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La palabra debilidad
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la palabra debilidad

La palabra Debilidad ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
La llamada de la selva de Jack London
Amnesia de Amado Nervo
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece debilidad.

Estadisticas de la palabra debilidad

Debilidad es una de las palabras más utilizadas del castellano ya que se encuentra en el Top 5000, en el puesto 3867 según la RAE.

Debilidad tienen una frecuencia media de 24.01 veces en cada libro en castellano

Esta clasificación se basa en la frecuencia de aparición de la debilidad en 150 obras del castellano contandose 3649 apariciones en total.

Más información sobre la palabra Debilidad en internet

Debilidad en la RAE.
Debilidad en Word Reference.
Debilidad en la wikipedia.
Sinonimos de Debilidad.


la Ortografía es divertida

Algunas Frases de libros en las que aparece debilidad

La palabra debilidad puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 245
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Fué este empeño una lucha sorda, desesperada, tenaz, contra las necesidades de la vida y contra su propia debilidad. ...

En la línea 301
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... La debilidad, el desgaste interior producido por la abrumadora lucha de varios años se manifestó repentinamente. ...

En la línea 1619
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Iba a caer al suelo, apoplético, agonizante de cólera, asfixiado por la rabia; pero se salvó, pues, de repente, las nubes rojas que le envolvían se rasgaron, al furor sucedió la debilidad, y viendo toda su desgracia se sintió anonadado. ...

En la línea 2347
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Tembló Batiste de frío y de miedo; fue una sensación de debilidad, como si de repente le abandonaran sus fuerzas, y se metió en su barraca, no respirando normalmente hasta que vio la puerta con el cerrojo echado y encendido el candil. ...

En la línea 362
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El viejo había sido durante mucho tiempo aperador del cortijo. Le tomó a su servicio el antiguo dueño, hermano del difunto don Pablo Dupont; pero el amo actual, el alegre don Luis, quería rodearse de gente joven, y teniendo en cuenta sus años y la debilidad de su vista, lo había sustituido con Rafael. Y muchas gracias--como él decía con su resignación de labriego--por no haberle enviado a mendigar en los caminos, permitiéndole que viviese en el cortijo con su compañera, a cambio de ocuparse la vieja del cuidado de las aves que llenaban el corral y de ayudar él al encargado de las pocilgas que se alineaban a espaldas del edificio. ¡Hermoso final de una vida de incesante trabajo, con la espina quebrada por una curvatura de tantos años escardando los campos o segando el trigo!... ...

En la línea 415
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... La extensión suplía la debilidad de un cultivo rutinario. Si la cosecha era mala, se hacían economías sobre el trabajo de los braceros y sobre los gazpachos que los alimentaban. Nunca faltaban esclavos que ofreciesen sus brazos. A bandadas bajaban de la sierra las mujeres y los gañanes pidiendo trabajo. ...

En la línea 611
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Cada año venían a los cortijos más mujeres de la sierra. Las hembras eran sumisas; la debilidad femenil las hacía temer al arreador y se esforzaban en su trabajo. Los _manijeros_, agentes reclutadores, bajaban de la montaña al frente de sus bandas empujadas por el hambre. ...

