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La palabra cuyo
Cómo se escribe

la palabra cuyo

La palabra Cuyo ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
Memoria De Las Islas Filipinas. de Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Niebla de Miguel De Unamuno
Sandokán: Los tigres de Mompracem de Emilio Salgàri
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
La llamada de la selva de Jack London
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Julio Verne de La vuelta al mundo en 80 días
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece cuyo.

Estadisticas de la palabra cuyo

La palabra cuyo es una de las palabras más comunes del idioma Español, estando en la posición 614 según la RAE.

Cuyo es una palabra muy común y se encuentra en el Top 500 con una frecuencia media de 141.08 veces en cada obra en castellano

El puesto de esta palabra se basa en la frecuencia de aparición de la cuyo en 150 obras del castellano contandose 21444 apariciones en total.

Errores Ortográficos típicos con la palabra Cuyo

Cómo se escribe cuyo o kuyo?
Cómo se escribe cuyo o suyo?
Cómo se escribe cuyo o cullo?

Más información sobre la palabra Cuyo en internet

Cuyo en la RAE.
Cuyo en Word Reference.
Cuyo en la wikipedia.
Sinonimos de Cuyo.


la Ortografía es divertida

Algunas Frases de libros en las que aparece cuyo

La palabra cuyo puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 794
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Al fin, recordó que era nieto del tío Tomba, el pastor ciego a quien respetaba toda la huerta; un buen muchacho, que servía de criado al carnicero de Alboraya, cuyo rebaño cuidaba el anciano. ...

En la línea 913
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El vaho ardoroso de los pucheros donde se ahogaba el capullo subíasele a la cabeza, escaldándole los ojos; pero, a pesar de esto, permanecía firme en su sitio, buscando en el fondo del agua hirviente los cabos sueltos de aquellas cápsulas de seda blanducha, de un suave color de caramelo, en cuyo interior acababa de morir achicharrado el gusano laborioso, la larva de preciosa baba, por el delito de fabricarse una rica mazmorra para su transformación en mariposa. ...

En la línea 1001
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y sin saber por qué, se deleitaba contemplando sus ojos de un verde claro; las mejillas moteadas de esas pecas que el sol hace surgir de la piel tostada; el pelo rubio blanquecino, con la finura fláccida de la seda; la naricita de alas palpitantes cobijando una boca sombreada por el vello de un fruto sazonado, y que al entreabrirse mostraba una dentadura fuerte e igual, de blancura de leche, cuyo brillo parecía iluminar su rostro: una dentadura de pobre. ...

En la línea 1060
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Su novio no sabía presentarse con las manos vacías, y exploraba todos los cañares y árboles de la huerta para regalar a la hilandera ruedas de pajas y ramitas, en cuyo fondo unos cuantos polluelos, con la rosada piel cubierta de finísimo pélo y el trasero desnudo, piaban desesperadamente, abriendo un pico descomunal jamás ahíto de migas. ...

En la línea 871
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... En la inmensa planicie, cabían holgadamente cuatro pueblos y podían alimentarse centenares de familias; pero la tierra era de los animales, cuyo salvajismo mantenía el hombre para solaz de los desocupados, dando a su industria un carácter patriótico. ...

En la línea 939
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --¡Ahí le tienes!--dijo el señorito a su aperador, señalándole al guitarrista.--El señó Pacorro, alias el _Águila_, el primer tocador del mundo. ¡El _Guerra_, matando toros, y mi amigo con la guitarra!... ¡el disloque! Y como el cortijero se quedase mirando a este ser extraordinario, cuyo nombre no había oído jamás, el tocador se inclinó ceremoniosamente como un hombre de mundo, experto en fórmulas sociales. ...

En la línea 1213
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... ¿Qué significaba la grandeza o la pequeñez? En una gota de líquido existían millones de millones de seres, todos con vida propia: tantos como hombres poblaban el planeta. Y uno solo de estos organismos infinitesimales, bastaba para matar una criatura humana, para diezmar con la epidemia una nación. ¿Por qué no habían de influir los hombres, microbios del infinito, en aquel universo, en cuyo seno quedaba la fuerza de su personalidad?... ...

En la línea 1418
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Rafael parecía esperarle apoyado en una esquina de la plazoleta, cuyo frente ocupaban las bodegas de Dupont. Fermín no le había visto en mucho tiempo. Lo encontraba algo desfigurado; con las facciones enjutas y los ojos hundidos en un cerco oscuro. Su traje de campo estaba sucio de polvo; lo llevaba con descuido, como si olvidase aquella arrogancia que le hacía ser considerado como el más elegante y majo de los jinetes rústicos. ...

En la línea 36
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Por desgracia, las cualidades de este caballo estaban tan bien ocultas bajo su pelaje extraño y su porteincongruente que, en una época en que todo el mundo entendía de caballos, la aparición de la susodicha jaca en Meung, donde había entrado hacía un c uarto de hora más o menos por la puerta de Beaugency, produjo una sensación cuyo disfavor repercutió sobre su caballero. ...

En la línea 59
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Al salir de la habitación paterna, el joven encontró a su madre, que lo esperaba con la famosa receta cuyo empleo los consejos que acaba mos de referir debían hacer bastante frecuente. ...

En la línea 181
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -¡Eh, vuestro gasto! - vociferó el hostelero, cuyo afecto a su viajero se trocaba en profundo desdén al ver que se alejaba sin saldar sus cuentas. ...

En la línea 205
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Después del rey y del señor cardenal, el señor de Tréville era el hombre cuyo nombre era quizá el repetido con más frecuencia por los militares a incluso por los burgueses. ...

En la línea 139
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... a Que asi este gobierno militar, como el de las Islas Marianas, el de Zamboanga, y el de las Islas Batanes, deben ser para recompensar los servicios de los beneméritos militares que hayan servido en las Islas lo menos diez años, y con las demas calidades oportunas que se estimen, debiendo ser provistos por el gobierno, á propuesta del capitan jeneral de Filipinas cuando vaquen, pues deben ser empleos vitalicios, á menos que, dando causa y justificándose, mereciesen ser separados despues de juzgados; en cuyo caso, ademas de la privacion de empleo, sueldo y honores, sufririan las penas que hubiese lugar en derecho, y segun la gravedad de la causa porque se procediese contra ellos, juzgándolos segun las leyes. ...

En la línea 206
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... o La falta en el erario de la contribucion de los pueblos exentos del estanco, cuyo privilejio mantiene tambien una desigualdad é injusta condicion entre súbditos de un mismo gobierno. ...

En la línea 270
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Estos almacenes no tienen ya en el dia motivo alguno que acredite ni autorice su estabilidad por la utilidad que prestan; al contrario, cuanto pueda decirse todo es poco para cerciorar la necesidad de suprimirlos enteramente, pues es indudable que en las actuales circunstancias (que no hay temor retrocedan, y si esperanzas de que mejoren) ninguna ventaja traen al tesoro público, y suprimidos ofrecen economías y ahorros considerables, y establecido el sistema de contratas particulares para cualquier cosa que se ofrezca, verificadas en subastas públicas anualmente para aquellos efectos de necesidad; y cuando fuesen necesarias las de otros artículos cuyo uso es menos frecuente, se lograria el fin de tener provision de cuanto fuese necesario, sin irrogar gastos de almacenaje, ni sufrir pérdidas por lo que se deteriora ó echa á perder. ...

En la línea 326
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Esas obras pias son unos pequeños bancos donde acuden á tomar fondos bajo las garantías que se convienen los que para sus negocios necesitan ausilios pecuniarios, se administran por vecinos que deben ser cofrades de las respectivas corporaciones á cuyo cargo se hallan, bajo ciertas reglas, reglamentos ó estatutos que marcan las respectivas obligaciones, y todos no son mas que unos ejecutores de las últimas voluntades de los testadores que les legaron sus fondos para los usos que tuvieron por conveniente señalar. ...

En la línea 430
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... El muchacho, y un camarada suyo de aspecto miserable, cuyo único vestido, a pesar de la estación, era un jubón y unos calzones andrajosos, remaron hasta llegar a media milla de la costa; entonces izaron una vela muy grande, y el muchacho que parecía ser el jefe y dirigirlo todo, empuñó el timón y se puso a gobernar el bote. ...

