Cómo se escribe.org.es

La palabra contento
Cómo se escribe

la palabra contento

La palabra Contento ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
El Señor de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Sandokán: Los tigres de Mompracem de Emilio Salgàri
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
La llamada de la selva de Jack London
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece contento.

Estadisticas de la palabra contento

Contento es una de las 25000 palabras más comunes del castellano según la RAE, en el puesto 5129 según la RAE.

Contento aparece de media 17.72 veces en cada libro en castellano.

Esta es una clasificación de la RAE que se basa en la frecuencia de aparición de la contento en las obras de referencia de la RAE contandose 2694 apariciones .

Errores Ortográficos típicos con la palabra Contento

Cómo se escribe contento o sontento?


la Ortografía es divertida

Algunas Frases de libros en las que aparece contento

La palabra contento puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 256
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... y el viejo, que lo citaba como modelo a los otros arrendatarios, cuando estaba frente a él extremaba su crueldad, se mostraba más exigente, excitado por la mansedumbre del labrador, contento de encontrar un hombre en el que podía saciar sin miedo sus instintos de opresión y de rapiña. ...

En la línea 630
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Una tarde volvió Batiste de Valencia muy contento del resultado de su viaje. ...

En la línea 1086
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Su padre, contento de haber librado su cosecha, limitóse a mirarla varias veces con el entrecejo fruncido. ...

En la línea 1199
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y rara vez quedaba contento de las contestaciones. ...

En la línea 142
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --Ya sabes mi resolución, Fermín--dijo Dupont antes de entrar en la oficina.--Te quiero por tu familia y porque casi hemos sido compañeros de infancia. Además, eres como un hermano de mi primo Luis. Pero ya me conoces; Dios sobre todo: por él soy capaz de abandonar a mi familia. Si no estás contento en mi casa, habla; si te parece escaso el sueldo, dilo. Contigo no regateo, porque me eres simpático a pesar de tus necedades. Pero no me faltes el domingo a la misa de la casa: aléjate del chiflado de Salvatierra y todos los perdidos que se juntan con él. Y si no haces esto, nos veremos las caras, ¿sabes, Fermín? Tú y yo acabaremos mal. ...

En la línea 683
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Te quiero porque has padecío mucho pa ganarte la vida, ¡pobrecito mío!, porque te vi casi muerto en aquella noche, y entonces adiviné que te llevaba dentro del corazón. Además, mereces que te quiera por bueno y por honrao: porque viviendo como un perdío entre mujeres y matones, siempre de juerga, expuesto a perder la piel con cada onza que ganabas, pensaste en mí, y para no dar más pesares a tu nena quisiste ser pobre y trabajar. Y yo te premiaré too lo que has hecho, queriéndote mucho, ¡pero mucho! Seré tu mare, y tu jembra, y too lo que haya que ser pa que vivas contento y feliz. ...

En la línea 1163
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --¿Eres tú, ladrón? ¡Ya estarás contento, aperaor farso! ¡Mira ahí a la pobresita que has matao! Rafael contestó de mal talante. ...

En la línea 1474
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --Está bien, hombre: se hará lo que se pueda, pero no llores más, ni sueltes esas oraciones, que pareces don Pablo, mi principal, cuando le hablan de Dios. Veré a Mariquita: le hablaré de ti: le diré a la muy indina lo que merece. ¿Qué; estás ya contento?... ...

En la línea 2581
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Y el ejército no estará demasiado contento, puedo responder de ello, de estar expuesto a tratos rigurosos por asuntos de policía. ...

En la línea 2754
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Elrey, todo contento, se informó de si el cardenal estaba aún en el Louvre. ...

En la línea 3142
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Entonces, ¿el cardenal estará contento conmigo? -No lo dudo. ...

En la línea 3262
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... ¡Estaba tan contento de volverla a ver! Yo no podía creer que arriesgase su libertad por mí, y sin embargo, ¿por qué causa habrá vuelto a Paris?-Por la causa que hoy nos hace ir a Inglaterra. ...

En la línea 504
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Nuestra conversación versó sobre literatura y política, y mi conocimiento de las obras de los escritores más famosos de Portugal fué acogido con sorpresa y contento; nada tan halagüeño para un portugués como observar que un extranjero se interesa por su literatura nacional, de la que, en muchos respectos, se enorgullece con justicia. ...

En la línea 601
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Ya le había yo dicho a don Jerónimo mi calidad y mis propósitos; y al manifestarle ahora mi contento por los planes que abrigaba, le rogué con las más vivas instancias que usase de su valimiento para que la educación dada a los muchachos tuviera por base el conocimiento de las Escrituras, y añadí que la mitad de las Biblias y Testamentos llevados por mí a Evora la ponía gustoso a su disposición. ...

En la línea 791
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... En verdad, este contento se aminora mucho al considerar que aquí nada hay digno de la atención del viajero; nada notable hay en esta casa, salvo, quizás, su organización: yo iré explicándosela a usted en el curso de nuestra visita. ...

En la línea 1210
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Al cabo, los gitanos me ofrecen treinta _reals_ por él; y después de regatear mucho, me doy por contento vendiéndoselo en dos duros. ...

