Cómo se escribe.org.es

La palabra lucha
Cómo se escribe

la palabra lucha

La palabra Lucha ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
El Señor de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Sandokán: Los tigres de Mompracem de Emilio Salgàri
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
La llamada de la selva de Jack London
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Julio Verne de La vuelta al mundo en 80 días
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece lucha.

Estadisticas de la palabra lucha

La palabra lucha es una de las palabras más comunes del idioma Español, estando en la posición 657 según la RAE.

Lucha es una palabra muy común y se encuentra en el Top 500 con una frecuencia media de 134.43 veces en cada obra en castellano

El puesto de esta palabra se basa en la frecuencia de aparición de la lucha en 150 obras del castellano contandose 20434 apariciones en total.

Errores Ortográficos típicos con la palabra Lucha

Cómo se escribe lucha o luca?

Más información sobre la palabra Lucha en internet

Lucha en la RAE.
Lucha en Word Reference.
Lucha en la wikipedia.
Sinonimos de Lucha.


la Ortografía es divertida


El Español es una gran familia

Algunas Frases de libros en las que aparece lucha

La palabra lucha puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 245
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Fué este empeño una lucha sorda, desesperada, tenaz, contra las necesidades de la vida y contra su propia debilidad. ...

En la línea 290
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y el pobre hombre, que consideraba el no pagar como la mayor de las deshonras, volvía a sus faenas cada vez más débil, más extenuado, sintiendo en su interior el lento desplome de su energía, convencido de que no podía prolongar esta lucha, pero indignado ante la posibilidad tan sólo de abandonar un palmo de las tierras de sus ascendientes. ...

En la línea 301
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... La debilidad, el desgaste interior producido por la abrumadora lucha de varios años se manifestó repentinamente. ...

En la línea 518
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Era un varón enérgico, emprendedór, avezado a la lucha para conquistar el pan. ...

En la línea 219
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El recuerdo de los que esperaban al compañero muerto les daba nuevas energías. También ellos tenían sus _churumbeles_ que podían aguardar el pan eternamente si daban un mal paso: ¡adelante! ¡adelante! Y con el valor audaz que da la lucha por los hijos, los dos mochileros avanzaban al través del peligro y de la noche. ...

En la línea 363
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Los dos inválidos de la lucha con la tierra no encontraban otra satisfacción en su miseria que el excelente carácter de Rafael. Como dos perros viejos, a los que se reserva por lástima un poco de pitanza, esperaban la hora de la muerte en su tugurio junto al portalón del cortijo. Sólo la bondad del nuevo aperador hacía llevadera su suerte. El tío _Zarandilla_ pasaba las horas sentado en uno de los bancos al lado de la puerta, mirando fijamente, con sus ojos opacos, los campos de interminables surcos, sin que el aperador le regañase por su indolencia senil. La vieja quería a Rafael como un hijo. Cuidaba de su ropa y su comida, y él pagaba con largueza estos pequeños servicios. ¡Bendito sea Dios! El muchacho se parecía por lo bueno y lo guapo al único hijo que los viejos habían tenido; un pobrecito que había muerto siendo soldado, en tiempos de paz, en un hospital de Cuba. Todo le parecía poco a la seña Eduvigis para el aperador. Reñía al marido porque no se mostraba, según ella, bastante amable y solícito con Rafael. Antes de que los perros anunciasen su proximidad, oía ella el trotar del caballo. ...

En la línea 375
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... La comida transcurría en medio del solemne silencio del campo, que parecía colarse en el cortijo por el abierto portón. Los gorriones piaban en los tejados; las gallinas cocleaban en el patio, picoteando, con las plumas erizadas, los intersticios del pavimento de guijarros. De la gran cuadra llegaban los relinchos de los caballos sementales y los rebuznos de los garañones, acompañados de pataleos y bufidos de gula satisfecha ante el pesebre lleno. De vez en cuando, un conejo asomaba a la puerta del tugurio sus orejas desmayadas, huyendo con medroso trote a la más leve voz, temblándole el rabillo sobre las posaderas sedosas, y de las lejanas pocilgas llegaban ronquidos de fiera, revelando una lucha de empellones de grasa y mordiscos traidores en torno de los barreños de bazofia. Cuando cesaban estos rumores de vida, tornaba a extenderse con religiosa majestad el silencio del campo, rasgado tenuemente por el arrullo de las palomas o el lejano campanilleo de una recua, deslizándose por la carretera que cortaba la inmensidad de tierras amarillas, como un río de polvo. ...

En la línea 576
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Salvatierra admiraba la fe de este joven que se creía poseedor del remedio para todos los males sufridos por la inmensa horda de la miseria. ¡Instruirse! ¡Ser hombres!... Los explotadores eran unos cuantos miles y los esclavos centenares de millones. Pero apenas peligraban sus privilegios, la humanidad ignorante encadenada al trabajo, era tan imbécil, que ella misma se dejaba extraer de su seno los verdugos, los que vistiendo un traje de colorines y echándose el fusil a la cara, volvían a restablecer a tiros el régimen de dolor y de hambre, cuyas consecuencias sufrían después, al volver abajo. ¡Ay! ¿si los hombres no viviesen ciegos y en la ignorancia, cómo podría mantenerse este absurdo? Las afirmaciones candorosas del muchacho, hambriento de saber, hacían reflexionar a Salvatierra. Tal vez este inocente veía más claro que ellos, los hombres endurecidos en la lucha, que pensaban en la propaganda por la acción y en las rebeldías inmediatas. Era un espíritu simple, como los creyentes del cristianismo primitivo, que sentían las doctrinas de su religión con más intensidad que los Padres de la Iglesia. Su procedimiento era de una lentitud que necesitaba siglos; pero su éxito parecía seguro. Y el revolucionario, escuchando al gañán, se imaginaba una época en la que no existiese la ignorancia y la actual bestia de trabajo, mal nutrida, con el pensamiento petrificado y sin otra esperanza que la insuficiente y envilecedora caridad, se metamorfosease en hombre. ...

