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La palabra quinientos
Cómo se escribe

la palabra quinientos

La palabra Quinientos ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
El cuervo de Leopoldo Alias Clarín
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Sandokán: Los tigres de Mompracem de Emilio Salgàri
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
La llamada de la selva de Jack London
Julio Verne de La vuelta al mundo en 80 días
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece quinientos.

Estadisticas de la palabra quinientos

Quinientos es una de las 25000 palabras más comunes del castellano según la RAE, en el puesto 7745 según la RAE.

Quinientos aparece de media 10.75 veces en cada libro en castellano.

Esta es una clasificación de la RAE que se basa en la frecuencia de aparición de la quinientos en las obras de referencia de la RAE contandose 1634 apariciones .

Errores Ortográficos típicos con la palabra Quinientos

Cómo se escribe quinientos o kinientos?
Cómo se escribe quinientos o quinientoz?

Más información sobre la palabra Quinientos en internet

Quinientos en la RAE.
Quinientos en Word Reference.
Quinientos en la wikipedia.
Sinonimos de Quinientos.


la Ortografía es divertida


El Español es una gran familia

Algunas Frases de libros en las que aparece quinientos

La palabra quinientos puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 45
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... La barraca, que había aparecido en una edición española de setecientos ejemplares (vendiéndose únicamente quinientos, la mayor parte de ellos en Valencia), y no mereció, al publicarse, otro saludo que unas cuantas palabras de los críticos de entonces, pasó de golpe a ser novela célebre. ...

En la línea 52
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y de La barraca, al publicarse en volumen, se vendieron quinientos ejemplares, y mi difunto amigo Sempere y yo nos repartimos setenta y ocho pesetas, ganancia líquida de la obra, llegando a obtener tal cantidad gracias a que entonces los gastos de impresión eran mucho más baratos que en los tiempos presentes. ...

En la línea 353
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Hoy estalló el gas de una mina y ahogó a quinientos trabajadores que dejan quinientos mil huérfanos, ¿y qué? Usted, a paseo. ...

En la línea 3368
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -¡Unol -dijo Athos al cabo de quinientos pasos. ...

En la línea 3457
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... D'Artagnan yPlanchet siguieron al gentilhombre a quinientos pa sos de distancia. ...

En la línea 5499
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... No quiero decir su nombre, porque no sé lo que es comprometer a una mujer; pero lo que sí sé es que yo no he tenido más que escribirle para que m e enviase mil quinientos. ...

En la línea 6760
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... ¡Pue bien, sí, empeñemos ese anillo, pero con una condición!-¿Cuál?-Que sean quinientos escudos para vos y quinientos escudos para mí. ...

En la línea 3478
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Tenía yo en La Coruña un repuesto de quinientos Testamentos, con los que me proponía abastecer las principales ciudades gallegas. ...

En la línea 5882
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... No referiré con detalles los eventos de la siguiente semana; baste decir que, distribuídas mis fuerzas del modo más conveniente, logré, con la ayuda de Dios, vender de quinientos a seiscientos Testamentos en los pueblos enclavados dentro de un radio de siete leguas en torno de Abades. ...

En la línea 6483
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... ¡Qué prodigiosa obra de la industria humana es el barco de vapor! Sin embargo, ¿cómo llamarla prodigiosa si se toma en consideración su historia? Han pasado más de quinientos años desde que surgió por vez primera la idea de construirlo, y sólo a fines del siglo pasado se logró por completo el intento, surcando las aguas de un río escocés el primer vapor digno de tal nombre. ...

En la línea 6986
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Respecto al tamaño, comparado con la gigantesca maga sevillana, el Djmah tangerino parecería lo que un arbolillo nuevo al lado de un cedro del Líbano, cuyo tronco ha resistido las tormentas de quinientos años. ...

