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La palabra faldas
Cómo se escribe

la palabra faldas

La palabra Faldas ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece faldas.

Estadisticas de la palabra faldas

Faldas es una de las 25000 palabras más comunes del castellano según la RAE, en el puesto 10182 según la RAE.

Faldas aparece de media 7.61 veces en cada libro en castellano.

Esta es una clasificación de la RAE que se basa en la frecuencia de aparición de la faldas en las obras de referencia de la RAE contandose 1156 apariciones .

Más información sobre la palabra Faldas en internet

Faldas en la RAE.
Faldas en Word Reference.
Faldas en la wikipedia.
Sinonimos de Faldas.


la Ortografía es divertida


El Español es una gran familia

Algunas Frases de libros en las que aparece faldas

La palabra faldas puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 247
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y mientras ellas, que ya comenzaban a llamar la atención de los mozos de la huerta, asistían con pañuelos de seda nuevos, vistosos, y planchadas y ruidosas faldas a las fiestas de los pueblecillos, o despertaban al amanecer para ir descalzas y en camisa a mirar por las rendijas del ventanillo quiénes eran los que cantaban les alboaes (Las alboradas) o las obsequiaban con rasgueo de guitarra, el pobre tío Barret, empeñado cada vez más en nivelar su presupuesto, sacaba, onza tras onza, todo el puñado de oro amasado ochavo sobre ochavo que le había dejado su padre, acallando así a don Salvador, viejo avaro que nunca tenía bastante, y no contento con exprimirle, hablaba de lo mal que estaban los tiempos, del escandaloso aumento de las contribuciones y de la necesidad de subir el precio del arrendamiento. ...

En la línea 458
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Las barracas hubiesen abierto para él sus últimos escondrijos; las mujeres lo habrían ocultado bajo sus faldas. ...

En la línea 559
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Teresa, la mujer, y Roseta, la hija mayor, con faldas recogidas entre las piernas y azadón en mano, cavaban con más ardor que un jornalero, descansando solamente para echarse atrás las greñas caídas sobre la sudorosa y roja frente. ...

En la línea 665
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El reloj de la torre llamada el Miguelete señalaba poco más de las diez, y los huertanos juntábanse a corrillos o tomaban asiento en los bordes del tazón de la fuente que adorna la plaza, formando en torno al vaso una animada guirnalda de mantas azules y blancas, pañuelos rojos y amarillos o faldas de indiana de colores oscuros. ...

En la línea 534
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Las mujeres valían más que los hombres: secas, negras, angulosas, con unos pantalones varoniles bajo las faldas, doblábanse el día entero para escardar el trigo o arrancar las semillas. A veces, cuando no los vigilaban de cerca, apoderábase de ellos la indolencia de raza, el deseo de permanecer inmóviles, mirando el horizonte, sin ver nada ni pensar en nada. Pero así que presentían la proximidad del aperador, corría la voz de alarma en aquel _caló_ que era su única fuerza de resistencia, lo que les aislaba de la animadversión de los compañeros de trabajo. ...

En la línea 553
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Las mujeres aun ofrecían un aspecto más doloroso. Unas eran gitanas, viejas y horribles como brujas, con la piel tostada y cobriza que parecía haber pasado por el fuego de todos los aquelarres. Las jóvenes tenían la hermosura dolorosa y desmayada de la anemia; flores de vida que se mustiaban antes de abrirse; adolescentes de piel blanca, de una palidez de papel mascado, que el sol no lograba calentar, tiñéndola a trechos con menudas manchas de color de salvado. Vírgenes de ojos desmesuradamente abiertos, como asombradas de haber nacido, con los labios azules y las encías de ese rosa pálido que revela la miseria de la sangre. El pelo triste y sin brillo asomaba alborotado bajo el pañuelo, guardando en sus marañas briznas de paja y granos de tierra. El pecho de las más tenía la monótona uniformidad del desierto, sin que al respirar se marcase bajo la tela el más leve rastro de los montículos seductores que avanzan orgullosos como un blasón del sexo. Tenían las manos grandes y los brazos enjutos y huesosos como los hombres. Al andar, movíanse sus faldas con desmayada soltura, como si dentro de ellas sólo existiese aire, y al sentarse, la tela marcaba ángulos duros sin la más tenue redondez. El trabajo, la fatiga bestial, habían paralizado el desarrollo de la gracia femenina. Sólo algunas delataban bajo su envoltura los encantos del sexo; pero eran muy pocas. ...