En la línea 24
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... -Porque, ¿cómo queréis vos que no me tenga confuso el qué dirá el antiguo legislador que llaman vulgo cuando vea que, al cabo de tantos años como ha que duermo en el silencio del olvido, salgo ahora, con todos mis años a cuestas, con una leyenda seca como un esparto, ajena de invención, menguada de estilo, pobre de concetos y falta de toda erudición y doctrina; sin acotaciones en las márgenes y sin anotaciones en el fin del libro, como veo que están otros libros, aunque sean fabulosos y profanos, tan llenos de sentencias de Aristóteles, de Platón y de toda la caterva de filósofos, que admiran a los leyentes y tienen a sus autores por hombres leídos, eruditos y elocuentes? ¡Pues qué, cuando citan la Divina Escritura! No dirán sino que son unos santos Tomases y otros doctores de la Iglesia; guardando en esto un decoro tan ingenioso, que en un renglón han pintado un enamorado destraído y en otro hacen un sermoncico cristiano, que es un contento y un regalo oílle o leelle. ...

En la línea 128
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y así, sin dar parte a persona alguna de su intención, y sin que nadie le viese, una mañana, antes del día, que era uno de los calurosos del mes de julio, se armó de todas sus armas, subió sobre Rocinante, puesta su mal compuesta celada, embrazó su adarga, tomó su lanza, y, por la puerta falsa de un corral, salió al campo con grandísimo contento y alborozo de ver con cuánta facilidad había dado principio a su buen deseo. ...

En la línea 145
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... En esto, sucedió acaso que un porquero que andaba recogiendo de unos rastrojos una manada de puercos -que, sin perdón, así se llaman- tocó un cuerno, a cuya señal ellos se recogen, y al instante se le representó a don Quijote lo que deseaba, que era que algún enano hacía señal de su venida; y así, con estraño contento, llegó a la venta y a las damas, las cuales, como vieron venir un hombre de aquella suerte, armado y con lanza y adarga, llenas de miedo, se iban a entrar en la venta; pero don Quijote, coligiendo por su huida su miedo, alzándose la visera de papelón y descubriendo su seco y polvoroso rostro, con gentil talante y voz reposada, les dijo: -No fuyan las vuestras mercedes ni teman desaguisado alguno; ca a la orden de caballería que profeso non toca ni atañe facerle a ninguno, cuanto más a tan altas doncellas como vuestras presencias demuestran. ...

En la línea 147
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... El lenguaje, no entendido de las señoras, y el mal talle de nuestro caballero acrecentaba en ellas la risa y en él el enojo; y pasara muy adelante si a aquel punto no saliera el ventero, hombre que, por ser muy gordo, era muy pacífico, el cual, viendo aquella figura contrahecha, armada de armas tan desiguales como eran la brida, lanza, adarga y coselete, no estuvo en nada en acompañar a las doncellas en las muestras de su contento. ...

En la línea 1399
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Le enseñaban geografía; donde había enumeraciones fatigosas de ríos y montañas, veía Ana aguas corrientes, cristalinas y la sierra con sus pinos altísimos y soberbios troncos; nunca olvidó la definición de isla, porque se figuraba un jardín rodeado por el mar; y era un contento. ...

En la línea 1515
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... A su madre la había querido mucho, le había besado los pies desnudos durante la luna de miel, que había sido exagerada; pero poco a poco, sin querer, había visto él también en ella a la antigua modista, y la trató al fin como un buen amo, suave y contento. ...

En la línea 2901
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Casi siempre pasaba él allí por el más ignorante, y el ver a Ronzal objeto de burla general, le puso muy contento. ...

En la línea 5443
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... No salía contento. ...

En la línea 162
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Sin remordimiento ya, saboreaba Juan aquella dicha sin porvenir, sin esperanza y sin deseos de mayor contento. ...

En la línea 178
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Juan no maldecía sus manteos; no encontraba una cadena en su estado; no, cada vez era mejor sacerdote, estaba más contento de su destino. ...

En la línea 250
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... He aquí la carne que yo adoraba, que yo adoro, pensó sin miedo, contento de sí mismo en medio del dolor de aquella muerte. ...

En la línea 87
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... —Nunca vives contento de lo que tienes. Te conozco. Necesitas sufrir, complicar tu vida y la del que esté cerca de ti. Eres de los que aman… con enemistad. ...

En la línea 1613
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... En el primer momento se opuso a que alguien de su casa interviniese en un duelo, cosa prohibida por las leyes de la Iglesia. Era un diplomático católico y no podía incurrir en tal pecado. Pero el joven hatoía hecho constar los deberes del compañerismo, el apoyo que se deben las gentes de la carrera. Se encontraba en la misma situación que los guardias nobles del Papa, incapaces de dejar impune una ofensa cuando van de uniforme, no obstante ser considerados como militares imbeles. Y Enciso acababa por aceptar las objeciones de su subordinado, un interés novelesco parecía enardecer desde dos horas antes la existencia del diplomático-artista. No contento con permitir que su secretario se mezclase en dicho asunto, interesábase por sus resultados, visitando a los dos adversarios. ...

En la línea 1215
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Flimnap se hallaba en una situación igual a la del senador. Se sentía contento porque el amado gentleman no iba a morir, pero se aterraba al imaginarse su nueva existencia. ...

En la línea 1270
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Así vivían, satisfechos de su nueva situación, participando de la pobreza y las esperanzas de todo aquel rebaño servil, que escuchaba a Ra-Ra como a un apóstol. El doctor era el encargado de cocinar y también de limpiar la choza en que vivían, encontrando un placer original en el desempeño de estas funciones que habían pertenecido a su sexo en tiempos tan remotos que ya estaban olvidados. Además se consideraba feliz porque Ra-Ra parecía contento. La fe de este en la victoria de los hombres había acabado por sentirla ella igualmente, traicionando por amor los intereses de su sexo. ...

