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La palabra cuello
Cómo se escribe

la palabra cuello

La palabra Cuello ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
El cuervo de Leopoldo Alias Clarín
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Niebla de Miguel De Unamuno
Sandokán: Los tigres de Mompracem de Emilio Salgàri
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
La llamada de la selva de Jack London
Amnesia de Amado Nervo
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Julio Verne de La vuelta al mundo en 80 días
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece cuello.

Estadisticas de la palabra cuello

Cuello es una de las palabras más utilizadas del castellano ya que se encuentra en el Top 5000, en el puesto 1671 según la RAE.

Cuello tienen una frecuencia media de 56.64 veces en cada libro en castellano

Esta clasificación se basa en la frecuencia de aparición de la cuello en 150 obras del castellano contandose 8609 apariciones en total.

Más información sobre la palabra Cuello en internet

Cuello en la RAE.
Cuello en Word Reference.
Cuello en la wikipedia.
Sinonimos de Cuello.


la Ortografía es divertida


El Español es una gran familia

Algunas Frases de libros en las que aparece cuello

La palabra cuello puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 420
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Creyó soñar; chocaron sus dientes, su cara púsose verde, y se le cayó la capa, dejando al descubierto un viejo gabán y los sucios pañuelos arrollados a su cuello. ...

En la línea 447
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Vaciló el viejo sobre sus piernas; pero antes de caer al suelo, la hoz partió horizontalmente contra su cuello, y. ...

En la línea 544
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y, desperezándose, este hombretón recio, musculoso, de espaldas de gigante, redonda cabeza trasquilada y rostro bondadoso sostenido por un grueso cuello de fraile, extendía sus poderosos brazos, habituados a levantar en vilo los sacos de harina y los pesados pellejos de la carretería. ...

En la línea 1363
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Teresa lo acostó en su cama al ver que el pobrecito seguía temblando entre sus brazos, agarrándose a su cuello y murmurando con voz semejante a un balido: -¡Mare! ¡Mare!. ...

En la línea 153
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Rafael era el aperador del cortijo de Matanzuela, la finca de más valía que le quedaba a Luis Dupont, el primo escandaloso y pródigo de don Pablo. Inclinado sobre el cuello de la jaca, explicaba a Fermín su viaje a Jerez. ...

En la línea 281
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Una noche, los perros de Marchamalo ladraron desaforadamente. Era cerca del amanecer, y el capataz, echando mano a su escopeta, abrió una ventana. Un hombre en mitad de la plazoleta sosteníase agarrado al cuello de su jaca, que respiraba jadeante, con las piernas temblonas, como si fuese a desplomarse. ...

En la línea 440
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Rafael miraba al acompañante del buhonero creyendo reconocerle, pero sin determinar en su memoria quién era. Caminaba con las manos en los bolsillos, el cuello de la chaqueta levantado y el sombrero sobre las cejas, chorreando agua por todos los extremos de su traje, encogiéndose estremecido de frío, sin una manta como su camarada. Pero, a pesar de esto, marchaba sin precipitación como si no le molestasen la lluvia y el viento que combatían su débil persona. ...

En la línea 568
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Era un jovenzuelo de cuerpo desmedrado, con un pañuelo rojo anudado al cuello y una camisa por todo abrigo sobre el pecho. Desde el fondo de la gañanía le llamaban los compañeros, anunciándole que apenas quedaba gazpacho en el barreño, pero él seguía bajo la luz del candil, sentado en un pedazo de tronco, encorvado el cuerpo sobre una mesilla baja, en la que se empotraban sus rodillas como en un cepo. Escribía lenta y trabajosamente, con una testarudez de campesino. Tenía ante sus ojos un fragmento de periódico, y copiaba las líneas con la ayuda de un tintero de bolsillo lleno de agua ligeramente ennegrecida, y de una pluma roma que trazaba los renglones con la misma paciencia del buey al abrir el surco. ...

En la línea 75
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Tenía cuello de toro, y alrededor del cuello un corbatín negro con broches por detrás, que le tapaba la tirilla de la camisa, no muy limpia tampoco ordinariamente. ...

En la línea 156
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Si algún lector supone que esto es inverosímil, recordando que don Ángel vestía de negro y enseñaba apenas un centímetro de cuello de camisa, y esto poco no muy blanco, a ese lector le diré con buenos modos que, por culpa de su indiscreta advertencia, tengo que declarar lo siguiente: que la limpieza material no había sido una de las virtudes cívicas por las cuales había ganado la ciudad años atrás el título de heroica y muy leal: los lagunenses, que cuando eran alcaldes o barrenderos no barrían bien las calles, y que fuesen lo que fuesen las ensuciaban sin escrúpulo, no tenían clara conciencia de que Mahoma había obrado como un sabio, imponiendo a sus creyentes el deber de lavarse tantas veces. ...

En la línea 2169
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Su cabeza sostenida por un cuello largo y móvil, salía de su amplio traje negro balanceándose con un m ovimiento casi parecido al de la tortuga cuando saca su cabeza fuera de su capa razón. ...

En la línea 2217
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Creía que venían a buscarlo para conducirlo al cadalso; así, cuando vio pura y simplemente aparecer, en lugar del verdugo que esperaba, a su co misario y su escribano de la víspera, estuvo a punto de saltarles al cuello. ...

En la línea 2654
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Luis XIII se detuvo por sí mismo espantado de lo que iba a decir, mientras que Richelieu, estirando el cuello, esperaba inútilmente la pa labra que había quedado en los labios del rey. ...

En la línea 3579
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Al entrar en el patio del palacio, Buckingham saltó de su caballo y, sin preocuparse por lo que le ocurriría, lanzó la brida sobre el cuello y se abalanzó hacia la escalinata. ...

En la línea 530
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... «Sobre sus hombros tenía un jabalí—en su seno dormía un oso negro, etc.» El cabrero tenía en un hombro un animal, que, según me dijo, era una _lontra_, o nutria, acabada de cazar en el arroyo inmediato; una cuerda, atada por un extremo al brazo del cazador, la rodeaba el cuello. ...

En la línea 595
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Quiero creer que el pintor no le hizo justicia, porque le representó en figura de un tosco mancebo como de diez y ocho años, abotagado y bobo, con ojos saltones, y una golilla en torno del cuello corto y apoplético. ...

En la línea 610
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... «Pero no es este cuchillo—continuó el hombre—lo que me da más confianza.» «¿Pues qué es?» «Esto—contestó, y extrajo del seno un escapulario que llevaba colgado del cuello con un cordón de seda—. ...