En la línea 600
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Muchos hombres dormían tendidos en sus esterillas con un ronquido fatigoso, aspirando a ras de tierra las emanaciones asfixiantes del rescoldo de boñiga. En el fondo, las mujeres, sentadas en el suelo con las faldas abombadas como hongos, contábanse cuentos o relataban curaciones maravillosas ocurridas en la sierra por milagro de las vírgenes. ...

En la línea 601
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Una canturía a media voz elevábase sobre el murmullo de las conversaciones. Eran los gitanos que continuaban su comida extraordinaria. La tía _Alcaparrona_ había sacado de bajo de sus faldas una botella de vino para celebrar su buena fortuna en la ciudad. La prole salía a sorbo en el reparto, pero la vista del vino era suficiente para esparcir la alegría. _Alcaparrón_, con la vista puesta en su madre, que era la mayor de sus admiraciones, cantaba acompañado de las palmas que batían en sordina todos los de la familia. El gitanillo gemía «sus pesares y sus penas» con ese sentimentalismo falso de la canción popular, añadiendo que «al escucharle un pájaro, se le habían caído de sentimiento las plumas a millares»; y la vieja y su gente le jaleaban, alabando su gracia con tanto entusiasmo como si se alabasen ellos mismos. ...

En la línea 2812
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Muchas palabras de comedimiento y muchos ofrecimientos pasaron entre don Quijote y don Fernando; pero a todo puso silencio un pasajero que en aquella sazón entró en la venta, el cual en su traje mostraba ser cristiano recién venido de tierra de moros, porque venía vestido con una casaca de paño azul, corta de faldas, con medias mangas y sin cuello; los calzones eran asimismo de lienzo azul, con bonete de la misma color; traía unos borceguíes datilados y un alfanje morisco, puesto en un tahelí que le atravesaba el pecho. ...

En la línea 2863
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Todo esto es al revés en los letrados; porque, de faldas, que no quiero decir de mangas, todos tienen en qué entretenerse. ...

En la línea 5683
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Finalmente, las cornetas, los cuernos, las bocinas, los clarines, las trompetas, los tambores, la artillería, los arcabuces, y, sobre todo, el temeroso ruido de los carros, formaban todos juntos un son tan confuso y tan horrendo, que fue menester que don Quijote se valiese de todo su corazón para sufrirle; pero el de Sancho vino a tierra, y dio con él desmayado en las faldas de la duquesa, la cual le recibió en ellas, y a gran priesa mandó que le echasen agua en el rostro. ...

En la línea 5745
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... La tierra alegre, el cielo claro, el aire limpio, la luz serena, cada uno por sí y todos juntos, daban manifiestas señales que el día, que al aurora venía pisando las faldas, había de ser sereno y claro. ...

En la línea 1195
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... s plantas criptógamas encuentran aquí un clima que les conviene mucho. el estrecho de Magallanes, como ya indiqué, resulta el país demasiado frío y excesivamente húmedo para que se desarrollen bien; pero en estas islas y en el interior de los montes es extraordinaria la variedad de especies de musgos, líquenes y pequeños hongos1. la Tierra del Fuego no crecen los árboles más que en las faldas de las colinas por hallarse todas las partes llanas cubiertas de turba; en Chiloé, por el contrario, los mejores bosques se encuentran en los llanos. clima del 1 Por medio de la aguja me proporcioné en estos lugares gran número de insectos pertenecientes a la familia de los Staphilinidos, otros parecidos al Ptelaphus y pequeños himenópteros ...