En la línea 135
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Estupiñá siguió aún más de una semana sin salir de casa, y el Delfín iba todos los días a verle ¡todos los días!, con lo que estaba mi hombre más contento que unas Pascuas, pero en vez de entrar por la zapatería, Juanito, a quien sin duda no cansaba la escalera, entraba siempre por el establecimiento de huevos de la Cava. ...

En la línea 294
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... «Este sí que está de buen año… ¡pobre ángel! El infeliz estaría ayer con sus compañeros posado en el alambre tan contento, tan guapote, viendo pasar el tren y diciendo «allá van esos brutos»… hasta que vino el más bruto de todos, un cazador y… ¡prum!… Todo para que nosotros nos regaláramos hoy. Y a fe que están sabrosos. Me ha gustado este almuerzo. ...

En la línea 776
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Y entraba Plácido y le contaba mil cosas divertidas, que siento no poder reproducir aquí. No contento con esto, quería divertirse a costa de él, y recordando un pasaje de la vida de Estupiñá que le habían contado, decíale: ...

En la línea 895
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Ido y su mujer se deshacían en cumplidos y fueron escoltando a las señoras hasta la puerta de la calle. En la calle de Toledo tomaron ellas un simón para ganar tiempo, y el bendito Ido se fue a cumplir el encargo que la fundadora le había hecho. No era una misión delicada ciertamente, como él deseara; pero el principio de caridad que entrañaba aquel acto lo trocaba de vulgar en sublime. Toda la santa tarde estuvo mi hombre ocupado en el transporte de los ladrillos, y tuvo la satisfacción de que ni uno solo de los setenta se le rompiera por el camino. El contento que inundaba su alma le quitaba el cansancio, y provenía su gozo casi exclusivamente de que Jacinta, en aquel ratito en que le llevó aparte, le había dado un duro. No puso él la moneda en el bolsillo de su chaleco, donde la habría descubierto Nicanora, sino en la cintura, muy bien escondida en una faja que usaba pegada a la carne para abrigarse la boca del estómago. Porque conviene fijar bien las cosas… aquel duro, dado aparte, lejos de las miradas famélicas del resto de la familia, era exclusivamente para él. Tal había sido la intención de la señorita, y D. José habría creído ofender a su bienhechora interpretándola de otro modo. Guardaría, pues, su tesoro, y se valdría de todas las trazas de su ingenio para defenderlo de las miradas y de las uñas de Nicanora… porque si esta lo descubría, ¡Santo Cristo de los Guardias… ! ...

En la línea 470
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... 'Heme aquí convertido en caballero del Reino de los Sueños y de las Sombras. Es una situación peregrina y extraña en verdad para un hombre tan positivo como yo. No quiero reírme, de ninguna manera, ¡Dios me libre!, porque esta, que para mí es tan falto de substancia, es real para él. Y para mí en cierto modo tampoco es una falsedad, porque refleja verdaderamente el espíritu dulce y generoso de este chico.' Y terminó, después de una pausa: '¡Ah! ¡Si me llamara con mi hermoso título delante de gentes! ¡Qué singular contraste entre mi gloria y mi porte! Pero no me importa: llámeme como quiera y como le agrade, que yo estaré contento.' ...

En la línea 480
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Y después se tendió en el suelo al través de la puerta, diciendo con contento: ...

En la línea 906
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Hizo el niño una magnífica y satisfactoria comida, que le restauró y alegró en gran manera. Fue una comida que se significó por un detalle curioso: el de que ambas partes prescindieron de etiquetas, pero sin que ninguna de ellas se diera cuenta de haberlo hecho. La buena mujer se había propuesto dar de comer a aquel muchacho vagabundo con vituallas recalentadas, y en un rincón, como a cualquier otro, o como a un perro, pero sentía tal remordimiento por la regañada que le había echado, que hizo cuanto pudo para atenuarla, permitiéndole que se sentara a la mesa de la familia y comiera con sus superiores en aparentes términos de igualdad con ellos. Y el rey por su parte sentía tales remordimientos por haber desempeñado mal su cometido, después de haberse mostrado tan bondadosa con él la familia, que se propuso repararlo humillándose hasta el nivel de ésta, en vez de exigir a la mujer y a las niñas que se quedaran en pie y le sirviesen, mientras él ocupaba su mesa en el estrado solitario debido a su nacimiento y dignidad. Todos alguna vez prescindimos de la gravedad. La buena mujer estuvo feliz todo el día con los aplausos con que se gratificó a sí misma por su magnánima condescendencia con un vagabundo, y el rey se sintió no menos contento por su benigna humildad hacia una pobre aldeana. ...

En la línea 1190
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –Si estuviéramos a oscuras pensaría que ha sido un rey el que ha hablado. No se puede negar que cuando le da la vena, lanza truenos y relámpagos como un verdadero rey. ¿De dónde habrá sacado esa argucia? Miradle escribir tan contento unos garabatos sin significado, imaginándose que son latín y griego… Y como mi ingenio no dé con un arbitrio feliz para apartarle de su propósito, me veré obligado mañana a fingir que salgo a cumplir el cometido que ha inventado para mí. ...

En la línea 848
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Y rodearon al pirata con gritos de alegría, y le besaban las manos, los vestidos y los pies, y casi lo ahogaron. Lloraban de contento al verlo vivo. ...