En la línea 2322
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Aquel hombre era Armand- Jean Duplessis, cardenal de Richelieu, no tal como nos lorepresentaran cascado como un viejo, sufriendo como un mártir, el cuerpo quebrado, la voz apagada, enterrado en un gran sillón como en unatumba anticipada que no viviera más que por la fuerza de un genio ni sostuviera la lucha con Europa más que con la eterna aplicación de su pensamiento sino tal cual era realmente en esa época, es decir, diestro y galante caballero débil de cuerpo ya, pe ro sostenido por esa potencia moral que hizo de él uno de los hombres más extraordinarios que hayan existido; preparándose, en fin, tras ha ber sostenido al duque de Nevers en su ducado de Mantua, tras haber tomado Nîmes, Castres y Uzes, a expulsar a los ingleses de la isla de Ré y a sitiar La Rochelle. ...

En la línea 4098
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Cosa extraña, que hizo temblar a D'Artagnan de la planta de los pies a la raíz de sus cabellos, aquella suave luz, aquella tranquila lám para iluminaba una escena de desorden espantoso; uno de los crist ales de la ventana estaba roto, la puerta de la habitación había sido hundi da y medio rota pendía de sus goznes; una mesa que hubiera debido estar cubierta con una elegante cena yacía por tierra; frascos en añicos, frutas aplastadas tapizaban el piso; tod o en aquella habitación daba testimonio de una lucha violenta y desesperada; D'Artagnan creyó incluso reconocer en medio de aquel desorden extraño trozos de vestidosy algunas manchas de sangre maculando el mantel y las cortinas. ...

En la línea 7238
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... En este tiempo, D'Artagnan se había lanzado so bre el segundo soldado, atacándolo con su espada; la lucha no fue larga, aquel misera ble no tenía para defenderse más que su arcabuz descargado; la espada del guardia se deslizó por sobre el cañón del arma vuelta inútil y fue a atravesar el muslo del asesino que cayó. ...

En la línea 8664
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Además, Buckingham anuncia ba al alcalde que por fin iba a declararse la gran lucha contra Francia, y que el reino iba a ser invadido a la vez por los ejércitos ingleses, im periales y españoles. ...

En la línea 1074
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Después de cambiar algunas palabras, este caballero, joven de unos veinticinco años, bien parecido, rompió en declamaciones violentas contra la nación inglesa y su gobierno, quienes, si en todo tiempo habían demostrado su egoísmo y su falacia, seguían ahora, respecto de España, una conducta sobremanera ignominiosa, pues estando en su mano acabar de golpe la guerra civil, enviando un poderoso ejército de socorro, preferían mandar un puñado de tropas, con objeto de prolongar la lucha y aprovecharse de sus ventajas. ...

En la línea 2624
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Tal acusación sólo puede provocar, naturalmente, una sonrisa en cuantos conocen bien el carácter inglés y la línea general de conducta seguida por el Gobierno británico; pero en España era universalmente creída, y hasta la publicó impresa cierto periódico, órgano oficial del necio duque de Frías, uno de los muchos primeros ministros del partido _moderado_ que rápidamente se sucedieron en el poder en el último período de la lucha entre carlistas y _cristinos_. ...

En la línea 4803
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Entretúvose un buen rato en discurrir acerca de la guerra y de sus particularidades, criticando con mucha libertad la conducta de los generales, tanto carlistas como _cristinos_, en la presente lucha, y, por último, exclamó: —Si el Gobierno me diese veinte mil hombres tan sólo, acababa yo la guerra en seis meses. ...

En la línea 5605
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... —No se me han olvidado, _lieber Herr_, ni el viaje a Oviedo, ni las siete bellotas, ni la lucha con la muerte en el _barranco_. ...

En la línea 408
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Uno de los espectáculos más curiosos de Buenos Aires es el gran corral donde se guardan, antes de darles muerte, los animales que han de servir para el aprovisionamiento de la ciudad. Es realmente pasmosa la fuerza del caballo comparada con la del buey. Un hombre a caballo, después de sujetar con su lazo al buey por la cornamenta, puede arrastrar a éste donde quiera. El animal hace hincapié en el suelo con las patas extendidas hacia adelante, para resistir á la fuerza que le arrastra, pero todo es inútil; por lo común, también el buey toma carrera y se echa a un lado, pero el caballo se revuelve inmediatamente para recibir el choque, el cual se produce con tanta violencia, que el buey es casi derribado; lo asombroso es que no se desnuque. Conviene advertir que el combate no es del todo igual, pues mientras que el caballo tira con el pecho, el buey tira con lo alto de la cabeza. Además, un hombre puede retener de idéntica manera al caballo más salvaje, si el lazo le sujeta precisamente por detrás de las orejas. Se arrastra al buey hasta el sitio donde han de sacrificarle; después el matador, acercándose con cautela, le corta el corvejón. Entonces el animal exhala su mugido de muerte, el más terrible grito de agonía que conozco. Lo he oído a menudo desde una gran distancia, distinguiéndolo entre otra multitud de ruidos, y siempre comprendí que la lucha estaba concluida. Toda esa escena es horrible y repugnante: se anda sobre una capa de osamentas, y caballos y jinetes van cubiertos de sangre. ...

En la línea 448
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Reuniéronse los habitantes y atacaron a los elefantes, resultando una lucha terrible que terminó por la derrota de los invasores; pero éstos habían muerto a un hombre y herido a varios». El capitán añade que esa ciudad tiene unos 3.000 habitantes. El doctor Malcolmson me hace saber que durante una gran sequía que hubo en las Indias penetraron animales feroces en las tiendas de algunos soldados en Ellora; y una liebre fue a beber en el vaso que tenía el ayudante del regimiento. ...

