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La palabra taberna
Cómo se escribe

la palabra taberna

La palabra Taberna ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
Niebla de Miguel De Unamuno
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
Julio Verne de La vuelta al mundo en 80 días
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece taberna.

Estadisticas de la palabra taberna

Taberna es una de las 25000 palabras más comunes del castellano según la RAE, en el puesto 12045 según la RAE.

Taberna aparece de media 6.11 veces en cada libro en castellano.

Esta es una clasificación de la RAE que se basa en la frecuencia de aparición de la taberna en las obras de referencia de la RAE contandose 928 apariciones .

Errores Ortográficos típicos con la palabra Taberna

Cómo se escribe taberna o taberrna?
Cómo se escribe taberna o taverna?

Más información sobre la palabra Taberna en internet

Taberna en la RAE.
Taberna en Word Reference.
Taberna en la wikipedia.
Sinonimos de Taberna.


la Ortografía es divertida


El Español es una gran familia

Algunas Frases de libros en las que aparece taberna

La palabra taberna puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 17
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Tuve que acompañarle a la taberna para saludar a su madre y ver la pequeña habitación que me había servido de refugio. ...

En la línea 148
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Buen mozo, eso sí; le temblaban todos en la taberna de Copa, los domingos por la tarde, cuando jugaba al truco con los más guapos de la huerta; pero en casa debía de ser un marido insufrible. ...

En la línea 236
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Los domingos, si iba un rato a la taberna de Copa, donde se reunía toda la gente del contorno, era para mirar a los jugadores de truco, para reír como un bendito oyendo los despropósitos y brutalidades de Pimentó y otros mocetones que actuaban de gallitos de la huerta; pero nunca se acercaba al mostrador a pagar un vaso. ...

En la línea 389
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Al pasar ante la taberna de Copa, entró en ella. ...

En la línea 366
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... El señor cardenal contaba ayer, durante el juego del rey, con un aire de condolencia que me desagra dó mucho que anteayer esos malditos mosqueteros, esos juerguistas (y reforzaba estas palabras con un acento irónico que me desagradó más todavía), esos matasietes (añadió mirándome con su ojo de oce-lote), se habían retrasado en la calle Férou, en una taberna, y que una ronda de sus guardias (creí que ibaa reírse en mis narices) se había visto obligada a detener a los perturbadores. ...

En la línea 1983
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Bueno, note muevas de aquí; si vienen, avísales de lo que me ha pasado, que me esperen en la taberna de la Pomme du Pin; aquí habría peligro, la casa puede ser espiada. ...

En la línea 2044
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... En cuanto a D'Artagnan, se volvió al punto a la taberna de la Pom me du Pin, donde encontró a Porthos y a Aramis que lo esperaban. ...

En la línea 3394
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... A cada momento palidecía, y tenían que sostenerlo sobre su caballo; lo bajaron a la puerta de una taberna, le dejaron a Bazin que, por lo demás, en una escaramuza era más embarazoso que útil, y volvieron a partir con la esperanza de ir a dormir a Amiens. ...

En la línea 4078
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Entró en una taberna, de donde salía mucho bullicio, y a poco volvió diciéndome que el pueblo de Finisterre distaba una legua y media de allí. ...

En la línea 4233
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Antonio se detuvo de nuevo en una taberna y después nos condujo a casa del _alcalde_. ...

En la línea 5750
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Ocho pobres agosteros, que se refrigeraban a la puerta de una taberna, compraron sendos ejemplares, y el maestro de escuela adquirió los restantes para los pequeñuelos que tenía a su cuidado, lamentándose al propio tiempo de la dificultad con que tropezaba para adquirir libros religiosos, a causa de su rareza y de su exorbitante precio. ...

En la línea 4849
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Sobre un buen tiro de barra o sobre una gentil treta de espada no dan un cuartillo de vino en la taberna. ...

En la línea 7418
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... -Lo mejor es que no corran -respondió otro-, porque el flaco no se muela con el peso, ni el gordo se descarne; y échese la mitad de la apuesta en vino, y llevemos estos señores a la taberna de lo caro, y sobre mí la capa cuando llueva. ...

En la línea 7362
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Era rumboso y en el calor de la amistad improvisada en la taberna, abría créditos exorbitantes a los taberneros, sus consumidores. ...

En la línea 7392
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Iba a dormir a la cabaña de su madre, que a la boca de una mina había levantado cuatro tablas, para instalar una taberna. ...

En la línea 7395
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... La taberna prosperaba. ...