En la línea 3039
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... »Dimos luego quinientos escudos al renegado para comprar la barca; con ochocientos me rescaté yo, dando el dinero a un mercader valenciano que a la sazón se hallaba en Argel, el cual me rescató del rey, tomándome sobre su palabra, dándola de que con el primer bajel que viniese de Valencia pagaría mi rescate; porque si luego diera el dinero, fuera dar sospechas al rey que había muchos días que mi rescate estaba en Argel, y que el mercader, por sus granjerías, lo había callado. ...

En la línea 3066
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Yo le respondí que ya estaba rescatado, y que en el precio podía echar de ver en lo que mi amo me estimaba, pues había dado por mí mil y quinientos zoltanís. ...

En la línea 5041
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Pues siendo esto así, y que realmente murió este caballero, ¿cómo ahora se queja y sospira de cuando en cuando, como si estuviese vivo?'' Esto dicho, el mísero Durandarte, dando una gran voz, dijo: ''¡Oh, mi primo Montesinos! Lo postrero que os rogaba, que cuando yo fuere muerto, y mi ánima arrancada, que llevéis mi corazón adonde Belerma estaba, sacándomele del pecho, ya con puñal, ya con daga.'' Oyendo lo cual el venerable Montesinos, se puso de rodillas ante el lastimado caballero, y, con lágrimas en los ojos, le dijo: ''Ya, señor Durandarte, carísimo primo mío, ya hice lo que me mandastes en el aciago día de nuestra pérdida: yo os saqué el corazón lo mejor que pude, sin que os dejase una mínima parte en el pecho; yo le limpié con un pañizuelo de puntas; yo partí con él de carrera para Francia, habiéndoos primero puesto en el seno de la tierra, con tantas lágrimas, que fueron bastantes a lavarme las manos y limpiarme con ellas la sangre que tenían, de haberos andado en las entrañas; y, por más señas, primo de mi alma, en el primero lugar que topé, saliendo de Roncesvalles, eché un poco de sal en vuestro corazón, porque no oliese mal, y fuese, si no fresco, a lo menos amojamado, a la presencia de la señora Belerma; la cual, con vos, y conmigo, y con Guadiana, vuestro escudero, y con la dueña Ruidera y sus siete hijas y dos sobrinas, y con otros muchos de vuestros conocidos y amigos, nos tiene aquí encantados el sabio Merlín ha muchos años; y, aunque pasan de quinientos, no se ha muerto ninguno de nosotros: solamente faltan Ruidera y sus hijas y sobrinas, las cuales llorando, por compasión que debió de tener Merlín dellas, las convirtió en otras tantas lagunas, que ahora, en el mundo de los vivos y en la provincia de la Mancha, las llaman las lagunas de Ruidera; las siete son de los reyes de España, y las dos sobrinas, de los caballeros de una orden santísima, que llaman de San Juan. ...

En la línea 5922
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y, apartando a Sancho entre unos árboles del jardín y asiéndole ambas las manos, le dijo: -Ya vees, Sancho hermano, el largo viaje que nos espera, y que sabe Dios cuándo volveremos dél, ni la comodidad y espacio que nos darán los negocios; así, querría que ahora te retirases en tu aposento, como que vas a buscar alguna cosa necesaria para el camino, y, en un daca las pajas, te dieses, a buena cuenta de los tres mil y trecientos azotes a que estás obligado, siquiera quinientos, que dados te los tendrás, que el comenzar las cosas es tenerlas medio acabadas. ...

En la línea 586
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Hasta el populacho sentía estos entusiasmos idealistas. Desenterraban los excavadores con sus picos un sarcófago de la antigua Roma, y dentro de él, una joven desnuda, blanca como el marfil, con la rubia cabellera semejante a los rayos del sol, conservada durante mil quinientos años por un liquido misterioso que llenaba su tumba. ...

En la línea 804
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Para ordenar la hacienda de la Iglesia dio ejemplos de economía, dedicando a los gastos de su casa, todos los meses, setecientos ducados nada más (unos tres mil quinientos francos). Su mesa era de tal simplicidad, que los cardenales, acostumbrados a suntuosos banquetes, consideraban una desgracia recibir convites del Pontífice, especialmente su amigo Ascanio Sforza. El cardenal Juan de Borja, sobrino del Papa, y su mismo hijo César procuraban también evitar estas comidas de un solo plato. ...

