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La palabra sitio
Cómo se escribe

la palabra sitio

La palabra Sitio ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
El cuervo de Leopoldo Alias Clarín
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Niebla de Miguel De Unamuno
Sandokán: Los tigres de Mompracem de Emilio Salgàri
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
La llamada de la selva de Jack London
Amnesia de Amado Nervo
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Julio Verne de La vuelta al mundo en 80 días
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece sitio.

Estadisticas de la palabra sitio

Sitio es una de las palabras más utilizadas del castellano ya que se encuentra en el Top 5000, en el puesto 1080 según la RAE.

Sitio tienen una frecuencia media de 84.05 veces en cada libro en castellano

Esta clasificación se basa en la frecuencia de aparición de la sitio en 150 obras del castellano contandose 12776 apariciones en total.

Errores Ortográficos típicos con la palabra Sitio

Cómo se escribe sitio o citio?
Cómo se escribe sitio o zitio?


la Ortografía es divertida

Algunas Frases de libros en las que aparece sitio

La palabra sitio puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 435
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y, moviendo su herramienta de un lado a otro, buscaba sitio para herir, evitando las manos flacas y desesperadas que se le ponían delante. ...

En la línea 913
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El vaho ardoroso de los pucheros donde se ahogaba el capullo subíasele a la cabeza, escaldándole los ojos; pero, a pesar de esto, permanecía firme en su sitio, buscando en el fondo del agua hirviente los cabos sueltos de aquellas cápsulas de seda blanducha, de un suave color de caramelo, en cuyo interior acababa de morir achicharrado el gusano laborioso, la larva de preciosa baba, por el delito de fabricarse una rica mazmorra para su transformación en mariposa. ...

En la línea 1535
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Batiste entró en la barraca, blanca y pulcra como siempre, con los azulejos luminosos y todos los muebles en su sitio, pero que parecía envuelta en la misma tristeza de una sepultura limpia y brillante. ...

En la línea 1890
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Los muebles viejos y maltrechos, recuerdos perennes de las antiguas peregrinaciones huyendo de la miseria, comenzaban a desaparecer, dejando sitio libre a otros que la hacendosa Teresa adquiría en sus viajes a la ciudad. ...

En la línea 309
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Viajaba por toda España, pero ya no era para aprobar una asignatura aquí y otra más allá: aspiraba a ser una autoridad en el arte taurino, un grande hombre de la afición, e iba de plaza en plaza al lado de su matador favorito, presenciando todas sus corridas. En invierno, cuando descansaban sus ídolos, vivía en Jerez al cuidado de sus haciendas, y este cuidado consistía en pasarse las noches en el _Círculo Caballista_, discutiendo acaloradamente los méritos de su matador y la inferioridad de sus rivales, pero con tal vehemencia, que por si una estocada recibida años antes por un toro, del que no quedaban ni los huesos, había sido caída o en su sitio, tentábase por encima de la ropa el revólver, la navaja, todo el arsenal que llevaba sobre su persona, como garantía del valor y la arrogancia con que resolvía sus asuntos. ...

En la línea 380
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... «¡Anda a otro sitio, _Resalá_!» Y los bueyes y las yeguas obedecían sus voces y sus gestos, como si la continua comunicación de las bestias y el hombre acabase por elevar a unos y rebajar a otros, fundiendo las especies. ...

En la línea 610
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Únicamente en la época de la trilla les daban un guiso de garbanzos: el resto del año pan, sólo pan, y en muchos sitios, tasado. Explotaban hasta sus necesidades más imperiosas. Antes, al arar la tierra, por cada diez arados había un hombre suplente, que ocupaba el sitio del que se retiraba un momento para librarse de los residuos del gazpacho. Ahora, para economizarse este suplente, daban cinco céntimos al arador, con la condición de no abandonar la yunta aunque el estómago le atormentase con los más crueles llamamientos, y a esto le llamaban ellos con una sorna triste, «vender el... sitio más innoble del cuerpo». ...

En la línea 610
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Únicamente en la época de la trilla les daban un guiso de garbanzos: el resto del año pan, sólo pan, y en muchos sitios, tasado. Explotaban hasta sus necesidades más imperiosas. Antes, al arar la tierra, por cada diez arados había un hombre suplente, que ocupaba el sitio del que se retiraba un momento para librarse de los residuos del gazpacho. Ahora, para economizarse este suplente, daban cinco céntimos al arador, con la condición de no abandonar la yunta aunque el estómago le atormentase con los más crueles llamamientos, y a esto le llamaban ellos con una sorna triste, «vender el... sitio más innoble del cuerpo». ...

En la línea 244
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Iba a la cocina; si allí había desorden, rastros de la enfermedad, descuidos consiguientes a los días de apuro, él procuraba que desapareciesen tales huellas; la cocina era para los vivos; ¡todo en su sitio! Había que alimentar bien a la señorita o al señorito para que no sucumbiera al dolor. ...

En la línea 107
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... En cuanto al gentilhombre, había vuelto a ocupar su sitio en la ven tana y miraba con cierta impaciencia a todo aquel gentío cuya perma nencia allí parecía causarle viva contrariedad. ...

En la línea 444
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Luego el señor de Tréville hizo un gesto con la mano y todos se retiraron excepto D'Artagnan, que no olvidaba que tenía audiencia y que, con su tenacidad de gascón, había permanecido en el mismo sitio. ...

En la línea 601
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Lo único que me extraña es que no me haya matado en el sitio; estaba en su derecho y el dolor que le he causado ha debido de ser atroz. ...

En la línea 1173
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Pero con una simple casaca de mosquetero y sólo por su forma de echar atrás la cabeza y dar un pa so, Athos ocupaba en el mismo instante el sitio que le era debido y relegaba al fastuoso Porthos a segunda fila. ...

En la línea 370
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Entre otras cosas, me declaró cuánto le sorprendía ver a los ingleses, el pueblo más instruído e inteligente de la tierra, visitar un sitio como Cintra, donde no hay literatura, ciencia ni cosa alguna útil (_coisa que presta_). ...

En la línea 474
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Los ladrones frecuentan todavía esas ruinas, y en ellas comen y beben, en acecho de una presa, porque el sitio domina un buen trozo del camino. ...

En la línea 491
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... No hay en todo Portugal un sitio de peor fama que éste, y la posada lleva el apodo de _Estalagem de Ladrões_ o sea, hostería de ladrones; porque los bandidos que campan por los despoblados que se extienden a varias leguas a la redonda, tienen la costumbre de venir a esta posada a gastar el dinero y demás productos de su criminal oficio; allí cantan y bailan, comen conejo guisado y aceitunas, y beben el vino espeso y fuerte del Alemtejo. ...

En la línea 548
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Evora es una pequeña ciudad murada, pero sin un sistema defensivo, y no resistiría un sitio de veinticuatro horas. ...

En la línea 1110
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Los enlutados, asimesmo, revueltos y envueltos en sus faldamentos y lobas, no se podían mover; así que, muy a su salvo, don Quijote los apaleó a todos y les hizo dejar el sitio mal de su grado, porque todos pensaron que aquél no era hombre, sino diablo del infierno que les salía a quitar el cuerpo muerto que en la litera llevaban. ...

En la línea 1147
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Era la noche, como se ha dicho, escura, y ellos acertaron a entrar entre unos árboles altos, cuyas hojas, movidas del blando viento, hacían un temeroso y manso ruido; de manera que la soledad, el sitio, la escuridad, el ruido del agua con el susurro de las hojas, todo causaba horror y espanto, y más cuando vieron que ni los golpes cesaban, ni el viento dormía, ni la mañana llegaba; añadiéndose a todo esto el ignorar el lugar donde se hallaban. ...

