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La palabra elloz
Cómo se escribe

Comó se escribe elloz o ellos?

Cual es errónea Ellos o Elloz?

La palabra correcta es Ellos. Sin Embargo Elloz se trata de un error ortográfico.

El Error ortográfico detectado en el termino elloz es que hay un Intercambio de las letras s;z con respecto la palabra correcta la palabra ellos

Más información sobre la palabra Ellos en internet

Ellos en la RAE.
Ellos en Word Reference.
Ellos en la wikipedia.
Sinonimos de Ellos.

Errores Ortográficos típicos con la palabra Ellos

Cómo se escribe ellos o hellos?
Cómo se escribe ellos o elloz?
Cómo se escribe ellos o eyos?

Algunas Frases de libros en las que aparece ellos

La palabra ellos puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 45
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... La barraca, que había aparecido en una edición española de setecientos ejemplares (vendiéndose únicamente quinientos, la mayor parte de ellos en Valencia), y no mereció, al publicarse, otro saludo que unas cuantas palabras de los críticos de entonces, pasó de golpe a ser novela célebre. ...

En la línea 243
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Influido por el respeto a sus antepasados, quería reventar de fatiga sobre sus terrones antes que consentir que una parte de ellos fuese cedida en arrendamiento a manos extrañas. ...

En la línea 258
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Barret protestó, y hasta lloró, recordando los méritos de su familia, que había perdido la piel en aquellos campos para hacer de ellos los mejores de la huerta. ...

En la línea 285
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... ¿Por qué no eran suyos los campos? Todos sus abuelos habían dejado la vida entre aquellos terrones; estaban regados con el sudor de la familia; si no fuese por ellos, por los Barrets, estarían las tierras tan despobladas como la orilla del mar. ...

En la línea 71
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Pregúntale a tu padre, que aunque menos viejo que yo, también ha conocido los tiempos de oro. El dinero circulaba en Jerez lo mismo que el aire. Había cosecheros que usaban calañés y vivían en un casucho de las afueras como pobres, alumbrándose con un velón; pero al pagar una cuenta tiraban de un saco que tenían debajo de la mesilla de pino como si fuese un saco de patatas, y ¡eche usté onzas! Los trabajadores de las viñas cobraban de treinta a cuarenta reales de jornal, y se permitían la fantasía de ir al tajo en calesín y con zapatos de charol. Nada de periódicos, ni de soflamas, ni de mítines. Allí donde se reunía la gente sonaba la guitarra, soltándose cada seguidilla y cada martinete que a Dios le temblaban la carne de gusto... Si entonces hubiese aparecido Fernando Salvatierra, el amigote de tu padre, con todas esas cosas de pobres y ricos, de repartos de tierras y rivoluciones, le habrían ofrecido una caña y le hubieran dicho: «Siéntese su mercé en el corro, camará; beba, cante, eche un baile con las mocitas si en ello tiene gusto y no se haga mala sangre pensando en nuestra vida, que no es de las peores»... Pero los ingleses apenas nos beben: el dinero entra con menos frecuencia en Jerez, y se oculta de tal modo el condenado, que nadie lo ve. Los trabajadores de las viñas ganan diez reales y tienen cara de vinagre. Por si han de podar con cuchilla o con tijeras, se matan entre ellos; hay _Mano Negra_ y en la plaza de la cárcel se da garrote a los hombres, lo que no se había visto en Jerez en muchísimos años. El jornalero pincha como un erizo apenas se le habla, y el amo es peor que antes. Ya no se ve a los señores alternando con los pobres en las vendimias, bailando con las muchachas y requebrándolas como un gañán joven. La guardia civil corre el campo como en los tiempos que salían bandidos a las carreteras... ¿Y todo por qué, señor? Por lo que yo digo: porque los ingleses se han aficionado al maldito _whischy_ y no hacen caso del buen _palo cortado_, ni de la _palma_, ni de ninguna otra de las exelencias de esta bendita tierra... Lo que yo digo: dinero, venga dinero: que vuelvan aquí, como en otros tiempos, las libras, las guineas y los chelines ¡y se acabaron las huelgas, y los sermones de Salvatierra y sus partidarios, y los malos gestos de los civiles, y todas las miserias y vergüenzas que ahora vemos!... ...

En la línea 89
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... A lo largo de las columnatas alineábase en andanas la riqueza de la casa, la triple fila de toneles acostados, que llevaban en sus caras la cifra del año de la cosecha. Había barricas venerables cubiertas de telarañas y polvo, con la madera tan húmeda, que parecía próxima a deshacerse. Eran los patriarcas de la bodega: estaban bautizados con los nombres de los héroes que gozaban de fama universal cuando ellos nacieron. Un barril se llamaba _Napoleón_, otro _Nelson_; los había adornados con la corona real de Inglaterra, porque de ellos habían bebido monarcas de la Gran Bretaña. Una barrica antiquísima, completamente aislada, como si el roce con las otras pudiera despanzurrarla, exhibía el venerable nombre de _Noé_. Era la mayor antigüedad de la casa: se remontaba a mediados del siglo XVIII y el primero de los Dupont la había adquirido ya como una reliquia. Cerca de ella se alineaban otros toneles que llevaban bajo el escudo real de España los nombres de todos los monarcas e infantes que habían visitado Jerez en el curso del siglo. ...

En la línea 89
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... A lo largo de las columnatas alineábase en andanas la riqueza de la casa, la triple fila de toneles acostados, que llevaban en sus caras la cifra del año de la cosecha. Había barricas venerables cubiertas de telarañas y polvo, con la madera tan húmeda, que parecía próxima a deshacerse. Eran los patriarcas de la bodega: estaban bautizados con los nombres de los héroes que gozaban de fama universal cuando ellos nacieron. Un barril se llamaba _Napoleón_, otro _Nelson_; los había adornados con la corona real de Inglaterra, porque de ellos habían bebido monarcas de la Gran Bretaña. Una barrica antiquísima, completamente aislada, como si el roce con las otras pudiera despanzurrarla, exhibía el venerable nombre de _Noé_. Era la mayor antigüedad de la casa: se remontaba a mediados del siglo XVIII y el primero de los Dupont la había adquirido ya como una reliquia. Cerca de ella se alineaban otros toneles que llevaban bajo el escudo real de España los nombres de todos los monarcas e infantes que habían visitado Jerez en el curso del siglo. ...

En la línea 106
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y este don Pablo, que con la fuerza industrial acumulada por sus antecesores y con la impetuosidad de su carácter era la pesadilla de un millar de hombres, hacía gala de humildad y llegaba hasta el servilismo cuando algún sacerdote secular o los frailes de las diversas órdenes establecidas en Jerez le visitaban en su escritorio. Intentaba arrodillarse al besarles la mano, no haciéndolo porque ellos se lo impedían con bondadosa sonrisa; celebraba con un gesto de satisfacción el que los visitantes le tuteasen ante los empleados, llamándole Pablito, como en los tiempos en que era su educando. ...

En la línea 209
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Cosa rara: sin pensarlo ellos, sin quererlo nadie, por el contraste, por la hora, por el frío soñoliento del alba, por lo que fuese, como en los viajes, como en las campañas, aquella mujer era el símbolo de todo el sexo; sus ojos equivalían a una desnudez, pinchaban; si recataban, peor, pinchaban más. ...

En la línea 273
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... El derecho, la justicia, se quedan con los vivos; para ellos hablan. ...

En la línea 320
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... , mejor para ellos. ...

En la línea 349
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... «¡Valiente pedantón y majadero y framasón sería —piensa Cuervo— el que censurase a estos benditos varones porque ríen, y beben, y están contentos cuando van a cantarle el gori gori a un difunto! ¿Y qué? ¿Cuándo pueden ellos verse en otra?. ...

En la línea 88
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Decididamente este caballo es, o mejor, fue en su juventud bo tón de oro -dijo el desconocido continuando las investigaciones co menzadas y dirigiéndose a sus oyentes de la ventana, sin aparentar en modo alguno notar la exasperación d e D'Artagnan, que sin embargo estaba de pie entre él y ellos-; es un color muy conocido en botánica, pero hasta el presente muy raro entre los caballos. ...

En la línea 279
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Uno de ellos, situado en el escalón superior, con la espada desnuda en la mano, impedía o al menos se esforzaba por impedir que los otros tres subieran. ...

En la línea 283
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Se hacía círculo en torno a ellos; la condición consistía en que a cada golpe el tocado abandonara la parti da, perdiendo su turno de audiencia en beneficio del tocador. ...

En la línea 293
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Desde luego, éstas son gentes que van a ser encarceladas y col gadas -pensó D'Artagnan con terror-, y yo, sin ning una duda, con ellos porque desde el momento en que los he escuchado y oído seré tenido por cómplice suyo. ...

En la línea 37
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... De ellos se tratará en el párrafo tercero, cuando se hable de los alcaldes mayores y correjidores; tratemos ahora de aquellos que pueden superarse. ...

En la línea 53
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... A la antigua junta superior de Real Hacienda (suprimida ya) concurria como vocal el rejente de la audiencia, y en su defecto el oidor decano ó ministro mas antiguo: los infinitos espedientes de que conocia, y á los que habia de dar salida con alguna preferencia, ocupaban mas de lo que puede decirse, y tanto mas, cuanto que en esta clase de negocios se acostumbró siempre marchar con mas cautela y cuidado, por la inmediata responsabilidad pecuniaria que ellos causaban, y la circunstancia particular de ser el único letrado que en sus decisiones intervenia el ministro de la audiencia, convencerá á cualquiera de la certeza de lo dicho, y de que visiblemente se iba en ellos con pies de plomo. ...