En la línea 473
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Apenas hubo pretexto para comenzar esta revolución. Pero sería poco razonable pedir pretextos en un Estado que en nueve meses (de febrero a octubre de 1820) sufrió quince cambios de gobierno (según la Constitución, cada gobernador era elegido para un período de tres años). En el caso actual, algunos personajes que detestaban al gobernador Balcarce, porque eran partidarios de Rosas, abandonaron la ciudad en número de 70, y al grito de ¡viva Rosas! el país entero tomó las armas. Bloqueóse a Buenos Aires, no dejando entrar provisiones, ganado ni caballos; por lo demás, pocos combates y sólo algunos hombres muertos cada día. Los rebeldes sabían bien que interceptando los víveres la victoria sería suya uno u otro día. El general Rosas no podía saber aún este levantamiento, pero respondía en absoluto a los planes de su partido. Un año antes fue electo gobernador, pero declaró no aceptar sino a condición de que la Sala le confiriese poderes extraordinarios. Se los negaron y por eso no aceptó el puesto; desde entonces, su partido se amaña para probar que ningún gobernador puede permanecer en el poder. Prolongábase por ambas partes la lucha, hasta que pudieran recibirse noticias de Rosas. Llegó una nota suya pocos días después de salir yo de Buenos Aires: el general deploraba que se hubiese perturbado el orden público, pero era su parecer que los insurrectos tenían la razón de su parte. Al recibirse esta carta, gobernador, ministros, oficiales y soldados huyeron en todas direcciones; los rebeldes entraron en la ciudad, proclamaron nuevo gobernador y 5.500 de ellos se hicieron pagar los servicios prestados a la insurrección. ...

En la línea 623
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Matamos un gran número de vacas y encontramos también toros en abundancia; estos toros vagan solos o en bandos de dos o tres y son muy salvajes. Nunca he visto animales tan magníficos: su cabeza y morrillo enormes, son como los que se ven en las esculturas griegas. He sabido por el capitán Sulivan que la piel de un toro, de tamaño mediano, pesa 47 libras, mientras que en Montevideo se considera una piel de este peso (y no tan bien seca) como muy pesada. Al acercarse a ellos se defienden los más jóvenes colocándose a cierta distancia; pero los viejos no retroceden, y si lo hacen es para precipitarse con más fuerza sobre el que se aproxima: de este modo matan muchos caballos. Durante nuestro viaje, atravesó un toro viejo un arroyo cenagoso y se colocó en la orilla opuesta frente a nosotros. En vano intentamos alejarlo de allí; no pudimos, y nos vimos obligados a dar un gran rodeo para evitar su encuentro. Para vengarse, resolvieron los gauchos castigarlo de modo que se inutilizara para la lucha en adelante. ...

En la línea 82
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Hermosa es la pintura que Alas nos presenta de la juventud de su personaje, la tremenda lucha del coloso por la posición social, elegida erradamente en el terreno levítico, y con él hace gallarda pareja la vigorosa figura de su madre, modelada en arcilla grosera, con formas impresas a puñetazos. ...

En la línea 426
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Solía volver a sus novelas de la hora de dormirse la imagen de la Regenta, y entablaba con ella, o con otras damas no menos guapas, diálogos muy sabrosos en que ponía el ingenio femenil en lucha con el serio y varonil ingenio suyo; y entre estos dimes y diretes en que todo era espiritualismo y, a lo sumo, vagas promesas de futuros favores, le iba entrando el sueño al arqueólogo, y la lógica se hacía disparatada, y hasta el sentido moral se pervertía y se desplomaba la fortaleza de aquel miedo que poco antes salvara al doctor en teología. ...

En la línea 1090
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Entonces pensaba: —La monotonía, la insulsez de esta existencia es aparente; mis días están ocupados por grandes cosas; este sacrificio, esta lucha es más grande que cualquier aventura del mundo. ...

En la línea 4517
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... La lucha vulgar de la vida ordinaria, la batalla de todos los días con el hastío, el ridículo, la prosa, la fatigaban; era una guerra en un subterráneo entre fango. ...

En la línea 45
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... La lucha fue terrible; tanto más, cuanto que era lucha sin odios, sin ira, de amor contra amor: no había gritos, no había malas voluntades; pero sangraban las almas. ...

En la línea 73
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Su cuerpo robusto, de hierro, que parecía predestinado a las fatigas de los largos viajes, a la lucha con los climas enemigos, le daba gritos extraños con mil punzadas en los sentidos. ...

En la línea 307
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... En realidad, sólo pudo enviar a Hungría dos hombres: cardenal español Juan de Carvajal, enérgico y tenaz como él mismo en. la lucha contra los infieles, y un fraile, igualmente amigo suyo. que tenía más de setenta años y estaba debilitado por una vida de privaciones: el futuro San Juan de Capistrano. ...

En la línea 447
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... —Tú eres digna de un dios de un héroe; yo no soy más que un mortal lleno de debilidades, y el corazón del hombre es siempre cambiante. A tu lado hay demasiada felicidad para mí; una paz olímpica. Y tal vez por eso mismo necesito la lucha, el sufrimiento, y te digo como el poeta, en las delicias de la Venusberg: «Diosa, te amo… Déjame partir.» ...

En la línea 592
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Únicamente Pío II, el escritor, y Alejandro VI, el segundo Papa Borgia, mantuviéronse al margen de tales engaños. Alejandro hasta se negaba a recompensar varias obras de astrología que le dedicaron sus autores. En cambio, su hijo, César Borgia, casi siempre Incrédulo, mostraba la misma superstición de todos los hombres de lucha que exponen frecuentemente su vida, y semejante a numerosos capitanes de la misma época, consultaba a los astrólogos antes de emprender una batalla o poner sitio a una ciudad. Papas célebres, como Sixto IV, Julio II, León X, y, todavía mas adelante, Paulo III, se dedicaban directamente a la astrología o escuchaban con gravedad los diagnósticos celestes de , los profesionales. Un médico y erudito como Pablo Toscanelli servía de astrólogo a los Medicis, no perdiendo su fe en dicha ciencia hasta los últimos años de su vida, cuando se vio arruinado, a pesar de que los planetas le habían prometido grandes riquezas. ...

En la línea 618
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Adivinando la debilidad de este Pontífice imbele, quiso despojarlo de una parte de las tierras de la Iglesia; mas el antiguo escritor acabó por aceptar la lucha venciéndolo para siempre. ...

En la línea 452
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Mentiría si le dijese que este movimiento feminista fue unánime. Las prudentes, las contemporizadoras, las amigas del hombre, acudieron llorosas al Comité para suplicarle que no insistiese en su lucha contra los tiranos masculinos. Debo añadir que estas conservadoras, faltas de carácter y de dignidad sexual, eran en aquellos momentos la mayoría del país. Pero ¿qué revolución no ha sido hecha por una minoría y no se ha visto obligada a imponerse a la debilidad y el pensamiento miope de los más? El gobierno provisional del feminismo no prestó atención a estas tránsfugas que lamentaban la muerte de los varones de su familia o temían por la existencia de los que aún se mantenían vivos, prefiriendo su egoísmo particular a los intereses del sexo. ...