En la línea 615
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Te conjuro, además, Señor, por aquellas tres benditas cruces, por aquellos tres benditos cálices, por aquellos tres benditos sacerdotes, por aquellas tres hostias consagradas, que me des aquella dulce compañía que diste a la Virgen María desde las puertas de Belén a los portales de Jerusalem, para que pueda yo ir y venir alegre y gustoso con Jesucristo, el Hijo de la Virgen María, madre, y, sin embargo, siempre virgen.» La posadera y su hija llevaban pendientes del cuello otros escapularios con amuletos semejantes, para librarse, según decían, de todo maleficio. ...

En la línea 513
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... ¡Válame Dios, y quién será aquel que buenamente pueda contar ahora la rabia que entró en el corazón de nuestro manchego, viéndose parar de aquella manera! No se diga más, sino que fue de manera que se alzó de nuevo en los estribos, y, apretando más la espada en las dos manos, con tal furia descargó sobre el vizcaíno, acertándole de lleno sobre la almohada y sobre la cabeza, que, sin ser parte tan buena defensa, como si cayera sobre él una montaña, comenzó a echar sangre por las narices, y por la boca y por los oídos, y a dar muestras de caer de la mula abajo, de donde cayera, sin duda, si no se abrazara con el cuello; pero, con todo eso, sacó los pies de los estribos y luego soltó los brazos; y la mula, espantada del terrible golpe, dio a correr por el campo, y a pocos corcovos dio con su dueño en tierra. ...

En la línea 610
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Coyundas tiene la Iglesia que son lazadas de sirgo; pon tú el cuello en la gamella; verás como pongo el mío. ...

En la línea 719
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Aquí dio un gran suspiro don Quijote, y dijo: -Yo no podré afirmar si la dulce mi enemiga gusta, o no, de que el mundo sepa que yo la sirvo; sólo sé decir, respondiendo a lo que con tanto comedimiento se me pide, que su nombre es Dulcinea; su patria, el Toboso, un lugar de la Mancha; su calidad, por lo menos, ha de ser de princesa, pues es reina y señora mía; su hermosura, sobrehumana, pues en ella se vienen a hacer verdaderos todos los imposibles y quiméricos atributos de belleza que los poetas dan a sus damas: que sus cabellos son oro, su frente campos elíseos, sus cejas arcos del cielo, sus ojos soles, sus mejillas rosas, sus labios corales, perlas sus dientes, alabastro su cuello, mármol su pecho, marfil sus manos, su blancura nieve, y las partes que a la vista humana encubrió la honestidad son tales, según yo pienso y entiendo, que sólo la discreta consideración puede encarecerlas, y no compararlas. ...

En la línea 1181
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... La Torralba, que lo supo, se fue tras él, y seguíale a pie y descalza desde lejos, con un bordón en la mano y con unas alforjas al cuello, donde llevaba, según es fama, un pedazo de espejo y otro de un peine, y no sé qué botecillo de mudas para la cara; mas, llevase lo que llevase, que yo no me quiero meter ahora en averiguallo, sólo diré que dicen que el pastor llegó con su ganado a pasar el río Guadiana, y en aquella sazón iba crecido y casi fuera de madre, y por la parte que llegó no había barca ni barco, ni quien le pasase a él ni a su ganado de la otra parte, de lo que se congojó mucho, porque veía que la Torralba venía ya muy cerca y le había de dar mucha pesadumbre con sus ruegos y lágrimas; mas, tanto anduvo mirando, que vio un pescador que tenía junto a sí un barco, tan pequeño que solamente podían caber en él una persona y una cabra; y, con todo esto, le habló y concertó con él que le pasase a él y a trecientas cabras que llevaba. ...

En la línea 233
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... su adversario con las bolas, y de matar a éste con el chuzo mientras está cogido por la montura. Si las bolas no alcanzan sino al cuello o al cuerpo de un animal, se pierden a menudo; pues bien, como se necesitan dos días para redondear esas piedras, su fabricación es una fuente de trabajo continuo. Muchos de ellos, hombres y mujeres, se pintan de rojo la cara; pero nunca he visto aquí las bandas horizontales tan comunes entre los fueguinos. Su principal orgullo consiste en que todos los arneses de sus monturas sean de plata. En tratándose de un cacique, las espuelas, los estribos, las bridas del caballo, así como el mango del cuchillo, todo es de plata. Un día vi a un cacique a caballo; las riendas eran de hilo de plata y no más gruesas que una cuerda de látigo; no dejaba de presentar algún interés el ver a un caballo fogoso obedecer a una cadena tan ligera. ...

En la línea 272
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ¡Bien sólido hubiera sido menester que fuese el árbol capaz de resistir semejante presión! Además, el Mylodon poseía una larga lengua como la de la jirafa, lo cual y su largo cuello le permitían alcanzar el follaje más alto. Debo advertir de paso que en Abisinia (según Bruce) el elefante hace surcos profundos con los colmillos en el tronco del árbol cuyas ramas no logra arrancar, hasta debilitarlo lo suficiente para hacer que caiga rompiéndolo. ...

En la línea 290
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Cuando nadan no se les ve sobre la superficie del agua sino una pequeñísima parte del cuerpo; extienden el cuello un poco hacia adelante y avanzan muy despacio. Por dos veces diferentes vi a unos avestruces cruzar el Santa Cruz a nado en un sitio donde el río tiene unos 400 metros de anchura y donde la corriente es muy rápida. El capitán Sturt9, al bajar por el Murrumbidgee (Australia), vio a dos especies de avestruces dispuestos a nadar. ...

En la línea 298
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Según los pocos habitantes que habían visto ambas especies, el Avestrús Petise es de un matiz más oscuro, más «tordillo» que el avestruz vulgar; tiene las piernas más cortas y sus plumas descienden más abajo; por último, se le coge mucho más fácilmente con las bolas. Añadían que las dos especies pueden distinguirse desde mucha distancia. Los huevos de la especie pequeña, sin embargo, parecen ser más generalmente conocidos, y se nota con sorpresa que se encuentran en un número casi tan cuantioso como los de la especie Rhea; son de una forma algo diferente y tienen un ligero tinte azul. Esta especie es muy rara en las llanuras colindantes con el río Negro, pero abunda mucho como grado y medio más al sur. Durante mi visita a Puerto Deseado, en Patagonia (latitud, 480), Mr. Martens mató a una hembra de avestruz. La examiné y llegué a la conclusión de que era un avestruz común que no se había desarrollado aún por completo; cosa muy extraña y que no puedo explicármela, en aquel momento no se me ocurrió la idea de los Petises. Hízose cocer el ave y fue comida antes de venirme esto a la mamoria. Por fortuna, se habían conservado la cabeza, el cuello, las patas, las alas y la mayor parte de las plumas grandes y de la piel. Por tanto, pude reconstituir un ejemplar casi perfecto, que está hoy en el Museo de la Sociedad Zoológica. Al describir Mr. Gould esta nueva especie, me ha conferido el honor de darle mi nombre. ...