En la línea 53
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... A la antigua junta superior de Real Hacienda (suprimida ya) concurria como vocal el rejente de la audiencia, y en su defecto el oidor decano ó ministro mas antiguo: los infinitos espedientes de que conocia, y á los que habia de dar salida con alguna preferencia, ocupaban mas de lo que puede decirse, y tanto mas, cuanto que en esta clase de negocios se acostumbró siempre marchar con mas cautela y cuidado, por la inmediata responsabilidad pecuniaria que ellos causaban, y la circunstancia particular de ser el único letrado que en sus decisiones intervenia el ministro de la audiencia, convencerá á cualquiera de la certeza de lo dicho, y de que visiblemente se iba en ellos con pies de plomo. ...

En la línea 65
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Son mas infelices las provincias de Filipinas en los juzgados inferiores para que se les administre pronta justicia de lo que son ante la audiencia del territorio; porque si en esta las muchas y graves atenciones que pesan sobre su corto número de ministros es por sí solo una causa grave de dilacion, entregadas las provincias á alcaldes mayores y correjidores legos (la mayor parte militares), y todos dedicados principalmente al cuidado y fomento de sus intereses por medio del comercio, y aplicados á recaudar fondos, cuya cobranza está á su cargo, para con ellos adelantar sus fortunas, en los actos de justicia no toman mas parte ó interes, por lo jeneral, que el lijero que ofrece suscribir las actuaciones que exijen su firma, pues todo trámite jeneralmente se ordena por direccion de letrado, á cuyo fin pasan las causas, pleitos y procesos á Manila para asesorarse, en razon de que en las provincias no hay letrados establecidos, escepto aquellas dos ó tres que se hallan inmediatas á Manila. ...

En la línea 92
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Así, Borrow, abundando en las intenciones de sus directores, y con autorización expresa de ellos, gestionó desde luego el permiso que necesitaba para imprimir el Evangelio sin notas, y, vencidas no pocas dificultades, se dispuso a reimprimir en Madrid la traducción del Nuevo Testamento, de Scio, editada sin notas por la Sociedad Bíblica en Londres, 1826. ...

En la línea 130
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Contiene una descripción preliminar de los gitanos de diversos países y un estudio de la historia y costumbres de los de España, compuesto de observaciones personales y extractos de libros referentes a ellos. ...

En la línea 205
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... El lector apreciará seguramente en _La Biblia en España_, a pesar de la traducción descolorida, el novelesco interés de algunos pasajes que parecen arrancados de un libro picaresco, el movimiento de ciertos cuadros, propios de un «episodio nacional», el sabor de otras escenas de costumbres, los bosquejos de tipos y caracteres, con tantos otros méritos que es innecesario señalar; pero lo mismo ante ellos, que ante los defectos del libro, y frente a la repulsión que ciertos juicios—expresos o sobrentendidos—del autor puedan suscitar en el ánimo de un español, conviene estar prevenido para no incurrir en las descarriadas apreciaciones que acerca de este libro se han proferido en nuestro país. ...

En la línea 242
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Desde el principio hasta el fin fuí, digámoslo así, a la deriva por España, tierra de antiguo renombre, tierra de maravillas y de misterios, en condiciones tales para conocer sus extraños secretos y peculiaridades como quizás a ningún otro individuo le hayan sido nunca dadas, y ciertamente a ningún extranjero; y si en muchos casos presento escenas y caracteres tal vez sin precedente en una obra de esta índole, sólo haré observar que durante mi estancia en España me vi tan inevitablemente mezclado con ellos, que hubiera sido difícil referir con fidelidad mis andanzas sin dar de tales cosas una referencia tan puntual como la que aquí he puesto. ...

En la línea 115
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Imaginábase el pobre ya coronado por el valor de su brazo, por lo menos, del imperio de Trapisonda; y así, con estos tan agradables pensamientos, llevado del estraño gusto que en ellos sentía, se dio priesa a poner en efeto lo que deseaba. ...

En la línea 145
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... En esto, sucedió acaso que un porquero que andaba recogiendo de unos rastrojos una manada de puercos -que, sin perdón, así se llaman- tocó un cuerno, a cuya señal ellos se recogen, y al instante se le representó a don Quijote lo que deseaba, que era que algún enano hacía señal de su venida; y así, con estraño contento, llegó a la venta y a las damas, las cuales, como vieron venir un hombre de aquella suerte, armado y con lanza y adarga, llenas de miedo, se iban a entrar en la venta; pero don Quijote, coligiendo por su huida su miedo, alzándose la visera de papelón y descubriendo su seco y polvoroso rostro, con gentil talante y voz reposada, les dijo: -No fuyan las vuestras mercedes ni teman desaguisado alguno; ca a la orden de caballería que profeso non toca ni atañe facerle a ninguno, cuanto más a tan altas doncellas como vuestras presencias demuestran. ...

En la línea 172
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Mas que, en tanto que esto no hubiese, tuvieron los pasados caballeros por cosa acertada que sus escuderos fuesen proveídos de dineros y de otras cosas necesarias, como eran hilas y ungüentos para curarse; y, cuando sucedía que los tales caballeros no tenían escuderos, que eran pocas y raras veces, ellos mesmos lo llevaban todo en unas alforjas muy sutiles, que casi no se parecían, a las ancas del caballo, como que era otra cosa de más importancia; porque, no siendo por ocasión semejante, esto de llevar alforjas no fue muy admitido entre los caballeros andantes; y por esto le daba por consejo, pues aún se lo podía mandar como a su ahijado, que tan presto lo había de ser, que no caminase de allí adelante sin dineros y sin las prevenciones referidas, y que vería cuán bien se hallaba con ellas cuando menos se pensase. ...

En la línea 183
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Al ruido acudió toda la gente de la venta, y entre ellos el ventero. ...

En la línea 36
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Conservé uno de ellos durante algún tiempo en el camarote y advertí que emite una ligera fosforescencia en la oscuridad. ...

En la línea 61
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Aprovecho estas observaciones para agregar algunas otras acerca del color de los mares, producido por causas orgánicas. En la costa de Chile, a pocas leguas al norte de la Concepción, el Beagle atravesó un día grandes zonas de agua fangosa muy parecida a la de un río aumentado de caudal por las lluvias; otra vez, a 50 millas de tierra y a un grado al sur de Valparaíso, tuvimos ocasión de ver el mismo colorido en un espacio aún más extenso. Este agua, puesta en un vaso, presentaba un matiz rojizo pálido; examinándola con el microscopio, veíase llena de animalillos, que iban en todas direcciones y a menudo hacían explosión. Presentan una forma oval; están estrangulados en su parte media por un anillo de pestañas vibrátiles curvas. Sin embargo, es muy difícil examinarlos bien, pues en cuanto cesan de moverse, hasta en el momento de cruzar por el campo visual del microscopio, hacen explosión. Algunas veces estallan al mismo tiempo ambas extremidades y otras una sola de ellas; de su cuerpo sale cierta cantidad de materia granulosa grosera y pardusca. Un momento antes de estallar el animal se hincha hasta hacerse doble de grueso que en el estado normal, y la explosión ocurre unos quince segundos después de haber cesado el movimiento rápido de propulsión hacia adelante; en algunos casos, un movimiento rotatorio alrededor del eje rotatorio precede algunos instantes a la explosión. Unos dos minutos después de haber sido aislados, por grande que sea su número, en una gota de agua, perecen todos de la manera que acabo de indicar. Estos animales se mueven con el extremo más estrecho hacia adelante; sus pestañas vibrátiles les comunican el movimiento, y suelen caminar con saltos rápidos. Son en extremo pequeños, y absolutamente invisibles a simple vista; en efecto, sólo ocupan una milésima de pulgada cuadrada. Existen en infinito número, pues la más pequeña gota de agua contiene una cantidad grandísima. En un solo día atravesamos dos puntos donde el agua tenía ese color, y uno de ellos ocupaba una superficie de varias millas cuadradas. ¡Cuál será, pues, el número de esos animale microscópicos! Vista el agua a alguna distancia, tiene un color rojo análogo al de la de un río que cruza por una comarca donde hay cretas rojizas; en el espacio donde se proyectaba la sombra del buque, el agua adquiría un matiz tan intenso como el chocolate; por último, podía distinguirse con claridad la línea donde se juntaban el agua roja y el agua azul. Desde algunos días antes el tiempo estaba muy tranquilo y el océano rebosaba, digámoslo así, de criaturas vivientes. ...

En la línea 63
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Los balleneros dan a esos crustáceos el nombre de alimento de las ballenas. No puedo decir si las ballenas se alimentan de ellos; pero los mórfex e inmensos rebaños de focas, en algunos puntos de la costa, se alimentan principalmente de estos crustáceos, que tienen la facultad de nadar. Los marinos atribuyen siempre a la freza el color del mar; pero yo no he podido observar este hecho sino una sola vez. A pocas leguas del archipiélago de los Galápagos nuestro barco atravesó tres zonas de agua fangosa amarilla oscura; estas zonas tenían varias millas de longitud y sólo unos cuantos metros de anchura; estaban separadas del agua próxima por una línea quebrada aun cuando distinta. En este caso el color provenía de bolitas gelatinosas como de un quinto de pulgada de diámetro que contenían numerosos óvulos en extremo pequeños; he visto dos especies distintas de bolas, una de ellas rojiza y de diferente forma que la otra. Me es imposible decir a qué animales pertenecen estas bolas5. El capitán Colnett advierte que el mar presenta muy a menudo este aspecto en el archipiélago de los Galápagos, y que la dirección de las zonas indica la de las corrientes; sin embargo, en los casos que acabo de describir, las zonas indicaban la dirección del viento. Otras veces he visto en el mar una capa oleosa muy tenue, por influjo de la cual adquiere el agua colores irisados. ...