En la línea 496
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Como todo buque tiene la misma arma agresiva, un combate naval es a modo de una lucha de pulpos en los abismos marítimos, entrelazando la maraña de sus patas metálicas, tirando el uno del otro, hasta que el más hábil o el más forzudo consigue paralizar al adversario. Además, los navíos están armados con unos aparatos que hacen oficio de tijeras para cortar los cables metálicos del enemigo. Adivino sus nuevas preguntas, gentleman. Quiere usted saber para que sirve nuestra flota, y yo le diré que para lo mismo que sirve nuestro ejército. La juventud entusiasta, que no gusta de los uniformes de las tropas terrestres y desea viajes y aventuras, entra a prestar sus servicios en las tres escuadras de nuestra Federación o en la flota aérea. ...

En la línea 1201
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Aquí Gurdilo se lanzó rencorosamente contra Momaren, describiéndolo sin dar su nombre, relatando sus desgracias domésticas, su lucha con Popito, su odio contra el gigante, por creerle cómplice de Ra-Ra. Hasta los senadores mas amigos del Padre de los Maestros rieron francamente cuando el senador fue relatando, con una cómica exageración, todo lo ocurrido en la tertulia literaria. La imagen de los dos poetas cayendo envueltos por el salivazo del gigante provocó risas tan enormes, que el orador se vio obligado a una larga pausa. Fueron muchos los que empezaron a ver en aquel coloso, tenido por estúpido, una bestia chusca, graciosa por sus brusquedades y merecedora de cierta piedad. ...

En la línea 1480
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... 'Pero aunque los descubran, ¿cómo aprenderán las mujeres el manejo de tanta cosa peligrosa y mortífera? Las próximas batallas, o tal vez las que se están dando en este momento, serán con armas blancas. Unos y otros apelarán a la espada, a la lanza, a la saeta, como antes que Eulame trajese los inventos de los Hombres-Montañas, y en esta lucha de músculos y de agresividad feroz, el hombre va a acabar por vencer a la mujer. ¡Pero esto tardará tanto!… Antes de que la guerra termine serán muchas las víctimas, muchísimas; entre las primeras figurará Ra-Ra, si usted no lo remedia… y yo moriré. ...

En la línea 2931
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Porque el ardor de la lucha había determinado como una relajación de la laringe, en términos que la voz se le había vuelto enteramente de falsete. Salían de su garganta las palabras como el acento de un impúber. «¿En dónde se ha metido?… ¿en dónde?… ¿No es verdad, señores, que es un miserable?… ¿un secuestrador?… Me ha quitado lo mío, me ha robado… Él la arrojó a la basura… yo la recogí y la limpié… él me la quitó y la… volvió a arrojar… la volvió a arrojar. ¡Trasto infame!… Pero yo tengo que hacer dos muertes. Iré al patíbulo… no me importa ir al patíbulo, señores… digo que quiero ir al palo… pero ellos por delante, ellos por delante… ». ...

En la línea 3873
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Al día siguiente hizo un segundo esfuerzo y pudo entrar en el portal; pero ante la vidriera que daba paso a la escalera, se detuvo. Le aterraba la idea de subir, y de su mente se había borrado todo lo que pensaba decirle. Aguardó un rato en espantosa lucha, hasta que le asaltaron ideas alarmantes como esta: «Si ahora baja y me ve aquí… ». Y salió escapado por la calle adelante sin atreverse ni a mirar hacia atrás. La tentativa del tercer día no tuvo mejor éxito, y aburrido al fin y desconcertado, resolvió expresarse con su mujer por medio de una carta. Andando hacia la calle del Ave-María, iba discurriendo que debía poner en la carta mucha severidad, y un ligero matiz de indulgencia, un grano nada más de sal de piedad para sazonarla. Diríale que no podía admitirla en su casa; pero que con el tiempo… si daba pruebas de arrepentimiento… En fin, que ya saldría la epístola tan guapamente. Excitado por estas ideas y propósitos, entró en su casa, y al dirigirse a su cuarto y oír la voz de su tía que desde la sala le llamaba, sintió en el corazón como si se lo tocaran con la punta de un alfiler… Entró en la sala, y… ¡lo que vieron sus ojos, Dios omnipotente!… ¡Dios que haces posible lo imposible! En la sala estaba Fortunata, en pie, lívida como los que van a ser ajusticiados… ...

En la línea 4252
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... «No se asombre usted ni ponga esos ojazos—prosiguió esta—. Yo no he tenido ocasión de tirar por el balcón a la calle una felicidad, ni una ilusión, ni nada. Yo no he tenido lucha. Entré en este terreno en que estoy como se pasa de una habitación a otra. No ha habido sacrificio, o es tan insignificante, que no merece se hable de él. Ríase usted de mí, si quiere; pero sepa que cuando veo a alguna persona que tiene la posibilidad de sacrificar algo, de arrancarse algo que duele, le tengo envidia… Sí; yo envidio a los malos, porque envidio la ocasión, que me falta, de romper y tirar un mundo, y les miro y les digo: 'Necios, tenéis en la mano la facultad del sacrificio y no la aprovecháis… '». ...

En la línea 4569
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Doña Lupe, en tanto, trajo la cocinilla económica para hacer en presencia de Maxi otro chocolate. Aun así, fue preciso sostener una lucha penosa para que se decidiera a probarlo, pues insistía en que también aquel tenía gusto a arsénico… «Aunque no tanto, convengo en que no es tanto». Después, tomando tonos de transacción, les dijo: «Yo creo que todo ello es cosa de Papitos… porque ustedes no saben lo mala que es y la inquina que me tiene». ...

En la línea 1209
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... En ese momento entraron los alguaciles en la estancia y comenzó una violenta lucha, pero Hendon no tardó en ser dominado y preso. Lleváronse también al rey, y ambos fueron maniatados y conducidos a la cárcel. ...