En la línea 205
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... La cabeza pequeña y bien formada, de espeso cabello negro muy recortado, descansaba sobre un robusto cuello, blanco, de recios músculos, un cuello de atleta, proporcionado al tronco y extremidades del fornido canónigo, que hubiera sido en su aldea el mejor jugador de bolos, el mozo de más partido; y a lucir entallada levita, el más apuesto azotacalles de Vetusta. ...

En la línea 808
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... De Pas no paró la atención en ellas, pero Ripamilán se detuvo, olfateando, y tendió el cuello en actitud de escuchar. ...

En la línea 1169
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Él se inclinó para besarle la frente, pero ella echándole los brazos al cuello y hacia atrás la cabeza, recibió en los labios el beso. ...

En la línea 1286
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Era un señor ni alto ni bajo, cuadrado; vestía cazadora de paño pardo; iba tocado con gorra negra con orejeras y por único abrigo ostentaba una inmensa bufanda, a cuadros, que le daba diez vueltas al cuello. ...

En la línea 889
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Una de las preocupaciones de la hija del Papa era el lavatorio de la cabeza, acto indispensable todas las semanas. Cuando partió de Roma para siempre, yendo a reunirse con su tercero y último esposo en Ferrara, invirtió veintisiete días en el viaje. Cada cinco días, el lento y majestuoso cortejo hacía alto en una población para que madona Lucrecia pudiera lavarsi il capo . Y príncipes, embajadores, damas de honor, escuderos, hombres de armas, suspendían su marcha un día entero, mientras la nueva princesa de Ferrara permanecía varias horas bajo los ardores del sol, llevando encima de sus vestidos un peinador de seda blanca, de gran finura y sutilidad, llamado schiavonetta , y en la cabeza, un sombrero de paja sin cumbre, por cuya abertura pasaba la cabellera, abrigando sus bordes los ojos y el cuello de la beldad, ...

En la línea 1407
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... En cambio él, deseoso de llamar la atención por el contraste, iba a la española, su traje favorito, vestido de terciopelo y satén negros, con elegante modestia, pero llevando al cuello el gran collar de San Miguel, presente de Luis XII, distintivo reservado a los príncipes de sangre regia. Además, cada una de sus armas era una joya artística. ...

En la línea 1649
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Recordaba lo ocurrido veinticuatro horas antes, con el relieve de los hechos recientes. Veía árboles de oscuro follaje limitando el semicírculo de una planicie cubierta de hierba con florecillas. Ante sus ojos, López Rallo vestido de negro, con el cuello de su chaqué subido, cual si cayese sobre él una lluvia invisible, el codo en escuadra, la diestra cerrada y en alto, sirviendo de remate a este puño, una gran pistola. ...

En la línea 230
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... 'Una máquina voladora irá delante, después de haber enroscado un cable a su cuello. Otra volará detrás, con su cable amarrado a las dos manos de usted cruzadas sobre la espalda. Puede avanzar sin miedo. Los tripulantes de nuestros voladores conservaran siempre flojos estos lazos metálicos. Pero por si usted intentase (lo que no espero) alguna travesura, le advierto que los guerreros del aire tienen orden de dar un tirón inmediatamente con toda la fuerza de sus máquinas, y que los tales cables metálicos cortan lo mismo que una navaja de afeitar… . Y ahora, gentleman, póngase de pie con cierta precaución, para no causar graves daños en torno de su persona. Debemos separarnos por unas horas; yo marcho delante. Además, la comunicación va a quedar interrumpida entre nosotros desde el momento que usted recobra la posición vertical, aislándose en su grandeza inútil. ...

En la línea 240
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Del fondo de la máquina voladora partió, silbando, un hilo plateado, que, después de dar varias vueltas en el aire como una serpiente delgadísima, se metió por la cabeza de Gillespie, no parando hasta sus hombros. El ingeniero se sintió cogido lo mismo que las reses de las praderas americanas a las que echan el lazo. Un pequeño alejamiento del avión, que tenia la forma y los colores de un lagarto alado, estrechó en torno del cuello de Edwin el cable metálico. ...

En la línea 295
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Guiado por la curiosidad y los comentarios de varias damas barbudas, acabó por fijarse el profesor en una de las mujeres que ocupaban el estrado de los senadores. Era Gurdilo, el célebre jefe de la oposición al actual gobierno: una hembra alta, desprovista de carnes, con el cutis avellanado como si fuese de correa, y unos tendones gruesos y tirantes que se marcaban en el cuello, en los brazos y en las demás partes visibles de su cuerpo. Los ojos tenían una agudeza fija e imperiosa, y su gesto era avinagrado, como de persona eternamente indignada contra todo lo que no es obra suya. ...

En la línea 374
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Si intentaba ir hacia la capital, o si avanzaba por el lado opuesto mas allá del río, sentiría inmediatamente en su cuello el enroscamiento de uno de aquellos hilos de platino que le amenazaban con la decapitación. Imposible también salir durante la noche, pues los ojos de las bestias aéreas partían incesantemente la sombra con sus cuchillos luminosos. ...

En la línea 299
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Iban solos. ¡Qué dicha, siempre solitos! Juan se sentó junto a la ventana y Jacinta sobre sus rodillas. Él le rodeaba la cintura con el brazo. A ratos charlaban, haciendo ella observaciones cándidas sobre todo lo que veía. Pero después transcurrían algunos ratos sin que ninguno dijera una palabra. De repente volviose Jacinta hacia su marido, y echándole un brazo alrededor del cuello, le soltó esta: ...

En la línea 357
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —No, no; esto no es delirio, es arrepentimiento—añadió Santa Cruz, quien, al moverse, por poco se cae, y tuvo que apoyar las manos en el suelo—. ¿Crees acaso que el vino… ? ¡Oh! no, hija mía, no me hagas ese disfavor. Es que la conciencia se me ha subido aquí al cuello, a la cabeza, y me pesa tanto, que no puedo guardar bien el equilibrio… Déjame que me prosterne ante ti y ponga a tus pies todas mis culpas para que las perdones… No te muevas, no me dejes solo, por Dios… ¿A dónde vas? ¿No ves mi aflicción? ...

En la línea 368
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Se levantó de un salto y trató de andar… No podía. Dando una rápida vuelta fue a desplomarse sobre el sofá, poniéndose la mano sobre los ojos y diciendo con voz cavernosa: «¡Qué horrible pesadilla!». Jacinta fue hacia él, le echó los brazos al cuello y le arrulló como se arrulla a los niños cuando se les quiere dormir. ...