En la línea 72
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Las colinas boscosas se reflejan en el agua serena de un lago inmenso; ese espectáculo admirable nos ayuda a soportar los ardores de la temperatura. En Mandetiba hay una venta (venda, en portugués); quiero demostrar mi agradecimiento por la excelente comida que allí me dieron (comida que constituye una excepción ¡ay! harto rara), describiendo esa venta como el tipo de todas las hospederías del país. Estas casas, a menudo muy grandes, están construidas todas ellas de la misma manera: se clavan postes en el suelo, se entretejen con ellos ramas de árboles y luego se cubre todo con una capa de yeso. Es raro encontrar pisos entarimados, pero nunca hay vidrieras en las ventanas; la techumbre suele hallarse en buen estado. La fachada, que se deja abierta, forma una especie de atrio donde se colocan bancos y mesas. Todos los dormitorios comunican unos con otros, y el viajero duerme como puede sobre una tarima de madera cubierta con un mal jergón. La venta está siempre en medio de un gran corral o patio donde se atan los caballos. Nuestro primer cuidado al llegar consiste en desbridar y desensillar nuestros caballos y darles el pienso. Hecho esto nos acercamos al posadero, y saludándole profundamente le pedimos que tenga la bondad de darnos algo de comer. ...

En la línea 49
del libro Blancanieves
del afamado autor Jacob y Wilhelm Grimm
... Y se quedó con ellos. ...

En la línea 119
del libro Blancanieves
del afamado autor Jacob y Wilhelm Grimm
... Uno de ellos permanecería siempre a su lado para cuidarla. ...

En la línea 59
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... La vida de provincias, ofreciendo al coquetismo un campo muy restringido, permite que estas diablesas entretengan su liviandad y desplieguen sus dotes de seducción en el terreno eclesiástico, toleradas por el clero, que a toda costa quiere atraer gente, venga de donde viniere, y congregarla y nutrir bien los batallones, aunque sea forzoso admitir en ellos para hacer bulto lo peor de cada casa. ...

En la línea 237
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... De Pas había soñado con más altos destinos, y aún no renunciaba a ellos. ...

En la línea 238
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Como recuerdos de un poema heroico leído en la juventud con entusiasmo, guardaba en la memoria brillantes cuadros que la ambición había pintado en su fantasía; en ellos se contemplaba oficiando de pontifical en Toledo y asistiendo en Roma a un cónclave de cardenales. ...

En la línea 313
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Los indianos de la Colonia que en América oyeron muy pocas misas, en Vetusta vuelven, como a una patria, a la piedad de sus mayores: la religión con las formas aprendidas en la infancia es para ellos una de las dulces promesas de aquella España que veían en sueños al otro lado del mar. ...

En la línea 10
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Luego volvieron a Francia, como si pasada aquella tempestad en el campo de naranjos no pudieran ya pensar más que en ellos dos. La viuda argentina mostrábase de repente sin interés alguno por las bellezas de la costa española y la historia novelesca del Papa Luna. ...

En la línea 19
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Halagaba su vanidad femenina la supeditación amorosa de Claudio. Este le había hecho desde el principio el homenaje de su voluntad. En los primeros meses nunca surgían entre ellos las disputas y celos que habían amargado sus relaciones con Urdaneta, el famoso general-doctor. Borja mostraba cierto misticismo en su adoración. La veía como una diosa, y a las divinidades se las obedece, sin discutir con ellas. ...

En la línea 24
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Su pasión le hacía olvidar una vez más aquella maternidad sólo renaciente en días de pesimismo amoroso. Se había preocupado de la educación' de sus dos hijos, afirmando que era un sacrificio tener que separarse de ellos; pero su porvenir lo exigía así. Al lado de su madre no adquirirían nunca una verdadera instrucción- El niño había sido enviado a Inglaterra para que hiciesen de él un cumplido gentleman desde su infancia; la niña entraba en un colegio aristocrático de París, dirigido por monjas. Y creyendo haber cumplido por el momento todos sus deberes maternales, pudo dedicarse en absoluto, libre de testigos molestos, a la vida común con el que llamaba su poeta. ...

En la línea 63
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Sufría viéndose ignorado por esta gente bien educada y amable. Todos le acogían con sonrisas y apretones de manos, desconociendo su verdadera personalidad. Era para ellos «el amigo de madame Pineda, joven español, simpático, distinguido… », y nada más. Algunas damas viejas empezaban a llamarle marqués, sin que pudiera saber quién había iniciado tal invención. ...

En la línea 55
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Respondió el ingeniero con un gesto de incredulidad. ¿Cómo podían las corrientes oceánicas arrastrar una mina flotante hasta Australia?… ¿Por qué raro capricho de la suerte iban ellos a chocar con un torpedo abandonado por un corsario en la inmensidad del Pacífico?… Oyó que le hablaban; pero esta vez era un pasajero con el que solo había cambiado algunos saludos durante el viaje. ...

En la línea 89
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Buscando en la penumbra, dio con un grupo de arbustos vigorosos cuyas ramas llegaban a la altura de su cabeza. Fijándose en ellos, pudo ver que tenían la forma de árboles altísimos, contrastando su aspecto con su relativa pequeñez. ...

En la línea 116
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Gillespie abrió y cerró su ojo repetidas veces, y al fin tuvo que convencerse de que estaba rodeado de un mundo extraordinariamente reducido en sus dimensiones. Los hombres eran de una estatura entre cuatro o cinco pulgadas. Personas, animales y vegetales, partiendo reducido tipo minúsculo, guardaban entre ellos las mismas proporciones que en el mundo de los hombres ordinarios. ...

En la línea 146
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - Antes éramos nosotros los que nos asombrábamos al recibir la visita de un Hombre-Montaña. Ahora son los Hombres-Montañas los que deben asombrarse al visitar nuestro país. Hemos hecho triunfar revoluciones que ellos seguramente no han intentado aun en su tierra. ...

En la línea 5
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Cuando el niño estudiaba los últimos años de su carrera, verificose en él uno de esos cambiazos críticos que tan comunes son en la edad juvenil. De travieso y alborotado volviose tan juiciosillo, que al mismo Zalamero daba quince y raya. Entrole la comezón de cumplir religiosamente sus deberes escolásticos y aun de instruirse por su cuenta con lecturas sin tasa y con ejercicios de controversia y palique declamatorio entre amiguitos. No sólo iba a clase puntualísimo y cargado de apuntes, sino que se ponía en la grada primera para mirar al profesor con cara de aprovechamiento, sin quitarle ojo, cual si fuera una novia, y aprobar con cabezadas la explicación, como diciendo: «yo también me sé eso y algo más». Al concluir la clase, era de los que le cortan el paso al catedrático para consultarle un punto oscuro del texto o que les resuelva una duda. Con estas dudas declaran los tales su furibunda aplicación. Fuera de la Universidad, la fiebre de la ciencia le traía muy desasosegado. Por aquellos días no era todavía costumbre que fuesen al Ateneo los sabios de pecho que están mamando la leche del conocimiento. Juanito se reunía con otros cachorros en la casa del chico de Tellería (Gustavito) y allí armaban grandes peloteras. Los temas más sutiles de Filosofía de la Historia y del Derecho, de Metafísica y de otras ciencias especulativas (pues aún no estaban de moda los estudios experimentales, ni el transformismo, ni Darwin, ni Haeckel eran para ellos, lo que para otros el trompo o la cometa. ¡Qué gran progreso en los entretenimientos de la niñez! ¡Cuando uno piensa que aquellos mismos nenes, si hubieran vivido en edades remotas, se habrían pasado el tiempo mamándose el dedo, o haciendo y diciendo toda suerte de boberías… ! ...

En la línea 7
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Concluyó Santa Cruz la carrera de Derecho, y de añadidura la de Filosofía y Letras. Sus papás eran muy ricos y no querían que el niño fuese comerciante, ni había para qué, pues ellos tampoco lo eran ya. Apenas terminados los estudios académicos, verificose en Juanito un nuevo cambiazo, una segunda crisis de crecimiento, de esas que marcan el misterioso paso o transición de edades en el desarrollo individual. Perdió bruscamente la afición a aquellas furiosas broncas oratorias por un más o un menos en cualquier punto de Filosofía o de Historia; empezó a creer ridículos los sofocones que se había tomado por probar que en las civilizaciones de Oriente el poder de las castas sacerdotales era un poquito más ilimitado que el de los reyes, contra la opinión de Gustavito Tellería, el cual sostenía, dando puñetazos sobre la mesa, que lo era un poquitín menos. Dio también en pensar que maldito lo que le importaba que la conciencia fuera la intimidad total del ser racional consigo mismo, o bien otra cosa semejante, como quería probar, hinchándose de convicción airada, Joaquinito Pez. No tardó, pues, en aflojar la cuerda a la manía de las lecturas, hasta llegar a no leer absolutamente nada. Barbarita creía de buena fe que su hijo no leía ya porque había agotado el pozo de la ciencia. ...

En la línea 9
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Barbarita estaba loca con su hijo; mas era tan discreta y delicada, que no se atrevía a elogiarle delante de sus amigas, sospechando que todas las demás señoras habían de tener celos de ella. Si esta pasión de madre daba a Barbarita inefables alegrías, también era causa de zozobras y cavilaciones. Temía que Dios la castigase por su orgullo; temía que el adorado hijo enfermara de la noche a la mañana y se muriera como tantos otros de menos mérito físico y moral. Porque no había que pensar que el mérito fuera una inmunidad. Al contrario, los más brutos, los más feos y los perversos son los que se hartan de vivir, y parece que la misma muerte no quiere nada con ellos. Del tormento que estas ideas daban a su alma se defendía Barbarita con su ardiente fe religiosa. Mientras oraba, una voz interior, susurro dulcísimo como chismes traídos por el Ángel de la Guarda, le decía que su hijo no moriría antes que ella. Los cuidados que al chico prodigaba eran esmeradísimos; pero no tenía aquella buena señora las tonterías dengosas de algunas madres, que hacen de su cariño una manía insoportable para los que la presencian, y corruptora para las criaturas que son objeto de él. No trataba a su hijo con mimo. Su ternura sabía ser inteligente y revestirse a veces de severidad dulce. ...