En la línea 954
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El 3 de septiembre pasaba el rey de Francia la frontera de Saboya. Iban con él quince mil hombres de armas y escuderos, ocho mil arcabuceros gascones, seis mil alabarderos suizos, mil quinientos arqueros franceses y ciento cincuenta cañones enormes. Esta aglomeración de hombres armados, la más grande en realidad que se había visto en aquella época, no llevaba tiendas de campaña, ni víveres ni dinero. Las tropas vivían sobre las tierras, conquistadas. Además, este ejército de franceses iba hacia la rica Italia en el mismo estado de ánimo que las andrajosas y famélicas bridas de la República, tres siglos después, cuando el principiante Bonaparte les mostraba desde lo alto de los Alpes la tierra de promisión. ...

En la línea 1892
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... —A Lucrecia ya le hicieron justicia. El protestante Gregorovius y otros historiadores han probado que esta dama, muerta a los treinta y nueve años, de mal parto, no fue nunca la mujer sensual ni la envenenadora Inventada por los enemigos de su familia, y que ciertos poetas de nuestra época ennegrecieron aún más, caprichosamente. Siendo princesa de Ferrara, ella, que en su juventud había figurado como la mujer más elegante de Europa, renunció a las vanidades mundanas se despojó de joyas y ornamentos, entregándose a la vida piadosa, fundando monasterios y hospitales sin abandonar por ello el cuidado de sus hijos ni los deberes representativos de una princesa reinante. Su muerte, ocurrida en mil quinientos decinueve, fue la de una buena madre, mostrándose serena, piadosa y cristiana hasta el último momento. Todavía en la antevíspera escribió doña Lucrecia de su propio puño al Pontífice León Décimo, con el que estaba en correspondencia frecuente. Por sus cartas sabemos que hacia diez años que llevaba bajo sus vestiduras majestuosas un áspero cilicio y dos años que se confesaba todos los días, comulgando semanalmente. ...

En la línea 813
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - ¡No, gentleman! -gritaba-. ¡Tenga cuidado! En este momento recuerdo que uno de nuestros viejos cronistas relata como una fiera de esta clase mató, hace quinientos años, al emperador Deffar Plune, valeroso cazador. ...

En la línea 1159
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... «Eulalia Muñoz, un décimo: veinticinco mil reales. Benignita, medio décimo: doce mil quinientos reales. Federico Ruiz, dos duros: cinco mil reales. Ahora viene toda la morralla. Deogracias, Rafaela y Blas han jugado diez reales cada uno. Les tocan mil doscientos cincuenta». ...

En la línea 1194
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... «Ya puedes vivir tranquila—le dijo la Pacheco—. El Pituso es tuyo. He cerrado el trato esta tarde. No puedes figurarte lo que bregué con aquel Iscariote. Perdí la cuenta de las hostias que me echó el muy blasfemo. Allá me sacó del cofre la partida de bautismo, un papelejo que apestaba. Este documento no prueba nada. El chico será o no será… ¡quién lo sabe! Pero pues tienes este capricho de ricacha mimosa, allá con Dios… Todo esto me parece irregular. Lo primero debió ser hablar del caso a tu marido. Pero tú buscas la sorpresita y el efecto teatral. Allá lo veremos… Ya sabes, hija, el trato es trato. Me ha costado Dios y ayuda hacer entrar en razón al Sr. Izquierdo. Por fin se contenta con seis mil quinientos reales. Lo que sobra de los diez mil reales es para mí, que bien me lo he sabido ganar… Con que mañana, yo iré después de medio día; ve tú también con los santos cuartos. ...

En la línea 4013
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —Una de ellas—dijo Severiana—, es Pepa la Lagarta… mujer de historia, ¿sabe?… la que dicen mató a su marido con una aguja de coser serones… muy amigota de Mauricia, a quien debe quinientos reales… Y no se los puede sacar… ¿Pero creen ustedes que no tiene dinero? Ya quisiera yo… Gasta como una marquesa, y el mes pasado costeó, en San Cayetano, una novena a la Virgen de las Angustias, que era lo que había que ver… ...