En la línea 1589
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¡El capitán! ¡El señor Yáñez! ¡Qué contento estoy de haberle metido una bala en el cráneo a ese orangután! ...

En la línea 1713
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¡Por Baco! —exclamó el portugués, muy contento—. Haré bonita figura en la quinta. ¡Yáñez, sargento de cipayos! ¡Un grado que no esperaba! ...

En la línea 1314
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Una pieza de cuatro patas, señor Aronnax. Estas palomas no son más que un entremés para abrir boca. No estaré contento hasta que no haya matado un animal con chuletas. ...

En la línea 1992
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Aquel mismo día referí a Conseil y a Ned Land cuanto de aquella conversación podía interesarles directamente. Al informarles de que dentro de dos días estaríamos en aguas del Mediterráneo, Conseil palmoteó de contento, pero el canadiense se alzó de hombros. ...

En la línea 2111
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Francamente, no me pesa este viaje bajo el mar. Y me sentiré contento de haberlo hecho. Pero para haberlo hecho, menester es que haya terminado. Ésa es mi opinión. ...

En la línea 275
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... El sargento se bebió el segundo vaso y pareció dispuesto a tomar otro. Yo observé que el señor Pumblechook, impulsado por sus sentimientos hospitalarios, parecía olvidar que ya había regalado el vino, pero tomó la botella de manos de la señora y con su generosidad se captó las simpatías de todos. Incluso a mí me lo dejaron probar. Y estaba tan contento con su vino, que pidió otra botella y la repartió con la misma largueza en cuanto se hubo terminado la primera. ...

En la línea 450
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Por tales razones sentí contento en cuanto dieron las diez y salimos en dirección a la casa de la señorita Havisham, aunque no estaba del todo tranquilo con respecto al cometido que me esperaba bajo el techo de aquella desconocida. Un cuarto de hora después llegamos a casa de la señorita Havisham, toda de ladrillos, muy vieja, de triste aspecto y provista de muchas barras de hierro. Varias ventanas habían sido tapiadas, y las que quedaban estaban cubiertas con rejas oxidadas. En la parte delantera había un patio, también defendido por una enorme puerta, de manera qua después de tirar de la cadena de la campana tuvimos que esperar un rato hasta que alguien llegase a abrir la puerta. Mientras aguardábamos ante ésta, yo traté de mirar por la cerradura, y aun entonces el señor Pumblechook me preguntó: ...

En la línea 1594
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Pero todo eso hizo delicioso mi festín, y cuando el camarero no estuvo allí para observarme, mi contento no tuvo igual. ...