En la línea 28
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... No significaban tales rutinas terquedad y falta de luces. Por el contrario, la clara inteligencia del segundo Santa Cruz y su conocimiento de los negocios, sugeríanle la idea de que cada hombre pertenece a su época y a su esfera propias, y que dentro de ellas debe exclusivamente actuar. Demasiado comprendió que el comercio iba a sufrir profunda transformación, y que no era él el llamado a dirigirlo por los nuevos y más anchos caminos que se le abrían. Por eso, y porque ansiaba retirarse y descansar, traspasó su establecimiento a los Chicos que habían sido deudos y dependientes suyos durante veinte años. Ambos eran trabajadores y muy inteligentes. Alternaban en sus viajes al extranjero para buscar y traer las novedades, alma del tráfico de telas. La concurrencia crecía cada año, y era forzoso apelar al reclamo, recibir y expedir viajantes, mimar al público, contemporizar y abrir cuentas largas a los parroquianos, y singularmente a las parroquianas. Como los Chicos habían abarcado también el comercio de lanillas, merinos, telas ligeras para vestidos de señora, pañolería, confecciones y otros artículos de uso femenino, y además abrieron tienda al por menor y al vareo, tuvieron que pasar por el inconveniente de las morosidades e insolvencias que tanto quebrantan al comercio. Afortunadamente para ellos, la casa tenía un crédito inmenso. ...

En la línea 16
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Poco a poco, las lecturas y los sueños de Tom sobre la vida principesca le produjeron un efecto tan fuerte que empezó a hacer el príncipe, inconscientemente. Su discurso y sus modales se volvieron singularmente ceremoniosos y cortesanos, para gran admiración y diversión de sus íntimos. Pero la influencia de Tom entre aquellos muchachos empezó a crecer, ahora, de día en día, y con el tiempo vino a ser mirado por ellos con una especie de temor reverente, como a un ser superior. ¡Parecía saber tanto, y sabía hacer y decir tantas cosas maravillosas, y además era tan profundo y tan sabio! ...

En la línea 20
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Cierto día de enero, en su habitual recorrido de pordiosero, vagaba desalentado por el sitio que rodea Mincing Lane, y Little East Cheap, hora tras hora, descalzo y con frío, mirando los escaparates de los figones y anhelando las formidables empanadas de cerdo y otros inventos letales ahí exhibidos, porque, para él, todas aquellas eran golosinas dignas de ángeles, a juzgar por su olor, ya que nunca había tenido la buena suerte de comer alguna. Caía una fría llovizna, la atmósfera estaba sombría, era un día melancólico. Por la noche llegó Tom a su casa tan mojado, rendido y hambriento, que su padre y su abuela no pudieron observar su desamparo sin sentirse conmovidos –a su estilo–; de ahí que le dieran una bofetada de una vez y lo mandaran a la cama. Largo rato le mantuvieron despierto el dolor y el hambre, y las blasfemias y golpes que continuaban en el edificio; mas al fin sus pensamientos flotaron hacia lejanas tierras imaginarias, y se durmió en compañía de enjoyados y lustrosos príncipes que vivían en grandes palacios y tenían criados zalameros ante ellos o volando para ejecutar sus órdenes. Luego, como de costumbre, soñó que él mismo era príncipe. Durante toda la noche las glorias de su regio estado brillaron sobre él. Se movía entre grandes señores y damas, en una atmósfera de luz, aspirando perfumes, escuchando deliciosa música y respondiendo a las reverentes cortesías de la resplandeciente muchedumbre que se separaba para abrirle paso, aquí con una sonrisa y allá con un movimiento de su principesca cabeza. Y cuando despertó por la mañana y contempló la miseria que le rodeaba, su sueño surtió su efecto habitual: había intensificado mil veces la sordidez de su ambiente. Después vino la amargura, el dolor y las lágrimas. ...

En la línea 98
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Después de horas de constante acoso y persecución, el pequeño príncipe fue al fin abandonado por la chusma y quedó solo. Mientras había podido bramar contra el populacho, y amenazarlo regiamente, y proferir mandatos que eran materia de risa fue muy entretenido pero cuando la fatiga lo obligó finalmente al silencio, ya no les sirvió a sus atormentadores, que buscaron diversión en otra parte. Ahora miró a su alrededor, mas no pudo reconocer el lugar. Estaba en la ciudad de Londres: eso era todo lo que sabía. Se puso en marcha, a la ventura, y al poco rato las casas se estrecharon y los transeúntes fueron menos frecuentes. Bañó sus pies ensangrentados en el arroyo que corría entonces adonde hoy está la calle Farrington; descansó breves momentos, continuó su camino y pronto llegó a un gran espacio abierto con sólo unas cuantas casas dispersas y una iglesia maravillosa. Reconoció esta iglesia. Había andamios por doquier, y enjambres de obreros, porque estaba siendo sometida a elaboradas reparaciones. El príncipe se animó de inmediato, sintió que sus problemas tocaban a su fin. Se dijo: 'Es la antigua iglesia de los frailes franciscanos, que el rey mi padre quitó a los frailes y ha donado como asilo perpetuo de niños pobres y desamparados, rebautizada con el nombre de Iglesia de Cristo. De buen grado servirán al hijo de aquel que tan generoso ha sido para ellos, tanto más cuanto que ese hijo es tan pobre y tan abandonado como cualquiera que se ampare aquí hoy y siempre. ...

En la línea 142
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Mientras permanecía allí, paralizado de terror, por el palacio circulaban espantosas noticias. El susurro –porque era siempre susurro– voló de lacayo en lacayo, de caballera en dama, por los extensos corredores, de piso en piso, de salón en salón: '¡El príncipe se ha vuelto loco! ¡El príncipe se ha vuelto loco!' Muy pronto cada sala, cada vestíbulo de mármol vio grupos de engalanados caballeros y damas, y otros grupos de gente de menor alcurnia, pero también deslumbrante, –charlando a media voz, y todos con muestras de pesar. Pronto apareció por entre ellos un pomposo oficial, haciendo esta solemne proclamación: ...

En la línea 270
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Siempre que cruzaba con ellos alguna muchacha hermosa, o siquiera linda, su madre miraba a Augusto con el rabillo del ojo. ...

En la línea 493
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –¿De dónde?, ¿de casa de mis tíos? ¿Y si ellos no quieren? ...

En la línea 542
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... «¡Y qué hermosa es! Esta y aquella, una y otra. Y el otro acaso en vez de pretender y solicitar es pretendido y solicitado; tal vez no le corresponde como ella se merece… Pero ¡qué alegría es esta chiquilla!, ¡y con qué gracia saluda a aquel que va por allá! ¿De dónde habrá sacado esos ojos? ¡Son casi como los otros, como los de Eugenia! ¡Qué dulzura debe de ser olvidarse de la vida y de la muerte entre sus brazos!, ¡dejarse brezar en ellos como en olas de carne! ¡El otro … ! Pero el otro no es el novio de Eugenia, no es aquel a quien ella quiere; el otro soy yo. ¡Sí, yo soy el otro; yo soy otro!» ...

En la línea 582
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Cuando luego volvió Augusto a su casa tomó en brazos a Orféo y le dijo: «Vamos a ver, Orfeo mío, ¿en qué se diferencia estar uno enamorado de creer que lo está? ¿Es que estoy yo o no estoy enamorado de Eugenia?, ¿es que cuando la veo no me late el corazón en el pecho y se me enciende la sangre?, ¿es que yo no soy como los demás hombres? ¡Tengo que demostrarles, Orfeo, que soy tanto como ellos!» ...

En la línea 152
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Los barcos navegaron sin encontrar otra nave. La fama siniestra de que gozaba el Tigre se había esparcido por esos mares y muy pocos barcos se aventuraban por ellos. ...

En la línea 449
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Trescientos pasos más allá estaban los cazadores. Delante de ellos avanzaba el oficial de marina, apuntando con su fusil hacia un grupo de árboles. ...

En la línea 664
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Toman dos bambúes partidos por mitad; en la superficie convexa de uno de ellos se hace un corte, y luego con el otro bambú se frota la parte interior, primero lentamente y después con mayor rapidez. El polvillo que se desprende se inflama y cae sobre un poco de yesca de fibras que se tiene preparada. La operación es fácil y rápida. ...

En la línea 689
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —No, a ellos no. Mis brazos todavía son fuertes, pero ¿lo será también el corazón? ...

En la línea 18
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Nadie ignora el nombre del célebre armador inglés Cunard, el inteligente industrial que fundó, en 1840, un servicio postal entre Liverpool y Halifax, con tres barcos de madera, de ruedas, de cuatrocientos caballos de fuerza y con un arqueo de mil ciento sesenta y dos toneladas. Ocho años después, el material de la compañía se veía incrementado en cuatro barcos de seiscientos cincuenta caballos y mil ochocientas veinte toneladas, y dos años más tarde, en otros dos buques de mayor potencia y tonelaje. En 1853, la Compañía Cunard, cuya exclusiva del transporte del correo acababa de serle renovada, añadió sucesivamente a su flota el Arabia, el Persia, el China, el Scotia, el Java y el Rusia, todos ellos muy rápidos y los más grandes que, a excepción del Great Eastern, hubiesen surcado nunca los mares. Así, pues, en 1867, la compañía poseía doce barcos, ocho de ellos de ruedas y cuatro de hélice. ...

En la línea 18
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Nadie ignora el nombre del célebre armador inglés Cunard, el inteligente industrial que fundó, en 1840, un servicio postal entre Liverpool y Halifax, con tres barcos de madera, de ruedas, de cuatrocientos caballos de fuerza y con un arqueo de mil ciento sesenta y dos toneladas. Ocho años después, el material de la compañía se veía incrementado en cuatro barcos de seiscientos cincuenta caballos y mil ochocientas veinte toneladas, y dos años más tarde, en otros dos buques de mayor potencia y tonelaje. En 1853, la Compañía Cunard, cuya exclusiva del transporte del correo acababa de serle renovada, añadió sucesivamente a su flota el Arabia, el Persia, el China, el Scotia, el Java y el Rusia, todos ellos muy rápidos y los más grandes que, a excepción del Great Eastern, hubiesen surcado nunca los mares. Así, pues, en 1867, la compañía poseía doce barcos, ocho de ellos de ruedas y cuatro de hélice. ...