En la línea 1317
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Hicieron todo el viaje sin aventura ninguna de importancia. Pero terminó con una. Cerca de las diez de la noche del diecinueve de febrero llegaron al Puente de Londres, en medio de una serpenteante, agitada muchedumbre de gente ululando y vitoreando, cuyos rostros, alegrados por la cerveza, se destacaban intensamente a la luz de numerosas antorchas… ., y en ese instante la cabeza podrida de un ex duque u otro grande cayó entre ellos, golpeando a Hendon en el codo y rebotando entre la precipitada confusión de pies. ¡Tan evanescentes e inestables son las obras humanas en este mundo! El buen rey difunto lleva apenas tres semanas de muerto, y tres días en la tumba, y ya caen los adornos de gente principal que con tanta solicitud había elegido para su noble puente. Un ciudadano tropezó con la cabeza y dio con la suya en la espalda de alguien que tenía delante, el cual se volvió y derribó de un golpe a la primera persona que tuvo a mano, y pronto él mismo fue abatido por el amigo de esta persona. Era la mejor hora para una lucha libre, porque las festividades del día siguiente –Día de la Coronación– estaban empezando ya; todos estaban llenos de bebidas fuertes y de patriotismo; a los cinco minutos la batalla campal ocupaba gran espacio de terreno; a los diez o doce cubría más o menos un acre y se había convertido en motín. Para entonces, Hendon y el rey fueron separados irremediablemente, se perdieron en el tropel y alboroto de las rugientes masas humanas. Así los dejaremos. ...

En la línea 241
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¡Preparémonos para morir como héroes! —gritó Sandokán, que no se hacía ilusiones acerca del éxito de aquella lucha. ...

En la línea 267
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Aun cuando se sentía extenuado por la larga lucha y por la gran cantidad de sangre perdida, destapó su herida y la observó. Había recibido un balazo bajo la quinta costilla del costado derecho. Quizás no fuera grave, pero podía llegar a serlo si no se curaba pronto. ...

En la línea 434
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¡Usted no hará eso! Es valiente, ya lo sé; es fuerte y tan ágil como un tigre, pero una lucha cuerpo a cuerpo con la fiera podría serle fatal. ...

En la línea 698
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¡Mariana! —exclamaba en su insomnio—. ¡Daría la mitad de mi sangre por estar todavía a su lado! ¿Qué angustias la atormentarán en estos momentos? ¡Me ha de creer vencido, herido, muerto tal vez! Pero esta noche saldré de esta isla maldita, llevándome su promesa. Volveré, aun cuando tenga que traer conmigo hasta el último de mis hombres y tenga que dar la lucha contra todas las fuerzas de Labuán. ...

En la línea 234
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Toda la tripulación permaneció en pie durante la noche, sin que nadie pensara en dormir. No pudiendo competir en velocidad, el Abraham Lincoln había moderado su marcha. Por su parte, el narval, imitando a la fragata, se dejaba mecer por las olas y parecía decidido a no abandonar el escenario de la lucha. ...

En la línea 521
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Cesamos la conversación, y cada uno de nosotros se puso a reflexionar por su cuenta. Confesaré que, por mi parte, y pese a la determinación del arponero, no me hacía ninguna ilusión. No creía yo en esas circunstancias favorables que había invocado Ned Land. Tan segura manipulación del submarino requería una numerosa tripulación y, consecuente mente, en el caso de una lucha, nuestras probabilidades de éxito serían ínfimas. Además, necesario era, ante todo, estar libres, y nosotros no lo estábamos. No veía ningún medio de salir de una celda de acero tan herméticamente cerrada. Y si como parecía probable, el extraño comandante de ese barco tenía un secreto que preservar, cabía abrigar pocas esperanzas de que nos dejara movernos libremente a bordo. La incógnita estribaba en saber si se libraría violentamente de nosotros o si nos lanzaría algún día a algún rincón de la tierra Todas estas hipótesis me parecían extremadamente plausibles, y había que ser un arponero para poder creer en la reconquista de la libertad. ...

En la línea 1865
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Yo hubiera querido socorrer al capitán, pero el espanto me clavaba al suelo. Miraba despavorido y veía modificarse las fases de la lucha. Derribado por la fuerza inmensa de aquella masa, el capitán cayó al suelo. Las mandíbulas del tiburón se abrieron desmesuradamente como una guillotina, y en ellas hubiera acabado el capitán si, rápido como el rayo, Ned Land, arpón en mano, no hubiera golpeado con él al tiburón. ...

En la línea 2219
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Entre las aguas vivamente iluminadas por nuestra luz eléctrica serpenteaban algunas lampreas, de un metro de longitud, comunes a casi todas las zonas dimáticas. Algunas rayas de cinco pies de ancho, de vientre blanco y dorso gris ceniza con manchas, evolucionaban como grandes chales llevados por la corriente. Otras rayas pasaban tan rápidamente que no pude reconocer si merecían ese nombre de águilas que les dieron los griegos, o las calificaciones de rata, de sapo o de murciélago que les dan los pescadores marinos. Escualos milandros, de doce pies de longitud, tan temidos por los buceadores, competían en velocidad entre ellos. Como grandes sombras azuladas vimos zorras marinas, animales dotados de una extremada finura de olfato, de unos ocho pies de longitud. Las doradas, del género esparo, mostraban sus tonos de plata y de azul cruzados por franjas que contrastaban con lo oscuro de sus aletas; peces consagrados a Venus, con el ojo engastado en un anillo de oro; especie preciosa, amiga de todas las aguas, dulces o saladas, que habita ríos, lagos y océanos, bajo todos los climas, soportando todas las temperaturas, y cuya raza, que remonta sus orígenes a las épocas geológicas de la Tierra, ha conservado la belleza de sus primeros días. Magníficos esturiones, de nueve a diez metros de largo, dotados de gran velocidad, golpeaban con su cola poderosa los cristales de nuestro observatorio y nos mostraban su lomo azulado con manchas marrones; se parecen a los escualos, cuya fuerza no igualan, sin embargo; se encuentran en todos los mares, y en la primavera remontan los grandes ríos, en lucha contra las corrientes del Volga, del Danubio, del Po, del Rin, del Loira, del Oder-… y se alimentan de arenques, caballas, salmones y gádidos; aunque pertenezcan a la clase de los cartilaginosos, son delicados; se comen frescos, en salazón, escabechados, y, en otro tiempo, eran llevados en triunfo a las mesas de los Lúculos. ...