En la línea 1672
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Este sitio escogió el Caballero de la Triste Figura para hacer su penitencia; y así, en viéndole, comenzó a decir en voz alta, como si estuviera sin juicio: -Éste es el lugar, ¡oh cielos!, que diputo y escojo para llorar la desventura en que vosotros mesmos me habéis puesto. ...

En la línea 1673
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Éste es el sitio donde el humor de mis ojos acrecentará las aguas deste pequeño arroyo, y mis continos y profundos sospiros moverán a la contina las hojas destos montaraces árboles, en testimonio y señal de la pena que mi asendereado corazón padece. ...

En la línea 33
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Un Octopus o pulpo, me interesó también mucho, y pasé largas horas estudiando sus costumbres. Aunque abundan en los charcos que deja la marea al retirarse, estos animales no son fáciles de coger. Por medio de sus largos tentáculos o brazos y de sus ventosas o chupadores, consiguen meterse dentro de grietas muy estrechas; y, una vez allí, necesita emplearse mucha fuerza para hacer que salga. Otras veces se lanzan con la rapidez de una flecha, llevando la cola adelante, de un lado a otro del charco, y al mismo tiempo coloran el agua, difundiendo en torno suyo una especie de tinta de color castaño oscuro. Estos animales tienen también la facultad de cambiar de Color para ocultarse a la vista. Parecen variar los matices de su cuerpo según la naturaleza del terreno sobre el cual pasan: cuando están en un sitio donde es poco profunda el agua, suelen presentar un color de púrpura parduzco; pero cuando se les coloca encima de la tierra o en un sitio donde es poco profunda el agua, ese tinte oscuro desaparece y lo reemplaza un color verde amarillento. Si se examina más atentamente el color de estos animales, se ve que son grises y tienen manchas numerosas de un color amarillo fuerte; algunas de esas manchas varían de intensidad, otras aparecen y desaparecen de continuo. Estas modificaciones de color se efectúan de tal modo, que parece como si se vieran pasar constantemente sobre el cuerpo del animal nubes de colores que varían del rojo jacinto al rojo castaño. Toda parte de su cuerpo sometida a un ligero choque galvánico se pone negra; puede producirse un efecto análogo aunque menos marcado arañándoles la piel con una aguja. Estas nubes o llamaradas de color, como pudieran llamarse, dícese que son producidas por la dilatación y la contracción sucesivas de unas vesículas muy pequeñas que contienen fluidos diversamente coloridos. ...

En la línea 33
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Un Octopus o pulpo, me interesó también mucho, y pasé largas horas estudiando sus costumbres. Aunque abundan en los charcos que deja la marea al retirarse, estos animales no son fáciles de coger. Por medio de sus largos tentáculos o brazos y de sus ventosas o chupadores, consiguen meterse dentro de grietas muy estrechas; y, una vez allí, necesita emplearse mucha fuerza para hacer que salga. Otras veces se lanzan con la rapidez de una flecha, llevando la cola adelante, de un lado a otro del charco, y al mismo tiempo coloran el agua, difundiendo en torno suyo una especie de tinta de color castaño oscuro. Estos animales tienen también la facultad de cambiar de Color para ocultarse a la vista. Parecen variar los matices de su cuerpo según la naturaleza del terreno sobre el cual pasan: cuando están en un sitio donde es poco profunda el agua, suelen presentar un color de púrpura parduzco; pero cuando se les coloca encima de la tierra o en un sitio donde es poco profunda el agua, ese tinte oscuro desaparece y lo reemplaza un color verde amarillento. Si se examina más atentamente el color de estos animales, se ve que son grises y tienen manchas numerosas de un color amarillo fuerte; algunas de esas manchas varían de intensidad, otras aparecen y desaparecen de continuo. Estas modificaciones de color se efectúan de tal modo, que parece como si se vieran pasar constantemente sobre el cuerpo del animal nubes de colores que varían del rojo jacinto al rojo castaño. Toda parte de su cuerpo sometida a un ligero choque galvánico se pone negra; puede producirse un efecto análogo aunque menos marcado arañándoles la piel con una aguja. Estas nubes o llamaradas de color, como pudieran llamarse, dícese que son producidas por la dilatación y la contracción sucesivas de unas vesículas muy pequeñas que contienen fluidos diversamente coloridos. ...

En la línea 49
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... FERNANDO NORONHA, 20 de febrero de 1832. Según he podido juzgar por las pocas horas pasadas en este sitio, esta isla es de origen volcánico, pero no es probable que sea de fecha reciente. Su carácter más notable consiste en una colina cónica de unos 1.000 pies de altura (300 metros), cuya parte superior es muy escarpada y uno de cuyos lados cae a plomo sobre la base. Este peñón es monolítico y está dividido en columnas irregulares. Al ver una de estas masas aisladas, al pronto se está dispuesto a creer que se elevó de repente en estado semifluido. Pero en Santa Elena he podido darme cuenta de que columnas de forma y de constitución casi análogas provenían de la inyección de la roca fundida en capas blandas, que al cambiar de sitio, sirvieron, digámoslo así, de moldes a esos gigantescos obeliscos. La isla entera está cubierta de bosques, pero la sequedad del clima es tan grande que no hay allí ni el más pequeño verdor. Inmensas masas de peñas, dispuestas en columnas, sombreadas por árboles parececidos a laureles y adornadas por otros árboles que dan bellas flores de color rosa, pero sin una sola hoja, forman en admirable primer término una ladera de la montaña. ...

En la línea 49
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... FERNANDO NORONHA, 20 de febrero de 1832. Según he podido juzgar por las pocas horas pasadas en este sitio, esta isla es de origen volcánico, pero no es probable que sea de fecha reciente. Su carácter más notable consiste en una colina cónica de unos 1.000 pies de altura (300 metros), cuya parte superior es muy escarpada y uno de cuyos lados cae a plomo sobre la base. Este peñón es monolítico y está dividido en columnas irregulares. Al ver una de estas masas aisladas, al pronto se está dispuesto a creer que se elevó de repente en estado semifluido. Pero en Santa Elena he podido darme cuenta de que columnas de forma y de constitución casi análogas provenían de la inyección de la roca fundida en capas blandas, que al cambiar de sitio, sirvieron, digámoslo así, de moldes a esos gigantescos obeliscos. La isla entera está cubierta de bosques, pero la sequedad del clima es tan grande que no hay allí ni el más pequeño verdor. Inmensas masas de peñas, dispuestas en columnas, sombreadas por árboles parececidos a laureles y adornadas por otros árboles que dan bellas flores de color rosa, pero sin una sola hoja, forman en admirable primer término una ladera de la montaña. ...

En la línea 3356
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... —¿Qué? —La madera es nueva; si fuese del tiempo que el Marqués supone, se desharía en polvo; la madera vieja siempre deja caer el polvo de los roedores: eso lo conocemos nosotros, no los aficionados, que no tienen más que dinero y credulidad; ¡esto es truquage, puro truquage! Ponía la cera en los agujeros, dejaba la silla en su sitio, y descendía triunfante diciendo por la escalera: —¡Con que ya ve usted! ¡Sólo que al pobre Marqués, por supuesto, no hay que decirle una palabra! Mucho sintió Paco Vegallana en el primer momento, encontrar en su casa a Obdulia aquella tarde. ...