En la línea 143
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Se equivoca, señor profesor. Pase aún que el vulgo crea en cometas extraordinarios que atraviesan el espacio o en la existencia de monstruos antediluvianos que habitan el interior del globo, pero ni el astrónomo ni el geólogo admitirán tales quimeras. Lo mismo ocurre con el ballenero. He perseguido a muchos cetáceos, he arponeado un buen número de ellos, he matado a muchos, pero por potentes y bien armados que estuviesen, ni sus colas ni sus defensas hubieran podido abrir las planchas metálicas de un vapor. ...

En la línea 182
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... A lo largo de las Malvinas, el 30 de junio, la fragata entró en comunicación con unos balleneros norteamericanos, que nos informaron no haber visto al narval. Pero uno de ellos, el capitán del Monroe, conocedor de que Ned Land se hallaba a bordo del Abraham Lincoln, requirió su ayuda para cazar una ballena que tenían a la vista. Deseoso el comandante Farragut de ver en acción a Ned Land, le autorizó a subir a bordo del Monroe. Y el azar fue tan propicio a nuestro canadiense que en vez de una ballena arponeó a dos con un doble golpe, asestándoselo a una directamente en el corazón. Se apoderó de la otra después de una persecución de algunos minutos. Decididamente, si el monstruo llegaba a habérselas con el arpón de Ned Land, no apostaría yo un céntimo por el monstruo. ...

En la línea 113
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — Mira, muchacho - dijo -. No te he subido a mano para que molestes de esta manera a la gente. Si así fuese, merecería que me criticasen y no que me alabaran. Se encierra a la gente en los Pontones porque asesinan, porque roban, porque falsifican o porque cometen alguna mala acción. Y todos ellos empezaron haciendo preguntas. Ahora vete a la cama. ...

En la línea 114
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Nunca me dejaban llevar una vela para acostarme, y cuando subía las escaleras a oscuras, con la cabeza vacilante porque el dedal de la señora Joe repiqueteó en ella para acompañar sus últimas palabras, estaba convencido de que acabaría en los Pontones. Con seguridad seguía el camino apropiado para terminar en ellos. Empecé haciendo preguntas y ya me disponía a robar a la señora Joe. ...

En la línea 122
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Ya estaba cerca del río, mas a pesar de que fui muy aprisa, no podía calentarme los pies. A ellos parecía haberse agarrado la humedad, como se había agarrado el hierro a la pierna del hombre a cuyo encuentro iba. Conocía perfectamente el camino que conducía a la Batería, porque estuve allí un domingo con Joe, y éste, sentado en un cañón antiguo, me dijo que cuando yo fuese su aprendiz y estuviera a sus órdenes, iríamos allí a cazar alondras. Sin embargo, y a causa de la confusión originada por la niebla, me hallé de pronto demasiado a la derecha y, por consiguiente, tuve que retroceder a lo largo de la orilla del río, pasando por encima de las piedras sueltas que había sobre el fango y por las estacas que contenían la marea. Avanzando por allí, tan de prisa como me fue posible, acababa de cruzar una zanja que, según sabía, estaba muy cerca de la Batería, y precisamente cuando subía por el montículo inmediato a la zanja vi a mi hombre sentado. Estaba vuelto de espaldas, con los brazos doblados, y cabeceaba a. causa del sueño. ...

En la línea 129
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Él, mientras tanto, tragaba de un modo curioso la carne picada; más como quien quisiera guardar algo con mucha prisa y no como quien come, pero dejó la carne para tomar un trago de licor. Mientras tanto se estremecía con tal violencia que a duras penas podía conservar el cuello de la botella entre los dientes, de modo que se vio obligado a sujetarla con ellos. ...

En la línea 78
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Raskolnikof no estaba acostumbrado al trato con la gente y, como ya hemos dicho últimamente incluso huía de sus semejantes. Pero ahora se sintió de pronto atraído hacia ellos. En su ánimo acababa de producirse una especie de revolución. Experimentaba la necesidad de ver seres humanos. Estaba tan hastiado de las angustias y la sombría exaltación de aquel largo mes que acababa de vivir en la más completa soledad, que sentía la necesidad de tonificarse en otro mundo, cualquiera que fuese y aunque sólo fuera por unos instantes. Por eso estaba a gusto en aquella taberna, a pesar de la suciedad que en ella reinaba. El tabernero estaba en otra dependencia, pero hacía frecuentes apariciones en la sala. Cuando bajaba los escalones, eran sus botas, sus elegantes botas bien lustradas y con anchas vueltas rojas, lo que primero se veía. Llevaba una blusa y un chaleco de satén negro lleno de mugre, e iba sin corbata. Su rostro parecía tan cubierto de aceite como un candado. Un muchacho de catorce años estaba sentado detrás del mostrador; otro más joven aún servía a los clientes. Trozos de cohombro, panecillos negros y rodajas de pescado se exhibían en una vitrina que despedía un olor infecto. El calor era insoportable. La atmósfera estaba tan cargada de vapores de alcohol, que daba la impresión de poder embriagar a un hombre en cinco minutos. ...

En la línea 128
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Esta media botella que ve usted aquí está pagada con su dinero ‑continuó Marmeladof, dirigiéndose exclusivamente a Raskolnikof‑. Me ha dado treinta kopeks, los últimos, todo lo que tenía: lo he visto con mis propios ojos. Ella no me ha dicho nada; se ha limitado a mirarme en silencio… Ha sido una mirada que no pertenecía a la tierra, sino al cielo. Sólo allá arriba se puede sufrir así por los hombres y llorar por ellos sin condenarlos. Sí, sin condenarlos… Pero es todavía más amargo que no se nos condene. Treinta kopeks… ¿Acaso ella no los necesita? ¿No le parece a usted, mi querido señor, que ella ha de conservar una limpieza atrayente? Esta limpieza cuesta dinero; es una limpieza especial. ¿No le parece? Hacen falta cremas, enaguas almidonadas, elegantes zapatos que embellezcan el pie en el momento de saltar sobre un charco. ¿Comprende, comprende usted la importancia de esta limpieza? Pues bien; he aquí que yo, su propio padre, le he arrancado los treinta kopeks que tenía. Y me los bebo, ya me los he bebido. Dígame usted: ¿quién puede apiadarse de un hombre como yo? Dígame, señor: ¿tiene usted piedad de mí o no la tiene? Con franqueza, señor: ¿me compadece o no me compadece? ¡Ja, ja, ja! ...

En la línea 132
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑¿Compadecerme? ¿Por qué me han de compadecer? ‑bramó de pronto Marmeladof, levantándose, abriendo los brazos con un gesto de exaltación, como si sólo esperase este momento‑. ¿Por qué me han de compadecer?, me preguntas. Tienes razón: no merezco que nadie me compadezca; lo que merezco es que me crucifiquen. ¡Sí, la cruz, no la compasión… ! ¡Crucifícame, juez! ¡Hazlo y, al crucificarme, ten piedad del crucificado! Yo mismo me encaminaré al suplicio, pues tengo sed de dolor y de lágrimas, no de alegría. ¿Crees acaso, comerciante, que la media botella me ha proporcionado algún placer? Sólo dolor, dolor y lágrimas he buscado en el fondo de este frasco… Sí, dolor y lágrimas… Y los he encontrado, y los he saboreado. Pero nosotros no podemos recibir la piedad sino de Aquel que ha sido piadoso con todos los hombres; de Aquel que todo lo comprende, del único, de nuestro único Juez. Él vendrá el día del Juicio y preguntará: «¿Dónde está esa joven que se ha sacrificado por una madrastra tísica y cruel y por unos niños que no son sus hermanos? ¿Dónde está esa joven que ha tenido piedad de su padre y no ha vuelto la cara con horror ante ese bebedor despreciable?» Y dirá a Sonia: «Ven. Yo te perdoné… , te perdoné… , y ahora te redimo de todos tus pecados, porque tú has amado mucho.» Sí, Él perdonará a mi Sonia, Él la perdonará, yo sé que Él la perdonará. Lo he sentido en mi corazón hace unas horas, cuando estaba en su casa… Todos seremos juzgados por Él, los buenos y los malos. Y nosotros oiremos también su verbo. Él nos dirá: «Acercaos, acercaos también vosotros, los bebedores; acercaos, débiles y desvergonzadas criaturas.» Y todos avanzaremos sin temor y nos detendremos ante Él. Y Él dirá: «¡Sois unos cerdos, lleváis el sello de la bestia y como bestias sois, pero venid conmigo también!» Entonces, los inteligentes y los austeros se volverán hacia Él y exclamarán: «Señor, ¿por qué recibes a éstos?» Y Él responderá: «Los recibo, ¡oh sabios!, los recibo, ¡oh personas sensatas!, porque ninguno de ellos se ha considerado jamás digno de este favor.» Y Él nos tenderá sus divinos brazos y nosotros nos arrojaremos en ellos, deshechos en lágrimas… , y lo comprenderemos todo, entonces lo comprenderemos todo… , y entonces todos comprenderán… También comprenderá Catalina Ivanovna… ¡Señor, venga a nos el reino! ...