En la línea 4631
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... «¿Ustedes gustan?… Pues decía que en las cajas que están ahora en la Aduana de Irún, vienen unos trajecitos de niño, de punto, que han de hacer sensación. El modelo llegó ayer en gran velocidad, y también vino un fichú del cual estamos haciendo imitaciones de clase inferior, con puntilla ordinaria. Verán, verán ustedes… Pues el faldón de bautizo, por ejemplo, que estamos arreglando con encaje valenciennes, no se podrá poner menos de quinientos francos. (Aurora tenía la costumbre de contar siempre por francos). Es verdaderamente encantador. Lo traeré aquí cuando esté acabado para que lo vean ustedes». ...

En la línea 406
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... '¡Ah! pensó–. ¡Qué grande y qué extraño parece! ¡Soy rey!' Nuestros dos amigos se abrieron lentamente camino por entre la muchedumbre que llenaba el puente. Esta construcción, que tenía más de seiscientos años de vida sin haber dejado de ser un lugar bullicioso y muy poblado, era curiosísima, por que una hilera completa de tiendas y almacenes, con habitaciones para familias encima, se extendía a ambos lados y de, una a otra orilla del río. El puente era en sí mismo una especie de ciudad, que tenía sus posadas, cervecerías, panaderías, mercados, industrias manufactureras y hasta su iglesia. Miraba a los dos vecinos que ponía en comunicación –Londres y Southwark–, considerándolos buenos como suburbios, pero por lo demás sin particular importancia. Era una comunidad cerrada, por decirlo así, una ciudad estrecha con una sola calle de un quinto de milla de largo, y su población no era sino la población de una aldea. Todo el mundo en ella conocía íntimamente a sus vecinos, como había tenido antes conocimiento de sus padres y de sus madres, y conocía además todos sus pequeños asuntos familiares. Contaba con una aristocracia, por supuesto, con sus distinguidas y viejas famillas de carniceros, de panaderos y otros por el estilo, que venían ocupando las mismas tiendas desde hacía quinientos o seiscientos años, y sabían la gran historia del puente desde el principio al fin, con todas sus misteriosas leyendas. Eran familias que hablaban siempre en lenguaje del puente, tenían ideas propias del puente, mentían a boca llena y sin titubear, de una manera emanada de su vida en el puente. Era aquella una clase de población que había de ser por fuerza mezquina, ignorante y engreída. Los niños nacían en el puente, eran educados en él, en él llegaban a viejos y, finalmente, en él morían sin haber puesto los pies en otra parte del mundo que no fuera el Puente de Londres. Aquella gente tenía que pensar, por razón natural, que la copiosa e interminable procesión que circulaba por su calle noche y día, con su confusa algarabía de voces y gritos, sus relinchos, sus balidos y su ahogado patear, era la casa más extraordinaria del mundo, y ellos mismos, en cierto modo, los propietarios de todo aquello. Y tales eran, en efecto –o por lo menos como tales podían considerarse desde sus ventanas, y así lo hacían mediante su alquiler–, cada vez que un rey o un héroe que volvía daba ocasión a algunos festejos, porque no había sitio como aquél para poder contemplar sin interrupción las columnas en marcha. ...

En la línea 1369
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Cambiemos el tiempo del verbo por comodidad. El tiempo transcurrió –una hora, dos horas, dos horas y media–, luego el intenso estruendo de la artillería anunció que el rey y su gran cortejo al fin habían llegado; par lo que la muchedumbre que esperaba se regocijó. Todos sabían que aún habría de demorar, porque el rey debería ser preparado y ataviado para la solemne ceremonia, pero esta demora se llenaría agradablemente por la reunión de los pares del reino con sus trajes de gala. Éstos fueron conducidos ceremoniosamente a sus asientos, y sus coronas colocadas al alcance de la mano; entretanto el gentío de las galerías avivaba su interés, porque la mayor parte veía por vez primera a duques, condes y barones cuyos nombres eran históricos desde hacía quinientos años. Cuando finalmente se sentaron todos, el espectáculo desde las galerías y, desde cualquier posición ventajosa era completo; magnífico para ser contemplado y recordado. ...