En la línea 3867
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Su alma es noble, y sólo porque en este sitio yo no puedo tributar elogios al penitente, me abstengo de señalar dónde está el oro y dónde está el lodo. ...

En la línea 6635
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Al Magistral se le hizo un poco de sitio, entre Ripamilán y Anita, con palabra solemne de dejarle en el Espolón, donde él tenía que buscar a cierta persona. ...

En la línea 6707
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Esos curas, que son listos, con pretexto de la soledad y el retiro han cogido, allá en tiempo de la sopa boba, han cogido para sí el mejor sitio de recreo, el más abrigado, el más higiénico. ...

En la línea 665
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Todo esto no fue obstáculo para que el fastuoso cardenal—obispo de Valencia—diese grandes banquetes en su palacio. La ciudad había adornado sus calles en relación con la especialidad de los comerciantes o menestrales establecidos en ella. En la Tapinería, donde trabajaban los comerciantes de tapines o chapines, calzado alto. Inventado por los moros, que aumentaba la estatura de las mujeres y cuya moda se extendía hasta Venecia, las casas se mostraban cubiertas de chapines de los más caros, que tenían las suelas con adornos de oro plata y diamantes. En la calle de las Platerías. los orfebres ostentaban sobre tapices de brocado sus obras más suntuosas, y en la Puerta Nueva, cerca del sitio donde se iba a construir poco después la famosa Lonja, aparecían revestidos dos edificios, del tejado al suelo, con piezas de ricas telas. Los señores circulaban entre la muchedumbre montados en mulas y llevando a la grupa a su dama. ...

En la línea 707
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Al verse Rodrigo de Borja suplantado por Rovere, que ocupaba en la ceremonia el sitio más honorífico después del Papa, quiso abrumar a dicho rival con su riqueza y su gallardía, y asistió al recibimiento de la Santa Lanza, vestido lujosamente a la española, montando un brioso corcel, que manejaba con su habilidad de consumado jinete, la espada al costado, y en la cabeza, una gorra con adornos de perlas, rematada por airoso penacho. ...

En la línea 934
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Alejandro llamó a Roma al conde Pitigliano, encargándole el sitio del castillo de Ostia, y a pesar de la fama de éste como fortaleza Inexpugnable, capituló con sólo un mes de asedio. ...

En la línea 1173
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Nadie ayudaba al Papa en esta campaña. Los Savellis, los Colonnas y otros feudatarios de la Santa Sede incluso el señor de Pésaro, marido de Lucrecia, se mantenían expectantes, deseando en el fondo de su ánimo la derrota del Papa. Esta surgió inesperadamente a fines de enero de 1497. Gandía y Guidobaldo levantaron el sitio de Braciano para cortar el paso a un ejército de refuerzo que enviaban los amigos de los Orsinis. El choque ocurrió cerca del pueblo de Soriano, una de las batallas más sangrientas y empeñadas de aquella época, que tuvo como final la fuga de las tropas papales. Guidobaldo quedó prisionero, y el duque de Gandía, herido en el rostro, tuvo que huir, luego de batirse valerosamente. ...

En la línea 65
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Unos pies golpearon su cabeza, y tuvo que sentarse para dejar sitio al oficial, que descendía detrás de el. ...

En la línea 149
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - Algunos, -contestó el sabio-. Recuerde usted que la visita de ese Gulliver fue hace muchos años, muchísimos, un espacio de tiempo que corresponde, según creo, a lo que los Hombres-Montañas llaman dos siglos. Imagínese cuantos naufragios pueden haber ocurrido durante un periodo tan largo; cuantos habrán venido a visitarnos forzosamente de esos hombres gigantescos que navegan en sus casas de madera mas allá de la muralla de rocas y espumas que levantaron nuestros dioses para librarnos de su grosería monstruosa… . Nuestras crónicas no son claras en este punto. Hablan de ciertas visitas de Hombres-Montañas que yo considero apócrifas. Pero con certeza puede decirse que llegaron a esta tierra unos catorce seres de tal clase en distintas épocas de nuestra historia. De esto hablaremos más detenidamente, si el destino nos permite conversar en un sitio mejor y con menos prisa. El último gigante que llegó lo vi cuando estaba todavía en mi infancia; el único que hemos conocido después del triunfo de la Verdadera Revolución. Era un hombre de manos callosas y piel con escamas de suciedad. Bebía un líquido blanco y de hedor insufrible, guardado en una gran botella forrada de juncos. Este líquido ardiente parecía volverle loco. Nuestros sabios creen que era un simple esclavo de los que trabajan en los buques enormes de los mares sin límites. Como el tal líquido despertaba en el una demencia destructiva, mató a varios miles de los nuestros, nos causo otros daños, y tuvimos que suprimirle, encargándose nuestra Facultad de Química de disolver y volatilizar su cadáver para que tanta materia en putrefacción no envenenase la atmósfera. Creo necesario hacerle saber que desde entonces decidimos suprimir todo Hombre-Montaña que apareciese en nuestras costas. ...

En la línea 1185
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - Soy el presidente del Comité encargado del Hombre-Montaña. Los altos señores del Consejo me designaron para ocupar dicho sitio. ...

En la línea 1281
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Gillespie buscó con su vista los grupos que estaban poco antes en la orilla del mar, y no vio a ninguno. Se habían deslizado hacia el sitio donde hervía el caldero sobre las llamas de una hoguera, para repartirse su contenido, devorándolo. Esta noche Gillespie iba a pasar hambre. Los bellacos parecían contentos de la visita del hombre con velos, que había distraído la atención del coloso. ...

En la línea 247
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —Mira—dijo ella cuando llegaron a un sitio menos desierto—, no me cuentes más historias. No quiero saber más. Punto final. ...

En la línea 486
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Guillermina entraba en aquella casa como en la suya, sin etiqueta ni cumplimiento alguno. Ya tenía su lugar fijo en el gabinete de Barbarita, una silla baja; y lo mismo era sentarse que empezar a hacer media o a coser. Llevaba siempre consigo un gran lío o cesto de labor, calábase los anteojos, cogía las herramientas, y ya no paraba en toda la noche. Hubiera o no en las otras habitaciones gente de cumplido, ella no se movía de allí ni tenía que ver con nadie. Los amigos asiduos de la casa, como el marqués de Casa-Muñoz, Aparisi o Federico Ruiz, la miraban ya como se mira lo que está siempre en un mismo sitio y no puede estar en otro. Los de fuera y los de dentro trataban con respeto, casi con veneración, a la ilustre señora, que era como una figurita de nacimiento, menuda y agraciada, la cabellera con bastantes canas, aunque no tantas como la de Barbarita, las mejillas sonrosadas, la boca risueña, el habla tranquila y graciosa, y el vestido humildísimo. ...

En la línea 498
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —Ad… hoc, sí señor—replicó Guillermina, acentuando las dos palabras latinas—. Pues está usted adelantado de noticias. ¿No sabe que tengo el terreno y los planos, y que ya me están haciendo el vaciado? ¿Sabe usted el sitio? Más abajo del que ocupan las Micaelas, esas que recogen y corrigen las mujeres pérdidas. El arquitecto y los delineantes me trabajan gratis. Ahora no pido sólo dinero, sino ladrillo recocho y pintón. Con que a ver… ...