En la línea 493
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Arrimadas al fuego cocían varias ollas, cuyo apetitoso olor me recordó que aún no me había desayunado, a pesar de ser cerca de la una y de haber hecho a caballo cinco leguas. ...

En la línea 508
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Antes de llegar a Vendas Novas pasamos junto a una cruz de piedra, en cuyo pedestal había cierta inscripción conmemorativa de un asesinato horrible cometido en aquel lugar en la persona de un lisboeta; la cruz parecía ya antigua y estaba cubierta de musgo; la inscripción era, en su mayor parte, ilegible, al menos para mí, que no podía gastar mucho tiempo en descifrarla. ...

En la línea 529
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Para que nada faltase en el cuadro, encontré debajo de una _azinheira_ a un hombre, un cabrero, cuyo aspecto me hizo recordar al pastor salvaje mencionado en cierta balada danesa. ...

En la línea 167
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... -No esperaba yo menos de la gran magnificencia vuestra, señor mío -respondió don Quijote-; y así, os digo que el don que os he pedido, y de vuestra liberalidad me ha sido otorgado, es que mañana en aquel día me habéis de armar caballero, y esta noche en la capilla deste vuestro castillo velaré las armas; y mañana, como tengo dicho, se cumplirá lo que tanto deseo, para poder, como se debe, ir por todas las cuatro partes del mundo buscando las aventuras, en pro de los menesterosos, como está a cargo de la caballería y de los caballeros andantes, como yo soy, cuyo deseo a semejantes fazañas es inclinado. ...

En la línea 348
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... -Éste que se sigue -dijo el barbero- es La Diana llamada segunda del Salmantino; y éste, otro que tiene el mesmo nombre, cuyo autor es Gil Polo. ...

En la línea 645
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... -«Digo, pues, señor mío de mi alma -dijo el cabrero-, que en nuestra aldea hubo un labrador aún más rico que el padre de Grisóstomo, el cual se llamaba Guillermo, y al cual dio Dios, amén de las muchas y grandes riquezas, una hija, de cuyo parto murió su madre, que fue la más honrada mujer que hubo en todos estos contornos. ...

En la línea 685
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... El caminante dijo que aquella madrugada habían encontrado con aquellos pastores, y que, por haberles visto en aquel tan triste traje, les habían preguntado la ocasión por que iban de aquella manera; que uno dellos se lo contó, contando la estrañeza y hermosura de una pastora llamada Marcela, y los amores de muchos que la recuestaban, con la muerte de aquel Grisóstomo a cuyo entierro iban. ...

En la línea 93
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... La costumbre de llevar cuchillo es universal; por otra parte, las plantas trepadoras hacen indispensable su empleo en cuanto se quiere atravesar un bosque algo espeso; pero también puede atribuirse a este hábito los frecuentes homicidios que se cometen en el Brasil. Los brasileños se valen del cuchillo con habilidad consumada; pueden arrojarlo a uña distancia bastante grande, con tanta fuerza y precisión, que casi siempre causan una herida mortal. He visto a un gran número de chicuelos ensayarse por juego en tirar el cuchillo; la facilidad con que los clavaban en un poste fijo en tierra, prometía para el porvenir. Mi compañero había matado la víspera a dos grandes monos portadores de barbas; estos animales tienen cola que les permite coger los objetos, cola cuyo extremo puede soportar aun el peso entero del cuerpo del animal después de su muerte. Uno de ellos quedó así fijo a una rama y hubo que cortar un árbol grueso para alcanzarle; lo cual se consiguió muy pronto.. Aparte de estos monos, sólo matamos algunos loritos verdes y algunos tucanes. Sin embargo, el conocimiento con el sacerdote portugués me fue de provecho, pues otra vez me regaló un hermoso ejemplar del gato Yaguarundi. ...

En la línea 175
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Mr. Swainson ha advertido con mucha razón8 que, excepto el Molothrus pecoris (al cual conviene añadir el Molothrus niger), los cucos son las únicas aves que realmente pueden llamarse parásitas, es decir «que se adhieren, digámoslo así, a otro animal vivo, animal cuyo calor hace desarrollarse a su cría, que alimenta a sus hijuelos y la muerte del cual causaría la de éstos». Es muy de notar que algunas especies del cuco y del molotro, aunque no todas, hayan adoptado esta extraña costumbre de propagación parásita, cuando difieren casi todas sus otras costumbres. El molotro es un ave esencialmente sociable, como nuestro estornino, y vive en llanuras abiertas sin tratar de esconderse o de ocultarse; por el contrario (como todo el mundo lo sabe), el cuco es tímido en extremo, no frecuenta sino los matorrales más retirados y se alimenta de frutos y de orugas. Estos dos géneros tienen también una conformación muy diferente. Se han propuesto muchas teorías, llegándose a invocar hasta la frenología, para explicar el origen de ese tan curioso instinto que induce al cuco a poner sus huevos 8 Magazine of Zoology and Botany, tomo 1, pág. 217. ...

En la línea 213
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Dicho lago ocupa una extensión de dos y media millas de longitud, por una milla de anchura. En las cercanías hay también otros mucho mayores, cuyo fondo consiste en una capa de sal de dos o tres pies de espesor, hasta en invierno, cuando están llenos de agua. Esas hondonadas admirablemente blancas, en medio de esa llanura árida y triste, forman un contraste extraordinario. Se saca de la salina anualmente una cantidad grandísima de sal: he visto en las orillas, inmensos montones, centenares de toneladas dispuestas para la exportación. La época de trabajo en las salinas, es el tiempo de la cosecha para Patagones, pues la prosperidad de la ciudad depende de la exportación de sal. Acude entonces casi toda la población a acampar en las márgenes de la salina y transporta la sal al río en carretas tiradas por bueyes. Esta sal, cristaliza en gruesos cubos y es notablemente pura. Mr. Trenham Reeks, ha hecho el análisis de algunos ejemplares que traje, encontrando en ellos nada más que 0,26 centésimas de yeso y 0,22 de materias térreas. Es extraño que esta sal no sea tan buena para conservar la carne como la sal extraída del agua del mar en las islas de Cabo Verde; un negociante de Buenos Aires, me ha dicho que valía ciertamente un 50 por 100 menos. Por eso se importa de continuo sal de las islas de Cabo Verde, para mezclarla con el producto de estas salinas. Esa inferioridad no debe de tener otra causa sino la pureza dé la sal de la Patagonia, o la carencia en ella de los demás principios salinos que se encuentran en el agua del mar. Creo que nadie ha pensado en esta explicación, que, sin embargo, está confirmada por un hecho ya señalado3, a saber: las sales que mejor conservan el queso son aquéllas que contienen la mayor proporción de cloruros delicuescentes. ...

En la línea 253
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Encuéntranse esas costras en muchas partes de la América del Sur, donde el clima es moderadamente seco; pero nunca he visto tantas como en los alrededores de Bahía Blanca. Allí, como en otras partes de la Patagonia, la sal consiste principalmente en una mezcla de sulfato de sosa con un poco de sal común. Todo el tiempo en que el suelo de estos salitrales (como los llaman los españoles impropiamente, porque han tomado esa sustancia por salitre), permanece lo suficientemente húmedo, no se ve nada más que una llanura cuyo suelo es negro y fangoso;, acá y allá algunas matas de plantas vigorosas. Si se vuelve a una de esas llanuras después de unos cuantos días de calor, causa grandísima sorpresa el encontrarla enteramente blanca como si hubiese caído nieve y el viento hubiera acumulado ésta en montoncitos en muchas partes. Este último efecto proviene de que durante la evaporación lenta suben las sales a lo largo de las matas de hierba muerta, de los trozos de leña seca y de los terrones de tierra, en vez de cristalizar en el fondo de las charcas de agua. Los salitrales se encuentran en las llanuras elevadas unos cuantos pies nada más sobre el nivel del mar o en los terrenos de aluvión que costean a los ríos. M. Parchappe7 ha visto que las costras salinas en las planicies sitas a algunas millas de distancia del mar consisten principalmente en sulfato de sosa y no contienen más que 7 por 100 de sal común, al paso que junto a la costa la sal común entra en la proporción de 37 por 100. Esta circunstancia induce a creer que el sulfato de sosa es engendrado en el suelo por el cloruro de sodio que quedó en la superficie durante el lento y reciente levantamiento de este país seco; sea como fuere, el fenómeno merece llamar la atención a los naturalistas. Las plantas vigorosas que crecen en el suelo y que, como es sabido, contienen mucha sosa, ¿tienen el poder de descomponer el cloruro sódico? El fango negro, fétido y abundante en materias orgánicas, ¿cede el azufre y por fin el ácido sulfúrico de que está saturado? Dos días después me encamino de nuevo al puerto. Ya nos acercábamos al punto de llegada, cuando mi acompañante (el mismo hombre que me había guiado) vio a lejos a tres personas cazando a caballo. Echo pie a tierra enseguida, los examinó con cuidado y me dijo: «No montan a caballo como cristianos y además nadie puede abandonar el fuerte». Reuniéronse los tres cazadores y se apearon también. Por último, uno de ellos volvió a montar a caballo, dirigiose hacia lo alto de la colina y desapareció. Mi acompañante me dijo: «Ahora tenemos que montar otra vez a caballo, cargue V ...