En la línea 1990
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Ocurrió, según me anunciara Wemmick, que se me presentó muy pronto la oportunidad de comparar la morada de mi tutor con la de su cajero y empleado. Mi tutor estaba en su despacho, lavándose las manos con su jabón perfumado, cuando yo entré en la oficina a mi regreso de Walworth; él me llamó en seguida y me hizo la invitacion, para mí mismo y para mis amigos, que Wemmick me había preparado a recibir. - Sin cumplido alguno – dijo. - No hay necesidad de vestirse de etiqueta, y podremos convenir, por ejemplo, el día de mañana. Yo le pregunté adónde tendría que dirigirme, porque no tenía la menor idea acerca de dónde vivía, y creo que, siguiendo su costumbre de no confesar nada, me dijo: - Venga usted aquí y le llevaré a casa conmigo. Aprovecho esta oportunidad para observar que, después de recibir a sus clientes, se lavaba las manos, como si fuese un cirujano o un dentista. Tenía el lavabo en su despacho, dispuesto ya para el caso, y que olía a jabón perfumado como si fuese una tienda de perfumista. En la parte interior de la puerta tenía una toalla puesta sobre un rodillo, y después de lavarse las manos se las secaba con aquélla, cosa que hacía siempre que volvía del tribunal o despedía a un diente. Cuando mis amigos y yo acudimos al día siguiente a su despacho, a las seis de la tarde, parecía haber estado ocupado en un caso mucho más importante que de costumbre, porque le encontramos con la cabeza metida en el lavabo y lavándose no solamente las manos, sino también la cara y la garganta. Y cuando hubo terminado eso y una vez se secó con la toalla, se limpió las uñas con un cortaplumas antes de ponerse la chaqueta. Cuando salimos a la calle encontramos, como de costumbre, algunas personas que esperaban allí y que con la mayor ansiedad deseaban hablarle; pero debió de asustarlas la atmósfera perfumada del jabón que le rodeaba, porque aquel día abandonaron su tentativa. Mientras nos dirigíamos hacia el Oeste, fue reconocido por varias personas entre la multítud, pero siempre que eso ocurría me hablaba en voz más alta y fingía no reconocer a nadie ni fijarse en que los demás le reconociesen. 100 Nos llevó así a la calle Gerrard, en Soho, y a una casa situada en el lado meridional de la calle. El edificio tenía aspecto majestuoso, pero habría necesitado una buena capa de pintura y que le limpiasen el polvo de las ventanas. Saco la llave, abrió la puerta y entramos en un vestíbulo de piedra, desnudo, oscuro y poco usado. Subimos por una escalera, también oscura y de color pardo, y así llegamos a una serie de tres habitaciones, del mismo color, en el primer piso. En los arrimaderos de las paredes estaban esculpidas algunas guirnaldas, y mientras nuestro anfitrión nos daba la bienvenida, aquellas guirnaldas me produjeron extraña impresión. La cena estaba servida en la mejor de aquellas estancias; la segunda era su guardarropa, y la tercera, el dormitorio. Nos dijo que poseía toda la casa, pero que raras veces utilizaba más habitaciones que las que veíamos. La mesa estaba muy bien puesta, aunque en ella no había nada de plata, y al lado de su silla habia un torno muy grande, en el que se veía una gran variedad de botellas y frascos, así como también cuatro platos de fruta para postre. Yo observé que él lo tenía todo al alcance de la mano y lo distribuía por sí mismo. En la estancia había una librería, y por los lomos de los libros me di cuenta de que todos ellos trataban de pruebas judiciales, de leyes criminales, de biografías criminales, de juicios, de actas del Parlamento y de cosas semejantes. Los muebles eran sólidos y buenos, asi como la cadena de su reloj. Pero todo tenía cierto aspecto oficial, y no se veía nada puramente decorativo. En un rincón había una mesita que contenía bastantes papeles y una lámpara con pantalla; de manera que, sin duda alguna, mi tutor se llevaba consigo la oficina a su propia casa y se pasaba algunas veladas trabajando. Como él apenas había visto a mis tres compañeros hasta entonces, porque por la calle fuimos los dos de lado, se quedó junto a la chimenea y, después de tirar del cordón de la campanilla, los examinó atentamente. Y con gran sorpresa mía, pareció interesarse mucho y también casi exclusivamente por Drummle. -Pip-dijo poniéndome su enorme mano sobre el hombro y llevándome hacia la ventana -. No conozco a ninguno de ellos. ¿Quién es esa araña? - ¿Qué araña? - pregunté yo. - Ese muchacho moteado, macizo y huraño. - Es Bentley Drummle - repliqué -. Ese otro que tiene el rostro más delicado se llama Startop. Sin hacer el menor caso de aquel que tenía la cara más delicada, me dijo: - ¿Se llama Bentley Drummle? Me gusta su aspecto. Inmediatamente empezó a hablar con él. Y, sin hacer caso de sus respuestas reticentes, continuó, sin duda con el propósito de obligarle a hablar. Yo estaba mirando a los dos, cuando entre ellos y yo se interpuso la criada que traía el primer plato. Era una mujer que tendría unos cuarenta años, según supuse, aunque tal vez era más joven. Tenía alta estatura, una figura flexible y ágil, el rostro extremadamente palido, con ojos marchitos y grandes y un pelo desordenado y abundante. Ignoro si, a causa de alguna afección cardíaca, tenía siempre los labios entreabiertos como si jadease y su rostro mostraba una expresión curiosa, como de confusión; pero sí sé que dos noches antes estuve en el teatro a ver Macbeth y que el rostro de aquella mujer me parecía agitado por todas las malas pasiones, como los rostros que vi salir del caldero de las brujas. Dejó la fuente y tocó en el brazo a mi tutor para avisarle de que la cena estaba dispuesta; luego se alejo. Nos sentamos alrededor de la mesa, y mi tutor puso a su lado a Drummle, y a Startop al otro. El plato que la criada dejó en la mesa era de un excelente pescado, y luego nos sirvieron carnero muy bien guisado y, finalmente, un ave exquisita. Las salsas, los vinos y todos cuantos complementos necesitábamos eran de la mejor calidad y nos los entregaba nuestro anfitrión tomándolos del torno; y cuando habían dado la vuelta a la mesa los volvía a poner en su sitio. De la misma manera nos entregaba los platos limpios, los cuchillos y los tenedores para cada servicio, y los que estaban sucios los echaba a un cesto que estaba en el suelo y a su lado. No apareció ningún otro criado más que aquella mujer, la cual entraba todos los platos, y siempre me pareció ver en ella un rostro semejante al que saliera del caldero de las brujas. Años más tarde logré reproducir el rostro de aquella mujer haciendo pasar el de una persona, que no se le parecía por otra cosa más que por el cabello, por detrás de un cuenco de alcohol encendido, en una habitación oscura. Inclinado a fijarme cuanto me fue posible en la criada, tanto por su curioso aspecto como por las palabras de Wemmick, observé que siempre que estaba en el comedor no separaba los ojos de mi tutor y que retiraba apresuradamente las manos de cualquier plato que pusiera delante de él, vacilando, como si temiese que la llamara cuando estaba cerca, para decirle alguna cosa. Me pareció observar que él se daba cuenta de eso, pero que quería tenerla sumida en la ansiedad. 