En la línea 914
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... En las noches de invierno, la gran muchedumbre de la miseria pululaba en las calles de las ciudades, sin pan y sin techo, como si estuviese en un desierto. Los niños lloraban de frío, ocultando las manos bajo los sobacos; las mujeres de voz aguardentosa se encogían como fieras en el quicio de una puerta, para pasar la noche; los vagabundos sin pan, miraban los balcones iluminados de los palacios o seguían el desfile de las gentes felices que, envueltas en pieles, en el fondo de sus carruajes, salían de las fiestas de la riqueza. Y una voz, tal vez la misma, repetía en sus oídos, que zumbaban de debilidad: «No esperéis nada. ¡Cristo ha muerto!» El obrero sin trabajo, al volver a su frío tugurio, donde le aguardaban los ojos interrogantes de la hembra enflaquecida, dejábase caer en el suelo como una bestia fatigada, después de su carrera de todo un día para aplacar el hambre de los suyos. «¡Pan, pan!» le decían los pequeñuelos esperando encontrarlo bajo la blusa raída. Y el padre oía la misma voz, como un lamento que borraba toda esperanza: «¡Cristo ha muerto!» Y el jornalero del campo que, mal alimentado con bazofia, sudaba bajo el sol, sintiendo la proximidad de la asfixia, al detenerse un instante para respirar en esta atmósfera de horno, se decía que era mentira la fraternidad de los hombres predicada por Jesús, y falso aquel dios que no había hecho ningún milagro, dejando los males del mundo lo mismo que los encontró al llegar a él... Y el trabajador vestido con un uniforme, obligado a matar en nombre de cosas que no conoce a otros hombres que ningún daño le han hecho, al permanecer horas y horas en un foso, rodeado de los horrores de la guerra moderna, peleando con un enemigo invisible por la distancia, viendo caer destrozados miles de semejantes bajo la granizada de acero y el estallido de las negras esferas, también pensaba con estremecimientos de disimulado terror: «¡Cristo ha muerto, Cristo ha muerto!» Sí; bien muerto estaba. Su vida no había servido para aliviar uno solo de los males que afligen a los humanos. En cambio, había causado a los pobres un daño incalculable predicándoles la humildad, infiltrando en sus espíritus la sumisión, la creencia del premio en un mundo mejor. El envilecimiento de la limosna y la esperanza de justicia ultraterrena habían conservado a los infelices en su miseria por miles de años. Los que viven a la sombra de la injusticia, por mucho que adorasen al Crucificado, no le agradecerían bastante sus oficios de guardián durante diecinueve siglos. ...

En la línea 443
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... El herido había recu perado el conocimiento; el cirujano declaraba que el estado del mos quetero nada tenía que pudiese inquietar a sus amigos, habiendo sido ocasionada su debilidad pura y simplemente por la pérdida de sangre. ...

En la línea 672
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Por otra parte tenía la intención formal de dar al valiente mosquetero todas las excusas pertinentes, pero sin debilidad, por temor a que resultara de aquel duelo algo que siempre resul ta molesto en un asunto de este género, cuando un hombre joven y vigoroso se bate contra un adversario herido y debilitado: vencido, du plica el triunfo de su antagonista; vencedor, es acusado de felonía y de fácil audacia. ...

En la línea 2958
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Sin embargo, conociendo la debilidad y sobre todo la codicia de su marido, no desesperaba de atraerle a s us fines. ...

En la línea 5571
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Es decir, que está is enamorado de ella, como lo estáis de la se ñora Bonacieux -dijo Athos encogiéndose desdeñosamente de hombros como si se compadeciese de la debilidad humana. ...

En la línea 2259
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Los caballos conocen en seguida las facultades de quien los monta, y el del genovés resolvió aprovecharse de la timidez y debilidad del pobre viejo. ...

En la línea 2823
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Sin embargo, aún se aferraba a cierta pequeña debilidad. ...

En la línea 3015
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Apenas llevaba tres días en León me atacó una de esas fiebres, contra la que creí no poder luchar, no obstante mi constitución robusta, pues en siete días que me duró me quedé casi en los huesos, y en tan deplorable estado de debilidad que no podía hacer el más leve movimiento. ...

En la línea 5488
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... En una palabra, confieso mi debilidad: deseaba yo que continuasen siendo deudores míos, y estaba seguro de que no opondrían la más leve objeción a continuar siéndolo; se guardaron su dinero y probablemente se rieron para su capote de mi falta de sentido común. ...

En la línea 10
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Para convencernos de que son ilusorios, no sería malo suspender la crítica negativa, dedicándonos todos, aunque ello parezca extraño, a infundir ánimos al enfermo, diciéndole: Tu debilidad no es más que pereza, y tu anemia proviene del sedentarismo. ...

En la línea 1739
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... —Ya lo creo que calla; como que no puede hablar aún de pura debilidad. ...

En la línea 4162
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Pero sanaba y decía: ¡Bah! todo eso es efecto de la debilidad. ...

En la línea 5224
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Su religiosidad (la de Carraspique) sincera, profunda, ciega, era en él toda una virtud; pero la debilidad de su carácter, sus pocas luces naturales y la mala intención de los que le rodeaban, convertían su piedad en fuente de disgustos para el mismo don Francisco de Asís, para los suyos y para muchos de fuera. ...