En la línea 570
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Y dio un chillido y se agarró a don Saturno que, patrocinado por las tinieblas, se atrevió a coger con sus manos la que le oprimía el hombro; y después de tranquilizar a Obdulia con un apretón enérgico, concluyó de esta suerte: —Tales fueron los preclaros varones que galardonaron con el alboroque de ricas preseas, envidiables privilegios y pías fundaciones a esta Santa Iglesia de Vetusta, que les otorgó perenne mansión ultratelúrica para los mortales despojos; con la majestad de cuyo depósito creció tanto su fama, que presto se vio siendo emporio, y gozó hegemonía, digámoslo así, sobre las no menos santas iglesias de Tuy, Dumio, Braga, Iria, Coimbra, Viseo, Lamego, Celeres, Aguas Cálidas et sic de coeteris. ...

En la línea 4710
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... ¿Reparto yo dinero por las aldeas al treinta por ciento? Y el dinero que yo presto ¿procede de capellanías cuyo soy el depositario sin facultades para lucrar con el interés del depósito? ¿Mis rentas proceden de los cristianos bobalicones que tienen algo que ver con la curia eclesiástica? ¿Robo yo en esos montes de Toledo que se llaman Palacio? —De manera, que si usted empieza a disparatar y a pasarse a mayores, yo le dejo con la palabra en la boca. ...

En la línea 5453
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... El Magistral dejó atrás el zaguán, grande, frío y desnudo, no muy limpio; cruzó un patio cuadrado, con algunas acacias raquíticas y parterres de flores mustias; subió una escalera cuyo primer tramo era de piedra y los demás de castaño casi podrido; y después de un corredor cerrado con mampostería y ventanas estrechas, encontró una antesala donde los familiares del Obispo jugaban al tute. ...

En la línea 6281
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Orgulloso de aquella ciencia, Mesía generalizaba y creía estar en lo firme, y apoyarse en hechos repetidos hasta lo infinito al asegurar que la mujer busca en el clérigo el placer secreto y la voluptuosidad espiritual de la tentación, mientras el clérigo abusa, sin excepciones, de las ventajas que le ofrece una institución cuyo carácter sagrado don Álvaro no discutía. ...

En la línea 58
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Se encontraban en este mundo personajes de importancia auténtica: hombres políticos venidos a menos, con la nostalgia de la autoridad perdida; individuos de familias destronadas; magnates del dinero que descansaban unos meses a orillas del Mediterráneo Y en torno a este grupo selecto, una inquieta marea de duquesas y marquesas de diversos reinos, sobre cuyo pasado se contaban picantes historias; princesas rusas que se mantenían vendiendo sus últimas alhajas y abrigos de armiño; aventureras que se hacían tolerar por una amabilidad reptilesca; antiguas cocottes que habían afirmado su posición casándose con algún millonario viejo poco antes de morir éste. ...

En la línea 77
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... En vano Rosaura, con el deseo d elevarlo ante los ojos de estas grandes frívolas anunciaba que Borja era a escritor, ¡un gran escritor! Algunas damas inglesas, cuyo romanticismo iba unido a la nostalgia de su perdida juventud, se interesaban repentinamente por él, pidiéndole sus novelas, Debían estar traducidas al francés o al inglés. Claudio se excusaba, confuso, El no había hecho novelas, único género literario que resiste la prueba de ser traducido. Sólo escribía versos, y en español, forzosamente prisioneros de su forma primitiva. Traducir versos es romper un vaso de perfume para que se pierda en el aire su esencia. ...

En la línea 83
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... A Urdaneta no lo nombraba. Prescindía de este antecesor como si lo ignorase, por lo mismo que era única realidad. Quería conocer a los otros, cuyo número agrandaba o achicaba, al capricho de sus celos. Estos otros eran el misterio con su cruel atracción, el pasado de Rosaura, vacío y oscuro, que necesitaba poblar de espectros para su propio sufrimiento y el de su amante. ...

En la línea 278
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Según antigua costumbre, en el lugar llamado Monte Giordano, una diputación de los judíos residentes en Roma aguardaba el cortejo solemne de todo nuevo Pontífice para ofrecerle el libro de su Ley, ricamente encuadernado, en cuyo volumen leía el Papa algunas palabras diciendo finalmente: ...

En la línea 192
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Encontró, sin embargo, algunas excepciones, que sirvieron para desorientarlo en sus juicios. Vio verdaderos hombres, cuyo aspecto vigoroso no se prestaba a equívocos, y que, sin embargo, marchaban sin el embarazo de las faldas. Estos hombres iban casi desnudos, al aire su fuerte musculatura, y sin mas vestimenta que un corto calzoncillo. Todos ellos mostraban la pasividad resignada, la fuerza brutal y sin iniciativa de las bestias de labor. Algunos acababan de desengancharse de pesadas carretas, de las cuales habían venido tirando hasta el lindero del bosque, y se limpiaban el sudoroso cuerpo. Otros lavaban y secaban los grandes aparatos que habían servido para la narcotización y el registro del gigante. ...

En la línea 320
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El profesor Flimnap ignoraba lo que existía dentro de esta caja enorme. No se había creído autorizado para violar su secreto. El jefe de los mecánicos de la flota aérea estaba allí con varios de sus ayudantes para abrir el cofre, cuyo cierre había estudiado durante toda la mañana. ...

En la línea 322
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... A ambos lados, sostenidos por una faja elástica, había en línea como una docena de cilindros de papel blanco, estrechos y prolongados, cuyo interior estaba lleno de una hierba obscura. Estos cilindros tenían recubierto el papel en su parte inferior con un zócalo de oro. ...

En la línea 372
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Cuando sentía cansancio, después de esta contemplación nocturna, se iba al fondo del edificio para tenderse en un blando colchón formado con dos mil ochocientos colchones del país. También podía envolverse en una manta cuyo grueso estaba formado con cinco de las que empleaban las muchachas del ejército cuando salían de maniobras. Esta envoltura había consumido el material de abrigo de tres regimientos. ...

En la línea 41
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... La chiquilla de Moreno fundaba su vanidad en llevar papelejos con figuritas y letras de colores, en los cuales se hablaba de píldoras, de barnices o de ingredientes para teñirse el pelo. Los mostraba uno por uno, dejando para el final el gran efecto, que consistía en sacar de súbito el pañuelo y ponerlo en las narices de sus amigas, diciéndoles: goled. Efectivamente, quedábanse las otras medio desvanecidas con el fuerte olor de agua de Colonia o de los siete ladrones, que el pañuelo tenía. Por un momento, la admiración las hacía enmudecer; pero poco a poco íbanse reponiendo, y Eulalia, cuyo orgullo rara vez se daba por vencido, sacaba un tornillo dorado sin cabeza, o un pedazo de talco, con el cual decía que iba a hacer un espejo. Difícil era borrar la grata impresión y el éxito del perfume. La ferretera, algo corrida, tenía que guardar los trebejos, después de oír comentarios verdaderamente injustos. La de la droguería hacía muchos ascos, diciendo: «¡Uy, cómo apesta eso, hija, guarda, guarda esas ordinarieces!». ...