En la línea 289
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Corríamos de verdad, subiendo, bajando, atravesando las puertas, cayendo en las zanjas y tropezando con los juncos. Nadie se fijaba en el terreno que pisaba. Cuando nos acercamos a los gritos, se hizo evidente que eran proferidos por más de una voz. A veces parecían cesar por completo, y entonces los soldados interrumpían la marcha. Cuando se oían de nuevo, aquéllos echaban a correr con mayor prisa y nosotros los seguíamos. Poco después estábamos tan cerca que oímos como una voz gritaba: «¡Asesino!, y otra voz: «¡Penados! ¡Fugitivos! ¡Guardias! ¡Aquí están los fugitivos! Luego las dos voces parecían quedar ahogadas por una lucha, y al cabo de un momento volvían a oírse. Entonces los soldados corrían como gamos, y Joe los seguía. ...

En la línea 876
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — ¡Leyes de la lucha! - dijo mientras dejaba de apoyarse en su pierna izquierda para hacerlo sobre la derecha -. Ante todo, las reglas. - Y al decirlo cambió de postura -. Ven al terreno y observa los preliminares. ...

En la línea 882
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Aunque no parecía muy vigoroso, pues tenía el rostro lleno de barros y un grano junto a la boca, he de confesar que me asustaron aquellos temibles preparativos. Me pareció que mi contendiente sería de mi propia edad, pero era mucho más alto y tenía un modo de moverse que le hacía parecer más temible. En cuanto a lo demás, era un joven caballero que vestía un traje gris (antes de quitárselo para la lucha) y cuyos codos, rodillas, puños y pies estaban mucho más desarrollados de lo que correspondía a su edad. ...

En la línea 887
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Parecía tan valiente e inocente, que aun cuando yo no propuse la lucha, no sentí una satisfacción muy grande por mi victoria. En realidad, llego a creer que mientras me vestía me consideré una especie de lobo u otra fiera salvaje. Me vestí, pues, y de vez en cuando limpiaba mi cruel rostro, y pregunté: ...

En la línea 570
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Su terror iba en aumento, sobre todo después de aquel segundo crimen que no había proyectado, y sólo pensaba en huir. Si en aquel momento hubiese sido capaz de ver las cosas más claramente, de advertir las dificultades, el horror y lo absurdo de su situación; si hubiese sido capaz de prever los obstáculos que tenía que salvar y los crímenes que aún habría podido cometer para salir de aquella casa y volver a la suya, acaso habría renunciado a la lucha y se habría entregado, pero no por cobardía, sino por el horror que le inspiraban sus crímenes. Esta sensación de horror aumentaba por momentos. Por nada del mundo habría vuelto al lado del arca, y ni siquiera a las dos habitaciones interiores. ...

En la línea 3176
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Mientras reflexionaba en todo esto y se preparaba para una nueva lucha, Raskolnikof empezó a temblar de pronto, y se enfureció ante la idea de que aquel temblor podía ser de miedo, miedo a la entrevista que iba a tener con el odioso Porfirio Petrovitch. Pensar que iba a volver a ver a aquel hombre le inquietaba profundamente. Hasta tal extremo le odiaba, que temía incluso que aquel odio le traicionase, y esto le produjo una cólera tan violenta, que detuvo en seco su temblor. Se dispuso a presentarse a Porfirio en actitud fría e insolente y se prometió a sí mismo hablar lo menos posible, vigilar a su adversario, permanecer en guardia y dominar su irascible temperamento. En este momento le llamaron al despacho de Porfirio Petrovitch. ...

En la línea 3319
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Pero se interrumpió de súbito. Entonces, y durante unos segundos, se oyó el fragor de una verdadera lucha. Después pareció que alguien rechazaba violentamente a otro, y, seguidamente, un hombre pálido como un muerto irrumpió en el despacho. ...

En la línea 3420
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... «Ahora, a continuar la lucha» se dijo con una agria sonrisa mientras bajaba la escalera. Se detestaba a sí mismo y se sentía humillado por su pusilanimidad. ...

En la línea 350
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Su mente osciló por espacio de una hora en fluctuaciones en que se desarrollaba cierta lucha. Dieron las tres. Abrió los ojos, se incorporó bruscamente en la cama. Permaneció algún tiempo pensativo. De repente se levantó, se quitó los zapatos que colocó suavemente en la estera cerca de la cama; volvió a su primera postura de siniestra meditación, y quedó inmóvil, y hubiera permanecido en ella hasta que viniera el día, si el reloj no hubiese dado una campanada; tal vez esta campanada le gritó ¡Vamos! ...

En la línea 489
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Comprendía claramente que el perdón de aquel sacerdote era el ataque más formidable que podía recibir; que su endurecimiento sería infinito si podía resistir aquella clemencia; pero que si cedía, le sería preciso renunciar al odio que había alimentado en su alma por espacio de tantos años, y que ahora había comenzado una lucha colosal y definitiva entre su maldad y la bondad del anciano sacerdote. ...

En la línea 1006
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Las dos ideas que gobernaban a este hombre, cuyos sufrimientos vamos relatando, no habían sostenido nunca lucha tan encarnizada. El lo comprendió confusa pero profundamente desde las primeras palabras de Javert en su escritorio. Y cuando oyó el nombre que había sepultado bajo tan espesos velos, quedó sobrecogido de estupor, y trastornado ante tan siniestro a inesperado golpe del destino. ...

En la línea 1086
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... La violenta lucha que se libraba en su interior desde la víspera no había concluido; a cada momento entraba en una nueva crisis. De súbito sacó su cartera, cogió un lápiz y un papel y escribió rápidamente estas palabras: 'Señor Magdalena, alcalde de M.' Se dirigió al portero, le dio el papel y le dijo con voz de mando: ...

En la línea 42
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... De esto último nunca hubo que acusar a Buck, por más que viera efectivamente a perros apaleados hacerle fiestas al hombre, meneando la cola y lamiéndole la mano. También vio a un perro que no quiso aceptarle ni obedecerle y acabó muerto en la lucha por imponerse. ...