101 La cena transcurrió alegremente, y a pesar de que mi tutor parecía seguir la conversación y no iniciarla, vi que nos obligaba a exteriorizar los puntos más débiles de nuestro carácter. En cuanto a mí mismo, por ejemplo, me vi de pronto expresando mi inclinación a derrochar dinero, a proteger a Herbert y a vanagloriarme de mi espléndido porvenir, eso antes de darme cuenta de que hubiese abierto los labios. Lo mismo les ocurrió a los demás, pero a nadie en mayor grado que a Drummle, cuyas inclinaciones a burlarse de un modo huraño y receloso de todos los demás quedaron de manifiesto antes de que hubiesen retirado el plato del pescado. No fue entonces, sino cuando llegó la hora de tomar el queso, cuando nuestra conversación se refirió a nuestras proezas en el remo, y entonces Drummle recibió algunas burlas por su costumbre de seguirnos en su bote. Él informó a nuestro anfitrión de que prefería seguirnos en vez de gozar de nuestra compañía, que en cuanto a habilidad se consideraba nuestro maestro y que con respecto a fuerza era capaz de vencernos a los dos. De un modo invisible, mi tutor le daba cuerda para que mostrase su ferocidad al tratar de aquel hecho sin importancia; y él desnudó su brazo y lo contrajo varias veces para enseñar sus músculos, y nosotros le imitamos del modo más ridículo. Mientras tanto, la criada iba quitando la mesa; mi tutor, sin hacer caso de ella y hasta volviéndole el rostro, estaba recostado en su sillón, mordiéndose el lado de su dedo índice y demostrando un interés hacia Drummle que para mí era completamente inexplicable. De pronto, con su enorme mano, cogió la de la criada, como si fuese un cepo, en el momento en que ella se inclinaba sobre la mesa. Y él hizo aquel movimiento con tanta rapidez y tanta seguridad, que todos interrumpimos nuestra estúpida competencia. - Hablando de fuerza - dijo el señor Jaggers - ahora voy a mostrarles un buen puño. Molly, enséñanos el puño. La mano presa de ella estaba sobre la mesa, pero había ocultado la otra llevándola hacia la espalda - Señor - dijo en voz baja y con ojos fijos y suplican tes -. No lo haga. - Voy a mostrarles un puño - repitió el señor Jaggers, decidido a ello -. Molly, enséñanos el puño. - ¡Señor, por favor! - murmuró ella. - Molly - repitió el señor Jaggers sin mirarla y dirigiendo obstinadamente los ojos al otro lado de la estancia -. Muéstranos los dos puños. En seguida. Le cogió la mano y puso el puño de la criada sobre la mesa. Ella sacó la otra mano y la puso al lado de la primera. Entonces pudimos ver que la última estaba muy desfigurada, atravesada por profundas cicatrices. Cuando adelantó las manos para que las pudiésemos ver, apartó los ojos del señor Jaggers y los fijó, vigilante, en cada uno de nosotros. - Aquí hay fuerza - observó el señor Jaggers señalando los ligamentos con su dedo índice. - Pocos hombres tienen los puños tan fuertes como esta mujer. Es notable la fuerza que hay en estas manos. He tenido ocasión de observar muchas de ellas, pero jamás vi otras tan fuertes como éstas, ya de hombre o de mujer. Mientras decía estas palabras, con acento de indiferencia, ella continuó mirándonos sucesivamente a todos. Cuando mi tutor dejó de ocuparse en sus manos, ella le miró otra vez. - Está bien, Molly - dijo el señor Jaggers moviendo ligeramente la cabeza hacia ella -. Ya has sido admirada y puedes marcharte. La criada retiró sus manos y salió de la estancia, en tanto que el señor Jaggers, tomando un frasco del torno, llenó su vaso e hizo circular el vino. - Alas nueve y media, señores – dijo, - nos separaremos. Procuren, mientras tanto, pasarlo bien. Estoy muy contento de verles en mi casa. Señor Drummle, bebo a su salud. Si eso tuvo por objeto que Drummle diese a entender de un modo más completo su carácter, hay que confesar que logró el éxito. Triunfante y huraño, Drummle mostró otra vez en cuán poco nos tenía a los demás, y sus palabras llegaron a ser tan ofensivas que resultaron ya por fin intolerables. Pero el señor Jaggers le observaba con el mismo interés extraño, y en cuanto a Drummle, parecía hacer más agradable el vino que se bebía aquél. Nuestra juvenil falta de discreción hizo que bebiésemos demasiado y que habláramos excesivamente. Nos enojamos bastante ante una burla de Drummle acerca de que gastábamos demasiado dinero. Eso me hizo observar, con más celo que discreción, que no debía de haber dicho eso, pues me constaba que Startop le había prestado dinero en mi presencia, cosa de una semana antes. - ¿Y eso qué importa? - contestó Drummle -. Se pagará religiosamente. - No quiero decir que deje usted de hacerlo - añadí -; pero eso habría debido bastarle para contener su lengua antes de hablar de nosotros y de nuestro dinero; me parece. - ¿Le parece? - exclamó Drummle -. ¡Dios mío! 102 - Y casi estoy seguro - dije, deseando mostrarme severo - de que no sería usted capaz de prestarnos dinero si lo necesitásemos. - Tiene usted razón - replicó Drummle -: no prestaría ni siquiera seis peniques a ninguno de ustedes. Ni a ustedes ni a nadie. - Es mejor pedir prestado, creo. - ¿Usted cree? - repitió Drummle -. ¡Dios mío! Estas palabras agravaban aún el asunto, y muy especialmente me descontentó el observar que no podía vencer su impertinente torpeza, de modo que, sin hacer caso de los esfuerzos de Herbert, que quería contenerme, añadí: - Ya que hablamos de esto, señor Drummle, voy a repetirle lo que pasó entre Herbert y yo cuando usted pidió prestado ese dinero. - No me importa saber lo que pasó entre ustedes dos - gruñó Drummle. Y me parece que añadió en voz más baja, pero no menos malhumorada, que tanto yo como Herbert podíamos ir al demonio. - Se lo diré a pesar de todo - añadí -, tanto si quiere oírlo como no. Dijimos que mientras usted se metía en el bolsillo el dinero, muy contento de que se lo hubiese prestado, parecía que también le divirtiera extraordinariamente el hecho de que Startop hubiese sido tan débil para facilitárselo. Drummle se sentó, riéndose en nuestra cara, con las manos en los bolsillos y encogidos sus redondos hombros, dando a entender claramente que aquello era la verdad pura y que nos despreció a todos por tontos. Entonces Startop se dirigió a él, aunque con mayor amabilidad que yo, y le exhortó para que se mostrase un poco más cortés. Como Startop era un muchacho afable y alegre, en tanto que Drummle era el reverso de la medalla, por eso el último siempre estaba dispuesto a recibir mal al primero, como si le dirigieran una afrenta personal. Entonces replicó con voz ronca y torpe, y Startop trató de abandonar la discusión, pronunciando unas palabras en broma que nos hicieron reír a todos. Y más resentido por aquel pequeño éxito que por otra cosa cualquiera, Drummle, sin previa amenaza ni aviso, sacó las manos de los bolsillos, dejó caer sus hombros, profirió una blasfemia y, tomando un vaso grande, lo habría arrojado a la cabeza de su adversario, de no habérselo impedido, con la mayor habilidad, nuestro anfitrión, en el momento en que tenía la mano levantada con la intención dicha. - Caballeros - dijo el señor Jaggers poniendo sobre la mesa el vaso y tirando, por medio de la cadena de oro, del reloj de repetición -, siento mucho anunciarles que son las nueve y media. A1 oír esta indicación, todos nos levantamos para marcharnos. Antes de llegar a la puerta de la calle, Startop llamaba alegremente a Drummle «querido amigo», como si no hubiese ocurrido nada. Pero el «querido amigo» estaba tan lejos de corresponder a estas amables palabras, que ni siquiera quiso regresar a Hammersmith siguiendo la misma acera que su compañero; y como Herbert y yo nos quedamos en la ciudad, les vimos alejarse por la calle, siguiendo cada uno de ellos su propia acera; Startop iba delante, y Drummle le seguía guareciéndose en la sombra de las casas, como si también en aquel momento lo siguiese en su bote. Como la puerta no estaba cerrada todavía, dejé solo a Herbert por un momento y volví a subir la escalera para dirigir unas palabras a mi tutor. Le encontré en su guardarropa, rodeado de su colección de calzado y muy ocupado en lavarse las manos, sin duda a causa de nuestra partida. Le dije que había subido otra vez para expresarle mi sentimiento de que hubiese ocurrido algo desagradable, y que esperaba no me echaría a mí toda la culpa. - ¡Bah! - exclamó mientras se mojaba la cara y hablando a través de las gotas de agua. - No vale la pena, Pip. A pesar de todo, me gusta esa araña. Volvió el rostro hacia mí y se sacudía la cabeza, secándose al mismo tiempo y resoplando con fuerza. - Me contenta mucho que a usted le guste, señor - dije -; pero a mí no me gusta nada. - No, no - asintió mi tutor. - Procure no tener nada que ver con él y apártese de ese muchacho todo lo que le sea posible. Pero a mí me gusta, Pip. Por lo menos, es sincero. Y si yo fuese un adivino… Y descubriendo el rostro, que hasta entonces la toalla ocultara, sorprendióle una mirada. - Pero como no soy adivino… - añadió secándose con la toalla las dos orejas.- Ya sabe usted que no lo soy, ¿verdad? Buenas noches, Pip. - Buenas noches, señor. Cosa de un mes después de aquella noche terminó el tiempo que el motejado de araña había de pasar con el señor Pocket, y con gran contento de todos, a excepción de la señora Pocket, se marchó a su casa, a incorporarse a su familia. ...