En la línea 599
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Una noche fue al teatro Real de muy mala gana. Había estado todo el día y la noche anterior en casa de Candelaria que tenía enferma a la niña pequeña. Mal humorada y soñolienta, deseaba que la ópera se acabase pronto; pero desgraciadamente la obra, como de Wagner, era muy larga, música excelente según Juan y todas las personas de gusto, pero que a ella no le hacía maldita gracia. No lo entendía, vamos. Para ella no había más música que la italiana, mientras más clarita y más de organillo mejor. Puso su muestrario en primera fila, y se colocó en la última silla de atrás. Las tres pollas, Barbarita II, Isabel y Andrea, estaban muy gozosas, sintiéndose flechadas por mozalbetes del paraíso y de palcos por asiento. También de butacas venía algún anteojazo bueno. Doña Bárbara no estaba. Al llegar al cuarto acto, Jacinta sintió aburrimiento. Miraba mucho al palco de su marido y no le veía. ¿En dónde estaba? Pensando en esto, hizo una cortesía de respeto al gran Wagner, inclinando suavemente la graciosa cabeza sobre el pecho. Lo último que oyó fue un trozo descriptivo en que la orquesta hacía un rumor semejante al de las trompetillas con que los mosquitos divierten al hombre en las noches de verano. Al arrullo de esta música, cayó la dama en sueño profundísimo, uno de esos sueños intensos y breves en que el cerebro finge la realidad como un relieve y un histrionismo admirables. La impresión que estos letargos dejan suele ser más honda que la que nos queda de muchos fenómenos externos y apreciados por los sentidos. Hallábase Jacinta en un sitio que era su casa y no era su casa… Todo estaba forrado de un satén blanco con flores que el día anterior había visto ella y Barbarita en casa de Sobrino… Estaba sentada en un puff y por las rodillas se le subía un muchacho lindísimo, que primero le cogía la cara, después le metía la mano en el pecho. «Quita, quita… eso es caca… ¡qué asco!… cosa fea, es para el gato… ». Pero el muchacho no se daba a partido. No tenía más que la camisa de finísima holanda, y sus carnes finas resbalaban sobre la seda de la bata de su mamá. Era una bata color azul gendarme que semanas antes había regalado a su hermana Candelaria… «No, no, eso no… quita… caca… ». Y él insistiendo siempre, pesadito, monísimo. Quería desabotonar la bata, y meter mano. Después dio cabezadas contra el seno. Viendo que nada conseguía, se puso serio, tan extraordinariamente serio que parecía un hombre. La miraba con sus ojazos vivos y húmedos, expresando en ellos y en la boca todo el desconsuelo que en la humanidad cabe. Adán, echado del paraíso, no miraría de otro modo el bien que perdía. Jacinta quería reírse; pero no podía porque el pequeño le clavaba su inflamado mirar en el alma. Pasaba mucho tiempo así, el niño-hombre mirando a su madre, y derritiendo lentamente la entereza de ella con el rayo de sus ojos. Jacinta sentía que se le desgajaba algo en sus entrañas. Sin saber lo que hacía soltó un botón… Luego otro. Pero la cara del chico no perdía su seriedad. La madre se alarmaba y… fuera el tercer botón… Nada, la cara y la mirada del nene siempre adustas, con una gravedad hermosa, que iba siendo terrible… El cuarto botón, el quinto, todos los botones salieron de los ojales haciendo gemir la tela. Perdió la cuenta de los botones que soltaba. Fueron ciento, puede que mil… Ni por esas… La cara iba tomando una inmovilidad sospechosa. Jacinta, al fin, metió la mano en su seno, sacó lo que el muchacho deseaba, y le miró segura de que se desenojaría cuando viera una cosa tan rica y tan bonita… Nada; cogió entonces la cabeza del muchacho, la atrajo a sí, y que quieras que no le metió en la boca… Pero la boca era insensible, y los labios no se movían. Toda la cara parecía de una estatua. El contacto que Jacinta sintió en parte tan delicada de su epidermis, era el roce espeluznante del yeso, roce de superficie áspera y polvorosa. El estremecimiento que aquel contacto le produjo dejola por un rato atónita, después abrió los ojos, y se hizo cargo de que estaban allí sus hermanas; vio los cortinones pintados de la boca del teatro, la apretada concurrencia de los costados del paraíso. Tardó un rato en darse cuenta de dónde estaba y de los disparates que había soñado, y se echó mano al pecho con un movimiento de pudor y miedo. Oyó la orquesta, que seguía imitando a los mosquitos, y al mirar al palco de su marido, vio a Federico Ruiz, el gran melómano, con la cabeza echada hacia atrás, la boca entreabierta, oyendo y gustando con fruición inmensa la deliciosa música de los violines con sordina. Parecía que le caía dentro de la boca un hilo del clarificado más fino y dulce que se pudiera imaginar. Estaba el hombre en un puro éxtasis. Otros melómanos furiosos vio la dama en el palco; pero ya había concluido el cuarto acto y Juan no parecía. ...

En la línea 406
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... '¡Ah! pensó–. ¡Qué grande y qué extraño parece! ¡Soy rey!' Nuestros dos amigos se abrieron lentamente camino por entre la muchedumbre que llenaba el puente. Esta construcción, que tenía más de seiscientos años de vida sin haber dejado de ser un lugar bullicioso y muy poblado, era curiosísima, por que una hilera completa de tiendas y almacenes, con habitaciones para familias encima, se extendía a ambos lados y de, una a otra orilla del río. El puente era en sí mismo una especie de ciudad, que tenía sus posadas, cervecerías, panaderías, mercados, industrias manufactureras y hasta su iglesia. Miraba a los dos vecinos que ponía en comunicación –Londres y Southwark–, considerándolos buenos como suburbios, pero por lo demás sin particular importancia. Era una comunidad cerrada, por decirlo así, una ciudad estrecha con una sola calle de un quinto de milla de largo, y su población no era sino la población de una aldea. Todo el mundo en ella conocía íntimamente a sus vecinos, como había tenido antes conocimiento de sus padres y de sus madres, y conocía además todos sus pequeños asuntos familiares. Contaba con una aristocracia, por supuesto, con sus distinguidas y viejas famillas de carniceros, de panaderos y otros por el estilo, que venían ocupando las mismas tiendas desde hacía quinientos o seiscientos años, y sabían la gran historia del puente desde el principio al fin, con todas sus misteriosas leyendas. Eran familias que hablaban siempre en lenguaje del puente, tenían ideas propias del puente, mentían a boca llena y sin titubear, de una manera emanada de su vida en el puente. Era aquella una clase de población que había de ser por fuerza mezquina, ignorante y engreída. Los niños nacían en el puente, eran educados en él, en él llegaban a viejos y, finalmente, en él morían sin haber puesto los pies en otra parte del mundo que no fuera el Puente de Londres. Aquella gente tenía que pensar, por razón natural, que la copiosa e interminable procesión que circulaba por su calle noche y día, con su confusa algarabía de voces y gritos, sus relinchos, sus balidos y su ahogado patear, era la casa más extraordinaria del mundo, y ellos mismos, en cierto modo, los propietarios de todo aquello. Y tales eran, en efecto –o por lo menos como tales podían considerarse desde sus ventanas, y así lo hacían mediante su alquiler–, cada vez que un rey o un héroe que volvía daba ocasión a algunos festejos, porque no había sitio como aquél para poder contemplar sin interrupción las columnas en marcha. ...