En la línea 685
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —La voz pública lo dice. —Pues la voz pública se engaña—gritó Ido alargando el cuello y accionando con energía—. La voz pública no sabe lo que se pesca. ...

En la línea 125
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –¡Está loco de remate como cualquier fulano del manicomio! –Lo agarró de nuevo por el cuello, y dijo con una grosera carcajada y un juramento–: Pero loco o no loco, yo y tu abuela Canty encontraremos muy pronto dónde está lo más blando de tus huesos, o no soy hombre verdadero. ...

En la línea 256
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Poco después de la una de la tarde, Tom se sometió resignado a la prueba de que le vistieran para comer. Hallóse cubierto de ropas tan finas como antes, pero todo distinto, todo cambiado, desde la golilla hasta las medias. Fue conducido con mucha pompa a un aposento espacioso y adornado, donde estaba ya la mesa puesta para una persona. El servicio era todo de oro macizo, embellecido con dibujos que lo hacían casi de valor incalculable, puesto que eran obra de Benvenuto. La estancia se hallaba medio llena de nobles servidores. Un capellán bendijo la mesa, y Tom se disponía a empezar, porque el hambre en él era orgánica, cuando fue interrumpido por milord el conde de Berkeley, el cual le prendió una servilleta al cuello, porque el elevado cargo de mastelero del Príncipe de Gales era hereditario en la familia de aquel noble. Presente estaba el copero de Tom, y se anticipó a todas sus tentativas de servirse vino. También se hallaba presente el catador de Su Alteza el Príncipe de Gales, listo para probar, en cuanto se le pidiera, cualquier platillo sospechoso, corriendo el riesgo de envenenarse. En aquella época no era ya sino un apéndice decorativo, y rara vez se veía llamado a ejercitar su función; pero tiempos hubo, no muchas generaciones atrás, en que el oficio de catador tenía sus peligros y no era un honor muy deseable. Parece raro que no utilizasen un perro o un villano, pero todas las cosas de la realeza son extrañas. Allí estaba milord D'Arcy, primer paje de cámara, para hacer sabe Dios qué; pero allí estaba y eso basta. El lord primer despensero se hallaba también presente y se mantenía detrás de la silla de Tom, vigilando la ceremonia, a las órdenes del lord gran mayordomo y el lord cocinero jefe, que estaban cerca. Además de éstos contaba Tom con trescientos ochenta y cuatro criadas; pero, por supuesto, no estaban todos ellos en el aposento, ni la cuarta parte, ni Tom tenía noticias de que existieran. ...

En la línea 306
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Iba magníficamente vestido con un justillo de raso blanco, con pechera de tisú púrpura, salpicado de diamantes y ribeteado de armiño. Sobre esto llevaba una capa de brocado blanco con la corona de tres plumas, forrada de raso azul, adornada con perlas y piedras preciosas y sujeta con un broche de brillantes. De su cuello pendía la orden de la Jarretera y varias condecoraciones reales de países extranjeros, y cada vez que le daba la luz, las joyas resplandecían con deslumbrantes destellos. ¡Oh, Tom Canty, nacido en un cobertizo, educado en los arroyos de Londres, familiarizado con los andrajos y la suciedad y la miseria!, ¡qué espectáculo es éste! ...

En la línea 361
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –Puede que pronto cambies de opinión, y si quieres salvar tu cuello, sólo huyendo, puedes salvarte. En este momento el hombre está entregando el espíritu. ¡Es el cura, el padre Andrés! ...

En la línea 978
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –¿De qué disparate? Vamos, di, rica –y le acariciaba el cuello ensortijándose en uno de sus dedos un rizo de la nuca de la muchacha. ...

En la línea 1289
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Y le echó el brazo al cuello, la atrajo a sí y la apretó contra su seno. Y ella tranquilamente se quitó el sombrero. ...

En la línea 1409
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Y fueron nuestros amores, si es que así quiere usted llamarlos unos amores secos y mudos, hechos de fuego y rabia, sin ternezas de palabra. Mi mujer, la madre de mis hijos quiero decir, porque esta y no otra es mi mujer, mi mujer es, como usted habrá visto, una mujer agraciada, tal vez hermosa, pero a mí nunca me inspiró ardor de deseos, y esto a pesar de la convivencia. Y aun después que acabamos en lo que le digo me figuré no estar en exceso enamorado de ella, hasta que pude convencerme de lo contrario. Y es que una vez, después de uno de sus partos, después del nacimiento del cuarto de nuestros hijos, se me puso tan mal, tan mal, que creí que se me moría. Perdió la más de la sangre de sus venas, se quedó como la cera de blanca, se le cerraban los párpados… Creí perderla. Y me puse como loco, blanco yo también como la cera, la sangre se me helaba. Y fui a un rincón de la casa, donde nadie me viese, y me arrodillé y pedí a Dios que me matara antes de que dejase morir a aquella santa mujer. Y lloré y me pellizqué y me arañé el pecho hasta sacarme sangre. Y comprendí con cuán fuerte atadura estaba mi corazón atado al corazón de la madre de mis hijos. Y cuando esta se repuso algo y recobró conocimiento y salió de peligro, acerqué mi boca a su oído, según ella sonreía a la vida renaciente tendida en la cama, y le dije lo que nunca le había dicho y nunca le he vuelto de la misma manera a decir. Y ella sonreía, sonreía, sonreía mirando al techo. Y puse mi boca sobre su boca, y me enlacé con sus desnudos brazos el cuello, y acabé llorando de mis ojos sobre sus ojos. Y me dijo: «Gracias, Antonio, gracias, por mí, por nuestros hijos, por nuestros hijos todos… todos… todos… por ella, por Rita… » Rita es nuestra hija mayor, la hija del ladrón… no, no, nuestra hija, mi hija. La del ladrón es la otra, es la de la que se llamó mi mujer en un tiempo. ¿Lo comprende usted ahora todo? ...

En la línea 1565
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Y entonces ocurrió algo insólito, algo que no entraba en las previsiones de Augusto, en su programa de experiencia psicológica sobre la Mujer, y es que Rosario, bruscamente, le enlazó los brazos al cuello y empezó a besarle. Apenas si el pobre hombre tuvo tiempo para pensar: «Ahora soy yo el experimentado; esta mozuela está haciendo estudios de psicología masculina.» ...

En la línea 315
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Se detuvo y alargó el cuello al oír un rumor lejano. De fuera se oían los acordes de una mandolina, tal vez la misma que oyó antes. ...

En la línea 456
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Iba a volver a saltar para arrojarse sobre los cazadores, pero ya Sandokán estaba allí. Aferró firmemente el kriss, se precipitó sobre la fiera y antes de que ésta tratara de defenderse, la derribó en tierra y le apretó el cuello con tanta fuerza que ahogó sus rugidos. —¡Mírame! —dijo—. ¡Yo también soy un tigre! Grandes gritos acogieron la proeza. El pirata arrojó una mirada despectiva al oficial y se volvió hacia la joven, que permanecía muda de terror y de angustia, y le dijo con un gesto que hubiera envidiado un rey: ...