En la línea 132
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑¿Compadecerme? ¿Por qué me han de compadecer? ‑bramó de pronto Marmeladof, levantándose, abriendo los brazos con un gesto de exaltación, como si sólo esperase este momento‑. ¿Por qué me han de compadecer?, me preguntas. Tienes razón: no merezco que nadie me compadezca; lo que merezco es que me crucifiquen. ¡Sí, la cruz, no la compasión… ! ¡Crucifícame, juez! ¡Hazlo y, al crucificarme, ten piedad del crucificado! Yo mismo me encaminaré al suplicio, pues tengo sed de dolor y de lágrimas, no de alegría. ¿Crees acaso, comerciante, que la media botella me ha proporcionado algún placer? Sólo dolor, dolor y lágrimas he buscado en el fondo de este frasco… Sí, dolor y lágrimas… Y los he encontrado, y los he saboreado. Pero nosotros no podemos recibir la piedad sino de Aquel que ha sido piadoso con todos los hombres; de Aquel que todo lo comprende, del único, de nuestro único Juez. Él vendrá el día del Juicio y preguntará: «¿Dónde está esa joven que se ha sacrificado por una madrastra tísica y cruel y por unos niños que no son sus hermanos? ¿Dónde está esa joven que ha tenido piedad de su padre y no ha vuelto la cara con horror ante ese bebedor despreciable?» Y dirá a Sonia: «Ven. Yo te perdoné… , te perdoné… , y ahora te redimo de todos tus pecados, porque tú has amado mucho.» Sí, Él perdonará a mi Sonia, Él la perdonará, yo sé que Él la perdonará. Lo he sentido en mi corazón hace unas horas, cuando estaba en su casa… Todos seremos juzgados por Él, los buenos y los malos. Y nosotros oiremos también su verbo. Él nos dirá: «Acercaos, acercaos también vosotros, los bebedores; acercaos, débiles y desvergonzadas criaturas.» Y todos avanzaremos sin temor y nos detendremos ante Él. Y Él dirá: «¡Sois unos cerdos, lleváis el sello de la bestia y como bestias sois, pero venid conmigo también!» Entonces, los inteligentes y los austeros se volverán hacia Él y exclamarán: «Señor, ¿por qué recibes a éstos?» Y Él responderá: «Los recibo, ¡oh sabios!, los recibo, ¡oh personas sensatas!, porque ninguno de ellos se ha considerado jamás digno de este favor.» Y Él nos tenderá sus divinos brazos y nosotros nos arrojaremos en ellos, deshechos en lágrimas… , y lo comprenderemos todo, entonces lo comprenderemos todo… , y entonces todos comprenderán… También comprenderá Catalina Ivanovna… ¡Señor, venga a nos el reino! ...

En la línea 15
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Producía un efecto estupendo, aunque al general no le hacía ninguna gracia. Yo calculaba que con los cuatro mil francos que les había traído, y lo que ellos, por lo visto, habían pedido prestado, tendrían ahora siete u ocho mil francos. Muy poco, evidentemente, para la señorita Blanche. ...

En la línea 103
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Lo que es mezquino para Rothschild es opulento para mí, y en lo que se refiere al lucro y a la ganancia, no es solamente en la ruleta, sino en todas las cosas, donde los hombres procuran enriquecerse a costa del prójimo. Otra cosa es saber si el lucro y el provecho son viles en ellos mismos… Pero no se trata ahora de eso. ...

En la línea 210
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —La capacidad alemana de enriquecerse. Estoy aquí desde hace poco tiempo y, sin embargo, las observaciones que he tenido tiempo de hacer sublevan mi naturaleza tártara. ¡Vaya qué virtudes! Ayer recorrí unos diez kilómetros por las cercanías. Pues bien, es exactamente lo mismo que en los libros de moral, que en esos pequeños libros alemanes ilustrados; todas las casas tienen aquí su papá, su Vater, extraordinariamente virtuoso y honrado. De una honradez tal que uno no se atreve a dirigirse a ellos. Por la noche toda la familia lee obras instructivas. En torno de la casita se oye soplar el viento sobre los olmos y los castaños. El sol poniente dora el tejado donde se posa la cigüeña, espectáculo sumamente poético y conmovedor. Recuerdo que mi difunto padre nos leía por la noche, a mi madre y a mi, libros semejantes, también bajo los tilos de nuestro jardín… Puedo juzgar con conocimiento de causa. Pues bien, aquí cada familia se halla en la servidumbre, ciegamente sometida al Vater. Cuando el Vater ha reunido cierta suma, manifiesta la intención de transmitir a su hijo mayor su oficio o sus tierras. Con esa intención se le niega la dote a una hija que se condena al celibato. El hijo menor se ve obligado a buscar un empleo o a trabajar a destajo y sus ganancias van a engrosar el capital paterno. Sí, esto se practica aquí, estoy bien informado. Todo ello no tiene otro móvil que la honradez, una honradez llevada al último extremo, y el hijo menor se imagina que es por honradez por lo que se le explota. ¿No es esto un ideal, cuando la misma víctima se regocija de ser llevado al sacrificio? ¿Y después?, me preguntaréis. El hijo mayor no es más feliz. Tiene en alguna parte una Amalchen, la elegida de su corazón, pero no puede casarse con ella por hacerle falta una determinada suma de dinero. Ellos también esperan por no faltar a la virtud y van al sacrificio sonriendo. Las mejillas de Amalchen se ajan, la pobre muchacha se marchita. Finalmente, al cabo de veinte años, la fortuna se ha aumentado, los florines han sido honrada y virtuosamente adquiridos. Entonces el Vater bendice la unión de su hijo mayor de cuarenta años con Amalchen, joven muchacha de treinta y cinco años, con el pecho hundido y la nariz colorada… Con esta ocasión vierte lágrimas, predica la moral y exhala acaso el último suspiro. El hijo mayor se convierte a su vez en un virtuoso Vater y vuelta a empezar. Dentro de cincuenta o sesenta años el nieto del primer Vater realizará ya un gran capital y lo transmitirá a su hijo; éste al suyo y después de cinco o seis generaciones, aparece, en fin, el barón de Rothschild en persona, Hope y Compañía o sabe Dios quién… ¿No es ciertamente un espectáculo grandioso? He aquí el coronamiento de uno o dos siglos de trabajo, de perseverancia, de honradez, he aquí a dónde lleva la firmeza de carácter, la economía, la cigüeña sobre el tejado. ¿Qué más podéis pedir? Ya más alto que esto no hay nada, y esos ejemplos de virtud juzgan al mundo entero lanzando el anatema contra aquellos que no los siguen. Pues bien, prefiero más divertirme a la rusa o enriquecerme en la ruleta. No deseo ser Hope y Compañía… al cabo de cinco generaciones. ...

En la línea 264
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... He aquí por qué la forma tiene entre ellos tanta importancia. Un francés podrá soportar sin alterarse una grave ofensa moral, pero no tolerará en ningún caso un papirotazo en la nariz, pues esto constituye una infracción a los prejuicios tradicionales en materia de conveniencias sociales. Si los franceses gustan tanto a nuestras muchachas, es precisamente porque tienen unos modales tan señoriales. O más bien no. A mi juicio, la forma, la corrección, no desempeña aquí ningún papel, se trata simplemente del coq gaulois. Por otra parte, no puedo comprender esas cosas… porque no soy una mujer. Quizá los gallos tienen algo bueno… Pero, en resumen, estoy divagando y usted no me interrumpe. No tema interrumpirme cuando le hablo, pues quiero decirlo todo, todo, todo, y olvido los modales. Confieso, desde luego, que estoy desprovisto no sólo de forma sino también de méritos. Sepa que no me preocupan esas cosas. Estoy ahora como paralizado Usted sabe la causa. No tengo ni una idea dentro de la cabeza. Desde hace mucho tiempo ignoro lo que pasa, tanto aquí como en Rusia. He atravesado Dresde sin fijarme en esa ciudad. Usted ya adivina lo que me preocupaba. Como no tengo esperanza alguna y soy un cero a sus ojos, hablo francamente. Usted está, sin embargo, presente en mi espíritu. ...

En la línea 57
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Es costumbre que los obispos encabecen con sus nombres de bautismo sus escritos y cartas pastorales. Los pobres de la comarca habían elegido, con una especie de instinto afectuoso, de todos los nombres del obispo aquel que les ofrecía una significación adecuada; y entre ellos sólo le designaban como monseñor Bienvenido. Haremos lo que ellos y lo llamaremos del mismo modo cuando sea ocasión. Por lo demás, al obispo le agradaba esta designación. ...

En la línea 288
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... A fines de ese mismo cuarto año, le llegó su turno para la evasión. Sus camaradas lo ayudaron como suele hacerse en aquella triste mansión, y se evadió. Anduvo errante dos días en libertad por el campo, si es ser libre estar perseguido, volver la cabeza a cada instante y al menor ruido, tener miedo de todo, del sendero, de los árboles, del sueño. En la noche del segundo día fue apresado. No había comido ni dormido hacía treinta seis horas. El tribunal lo condenó por este delito a un recargo de tres años. Al sexto año le tocó también el turno para la evasión; por la noche la ronda le encontró oculto bajo la quilla de un buque en construcción; hizo resistencia a los guardias que lo cogieron: evasión y rebelión. Este hecho, previsto por el código especial, fue castigado con un recargo de cinco años, dos de ellos de doble cadena. Al décimo le llegó otra vez su turno, y lo aprovechó; pero no salió mejor librado. Tres años más por esta nueva tentativa. En fin, el año decimotercero, intentó de nuevo su evasión, y fue cogido a las cuatro horas. Tres años más por estas cuatro horas: total diecinueve años. En octubre de 1815 salió en libertad: había entrado al presidio en 1796 por haber roto un vidrio y haber tomado un pan. ...

En la línea 303
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Los hombres no lo habían tocado más que para maltratarle. Todo contacto con ellos había sido una herida. Nunca, desde su infancia, exceptuando a su madre y a su hermana, nunca había encontrado una voz amiga, una mirada benévola. Así, de padecimiento en padecimiento, llegó a la convicción de que la vida es una guerra, y que en esta guerra él era el vencido. Y no teniendo más arma que el odio, resolvió aguzarlo en el presidio, y llevarlo consigo a su salida. ...

En la línea 404
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Mientras tanto monseñor Bienvenido se había acercado a ellos. ...

En la línea 25
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... El furgón fue arrastrado a lo largo de dos días con sus noches a la cola de ruidosas locomotoras; y durante dos días y dos noches estuvo Buck sin comer ni beber. En su furia había respondido gruñendo a las primeras tentativas de aproximación de los empleados del tren, a lo que ellos habían correspondido azuzándole. Cuando Buck, temblando y echando espuma por la boca, se lanzaba contra las tablas, ellos se reían y se burlaban de él. Gruñían y ladraban como perros odiosos, maullaban y graznaban agitando los brazos. Aquello era muy ridículo, lo sabía, pero cuanto más ridículo, más afrentaba a su dignidad, y su furor aumentaba. El hambre no lo afligía tanto, pero la falta de agua era un verdadero sufrimiento que intensificaba su cólera hasta extremos febriles. Y en efecto, siendo como era nervioso por naturaleza y extremadamente sensible, el maltrato le había provocado fiebre, incrementada por la irritación de la garganta y la lengua reseca e hinchada. ...