En la línea 1998
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —Cuando esté a quinientos metros pondré fuego al mortero —contestó Sandokán. ...

En la línea 2066
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Al caer la tarde, la roca presentaba un aspecto imponente; parecía inexpugnable. Los ciento cincuenta hombres que quedaban después del ataque de la escuadra y de la pérdida de las dos tripulaciones que siguieran a Sandokán a Labuán, habían trabajado como quinientos. ...

En la línea 2090
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... La escuadra agresora se componía de tres cruceros ingleses, dos corbetas holandesas, cuatro cañoneras españolas y ocho paraos del sultán. Disponían entre todos de unos mil quinientos hombres. ...

En la línea 161
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Y, como, en realidad, la presión atmosférica es un poco superior al peso de un kilogramo por centímetro cuadrado, sus diecisiete mil centímetros cuadrados están soportando ahora una presión de diecisiete mil quinientos sesenta y ocho kilogramos. ...

En la línea 165
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Exactamente, Ned. Así, pues, a treinta y dos pies por debajo de la superficie del mar sufriría usted una presión de diecisiete mil quinientos sesenta y ocho kilogramos; a trescientos veinte pies, diez veces esa presión, o sea, ciento setenta y cinco mil seiscientos ochenta kilogramos; a tres mil doscientos pies, cien veces esa presión, es decir, un millón setecientos cincuenta y seis mil ochocientos kilogramos; y a treinta y dos mil pies, mil veces esa presión, o sea diecisiete millones quinientos sesenta y ocho mil kilogramos. En una palabra, que se quedaría usted planchado como si le sacaran de una apisonadora. ...

En la línea 165
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Exactamente, Ned. Así, pues, a treinta y dos pies por debajo de la superficie del mar sufriría usted una presión de diecisiete mil quinientos sesenta y ocho kilogramos; a trescientos veinte pies, diez veces esa presión, o sea, ciento setenta y cinco mil seiscientos ochenta kilogramos; a tres mil doscientos pies, cien veces esa presión, es decir, un millón setecientos cincuenta y seis mil ochocientos kilogramos; y a treinta y dos mil pies, mil veces esa presión, o sea diecisiete millones quinientos sesenta y ocho mil kilogramos. En una palabra, que se quedaría usted planchado como si le sacaran de una apisonadora. ...

En la línea 304
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Podía esperarse que el animal se agotara, que no fuera indiferente a la fatiga como una máquina de vapor. Pero no fue así. Transcurrieron horas y horas sin que diera ninguna señal de fatiga. Hay que decir en honor del Abraham Lincoln que luchó con una infatigable tenacidad. No estimo en menos de quinientos kilómetros la distancia que recorrió nuestro barco durante aquella desventurada jornada del 6 de noviembre, hasta la llegada de la noche que sepultó en sus sombras las agitadas aguas del océano. ...

En la línea 2920
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑¿Por qué despreciar un buen negocio ‑exclamó Rasumikhine con creciente entusiasmo‑, teniendo el elemento principal para ponerlo en práctica, es decir, el dinero? Sin duda tendremos que trabajar de firme, pero trabajaremos. Trabajará usted Avdotia Romanovna; trabajará su hermano y trabajaré yo. Hay libros que pueden producir buenas ganancias. Nosotros tenemos la ventaja de que sabemos lo que se debe traducir. Seremos traductores, editores y aprendices a la vez. Yo puedo ser útil a la sociedad porque tengo experiencia en cuestiones de libros. Hace dos años que ruedo por las editoriales, y conozco lo esencial del negocio. No es nada del otro mundo, créanme. ¿Por qué no aprovechar esta ocasión? Yo podría indicar a los editores dos o tres libros extranjeros que producirían cien rublos cada uno, y sé de otro cuyo título no daría por menos de quinientos rublos. A lo mejor aún vacilarían esos imbéciles. Respecto a la parte administrativa del negocio (papel, impresión, venta… ), déjenla en mi mano, pues es cosa que conozco bien. Empezaremos por poco e iremos ampliando el negocio gradualmente. Desde luego, ganaremos lo suficiente para vivir. ...