En la línea 68
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Aún no se conocían el sello de correo, ni los sobres ni otras conquistas del citado progreso. Pero ya los dependientes habían empezado a sacudirse las cadenas; ya no eran aquellos parias del tiempo de D. Baldomero I, a quienes no se permitía salir sino los domingos y en comunidad, y cuyo vestido se confeccionaba por un patrón único, para que resultasen uniformados como colegiales o presidiarios. Se les dejaba concurrir a los bailes de Villahermosa o de candil, según las aficiones de cada uno. Pero en lo que no hubo variación fue en aquel piadoso atavismo de hacerles rezar el rosario todas las noches. Esto no pasó a la historia hasta la época reciente del traspaso a los Chicos. Mientras fue D. Baldomero jefe de la casa, esta no se desvió en lo esencial de los ejes diamantinos sobre que la tenía montada el padre, a quien se podría llamar D. Baldomero el Grande. Para que el progreso pusiera su mano en la obra de aquel hombre extraordinario, cuyo retrato, debido al pincel de D. Vicente López, hemos contemplado con satisfacción en la sala de sus ilustres descendientes, fue preciso que todo Madrid se transformase; que la desamortización edificara una ciudad nueva sobre los escombros de los conventos; que el Marqués de Pontejos adecentase este lugarón; que las reformas arancelarias del 49 y del 68, pusieran patas arriba todo el comercio madrileño; que el grande ingenio de Salamanca idease los primeros ferrocarriles; que Madrid se colocase, por arte del vapor, a cuarenta horas de París, y por fin, que hubiera muchas guerras y revoluciones y grandes trastornos en la riqueza individual. ...

En la línea 68
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Aún no se conocían el sello de correo, ni los sobres ni otras conquistas del citado progreso. Pero ya los dependientes habían empezado a sacudirse las cadenas; ya no eran aquellos parias del tiempo de D. Baldomero I, a quienes no se permitía salir sino los domingos y en comunidad, y cuyo vestido se confeccionaba por un patrón único, para que resultasen uniformados como colegiales o presidiarios. Se les dejaba concurrir a los bailes de Villahermosa o de candil, según las aficiones de cada uno. Pero en lo que no hubo variación fue en aquel piadoso atavismo de hacerles rezar el rosario todas las noches. Esto no pasó a la historia hasta la época reciente del traspaso a los Chicos. Mientras fue D. Baldomero jefe de la casa, esta no se desvió en lo esencial de los ejes diamantinos sobre que la tenía montada el padre, a quien se podría llamar D. Baldomero el Grande. Para que el progreso pusiera su mano en la obra de aquel hombre extraordinario, cuyo retrato, debido al pincel de D. Vicente López, hemos contemplado con satisfacción en la sala de sus ilustres descendientes, fue preciso que todo Madrid se transformase; que la desamortización edificara una ciudad nueva sobre los escombros de los conventos; que el Marqués de Pontejos adecentase este lugarón; que las reformas arancelarias del 49 y del 68, pusieran patas arriba todo el comercio madrileño; que el grande ingenio de Salamanca idease los primeros ferrocarriles; que Madrid se colocase, por arte del vapor, a cuarenta horas de París, y por fin, que hubiera muchas guerras y revoluciones y grandes trastornos en la riqueza individual. ...

En la línea 98
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Si estaba jugando al tute o al mus, únicos juegos que sabía y en los que era maestro, primero se hundía el mundo que apartar él su atención de las cartas. Era tan fuerte el ansia de charla y de trato social, se lo pedía el cuerpo y el alma con tal vehemencia, que si no iban habladores a la tienda no podía resistir la comezón del vicio, echaba la llave, se la metía en el bolsillo y se iba a otra tienda en busca de aquel licor palabrero con que se embriagaba. Por Navidad, cuando se empezaban a armar los puestos de la Plaza, el pobre tendero no tenía valor para estarse metido en aquel cuchitril oscuro. El sonido de la voz humana, la luz y el rumor de la calle eran tan necesarios a su existencia como el aire. Cerraba, y se iba a dar conversación a las mujeres de los puestos. A todas las conocía, y se enteraba de lo que iban a vender y de cuanto ocurriera en la familia de cada una de ellas. Pertenecía, pues, Estupiñá a aquella raza de tenderos, de la cual quedan aún muy pocos ejemplares, cuyo papel en el mundo comercial parece ser la atenuación de los males causados por los excesos de la oferta impertinente, y disuadir al consumidor de la malsana inclinación a gastar el dinero. «D. Plácido, ¿tiene usted pana azul?».—«¡Pana azul!, ¿y quién te mete a ti en esos lujos? Sí que la tengo; pero es cara para ti». —«Enséñemela usted… y a ver si me la arregla»… Entonces hacía el hombre un desmedido esfuerzo, como quien sacrifica al deber sus sentimientos y gustos más queridos, y bajaba la pieza de tela. «Vaya, aquí está la pana. Si no la has de comprar, si todo es gana de moler, ¿para qué quieres verla? ¿Crees que yo no tengo nada qué hacer?».—«Lo que dije; estas mujeres marean a Cristo. Hay otra clase, sí señora. ¿La compras, sí o no? A veinte y dos reales, ni un cuarto menos».—«Pero déjela ver… ¡ay qué hombre! ¿Cree que me voy a comer la pieza?»… «A veinte y dos realetes». —«¡Ande y que lo parta un rayo!».—«Que te parta a ti, mal criada, respondona, tarasca… ». ...

En la línea 565
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Durante el mediodía, Tom pasó unas horas deliciosas, previa la venia de sus custodios Hertford y St. John, en compañía de la princesa Isabel y la pequeña lady Juana Grey, aunque el ánimo de ambas estaba harto abatido por el gran golpe que había caído sobre la casa real. Al final de la visita, su 'hermana mayor' –que fue después la 'María la Sanguinaria' de la historia– le dejó frío con una solemne entrevista que no tuvo sino un mérito a los ojos del niño: su brevedad. Permaneció Tom unos momentos solo y luego fue admitido a su presencia un niño de unos doce años, cuyo vestido, salvo la blanca gorguera y los encajes de las muñecas, era negro; justillo, medias y todo lo demás. No llevaba otra señal de luto que un lazo de cinta morada en el hombro. El niño avanzó titubeando, con la cabeza inclinada y desnuda, e hincó una rodilla delante de Tom. Éste lo contempló un momento y después le dijo: ...

En la línea 763
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Al cabo de mucho tiempo –no podía decir cuánto– pugnaron sus sentidos por volver a la realidad; y mientras con los ojos aún cerrados se preguntaba vagamente dónde estaba y qué le había sucedido, notó un murmullo, el repentino caer de la lluvia en el techo. Invadió su cuerpo una sensación de placidez, que al poco rato fue rudamente interrumpida por un coro de risas chillonas y de sarcásticas carcajadas. Sobresaltó al niño desagradablemente y le hizo asomar la cabeza para ver de dónde procedía la interrupción. Sus ojos vieron un cuadro repugnante y espantable. En el suelo, al otro extremo del granero, ardía una alegre fogata y en tomo de ella, fantásticamente iluminados por los rojizos resplandores, se desperezaban o se tendían en el suelo los más abigarrados grupos de bellacos harapientos y rufianes de uno o sexo que el niño hubiera de soñar o conocer en sus lecturas. Eran hombres recios y fornidos, atezados por la intemperie, de pelo largo y cubiertos de caprichosos andrajos. Había mozos de mediana estatura y rostros horribles vestidos de la misma manera; había mendigos ciegos con los ojos tapados o vendados, lisiados con piernas de palo o muletas, enfermos con purulentas llagas mal cubiertas por vendas; había un buhonero de vil traza con sus baratijas, un afilador, un calderero y un barbero cirujano con las herramientas de su oficio. Algunas de las mujeres eran niñas apenas adolescentes, otras se hallaban en la edad primaveral, otras eran brujas viejas y arrugadas; pero todas ellas gritonas, morenas y deslenguadas, todas desaliñadas y sucias. Había tres niños esmirriados y un par de perros hambrientos con cuerdas al cuello, cuyo oficio era guiar a los ciegos. ...