En la línea 25
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... El furgón fue arrastrado a lo largo de dos días con sus noches a la cola de ruidosas locomotoras; y durante dos días y dos noches estuvo Buck sin comer ni beber. En su furia había respondido gruñendo a las primeras tentativas de aproximación de los empleados del tren, a lo que ellos habían correspondido azuzándole. Cuando Buck, temblando y echando espuma por la boca, se lanzaba contra las tablas, ellos se reían y se burlaban de él. Gruñían y ladraban como perros odiosos, maullaban y graznaban agitando los brazos. Aquello era muy ridículo, lo sabía, pero cuanto más ridículo, más afrentaba a su dignidad, y su furor aumentaba. El hambre no lo afligía tanto, pero la falta de agua era un verdadero sufrimiento que intensificaba su cólera hasta extremos febriles. Y en efecto, siendo como era nervioso por naturaleza y extremadamente sensible, el maltrato le había provocado fiebre, incrementada por la irritación de la garganta y la lengua reseca e hinchada. ...

En la línea 41
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Había perdido (lo sabía), pero no estaba vencido. Comprendió, de una vez para siempre, que contra un hombre con un garrote carecía de toda posibilidad. Había aprendido la lección y no la olvidaría en su vida. Aquel garrote fue una revelación. Fue su toma de contacto con el reino de la ley primitiva y aceptó sus términos. Las realidades de la vida adquirieron un aspecto más temible; y si bien las afrontó sin amedrentarse, lo hizo con toda la latente astucia de su naturaleza en funcionamiento. En el transcurso de los días llegaron otros perros, en cajones o sujetos con una soga, unos dócilmente y otros rugiendo con furia como había hecho él; y a todos ellos los vio someterse al dominio del hombre del jersey rojo. Una y otra vez, segun contemplaba aquellas brutales intervenciones, la lección se afianzaba en el corazón de Buck: un hombre con un garrote era el que dictaba la ley, un amo a quien se obedece, aunque no necesariamente se acepte. ...

En la línea 49
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... En las bodegas del Narwhal, Buck y Curly encontraron a otros dos perros. Uno de ellos era un ejemplar albo y grande procedente de Spitzber gen, de donde se lo había llevado el capitán de un ballenero, que más tarde había participado en una expedición geológica a las islas Barren. Era cordial aunque traicionero, ya que sonreía a la cara mientras discurría alguna trastada, como por ejemplo cuando le robó a Buck una parte de su primera comida. En el momento en que Buck saltaba para castigarlo, se le adelantó el látigo de François restallando en el aire con tal violencia sobre el culpable que Buck no tuvo más que recuperar el hueso. Fue un acto de equidad por parte de François, pensó Buck, y empezó a sentir aprecio por el mestizo. ...

En la línea 213
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... Pero sí le referí, por curioso, lo que el mismo doctor nos recuerda de Dickens. En una de sus novelas de éste, figura un vendedor de baratijas, que ejercía su comercio en la vía pública, junto a una casa grande y solemne. Nuestro hombre, al ver entrar en la casa y salir de ella constantemente, ciertos individuos, dedujo que ellos la habitaban, y, no deteniéndose en esto, les puso nombres, los acomodó en sus diversos departamentos y les atribuyó en su fecunda imaginación costumbres determinadas. ...

En la línea 9
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Si a algún crítico ocurriese calificar de realista esta mi novela, como fue calificada su hermana mayor Pascual López, pídole por caridad que no me afilie al realismo transpirenaico, sino al nuestro, único que me contenta y en el cual quiero vivir y morir, no por mis méritos, si por mi voluntad firme. Tanto es mi respeto y amor hacia nuestros modelos nacionales, que acaso por mejor imitarlos y empaparme en ellos, di a Pascual López el sabor arcaico, ensalzado hasta las nubes por la benevolencia de unos, por otros censurado; pero, en mi humilde parecer, no del todo fuera de lugar en una obra que intenta -en cuanto es posible en nuestros días, y en cuanto lo consiente mi escaso ingenio- recordar el sazonadísimo y nunca bien ponderado género picaresco. No tendría disculpa si emplease el mismo estilo en UN VIAJE DE NOVIOS, de índole más semejante a la de la moderna novela llamada de costumbres. ...

En la línea 16
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Al novio le rodeaban hasta media docena de amigos: y si el séquito de la novia era el eslabón que une a clase media y pueblo, el del novio tocaba en esa frontera, en España tan indeterminada como vasta, que enlaza a la mesocracia con la gente de alto copete. Cierta gravedad oficial, la tez marchita y como ahumada por los reverberos, no sé qué inexplicable matiz de satisfacción optimista, la edad tirando a madura, signos eran que denotaban hombres llegados a la meta de las humanas aspiraciones en los países decadentes: el ingreso en las oficinas del Estado. Uno de ellos llevaba la voz, y los demás le manifestaban singular deferencia en sus ademanes. Animaba aquel grupo una jovialidad retozona, contenida por el empaque burocrático: hervía también allí la curiosidad, menos ingenua y descarada, pero más aguda y epigramática que en el hormiguero de las amigas. Había discretos cuchicheos, familiaridades de café indicadas por un movimiento o un codazo, risas instantáneamente reprimidas, aires de inteligencia, puntas de puros arrojadas al suelo con marcialidad, brazos que se unían como en confidencia tácita. La mancha clara del sobretodo gris del novio se destacaba entre las negras levitas, y su estatura aventajada dominaba también las de los circunstantes. Medio siglo menos un lustro, victoriosamente combatido por un sastre, y mucho aliño y cuidado de tocador; las espaldas queriendo arquearse un tanto sin permiso de su dueño; un rostro de palidez trasnochadora, sobre el cual se recortaban, con la crudeza de rayas de tinta, las guías del engomado bigote; cabellos cuya raridad se advertía aún bajo el ala tersa del hongo de fieltro ceniza; marchita y abolsada y floja la piel de las ojeras; terroso el párpado y plúmbea la pupila, pero aún gallarda la apostura y esmeradamente conservados los imponentes restos de lo que antaño fue un buen mozo, esto se veía en el desposado. Quizás ayudaba el mismo primor del traje a patentizar la madurez de los años: el luengo sobretodo ceñía demasiado el talle, no muy esbelto ya; el fieltro, ladeado gentilmente, pedía a gritos las mejillas y sienes de un mancebo. Pero así y todo, entre aquella colección de vulgares figuras de provincia, tenía la del novio no sé qué tufillo cortesano, cierto desenfado de hombre hecho a la vida ancha y fácil de los grandes centros, y la soltura de quien no conoce escrúpulos, ni se para en barras cuando el propio interés está en juego. Hasta se distinguía del grupo de sus amigos, por la reserva de buen género con que acogía las insinuaciones y bromas sotto voce, tan adecuadas al carácter mesocrático de la boda. ...

En la línea 63
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Ni eran estas las únicas flaquezas y manías del señor Joaquín. Otras tuvo, que descubriremos sin miramientos de ninguna especie. Fue quizá la mayor y más duradera su desmedida afición al café, afición contraída en el negocio de ultramarinos, en las tristes mañanas de invierno, cuando la escarcha empaña el vidrio del escaparate, cuando los pies se hielan en la atmósfera gris de la solitaria lonja, y el lecho recién abandonado y caliente aun por ventura, reclama con dulces voces a su mal despierto ocupante. Entonces, semiaturdido, solicitando al sueño por las exigencias de su naturaleza hercúlea y de su espesa sangre, cogía el señor Joaquín la maquinilla, cebaba con alcohol el depósito, prendía fuego, y presto salía del pico de hojalata negro y humeante río de café, cuyas ondas a la vez calentaban, despejaban la cabeza y con la leve fiebre y el grato amargor, dejaban apto al coloso para velar y trabajar, sacar sus cuentas y pesar y vender sus artículos. Ya en León, y árbitro de dormir a pierna suelta, no abandonó el señor Joaquín el adquirido vicio, antes lo reforzó con otros nuevos: acostumbrose a beber la obscura infusión en el café más cercano a su domicilio, y a acompañarla con una copa de Kummel y con la lectura de un diario político, siempre el mismo, invariable. En cierta ocasión ocurrió al Gobierno suspender el periódico una veintena de días, y faltó poco para que el señor Joaquín renunciase, de puro desesperado, al café. Porque siendo el señor Joaquín español, ocioso me parece advertir que tenía sus opiniones políticas como el más pintado, y que el celo del bien público le comía, ni más ni menos que nos devora a todos. Era el señor Joaquín inofensivo ejemplar de la extinguida especie progresista: a querer clasificarlo científicamente, le llamaríamos la variedad progresista de impresión. La aventura única en su vida de hombre de partido, fue que cierto día, un personaje político célebre, exaltado entonces y que con armas y bagajes se pasó a los conservadores después, entrase en su tienda a pedirle el voto para diputado a Cortes. Desde aquel supremo momento quedó mi señor Joaquín rotulado, definido y con marca; era progresista de los del señor don Fulano. En vano corrieron años y sobrevinieron acontecimientos, y emigraron las golondrinas políticas en busca siempre de más templadas zonas; en vano mal intencionados decían al señor Joaquín que su jefe y natural señor el personaje era ya tan progresista como su abuela; que hasta no quedaban sobre la haz de la tierra progresistas, que éstos eran tan fósiles como el megaterio y el plesiosauro; en vano le enseñaban los mil remiendos zurcidos sobre el manto de púrpura de la voluntad nacional por las mismas pecadoras manos de su ídolo; el señor Joaquín, ni por esas, erre que erre y más firme que un poste en la adhesión que al don Fulano profesaba. Semejante a aquellos amadores que fijan en la mente la imagen de sus amadas tal cual se les apareció en una hora culminante y memorable para ellos, y, a despecho de las injurias del tiempo irreverente, ya nunca las ven de otro modo, al señor Joaquín no le cupo jamás en la mollera que su caro prohombre fuese distinto de como era en aquel instante, cuando encendido el rostro y con elocuencia fogosa y tribunicia se dignó apoyarse en el mostrador de la lonja, entre un pilón de azúcar y las balanzas, demandando el sufragio. Suscrito desde entonces al periódico del consabido prohombre, compró también una mala litografía que lo representaba en actitud de arengar, y añadido el marco dorado imprescindible, la colgó en su dormitorio entre un daguerrotipo de la difunta y una estampa de la bienaventurada virgen Santa Lucía, que enseñaba en un plato dos ojos como huevos escalfados. Acostumbrose el señor Joaquín a juzgar de los sucesos políticos conforme a la pautilla de su prohombre, a quien él llamaba, con toda confianza, por su nombre de pila. Que arreciaba lo de Cuba: ¡bah! dice don Fulano que es asunto de dos meses la pacificación completa. Que discurrían partidas por las provincias vascas: ¡no asustarse!; afirma don Fulano que el partido absolutista está muerto, y los muertos no resucitan. Que hay profunda escisión en la mayoría liberal; que unos aclaman a X y otros a Z… Bueno, bueno; don Fulano lo arreglará, se pinta él solo para eso. Que hambre… ¡sí, que se mama el dedo don Fulano!, ahora mismito van a abrirse los veneros de la riqueza pública… Que impuestos… ¡don Fulano habló de economías! Que socialismo… ¡paparruchas! ¡Atrévanse con don Fulano, y ya les dirá él cuántas son cinco! Y así, sin más dudas ni recelos, atravesó el señor Joaquín la borrasca revolucionaria y entró en la restauración, muy satisfecho porque don Fulano sobrenadaba, y se apreciaban sus méritos, y tenía la sartén por el mango hoy como ayer. ...

