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La palabra saltaba
Cómo se escribe

la palabra saltaba

La palabra Saltaba ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
La llamada de la selva de Jack London
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece saltaba.

Estadisticas de la palabra saltaba

Saltaba es una de las 25000 palabras más comunes del castellano según la RAE, en el puesto 20067 según la RAE.

Saltaba aparece de media 3.03 veces en cada libro en castellano.

Esta es una clasificación de la RAE que se basa en la frecuencia de aparición de la saltaba en las obras de referencia de la RAE contandose 460 apariciones .

Algunas Frases de libros en las que aparece saltaba

La palabra saltaba puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 796
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y siguió adelante, siendo recibido por su perro, que saltaba ante él, restregando sus lanas en la pana de los pantalones. ...

En la línea 891
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Todos los días, al amanecer, saltaba de la cama Roseta, la hija de Batiste, y con los ojos hinchados por el sueño, extendiendo los brazos con gentiles desperezos que estremecían todo su cuerpo de rubia esbelta, abría la puerta de la barraca. ...

En la línea 892
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Chillaba la garrucha del pozo, saltaba ladrando de alegría junto a sus faldas el feo perrucho que pasaba la noche fuera de la barraca, y Roseta, a la luz de las últimas estrellas, echábase en cara y manos todo un cubo de agua fría sacada de aquel agujero redondo y lóbrego, coronado en su parte alta por espesos manojos de hiedra. ...

En la línea 2161
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y cuando, finalmente, aparecía Batiste, gritaban los pequeños de alegría, sonreía Teresa, limpiándose los ojos; salía la hija a abrazar a su pare, y hasta el perro saltaba junto a él, husmeándolo con inquietud, como si olfatease en su persona el peligro que acababa de arrostrar. ...

En la línea 9675
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Afortunadamente la tempestad comenzaba a calmarse, y, sin em bargo, el mar estaba todavía violento; la barquilla saltaba sobre las olas como unacáscara de nuez. ...

En la línea 991
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... La niña que saltaba del lecho a obscuras era más enérgica que esta Anita de ahora, tenía una fuerza interior pasmosa para resistir sin humillarse las exigencias y las injusticias de las personas frías, secas y caprichosas que la criaban. ...

En la línea 3354
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... ¡oh triunfo! esta no se deshacía en polvo; saltaba en astillas muy pequeñas, pero no en polvo. ...

En la línea 3748
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Mesía recordó con tristeza, mezclada de remordimiento, la noche en que aquella mujer saltaba por un balcón, llena de fe y enamorada. ...

En la línea 7969
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Y como si al caballo le hiciese cosquillas aquel gesto de la señora del balcón, saltaba y azotaba las piedras con el hierro; mientras las miradas del jinete eran cohetes que se encaramaban a la barandilla en que descansaba el pecho fuerte y bien torneado de la Regenta. ...

En la línea 778
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Al oír esto, el bondadoso y parlanchín anciano se desconcertaba. Respondía torpemente, balbuciendo negativas y «¿quién te ha contado esa paparrucha?». A lo mejor, saltaba Juan con esto: «¿Pero di, Plácido, tú no has tenido nunca novia?». ...

En la línea 820
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Subieron, no sin que a Jacinta le quedaran ganas de examinar bien toda la pillería que en el patio quedaba. Allá en el fondo había divisado dos niños y una niña. Uno de ellos era rubio y como de tres años. Estaban jugando con el fango, que es el juguete más barato que se conoce. Amasábanlo para hacer tortas del tamaño de perros grandes. La niña, que era de más edad, había construido un hornito con pedazos de ladrillo, y a la derecha de ella había un montón de panes, bollos y tortas, todo de la misma masa que tanto abundaba allí. La señora de Santa Cruz observó este grupo desde lejos. ¿Sería alguno de aquellos? El corazón le saltaba en el pecho y no se atrevía a preguntar a la zancuda. En el último peldaño de la escalera encontraron otro obstáculo: dos muchachuelas y tres nenes, uno de estos en mantillas, interceptaban el paso. Estaban jugando con arena fina de fregar. El mamón estaba fajado y en el suelo, con las patas y las manos al aire, berreando, sin que nadie le hiciera caso. Las dos niñas habían extendido la arena sobre el piso, y de trecho en trecho habían puesto diferentes palitos con cuerdas y trapos. Era el secadero de ropa de las Injurias, propiamente imitado. ...