En la línea 1434
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Mientras le Tigre lo asía por el cuello, el portugués lo amordazaba. Sin embargo, el soldado tuvo tiempo de dar un agudo grito. ...

En la línea 1470
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Los soldados del invernadero se lanzaron fuera gritando a voz en cuello y haciendo fuego en medio de los árboles. ...

En la línea 1329
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Nuestra presa pertenecía a la más hermosa de las ocho especies conocidas en Papuasia y en la islas vecinas, es decir, a la llamada «gran esmeralda» que es, además, una de las más raras. Medía unos tres decímetros de largo. Su cabeza era relativamente pequeña y los ojos, situados cerca de la abertura del pico, eran también de pequeño tamaño. Todo él era una sinfonía de colores: el amarillo del pico, el marrón de las patas y de las uñas, el siena de las alas que en sus extremidades se tornaba en púrpura, el amarillo pajizo de la cabeza y del cuello, el esmeralda de la garganta, el marrón de la pechuga y del vientre. Las plumas, largas y ligeras de la cola, de una finura admirable, realzaban la belleza de este maravilloso pájaro, poéticamente llamado por los indígenas «pájaro de sol». ...

En la línea 1390
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Los indígenas continuaban allí, más numerosos que en la víspera. Tal vez eran quinientos o seiscientos. Aprovechándose de la marea baja, algunos habían avanzado sobre las crestas de los arrecifes hasta menos de dos cables del Nautilus. Los distinguía fácilmente. Eran verdaderos papúes, de atlética estatura. Hombres de espléndida raza, tenían una frente ancha y alta, la nariz gruesa, pero no achatada, y los dientes muy blancos. El color rojo con que teñían su cabellera lanosa contrastaba con sus cuerpos negros y relucientes como los de los nubios. De los lóbulos de sus orejas, cortadas y dilatadas, pendían huesos ensartados. Iban casi todos desnudos. Entre ellos vi a algunas mujeres, vestidas desde las caderas hasta las rodillas con una verdadera crinolina de hierbas sostenida por un cinturón vegetal. Algunos jefes se adornaban el cuello con collares de cuentas de vidrio rojas y blancas. Casi todos estaban armados de arcos, flechas y escudos, y llevaban a la espalda una especie de red con las piedras redondeadas que con tanta destreza lanzan con sus hondas. ...

En la línea 1675
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Durante aquel día tuvimos por cortejo una formidable tropa de escualos, terribles animales que pululan en estos mares haciéndolos muy peligrosos. Eran escualos filipos de lomo oscuro y vientre blancuzco, armados de once hileras de dientes; escualos ojeteados con el cuello marcado por una gran mancha negra rodeada de blanco que parece un ojo; isabelos de hocico redondeado y manchado de puntos oscuros. De vez en cuando, los potentes tiburones se precipitaban contra el cristal de nuestro observatorio con una violencia inquietante, que ponía fuera de sí a Ned Land. Quería subir a la superficie y arponear a los monstruos, sobre todo a algunos emisoles con la boca empedrada de dientes dispuestos como un mosaico, y a los tigres, de cinco metros de longitud, que le provocaban con una particular insistencia. Pero el Nautilus aumentó su velocidad y no tardó en dejar rezagados a los más rápidos de aquellos tiburones. ...

En la línea 1739
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Amigo Ned, para el poeta, la perla es una lágrima del mar; para los orientales, es una gota de rocío solidificada; para las damas, es una joya de forma oblonga, de brillo hialino, de una materia nacarada, que ellas llevan en los dedos, en el cuello o en las orejas; para el químico, es una mezcla de fosfato y de carbonato cálcico con un poco de gelatina, y, por último, para el naturalista, es una simple secreción enfermiza del órgano que produce el nácar en algunos bivalvos. ...

En la línea 6
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — ¡Oh, no me corte el cuello, señor! -rogué, atemorizado-. ¡Por Dios, no me haga, señor! ...

En la línea 89
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... En aquellos tiempos, algún asno médico había recetado el agua de alquitrán como excelente medicina, y la señora Joe tenía siempre una buena provisión en la alacena, pues creía que sus virtudes correspondían a su infame sabor. Muchas veces se me administraba una buena cantidad de este elixir como reconstituyente ideal, y, en tales casos, yo salía apestando como si fuese una valla de madera alquitranada. Aquella noche, la urgencia de mi caso me obligó a tragarme un litro de aquel brebaje, que me echaron al cuello para mayor comodidad, mientras la señora Joe me sostenía la cabeza bajo el brazo, del mismo modo como una bota queda sujeta en un sacabotas. Joe se tomó también medio litro, y tuvo que tragárselo muy a su pesar, por haberse quedado muy triste y meditabundo ante el fuego a causa de la impresión sufrida. Y, a juzgar por mí mismo, puedo asegurar que la impresión la tuvo luego aunque no la hubiese tenido antes. ...

En la línea 121
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Más espesa fue la niebla todavía cuando salí de los marjales, hasta el punto de que, en vez de acercarme corriendo a alguna cosa, parecía que ésta echara a correr hacia mí. Ello era muy desagradable para una mente pecadora. Las puertas, las represas y las orillas se arrojaban violentamente contra mí a través de la niebla, como si quisieran exclamar con la mayor claridad: «¡Un muchacho que ha robado un pastel de cerdo! ¡Detenedle!» Las reses se me aparecían repentinamente, mirándome con asombrados ojos, y por el vapor que exhalaban sus narices parecían exclamar: «¡Eh, ladronzuelo!» Un buey negro con una mancha blanca en el cuello, que a mi temerosa conciencia le pareció que tenía cierto aspecto clerical, me miró con tanta obstinación en sus ojos y movió su maciza cabeza de un modo tan acusador cuando yo lo rodeaba, que no pude menos que murmurar: «No he tenido más remedio, señor. No lo he robado para mí.» Entonces él dobló la cabeza, resopló despidiendo una columna de humo por la nariz y se desvaneció dando una coz con las patas traseras y agitando el rabo. ...

En la línea 129
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Él, mientras tanto, tragaba de un modo curioso la carne picada; más como quien quisiera guardar algo con mucha prisa y no como quien come, pero dejó la carne para tomar un trago de licor. Mientras tanto se estremecía con tal violencia que a duras penas podía conservar el cuello de la botella entre los dientes, de modo que se vio obligado a sujetarla con ellos. ...

