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La palabra tallos
Cómo se escribe

la palabra tallos

La palabra Tallos ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece tallos.

Estadisticas de la palabra tallos

Tallos es una de las 25000 palabras más comunes del castellano según la RAE, en el puesto 13399 según la RAE.

Tallos aparece de media 5.3 veces en cada libro en castellano.

Esta es una clasificación de la RAE que se basa en la frecuencia de aparición de la tallos en las obras de referencia de la RAE contandose 805 apariciones .

Más información sobre la palabra Tallos en internet

Tallos en la RAE.
Tallos en Word Reference.
Tallos en la wikipedia.
Sinonimos de Tallos.

Algunas Frases de libros en las que aparece tallos

La palabra tallos puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 829
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... » y como los náufragos agonizantes de hambre y de sed, que en sus delirios sólo ven mesas de festín y clarísimos manantiales, Batiste contempló imaginariamente campos de trigo con los tallos verdes y erguidos, y el agua entrando a borbotones por las bocas de los ribazos, extendiéndose con un temblor luminoso, como si riera suavemente al sentir las cosquillas de la tierra sedienta. ...

En la línea 347
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Al cabo concluimos por descubrirla buscando en las laderas; pues, aun a la distancia de algunos centenares de metros, los arroyuelos quedan absorbidos por las piedras calcáreas quebradizas y los montones de piedrecillas que las rodean. No creo que la naturaleza haya producido nunca una roca más árida y solitaria; aquel peñón merece muy bien su nombre de hurtado. La montaña es escarpada, abrupta en extremo, llena de grietas y desprovista tan en absoluto de árboles y hasta de monte bajo, que a pesar de todas nuestras pesquisas no podemos encontrar con qué hacer un asador de palo para asar carne sobre una fogata de tallos de cardo silvestre1. El extraño aspecto de esta montaña está realzado por la llanura circundante, parecido al mar; llanura que no sólo viene a morir al pie de sus faldas abruptas, sino que separa también las estribaciones paralelas. ...

En la línea 368
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Esos soldados viven en una choza pequeña, construida con tallos de cardo, que no les resguarda contra el viento ni la lluvia; en este último caso, la única función de la techumbre consiste en reunirla en gotas más gruesas. No les dan víveres: para alimentarse sólo tienen lo que pueden cazar, avestruces, ciervos, armadillos, etc.; por único combustible, no tienen sino los tallos de una pequeña planta, parecida un poco al áloes. El único lujo que pueden permitirse esos hombres es fumar cigarrillos y mascar mate. No podía menos de pensar que los buitres, habituales acompañantes del hombre en estas desiertas llanuras, encaramados en los altos más próximos, con su paciencia ejemplar parecían decir a cada instante: «¡Ah, qué banquete cuando vengan los indios!». ...

En la línea 368
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Esos soldados viven en una choza pequeña, construida con tallos de cardo, que no les resguarda contra el viento ni la lluvia; en este último caso, la única función de la techumbre consiste en reunirla en gotas más gruesas. No les dan víveres: para alimentarse sólo tienen lo que pueden cazar, avestruces, ciervos, armadillos, etc.; por único combustible, no tienen sino los tallos de una pequeña planta, parecida un poco al áloes. El único lujo que pueden permitirse esos hombres es fumar cigarrillos y mascar mate. No podía menos de pensar que los buitres, habituales acompañantes del hombre en estas desiertas llanuras, encaramados en los altos más próximos, con su paciencia ejemplar parecían decir a cada instante: «¡Ah, qué banquete cuando vengan los indios!». ...

En la línea 376
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... En este sitio, el rancho ni siguiera tiene techo; consiste simplemente en una fila de tallos de cardo silvestre dispuestos de modo que defiendan un poco a los hombres contra el viento. Este rancho está situado en las orillas de un lago muy extenso pero muy poco profundo, literalmente cubierto de aves salvajes, entre las cuales llama la atención el cisne de cuello negro. ...

En la línea 1233
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Una cortina de hermosos bosques ocultaba el horizonte. Árboles enormes, algunos de los cuales alcanzaban doscientos pies de altura, se unían entre ellos por guirnaldas de lianas, verdaderas hamacas naturales a las que mecía la brisa. Mimosas, ficus, casuarinas, teks, hibiscos, pandanes y palmeras se mezclaban con profusión, y al abrigo de sus bóvedas verdes, al pie de sus tallos, crecían orquídeas, leguminosas y helechos. ...

En la línea 1922
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Los políperos se adherían a las rocas, a las conchas de los moluscos, e incluso a los tallos de los hidrófitos. Guarnecían las más pequeñas anfractuosidades, irguiéndose unos y colgando otros, como excrecencias coralígenas. Le informé a Conseil de las técnicas de pesca de las esponjas, ya efectuada con dragas ya a mano. Este último método, muy similar al usado con las perlas, también con buceadores, es preferible, pues al respetar el tejido del polípero le deja un valor muy superior. ...