En la línea 784
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑¡También usted está en la comisaría! ‑replicó Raskolnikof‑, y, no contento con proferir esos gritos, está fumando, lo que es una falta de respeto hacia todos nosotros. ...

En la línea 675
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Lo que los periódicos omitieron fue que al morir el obispo de D. estaba ciego desde hacía muchos años, y contento de su ceguera porque su hermana estaba a su lado. ...

En la línea 1024
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... - ¿Y de qué tengo miedo? -se dijo-. Estoy salvado, todo ha terminado. No había más que una puerta entreabierta por la cual podría entrar mi pasado; esa puerta queda ahora tapiada para siempre. Este Javert que me acosa hace tanto tiempo, que con ese terrible instinto que parecía haberme descubierto me seguía a todas partes, ese perro de presa siempre tras de mí, ya está desorientado. Está satisfecho y me dejará en paz. ¡Ya tiene su Jean Valjean! Y todo ha sucedido sin intervención mía. La Providencia lo ha querido. ¿Tengo derecho a desordenar lo que ella ordena? ¿Y qué me pasa? ¡No estoy contento! ¿Qué más quiero? El fin a que aspiro hace tantos años, el objeto de mis oraciones, es la seguridad. Y ahora la tengo, Dios así lo quiere. Y lo quiere para que yo continúe lo que he empezado, para que haga el bien, para que dé buen ejemplo, para que se diga que hubo algo de felicidad en esta penitencia que sufro. Está decidido: dejemos obrar a Dios. ...

En la línea 1211
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Javert contento ...