En la línea 7399
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Paula padeció mucho en esta época; la ganancia era segura y muy superior a lo que pudieran pensar los que no la veían a ella explotar los brutales apetitos, ciegos, y nada escogidos de aquella turba de las minas; pero su oficio tenía los peligros del domador de fieras; todos los días, todas las noches había en la taberna pendencias, brillaban las navajas, volaban por el aire los bancos. ...

En la línea 809
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Dio Jacinta de cara a diferentes personas muy ceremoniosas. Eran maniquís vestidos de señora con tremendos polisones, o de caballero con terno completo de lanilla. Después gorras muchas gorras, posadas y alineadas en percheros del largo de toda una casa; chaquetas ahuecadas con un palo, zamarras y otras prendas que algo, sí, algo tenían de seres humanos sin piernas ni cabeza. Jacinta, al fin, no miraba nada; únicamente se fijó en unos hombres amarillos, completamente amarillos, que colgados de unas horcas se balanceaban a impulsos del aire. Eran juegos de calzón y camisa de bayeta, cosidas una pieza a otra, y que así, al pronto, parecían personajes de azufre. Los había también encarnados. ¡Oh!, el rojo abundaba tanto, que aquello parecía un pueblo que tiene la religión de la sangre. Telas rojas, arneses rojos, collarines y frontiles rojos con madroñaje arabesco. Las puertas de las tabernas también de color de sangre. Y que no son ni tina ni dos. Jacinta se asustaba de ver tantas, y Guillermina no pudo menos de exclamar: «¡Cuánta perdición!, una puerta sí y otra no, taberna. De aquí salen todos los crímenes». ...

En la línea 919
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Es la que se dice: 'no se acuerdan del judío escalón dimpués que están parriba… '. Dimpués me casé y juimos viviendo tal cual. Pero cuando vino la judía Repóblica, se me había muerto mi Dimetria, y yo no tenía que comer; me jui a ver al señor de Pi, y le dije, digo: 'Señor de Pi, aquí vengo sobre una colocación… '. ¡Pa chasco! A cuenta de que el hombre me debía de tener tirria, porque se remontó y dijo que él no tenía colocaciones. ¡Y un judío portero me puso en la calle! ¡Re-contra-hostia!, ¡si viviera Calvo Asensio!, aquel sí era un endivido que sabía las comenencias, y el tratamiento de las personas verídicas. ¡Vaya un amigo que me perdí! Toda la Inclusa era nuestra, y en tiempo leitoral, ni Dios nos tosía, ni Dios, ¡hostia!… ¡Aquél sí, aquél sí!… A cuenta que me cogía del brazo y nos entrábamos en un café, o en la taberna a tomar una angelita… porque era muy llano y más liberal que la Virgen Santísima. ¿Pero estos de ahora?… es la que dice; ni liberales ni repoblicanos, ni na. Mirosté a ese Pi… un mequetrefe. ¿Y Castelar?, otro mequetrefe. ¿Y Salmerón?, otro mequetrefe. ¿Roque Barcia?, mismamente. Luego, si es caso, vendrán a pedir que les ayudemos, ¿pero yo… ? No me pienso menear; basta de yeciones. Si se junde la Repóblica que se junda, y si se junde el judío pueblo, que se junda también». ...

En la línea 1683
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —Llévate el llavín… —añadió Feliciana—. Ya sabes que el sereno se llama Paco. Suele estar en la taberna. ...

En la línea 2330
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... «No aportaste más por allí. Yo le pregunté después a la Paca si había vuelto por allí el chico de Santa Cruz, y me contestó: 'Calla hija, si han dicho aquí anoche que está con plumonía… '. Pobrecito, por poco no lo cuenta. Estuvo si se las lía, si no se las lía… Por ti pregunté a la Feliciana una tarde que fui a enseñarle los mantones de Manila que yo estaba corriendo, y me dijo que te ibas a casar con un boticario… ya, el sobrino de doña Lupe la de los Pavos… ¡Ah!, chica, si esa tal doña Lupe es lo que más conozco… Pregúntale por mí. Le he vendido más alhajas que pelos tengo en la cabeza. ¡Ah!, entonces sí que estaba yo bien; pero de repente me trastorné, y caí tan enferma del estómago, que no podía pasar nada, y lo mismo era entrarme bocado en él o gota de agua, que parecía que me encendían lumbre; y mi hermana Severiana, que vive en la calle de Mira el Río, me llevó a su casa, y allí me entraron unos calambres que creí que espichaba; y una noche, viendo que aquello no se me quería calmar, salí de estampía, y en la taberna me atizé tres copas de aguardiente, arreo, tras, tras, tras, y salí, y en medio a medio de la calle caíme al suelo, y los chiquillos se me ajuntaron a la redonda, y luego vinieron los guindillas y me soplaron en la prevención. Severiana quiso llevarme otra vez a su casa; pero entonces una señora que conocemos, esa doña Guillermina… la habrás oído nombrar… me cogió por su cuenta y me trajo a este establecimiento. La doña Guillermina es una que se ha echado mismamente a pobre, ¿sabes?, y pide limosna y está haciendo un palación ahí abajo para los huérfanos. Mi hermana y yo nos criamos en su casa, ¡gran casa la de los señores de Pacheco! Personas muy ricas, no te creas, y mi madre era la que les planchaba. Por eso nos tiene tanta ley doña Guillermina, que siempre que me ve con miseria me socorre, y dice que mientras más mala sea yo más me ha de socorrer. Pues que quise que no, aquí me metieron… Ya me habían metido antes; pero no estuve más que una semana, porque me escapé subiéndome por la tapia de la huerta como los gatos». ...

