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La palabra ocultando
Cómo se escribe

la palabra ocultando

La palabra Ocultando ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece ocultando.

Estadisticas de la palabra ocultando

Ocultando es una de las 25000 palabras más comunes del castellano según la RAE, en el puesto 22031 según la RAE.

Ocultando aparece de media 2.65 veces en cada libro en castellano.

Esta es una clasificación de la RAE que se basa en la frecuencia de aparición de la ocultando en las obras de referencia de la RAE contandose 403 apariciones .

Más información sobre la palabra Ocultando en internet

Ocultando en la RAE.
Ocultando en Word Reference.
Ocultando en la wikipedia.
Sinonimos de Ocultando.

Algunas Frases de libros en las que aparece ocultando

La palabra ocultando puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 265
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y completamente solo, ocultando a la familia su situación, teniendo que sonreír cuando estaba entre su mujer y sus hijas, las cuales le recomendaban que no se esforzase tanto, el pobre Barret se entreizó a la más disparatada locura del trabajo. ...

En la línea 1624
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Allí lloró y lloró, sintiendo con esto un gran alivio, acariciado por las sombras de la noche que parecían tomar parte en su pena, pues cada vez se hacían más densas ocultando su incontenible llanto infantil. ...

En la línea 914
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... En las noches de invierno, la gran muchedumbre de la miseria pululaba en las calles de las ciudades, sin pan y sin techo, como si estuviese en un desierto. Los niños lloraban de frío, ocultando las manos bajo los sobacos; las mujeres de voz aguardentosa se encogían como fieras en el quicio de una puerta, para pasar la noche; los vagabundos sin pan, miraban los balcones iluminados de los palacios o seguían el desfile de las gentes felices que, envueltas en pieles, en el fondo de sus carruajes, salían de las fiestas de la riqueza. Y una voz, tal vez la misma, repetía en sus oídos, que zumbaban de debilidad: «No esperéis nada. ¡Cristo ha muerto!» El obrero sin trabajo, al volver a su frío tugurio, donde le aguardaban los ojos interrogantes de la hembra enflaquecida, dejábase caer en el suelo como una bestia fatigada, después de su carrera de todo un día para aplacar el hambre de los suyos. «¡Pan, pan!» le decían los pequeñuelos esperando encontrarlo bajo la blusa raída. Y el padre oía la misma voz, como un lamento que borraba toda esperanza: «¡Cristo ha muerto!» Y el jornalero del campo que, mal alimentado con bazofia, sudaba bajo el sol, sintiendo la proximidad de la asfixia, al detenerse un instante para respirar en esta atmósfera de horno, se decía que era mentira la fraternidad de los hombres predicada por Jesús, y falso aquel dios que no había hecho ningún milagro, dejando los males del mundo lo mismo que los encontró al llegar a él... Y el trabajador vestido con un uniforme, obligado a matar en nombre de cosas que no conoce a otros hombres que ningún daño le han hecho, al permanecer horas y horas en un foso, rodeado de los horrores de la guerra moderna, peleando con un enemigo invisible por la distancia, viendo caer destrozados miles de semejantes bajo la granizada de acero y el estallido de las negras esferas, también pensaba con estremecimientos de disimulado terror: «¡Cristo ha muerto, Cristo ha muerto!» Sí; bien muerto estaba. Su vida no había servido para aliviar uno solo de los males que afligen a los humanos. En cambio, había causado a los pobres un daño incalculable predicándoles la humildad, infiltrando en sus espíritus la sumisión, la creencia del premio en un mundo mejor. El envilecimiento de la limosna y la esperanza de justicia ultraterrena habían conservado a los infelices en su miseria por miles de años. Los que viven a la sombra de la injusticia, por mucho que adorasen al Crucificado, no le agradecerían bastante sus oficios de guardián durante diecinueve siglos. ...

En la línea 1562
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Quedar soltera, ocultando su deshonra, con el triste consuelo de no haber engañado a Rafael, podía satisfacerla. ¿Pero y él, que era su hermano? ¿Cómo podría vivir, viendo a todas horas a Luis Dupont, sin exigirle una reparación por su ultraje, pensando que el señorito se reía interiormente de su hazaña, al encararse con él?... ...

En la línea 1569
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Montenegro tuvo que hacer un esfuerzo violento para mentir, ocultando con vagas palabras su turbación. ...

En la línea 6369
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Y don Álvaro agradecía a Visitación el aviso y volvía a engolfarse en el palique general, ocultando como podía su aburrimiento que para sus adentros llamaba soberano. ...

En la línea 6407
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Después de la escena de la Catedral donde creía haber adelantado tanto —bien a costa de su conciencia —no había vuelto a ver a Obdulia; y aquella mañana, al acercarse a ella para decirle cuánto había padecido con la ausencia de aquellos días (si bien ocultando los restreñimientos que le habían tenido obseso y en cama), al ir a rezarle al oído el discursito que traía preparado —estilo Feuillet pasado por la sacristía —Obdulia le había vuelto la espalda y no una vez, sino tres o cuatro, dándole a entender claramente, que non erat hic locus, que a él sólo se le toleraría en la iglesia. ...

En la línea 9185
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Mucho tiempo hacía que Anita no había tenido uno de aquellos impulsos cariñosos de que solía ser objeto don Víctor, pero aquel día, a la tarde, sobre todo al obscurecer, lloró ocultando el rostro, pensando en el esposo ausente. ...

En la línea 9979
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Acogió a los comisionados con la amabilidad que le distinguía y ocultando mal la sorpresa. ...


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