Flimnap quiso hacer un regalo a su protegido. Del mismo modo que ella gustaba de contemplar a Gillespie a través de una lente de disminución, deseó que este emplease una lente de aumento para verla. ...

En la línea 550
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... De todas las maravillas que había visto en la República de los pigmeos, esta era la más asombrosa. Lamentó haber dejado dentro de la Galería, sobre su mesa, la lente de aumento regalo del profesor. ...

En la línea 563
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Abajo, en torno de las piernas del Hombre-Montaña, el desorden iba en aumento. Los jinetes eran escasos para contener la creciente muchedumbre de curiosos. Además hacían mayor la confusión muchas familias de la alta sociedad, que, al enterarse por los periódicos de un espectáculo tan inesperado, llegaban ansiosamente sobre sus rápidos vehículos. Estas gentes privilegiadas se iban colocando junto al coloso, sin que los oficiales de la policía se atreviesen a hacerles retroceder. ...

En la línea 658
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - Gentleman, -dijo-, tengo que darle una buena noticia. El Padre de los Maestros, que rara vez se digna visitar a los personajes más importantes de nuestra República, vendrá esta tarde a verle. No habla bien nuestro idioma y lo lee también con cierta vacilación; pero yo estaré presente para servir de traductor entre los dos. Quiso en el primer momento que la entrevista fuese en la Universidad, y para ello habría tenido usted que entrar en el edificio pasando una pierna por encima de los tejados, y después la segunda pierna, hasta quedar de pie en el patio central. Pero el arquitecto universitario se ha opuesto, temiendo por la integridad de los techos, que son algo viejos. Seguramente se habría llevado usted con sus rodillas algunos aleros, y en este momento la Universidad no está para nuevos gastos. Como Momaren es amigo del gobierno, el implacable Gurdilo se opone en el Senado a todo proyecto de aumento de nuestra subvención. Además, yo he demostrado al Padre de los Maestros que es mucho más cómodo subir en su litera hasta lo alto de esta mesa, donde podrá conversar con el Gentleman-Montaña horas enteras. También resulta mejor para usted que obligarle a permanecer encogido en un patio, sin atreverse a hacer el más leve movimiento por miedo a irrogar perjuicios costosos. ...

En la línea 2046
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Pronto había de salir de dudas. Cuando Maximiliano entró a almorzar, ya estaba Juan Pablo sentado a la mesa, y a poco llegó doña Lupe con una bandeja de huevos fritos y lonjas de jamón. Gozosa estaba aquel día la señora, porque Papitos se portaba bien, como siempre que había aumento de trabajo. «Es tan novelera esta mona—decía—, que cuando tenemos mucho que hacer parece que se multiplica. Lo que ella quiere es lucirse, y como vea ocasiones de lucimiento, es un oro. Cuando menos hay que hacer es cuando la pega. Me la traje a casa hecha una salvajita, y poco a poco le he ido quitando mañas. Era golosa, y siempre que iba a la tienda por algo, lo había de catar. ¿Creerás que se comía los fideos crudos?… La recogí de un basurero de Cuatro Caminos, hambrienta, cubierta de andrajos. Salía a pedir y por eso tenía todos los malos hábitos de la vagancia. Pero con mi sistema la voy enderezando. Porrazo va, porrazo viene, la verdad es que sacaré de ella una mujer en toda la extensión de la palabra». ...

En la línea 2378
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Mauricia creía que estaba ya bastante iluminada, porque la excitación encendía sus ideas dándole un cierto entusiasmo; y después de hacer un poco de ejercicio corporal colgándose de la reja, porque sus miembros apetecían estirarse, se puso a rezar con toda la devoción de que era capaz, luchando con las varias distracciones que llevaban su mente de un lado para otro, y por fin se quedó dormida sobre el duro lecho de tablas. Sacáronla del encierro al día siguiente temprano, y al punto se puso a trabajar en la cocina, sumisa, callada y desplegando maravillosas actividades. Después de cumplir una condena, lo que ocurría infaliblemente una vez cada treinta o cuarenta días, la mujer napoleónica estaba cohibida y como avergonzada entre sus compañeras, poniendo toda su atención en las obligaciones, demostrando un celo y obediencia que encantaban a las madres. Durante cuatro o cinco días desempeñaba sin embarazo ni fatiga la tarea de tres mujeres. Pasadas dos semanas, advertían que se iba cansando; ya no había en su trabajo aquella corrección y diligencia admirables; empezaban las omisiones, los olvidos, los descuidillos, y todo esto iba en aumento hasta que la repetición de las faltas anunciaba la proximidad de otro estallido. Con Fortunata volvió a intimar después de la escena violenta que he descrito, y juntas echaron largos párrafos en la cocina, mientras pelaban patatas o fregaban los peroles y cazuelas. Allí gozaban de cierta libertad, y estaban sin tocas y en traje de mecánica como las criadas de cualquier casa. ...

En la línea 738
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Cuando me planteé el problema de determinar el aumento de peso que había que dar al Nautilus para sumergirlo, no tuve que preocuparme más que de la reducción de volumen que sufre el agua del mar a medida que sus capas van haciéndose más profundas. ...