En la línea 1475
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Preparaba una edición popular de los apólogos de Calila y Dimna con una introducción acerca de la influencia de la literatura índica en la Edad Media española, y ojalá hubiese llegado a publicarla, porque su lectura habría apartado, de seguro, al pueblo de la taberna y de perniciosas doctrines de imposibles redenciones económicas. Pero las dos obras magnas que proyectaba Paparrigópulos eran una historia de los escritores oscuros españoles, es decir, de aquellos que no figuran en las histories literarias corrientes o figuran sólo en rápida mención por la supuesta insignificancia de sus obras, corrigiendo así la injusticia de los tiempos, injusticia que tanto deploraba y aun temía, y era otra su obra acerca de aquellos cuyas obras se hen perdido sin que nos quede más que la mención de sus nombres y a lo sumo la de los títulos de las que escribieron. Y estaba a punto de acometer la historia de aquellos otros que habiendo pensado escribir no llegaron a hacerlo. ...

En la línea 701
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — Verá usted - dijo Joe meditabundo, no porque hubiese necesidad de meditar tal respuesta, sino porque era costumbre en la taberna que se fingiera reflexionar profundamente todo cuanto se discutía -. No, no es mi hijo. No lo es. ...

En la línea 1532
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... En el tono de sus palabras se adivinaba una tolerancia o desdén que me causó mal efecto; yo continuaba con la cabeza ladeada, mirando al bloque que constituía su rostro, en busca de alguna ilustración alentadora para el texto, cuando anunció que estábamos en la Posada de Barnard. Mi depresión no desapareció al oír estas palabras, porque me había imaginado que aquel establecimiento sería un hotel, propiedad de un señor Barnard, en comparación con el cual el Jabalí Azul de nuestro pueblo no sería más que una taberna. Pero, en cambio de eso, pude observar que Barnard era un espíritu sin cuerpo o una ficción, y su Posada, la colección más sucia de construcciones míseras que jamás se vieron apretadas una por otra en un fétido rincón, como si fuera un lugar de reunión para los gatos. ...

En la línea 1601
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... En cambio, un caballero no puede tener una taberna, ¿no es así? - pregunté. ...

En la línea 1602
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... De ningún modo - replicó Herbert -, pero una taberna puede tener un caballero. En fin, el señor Havisham era muy rico y muy orgulloso, y lo mismo que él era su hija. ¿Era hija única la señorita Havisham? - pregunté. ...

En la línea 67
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Pero ni palabras ni exclamaciones bastaban para expresar su turbación. La sensación de profundo disgusto que le oprimía y le ahogaba cuando se dirigía a casa de la vieja era ahora sencillamente insoportable. No sabía cómo librarse de la angustia que le torturaba. Iba por la acera como embriagado: no veía a nadie y tropezaba con todos. No se recobró hasta que estuvo en otra calle. Al levantar la mirada vio que estaba a la puerta de una taberna. De la acera partía una escalera que se hundía en el subsuelo y conducía al establecimiento. De él salían en aquel momento dos borrachos. Subían la escalera apoyados el uno en el otro e injuriándose. Raskolnikof bajó la escalera sin vacilar. No había entrado nunca en una taberna, pero entonces la cabeza le daba vueltas y la sed le abrasaba. Le dominaba el deseo de beber cerveza fresca, en parte para llenar su vacío estómago, ya que atribuía al hambre su estado. Se sentó en un rincón oscuro y sucio, ante una pringosa mesa, pidió cerveza y se bebió un vaso con avidez. ...