En la línea 3427
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... «Otro error mío ha sido no darles dinero ‑siguió pensando mientras regresaba, cabizbajo, al rincón de Lebeziatnikof‑. ¿Por qué demonio habré sido tan judío? Mis cálculos han fallado por completo. Yo creía que, dejándolas momentáneamente en la miseria, las preparaba para que luego vieran en mí a la providencia en persona. Y se me han escapado de las manos… Si les hubiera dado… , ¿qué diré yo?, unos mil quinientos rublos para el ajuar, para comprar esas telas y esos menudos objetos, esas bagatelas, en fin, que se venden en el bazar inglés, me habría conducido con más habilidad y el negocio me habría ido mejor. Ellas no me habrían soltado tan fácilmente. Por su manera de ser, después de la ruptura se habrían creído obligadas a devolverme el dinero recibido, y esto no les habría sido ni grato ni fácil. Además, habría entrado en juego su conciencia. Se habrían dicho que cómo podían romper con un hombre que se había mostrado tan generoso y delicado con ellas. En fin, que he cometido una verdadera pifia.» ...

En la línea 3622
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Piénselo bien, señorita. Le doy tiempo para que reflexione. Comprenda que si no estuviera completamente seguro de lo que digo, me guardaría mucho de acusarla tan formalmente como lo estoy haciendo. Tengo demasiada experiencia para exponerme a un proceso por difamación… Esta mañana he negociado varios títulos por un valor nominal de unos tres mil rublos. La suma exacta consta en mi cuaderno de notas. Al regresar a mi casa he contado el dinero: Andrés Simonovitch es testigo. Después de haber contado dos mil trescientos rublos, los he puesto en una cartera que me he guardado en el bolsillo. Sobre la mesa han quedado alrededor de quinientos rublos, entre los que había tres billetes de cien. Entonces ha llegado usted, llamada por mí, y durante todo el tiempo que ha durado su visita ha dado usted muestras de una agitación extraordinaria, hasta el extremo de que se ha levantado tres veces, en su prisa por marcharse, aunque nuestra conversación no había terminado. Andrés Simonovitch es testigo de que todo cuanto acabo de decir es exacto. Creo que no lo negará usted, señorita. La he mandado llamar por medio de Andrés Simonovitch con el exclusivo objeto de hablar con usted sobre la triste situación en que ha quedado su segunda madre, Catalina Ivanovna (cuya invitación me ha sido imposible atender), y tratar de la posibilidad de ayudarla mediante una rifa, una suscripción o algún otro procedimiento semejante… Le doy todos estos detalles, en primer lugar, para recordarle cómo han ocurrido las cosas, y en segundo, para que vea usted que lo recuerdo todo perfectamente… Luego he cogido de la mesa un billete de diez rublos y se lo he entregado, haciendo constar que era mi aportación personal y el primer socorro para su madrastra… Todo esto ha ocurrido en presencia de Andrés Simonovitch. Seguidamente la he acompañado hasta la puerta y he podido ver que estaba tan trastornada como cuando ha llegado. Cuando usted ha salido, yo he estado conversando durante unos diez minutos con Andrés Simonovitch. Finalmente, él se ha retirado y yo me he acercado a la mesa para recoger el resto de mi dinero, contarlo y guardarlo. Entonces, con profundo asombro, he visto que faltaba uno de los tres billetes. Comprenda usted, señorita. No puedo sospechar de Andrés Simonovitch. La simple idea de esta sospecha me parece un disparate. Tampoco es posible que me haya equivocado en mis cuentas, porque las he verificado momentos antes de llegar usted y he comprobado su exactitud. Comprenda que la agitación que usted ha demostrado, su prisa en marcharse, el hecho de que haya tenido usted en todo momento las manos sobre la mesa, y también, en fin, su situación social y los hábitos propios de ella, son motivos suficientes para que me vea obligado, muy a pesar mío y no sin cierto horror, a concebir contra usted sospechas, crueles sin duda pero legítimas. Quiero añadir y repetir que, por muy convencido que esté de su culpa, sé que corro cierto riesgo al acusarla. Sin embargo, no vacilo en hacerlo, y le diré por qué. Lo hago exclusivamente por su ingratitud. La llamo para hablar de una posible ayuda a su infortunada segunda madre, le entrego mi óbolo de diez rublos, y he aquí el pago que usted me da. No, esto no está nada bien. Necesita usted una lección. Reflexione. Le hablo como le hablaría su mejor amigo, y, en verdad, no puede usted tener en este momento otro amigo mejor, pues, si no lo fuese, procedería con todo rigor e inflexibilidad. Bueno, ¿qué dice usted? ...