En la línea 916
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... ¡Cuál fue su gozo cuándo al fin vio el destello de una luz! Acercóse a ella cautelosamente, paso a paso, para mirar en torno y escuchar. La luz procedía de un hueco de ventana sin vidrios en una desvencijada choza. El niño oyó una voz y sintió ganas de correr y esconderse, pero cambió al momento de opinión, ya que, sin lugar á dudas, aquella voz estaba rezando. Deslizóse el rey hasta la ventana, se puso de puntillas y echó una mirada al interior de la choza. La habitación era pequeña y su suelo de tierra apisonada por el uso. En un rincón se veía un lecho de juncos y una o dos mantas hechas jirones; cerca de él un cubo, una taza, una jofaina, y algunos cacharros y sartenes. Había un banco angosto y un escabel de tres patas; en la chimenea quedaba el rescoldo de un fuego de leña. Ante una hornacina, iluminada por una sola vela, se hallaba arrodillado un hombre de edad, a cuyo lado, en una caja vieja de madera, estaban un libro abierto y una calavera. El hombre, que era de cuerpo grande y huesudo, y de pelo y barba largos y blancos como la nieve, se cubría con unas pieles de cordero que le llegaban de la garganta a las rodillas. ...

En la línea 1011
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Una vez más, el rey Fu-Fu I anduvo con los vagabundos y los forajidos como blanco de sus groseras burlas y de sus torpes ultrajes, y a veces víctima del despecho de Canty y de Hugo, cuando el jefe volvía la espalda. No le detestaban más que Hugo y Canty. Algunos de los demás le querían, y todos admiraban su valor y su ánimo. Durante dos o tres días, Hugo, a cuyo cargo y custodia se hallaba el rey, hizo tortuosamente cuanto pudo para molestar al niño, y de noche, durante las orgías acostumbradas, divirtió a los reunidos haciéndole pequeñas perrerías, siempre como por casualidad. Dos veces pisó los pies del rey, como sin querer, y el rey, según convenía a su realeza, despectivamente, fingió no darse cuenta de ello; pero a la tercera vez que Hugo se permitió la misma broma, Eduardo lo derribó al suelo de un garrotazo, con inmenso júbilo de la tribu. Hugo, lleno de ira y de vergüenza, dio un salto, tomó a su vez un garrote y se lanzó con furia contra su pequeño adversario. Al momento se formó un ruedo en torno de los gladiadores y comenzaron las apuestas y los vítores. Pero el pobre Hugo estaba de mala suerte. Su torpe e inadecuada esgrima no podía servirle de nada frente a un brazo que había sido educado por los primeros maestros de Europa con las paradas, ataques y toda clase de estocadas y cintarazos. El reyecito, alerta pero con graciosa soltura, desviaba y paraba la espesa lluvia de golpes con tal facilidad y precisión que tenía admirados a los espectadores; y de cuando en cuando, no bien sus expertos ojos descubrían la ocasión, caía un golpe como un relámpago en la cabeza de Hugo, con lo cual la tormenta de aplausos y risas que despertaba era cosa de maravilla. Al cabo de quince minutos, Hugo, apaleado, contuso y blanco de un implacable bombardeo de burlas, abandonó el campo, y el ileso héroe de la lucha fue acogido y subido en hombros de la alegre chusma hasta el lugar de honor, al lado del jefe, donde con gran ceremonia fue coronado Rey de los Gallos de Pelea, declarándose al mismo tiempo solemnemente cancelado y abolido su anterior título de menos monta, y dictándose un decreto de destierro de la cuadrilla contra todo el que en adelante lo insultase. ...

En la línea 1518
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Y por eso, amigo Pérez, lo mismo da que estudie usted a una mujer o a varias. La cuestión es ahondar en aquella a cuyo estudio usted se dedique. ...

En la línea 508
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —Escucha, Mariana —dijo Sandokán, como si hiciera un esfuerzo sobrehumano—, hay un hombre que impera en este mar que baña las costas de las islas malayas, que es el azote de los navegantes, que hace temblar a las gentes, y cuyo nombre suena como una campana funeral. ¿Has oído hablar de Sandokán, el Tigre de la Malasia? ¡Mírame a la cara: el Tigre soy yo! ...

En la línea 99
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Piénsalo bien, pues no quiero ocultarte que este viaje es uno de esos de cuyo retorno no se puede estar seguro. ...

En la línea 114
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... El comandante Farragut estaba ya haciendo largar las últimas amarras que retenían al Abraham Lincoln al muelle de Brooklyn. Así, pues, hubiera bastado un cuarto de hora de retraso, o menos incluso, para que la fragata hubiese zarpado sin mí y para perderme esta expedición extraordinaria, sobrenatural, inverosímil, cuyo verídico relato habrá de hallar sin duda la incredulidad de algunos. ...

En la línea 130
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Ya he dicho cómo el comandante Farragut había equipado cuidadosamente su navío, dotándolo de los medios adecuados para la pesca del gigantesco cetáceo. No hubiera ido mejor armado un ballenero. Llevábamos todos los ingenios conocidos, desde el arpón de mano hasta los proyectiles de los trabucos y las balas explosivas de los arcabuces. En el castillo se había instalado un cañón perfeccionado que se cargaba por la recámara, muy espeso de paredes y muy estrecho de ánima, cuyo modelo debe figurar en la Exposición Universal de 1867. Este magnífico instrumento, de origen americano, enviaba sin dificultad un proyectil cónico de cuatro kilos a una distancia media de dieciséis kilómetros. ...

En la línea 219
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Pero Ned Land no se había equivocado, y todos pudimos advertir el objeto que su mano indicaba. A unos dos cables del Abraham Lincoln y por estribor, el mar parecía estar iluminado por debajo. No era un simple fenómeno de fosforescencia ni cabía engañarse. El monstruo, sumergido a algunas toesas de la superficie, proyectaba ese inexplicable pero muy intenso resplandor que habían mencionado los informes de varios capitanes. La magnífica irradiación debía ser producida por un agente de gran poder luminoso. La luz describía sobre el mar un inmenso óvalo muy alargado, en cuyo centro se condensaba un foco ardiente cuyo irresistible resplandor se iba apagando por degradaciones sucesivas. ...

En la línea 122
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Ya estaba cerca del río, mas a pesar de que fui muy aprisa, no podía calentarme los pies. A ellos parecía haberse agarrado la humedad, como se había agarrado el hierro a la pierna del hombre a cuyo encuentro iba. Conocía perfectamente el camino que conducía a la Batería, porque estuve allí un domingo con Joe, y éste, sentado en un cañón antiguo, me dijo que cuando yo fuese su aprendiz y estuviera a sus órdenes, iríamos allí a cazar alondras. Sin embargo, y a causa de la confusión originada por la niebla, me hallé de pronto demasiado a la derecha y, por consiguiente, tuve que retroceder a lo largo de la orilla del río, pasando por encima de las piedras sueltas que había sobre el fango y por las estacas que contenían la marea. Avanzando por allí, tan de prisa como me fue posible, acababa de cruzar una zanja que, según sabía, estaba muy cerca de la Batería, y precisamente cuando subía por el montículo inmediato a la zanja vi a mi hombre sentado. Estaba vuelto de espaldas, con los brazos doblados, y cabeceaba a. causa del sueño. ...

En la línea 444
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Eso pensé muy temprano a la mañana siguiente de mi llegada. En la noche anterior, en cuanto llegué, me mandó directamente a acostarme en una buhardilla bajo el tejado, que tenía tan poca altura en el lugar en que estaba situada la cama, que sin dificultad alguna pude contar las tejas, que se hallaban a un pie de distancia de mis ojos. Aquella misma mañana, muy temprano, descubrí una singular afinidad entre las semillas y los pantalones de pana. El señor Pumblechook los llevaba, y lo mismo le ocurría al empleado de la tienda; además, en aquel lugar se advertía cierto aroma y una atmósfera especial que concordaba perfectamente con la pana, así como en la naturaleza de las semillas se advertía cierta afinidad con aquel tejido, aunque yo no podía descubrir la razón de que se complementasen ambas cosas. La misma oportunidad me sirvió para observar qua el señor Pumblechook dirigía, en apariencia, su negocio mirando a través de la calle al guarnicionero, el cual realizaba sus operaciones comerciales con los ojos fijos en el taller de coches, cuyo dueño se ganaba la vida, al parecer, con las manos metidas en los bolsillos y contemplando al panadero, quien, a su vez, se cruzaba de brazos sin dejar de mirar al abacero, el cual permanecía en la puerta y bostezaba sin apartar la mirada del farmacéutico. El relojero estaba siempre inclinado sobre su mesa, con una lupa en el ojo y sin cesar vigilado por un grupo de gente de blusa que le miraba a través del cristal de la tienda. Éste parecía ser la única persona en la calle Alta cuyo trabajo absorbiese toda su atención. ...