En la línea 618
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Adivinando la debilidad de este Pontífice imbele, quiso despojarlo de una parte de las tierras de la Iglesia; mas el antiguo escritor acabó por aceptar la lucha venciéndolo para siempre. ...

En la línea 1170
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Había llegado el momento de recobrar las tierras dadas en feudo a aquellos señores, prontos a la explotación de los papas en sus horas de debilidad y a abandonarlos en caso de peligro. El mismo plan, madurado en silencio, por César Borgia, iba a intentar realizarlo, con poco éxito su hermano mayor, el más brillante en apariencia de los hijos de Alejandro y el de menos condiciones intelectuales. ...

En la línea 452
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Mentiría si le dijese que este movimiento feminista fue unánime. Las prudentes, las contemporizadoras, las amigas del hombre, acudieron llorosas al Comité para suplicarle que no insistiese en su lucha contra los tiranos masculinos. Debo añadir que estas conservadoras, faltas de carácter y de dignidad sexual, eran en aquellos momentos la mayoría del país. Pero ¿qué revolución no ha sido hecha por una minoría y no se ha visto obligada a imponerse a la debilidad y el pensamiento miope de los más? El gobierno provisional del feminismo no prestó atención a estas tránsfugas que lamentaban la muerte de los varones de su familia o temían por la existencia de los que aún se mantenían vivos, prefiriendo su egoísmo particular a los intereses del sexo. ...

En la línea 1124
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... En el vasto declive comprendido entre el edificio y el cordón de tropas acampado abajo fueron desplegando dichas piezas de tela, que sus ayudantes cosieron rápidamente gracias a unas máquinas portátiles de vertiginosa celeridad. Así quedo formada una pieza única y enorme, que cubría todo un lado de la colina, y el más viejo de los maestros, consultando un cuaderno cuyas hojas llenaba de cálculos matemáticos, trazo con un pincel blanco sobre la tela las líneas que debían seguir los cortadores. Así como iban quedando separadas las diversas piezas del traje se apoderaban de ellas los ayudantes, haciendo trabajar de nuevo sus máquinas de coser. Todos los costureros eran hombres, pues las labores de aguja únicamente se consideraban compatibles con la debilidad del sexo masculino. En cambio, los maestros cortadores eran mujeres, así como los empleados del gobierno que vigilaban la operación. ...

En la línea 1971
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... «Ya sabes lo que te he dicho. Hoy no me sales a la calle… Y desde mañana empezarás a tomarme el aceite de hígado de bacalao, porque todo eso que te da no es más que debilidad del cerebro… Luego seguiremos con el fosfato, otra vez con el fosfato. No debiste dejar de tomarlo… ». ...

En la línea 2073
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Conocedor Nicolás de la tremenda noticia, le faltó tiempo para pegar la hebra de su soporífero sermón, sólo interrumpido cuando Papitos trajo la ensalada. Porque Nicolás Rubín no podía dormir si no le ponían delante a punto de las once una ensalada de lechuga o escarola, según el tiempo, bien aliñada, bien meneada, con el indispensable ajito frotado en la ensaladera, y la golosina del apio en su tiempo. Había comido muy bien el dichoso cura, circunstancia que no debe notarse, pues no hay memoria de que dejara de hacerlo cumplidamente ningún día del año. Pero su estómago era un verdadero molino, y a las tres horas de haberse llenado, había que cargarlo otra vez. «Esto no es más que debilidad—decía poniendo una cara grave y a veces consternada—, y no hay idea de los esfuerzos que he hecho por corregirla. El médico me manda que coma poco y a menudo». ...

En la línea 2197
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... «Es mal de familia. Yo también las padezco. Pero lo que principalmente me trae descompuesto ahora es un pícaro mal de estómago… debilidad, dicen que es debilidad… Tengo que comer muy a menudo y muy poca cantidad… esta es la cosa… Es efecto del excesivo trabajo… ¡qué le vamos a hacer! Al llegar esta hora se me pone aquí un perrito… lo mismo que un perrito que me estuviera mordiendo. Y como no le eche algo al condenado, me da muy mal rato». ...

En la línea 2202
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... El clérigo salió y fue a casa de un amigo donde le solían dar, en aquella crítica hora, el remedio de su debilidad de estómago. ...