En la línea 161
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Con la mirada suplicaba que lo dejasen allí. El conductor estaba perplejo. Sus colegas comentaron que a un perro se le podía romper el corazón cuando se le negaba la posibilidad de hacer el trabajo que lo estaba matando, y recordaron a otros perros que habían conocido, demasiado viejos para el trabajo o heridos, que habían muerto al ser excluidos del tiro. Y pensaron que, puesto que de todas formas Dave iba a morir, sería mejor que muriera enganchado, feliz y contento. De modo que le colocaron los arreos y él se puso a tirar con orgullo como antes, aunque más de una vez gimiera sin poder evitar el penetrante dolor de sus entrañas. Muchas veces se desplomó y fue arrastrado por los demás, y en una ocasión el trineo se lo llevó por delante, y a partir de aquel momento se quedó cojeando de una de las patas traseras. ...

En la línea 239
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Pero, en general, el amor de Buck se expresaba en idolatría. Aunque se volvía loco de contento cuando Thornton lo tocaba o le hablaba, nunca mendigaba cariño. A diferencia de Skeet, que acostumbraba a meter el hocico bajo la mano de Thornton y moverlo con insistencia hasta recibir la caricia, o de Nig, que se acercaba en silencio y ponía la gran cabeza sobre sus rodillas, Buck se conformaba con adorarlo a distancia. Pasaba horas tumbado, alerta, atento, a los pies de Thornton, mirándole el rostro, concentrado en él, estudiándolo, fijándose con profundo interés en cada gesto, en cada movimiento o cambio de expresión. O a veces, tumbado más lejos, a un lado o detrás de Thornton, observaba su silueta y los movimientos de su cuerpo. Y con frecuencia, tal era la comunión en la que vivían, la intensidad -de su mirada hacía que John Thornton volviera la cabeza y se la devolviera sin palabras, con un brillo de amor en los ojos que encendía el corazón de Buck. ...

En la línea 330
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... A partir de ese momento, día y noche, Buck no abandonó su presa, no le dio un instante de descanso ni le dejó morder las hojas de los árboles o los tiernos brotes de abedules y sauces. Tampoco le dio oportunidad de aplacar la ardiente sed en los exiguos cursos de agua que cruzaban. Muchas veces, desesperado, huía repentinamente a la carrera durante un largo rato. En tales ocasiones, Buck no intentaba detenerlo, sino que lo seguía al trote largo, contento al ver la forma en que se desarrollaba la partida, tumbándose cuando el alce paraba, atacándolo ferozmente cuando trataba de comer o de beber. ...

En la línea 579
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Bien que a usted parece que no le gusta nada… Siempre está usted como cansado… es decir, cansado no, es más bien triste. Mire usted -siguió la niña, asiendo de un flexible mimbre y divirtiéndose en coronarse con la obediente rama-, ¡a que no es usted capaz de creer que su tristeza se me va pegando, y que también yo me hallo así… no sé cómo, preocupada, vamos! Diera… lo que no sé por verle contento y… natural, como son todos los hombres. Usted no tiene el mirar ni la cara como los demás, Don Ignacio. ...

En la línea 761
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Aunque Lucía, y sobre todo Pilar, se sentían un tanto fatigadas del largo trayecto en ferrocarril, no dejaron de entusiasmarse con la belleza de la morada que les deparaba el destino. El balcón, sobre todo, les parecía delicioso para hacer labor y para leer. Acordábase Pilar de cuantas acuarelas, países de abanico y estampas sentimentales había visto, que representasen el ya trivial asunto de una joven cuya cabeza asoma por entre un marco de follaje. Lucía, a su vez, comparaba su casa de León, antigua, maciza, y lóbrega, con aquella vivienda, donde todo era flamante y gentil, desde los encerados relucientes pisos hasta las cortinas de cretona azul rameadas de campanillas rosa. Al otro día de la llegada, cuando Lucía saltó del lecho, fue su primer cuidado salir al balcón, de allí al jardín, recogiéndose la bata con unos alfileres para no mojarla en el húmedo piso. Halló a las rosas acabaditas de salir del baño de rocío, tersas, muy ufanas, adornadas cada cual con su collar de perlas o de diamantes. Fue oliéndolas una por una, pasándoles los dedos por las hojas sin atreverse a cortarlas; dábale mucha lástima pensar cómo se quedaría la mata, huérfana de su flor. A aquella hora apenas olían las rosas: era más bien un aroma general de humedad y frescura, que se elevaba del césped de las plantas, y del conjunto de árboles vecinos. Haylos en Vichy por todas partes; a la tarde, cuando Lucía y Pilar recorrieron las calles de la villa termal para informarse de su traza, lanzaron exclamaciones de contento al dar a cada instante con una sombra, una alameda, un parque. Pilar opinaba que Vichy tenía aspecto elegante; Lucía, menos entendida en elegancias y modas, gustaba sencillamente de tanto verdor, de tanta Naturaleza, que reposaba sus ojos, moviéndola a veces a imaginar que, a despecho de sus calles concurridas, de sus tiendas brillantes, era Vichy una aldea, dispuesta a propósito para contentar sus exigencias secretas e íntimas de soledad. Aldea formada de palacios, adornada con todo el refinamiento de comodidad y lujo inteligente que caracteriza a nuestro siglo; pero al fin aldea. ...


El Español es una gran familia

Más información sobre la palabra Contento en internet

Contento en la RAE.
Contento en Word Reference.
Contento en la wikipedia.
Sinonimos de Contento.

Busca otras palabras en esta web

Palabras parecidas a contento

La palabra esfuerzos
La palabra grandes
La palabra aunque
La palabra colonos
La palabra pierde
La palabra campanillas
La palabra muchas

Webs Amigas:

Ciclos formativos en Ibiza . Ciclos formativos en Albacete . Becas de Extremadura . - Hotel Antequera en Mallorca