En la línea 740
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Ahora bien, si es cierto que el agua no es absolutamente incompresible, no lo es menos que es muy poco compresible. En efecto, según los cálculos más recientes, esta compresión no es más que de cuatrocientas treinta y seis diezmillonésimas por atmósfera, o lo que es lo mismo, por cada treinta pies de profundidad. Si quiero descender a mil metros, tendré que tener en cuenta la reducción del volumen bajo una presión equivalente a la de una columna de agua de mil metros, es decir, bajo una presión de cien atmósferas. Dicha reducción será en ese caso de cuatrocientas treinta y seis cienmilésimas. Consecuentemente, deberé aumentar el peso hasta mil quinientas trece toneladas y setenta y siete centésimas, en lugar de mil quinientas siete toneladas y dos décimas. El aumento no será, pues, más que de seis toneladas y cincuenta y siete centésimas. ...

En la línea 2002
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Un día, mientras estaba ocupado con mis libros y en compañía del señor Pocket, recibí una carta por correo, cuyo aspecto exterior me puso tembloroso, porque, a pesar de que no reconocí el carácter de letra del sobrescrito, adiviné qué mano la había trazado. No tenía encabezamiento alguno, como «Querido señor Pip», «Querido Pip», «Muy señor mío» o algo por el estilo, sino que empezaba así: «Iré a Londres pasado mañana, y llegaré en la diligencia del mediodía. Creo que se convino que usted saldría a recibirme. Por lo menos, ésta es la impresión de la señorita Havisham, y le escribo obedeciendo sus indicaciones. Ella le manda su saludo. Su afectísima, Estella.» De haber tenido tiempo, probablemente habría encargado varios trajes nuevos para semejante ocasión; pero como no lo tenía, me fue preciso contentarme con los que ya poseía. Perdí inmediatamente el apetito, y hasta que llegó el día solemne no gocé de descanso ni de tranquilidad. Pero su llegada no me trajo nada de eso, porque entonces estuve peor que nunca, y empecé a rondar el despacho de la diligencia de la calle Wood, Cheapside, antes de que el vehículo pudiera haber salido de E1 Jabalí Azul de nuestra ciudad. A pesar de que estaba perfectamente enterado de todo, no me atrevía a perder de vista el despacho por más de cinco minutos; y había ya pasado media hora, siguiendo esta conducta poco razonable, de la guardia de cuatro o cinco horas que me esperaba, cuando se presentó ante mí el señor Wemmick. - ¡Hola, señor Pip! - exclamó -. ¿Cómo está usted? Jamás me habría figurado que rondase usted por aquí. Le expliqué que esperaba a cierta persona que había de llegar en la diligencia, y luego le pregunté por su padre y por el castillo. - Ambos están muy bien, muchas gracias - dij o Wemmick-, y especialmente mi padre. Está muy bien. Pronto cumplirá los ochenta y dos años. Tenía la intención de disparar ochenta y dos cañonazos en tal día, pero temo que se quejarán los vecinos y que el cañón no pudiese resistir la presión. Sin embargo, ésta no es conversación propia de Londres. ¿Adónde se figura usted que voy ahora? - A su oficina - contesté, en vista de que, al parecer, iba en aquella dirección. - A otro lugar vecino - replicó Wemmick. - Voy a Newgate. En estos momentos estamos ocupados en un caso de robo en casa de un banquero, y vengo de visitar el lugar del suceso. Ahora he de ir a cambiar unas palabras con nuestro cliente. - ¿Fue su cliente el que cometió el robo? - pregunté. - ¡No, caramba! - contestó secamente Wemmick -. Pero le acusan de ello. Lo mismo nos podría suceder a usted o a mí. Cualquiera de los dos podría ser acusado de eso. - Lo más probable es que no nos acusen a ninguno de los dos - observé. - ¡Bien! - dijo Wemmick tocándome el pecho con el dedo índice -. Es usted muy listo, señor Pip. ¿Le gustaría hacer una visita a Newgate? ¿Tiene tiempo para eso? Tenía tanto tiempo disponible, que la proposición fue para mí un alivio, a pesar de que no se conciliaba con mi deseo latente de vigilar la oficina de la diligencia. Murmurando algunas palabras para advertirle que 124 iría a enterarme de si tenía tiempo para acompañarle, entré en la oficina y por el empleado averigüé con la mayor precisión y poniendo a prueba su paciencia el momento en que debía llegar la diligencia, en el supuesto de que no hubiese el menor retraso, cosa que yo conocía de antemano con tanta precisión como él mismo. Luego fui a reunirme con el señor Wemmick y, fingiendo sorpresa al consultar mi reloj, en vista de los datos obtenidos, acepté su oferta. En pocos minutos llegamos a Newgate y atravesando la casa del guarda, en cuyas paredes colgaban algunos grillos entre los reglamentos de la cárcel, penetramos en el recinto de ésta. En aquel tiempo, las cárceles estaban muy abandonadas y lejano aún el período de exagerada reacción, subsiguiente a todos los errores públicos, que, en suma, es su