En la línea 76
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Aquel primer robo demostró que Buck podía sobrevivir en el hostil territorio del norte. Era la prueba de su capacidad de adaptación, de acomodación a las circunstancias cambiantes, cuya ausencia habría significado una muerte rápida y terrible. Indicó, además, el descenso, o mejor aún la quiebra, de sus principios morales, inútiles ahora y una rémora en la despiadada lucha por la existencia. El respeto por la propiedad privada y los sentimientos personales estaban muy bien en las regiones meridionales bajo el imperio de la ley del amor y la fraternidad, pero en el norte, donde prevalecía la ley del garrote y el colmillo, era un necio quien tuviera en cuenta tales cosas, y en la medida en que las acatase no lograría salir adelante. ...

En la línea 87
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Spitz estaba igualmente dispuesto al combate. Aullaba de rabia y ansiedad mientras giraba a un lado u otro buscando la ocasión de arremeter. Buck no estaba menos impaciente ni era menor la cautela con que giraba a su vez procurando ganar ventaja. Pero fue entonces cuando ocurrió lo inesperado, algo que dejó para el futuro, después de muchos y fatigosos kilómetros, la lucha por la supremacía. ...

En la línea 108
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Durante los días que siguieron, a medida que se iban acercando a Dawson, Buck continuó interponiéndose entre Spitz y los transgresores, pero lo hacía con astucia, cuando François no andaba por allí. Con el encubierto amotinamiento de Buck, surgió y fue aumentando una insubordinación general. Dave y Sol-leks permanecieron al margen, pero el resto del tiro iba de mal en peor. Las cosas ya no funcionaban como debían. Se producían peleas y crispaciones continuas. Había siempre un conflicto en gestación, y en su origen estaba Buck. François permanecía atento, pues temía la lucha a muerte que tarde o temprano había de tener lugar entre los dos perros; y más de una noche, el ruido de una riña lo hizo salir de su saco de dormir, temeroso de que fueran Buck y Spitz los que se hubieran enzarzado. ...

En la línea 917
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Prefería Miranda el salón de lectura, donde hallaba cantidad de periódicos españoles, incluso el órgano de Colmenar, que leía dándose tono de hombre político. A Perico se le encontraba con más frecuencia en otro departamento tétrico como una espelunca, las paredes color de avellana tostada, los cortinajes gris sucio con franjas rojas, donde una hilera de bancos de gutapercha moteada hacía frente a otra hilera de mesas, cubiertas con el sacramental, melodramático y resobadísimo tapete verde. Así como la marea al retirarse va dejando en la playa orlas paralelas de algas, así se advertían en los respaldos de los bancos de gutapercha roja series de capas de mugre, depositadas por la cabeza y espaldas de los jugadores, señales que iban en aumento desde el primer banco hasta el último, conforme se ascendía del inofensivo piquet al vertiginoso écarté, porque la hilera empezaba en el juego de sociedad, acabando en el de azar. Los bancos de la entrada estaban limpios, en comparación de los del fondo. Aquella pieza donde tan nefando culto se tributaba a la Ninfa de las aguas fue testigo de hartas proezas de Perico, que, por su semejanza con todas las de la misma laya, no merecen narrarse. Ni menos requiere ser descrito el espectáculo, caro a los novelistas, de las febriles peripecias que en torno de las mesas se sucedían. Tiene el juego en Vichy algo de la higiénica elegancia del pueblo todo, cuyos habitantes se complacen en repetir que en su villa nadie se levantó la tapa de los sesos por cuestión del tapete verde, como sucede en Mónaco a cada paso; de suerte que no se presta la sala del Casino a descripciones del género dramático espeluznante; allí el que pierde se mete las manos en los bolsillos, y sale mejor o peor humorado, según es de nervioso o linfático temperamento, pero convencido de la legalidad de su desplume, que le garantizan agentes de la Autoridad y comisionados de la Compañía arrendataria, presentes siempre para evitar fraudes, quimeras y otros lances, propios solamente de garitos de baja estofa, no de aquellas olímpicas regiones en que se talla calzados los guantes. Es de advertir que Perico, aun siendo de los que más ayudaban a engrasar y bruñir con la pomada de su pelo y el frote de sus lomos los bancos de gutapercha, no realizaba el tipo clásico del jugador que anda en estampas y aleluyas morales y edificantes. Cuando perdía, no le ocurrió jamás tirarse de los cabellos, blasfemar ni enseñar los puños a la bóveda celeste. Eso sí, él tomaba cuantas precauciones caben, a fin de no perder. Análogo es el juego a la guerra: dícese de ambos que los decide la suerte y el destino; pero harto saben los estratégicos consumados que una combinación a la vez instintiva y profunda, analítica y sintética, suele traerles atada de manos y pies la victoria. En una y otra lucha hay errores fatales de cálculo que en un segundo conducen al abismo, y en una y otra, si vencen de ordinario los hábiles, en ocasiones los osados lo arrollan todo y a su vez triunfan. Perico poseía a fondo la ciencia del juego, y además observaba atentamente el carácter de sus adversarios, método que rara vez deja de producir resultados felices. Hay personas que al jugar se enojan o aturden, y obran conforme al estado del ánimo, de tal manera, que es fácil sorprenderlas y dominarlas. Quizá la quisicosa indefinible que llaman vena, racha o cuarto de hora no es sino la superioridad de un hombre sereno y lúcido sobre muchos ebrios de emoción. En resumen: Perico, que tenía movimientos vivos y locuacidad inagotable, pero de hielo la cabeza, de tal suerte entendió las marchas y contramarchas, retiradas y avances de la empeñada acción que todos los días se libraba en el Casino, que después de varias fortunitas chicas, vino a caerle un fortunón, en forma de un mediano legajo de billetes de a mil francos, que se guardó apaciblemente en el bolsillo del chaleco, saliendo de allí con su paso y fisonomía de costumbre, y dejando al perdidoso dado a reflexionar en lo efímero de los bienes terrenales. Aconteció esto al otro día de aquel en que Lucía manifestara a Pilar tal interés por la salud de la madre de Artegui. Era Perico naturalmente desprendido, a menos que careciese de oro para sus diversiones, que entonces escatimaría un maravedí, y avisando a Pilar que estaba en el salón de Damas, reuniose con ella en la azotea, y le dijo dándole el brazo: ...