En la línea 1505
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... biendo salido el 21 muy temprano caminamos siempre remontando el río que va perdiendo importancia poco a poco, hasta que llegamos al fin, al pie de la cadena que separa la depresión del océano Pacífico de la del océano Atlántico. camino, bastante bueno hasta entonces, aunque en verdad subiendo siempre, pero gradualmente, cambia entonces, convirtiéndose en un sendero en zig-zags, que trepa por las faldas de la gran cadena que separa a Chile de la República de Mendoza. ...

En la línea 1846
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... enas hay una arista en las faldas de las montañas, y en el fondo del valle principal, formado de guijarros, es liso y casi plano. más probable es que nunca haya corrido ningún torrente de importancia por este valle, pues de otro modo se vería en él, como en todos los valles meridionales, un canal central limitado por acantilados. inclino a creer que, como todos los valles de que hablan los viajeros del Perú, éste ha quedado como lo vemos por la acción de las olas del mar al producirse el levantamiento gradual del suelo. un punto en que una cañada, que en cualquier otra cadena de montañas se llamaría un gran valle, se une con el Despoblado, observo que el lecho de éste, aunque formado de arena y grava, es más alto que el de su tributario. arroyo, por débil que fuese, se habría labrado allí un lecho en una hora; pero el estado de las cosas prueba hasta la evidencia que han transcurrido siglos sin que haya corrido agua por este gran tributario ...

En la línea 1904
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... a vez cada siete u ocho años llueve por espacio de algunos minutos, por lo cual las cañadas están llenas de detritus y las faldas de las montañas cubiertas de montones de hermosa arena blanca, que algunas veces llega hasta una altura de 1.000 pies ...

En la línea 3558
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... También almacenó entre las faldas un paquete de té superior. ...

En la línea 6031
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Si entraban raudales de luz y aire fresco, salían corrientes de alegría, carcajadas que iban a perder sus resonancias por las calles solitarias de la Encimada, ruido de faldas, de enaguas almidonadas, de manteos crujientes, de sillas traídas y llevadas, de abanicos que aletean. ...

En la línea 6361
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Los surtidores de abajo eran una orquesta que acompañaba al bullicioso banquete; Pepa y Rosa vestidas de colorines, pero con trajes de buen corte ceñido, airosas, limpias como armiños, sinuosas al andar de faldas sonoras, risueñas, rubia la una, morena como mulata la que tenía nombre de flor, servían con gracia, rapidez, buen humor y acierto, enseñando a los hombres dientes de perlas, inclinándose con las fuentes con coquetona humildad, de modo que, según Ripamilán, aquella buena comida presentada así era miel sobre hojuelas. ...

En la línea 6475
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Y buenas ganas se le pasaban, eso sí; porque aquel señor Mesía se había vuelto a pegar a las faldas de la Regenta, y ya empezaba don Fermín a sospechar si tendría propósitos non sanctos el célebre don Juan de Vetusta. ...

En la línea 888
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... —Todas las damas de la época eran rubias, hasta el valeroso marimacho Catalina Sforza, de la cual conoce usted el heroico arremangamiento de faldas, apreciado por la Historia como un hecho sublime. De este virago batallador llegó hasta nosotros una receta para enrubiar, escrita por ella misma, a fin de que ninguna otra mujer participase de su secreto. Consistía en ceniza de madera y paja de cebada, hervidas un día entero. A esta lejía se agregaban flores y hojas de nogal durante una noche. Bastaba lavarse la cabeza a la mañana siguiente para tener los cabellos dorados; pero había que secarlos al sol, con el peligro de las neuralgias, de que se quejaba con frecuencia madona Lucrecia. ...

En la línea 1040
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Jamás la había besado ni sentido la tentación de hacerlo. Era a modo de un amigo dulce, plácido, de una simpatía reposante para él… y que llevaba faldas. Tal vez la amaba sin darse cuenta de hasta dónde podía llegar su pasión, pero con un amor distinto a los otros que había conocido en su existencia. ...