En la línea 2056
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... En la cuestión religiosa, las ideas de doña Lupe se adaptaban al criterio de su difunto esposo, que era el más juicioso de los hombres y sabía dar a Dios lo que es de Dios y al César, etc… Este estribillo lo repetía muy orgullosamente la viuda siempre que saltaba una oportunidad, añadiendo que creía cuanto la Santa Madre Iglesia manda creer; pero que mientras menos trato tuviera con curas, mejor. Oía su misa los domingos y confesaba muy de tarde en tarde; mas de este paso regular no la sacaba nadie. ...

En la línea 2109
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Corrió a abrir la puerta. El corazón le saltaba en el pecho. La figura negra avanzó por el pasillo para entrar en la salita. Fortunata estaba tan turbada que no acertó a decirle que se sentase y dejara la canaleja. Maxi, que al hablar de la familia se dejaba guiar más por el amor propio que por la sinceridad, le había hecho mil cuentos hiperbólicos de Nicolás, pintándole como persona de mucha virtud y talento, y ella se los había creído. Por esto se desilusionó algo al ver aquella figura tosca de cura de pueblo, aquellas barbas mal rapadas y la abundancia de vello negro que parecía cultivado para formar cosecha. La cara era desagradable, la boca grande y muy separada de la nariz corva y chica; la frente espaciosa, pero sin nobleza; el cuerpo fornido, las manos largas, negras y poco familiarizadas con el jabón; la tez morena, áspera y aceitosa. El ropaje negro del cura revelaba desaseo, y este detalle bien observado por Fortunata la ilusionó otra vez respecto a la santidad del sujeto, porque en su ignorancia suponía la limpieza reñida con la virtud. Poco después, notando que su futuro hermano político olía, y no a ámbar, se confirmó en aquella idea. ...

En la línea 2653
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Violentos chubascos nos asaltaron aquellos días, en los que las brumas eran tan espesas que no hubiéramos podido vernos de un extremo a otro de la plataforma. El viento saltaba bruscamente de rumbo. La nieve se acumulaba en capas tan duras que había que romperla a golpes de pico. Sometidas a una temperatura de cinco grados bajo cero, todas las partes exteriores del Nautilus se recubrían de hielo. Imposible hubiera sido allí maniobrar todo aparejo, pues los extremos de los cabos se habrían quedado prendidos en la garganta de las poleas. Tan sólo un navío sin velas y movido por un motor eléctrico podía afrontar tan altas latitudes. ...

En la línea 3252
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Hacia las diez de la noche, el cielo era de fuego. Violentos relámpagos surcaban la atmósfera. Yo no podía resistir sus deslumbrantes fogonazos. El capitán Nemo, en cambio, los miraba de frente; parecía aspirar con todo su ser el alma de la tempestad. Un fragor terrible retumbaba en el aire, un ruido complejo que integraba el estrépito de las olas aplastadas, los mugidos del viento y los estampidos del trueno. El viento saltaba de un punto a otro del horizonte, y el ciclón, procedente del Este, volvía a él tras pasar por el Norte, el Oeste y el Sur, en sentido inverso de las tempestades giratorias del hemisferio austral. ...

En la línea 3173
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Cuando, al día siguiente, a las once en punto, Raskolnikof fue a ver al juez de instrucción, se extrañó de tener que hacer diez largos minutos de antesala. Este tiempo transcurrió, como mínimo, antes de que le llamaran, siendo así que él esperaba ser recibido apenas le anunciasen. Allí estuvo, en la sala de espera, viendo pasar personas que no le prestaban la menor atención. En la sala contigua trabajaban varios escribientes, y saltaba a la vista que ninguno de ellos tenía la menor idea de quién era Raskolnikof. ...