En la línea 407
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Los hombres nacidos y educados en el puente encontraban la vida de un tedio insoportable en cualquier otro sitio. La historia nos dice de uno de estos hombres que abandonó el puente a los sesenta y un años y se retiró al campo; pero no fue más que para ponerse, nervioso y dar vueltas en la cama; no podía conciliar el sueño, pues la profunda calma rústica era penosa, horrible y opresiva. Cuando por fin se hartó de ella, volvió corriendo a su antigua lar, hecho un espectro,demacrado y huraño, y se dio sosegadamente al descanso y a los sueños agradables bajo la adormecedora música de las agitadas aguas y el estrépito y el bullicio y la algazara del Puente de Londres. ...

En la línea 512
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –Cuando llegó no venía nadie con él;. pero ahora recuerdo que al salir los dos y meterse entre la muchedumbre del puente, un hombre mal encarado ha salido de un sitio cercano, y cuando se unían a ellos… ...

En la línea 934
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –Veo que percibes mi atmósfera. El temor se pinta en tus facciones. Nadie puede permanecer aquí sin verse afectado de ese modo, porque es el mismo cielo. Yo voy a él y vuelvo en un abrir y cerrar de ojos. En este mismo sitio me hicieron arcángel, ha cinco años, unos ángeles enviados del cielo para investirme con esa excelsa dignidad. Con su presencia llenaron este sitio de intolerable luz y se arrodillaron ante mí, ¡oh, rey! Sí, se arrodillaron ante mí, porque yo era más grande que ellos. Yo he andado por las salas del cielo y he hablado con patriarcas. Toca mi mano; no temas, tócala. Acabas de tocar una mano que ha sido estrechada por Abraham, Isaac y Jacob, porque he andado por las salas de oro y he visto frente a frente a la Divinidad. ...

En la línea 2255
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... »¡Pobre amo! Dentro de poco le enterrarán en un sitio que para eso tienen destinado. ¡Los hombres guardan o almacenan sus muertos, sin dejar que perros o cuervos los devoren! Y que quede lo único que todo animal, empezando por el hombre, deja en el mundo: unos huesos. ¡Almacenan sus muertos! ¡Un animal que habla, que se viste y que almacena sus muertos! ¡Pobre hombre! ...

En la línea 1000
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... La resaca era tan violenta dentro de aquel refugio, que el parao corría grave peligro. Era cien veces más fácil desafiar la ira de los elementos en mar abierto que en ese sitio, barrido por las olas que se amontonaban unas sobre otras. ...

En la línea 1072
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... La casualidad los condujo al mismo sitio donde habían arribado los paraos de la primera expedición. En la orilla todavía había pedazos de velas y de cordajes, cimitarras, hachas y montones de maderos. ...

En la línea 1076
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —No lo sé. ¡Sin la bala que me hirió acaso no habría conocido a la muchacha de los cabellos de oro! Bajó a la playa. Se detuvo, y con los brazos extendidos señaló el sitio donde se efectuó el terrible abordaje. ...

En la línea 1316
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¿Y es aquí donde vamos a escondernos? —preguntó—. Caramba, este sitio no me parece muy seguro. ...

En la línea 1280
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Oiga -me dijo el canadiense-, no sólo no ha terminado la cacería, sino que todavía no ha comenzado. Tengamos paciencia, que acabaremos encontrando algún animal de pluma o de pelo, y si no es por aquí, será en otro sitio. ...

En la línea 1439
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Ya está- me dijo tras algunos instantes-. La canoa está en su sitio y las escotillas cerradas. Supongo que no temerá usted que esos señores destruyan unas murallas contra las que nada pudieron los obuses de su fragata. ...

En la línea 3052
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Nuestras redes recogieron magníficos espécimenes de algas en aquellos parajes, y en particular un cierto fuco cuyas raíces estaban cargadas de mejillones, que son los mejores del mundo. Ocas y patos se abatieron por docenas sobre la plataforma y pasaron a ocupar su sitio en la despensa de a bordo. Entre los peces me llamaron particularmente la atención unos óseos pertenecientes al género de los gobios, y otros del mismo género, de dos decímetros de largo, sembrados de motas blancuzcas y amarillas. Admiré también numerosas medusas, y las más bellas del género, por cierto, las crisaoras, propias de las aguas que bañan las Malvinas. Unas veces parecían sombrillas semiesféricas muy lisas, surcadas por líneas de un rojo oscuro y terminadas en doce festones regulares, y otras, parecían canastillos invertidos de los que se escapaban graciosamente anchas hojas y largas ramitas rojas. Nadaban agitando sus cuatro brazos foliáceos, y dejaban flotar a la deriva sus opulentas cabelleras de tentáculos. Me hubiera gustado conservar alguna muestra de estos delicados zoófitos, pero no son más que nubes sombras, apariencias, que se funden y se evaporan fuera de su elemento natal. ...

En la línea 390
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — Pero yo sí que me ocupaba, Pip - contestó con tierna sencillez -. Cuando ofrecí a tu hermana casarme con ella, y a su vez se manifestó dispuesta a casarse conmigo y a venir a vivir a la fragua, le dije: «Tráete también al pobrecito niño, Dios le bendiga.» Y añadí: «En la fragua habrá sitio para él.» ...

En la línea 418
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... En efecto, el choque de sus herraduras de hierro sobre el duro camino era casi musical mientras se aproximaba a la casa a un trote más vivo que de costumbre. Sacamos una silla para que la señora Joe se apease cómodamente, removimos el fuego a fin de que la ventana de nuestra casa se le apareciese con alegre aspecto y examinamos en un momento la cocina procurando que nada estuviese fuera de su sitio acostumbrado. En cuanto hubimos terminado estos preparativos, salimos al exterior abrigados y tapados hasta los ojos. Pronto echó pie a tierra la señora Joe y también el tío Pumblechook, que se apresuró a cubrir a la yegua con una manta, de modo que pocos instantes después estuvimos todos en el interior de la cocina, llevando con nosotros tal cantidad de aire frío que parecía suficiente para contrarrestar todo el calor del fuego. ...

En la línea 667
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Era un hombre de aspecto reservado, a quien no había visto nunca. Tenía la cabeza ladeada y uno de sus ojos estaba medio cerrado, como si siempre apuntara a algo con un fusil invisible. Tenía una pipa en la boca, y la separó de sus labios despidiendo al mismo tiempo el humo; luego me miró fijamente y volvió la cabeza como si quisiera saludarme. Yo le correspondí del mismo modo, y él repitió el movimiento, haciendo sitio a su lado para que pudiera sentarme. Pero como siempre que iba allí tenía la costumbre de sentarme al lado de Joe, le dije: ...

En la línea 838
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — Mateo vendrá y me verá por fin - dijo suavemente la señorita Havisham - cuando esté tendida en esta mesa. Ése será su sitio - añadió golpeando la mesa con su bastón -, junto a mi cabeza. El de usted será éste, y ése el de su esposo. Sara Pocket estará ahí. Ahora ya saben todos ustedes dónde han de colocarse cuando vengan a festejar mi muerte. Ya pueden marcharse. ...