mayor y más largo castigo. Así, los criminales no estaban mejor alojados y alimentados que los soldados (eso sin hablar de los pobres), y rara vez incendiaban sus cárceles con la comprensible excusa de mejorar el olor de su sopa. Cuando Wemmick y yo llegamos allí, era la hora de visita; un tabernero hacía sus rondas llevando cerveza que le compraban los presos a través de las rejas. Los encarcelados hablaban con los amigos que habían ido a visitarlos, y la escena era sucia, desagradable, desordenada y deprimente. Me sorprendió ver que Wemmick circulaba por entre los presos como un jardinero por entre sus plantas. Se me ocurrió esta idea al observar que miraba a un tallo crecido durante la noche anterior y le decía: - ¡Cómo, capitán Tom! ¿Está usted aquí? ¿De veras? - Luego añadió -: ¿Está Pico Negro detrás de la cisterna? Durante los dos meses últimos no le esperaba a usted. ¿Cómo se encuentra? Luego se detenía ante las rejas y escuchaba con la mayor atención las ansiosas palabras que murmuraban los presos, siempre aisladamente. Wemmick, con la boca parecida a un buzón, inmóvil durante la conferencia, miraba a sus interlocutores como si se fijara en los adelantos que habían hecho desde la última vez que los observó y calculase la época en que florecían, con ocasión de ser juzgados. Era muy popular, y observé que corría a su cargo el departamento familiar de los negocios del señor Jaggers, aunque algo de la condición de éste parecía rodearle, impidiendo la aproximación más allá de ciertos límites. Expresaba su reconocimiento de cada cliente sucesivo por medio de un movimiento de la cabeza y por el modo de ajustarse más cómodamente el sombrero con ambas manos. Luego cerraba un poco el buzón y se metía las manos en los bolsillos. En uno o dos casos se originó una dificultad con referencia al aumento de los honorarios, y entonces Wemmick, retirándose cuanto le era posible de la insuficiente cantidad de dinero que le ofrecían, replicaba: - Es inútil, amigo. Yo no soy más que un subordinado. No puedo tomar eso. Haga el favor de no tratar así a un subordinado. Si no puede usted reunir la cantidad debida, amigo, es mejor que se dirija a un principal; en la profesión hay muchos principales, según ya sabe, y lo que no basta para uno puede ser suficiente para otro; ésta es mi recomendación, hablando como subordinado. No se esfuerce en hablar en vano. ¿Para qué? ¿A quién le toca ahora? Así atravesamos el invernáculo de Wemmick, hasta que él se volvió hacia mí, diciéndome: - Fíjese en el hombre a quien voy a dar la mano. Lo habría hecho aun sin esta advertencia, porque hasta entonces no había dado la mano a nadie. Tan pronto como acabó de hablar, un hombre de aspecto majestuoso y muy erguido (a quien me parece ver cuando escribo estas líneas), que llevaba una chaqueta usada de color de aceituna y cuyo rostro estaba cubierto de extraña palidez que se extendía sobre el rojo de su cutis, en tanto que los ojos le bailaban de un lado a otro, aun cuando se esforzaba en prestarles fijeza, se acercó a una esquina de la reja y se llevó la mano al sombrero, cubierto de una capa grasa, como si fuese caldo helado, haciendo un saludo militar algo jocoso. -Buenos días, coronel - dijo Wemmick -. ¿Cómo está usted, coronel? - Muy bien, señor Wemmick. - Se hizo todo lo que fue posible, pero las pruebas eran abrumadoras, coronel. - Sí, eran tremendas. Pero no importa. - No, no - replicó fríamente Wemmick, - a usted no le importa. - Luego, volviéndose hacia mí, me dijo -: Este hombre sirvió a Su Majestad. Estuvo en la guerra y compró su licencia. - ¿De veras? - pregunté. Aquel hombre clavó en mí sus ojos y luego miró alrededor de mí. Hecho esto, se pasó la mano por los labios y se echó a reír. - Me parece, caballero, que el lunes próximo ya no tendré ninguna preocupación - dijo a Wemmick. - Es posible - replicó mi amigo, - pero no se sabe nada exactamente. - Me satisface mucho tener la oportunidad de despedirme de usted, señor Wemmick-dijo el preso sacando la mano por entre los hierros de la reja. 125 - Muchas gracias - contestó Wemmick estrechándosela -. Lo mismo digo, coronel. - Si lo que llevaba conmigo cuando me prendieron hubiese sido legítimo, señor Wemmick - dijo el preso, poco inclinado, al parecer, a soltar la mano de mi amigo, - entonces le habría rogado el favor de llevar otra sortija como prueba de gratitud por sus atenciones. - Le doy las gracias por la intención - contestó Wemmick -. Y, ahora que recuerdo, me parece que usted era aficionado a criar palomas de raza. - El preso miró hacia el cielo. - Tengo entendido que poseía usted una cría muy notable de palomas mensajeras. ¿No podría encargar a alguno de sus amigos que me llevase un par a mi casa, siempre en el supuesto de que no pueda usted utilizarlas de otro modo? - Así se hará, caballero. - Muy bien - dijo Wemmick. - Las cuidaré perfectamente. Buenas