En la línea 70
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Sin embargo, a despecho de esta amarga conclusión, estaba contento como el hombre que se ha librado de pronto de una carga espantosa, y recorrió con una mirada amistosa a las personas que le rodeaban. Pero en lo más hondo de su ser presentía que su animación, aquel resurgir de su esperanza, era algo enfermizo y ficticio. La taberna estaba casi vacía. Detrás de los dos borrachos con que se había cruzado Raskolnikof había salido un grupo de cinco personas, entre ellas una muchacha. Llevaban una armónica. Después de su marcha, el local quedó en calma y pareció más amplio. ...

En la línea 71
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... En la taberna sólo había tres hombres más. Uno de ellos era un individuo algo embriagado, un pequeño burgués a juzgar por su apariencia, que estaba tranquilamente sentado ante una botella de cerveza. Tenía un amigo al lado, un hombre alto y grueso, de barba gris, que dormitaba en el banco, completamente ebrio. De vez en cuando se agitaba en pleno sueño, abría los brazos, empezaba a castañetear los dedos, mientras movía el busto sin levantarse de su asiento, y comenzaba a canturrear una burda tonadilla, haciendo esfuerzos para recordar las palabras. ...

En la línea 78
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Raskolnikof no estaba acostumbrado al trato con la gente y, como ya hemos dicho últimamente incluso huía de sus semejantes. Pero ahora se sintió de pronto atraído hacia ellos. En su ánimo acababa de producirse una especie de revolución. Experimentaba la necesidad de ver seres humanos. Estaba tan hastiado de las angustias y la sombría exaltación de aquel largo mes que acababa de vivir en la más completa soledad, que sentía la necesidad de tonificarse en otro mundo, cualquiera que fuese y aunque sólo fuera por unos instantes. Por eso estaba a gusto en aquella taberna, a pesar de la suciedad que en ella reinaba. El tabernero estaba en otra dependencia, pero hacía frecuentes apariciones en la sala. Cuando bajaba los escalones, eran sus botas, sus elegantes botas bien lustradas y con anchas vueltas rojas, lo que primero se veía. Llevaba una blusa y un chaleco de satén negro lleno de mugre, e iba sin corbata. Su rostro parecía tan cubierto de aceite como un candado. Un muchacho de catorce años estaba sentado detrás del mostrador; otro más joven aún servía a los clientes. Trozos de cohombro, panecillos negros y rodajas de pescado se exhibían en una vitrina que despedía un olor infecto. El calor era insoportable. La atmósfera estaba tan cargada de vapores de alcohol, que daba la impresión de poder embriagar a un hombre en cinco minutos. ...

En la línea 154
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Precisamente ardía una luz al extremo de la calle y hacia allí se dirigió. Era en efecto una taberna. El viajero se detuvo un momento, miró por los vidrios de la sala, iluminada por una pequeña lámpara colocada sobre una mesa y por un gran fuego que ardía en la chimenea. Algunos hombres bebían. El tabernero se calentaba. La llama hacía cocer el contenido de una marmita de hierro, colgada de una cadena en medio del hogar. ...

En la línea 571
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... En el primer cuarto de este siglo había en Montfermeil, cerca de París, una especie de taberna que ya no existe. Esta taberna, de propiedad de los esposos Thenardier, se hallaba situada en el callejón del Boulanger. Encima de la puerta se veía una tabla clavada descuidadamente en la pared, en la cual se hallaba pintado algo que en cierto modo se asemejaba a un hombre que llevase a cuestas a otro hombre con grandes charreteras de general; unas manchas rojas querían figurar la sangre; el resto del cuadro era todo humo, y representaba una batalla. Debajo del cuadro se leía esta inscripción: 'El Sargento de Waterloo'. ...

En la línea 571
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... En el primer cuarto de este siglo había en Montfermeil, cerca de París, una especie de taberna que ya no existe. Esta taberna, de propiedad de los esposos Thenardier, se hallaba situada en el callejón del Boulanger. Encima de la puerta se veía una tabla clavada descuidadamente en la pared, en la cual se hallaba pintado algo que en cierto modo se asemejaba a un hombre que llevase a cuestas a otro hombre con grandes charreteras de general; unas manchas rojas querían figurar la sangre; el resto del cuadro era todo humo, y representaba una batalla. Debajo del cuadro se leía esta inscripción: 'El Sargento de Waterloo'. ...

En la línea 572
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Una tarde de la primavera de 1818, una mujer de aspecto poco agradable se hallaba sentada frente a la puerta de la taberna, mirando jugar a sus dos pequeñas hijas, una de pelo castaño, la otra morena, una de unos dos años y medio, la otra de un año y medio. ...

En la línea 918
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Había en el muelle una taberna de atractivo aspecto, donde ambos entraron. Era una extensa sala bien adornada, en el fondo de la cual había una tarima de campaña, guarnecida de almohadas, y sobre la cual se hallaba cierto número de durmientes. ...

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