En la línea 103
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Joven ‑continuó mientras volvía a erguirse‑, creo leer en su semblante la expresión de un dolor. Apenas le he visto entrar, he tenido esta impresión. Por eso le he dirigido la palabra. Si le cuento la historia de mi vida no es para divertir a estos ociosos, que, además, ya la conocen, sino porque deseo que me escuche un hombre instruido. Sepa usted, pues, que mi esposa se educó en un pensionado aristocrático provincial, y que el día en que salió bailó la danza del chal ante el gobernador de la provincia y otras altas personalidades. Fue premiada con una medalla de oro y un diploma. La medalla… se vendió hace tiempo. En cuanto al diploma, mi esposa lo tiene guardado en su baúl. Últimamente se lo enseñaba a nuestra patrona. Aunque estaba a matar con esta mujer, lo hacía porque experimentaba la necesidad de vanagloriarse ante alguien de sus éxitos pasados y de evocar sus tiempos felices. Yo no se lo censuro, pues lo único que tiene son estos recuerdos: todo lo demás se ha desvanecido… Sí, es una dama enérgica, orgullosa, intratable. Se friega ella misma el suelo y come pan negro, pero no toleraría de nadie la menor falta de respeto. Aquí tiene usted explicado por qué no consintió las groserías de Lebeziatnikof; y cuando éste, para vengarse, le pegó ella tuvo que guardar cama, no a causa de los golpes recibidos, sino por razones de orden sentimental. Cuando me casé con ella, era viuda y tenía tres hijos de corta edad. Su primer matrimonio había sido de amor. El marido era un oficial de infantería con el que huyó de la casa paterna. Catalina adoraba a su marido, pero él se entregó al juego, tuvo asuntos con la justicia y murió. En los últimos tiempos, él le pegaba. Ella no se lo perdonó, lo sé positivamente; sin embargo, incluso ahora llora cuando lo recuerda, y establece entre él y yo comparaciones nada halagadoras para mi amor propio; pero yo la dejo, porque así ella se imagina, al menos, que ha sido algún día feliz. Después de la muerte de su marido, quedó sola con sus tres hijitos en una región lejana y salvaje, donde yo me encontraba entonces. Vivía en una miseria tan espantosa, que yo, que he visto los cuadros más tristes, no me siento capaz de describirla. Todos sus parientes la habían abandonado. Era orgullosa, demasiado orgullosa. Fue entonces, señor, entonces, como ya le he dicho, cuando yo, viudo también y con una hija de catorce años, le ofrecí mi mano, pues no podía verla sufrir de aquel modo. El hecho de que siendo una mujer instruida y de una familia excelente aceptara casarse conmigo, le permitirá comprender a qué extremo llegaba su miseria. Aceptó llorando, sollozando, retorciéndose las manos; pero aceptó. Y es que no tenía adónde ir. ¿Se da usted cuenta, señor, se da usted cuenta exacta de lo que significa no tener dónde ir? No, usted no lo puede comprender todavía… Durante un año entero cumplí con mi deber honestamente, santamente, sin probar eso ‑y señalaba con el dedo la media botella que tenía delante‑, pues yo soy un hombre de sentimientos. Pero no conseguí atraérmela. Entre tanto, quedé cesante, no por culpa mía, sino a causa de ciertos cambios burocráticos. Entonces me entregué a la bebida… Ya hace año y medio que, tras mil sinsabores y peregrinaciones continuas, nos instalamos en esta capital magnífica, embellecida por incontables monumentos. Aquí encontré un empleo, pero pronto lo perdí. ¿Comprende, señor? Esta vez fui yo el culpable: ya me dominaba el vicio de la bebida. Ahora vivimos en un rincón que nos tiene alquilado Amalia Ivanovna Lipevechsel. Pero ¿cómo vivimos, cómo pagamos el alquiler? Eso lo ignoro. En la casa hay otros muchos inquilinos: aquello es un verdadero infierno. Entre tanto, la hija que tuve de mi primera mujer ha crecido. En cuanto a lo que su madrastra la ha hecho sufrir, prefiero pasarlo por alto. Pues Catalina Ivanovna, a pesar de sus sentimientos magnánimos, es una mujer irascible e incapaz de contener sus impulsos… Sí, así es. Pero ¿a qué mencionar estas cosas? Ya comprenderá usted que Sonia no ha recibido una educación esmerada. Hace muchos años intenté enseñarle geografía e historia universal, pero como yo no estaba muy fuerte en estas materias y, además, no teníamos buenos libros, pues los libros que hubiéramos podido tener… , pues… , ¡bueno, ya no los teníamos!, se acabaron las lecciones. Nos quedamos en Ciro, rey de los persas. Después leyó algunas novelas, y últimamente Lebeziatnikof le prestó La Fisiología, de Lewis. Conoce usted esta obra, ¿verdad? A ella le pareció muy interesante, e incluso nos leyó algunos pasajes en voz alta. A esto se reduce su cultura intelectual. Ahora, señor, me dirijo a usted, por mi propia iniciativa, para hacerle una pregunta de orden privado. Una muchacha pobre pero honesta, ¿puede ganarse bien la vida con un trabajo honesto? No ganará ni quince kopeks al día, señor mío, y eso trabajando hasta la extenuación, si es honesta y no posee ningún talento. Hay más: el consejero de Estado Klopstock Iván Ivanovitch… , ¿ha oído usted hablar de él… ?, no solamente no ha pagado a Sonia media docena de camisas de Holanda que le encargó, sino que la despidió ferozmente con el pretexto de que le había tomado mal las medidas y el cuello le quedaba torcido. ...

En la línea 120
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑De esto hace cinco semanas. Pues sí, cuando Catalina Ivanovna y Sonetchka se enteraron de lo de mi empleo, me sentí como transportado al paraíso. Antes, cuando tenía que permanecer acostado, se me miraba como a una bestia y no oía más que injurias; ahora andaban de puntillas y hacían callar a los niños. «¡Silencio! Simón Zaharevitch ha trabajado mucho y está cansado. Hay que dejarlo descansar.» Me daban café antes de salir para el despacho, e incluso nata. Compraban nata de verdad, ¿sabe usted?, lo que no comprendo es de dónde pudieron sacar los once rublos y medio que se gastaron en aprovisionar mi guardarropa. Botas, soberbios puños, todo un uniforme en perfecto estado, por once rublos y cincuenta kopeks. En mi primera jornada de trabajo, al volver a casa al mediodía, ¿qué es lo que vieron mis ojos? Catalina Ivanovna había preparado dos platos: sopa y lechón en salsa, manjar del que ni siquiera teníamos idea. Vestidos no tiene, ni siquiera uno. Sin embargo, se había compuesto como para ir de visita. Aun no teniendo ropa, se había arreglado. Ellas saben arreglarse con nada. Un peinado gracioso, un cuello blanco y muy limpio, unos puños, y parecía otra; estaba más joven y más bonita. Sonetchka, mi paloma, sólo pensaba en ayudarnos con su dinero, pero nos dijo: «Me parece que ahora no es conveniente que os venga a ver con frecuencia. Vendré alguna vez de noche, cuando nadie pueda verme.» ¿Comprende, comprende usted? Después de comer me fui a acostar, y entonces Catalina Ivanovna no pudo contenerse. Hacía apenas una semana había tenido una violenta disputa con Amalia Ivanovna, la dueña de la casa; sin embargo, la invitó a tomar café. Estuvieron dos horas charlando en voz baja. ...