tardes, coronel. - ¡Adiós! Se estrecharon nuevamente las manos, y cuando nos alejábamos, Wemmick me dijo: - Es un monedero falso y un obrero habilísimo. Hoy comunicarán la sentencia al jefe de la prisión, y con toda seguridad será ejecutado el lunes. Sin embargo, como usted ve, un par de palomas es algo de valor y fácilmente transportable. Dicho esto, miró hacia atrás a hizo una seña, moviendo la cabeza, a aquella planta suya que estaba a punto de morir, y luego miró alrededor, mientras salíamos de la prisión, como si estuviese reflexionando qué otro tiesto podría poner en el mismo lugar. Cuando salimos de la cárcel atravesando la portería, observé que hasta los mismos carceleros no concedían menor importancia a mi tutor que los propios presos de cuyos asuntos se encargaba. - Oiga, señor Wemmick - dijo el carcelero que nos acompañaba, en el momento en que estábamos entre dos puertas claveteadas, una de las cuales cerró cuidadosamente antes de abrir la otra -. ¿Qué va a hacer el señor Jaggers con este asesino de Waterside? ¿Va a considerar el asunto como homicidio o de otra manera? - ¿Por qué no se lo pregunta usted a él? - replicó Wemmick. - ¡Oh, pronto lo dice usted! - replicó el carcelero. - Así son todos aquí, señor Pip - observó Wemmick volviéndose hacia mí mientras se abría el buzón de su boca. - No tienen reparo alguno en preguntarme a mí, el subordinado, pero nunca les sorprenderá usted dirigiendo pregunta alguna a mi principal. - ¿Acaso este joven caballero es uno de los aprendices de su oficina? - preguntó el carcelero haciendo una mueca al oír la expresión del señor Wemmick. - ¿Ya vuelve usted? - exclamó Wemmick. - Ya se lo dije - añadió volviéndose a mí. - Antes de que la primera pregunta haya podido ser contestada, ya me hace otra. ¿Y qué? Supongamos que el señor Pip pertenece a nuestra oficina. ¿Qué hay con eso? - Pues que, en tal caso - replicó el carcelero haciendo otra mueca, - ya sabrá cómo es el señor Jaggers. - ¡ Vaya! - exclamó Wemmick dando un golpecito en son de broma al carcelero. - Cuando se ve usted ante mi principal se queda tan mudo como sus propias llaves. Déjenos salir, viejo zorro, o, de lo contrario, haré que presente una denuncia contra usted por detención ilegal. E1 carcelero se echó a reír, nos dio los buenos días y se quedó riéndose a través del ventanillo, hasta que llegamos a los escalones de la calle. - Mire usted, señor Pip - dijo Wemmick con acento grave y tomándome confidencialmente el brazo para hablarme al oído-. Lo mejor que hace el señor Jaggers es no descender nunca de la alta situación en que se ha colocado. Este coronel no se atreve a despedirse de él, como tampoco el carcelero a preguntarle sus intenciones con respecto a un caso cualquiera. Así, sin descender de la altura en que se halla, hace salir a su subordinado. ¿Comprende usted? Y de este modo se apodera del cuerpo y del alma de todos. Yo me quedé muy impresionado, y no por vez primera, acerca de la sutileza de mi tutor. Y, para confesar la verdad, deseé de todo corazón, y tampoco por vez primera, haber tenido otro tutor de inteligencia y de habilidades más corrientes. El señor Wemmick y yo nos despedimos ante la oficina de Little Britain, en donde estaban congregados, como de costumbre, varios solicitantes que esperaban ver al señor Jaggers; yo volví a mi guardia ante la oficina de la diligencia, teniendo por delante tres horas por lo menos. Pasé todo este tiempo reflexionando en lo extraño que resultaba el hecho de que siempre tuviera que relacionarse con mi vida la cárcel y el crimen; que en mi infancia, y en nuestros solitarios marjales, me vi ante el crimen por primera vez en mi vida, y que reapareció en otras dos ocasiones, presentándose como una mancha que se hubiese debilitado, pero no desaparecido del todo; que tal vez de igual modo iba a impedirme la fortuna y hasta el mismo porvenir. Mientras así estaba reflexionando, pensé en la hermosa y joven Estella, orgullosa y refinada, que venía hacia mí, y con el mayor aborrecimiento me fijé en el contraste que había entre la prisión ,y ella 126 misma. Deseé entonces que Wemmick no me hubiese encontrado, o que yo no hubiera estado dispuesto a acompañarle, para que aquel día, entre todos los del año, no me rodeara la influencia de Newgate en mi aliento y en mi traje. Mientras iba de un lado a otro me sacudí el polvo de la prisión, que había quedado en mis pies, y también me cepillé con la mano el traje y hasta me esforcé en vaciar por completo mis pulmones. Tan contaminado me sentía al recordar quién estaba a punto de llegar, que cuando la diligencia apareció por fin, aún no me veía libre de la mancilla del invernáculo del señor Wemmick. Entonces vi asomar a una ventanilla de la diligencia el rostro de Estella, la cual, inmediatamente, me saludó con la mano. ¿Qué sería aquella indescriptible sombra que de nuevo pasó por mi imaginación en aquel instante? ...