En la línea 444
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Eso pensé muy temprano a la mañana siguiente de mi llegada. En la noche anterior, en cuanto llegué, me mandó directamente a acostarme en una buhardilla bajo el tejado, que tenía tan poca altura en el lugar en que estaba situada la cama, que sin dificultad alguna pude contar las tejas, que se hallaban a un pie de distancia de mis ojos. Aquella misma mañana, muy temprano, descubrí una singular afinidad entre las semillas y los pantalones de pana. El señor Pumblechook los llevaba, y lo mismo le ocurría al empleado de la tienda; además, en aquel lugar se advertía cierto aroma y una atmósfera especial que concordaba perfectamente con la pana, así como en la naturaleza de las semillas se advertía cierta afinidad con aquel tejido, aunque yo no podía descubrir la razón de que se complementasen ambas cosas. La misma oportunidad me sirvió para observar qua el señor Pumblechook dirigía, en apariencia, su negocio mirando a través de la calle al guarnicionero, el cual realizaba sus operaciones comerciales con los ojos fijos en el taller de coches, cuyo dueño se ganaba la vida, al parecer, con las manos metidas en los bolsillos y contemplando al panadero, quien, a su vez, se cruzaba de brazos sin dejar de mirar al abacero, el cual permanecía en la puerta y bostezaba sin apartar la mirada del farmacéutico. El relojero estaba siempre inclinado sobre su mesa, con una lupa en el ojo y sin cesar vigilado por un grupo de gente de blusa que le miraba a través del cristal de la tienda. Éste parecía ser la única persona en la calle Alta cuyo trabajo absorbiese toda su atención. ...

En la línea 527
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Entonces fue cuando comprendí que todo lo que había en la estancia, a semejanza del reloj, se había parado e interrumpido hacía ya mucho tiempo. Noté que la señorita Havisham dejó la joya exactamente en el mismo lugar de donde la tomara. Y mientras Estella repartía los naipes, yo miré otra vez a la mesa del tocador, y allí vi el zapato que un día fue blanco y ahora estaba amarillento, pero sin la menor señal de haber sido usado. Miré al pie cuyo zapato faltaba y observé que la media de seda, que también fue blanca y que ahora era de color de hueso, quedó destrozada a fuerza de andar; y aun sin aquella interrupción de todo y sin la inmóvil presencia de los pálidos objetos ya marchitos, el traje nupcial sobre el cuerpo inmóvil no podría haberse parecido más a una vestidura propia de la tumba, ni el largo velo más semejante a un sudario. ...

En la línea 529
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Temiendo que la vieja, atemorizada ante la idea de verse a solas con un hombre cuyo aspecto no tenía nada de tranquilizador, intentara cerrar la puerta, Raskolnikof lo impidió mediante un fuerte tirón. La usurera quedó paralizada, pero no soltó el pestillo aunque poco faltó para que cayera de bruces. Después, viendo que la vieja permanecía obstinadamente en el umbral, para no dejarle el paso libre, él se fue derecho a ella. Alena Ivanovna, aterrada, dio un salto atrás e intentó decir algo. Pero no pudo pronunciar una sola palabra y se quedó mirando al joven con los ojos muy abiertos. ...

En la línea 778
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Pero ¿a qué hora le han dicho que viniera? ‑le gritó el ayudante, cuyo mal humor había ido en aumento‑. Le han citado a las nueve y media, y son ya más de las once. ...

En la línea 790
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Un efecto comercial cuyo pago se le reclama. Ha de entregar usted el importe de la deuda, más las costas, la multa, etcétera, o declarar por escrito en qué fecha podrá hacerlo. Al mismo tiempo, habrá de comprometerse a no salir de la capital, y también a no vender ni empeñar nada de lo que posee hasta que haya pagado su deuda. Su acreedor, en cambio, tiene entera libertad para poner en venta los bienes de usted y solicitar la aplicación de la ley. ...

En la línea 877
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Pero estaba escrito que no había de llegar a las islas. Al desembocar en la plaza que hay al final de la avenida V*** vio a su izquierda la entrada de un gran patio protegido por altos muros. A la derecha había una pared que parecía no haber estado pintada nunca y que pertenecía a una casa de altura considerable. A la izquierda, paralela a esta pared, corría una valla de madera que penetraba derechamente unos veinte pasos en el patio y luego se desviaba hacia la izquierda. Esta empalizada limitaba un terreno desierto y cubierto de materiales. Al fondo del patio había un cobertizo cuyo techo rebasaba la altura de la valla. Este cobertizo debía de ser un taller de carpintería, de guarnicionería o algo similar. Todo el suelo del patio estaba cubierto de un negro polvillo de carbón. ...

En la línea 1115
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Experimentaba entonces una voluptuosidad irresistible en recoger los billetes de banco, cuyo montón aumentaba ante mí. ...

En la línea 676
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Ser ciego y ser amado, es, en este mundo en que nada hay completo, una de las formas más extrañamente perfectas de la felicidad. Tener continuamente a nuestro lado a una mujer, a una hija, una hermana, que está allí precisamente porque necesitamos de ella; sentir su ir y venir, salir, entrar, hablar, cantar; y pensar que uno es el centro de esos pasos, de esa palabra, de ese canto; llegar a ser en la oscuridad y por la oscuridad, el astro a cuyo alrededor gravita aquel ángel, realmente pocas felicidades igualan a ésta. La dicha suprema de la vida es la convicción de que somos amados, amados por nosotros mismos; mejor dicho amados a pesar de nosotros; esta convicción la tiene el ciego. ¿Le falta algo? ...

En la línea 695
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Javert había nacido en una prisión, hijo de una mujer que leía el futuro en las cartas, cuyo marido estaba también encarcelado. Al crecer pensó que se hallaba fuera de la sociedad y sin esperanzas de entrar en ella nunca. Advirtió que la sociedad mantiene irremisiblemente fuera de sí dos clases de hombres: los que la atacan y los que la guardan; no tenía elección sino entre una de estas dos clases; al mismo tiempo sentía dentro de sí un cierto fondo de rigidez, de respeto a las reglas y de probidad, complicado con un inexplicable odio hacia esa raza de gitanos de que descendía. Entró, pues, en la policía y prosperó. A los cuarenta años era inspector. ...

En la línea 705
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... El señor Magdalena, pasaba una mañana por una callejuela no empedrada de M., cuando oyó ruido y viendo un grupo a alguna distancia, se acercó a él. El viejo Fauchelevent acababa de caer debajo de su carro cuyo caballo se había echado. ...

En la línea 777
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Los Thenardier, mal pagados, le escribían a cada instante cartas cuyo contenido la afligía y cuyo exigencia la arruinaba. Un día le escribieron que su pequeña Cosette estaba enteramente desnuda con el frío que hacía, que tenía necesidad de ropa de lana, y que era preciso que su madre enviase diez francos para ella. Recibió la carta y la estrujó entre sus manos todo el día. Por la noche entró en la casa de un peluquero que habitaba en la calle, y se quitó el peine. Sus admirables cabellos rubios le cayeron hasta las caderas. ...

En la línea 114
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... En la desembocadura del Tahkeena, una noche después de comer, Dub avistó un conejo-raqueta, calculó mal y se le escapó. Un segundo después, el equipo entero corría con ansia tras él. A pocas yardas de distancia había un campamento de la policía territorial, con cincuenta perros, todos ellos huskies que se incorporaron a la cacería. El conejo se alejó por el río a toda velocidad, lo abandonó para internarse en un pequeño afluente sobre cuyo lecho helado continuó corriendo a un ritmo constante. Corría ágilmente sobre la superficie nevada mientras los perros se abrían camino con dificultad empleándose a fondo. Buck iba a la cabeza de la jauría de sesenta canes, cogiendo curva tras curva, pero sin obtener ventaja alguna. Iba casi a ras del suelo, gimiendo de impaciencia, con el espléndido cuerpo adelantando, salto a salto, bajo la tenue y blanca luz de la luna. Y, palmo a palmo, como un blanquecino espectro glacial, el centelleante conejo se mantenía por delante. ...