En la línea 4574
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... No quería destaparse ni levantarse con aquel frío. Pero de pronto notó en la pierna un nuevo contacto desagradable. Entonces echó a un lado la cubierta y encendió la bujía. Después, temblando de frío, empezó a inspeccionar la cama. De súbito vio que un ratón saltaba sobre la sábana. Intentó atraparlo, pero el animal, sin bajar del lecho, empezó a corretear y a zigzaguear en todas direcciones, burlando a la mano que trataba de asirlo. Al fin se introdujo debajo de la almohada. Svidrigailof arrojó la almohada al suelo, pero notó que algo había saltado sobre su pecho y se paseaba por encima de su camisa. En este momento se estremeció de pies a cabeza y se despertó. La oscuridad reinaba en la habitación y él estaba acostado y bien tapado como poco antes. Fuera seguía rugiendo el viento. ...

En la línea 57
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Aquello fue tan repentino e inesperado que desconcertó a Buck. Vio a Spitz sacando la lengua escarlata tal como hacía al reírse, y vio a François, que, blandiendo un hacha, saltaba hacia el centro del círculo. Tres hombres armados de garrotes le ayudaron a dispersarlos. No les llevó mucho tiempo. A los dos minutos de la caída de Curly, los últimos asaltantes fueron ahuyentados a garrotazos. Pero ella yacía mustia y sin vida sobre la nieve ensangrentada y pisoteada, hecha literalmente pedazos, y de pie junto a ella el mestizo profería terribles maldiciones. La escena se repitió a menudo como una pesadilla en los sueños de Buck. De modo que así eran las cosas. Nada de juego limpio. Una vez en el suelo, había llegado tu fin. Pues ya se las arreglaría él para no caer nunca. Spitz volvió a reír y sacó la lengua, y desde aquel momento Buck le profesó un odio amargo e implacable. ...

En la línea 252
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Fue en Circle City, antes de que acabara el año, donde los hechos dieron razón a los temores de Pete el Negro Burton, un individuo malhumora do y pendenciero, había iniciado una riña con un forastero en un bar, cuando Thornton se interpuso entre ambos. Buck, según su costumbre, estaba echado en un rincón, con la cabeza sobre las patas, atento a cada movimiento de su amo. Burton, sin avisar, le soltó un puñetazo directo. Thornton salió despedido girando sobre sí mismo y sólo se salvó de la caída porque se agarró a la barra del bar. Los que miraban la escena oyeron algo que no fue ladrido ni un gruñido, sino más bien un rugido, y vieron que, desde el suelo, el cuerpo de Buck saltaba por los aires hacia la garganta de Burton. El hombre salvó la vida alzando instintivamente el brazo, pero cayó de espaldas con Buck encima. El perro aflojó la dentellada del brazo para buscar nuevamente la garganta. Esta vez el hombre sólo consiguió bloquear parcialmente el ataque y sufrió un desgarro en el cuello. Entonces la concurrencia se abalanzó sobre Buck, apartándolo; pero mientras un médico controlaba la hemorragia, él permaneció al acecho, gruñendo con furia, intentando atacar y forzado a retroceder ante el despliegue de garrotes. Enseguida se reunió una «asamblea de mineros», que decidió que el perro había sido provocado y lo exculpó. Pero su reputación estaba servida, y desde aquel día su nombre corrió de boca en boca por todos los campamentos de Alaska. ...

En la línea 255
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Buck había saltado al agua al instante; y tras cubrir unos doscientos cincuenta kilómetros, dio alcance a Thornton envuelto en un furioso torbellino. Cuando sintió que el hombre se agarraba de su cola, Buck se dirigió a nado a la orilla, desplegando su formidable energía. Pero el avance hacia la margen era lento, y la corriente, increíblemente rápida. Desde un poco más lejos llegaba el ominoso estruendo del lugar donde la corriente cobraba más ímpetu y saltaba convertida en remolinos y espuma por las rocas que la hendían como los dientes de un inmenso peine. La fuerza de arrastre del agua en el último tramo donde comenzaba a precipitarse era tremenda, y Thornton sabía que arrimarse a la orilla era imposible. Rozó una roca manoteando con furia, se magulló al pasar sobre otra y se dio violentamente contra una tercera. Se aferró con ambas manos a la superficie resbaladiza y, soltando a Buck, le gritó, por encima del estruendo de la agitada corriente: ...


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Más información sobre la palabra Saltaba en internet

Saltaba en la RAE.
Saltaba en Word Reference.
Saltaba en la wikipedia.
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