En la línea 2010
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Herbert y yo íbamos de mal en peor por lo que se refiere al aumento de nuestras deudas. De vez en cuando examinábamos nuestros asuntos, dejábamos márgenes y hacíamos otros arreglos igualmente ejemplares. Pasó el tiempo tanto si nos gustaba como si no, según tiene por costumbre, y yo llegué a mi mayoría de edad, cumpliéndose la predicción de Herbert de que me ocurriría eso antes de darme cuenta. También Herbert había llegado ya a su mayoría de edad, ocho meses antes que yo. Y como en tal ocasión no ocurrió otra cosa, aquel acontecimiento no causó una sensación profunda en la Posada de Barnard. Pero, en cambio, esperábamos ambos mi vigesimoprimer aniversario con la mayor ansiedad y forjándonos toda suerte de esperanzas, porque los dos teníamos la seguridad de que mi tutor no podría dejar de decirme algo preciso en aquella ocasión. Tuve el mayor cuidado de avisar en Little Britain el día de mi cumpleaños. El anterior a esta fecha recibí un aviso oficial de Wemmick comunicándome que el señor Jaggers tendría el mayor gusto en recibirme a las cinco de la tarde aquel señalado día. Esto nos convenció de que iba a ocurrir algo importante, y yo estaba muy emocionado cuando acudí a la oficina de mi tutor con ejemplar puntualidad. En el despacho exterior, Wemmick me felicitó e, incidentalmente, se frotó un lado de la nariz con un paquetito de papel de seda, cuyo aspecto me gustó bastante. Pero nada dijo con respecto a él, y con una seña me indicó la conveniencia de entrar en el despacho de mi tutor. Corría el mes de noviembre, y el señor Jaggers estaba ante el fuego, apoyando la espalda en la chimenea, con las manos debajo de los faldones de la levita. - Bien, Pip – dijo. - Hoy he de llamarle señor Pip. Le felicito, señor Pip. Nos estrechamos la mano, y he de hacer notar que él lo hacía siempre con mucha rapidez. Luego le di las gracias. -Tome una silla, señor Pip - dijo mi tutor. Mientras yo me sentaba, él conservó su actitud a inclinó el ceño hacia sus botas, lo cual me pareció una desventaja por mi parte, recordándome la ocasión en que me vi tendido sobre una losa sepulcral. Las dos espantosas mascarillas no estaban lejos de mi interlocutor, y su expresión era como si ambas hiciesen una tentativa estúpida y propia de un apoplético para intervenir en la conversación. - Ahora, joven amigo - empezó diciendo mi tutor como si yo fuese un testigo ante el tribunal, - voy a decirle una o dos palabras. - Como usted guste, caballero. - Dígame ante todo - continuó el señor Jaggers, inclinándose hacia delante para mirar al suelo y levantando luego la cabeza para contemplar el techo, - dígame si tiene idea de la cantidad que se le ha señalado anualmente para vivir. - ¿De la cantidad… ? - Sí - repitió el señor Jaggers sin apartar la mirada del techo, - si tiene idea de la cantidad anual que se le ha señalado para vivir. Dicho esto, miró alrededor de la estancia y se detuvo, teniendo en la mano su pañuelo de bolsillo, a medio camino de su nariz. Yo había examinado mis asuntos con tanta frecuencia, que había llegado a destruir la más ligera noción que hubiese podido tener acerca de la pregunta que se me hacía. Tímidamente me confesé incapaz de contestarla, y ello pareció complacer al señor Jaggers, que replicó: - Ya me lo figuraba. Y se sonó ruidosamente, con la mayor satisfacción. - Yo le he dirigido una pregunta, amigo mío - continuó el señor Jaggers. - ¿Tiene usted algo que preguntarme ahora a mí? - Desde luego, me sería muy agradable dirigirle algunas preguntas, caballero; pero recuerdo su prohibición. - Hágame una - replicó el señor Jaggers. - ¿Acaso hoy se dará a conocer mi bienhechor? - No. Pregunte otra cosa. - ¿Se me hará pronto esta confidencia? - Deje usted eso por el momento - dijo el señor Jaggers - y haga otra pregunta. Miré alrededor de mí, mas, en apariencia, no había modo de eludir la situación. - ¿Acaso… acaso he de recibir algo, caballero? A1 oír mis palabras, el señor Jaggers exclamó triunfante: - Ya me figuraba que acabaríamos en eso. Llamó a Wemmick para que le entregase aquel paquetito de papel. El llamado apareció, lo dejó en sus manos y se marchó. -Ahora, señor Pip, hágame el favor de fijarse. Sin que se le haya puesto ningún obstáculo, ha ido usted pidiéndome las cantidades que le ha parecido bien. Su nombre figura con mucha frecuencia en el libro de caja de Wemmick. A pesar de ello, estoy persuadido de que tiene usted muchas deudas. - No tengo más remedio que confesarlo, caballero. - No le pregunto cuánto debe, porque estoy convencido de que lo ignora; y si no lo ignorase, tampoco me lo diría. La cantidad que confesara estaría siempre por debajo de la realidad. Sí, sí, amigo-exclamó el señor Jaggers accionando con su dedo índice para hacerme callar, al advertir que yo me disponía a hacer una ligera protesta. - No hay duda de que usted se figura que no lo haría, pero yo estoy seguro de lo contrario. Supongo que me dispensará, pero conozco mejor estas cosas que usted mismo. Ahora tome usted este paquetito. ¿Lo tiene ya? Muy bien. Ábralo y dígame qué hay dentro. - Es un billete de Banco - dije - de quinientas libras esterlinas. - Es un billete de Banco - repitió el señor Jaggers -de quinientas libras esterlinas. Me parece una bonita suma. ¿Lo cree usted también? - ¿Cómo puedo considerarlo de otro modo? - ¡Ya! Pero conteste usted a la pregunta - dijo el señor Jaggers. -Sin duda. - De modo que usted, sin duda, considera que eso es una bonita suma. Ahora, Pip, esa bonita suma de dinero es de usted. Es un regalo que se le hace en este día, como demostración de que se realizarán sus esperanzas. Y a tenor de esta bonita suma de dinero cada año, y no mayor, en manera alguna, tendrá que vivir hasta que aparezca el donador de todo. Es decir, que tomará a su cargo sus propios asuntos de dinero, y cada trimestre cobrará usted en Wemmick ciento veinticinco libras, hasta que esté en comunicación con el origen de todo esto, no con el agente, que soy yo. Yo cumplo mis instrucciones y me pagan por ello. Todo eso me parece poco juicioso, pero no me pagan por expresar mi opinión acerca de sus méritos. Yo empezaba a expresar mi gratitud hacia mi bienhechor por la liberalidad con que me trataba, cuando el señor Jaggers me interrumpió. - No me pagan, Pip - dijo -, para transmitir sus palabras a persona alguna. Dicho esto, se levantó los faldones de la levita y se quedó mirando, ceñudo, a sus botas, como si sospechara que éstas abrigaban algún mal designio hacia él. Después de una pausa, indiqué: - Hemos hablado de un asunto, señor Jaggers, que usted me aconsejó abandonar por un momento. Espero no hacer nada malo al preguntarle acerca de ello. - ¿Qué era eso? - dijo. Podía haber estado seguro de que jamás me ayudaría a averiguar lo que me interesaba, de modo que tuve que hacer de nuevo la pregunta, como si no la hubiese formulado anteriormente. - ¿Cree usted posible - dije después de vacilar un momento - que mi bienhechor, de quien usted me ha hablado, dentro de breve tiempo… ? - y al decir esto me interrumpí delicadamente. - ¿Dentro de breve tiempo? - repitió el señor Jaggers. - Hasta ahora, la pregunta queda incompleta. - Deseo saber si, dentro de breve tiempo, vendrá a Londres - dije después de buscar con cuidado las palabras convenientes, - o si, por el contrario, me llamará para que vaya a algún sitio determinado. - Pues bien - replicó el señor Jaggers mirándome por vez primera con sus oscuros y atentos ojos. - Deberemos recordar la primera ocasión en que nos vimos en su mismo pueblo. ¿Qué le dije entonces, Pip? -Me dijo usted, señor Jaggers, que tal vez pasarían años enteros antes de que apareciese esa persona. - Precisamente - dijo el señor Jaggers - ésa es la respuesta que también doy ahora. ...