En la línea 491
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Es más, si todo hubiese quedado de pronto resuelto, si todas las dudas se hubiesen desvanecido y todas las dificultades se hubiesen allanado, él, seguramente, habría renunciado en el acto a su proyecto, por considerarlo disparatado, monstruoso. Pero quedaban aún infinidad de puntos por dilucidar, numerosos problemas por resolver. Procurarse el hacha era un detalle insignificante que no le inquietaba lo más mínimo. ¡Si todo fuera tan fácil! Al atardecer, Nastasia no estaba nunca en casa: o pasaba a la de algún vecino o bajaba a las tiendas. Y siempre se dejaba la puerta abierta. Estas ausencias eran la causa de las continuas amonestaciones que recibía de su dueña. Así, bastaría entrar silenciosamente en la cocina y coger el hacha; y después, una hora más tarde, cuando todo hubiera terminado, volver a dejarla en su sitio. Pero esto último tal vez no fuera tan fácil. Podía ocurrir que cuando él volviera y fuese a dejar el hacha en su sitio, Nastasia estuviera ya en la casa. Naturalmente, en este caso, él tendría que subir a su aposento y esperar una nueva ocasión. Pero ¿y si ella, entre tanto, advertía la desaparición del hacha y la buscaba primero y después empezaba a dar gritos? He aquí cómo nacen las sospechas o, cuando menos, cómo pueden nacer. ...

En la línea 491
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Es más, si todo hubiese quedado de pronto resuelto, si todas las dudas se hubiesen desvanecido y todas las dificultades se hubiesen allanado, él, seguramente, habría renunciado en el acto a su proyecto, por considerarlo disparatado, monstruoso. Pero quedaban aún infinidad de puntos por dilucidar, numerosos problemas por resolver. Procurarse el hacha era un detalle insignificante que no le inquietaba lo más mínimo. ¡Si todo fuera tan fácil! Al atardecer, Nastasia no estaba nunca en casa: o pasaba a la de algún vecino o bajaba a las tiendas. Y siempre se dejaba la puerta abierta. Estas ausencias eran la causa de las continuas amonestaciones que recibía de su dueña. Así, bastaría entrar silenciosamente en la cocina y coger el hacha; y después, una hora más tarde, cuando todo hubiera terminado, volver a dejarla en su sitio. Pero esto último tal vez no fuera tan fácil. Podía ocurrir que cuando él volviera y fuese a dejar el hacha en su sitio, Nastasia estuviera ya en la casa. Naturalmente, en este caso, él tendría que subir a su aposento y esperar una nueva ocasión. Pero ¿y si ella, entre tanto, advertía la desaparición del hacha y la buscaba primero y después empezaba a dar gritos? He aquí cómo nacen las sospechas o, cuando menos, cómo pueden nacer. ...

En la línea 523
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Luego miró en todas direcciones y comprobó que el hacha estaba en su sitio. Seguidamente se preguntó: «¿No estaré demasiado pálido… , demasiado trastornado? ¡Es tan desconfiada esa vieja! Tal vez me convendría esperar hasta tranquilizarme un poco.» Pero los latidos de su corazón, lejos de normalizarse, eran cada vez más violentos… Ya no pudo contenerse: tendió lentamente la mano hacia el cordón de la campanilla y tiró. Un momento después insistió con violencia. ...

En la línea 554
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... La vieja, como de costumbre, no llevaba nada en la cabeza. Sus cabellos, grises, ralos, empapados en aceite, se agrupaban en una pequeña trenza que hacía pensar en la cola de una rata, y que un trozo de peine de asta mantenía fija en la nuca. Como era de escasa estatura, el hacha la alcanzó en la parte anterior de la cabeza. La víctima lanzó un débil grito y perdió el equilibrio. Lo único que tuvo tiempo de hacer fue sujetarse la cabeza con las manos. En una de ellas tenía aún el paquetito. Raskolnikof le dio con todas sus fuerzas dos nuevos hachazos en el mismo sitio, y la sangre manó a borbotones, como de un recipiente que se hubiera volcado. El cuerpo de la víctima se desplomó definitivamente. Raskolnikof retrocedió para dejarlo caer. Luego se inclinó sobre la cara de la vieja. Ya no vivía. Sus ojos estaban tan abiertos, que parecían a punto de salírsele de las órbitas. Su frente y todo su rostro estaban rígidos y desfigurados por las convulsiones de la agonía. ...

En la línea 114
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... En lo que se refiere a mis convicciones morales íntimas, no pueden, naturalmente, encontrar sitio aquí. ...

En la línea 456
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Para colmo de desgracias, una mañana su príncipe desapareció no se sabe cómo. Ella debía una aterradora cuenta en el hotel. La señorita Zelma de Barberini —se había metamorfoseado en Zelma—se entregó a la más sombría desesperación. Gritaba y sollozaba por todo el hotel, y en su furia desgarraba sus vestidos. Pero vivía en el hotel un conde polaco —todos los polacos que viajan… son condes—, y la señorita Zelma, desgarrando sus vestidos y arañando su rostro con sus bellas uñitas sonrosadas, le produjo cierta impresión. Entablaron conversación y durante la comida ya se había ella consolado. Por la noche, él apareció en el casino dándole el brazo. La señorita Blanche sonreía, según su costumbre, y sus modales eran más desenvueltos. Se agregó en seguida a esta categoría de fervientes a la ruleta que, al acercarse al tapete verde, empujan con el hombro a un jugador para procurarse sitio. Es la especialidad de esas damas. Ya lo habrá usted notado, sin duda. ...

En la línea 643
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Aunque haya sillas dispuestas alrededor de la mesa, pocos de los puntos las aprovechaban, sobre todo cuando hay mucho público, porque una persona en pie ocupa mucho menos sitio y puede operar más cómodamente. Las gentes de la segunda y tercera filas se apretujan contra los de la primera, esperan su turno y vigilan una ocasión para instalarse ante la mesa. Pero, en su impaciencia, algunos avanzan la mano para colocar sus apuestas. Hasta los más alejados de la mesa procuran jugar por encima de las cabezas de los demás, y ocurre que, debido a ello, cada cinco o diez minutos se originan dudas acerca de quiénes han hecho las posturas. ...

En la línea 646
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... La abuela observaba todo aquello desde atrás, con ávida curiosidad. Le hizo mucha gracia la expulsión de un ratero. El “treinta y cuarenta” no llamó mucho su atención. La ruleta le gustó más, sobre todo el rodar de la bolita. Quiso, finalmente, ver jugar desde más cerca. Cómo sucedió no lo sé, pero los ujieres y otros individuos oficiosos —sobre todo polacos arruinados que imponen sus servicios a los jugadores con suerte, y a todos los extranjeros— encontraron medio, a pesar de las apreturas, de hacer sitio a la abuela, en el centro de la mesa, cerca del croupier principal, corriendo el sillón hasta allí. ...

En la línea 130
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... - Dejadme un sitio en la cuadra. ...

En la línea 162
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Desde el sitio en que estaba hizo al tabernero una seña imperceptible. Este se acercó a él y hablaron algunas palabras en voz baja. ...

En la línea 178
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... El sitio en donde estaba era una perrera. ...

En la línea 325
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Las ráfagas soplan; las espumas lo cubren. Alza la vista; ya no divisa más que la lividez de las nubes. En su agonía asiste a la inmensa demencia de la mar. La locura de las olas es su suplicio: oye mil ruidos inauditos que parecen salir de más allá de la tierra; de un sitio desconocido y horrible. ...