En la línea 260
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Thornton volvió en sí boca abajo, mientras Hans y Pete lo hacían rodar enérgicamente hacia adelante y hacia atrás sobre un tronco traído por la corriente. Su primera mirada fue para Buck, sobre cuyo cuerpo laxo y aparentemente sin vida aullaba Nig, mientras Skeet le lamía la cara mojada y los ojos cerrados. Aunque magullado y maltrecho, examinó con cuidado el cuerpo de Buck una vez que este recobró el sentido y le encontró tres costillas rotas. ...

En la línea 327
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Existe en la naturaleza una paciencia (tenaz, incansable, constante como la vida misma), que mantiene inmóvil durante horas a la araña en su tela, a la serpiente enroscada, a la pantera al acecho. Esa paciencia es propia de los seres cuyo sustento lo constituyen otros seres vivos; y Buck demostró tenerla al no despegarse del costado de la manada, retrasando su marcha, irritando a los machos jóvenes, preocupando a las hembras por sus crías y enloqueciendo de impotente furia al alce herido. Esta situación se prolongó media jornada. Buck se multiplicaba, atacando desde todos los flancos, moviéndose alrededor de la manada como un torbellino amenazador, volviendo a aislar a su víctima en cuanto conseguía reincorporarse al rebaño, desgastando la paciencia de las criaturas acosadas, que siempre es menor que la de las que acosan. ...

En la línea 336
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Cien metros más allá, Buck se encontró con uno de los perros de trineo que Thornton había comprado en Dawson. Se revolcaba en lucha con la muerte, en mitad del camino, y Buck pasó bordeándolo sin detenerse. Del campamento llegaban débilmente numerosas voces, en una cantinela cuyo sonido aumentaba y decrecía de forma monótona. Al aproximarse, pegado al suelo, al borde del claro, encontró a Hans boca abajo, emplumado de flechas como un puerco espín. En el mismo instante miró hacia donde había estado la choza de ramas y lo que vio hizo que se le erizase el pelo del cuello y del lomo. Una ráfaga de rabia insuperable lo recorrió. Sin ser consciente de ello, emitió un terrible bramido de furia. Por última vez en su vida permitió que la pasión usurpara el lugar de la astucia y la razón; y si esa vez perdió la cabeza fue por el gran amor que profesaba a John Thornton. ...

En la línea 56
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Mancebo, en los verdores de la edad, fuerte como un toro y laborioso como manso buey, salió de su patria el señor Joaquín, a quien entonces nombraban Joaquín a secas. Colocado en Madrid en la portería de un magnate que en León tiene solar, dedicose a corredor, agente de negocios y hombre de confianza de todos los honrados individuos de la maragatería. Buscabales posada, proporcionabales almacén seguro para la carga, se entendía con los comerciantes y era en suma la providencia de la tierra de Astorga. Su honradez grande, su puntualidad y su celo le granjearon crédito tal, que llovían comisiones, menudeaban encargos, y caían en la bolsa, como apretado granizo, reales, pesos duros y doblillas en cantidad suficiente para que, al cabo de quince años de llegado a la corte, pudiese Joaquín estrechar lazos eternos con una conterránea suya, doncella de la esposa del magnate y señora tiempo hacía de los enamorados pensamientos del portero; y verificado ya el connubio, establecer surtida lonja de comestibles, a cuyo frente campeaba en doradas letras un rótulo que decía: El Leonés. Ultramarinos. De corredor pasó entonces a empresario de maragatos; comproles sus artículos en grueso y los vendió en detalle; y a él forzosamente hubo de acudir quien en Madrid quería aromático chocolate molido a brazo, o esponjosas mantecadas de las que sólo las astorganas saben confeccionar en su debido punto. Se hizo de moda desayunarse con el Caracas y las frutas de horno del Leonés; comenzó el magnate, su antiguo amo, dándole su parroquia, y tras él vino la gente de alto copete, engolosinada por el arcaico regalo de un manjar digno de la mesa de Carlos IV y Godoy. Y fue de ver como el señor Joaquín, ensanchando los horizontes de su comercio, acaparó todas las especialidades nacionales culinarias: tiernos garbanzos de Fuentesaúco, crasos chorizos de Candelario, curados jamones de Caldelas, dulce extremeña bellota, aceitunas de los sevillanos olivares, melosos dátiles de Almería y áureas naranjas que atesoran en su piel el sol de Valencia. De esta suerte y con tal industria granjeó Joaquín, limpia si no hidalgamente, razonables sumas de dinero; y si bien las ganó, mejor supo después asegurarlas en tierras y caserío en León; a cuyo fin hizo frecuentes viajes a la ciudad natal. A los ocho años de estéril matrimonio naciole una niña grande y hermosa, suceso que le alborozó como alborozaría a un monarca el natalicio de una princesa heredera; más la recia madre leonesa no pudo soportar la crisis de su fecundidad tardía, y enferma siempre, arrastró algunos meses la vida, hasta soltarla de malísima gana. Con faltarle su mujer, faltole al señor Joaquín la diestra mano, y fue decayendo en él aquella ufanía con que dominaba el mostrador, luciendo su estatura gigantesca, y alcanzando del más encumbrado estante los cajones de pasas, con sólo estirar su poderoso brazo y empinarse un poco sobre los anchos pies. Se pasaba horas enteras embobado, fija la vista maquinalmente en los racimos de uvas de cuelga que pendían del techo, o en los sacos de café hacinados en el ángulo más obscuro de la lonja, y sobre los cuales acostumbraba la difunta sentarse para hacer calceta. En suma, él cayó en melancolía tal, que vino a serie indiferente hasta la honrada y lícita ganancia que debía a su industria: y como los facultativos le recetasen el sano aire natal y el cambio de vida y régimen, traspasó la lonja, y con magnanimidad no indigna de un sabio antiguo, retirose a su pueblo, satisfecho con lo ya logrado, y sin que la sedienta codicia a mayor lucro le incitase. Consigo llevó a la niña Lucía, única prenda cara a su corazón, que con pueriles gracias comenzaba ya a animar la tienda, haciendo guerra crudísima y sin tregua a los higos de Fraga y a las peladillas de Alcoy, menos blancas que los dientes chicos que las mordían. ...

En la línea 56
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Mancebo, en los verdores de la edad, fuerte como un toro y laborioso como manso buey, salió de su patria el señor Joaquín, a quien entonces nombraban Joaquín a secas. Colocado en Madrid en la portería de un magnate que en León tiene solar, dedicose a corredor, agente de negocios y hombre de confianza de todos los honrados individuos de la maragatería. Buscabales posada, proporcionabales almacén seguro para la carga, se entendía con los comerciantes y era en suma la providencia de la tierra de Astorga. Su honradez grande, su puntualidad y su celo le granjearon crédito tal, que llovían comisiones, menudeaban encargos, y caían en la bolsa, como apretado granizo, reales, pesos duros y doblillas en cantidad suficiente para que, al cabo de quince años de llegado a la corte, pudiese Joaquín estrechar lazos eternos con una conterránea suya, doncella de la esposa del magnate y señora tiempo hacía de los enamorados pensamientos del portero; y verificado ya el connubio, establecer surtida lonja de comestibles, a cuyo frente campeaba en doradas letras un rótulo que decía: El Leonés. Ultramarinos. De corredor pasó entonces a empresario de maragatos; comproles sus artículos en grueso y los vendió en detalle; y a él forzosamente hubo de acudir quien en Madrid quería aromático chocolate molido a brazo, o esponjosas mantecadas de las que sólo las astorganas saben confeccionar en su debido punto. Se hizo de moda desayunarse con el Caracas y las frutas de horno del Leonés; comenzó el magnate, su antiguo amo, dándole su parroquia, y tras él vino la gente de alto copete, engolosinada por el arcaico regalo de un manjar digno de la mesa de Carlos IV y Godoy. Y fue de ver como el señor Joaquín, ensanchando los horizontes de su comercio, acaparó todas las especialidades nacionales culinarias: tiernos garbanzos de Fuentesaúco, crasos chorizos de Candelario, curados jamones de Caldelas, dulce extremeña bellota, aceitunas de los sevillanos olivares, melosos dátiles de Almería y áureas naranjas que atesoran en su piel el sol de Valencia. De esta suerte y con tal industria granjeó Joaquín, limpia si no hidalgamente, razonables sumas de dinero; y si bien las ganó, mejor supo después asegurarlas en tierras y caserío en León; a cuyo fin hizo frecuentes viajes a la ciudad natal. A los ocho años de estéril matrimonio naciole una niña grande y hermosa, suceso que le alborozó como alborozaría a un monarca el natalicio de una princesa heredera; más la recia madre leonesa no pudo soportar la crisis de su fecundidad tardía, y enferma siempre, arrastró algunos meses la vida, hasta soltarla de malísima gana. Con faltarle su mujer, faltole al señor Joaquín la diestra mano, y fue decayendo en él aquella ufanía con que dominaba el mostrador, luciendo su estatura gigantesca, y alcanzando del más encumbrado estante los cajones de pasas, con sólo estirar su poderoso brazo y empinarse un poco sobre los anchos pies. Se pasaba horas enteras embobado, fija la vista maquinalmente en los racimos de uvas de cuelga que pendían del techo, o en los sacos de café hacinados en el ángulo más obscuro de la lonja, y sobre los cuales acostumbraba la difunta sentarse para hacer calceta. En suma, él cayó en melancolía tal, que vino a serie indiferente hasta la honrada y lícita ganancia que debía a su industria: y como los facultativos le recetasen el sano aire natal y el cambio de vida y régimen, traspasó la lonja, y con magnanimidad no indigna de un sabio antiguo, retirose a su pueblo, satisfecho con lo ya logrado, y sin que la sedienta codicia a mayor lucro le incitase. Consigo llevó a la niña Lucía, única prenda cara a su corazón, que con pueriles gracias comenzaba ya a animar la tienda, haciendo guerra crudísima y sin tregua a los higos de Fraga y a las peladillas de Alcoy, menos blancas que los dientes chicos que las mordían. ...