En la línea 570
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Su terror iba en aumento, sobre todo después de aquel segundo crimen que no había proyectado, y sólo pensaba en huir. Si en aquel momento hubiese sido capaz de ver las cosas más claramente, de advertir las dificultades, el horror y lo absurdo de su situación; si hubiese sido capaz de prever los obstáculos que tenía que salvar y los crímenes que aún habría podido cometer para salir de aquella casa y volver a la suya, acaso habría renunciado a la lucha y se habría entregado, pero no por cobardía, sino por el horror que le inspiraban sus crímenes. Esta sensación de horror aumentaba por momentos. Por nada del mundo habría vuelto al lado del arca, y ni siquiera a las dos habitaciones interiores. ...

En la línea 1339
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Los detalles, no, pero este asunto me interesa por la cuestión general que plantea. Dejemos a un lado el aumento incesante de la criminalidad durante los últimos cinco años en las clases bajas. No hablemos tampoco de la sucesión ininterrumpida de incendios provocados y actos de pillaje. Lo que me asombra es que la criminalidad crezca de modo parecido en las clases superiores. Un día nos enteramos de que un ex estudiante ha asaltado el coche de correos en la carretera. Otro, que hombres cuya posición los sitúa en las altas esferas fabrican moneda falsa. En Moscú se descubre una banda de falsificadores de billetes de la lotería, uno de cuyos jefes era un profesor de historia universal. Además, se da muerte a un secretario de embajada por una oscura cuestión de dinero… Si la vieja usurera ha sido asesinada por un hombre de la clase media (los mujiks no tienen el hábito de empeñar joyas), ¿cómo explicar este relajamiento moral en la clase más culta de nuestra ciudad? ...

En la línea 1594
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... En vez de contestarle, Raskolnikof se levantó, pasó al vestíbulo y empezó a tirar del cordón de la campanilla. Era la misma; la reconoció por su sonido de hojalata. Tiró del cordón otra vez, y otra, aguzó el oído mientras trataba de recordar. La atroz impresión recibida el día del crimen volvió a él con intensidad creciente. Se estremecía cada vez que tiraba del cordón, y hallaba en ello un placer cuya violencia iba en aumento. ...