En la línea 827
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — ¡Sí, es verdad! - exclamó Camila, cuyos sentimientos en fermentación parecían subir desde sus piernas hasta su pecho -. Es verdad. Es una debilidad ser tan afectuosa, pero no puedo remediarlo. Si yo fuese de otra manera, no hay duda de que mi salud sería mucho mejor; pero, aunque me fuese posible, no me gusta cambiar mi disposición. Eso es motivo de muchos sufrimientos, pero cuando me despierto por las noches es un consuelo saber que soy así. ...

En la línea 845
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Y después de sonreír, como apiadándose de la debilidad de los demás, salió a su vez. ...

En la línea 1092
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Mientras andaba distraídamente por la calle Alta, mirando desconsolado a los escaparates y pensando en lo que compraría si yo fuese un caballero, de pronto salió el señor Wopsle de una librería. Llevaba en la mano una triste tragedia de Jorge Barnwell, en la que acababa de emplear seis peniques con la idea de arrojar cada una de sus palabras a la cabeza de Pumblechook, con quien iba a tomar el té. Pero al verme creyó sin duda que la Providencia le había puesto en su camino a un aprendiz para que fuese la víctima de su lectura. Por eso se apoderó de mí e insistió en acompañarme hasta la sala de Pumblechook, y como yo sabía que me sentiría muy desgraciado en mi casa y, además, las noches eran oscuras y el camino solitario, pensé que mejor sería ir acompañado que solo, y por eso no opuse gran resistencia. Por consiguiente, nos dirigimos a casa de Pumblechook, precisamente cuando la calle y las tiendas encendían sus luces. Como nunca asistía a ninguna otra representación de los dramas de Jorge Barnwell, no sé, en realidad, cuánto tiempo se invierte en cada una; pero sé perfectamente que la lectura de aquella obra duró hasta las nueve y media de la noche, y cuando el señor Wopsle entró en Newgate creí que no llegaría a ir al cadalso, pues empezó a recitar mucho más despacio que en otro período cualquiera de su deshonrosa vida. Me pareció que el héroe del drama debería de haberse quejado de que no se le permitiera recoger los frutos de lo que había sembrado desde que empezó su vida. Esto, sin embargo, era una simple cuestión de cansancio y de extensión. Lo que me impresionó fue la identificación del drama con mi inofensiva persona. Cuando Barnwell empezó a hacer granujadas, yo me sentí benévolo, pero la indignada mirada de Pumblechook me recriminó con dureza. También Wopsle se esforzo en presentarme en el aspecto más desagradable. A la vez feroz e hipócrita, me vi obligado a asesinar a mi tío sin circunstancias atenuantes. Milwood destruía a cada momento todos mis argumentos. La hija de mi amo me manifestaba el mayor desdén, y todo lo que puedo decir en defensa de mi conducta, en la mañana fatal, es que fue la consecuencia lógica de la debilidad de mi carácter. Y aun después de haber sido felizmente ahorcado, y en cuanto Wopsle hubo cerrado el libro, Pumblechook se quedó mirándome y meneó la cabeza diciendo al mismo tiempo: ...

En la línea 1094
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Lo dijo como si ya fuese un hecho conocido mi deseo de asesinar a un próximo pariente, con tal que pudiera inducir a uno de ellos a tener la debilidad de convertirse en mi bienhechor. Era ya noche cerrada cuando todo hubo terminado y cuando, en compañía del señor Wopsle, emprendí el camino hacia mi casa. En cuanto salimos de la ciudad encontramos una espesa niebla que nos calaba hasta los huesos. El farol de la barrera se divisaba vagamente; en apariencia, no brillaba en el lugar en que solía estar y sus rayos parecían substancia sólida en la niebla. Observábamos estos detalles y hablábamos de que tal vez la niebla podría desaparecer si soplaba el viento desde un cuadrante determinado de nuestros marjales, cuando nos encontramos con un hombre que andaba encorvado a sotavento de la casa de la barrera. ...

En la línea 22
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Llamó a la puerta de la vieja. La campanilla resonó tan débilmente, que se diría que era de hojalata y no de cobre. Así eran las campanillas de los pequeños departamentos en todos los grandes edificios semejantes a aquél. Pero el joven se había olvidado ya de este detalle, y el tintineo de la campanilla debió de despertar claramente en él algún viejo recuerdo, pues se estremeció. La debilidad de sus nervios era extrema. ...