En la línea 4047
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑De todo esto, del entierro y de lo demás, me encargo yo. Ya sabe usted que tengo más dinero del que necesito. Llevaré a Poletchka y sus hermanitos a un buen orfelinato y depositaré mil quinientos rublos para cada uno. Así podrán llegar a la mayoría de edad sin que Sonia Simonovna tenga que preocuparse por su sostenimiento. En cuanto a ella, la retiraré de la prostitución, pues es una buena chica, ¿no le parece? Ya puede usted explicar a Avdotia Romanovna en qué gasto yo el dinero. ...

En la línea 1125
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... La avenida estaba oscura, tanto que difícilmente habría podido distinguir los dedos de mis manos. Había quinientos metros hasta el hotel. No he tenido nunca miedo, ni aun en mi niñez. En aquella hora tampoco pensaba en ello. No puedo recordar lo que iba pensando por el camino. Mi cabeza estaba vacía. Experimentaba tan sólo una especie de voluptuosidad intensa —embriaguez del éxito, de la victoria, de la potencia—; no sé cómo explicarme. ...

En la línea 1335
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —De algo te valdrá este dinero. Tú eres tal vez sabio como outchitel, pero tonto para todo lo demás. Por nada del mundo te daría más de dos mil, pues seguramente lo perderás todo. ¡Bueno, adiós! Nous serons toujours des bons amis, y si vuelves a ganar, no dejes de venir a verme, et tu seras heureux! A mí, en mi poder, me quedaban todavía quinientos francos; además, poseía un soberbio reloj que valía mil, gemelos ornados de diamantes, etc…; en una palabra, lo suficiente para vivir bastante tiempo sin preocupaciones. ...

En la línea 1355
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Al levantarme a la mañana siguiente ya no era un lacayo. Decidí ir aquel mismo día a Homburg, donde no había sido criado de nadie ni había estado en la cárcel. Media hora antes de subir al vagón, me dirigí a hacer dos posturas, no más, y perdí quinientos florines. A pesar de esto marché a Homburg, donde estoy desde hace un mes… ...

En la línea 891
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Contestó enviando una cuenta de quinientos y tantos francos, muy bien hecha, en la que figuraban gastos de más de trescientos francos en dos documentos innegables: uno del médico y otro del boticario que habían atendido en dos largas enfermedades a Eponina y a Azelma. Los arregló con una simple sustitución de nombres. ...

En la línea 97
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Otra vez el hielo de la costa cedió por delante y por detrás del trineo y no quedó más escapatoria que encaramarse al empinado talud de la orilla. Perrault lo escaló de milagro mientras François rezaba para que se produjera este milagro. Con los arneses de cuero y los deslizadores formaron una larga cuerda y con ella izaron de uno en uno a los perros hasta el borde del precipicio. El último en subir fue François, después del trineo y la carga. A continuación tuvieron que buscar un lugar por el qué descender, descenso que en última instancia realizaron con ayuda de la cuerda, y la noche los encontró de nuevo en el río, con quinientos metros en el haber del día. ...