En la línea 1278
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Doña Sancha contaba en su relación que el cardenal de Valencia, fatigado de bailar, venía a sentarse en sus faldas; su marido, el príncipe de Esquilache, en las rodillas de su hermana Lucrecia, y así los demás invitados. ...

En la línea 1394
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Entonces la rubia amazona, subida en una almena, se arremangó las faldas, mostrándose desnuda de cintura abajo, y por toda contestación golpeó con su diestra el blando globo de su vientre y el musgoso triángulo final. Podían matar a sus hijos: ella guardaba el molde para hacer otros. ...

En la línea 344
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... A partir de este momento, el desfile de objetos perdió decididamente todo interés. Empezaron a abrirse grandes claros en las filas de hombres con faldas que ocupaban las galerías. El sexo débil demostraba su fastidio marchándose. También se abrieron vacíos cada vez mayores en el público de las tribunas parlamentarias. Hasta Gurdilo había desaparecido, adivinando que su oposición nada podía ya encontrar de aprovechable en esta ceremonia. ...

En la línea 995
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Corrían las damas, levantándose las faldas para huir con más rapidez. Otras pataleaban caídas en el suelo, pidiendo a gritos que las librasen de esta inundación aglutinante que las había clavado sobre el pavimento. ...

En la línea 1057
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... 'Si se deja continuar este espectáculo subversivo, si no se le pone remedio, el llamado 'partido masculista', insignificante y ridículo en el presente, crecerá hasta convertirse en una gran fuerza; los hombres querrán llevar pantalones, y nosotros, las mujeres que somos senadores, guerreros, funcionarios, en una palabra, todos los que desempeñamos un cargo público o contribuimos a la buena marcha del Estado, todos los que somos cabeza de una familia, tendremos que vestirnos con faldas. ...

En la línea 1058
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... La suposición de que las mujeres pudieran alguna vez llevar faldas resultaba tan extravagante e inaudita, que todo el respetable Senado empezó a reír, y, animados por su hilaridad, los ocupantes de las tribunas lanzaron igualmente grandes carcajadas. ...

En la línea 1038
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Jacinta empezaba a impacientarse porque no llegaba su amiga, y en tanto tres o cuatro mujeres, hablando a un tiempo, le exponían sus necesidades con hiperbólico estilo. Esta tenía a sus dos niños descalcitos; la otra no los tenía descalzos ni calzados, porque se le morían todos, y a ella le había quedado una angustia en el pecho que decían era una eroísma. La de más allá tenía cinco hijos y vísperas, de lo que daba fe el promontorio que le alzaba las faldas media vara del suelo. No podía ir en tal estado a la Fábrica de Tabacos, por lo cual estaba pasando la familia una crujida buena. El pariente de estotra no trabajaba, porque se había caído de un andamio y hacía tres meses que estaba en el catre con un tolondrón en el pecho y muchos dolores, echando sangre por la boca. Tantas y tantas lástimas oprimían el corazón de Jacinta, llevando a su mente ideas muy latas sobre la extensión de la miseria humana. En el seno de la prosperidad en que ella vivía, no pudo darse nunca cuenta de lo grande que es el imperio de la pobreza, y ahora veía que, por mucho que se explore, no se llega nunca a los confines de este dilatado continente. A todos les daba alientos y prometía ampararles en la medida de sus alcances, que, si bien no cortos, eran quizás insuficientes para acudir a tanta y tanta necesidad. El círculo que la rodeaba se iba estrechando, y la dama empezaba a sofocarse. Dio algunos pasos; pero de cada una de sus pisadas brotaba una compasión nueva; delante de su caridad luminosa íbanse levantando las desdichas humanas, y reclamando el derecho a la misericordia. Después de visitar varias casas, saliendo de ellas con el corazón desgarrado, hallábase otra vez en el corredor, ya muy intranquila por la tardanza de su amiga, cuando sintió que le tiraban suavemente de la cachemira. Volviose y vio una niña como de cinco o seis años, lindísima, muy limpia, con una hoja de bónibus en el pelo. ...