En la línea 410
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Al pasar por el puente contempló el Neva y la puesta del sol, hermosa y flamígera. Pese a su debilidad, no sentía fatiga alguna. Se diría que el temor que durante el mes último se había ido formando poco a poco en su corazón se había reventado de pronto. Se sentía libre, ¡libre! Se había roto el embrujo, la acción del maleficio había cesado. ...

En la línea 434
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Pero, desde hacía algún tiempo, Raskolnikof era un hombre dominado por las supersticiones. Incluso era fácil descubrir en él los signos indelebles de esta debilidad. En el asunto que tanto le preocupaba se sentía especialmente inclinado a ver coincidencias sorprendentes, fuerzas extrañas y misteriosas. El invierno anterior, un estudiante amigo suyo llamado Pokorev le había dado, poco antes de regresar a Karkov, la dirección de la vieja Alena Ivanovna, por si tenía que empeñar algo. Pasó mucho tiempo sin que tuviera necesidad de ir a visitarla, pues con sus lecciones podía ir viviendo mal que bien. Pero, hacía seis semanas, había acudido a su memoria la dirección de la vieja. Tenía dos cosas para empeñar: un viejo reloj de plata de su padre y un anillo con tres piedrecillas rojas que su hermana le había entregado en el momento de separarse, para que tuviera un recuerdo de ella. Decidió empeñar el anillo. Cuando vio a Alena Ivanovna, aunque no sabía nada de ella, sintió una repugnancia invencible. ...

En la línea 550
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Raskolnikof se desabrochó el gabán y sacó el hacha del nudo corredizo, pero la mantuvo debajo del abrigo, empuñándola con la mano derecha. En las dos manos sentía una tremenda debilidad y un embotamiento creciente. Temiendo estaba que el hacha se le cayese. De pronto, la cabeza empezó a darle vueltas. ...

En la línea 242
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Llevaba en la cara y en el cuerpo las marcas de dentelladas de muchos perros, y peleaba con la fiereza de siempre y con una mayor sagacidad. Skeet y Nig eran demasiado tranquilos para buscar camorra y, además, pertenecían a John Thornton; pero cualquier perro forastero, fueran cuales fuesen su raza y su valor, reconocía al instante la autoridad de Buck o de lo contrario se encontraba luchando por su vida contra un terrible antagonista. Buck era despiadado. Había aprendido bien la ley del garrote y el colmillo y jamás renunciaba a una ventaja ni se echaba atrás ante un enemigo al que hubiera puesto en camino hacia la muerte. Con Spitz y con los más fieros perros de la policía y del correo había aprendido que no hay término medio: -vencer o ser vencido. La compasión era una debilidad. La compasión no existía en la vida primitiva. Se la confundía con el miedo, y estas confusiones conducían a la muerte. Matar o morir, comer o ser devorado, ésa era la ley; y era un mandato que surgía de las profundidades del tiempo y al que él obedecía. ...

En la línea 233
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... En mi egoísmo, casi me hubiera alegrado de que aquellos comienzos de lozanía remitiesen, y con la debilidad y la anterior languidez, mi Blanca siguiese existiendo y no asomara, entre relámpagos de horrible lucidez, la Luisa torturadora, junto a la cual mi vida había sido pasión perpetua… ...

En la línea 1085
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... En cuanto a Perico, escondió la cabeza entre las manos, y murmuró más de tres docenas de «Jesús, Jesús… Válgame Dios, válgame Dios… Qué desgracia, qué desgracia… » y aún debo añadir, en honra de la sensibilidad del insigne pollo, que se demudó bastante su rostro, y pugnaron por asomar a sus lagrimales, y asomaron al fin, unas cuantas gotas de eso que los poetas llaman rocío del alma. No quise omitir estos pormenores, a fin de que no se crea que Perico era malo, siendo así, que de investigaciones y curiosos datos estadísticos resulta que aún valía más que las dos terceras partes de la prole de Adán. Triste y mustio de veras, se dejó conducir por Miranda a su cuarto, y es cosa averiguada también, que en todo el curso de aquel día no entraron en su cuerpo más alimentos que dos tazas de té y un huevo pasado por agua, que la extrema debilidad le obligó a sorber, entrada ya la noche. ...


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