En la línea 148
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... El hijo menor, una niña de seis años, dormía sentada en el suelo, con el cuerpo torcido y la cabeza apoyada en el sofá. Su hermanito, que tenía un año más que ella, lloraba en un rincón y los sollozos sacudían todo su cuerpo. Seguramente su madre le acababa de pegar. La mayor, una niña de nueve años, alta y delgada como una cerilla, llevaba una camisa llena de agujeros y, sobre los desnudos hombros, una capa de paño, que sin duda le venía bien dos años atrás, pero que ahora apenas le llegaba a las rodillas. Estaba al lado de su hermanito y le rodeaba el cuello con su descarnado brazo. Al mismo tiempo, seguía a su madre con una mirada temerosa de sus oscuros y grandes ojos, que parecían aún mayores en su pequeña y enjuta carita. ...

En la línea 341
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑¡Subid, subid todos! ‑grita un hombre todavía joven, de grueso cuello, cara mofletuda y tez de un rojo de zanahoria‑. Os llevaré a todos. ¡Subid! ...

En la línea 1156
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... De pronto me echó los brazos al cuello. ...

En la línea 1162
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Y otra vez volvía a echarme los brazos al cuello, me examinaba de nuevo, y seguía repitiendo: —Tú me amas… Tú me amas. ¿Me amarás? ...

En la línea 1294
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Blanche lo acogió alegremente, con exclamaciones y risas y hasta le echó los brazos al cuello. Finalmente, fue ella quien le retuvo y le obligó a acompañarla a todas partes, al bulevar, al teatro, a casa de sus amigos… Tal empleo convenía aún al general; tenía buen tipo y era elegante, estatura casi alta, patillas y bigotes teñidos —había servido en el cuerpo de coraceros—, rostro lleno de facciones pronunciadas. Sus modales eran perfectos. Llevaba el frac maravillosamente. En París lució sus condecoraciones. ...

En la línea 296
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Se constituyó en tribunal. Principió por juzgarse a sí mismo. Reconoció que no era un inocente castigado injustamente. Confesó que había cometido una acción mala, culpable; que quizá no le habrían negado el pan si lo hubiese pedido; que en todo caso hubiera sido mejor esperar para conseguirlo de la piedad o del trabajo; que no es una razón el decir: ¿se puede esperar cuando se padece hambre? Que es muy raro el caso que un hombre muera literalmente de hambre; que debió haber tenido paciencia; que eso hubiera sido mejor para sus pobres niños; que había sido un acto de locura en él, desgraciado criminal, coger violentamente a la sociedad entera por el cuello, y figurarse que se puede salir de la miseria por medio del robo; que es siempre una mala puerta para salir de la miseria la que da entrada a la infamia; y, en fin, que había obrado mal. ...

En la línea 399
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Se abrió con violencia la puerta. Un extraño grupo apareció en el umbral. Tres hombres traían a otro cogido del cuello. Los tres hombres eran gendarmes. El cuarto era Jean Valjean. Un cabo que parecía dirigir el grupo se dirigió al obispo haciendo el saludo militar. ...

En la línea 509
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Como no tenía nombre de familia, no tenía familia; como no tenía nombre de bautismo, la Iglesia no existía para ella. Se llamó como quiso el primer transeúnte que la encontró con los pies descalzos en la calle. Recibió un nombre, lo mismo que recibía en su frente el agua de las nubes los días de lluvia. Así vino a la vida esta criatura humana. A los diez años Fantina abandonó la ciudad y se puso a servir donde los granjeros de los alrededores. A los quince años se fue a París a 'buscar fortuna'. Permaneció pura el mayor tiempo que pudo. Fantina era hermosa. Tenía un rostro deslumbrador, de delicado perfil, los ojos azul oscuro, el cutis blanco, las mejillas infantiles y frescas, el cuello esbelto. Era una bonita rubia con bellísimos dientes; tenía por dote el oro y las perlas; pero el oro estaba en su cabeza, y las perlas en su boca. ...

En la línea 666
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Tenía los cabellos grises, la mirada seria, la piel bronceada de un obrero y el rostro pensativo de un filósofo. Usaba una larga levita abotonada hasta el cuello y un sombrero de ala ancha. Vivía solo. Hablaba con poca gente. A medida que su fortuna crecía, parecía que aprovechaba su tiempo libre para cultivar su espíritu. Se notaba que su modo de hablar se había ido haciendo más fino, más escogido, más suave. ...

En la línea 10
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Buck había aceptado la soga con serena dignidad. Era un acto insólito, pero él había aprendido a confiar en los hombres que conocía y a reconocerles una sabiduría superior a la suya. Pero cuando los extremos de la soga pasaron a manos del desconocido, soltó un gruñido amenazador. No había hecho más que dejar entrever su disgusto, convencido en su orgullo que una mera insinuación equivalía a una orden. Pero para su sorpresa, la soga se le tensó en torno al cuello y le cortó la respiración. Furioso, saltó hacia el hombre, quien lo interceptó a medio camino, lo aferró del cogote y, con un hábil movimiento, lo arrojó al suelo. A continuación apretó con crueldad la soga, mientras Buck luchaba frenéticamente con la lengua fuera y un inútil jadeo de su gran pecho. Jamás en la vida lo habían tratado con tanta crueldad, y nunca había experimentado un furor semejante. Pero las fuerzas le abandonaron, se le pusieron los ojos vidriosos y no se enteró siquiera de que, al detenerse el tren, los dos hombres lo arrojaban al interior del furgón de carga. ...

En la línea 26
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Sólo una cosa le alegraba: ya no llevaba la soga al cuello. Eso les había dado una injusta ventaja; pero ahora que no la llevaba, ya les enseñaría. jamás volverían a colocarle otra soga en el cuello, estaba resuelto. Había pasado dos días y dos noches sin comer ni beber, y durante esos días y noches de tormento había acumulado una reserva de ira que no auguraba nada bueno para el primero que le provocase. Sus ojos se inyectaron en sangre y se convirtió en un demonio furioso. Tan cambiado estaba que el propio juez no lo habría reconocido; y los empleados del ferrocarril respiraron con alivio cuando se desembarazaron de él en Seattle. ...