En la línea 928
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Lucía pidió casi de rodillas a Pilar que renunciase al peligroso goce que anhelaba. Era precisamente la ocasión más crítica; Duhamel esperaba que la Naturaleza, ayudada por el método, venciese en la lucha, y acaso quince días de voluntad y tesón decidiesen el triunfo. Pero no hubo medio de persuadir a la anémica. Pasó el día en un acceso de fiebre registrando su guardarropa; al anochecer, salió del brazo de Miranda; llevaba un traje que hasta entonces no había usado por ligero y veraniego en demasía, una túnica de gasa blanca sembrada de claveles de todos colores; pendía de su cintura el espejillo; en sus orejas brillaban los solitarios, y detrás del rodete, con española gracia, ostentaba un haz de claveles. Así compuesta y encendida de calentura y vanidoso placer, parecía hasta hermosa, a despecho de sus pecas y de la pobreza de sus tejidos devastados por la anemia. Tuvo, pues, gran éxito en el Casino; puede decirse que compartió el cetro de la noche con la sueca y con el lord inglés estrafalario, del cual se contaba que tenía alfombrada con tapiz turco la cuadra de sus caballos y baldosado de piedra el salón de recibir. Gozosa y atendida, veía Pilar una fiesta de las Mil y una noches en el Casino constelado de innumerables mecheros de gas, en el aire tibio poblado con las armonías de la magnifica orquesta, en el salón de baile donde los amorcillos juguetones del techo se bañaban en el vaho dorado de las luces. Jiménez, el marquesito de Cañahejas y Monsieur Anatole, se disputaron el placer de bailar con ella. Miranda reclamó un rigodón, y para colmo de dicha y victoria, las Amézagas se reconcomían mirando de reojo el espejillo, dije que sólo brillaba sobre dos faldas: la de Pilar y la de la sueca. Fue, en suma, uno de esos momentos únicos en la vida de una niña vanidosa, en que el orgullo halagado origina tan dulces impresiones, que casi emula otros goces más íntimos y profundos, eternamente ignotos para semejantes criaturas. Pilar bailó con todas sus parejas como si de cada una de ellas estuviese muy prendada; tanto brillaban sus ojos y tal expansión revelaba su actitud. Perico no pudo menos de decirle sotto voce: ...

En la línea 1083
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... A pocos días de haberse confesado Pilar, expiró. Fue su muerte casi dulce y del todo imprevista, en cuanto careció de agonía. Una flema mayor que las demás cortó su respiración algunos segundos, y apagose la débil luz de la vida en la exhausta lámpara. Lucía estaba sola con ella, y sosteníale la cabeza para toser, a tiempo que, doblando de pronto el cuello, la tísica entregó el alma. Tiene este horrible mal de la tisis tan diversas fases y aspectos, que hay enfermo que al morir cuenta los instantes que le restan de existencia, y haylo que cae sorprendido en la eternidad, como la fiera en el lazo. Lucía, que nunca había visto muertos, no pudo imaginar que fuese sino un síncope profundo; creía ella que el espíritu no abandonaba sin lucha y ansías mayores su vestidura mortal. Salió gritando y pidiendo auxilio; acudió primero Sardiola a sus voces, y meneando la cabeza, dijo: «Se acabó.» Miranda y Perico llegaron en breve; justamente estaban en casa por ser las once, hora de cambiar el lecho por el almuerzo. Miranda alzó las cejas, frunciolas después, y dijo poniendo la voz en el registro grave: ...

En la línea 10
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Lo cierto era que desde hacía largos años Phileas Fogg no había dejado Londres. Los que tenían el honor de conocerle más a fondo que los demás, atestiguaban que -excepción hecha del camino diariamente recorrido por él desde su casa al club- nadie podía pretender haberio visto en otra parte. Era su único pasatiempo leer los periódicos y jugar al whist. Solía ganar a ese silencioso juego, tan apropiado a su natural, pero sus beneficios nunca entraban en su bolsillo, que figuraban por una suma respetable en su presupuesto de caridad. Por lo demás- bueno es consignarlo-, míster Fogg, evidentemente jugaba por jugar, no por ganar. Para él, el juego era un combate, una lucha contra una dificultad; pero lucha sin movimiento y sin fatigas, condiciones ambas que convenían mucho a su carácter. ...

En la línea 904
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Hong Kong no es más que un islote cuya posesión quedó asegurada para Inglaterra por el Tratado de Tonkín después de la guerra de 1842. En algunos años el genio colonizador de la Gran Bretaña había fundado allí una ciudad importante y creado un puerto, el puerto Victoria. La isla se halla situada en la embocadura del río de Cantón, habiendo solamente sesenta millas hasta la ciudad portuguesa de Macao, construída en la ribera opuesta. Hong Kong debía por necesidad vencer a Macao en la lucha mercantil, y ahora la mayor parte del tránsito chino se efectúa por la ciudad inglesa. Los docks, los hospitales, los muelles, los depósitos, una catedral gótica, la casa del gobernador, calles macadamizadas, todo haría creer que una de las ciudades de los condados de Kent o de Surrey, atravesando la esfera terrestre, se ha trasladado a ese punto de la China, casi en las antípodas. ...

En la línea 1569
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Era necesario acabar. La lucha llevaba diez minutos de duración, y tenía que tenninar en ventaja de los sioux si el tren no se paraba. En efecto, la estación de Fuerte Kearney no estaba más que a dos millas de distancia, y una vez pasado el fuerte y la estación siguiente, los sioux serían dueños del tren. ...

En la línea 1574
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Phileas Fog,-, no tuvo tiempo de detener al animoso muchacho, que, abriendo una portezuela, consiguió deslizarse debajo del vagón. Y entonces, mientras la lucha continuaba y las balas se cruzaban por encima de su cabeza, recobrando su agilidad y flexibilidad de clown, arrastrándose colgado por debajo de los coches, y agarrándose, ora a las cadenas, ora a las palancas de freno, rastreándose de uno a otro vagón, con maravillosa destreza, llegó a la parte delantera del tren sin haber podido ser visto. ...

Busca otras palabras en esta web

Palabras parecidas a lucha

La palabra otra
La palabra cultivo
La palabra fuese
La palabra terrones
La palabra horas
La palabra hijo
La palabra menos

Webs Amigas:

Guia de Zaanse Schans Amsterdam . giralda de Sevilla . Ciclos Fp de Administración y Finanzas en Castellon . - Hotel en Nerja Perla Marina