En la línea 63
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Finalmente se le ocurrió una idea. Regresaría para ver cómo se las componían sus compañeros de equipo. Para su asombro, habían desaparecido. De nuevo deambuló por el extenso campamento buscándolos y de nuevo volvió al punto de partida. ¿Estarían dentro de la tienda? No, no podía ser, de lo contrario a él no lo hubiesen echado. ¿Dónde podían estar, entonces? Con el rabo entre las patas y el cuerpo tembloroso, realmente acongojado, empezó a dar vueltas y más vueltas alrededor de la tienda. De pronto la nieve cedió y, al hundirse sus patas delanteras, Buck sintió que algo se agitaba. Dio un salto atrás, gruñendo alarmado, asustado ante lo invisible y desconocido. Pero un pequeño ladrido amistoso lo tranquilizó, y se acercó a investigar. Una vaharada de aire tibio subió hasta su hocico: allí, hecho un compacto ovillo bajo la nieve, estaba Billie, que, tras emitir un gemido propiciatorio y revolverse en su sitio como demostración de buena voluntad y buenas intenciones, se aventuró incluso, en beneficio de la paz, a lamerle a Buck la cara con su lengua tibia y húmeda. ...

En la línea 64
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Otra lección. ¿Conque así era como lo hacían, eh? Buck eligió confiadamente un sitio y con muchos aspavientos y desgaste de energía procedió a cavar un hoyo para él. En un santiamén, el calor de su cuerpo llenó aquel espacio cerrado y Buck se quedó dormido. El día había sido largo y arduo, Buck durmió cómoda y profundamente, aunque bufó y ladró luchando contra las pesadillas. ...

En la línea 158
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Cuando llegaban a Cassiar Bar, Dave estaba tan débil que hizo el trayecto cayéndose varias veces. El mestizo escocés decidió acabar con aquello, así que lo sacó del tiro y puso a Sol-leks en su lugar. Quería que Dave se tomase un descanso corriendo con libertad detrás del trineo. Pero aún enfermo como estaba, Dave no podía tolerar la exclusión; rezongó con gruñidos mientras lo desenganchaban y se puso a gemir desconsolado al ver a Solleks en el puesto que él había ocupado con eficacia durante tanto tiempo. Porque sentía el orgullo del camino y del arnés, y ni mortalmente enfermo podía soportar que otro perro ocupara su sitio. ...

En la línea 160
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Con una última reserva de energía consiguió ponerse en pie y seguirlos a rastras, y una nueva parada le permitió adelantarse dando tumbos y llegar hasta el costado de su propio trineo, donde se detuvo junto a Sol-leks. El conductor se había entretenido un momento para pedir fuego al hombre que iba detrás y encender la pipa. Después volvió a su sitio e hizo arrancar a sus perros, que se pusieron en marcha con insólita facilidad, giraron inquietos la cabeza y se detuvieron sorprendidos. También el conductor se sorprendió: el trineo no se había movido. Llamó a sus colegas para que fueran testigos de lo que estaba viendo. Dave había cortado a dentelladas las correas de Sol-leks y se había colocado directamente delante del trineo, en el sitio que le correspondía. ...

En la línea 267
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... Blanca y yo íbamos a buscar nuestro sitio predilecto, hacia popa, y en cierto rinconcito, permanecíamos silenciosos, inadvertidos, con una de sus manos en una de las mías. ...

En la línea 207
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Entregábase mientras tanto Miranda a la importante tarea de facturar el equipaje, no escaso, compuesto de dos baúles mundos, una sombrerera y un cajón especial de tela y cuero, a propósito para guardar de arrugas el planchado de sus camisas de vestir. Fuerza fue esperar pacientemente el turno de bultos rotulados A. M., frente al gran mostrador, donde se alineaba respetable fila de maletas, cajas y cajones de toda especie que iban trayendo a hombros los mozos de la estación, agobiados, hinchadas las venas del cuello. Cuando llegaban al mostrador, dábanse prisa a soltar la carga de golpe, con movimientos brutales, haciendo crujir la madera de los baúles y gemir y rechinar los aros de hierro que la afianzan. Al cabo logró Miranda que llegase su vez, y ya con el talón en el bolsillo, saltó del andén a la vía triple buscando su departamento. Costole algún trabajo, y abrió en balde varias puertas antes de dar con él; al abrirlas, solía asomarse una cabeza, y una voz áspera decir: «está lleno.» En otros departamentos vio formas confusas, gente acurrucada en los rincones o tumbada en los cojines. Al fin acertó, reconoció su sitio. ...

En la línea 848
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Ínterin llegaba el esperado día de asistir a la fiesta nocturna, Pilar se acostumbró a pasar un par de horas en el salón de Damas del Casino, de una a tres de la tarde generalmente. Es el salón de Damas un atractivo más del hermoso edificio donde se reconcentra la animación termal; allí las señoras abonadas al Casino pueden refugiarse, sin temor a invasiones masculinas; allí están en su casa, y son reinas absolutas, tocan el piano, bordan, charlan, y a veces se deslizan hasta el lujo de un sorbete o de alguna confitura o bombón que roen con igual deleite que si fuesen ratoncillos sueltos en un armario de golosinas. Es un harén de moras civilizadas, un gineceo no oculto en la pudorosa sombra del hogar, sino descaradamente implantado en el sitio más público que darse puede. Allí concurrían y se congregaban todos los astros hembras del firmamento de Vichy, y allí encontraba Pilar reunida a la escasa, pero brillante colonia hispano americana; las de Amézaga, Luisa Natal, la condesa de Monteros: y se formaba una especie de núcleo español, si no el más numeroso, tampoco el menos animado y alegre. Mientras alguna rubia inglesa ejecutaba en el piano trozos de música clásica, y las francesas asían de los cabellos la ocasión de lucir primorosas labores de cañamazo, dando en ellas tres puntos por hora, las españolas, más francas, aceptaban la holgazanería completa, dedicándose a hablar y a manejar el abanico. Una magnífica esfera geográfica, colocada al extremo del salón, parecía preguntarse cuál era su objeto y destino en semejante lugar; y en cambio, los retratos de las dos hermanas de Luis XVI, Victoria y Adelaida, damas tradicionales de Vichy, sonreían, empolvada la cabellera, rosadas y benévolas, presidiendo el certamen de frivolidad continua celebrado a honra suya. Eran murmullos como de voleteos de pájaros en pajarera, ruido de risitas semejante a sartas de perlas que caen desgranándose en una copa de cristal, sedoso crujir de países de abanico, estallido seco de varillajes, ruedecillas de sillón que un punto corrían sobre el encerado piso, ruge-ruge de faldas, que parecía estridor de alitas de insecto. Embalsamaban la atmósfera leves auras de gardenia, de vinagre de tocador, de sal inglesa, de perfumería Rimmel. No se veían sino dijes y prendas graciosas abandonadas sobre sillas y mesas; sombrillas largas, de seda, muy recamadas de cordoncillo de oro; cabás y estuches de labor, ya de cuero de Rusia, ya de paja con moños y borlas de estambre; aquí un chal de encaje, allí un pañuelo de batista; acá un ramo de flores que agoniza exhalando su esencia más deliciosa; acullá un velito de moteado tul, y encima las horquillas que sirven para prenderle… El grupo de españolas, capitaneado por Lola Amézaga, que era muy resuelta, tenía cierta independencia e intimidad, bien distinta de la reserva secatona de las inglesas: y aún entre ambos bandos se advertía disimulada hostilidad y recíproco desdén. ...