En la línea 3118
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... La tensión nerviosa de Raskolnikof iba en aumento. La cabeza empezaba a darle vueltas. ...

En la línea 725
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Devoró la injuria Pilar, como devoraría en tales circunstancias otra más fuerte aún, y sólo pensó en el elegante viaje que con tanto lucimiento coronaba sus expediciones veraniegas. Gonzalvo padre, que amén de la jubilación no carecía de bienes, aflojó los cordones de la bolsa, no sin recomendar la parsimonia y economía a su hija: en los asuntos de Perico no se metía nunca, pasábale una pensión mensual, y hacía como si no viese que Perico, recibiendo como uno, gastaba como diez, la daba de príncipe y jamás pedía aumento de sueldo. ...

En la línea 917
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Prefería Miranda el salón de lectura, donde hallaba cantidad de periódicos españoles, incluso el órgano de Colmenar, que leía dándose tono de hombre político. A Perico se le encontraba con más frecuencia en otro departamento tétrico como una espelunca, las paredes color de avellana tostada, los cortinajes gris sucio con franjas rojas, donde una hilera de bancos de gutapercha moteada hacía frente a otra hilera de mesas, cubiertas con el sacramental, melodramático y resobadísimo tapete verde. Así como la marea al retirarse va dejando en la playa orlas paralelas de algas, así se advertían en los respaldos de los bancos de gutapercha roja series de capas de mugre, depositadas por la cabeza y espaldas de los jugadores, señales que iban en aumento desde el primer banco hasta el último, conforme se ascendía del inofensivo piquet al vertiginoso écarté, porque la hilera empezaba en el juego de sociedad, acabando en el de azar. Los bancos de la entrada estaban limpios, en comparación de los del fondo. Aquella pieza donde tan nefando culto se tributaba a la Ninfa de las aguas fue testigo de hartas proezas de Perico, que, por su semejanza con todas las de la misma laya, no merecen narrarse. Ni menos requiere ser descrito el espectáculo, caro a los novelistas, de las febriles peripecias que en torno de las mesas se sucedían. Tiene el juego en Vichy algo de la higiénica elegancia del pueblo todo, cuyos habitantes se complacen en repetir que en su villa nadie se levantó la tapa de los sesos por cuestión del tapete verde, como sucede en Mónaco a cada paso; de suerte que no se presta la sala del Casino a descripciones del género dramático espeluznante; allí el que pierde se mete las manos en los bolsillos, y sale mejor o peor humorado, según es de nervioso o linfático temperamento, pero convencido de la legalidad de su desplume, que le garantizan agentes de la Autoridad y comisionados de la Compañía arrendataria, presentes siempre para evitar fraudes, quimeras y otros lances, propios solamente de garitos de baja estofa, no de aquellas olímpicas regiones en que se talla calzados los guantes. Es de advertir que Perico, aun siendo de los que más ayudaban a engrasar y bruñir con la pomada de su pelo y el frote de sus lomos los bancos de gutapercha, no realizaba el tipo clásico del jugador que anda en estampas y aleluyas morales y edificantes. Cuando perdía, no le ocurrió jamás tirarse de los cabellos, blasfemar ni enseñar los puños a la bóveda celeste. Eso sí, él tomaba cuantas precauciones caben, a fin de no perder. Análogo es el juego a la guerra: dícese de ambos que los decide la suerte y el destino; pero harto saben los estratégicos consumados que una combinación a la vez instintiva y profunda, analítica y sintética, suele traerles atada de manos y pies la victoria. En una y otra lucha hay errores fatales de cálculo que en un segundo conducen al abismo, y en una y otra, si vencen de ordinario los hábiles, en ocasiones los osados lo arrollan todo y a su vez triunfan. Perico poseía a fondo la ciencia del juego, y además observaba atentamente el carácter de sus adversarios, método que rara vez deja de producir resultados felices. Hay personas que al jugar se enojan o aturden, y obran conforme al estado del ánimo, de tal manera, que es fácil sorprenderlas y dominarlas. Quizá la quisicosa indefinible que llaman vena, racha o cuarto de hora no es sino la superioridad de un hombre sereno y lúcido sobre muchos ebrios de emoción. En resumen: Perico, que tenía movimientos vivos y locuacidad inagotable, pero de hielo la cabeza, de tal suerte entendió las marchas y contramarchas, retiradas y avances de la empeñada acción que todos los días se libraba en el Casino, que después de varias fortunitas chicas, vino a caerle un fortunón, en forma de un mediano legajo de billetes de a mil francos, que se guardó apaciblemente en el bolsillo del chaleco, saliendo de allí con su paso y fisonomía de costumbre, y dejando al perdidoso dado a reflexionar en lo efímero de los bienes terrenales. Aconteció esto al otro día de aquel en que Lucía manifestara a Pilar tal interés por la salud de la madre de Artegui. Era Perico naturalmente desprendido, a menos que careciese de oro para sus diversiones, que entonces escatimaría un maravedí, y avisando a Pilar que estaba en el salón de Damas, reuniose con ella en la azotea, y le dijo dándole el brazo: ...