En la línea 100
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Una mañana, a orillas del Pelly, cuando estaban colocando los arreos, Dolly, que nunca había destacado en nada, se volvió loca de repente. El anuncio de -su estado fue un prolongado y desgarrador aullido que a los demás perros les puso los pelos de punta, tras lo cual se abalanzó directamente sobre Buck. Él nunca había visto a un perro volverse rabioso ni tenía motivos para tener miedo a la enfermedad; pero presintió el horror y huyó presa del pánico. Salió disparado en línea recta, con Dolly, que jadeaba y echaba espuma, pisándole los talones; ni ella podía darle alcance, tanto era el terror que lo poseía, ni él lograba distanciarla, tal era la locura de ella. Como una exhalación, Buck se adentró en el monte del centro de la isla, alcanzó el extremo opuesto, atravesó un cauce lleno de hielo rugoso en dirección a otra isla, llegó a una tercera, giró hacia el río principal y, en su desesperación, empezó a cruzarlo. Y todo el tiempo, aunque no la veía, la oía gruñir a sólo un cuerpo por detrás. François lo llamó desde quinientos metros de distancia y Buck volvió sobre sus pasos, siempre con un cuerpo de ventaja, jadeando penosamente y con toda su esperanza puesta en François. El guía tenía el hacha preparada en la mano y, cuando hubo pasado Buck, la descargó sobre el cráneo de la enloquecida Dolly. ...

En la línea 167
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... A todos les dolían terriblemente las plantas de las pies. No podían saltar. Dejaban caer pesadamente las patas en la tierra trasmitiendo la vibración a su cuerpo, con lo que duplicaban la fatiga de la jornada. No les pasaba nada, excepto que estaban muertos de cansancio. No se trataba del agotamiento que sigue a un determinado y excesivo esfuerzo del que cabe recuperarse en cuestión de horas, sino de la lenta y prolongada extenuación provocada por meses de esfuerzo sostenido. Ya no tenían capacidad de recuperación ni reserva de energías a la que recurrir. Habían utilizado todo lo que tenían. Cada músculo, cada fibra, cada célula, participaba de la extenuación, de la mortal fatiga. Y había motivo. En menos de cinco meses habían recorrido cuatro mil quinientos kilómetros, los últimos tres mil con sólo cinco días de descanso. Cuando llegaron a Skaguay estaban en las últimas. Apenas podían mantener tensas las riendas y, en cuesta abajo, les era dificil mantenerse fuera del alcance del trineo. ...

En la línea 199
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Con los perros nuevos, inservibles y desanimados, y el equipo anterior agotado por cuatro mil quinientos kilómetros de continuo esfuerzo, las perspectivas no eran muy halagüeñas. No obstante, los dos hombres estaban bastante contentos. Y también orgullosos. Con catorce perros, estaban haciendo las cosas a lo grande. Habían visto otros trineos que cruzaban el paso hacia Dawson o que venían de allí, pero ninguno con catorce perros. Hay una razón obvia por la que en los viajes por el Ártico catorce perros no deben tirar de un trineo, y es que en un solo trineo no cabe la comida para catorce perros. Pero Charles y Hal lo ignoraban. Habían hecho un cálculo teórico, a tanto por perro, catorce perros, tantos días, igual a tanto. Mercedes, que había visto el cálculo por encima, había asentido: era todo tan sencillo… ...

En la línea 599
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Media hora después se hizo alto en un bosque a quinientos pasos de la pagoda, que no podía percibirse, pero los alaridos de los fanáticos se oían con toda claridad. ...

En la línea 1444
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... A las once de la mañana, el tren llegó a la línea divisoria de las aguas de ambos Océanos. Aquel paraje, llamado Passe Bridger, se hallaba a siete mil quinientos veinticuatro pies ingleses dobre el nivel del mar, y era uno de los puntos más altos del trazado férreo, al través de las Montañas Rocosas. Después de haber recorrido unas doscientas millas, los viajeros se hallaron por fin en una de esas extensas llanuras que llegan hasta el Atlántico, y que tan propicias son para el establecimiento de ferrocarriles. ...

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