En la línea 949
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Pasaba este diálogo entre el doctor y Lucía, a distancia suficiente del lecho de la enferma, a fin de que no oyese palabra. Lucía se enteró muy al por menor de cuanto concernía a la asistencia, de las horas del alimento, de las precauciones que adoptar importaba. Después de aplicar a Pilar los medicamentos que el doctor dispuso, arregló el cuarto andando en la punta de los pies, puso cada cosa en su sitio, entornó las celosías y se instaló al lado de la cama, en una silleta baja de hacer labor. Pilar estaba muy agitada, y ardía de sed; a cada paso Lucía le llegaba a los labios el pistero de agua de goma, previamente templada en una estufilla. Por la tarde vino Duhamel, y se cercioró de que los revulsivos habían logrado aclarar un poco la voz de la enferma y facilitar su respiración congojosa. No obstante, la calentura era alta, el sudor se había suprimido. Ocho días duró la congestión pulmonar, y cuando Duhamel ordenó a Pilar levantarse, porque la cama acrecentaba el recargo y agotaba sus fuerzas, era aquella criatura un espectro; a los caracteres asaz tristes de la anemia, se unían ahora otros más alarmantes. Al vestirse, sus miembros no sostenían la ropa, que se escapaba del cuerpo como de un maniquí mal relleno. Ella misma se asustó, y en uno de los momentos lúcidos que suelen tener los atacados del terrible mal que ya la oprimía entre sus garras, pidió el espejillo famoso, y Lucía, por no contrariarla, se lo presentó de mala gana. Al fijar sus ojos en él, Pilar recordaba cómo se había visto la noche del baile, con sus claveles, su pelo artísticamente rizado, y la sonrisa de placer que le iluminaba el rostro. Fue tal el contraste entre lo pasado y lo presente, entre la cara de ocho días atrás y la de hoy, que Pilar, con rápido movimiento, arrojó al suelo el espejillo. Quebrose la clara luna, y las cinceladuras finísimas del marco se abollaron al golpe. ...

En la línea 985
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Mas también la golondrina de Levante se voló, en busca de zonas más templadas. Un día no encontraron ya a Ibrahim Antonio en su sitio de costumbre: probablemente cansado de una jornada sin venta, había cargado con el surtido y emprendido el camino Dios sabe dónde. Lucía le echó de menos; pero el movimiento de retirada era general; no se veían sino tiendas que se vaciaban y cerraban. Había en las aceras montones de paja, rimeros de recortes de papel de embalaje, cajones y cajas con grandes rótulos que decían: «muy frágil.» Era la tristeza, el desorden, el creciente vacío de una casa mudada. Pilar encontraba tan feo a Vichy de aquel modo, que ideaba paseos inusitados, que la apartasen de las calles principales. Una mañana se encaprichó en ir a ver la pastillería, y presenció el nacimiento de dos o tres mil pastillas y bombones; otra quiso visitar las subterráneas galerías que encierran los inmensos depósitos del agua, y los formidables tubos por donde asciende a alimentar los baños del establecimiento termal. Bajaron estrecha escalera, cuyos últimos peldaños se hundían ya en la obscuridad de las galerías. La guardiana les precedía alumbrando con una lámpara de minero, aplastada y de hediondo tufo; Miranda llevaba otra, y un pilluelo que allí se apareció caído de las nubes, encargose de la última. Era la bóveda tan baja, que Miranda hubo de inclinar la cabeza, por no deshacerse la frente. Hacía brusco recodo el angosto pasadizo, y se hallaron de pronto en otra galería, abierta como una boca, donde se internaban los tubos, comidos de orín, gracias a la perenne humedad. Sudaba el techo pálidas y brillantes gotitas de vapor acuoso; a uno y otro lado corría el agua, sobre un lecho de residuos, de fosfatos alcalinos, blancos y farináceos, como nieve recién llovida. A medida que adelantaban por el largo canal subterráneo, calor sofocante anunciaba el paso de las sobras de la Reja Grande, un raudal hirviente, cuya temperatura subía más aún en aquella prisión. De las paredes, leprosas, herpéticas, cubiertas de roña caliza, colgaban monstruosas fungosidades, criptógamas preñadas de veneno, cuya blancura ponzoñosa se destacaba sobre el muro, como una pupila pálida y siniestra en un rostro amoratado. En los codos de los tubos, polvorientas telarañas se tendían, semejantes a sudario gris de olvidados muertos. Las losas der pavimento, dislocadas, dejaban entrever el agua negra. Sobre sus cabezas oían los expedicionarios el pisar de la gente, el batir del duro casco de las bestias. A veces se abría un respiradero, y al través de la reja de hierro filtrábase la luz del día, lívida y cadavérica, amarilleando la rojiza de las lámparas. Los tubos, intestinos de aquel húmedo vientre, daban mil vueltas, y tan pronto rastreaban a flor de tierra, parecidos a sierpes enormes, como se erguían a la bóveda, remedando los negros tentáculos de un pulpo descomunal. Hubo un instante en que los expedicionarios salieron de los pasadizos a plaza más despejada; era una especie de cueva circular, con tragaluz, y en su fondo bostezaban las anchas fauces del pozo Lucas, lleno de un agua soñolienta, sombría y honda. El pilluelo acercó curioso su lámpara. La guardiana le asió del brazo. ...

En la línea 62
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Pero conviene hacer observar aquí- y esto da más fácil explicación al hecho- que el Banco de Inglaterra parece que se desvive por demostrar al público la alta idea que tiene de su dignidad. Ni hay guardianes, ni ordenanzas, ni redes de alambre. El oro, la plata, los billetes, están expuestos libremente, y, por decirlo así, a disposición del primero que llegue. En efecto, sería indigno sospechar en lo mínimo acerca de la caballerosidad de cualquier transeúnte. Tanto es así, que hasta se llega a referir el siguiente hecho por uno de los más notables observadores de las costumbres inglesas: En una de las salas del Banco en que se encontraba un día, tuvo curiosidad por ver de cerca una barra de oro de siete a ocho libras de peso que se encontraba expuesta en la mesa del cajero; para satisfacer aquel deseo, tomó la barra, la examinó, se la dio a su vecino, éste a otro, y así, pasando de mano en mano, la barra llegó hasta el final de un pasillo obscuro, tardando media hora en volver a su sitio primitivo, sin que durante este tiempo el cliero hubiera levantado siquiera la cabeza. ...

En la línea 199
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... El efecto de este despacho fue inmediato. El honorable gentleman desapareció para dejar sitio al ladrón de billetes de banco. Su fotografía, depositada en el Reform Club con las de sus colegas, fue examinada. Reproducía rasgo por rasgo al hombre cuyas señas habían sido determinadas en el expediente de investigación. Todos recordaron lo que tenía de misteriosa la existencia de Phileas Fogg, su aislamiento, su partida repentina, y pareció evidente que este personaje, pretextando un viaje alrededor del mundo y apoyándose en una apuesta insensata, no tenía otro objeto que hacer perder la pista a los agentes de la policía inglesa. ...

En la línea 410
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Desde 1756- época en que se fundó el primer establecimiento inglés en el sitio ocupado hoy por la ciudad de Madrás, hasta el año en que estalló la gran insurrección de los cipayos, la célebre Compañía de las Indias fue omnipotente. Iba agregado a sus dominios poco a poco las diversas provincias adictas a los rajaes por medio de rentas que no pagaba o pagaba mal; nombraba un gobernador general y todos los empleados civiles y militares: pero ahora ya no existe, y las posesiones inglesas de la India dependen directamente de la Corona. ...

En la línea 633
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Locura hubiera sido, y no podía admitirse que aquel hombre estuviera loco hasta ese extremo. Sin embargo, sir Francis consintió en aguardar hasta el desenlace de tan terrible escena; pero el guía no dejó a sus companeros en el paraje donde se habían refugiado, sino que los llevó al sitio que precedía a la plazoleta donde dormían los indios. Abrigados nuestros viajeros por un grupo de árboles, podían observar lo que había de pasar sin ser visto. ...


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