En la línea 26
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Sólo una cosa le alegraba: ya no llevaba la soga al cuello. Eso les había dado una injusta ventaja; pero ahora que no la llevaba, ya les enseñaría. jamás volverían a colocarle otra soga en el cuello, estaba resuelto. Había pasado dos días y dos noches sin comer ni beber, y durante esos días y noches de tormento había acumulado una reserva de ira que no auguraba nada bueno para el primero que le provocase. Sus ojos se inyectaron en sangre y se convirtió en un demonio furioso. Tan cambiado estaba que el propio juez no lo habría reconocido; y los empleados del ferrocarril respiraron con alivio cuando se desembarazaron de él en Seattle. ...

En la línea 27
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Cuatro hombres transportaron con cautela el cajón en un carromato hasta el interior de un pequeño patio trasero rodeado por un muro. Un tipo fornido; con un jersey rojo de cuello desbocado, salió a firmar el recibo del conductor. Aquel hombre, presintió Buck, era el siguiente torturador. Y se lanzó salvajemente contra las tablas. El hombre sonrió con crueldad y trajo un hacha y un garrote. ...

En la línea 99
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... -¡Yo te quiero! -me respondió, zanjando dulcemente la cuestión y echando sus brazos a mi cuello. ...

En la línea 247
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... Pero una blanda sonrisa me tranquilizó: era Blanca sin duda, que, mimosa, enredaba sus brazos a mi cuello y me besaba, con aquel beso fervoroso de siempre. ...

En la línea 39
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -¡Y si en todo lo que uno hace estuviese seguro del acierto! -pronunció con ahogada voz el señor Joaquín, balanceando su cuello de toro. ...

En la línea 207
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Entregábase mientras tanto Miranda a la importante tarea de facturar el equipaje, no escaso, compuesto de dos baúles mundos, una sombrerera y un cajón especial de tela y cuero, a propósito para guardar de arrugas el planchado de sus camisas de vestir. Fuerza fue esperar pacientemente el turno de bultos rotulados A. M., frente al gran mostrador, donde se alineaba respetable fila de maletas, cajas y cajones de toda especie que iban trayendo a hombros los mozos de la estación, agobiados, hinchadas las venas del cuello. Cuando llegaban al mostrador, dábanse prisa a soltar la carga de golpe, con movimientos brutales, haciendo crujir la madera de los baúles y gemir y rechinar los aros de hierro que la afianzan. Al cabo logró Miranda que llegase su vez, y ya con el talón en el bolsillo, saltó del andén a la vía triple buscando su departamento. Costole algún trabajo, y abrió en balde varias puertas antes de dar con él; al abrirlas, solía asomarse una cabeza, y una voz áspera decir: «está lleno.» En otros departamentos vio formas confusas, gente acurrucada en los rincones o tumbada en los cojines. Al fin acertó, reconoció su sitio. ...

En la línea 231
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Difusa y pálida claridad comenzaba a tenderse sobre el paisaje. Ya se discernía la forma de montañas, árboles y chozas; la noche se retiraba barriendo las tembladoras estrellas, como una sultana que recoge su velo salpicado de arabescos argentinos. El estrecho segmento de círculo de la luna menguante se difumaba y desvanecía en el cielo, que pasaba de obscuro a un matiz de azul opaco de porcelana. Glacial sensación corrió por las venas del viajero, que subió el cuello de su americana y llegó los pies instintivamente al calorífero, tibio aún, en cuyo seno de metal danzaba el agua, produciendo un sonido análogo al que se oye en la cala de los buques. De improviso se abrió bruscamente la puerta del departamento, y saltó dentro un hombre ceñudo, calada la gorra de dorado galón, en la mano una especie de tenacilla o sacabocados de acero. ...

En la línea 348
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... El mozo se acercó, servilleta al hombro; tenía una cara tostada, amilitarada, que reñía con los escarpines de charol y el pelo atusado con bandolina, librea que el público impone a sus servidores en tales lugares. Hacíale aún más marcial ancha cicatriz, que naciendo en la guía izquierda del bigote, iba a perderse en el cuello. Miraba el mozo fijamente a Artegui, con ojos muy abiertos; hasta que dando un grito, o más bien una especie de alegre latido perruno, exclamó: ...

En la línea 522
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Phileas Fogg y Francis Cromarty, metidos hasta el cuello en sus cuévanos, iban muy traqueteados por el rudo trote del elefante, a quien imprimía su conductor una marcha rápida. Pero soportaban la situación con la flema más británica, hablando por otra parte poco y viéndose apenas el uno al otro. ...

En la línea 523
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... En cuanto a Picaporte, apostado sobre el lomo del animal y directamente sometido a los vaivenes, cuidaba muy bien, según se lo había recomendado su amo, de no tener la lengua entre los dientes, porque se la podía cortar rasa. El buen muchacho, ora despedido hacia el cuello del elefante, ora hacia las ancas, daba volteretas como un clown sobre el trampolín; pero en medio de sus saltos de carpa se reía y bromeaba, sacando de vez en cuando un terrón de azúcar, que el inteligente Kiouni tomaba con la trompa, sin interrumpir un solo instante su trote regular. ...

En la línea 546
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... En primera línea avanzaban unos sacerdotes cubiertos de mitras y vestidos con largo y abigarrado traje. Estaban rodeados de hombres, mujeres y niños, que cantaban una especie de salmodia fúnebre, interrumpida a intervalos iguales por golpes de tamtam y de timbales. Detrás de ellos, sobre un carro de ruedas anchas, cuyos radios figuraban con las llantas un ensortijamiento de serpientes, apareció una estatua horrorosa, tirada por dos pares de zebús ricamente enjaezados. Esta estatua tenía cuatro brazos, el cuerpo teñido de rojo sombrío, los ojos extraviados, el pelo enredado, la lengua colgante y los labios teñidos. En su cuello se arrollaba un collar de cabezas de muerto, y sobre su cadera, había una cintura de manos cortadas. Estaba de pie sobre un gigante derribado que carecía de cabeza. ...

En la línea 553
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Esta mujer era joven y blanca como una europea. Su cabeza, su cuello, sus hombros, sus orejas, sus brazos, sus manos, sus pulgares, estaban sobrecargados de joyas, collares, brazaletes, pendientes y sortijas. Una túnica recamada de oro y recubierta de una muselina ligera dibujaba los contornos de su talle. ...

Errores Ortográficos típicos con la palabra Cuello

Cómo se escribe cuello o kuello?
Cómo se escribe cuello o suello?
Cómo se escribe cuello o cueyo?

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