En la línea 1061
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Hablose luego de Adoración, que se había cosido a las faldas de Jacinta, y Severiana empezó a referir: ...

En la línea 2288
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Cuando vino el mozo que debía llevar el baúl, Fortunata estaba ya dispuesta, vestida con la mayor sencillez. Maximiliano miró diferentes veces su reloj sin enterarse de la hora. Nicolás, que estaba más sereno, miró el suyo y dijo que era tarde. Bajaron los tres, y fueron pausadamente y sin hablar hacia la calle de Hortaleza a tomar un coche simón. Instalose el joven con no poco trabajo en la bigotera, porque las faldas de su futura esposa y la ropa talar del clérigo estorbaban lo que no es decible la entrada y la salida; y si el trayecto fuera más largo, el martirio de aquellas seis piernas que no sabían cómo colocarse habría sido muy grande. La neófita miraba por la ventanilla, atraída vagamente y sin interés su atención por la gente que pasaba. Creeríase que miraba hacia fuera por no mirar hacia dentro; Maximiliano se la comía con los ojos, mientras el presbítero procuraba en vano animar la conversación con algunas cuchufletas bien poco ingeniosas. ...

En la línea 2542
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... «¡Que nos mata, que nos mata!» gritaban las tres, recogiendo sus faldas para correr más fácilmente por la escalera arriba. Asomáronse las madres al barandal del corredor que sobre el patio caía, y vieron aparecer a Mauricia, descalza, las melenas sueltas, la mirada ardiente y extraviada, y todas las apariencias, en fin, de una loca. La Superiora, que era mujer de genio fuerte, no se pudo contener y desde arriba gritó: «Trasto… infame, si no te estás quieta, verás». ...

En la línea 928
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Lucía pidió casi de rodillas a Pilar que renunciase al peligroso goce que anhelaba. Era precisamente la ocasión más crítica; Duhamel esperaba que la Naturaleza, ayudada por el método, venciese en la lucha, y acaso quince días de voluntad y tesón decidiesen el triunfo. Pero no hubo medio de persuadir a la anémica. Pasó el día en un acceso de fiebre registrando su guardarropa; al anochecer, salió del brazo de Miranda; llevaba un traje que hasta entonces no había usado por ligero y veraniego en demasía, una túnica de gasa blanca sembrada de claveles de todos colores; pendía de su cintura el espejillo; en sus orejas brillaban los solitarios, y detrás del rodete, con española gracia, ostentaba un haz de claveles. Así compuesta y encendida de calentura y vanidoso placer, parecía hasta hermosa, a despecho de sus pecas y de la pobreza de sus tejidos devastados por la anemia. Tuvo, pues, gran éxito en el Casino; puede decirse que compartió el cetro de la noche con la sueca y con el lord inglés estrafalario, del cual se contaba que tenía alfombrada con tapiz turco la cuadra de sus caballos y baldosado de piedra el salón de recibir. Gozosa y atendida, veía Pilar una fiesta de las Mil y una noches en el Casino constelado de innumerables mecheros de gas, en el aire tibio poblado con las armonías de la magnifica orquesta, en el salón de baile donde los amorcillos juguetones del techo se bañaban en el vaho dorado de las luces. Jiménez, el marquesito de Cañahejas y Monsieur Anatole, se disputaron el placer de bailar con ella. Miranda reclamó un rigodón, y para colmo de dicha y victoria, las Amézagas se reconcomían mirando de reojo el espejillo, dije que sólo brillaba sobre dos faldas: la de Pilar y la de la sueca. Fue, en suma, uno de esos momentos únicos en la vida de una niña vanidosa, en que el orgullo halagado origina tan dulces impresiones, que casi emula otros goces más íntimos y profundos, eternamente ignotos para semejantes criaturas. Pilar bailó con todas sus parejas como si de cada una de ellas estuviese muy prendada; tanto brillaban sus ojos y tal expansión revelaba su actitud. Perico no pudo menos de decirle sotto voce: ...

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