En la línea 65
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Llamábase el visitante D. Aurelio Miranda, y desempeñaba en León uno de esos destinos que en España abundan, no por honoríficos peor retribuídos, y que sin imponer grandes molestias ni vigilias, abren las puertas de la buena sociedad, prestando cierta importancia oficial: género de prebendas laicas, donde se dan unidas las dos cosas que asegura el refrán no caber en un saco. Era Miranda de origen y familia burocrática, en la cual se transmitían y como vinculaban los elevados puestos administrativos, merced a especial maña y don de gentes perpetuado de padres a hijos, a no sé qué felina destreza en caer siempre de pie y a cierta delicada sobriedad en esto de pensar y opinar. Logró la estirpe de los Mirandas teñirse de matices apagados y distinguidos, sobre cuyo fondo, así podía colocarse insignia blanca, como roja divisa; de suerte, que ni hubo situación que no les respetase, ni radicalismo que con ellos no transigiera, ni mar revuelto o bonancible en que con igual fortuna no pescaran. El mozo Aurelio casi nació a la sombra protectora de los muros de la oficina: antes que bigote y barba tuvo colocación, conseguida por la influencia paterna, reforzada por la de los demás Mirandas. Al principio fue una plaza de menor cuantía, que cubriese los gastos de tocador y otras menudencias del chico, derrochador de suyo; en seguida vinieron más pingües brevas, y Aurelio siguió la ruta trillada ya por sus antecesores. Con todo esto, veíase que algo degeneraba en él la raza: amigo de goces, de ostentación y vanidades, faltabale a Aurelio el tino exquisito de no salir de mediano por ningún respecto, y carecía de la formalidad exterior, del compasado porte que a los Mirandas pasados acreditaba de hombres de seso y experiencia y madurez política. Comprendiendo sus defectos, trató Aurelio de beneficiarlos diestramente, y más de una blanca y pulcra mano emborronó por él perfumadas esquelas con eficaces recomendaciones para personajes de muy variada ralea y clase. Asimismo se declaró gran amigote y compinche de algunos prohombres políticos, entre ellos el don Fulano que ya conocemos. No habló jamás con ellos diez palabras seguidas que a política se refiriesen: contábales las noticias del día, el escándalo fresco, el último dicharacho y la más reciente caricatura; y de tal suerte, sin comprometerse con ninguno se vio favorecido y servido de todos. Agarrose, como nadador inexperto, a los hombros de tan prácticos buzos, y acá me sumerjo, y acullá me pongo a flote, fue sorteando los furiosos vendavales que azotaron a España, y continuando la tradición venerable de los Mirandas. Pero también la influencia se gasta y agota, y llegó un período en que, mermada la de Aurelio, no alcanzó a mantenerle en el único punto para él grato, en Madrid, y hubo de irse a vegetar a León, entre el Gobierno civil y la Catedral, edificios que ni uno ni otro le divertían. Lo que singularmente amargaba a Aurelio, era comprender que su decadencia administrativa nacía de otro decaimiento irreparable, a saber, el de su persona. Cumplida la cuarentena de años, faltábanle ya los billetitos de recomendación o por lo menos no eran tan calurosos: en los despachos de las notabilidades iba siendo su persona como un mueble más, y hasta él mismo sentía apagarse su facundia. La madurez se revelaba en él por un salto atrás; íbasele metiendo en el cuerpo la seriedad de los Mirandas; y de amable calavera, pasaba a hombre de peso. No del todo extrañas a tal metamorfosis debían ser algunas dolencias pertinaces, protesta del hígado contra el malsano régimen, mitad sedentario y mitad febril, tanto tiempo observado por Aurelio. Así es que, aprovechando la estancia en León, y los conocimientos y acierto singular de Vélez de Rada, dedicose a reparar las brechas de su desmantelado organismo; y la vida metódica y la formalidad creciente de sus maneras y aspecto, que en la corte la perjudicaban revelando que empezaba a ser trasto arrumbado y sin uso, sirviéronle en el timorato pueblo leonés de pasaporte, ganándole simpatías y fama de persona respetable y de responsabilidad y crédito. ...

En la línea 66
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Como es fácil presumirlo, este suceso estaba a la orden del día en Londres y en toda Inglaterra. Se discutía y se tomaba parte en pro y en contra de las probabilidades de éxito en la policía metropolitana. Nadie extrañará, pues, que los miembros del Reform Club tratasen la misma cuestión, con tanto más motivo cuanto que se hallaba entre ellos uno de los subgobernadores del banco. ...

En la línea 207
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Aquel hombre se llamaba Fix, y era uno de aquellos detectives ingleses que habían sido enviados a diferentes puertos después del robo perpetrado en el Banco de Inglaterra. Debía este Fix vigilar con el mayor cuidado a todos los viajeros que tomasen el camino de Suez, y, si uno de ellos parecía sospechoso, seguirlo, aguardando un mandato de prisión. ...

En la línea 236
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... En aquel momento se le acercó uno de ellos- después de haber repelido vigorosamente a los 'fellahs' que lo asediaban con sus ofertas de servicio- y le preguntó con mucha cortesía si podía indicarle el despacho del agente consular inglés. Y al mismo tiempo, este pasajero presentaba un pasaporte, sobre el cual deseaba que constase el visado británico. ...

En la línea 546
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... En primera línea avanzaban unos sacerdotes cubiertos de mitras y vestidos con largo y abigarrado traje. Estaban rodeados de hombres, mujeres y niños, que cantaban una especie de salmodia fúnebre, interrumpida a intervalos iguales por golpes de tamtam y de timbales. Detrás de ellos, sobre un carro de ruedas anchas, cuyos radios figuraban con las llantas un ensortijamiento de serpientes, apareció una estatua horrorosa, tirada por dos pares de zebús ricamente enjaezados. Esta estatua tenía cuatro brazos, el cuerpo teñido de rojo sombrío, los ojos extraviados, el pelo enredado, la lengua colgante y los labios teñidos. En su cuello se arrollaba un collar de cabezas de muerto, y sobre su cadera, había una cintura de manos cortadas. Estaba de pie sobre un gigante derribado que carecía de cabeza. ...


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Reglas relacionadas con los errores de s;z

Las Reglas Ortográficas de la S

Se escribe s al final de las palabras llanas.
Ejemplos: telas, andamos, penas
Excepciones: alférez, cáliz, lápiz

Se escriben con s los vocablos compuestos y derivados de otros que también se escriben con esta letra.
Ejemplos: pesar / pesado, sensible / insensibilidad

Se escribe con s las terminaciones -esa, -isa que signifiquen dignidades u oficios de mujeres.
Ejemplos: princesa, poetisa

Se escriben con s los adjetivos que terminan en -aso, -eso, -oso, -uso.
Ejemplos: escaso, travieso, perezoso, difuso

Se escribe con s las terminaciones -ísimo, -ísima.
Ejemplos: altísimo, grandísima

Se escribe con s la terminación -sión cuando corresponde a una palabra que lleva esa letra, o cuando otra palabra derivada lleva -sor, -sivo, -sible,-eso.
Ejemplos: compresor, compresión, expreso, expresivo, expresión.

Se escribe s en la terminación de algunos adjetivos gentilicios singulares.
Ejemplos: inglés, portugués, francés, danés, irlandés.

Se escriben s con las sílabas iniciales des-, dis-.
Ejemplos: desinterés, discriminación.

Se escribe s en las terminaciones -esto, -esta.
Ejemplos: detesto, orquesta.

Las Reglas Ortográficas de la Z

Se escribe z y no c delante de a, o y u.

Se escriben con z las terminaciones -azo, -aza.

Ejemplos: pedazo, terraza

Se escriben con z los sustantivos derivados que terminan en las voces: -anza, -eza, -ez.

Ejemplos: esperanza, grandeza, honradez

La X y la S


Te vas a reir con las pifia que hemos hemos encontrado cambiando las letras s;z


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