En la línea 65
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Llamábase el visitante D. Aurelio Miranda, y desempeñaba en León uno de esos destinos que en España abundan, no por honoríficos peor retribuídos, y que sin imponer grandes molestias ni vigilias, abren las puertas de la buena sociedad, prestando cierta importancia oficial: género de prebendas laicas, donde se dan unidas las dos cosas que asegura el refrán no caber en un saco. Era Miranda de origen y familia burocrática, en la cual se transmitían y como vinculaban los elevados puestos administrativos, merced a especial maña y don de gentes perpetuado de padres a hijos, a no sé qué felina destreza en caer siempre de pie y a cierta delicada sobriedad en esto de pensar y opinar. Logró la estirpe de los Mirandas teñirse de matices apagados y distinguidos, sobre cuyo fondo, así podía colocarse insignia blanca, como roja divisa; de suerte, que ni hubo situación que no les respetase, ni radicalismo que con ellos no transigiera, ni mar revuelto o bonancible en que con igual fortuna no pescaran. El mozo Aurelio casi nació a la sombra protectora de los muros de la oficina: antes que bigote y barba tuvo colocación, conseguida por la influencia paterna, reforzada por la de los demás Mirandas. Al principio fue una plaza de menor cuantía, que cubriese los gastos de tocador y otras menudencias del chico, derrochador de suyo; en seguida vinieron más pingües brevas, y Aurelio siguió la ruta trillada ya por sus antecesores. Con todo esto, veíase que algo degeneraba en él la raza: amigo de goces, de ostentación y vanidades, faltabale a Aurelio el tino exquisito de no salir de mediano por ningún respecto, y carecía de la formalidad exterior, del compasado porte que a los Mirandas pasados acreditaba de hombres de seso y experiencia y madurez política. Comprendiendo sus defectos, trató Aurelio de beneficiarlos diestramente, y más de una blanca y pulcra mano emborronó por él perfumadas esquelas con eficaces recomendaciones para personajes de muy variada ralea y clase. Asimismo se declaró gran amigote y compinche de algunos prohombres políticos, entre ellos el don Fulano que ya conocemos. No habló jamás con ellos diez palabras seguidas que a política se refiriesen: contábales las noticias del día, el escándalo fresco, el último dicharacho y la más reciente caricatura; y de tal suerte, sin comprometerse con ninguno se vio favorecido y servido de todos. Agarrose, como nadador inexperto, a los hombros de tan prácticos buzos, y acá me sumerjo, y acullá me pongo a flote, fue sorteando los furiosos vendavales que azotaron a España, y continuando la tradición venerable de los Mirandas. Pero también la influencia se gasta y agota, y llegó un período en que, mermada la de Aurelio, no alcanzó a mantenerle en el único punto para él grato, en Madrid, y hubo de irse a vegetar a León, entre el Gobierno civil y la Catedral, edificios que ni uno ni otro le divertían. Lo que singularmente amargaba a Aurelio, era comprender que su decadencia administrativa nacía de otro decaimiento irreparable, a saber, el de su persona. Cumplida la cuarentena de años, faltábanle ya los billetitos de recomendación o por lo menos no eran tan calurosos: en los despachos de las notabilidades iba siendo su persona como un mueble más, y hasta él mismo sentía apagarse su facundia. La madurez se revelaba en él por un salto atrás; íbasele metiendo en el cuerpo la seriedad de los Mirandas; y de amable calavera, pasaba a hombre de peso. No del todo extrañas a tal metamorfosis debían ser algunas dolencias pertinaces, protesta del hígado contra el malsano régimen, mitad sedentario y mitad febril, tanto tiempo observado por Aurelio. Así es que, aprovechando la estancia en León, y los conocimientos y acierto singular de Vélez de Rada, dedicose a reparar las brechas de su desmantelado organismo; y la vida metódica y la formalidad creciente de sus maneras y aspecto, que en la corte la perjudicaban revelando que empezaba a ser trasto arrumbado y sin uso, sirviéronle en el timorato pueblo leonés de pasaporte, ganándole simpatías y fama de persona respetable y de responsabilidad y crédito. ...

En la línea 164
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Y sacó de su estuche de raso un abanico de nácar, cuyo delicado país de encaje de Bruselas temblaba al aliento como la espuma del mar al soplo de la brisa. Referir lo orondo que se puso el señor Joaquín, fuera empresa superior a las fuerzas humanas. Pareciole que la personalidad prohómbrica del insigne jefe de partido, repentinamente y por arte de birlibirloque se confundiera con la suya; creyose metamorfoseado, idéntico con su ídolo, y no cupo en su pellejo, y borráronse los recelos que a veces sentía aún pensando en el cercano desposorio. Ganoso de no quedarse atrás de Colmenar en generosidad, amén de señalar pingües alimentos a Lucía, le regaló una suma redonda, destinada a invertirse en el viaje de novios, cuyo itinerario trazó Miranda, comprendiendo a París y a ciertas bienhechoras aguas minerales, recetadas tiempo atrás por Rada, como remedio soberano para la diátesis hepática. La idea del viaje no dejó de parecer extraña al señor Joaquín. Al casarse él, no hizo excursión más larga que el trayecto de la portería a la lonja. Pero considerando que su hija entraba en superior rango, hubo de admitir los usos de la nueva categoría, por singulares que fuesen. Miranda se lo pintó así, y el señor Joaquín convino en ello: las inteligencias medianas ceden siempre al aplomo que las fascina. ...

En la línea 46
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Phileas Fogg había dejado su casa de Saville Row a las once y media, y después de haber colocado quinientas setenta y cinco veces el pie derecho delante del izquierdo y quinientas setenta y seis veces el izquierdo delante del derecho, llegó al Reform Club, vasto edificio levantado en Pall Mall, cuyo coste de construcción no ha bajado de tres millones. ...

En la línea 204
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Aguardando la llegada del 'Mongolia', dos hombres se paseaban en el muelle en medio de la multitud de indígenas y de extranjeros que afluyen a aquella ciudad, antes villorrio, y cuyo porvenir ha quedado asegurado por la grandiosa obra del señor Lesseps. ...

En la línea 206
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... El otro era un hombrecillo flaco, de aspecto bastante inteligente, nervioso, que contraía con notable persistencia los músculos de sus párpados. A través de éstos brillaba una mirada viva, pero cuyo ardor sabía amortiguar a voluntad. En aquel momento descubría cierta impaciencia, yendo, viniendo y no pudiendo estarse quieto. ...

En la línea 394
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Durante la siguiente noche, el 'Mongolia' cruzó el estrecho de Bab el Mandeb, cuyo nombre árabe significa la 'Puerta de las lágrimas'; y al otro día, 14, hacía escala en 'Steamer Point' al Nordeste de la rada de Adén. Allí era donde debía reponerse de combustible. ...


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