En la línea 1080
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Aquella tarde Lucía bajó como de costumbre al jardín. Pero era tal el cansancio que sentían sus miembros y su espíritu, que recostando en el tronco del plátano la cabeza, quedose dormida. Empezó presto a soñar: y es lo raro del caso que no soñaba hallarse en lugar alguno nuevo ni desconocido, sino en el mismo sitio, en el jardinete; únicamente las caprichosas representaciones del sueño se lo convirtieron de chico y estrecho en enorme. Era el propio jardín, pero visto al través de una colosal lente de aumento. No se distinguía la verja sino a distancia fabulosa, como una hilera de puntos brillantes, allá en el horizonte; y tal aumento de proporciones acrecentaba la tristeza del mezquino jardín, haciéndolo parecer más bien seco y agostado erial. Recorriéndolo, fijaba Lucía la vista en la fachada correspondiente a la casa de Artegui, de una de cuyas ventanas salía una mano pálida que le hacía señas. ¿Era mano de hombre o de mujer? ¿era de vivo, o de cadáver? Lucía lo ignoraba; pero los misteriosos llamamientos de aquella diestra desconocida la atraían cada vez más, y corriendo, corriendo, trataba de acercarse a la casa; pero el erial se prolongaba, detrás de unas calles de arena venían otras, y después de andar horas y horas aún veía delante de sí larguísima hilera de plátanos entecos, cuyo fin no se divisaba, y la casa de Artegui más lejana que nunca. Y la mano hacía señas impacientes y furiosas, semejante a diestra de epiléptico que se agita en el aire: sus cinco dedos eran aspas incesantes en girar, y Lucía, desalentada, jadeante, iba a escape, y a cada plátano sucedía otro, y la casa lejos… lejos… «¡Necia de mi!» exclamaba al fin; «ya que corriendo no llego nunca… volaré.» Dicho y hecho: como se vuela tan aína en sueños, Lucía se empinaba y… ¡pim! al aire de un brinco. ¡Oh placer! ¡oh gloria! el erial quedaba debajo; surcaba la región ambiente, pura, serena, azul, y ya la casa no estaba lejos, y ya se acababan los eternos plátanos, y ya distinguía el cuerpo dueño de la mano… era un cuerpo esbelto sin delgadez, dignamente rematado por una cabeza varonil y melancólica… pero que entonces se sonreía cariñosamente, con expansión infinita… ¡Cómo volaba Lucía! ¡cómo respiraba a placer en la atmósfera serena! ánimo, poco falta… Lucía escuchaba el batir de sus propias alas, porque tenía alas; y el regalado frescor de las plumas le refrigeraba el corazón… Ya estaba cerca de la ventana… ...

En la línea 1080
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Aquella tarde Lucía bajó como de costumbre al jardín. Pero era tal el cansancio que sentían sus miembros y su espíritu, que recostando en el tronco del plátano la cabeza, quedose dormida. Empezó presto a soñar: y es lo raro del caso que no soñaba hallarse en lugar alguno nuevo ni desconocido, sino en el mismo sitio, en el jardinete; únicamente las caprichosas representaciones del sueño se lo convirtieron de chico y estrecho en enorme. Era el propio jardín, pero visto al través de una colosal lente de aumento. No se distinguía la verja sino a distancia fabulosa, como una hilera de puntos brillantes, allá en el horizonte; y tal aumento de proporciones acrecentaba la tristeza del mezquino jardín, haciéndolo parecer más bien seco y agostado erial. Recorriéndolo, fijaba Lucía la vista en la fachada correspondiente a la casa de Artegui, de una de cuyas ventanas salía una mano pálida que le hacía señas. ¿Era mano de hombre o de mujer? ¿era de vivo, o de cadáver? Lucía lo ignoraba; pero los misteriosos llamamientos de aquella diestra desconocida la atraían cada vez más, y corriendo, corriendo, trataba de acercarse a la casa; pero el erial se prolongaba, detrás de unas calles de arena venían otras, y después de andar horas y horas aún veía delante de sí larguísima hilera de plátanos entecos, cuyo fin no se divisaba, y la casa de Artegui más lejana que nunca. Y la mano hacía señas impacientes y furiosas, semejante a diestra de epiléptico que se agita en el aire: sus cinco dedos eran aspas incesantes en girar, y Lucía, desalentada, jadeante, iba a escape, y a cada plátano sucedía otro, y la casa lejos… lejos… «¡Necia de mi!» exclamaba al fin; «ya que corriendo no llego nunca… volaré.» Dicho y hecho: como se vuela tan aína en sueños, Lucía se empinaba y… ¡pim! al aire de un brinco. ¡Oh placer! ¡oh gloria! el erial quedaba debajo; surcaba la región ambiente, pura, serena, azul, y ya la casa no estaba lejos, y ya se acababan los eternos plátanos, y ya distinguía el cuerpo dueño de la mano… era un cuerpo esbelto sin delgadez, dignamente rematado por una cabeza varonil y melancólica… pero que entonces se sonreía cariñosamente, con expansión infinita… ¡Cómo volaba Lucía! ¡cómo respiraba a placer en la atmósfera serena! ánimo, poco falta… Lucía escuchaba el batir de sus propias alas, porque tenía alas; y el regalado frescor de las plumas le refrigeraba el corazón… Ya estaba cerca de la ventana… ...

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