En la línea 2242
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Sobre aquel suelo rocoso y volcánico se desplegaba toda una fauniflora viviente: esponjas; holoturias; cidípidos hialinos con cirros rojizos que emitían una ligera fosforescencia; beroes, vulgarmente conocidos como cohombros de mar, bañados en las irisaciones del espectro solar; comátulas ambulantes, de un metro de anchura, cuya púrpura enrojecía el agua; euriales arborescentes de gran belleza; pavonarias de largos tallos; un gran número de erizos de mar comestibles, de variadas especies, y actinias verdes de tronco grisáceo, con el disco oscuro, que se perdían en su cabellera olivácea de tentáculos. ...

En la línea 3090
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... ¡Cuántos nuevos y maravillosos especímenes habría podido observar aún si el Nautilus no se hubiese adentrado más y más en las capas profundas! Sus planos inclinados le llevaron hasta fondos de dos mil y tres mil quinientos metros. Allí la vida animal estaba ya sólo representada por las encrinas, estrellas de mar, magníficos pentacrinos con cabeza de medusa, cuyos tallos rectos soportaban un pequeño cáliz; trocos, neritias sanguinolentas, fisurelas y grandes moluscos litorales. ...

En la línea 732
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... La ventana daba a un rincón miserable del jardín abandonado, y se veían algunos tallos de coles casi podridos y un boj podado mucho tiempo antes, en forma semejante a un pudding y que había echado un renuevo de diferente color en la parte superior, alterando la forma general y como si aquella parte del pudding se hubiese caído de la cacerola, quemándose. Ésta fue mi impresión mientras miraba el boj. La noche anterior había nevado un poco, y la nieve desapareció casi por completo, pero no había acabado de derretirse en la parte sombreada de aquel trozo de jardín; el viento cogía los copos y los arrojaba a la ventana, como si me invitase a reunirme con ellos. ...

En la línea 801
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Los paseantes comenzaban a retirarse, y el leve crujido de la arena revelaba sus pasos lejanos. Pero ambas amigas acostumbraban, como suele decirse, llevarse las llaves del parque, porque justamente a la puesta del sol era cuando Lucía lo encontraba más hermoso, en aquella melancólica estación otoñal. Bajos ya y moribundos los rayos solares, caían casi horizontalmente sobre los pradillos de hierba, inflamándolos en tonos ardientes como de oro en fusión. Los obscuros conos del alerce cortaban este océano de luz, en el cual se prolongaban sus sombras. Deshojábanse los plátanos y castaños de Indias, y de cuando en cuando caía, con golpe seco y mate, algún erizo, que, abriéndose, dejaba rodar la reluciente castaña. En las grandes canastillas, que se destacaban sobre el fondo de césped, las pálidas eglantinas, a la menor brisa otoñal, soltaban sus frágiles pétalos, las verbenas se arrastraban lánguidas, como cansadas de vivir, descomponiendo con sus caprichosos tallos la forma oval del macizo; los ageratos se erguían, todos llovidos de estrellas azules y los peregrinos colios lucían sus exóticos matices, sus coloraciones metálicas y sus hojas atigradas, semejantes a escamas de reptil, ya blancas con manchas negras, ya verdes con vetas carne, ya amaranto obscuro cebradas de rosa cobrizo. Profundo estremecimiento, precursor del invierno, atravesaba por la Naturaleza toda, y dijérase que antes de morir, quería vestirse sus más ricas galas: así la viña virgen tenía tan espléndido traje de púrpura, y el álamo blanco elevaba con tal coquetería el penacho de cándidos airones de su copa; así la coralina se adornaba con innumerables sartas y zarcillos de sangriento coral, y las cinias recorrían toda la escala de los colores vivos con sus festoneadas enaguas. El maíz listado sacudía su brial de seda verde y blanca a rayas, con melodioso susurro, y allá en las lindes de la pradera bañada por el sol, unos arbolillos tiernos inclinaban su joven copa. De tal suerte mullían las hojas secas el piso de las calles, que se enterraba Lucía hasta el tobillo, con placer. El roce de su traje producía en ellas un ruido continuo, rápido, parecido a la respiración jadeante de alguien que la siguiera; y presa de pueril temor, volvía a veces el rostro atrás, riéndose al convencerse de su ilusión. Hojas había muy diferentes entre sí: unas, obscuras, en descomposición, vueltas ya casi mantillo: otras secas, quebradizas, encogidas; otras amarillas, o aun algo verdosas, húmedas todavía, con los jugos del tronco que las sustentara. Hacíase la alfombra más tupida al acercarse a los parajes sombríos del borde del estanque, cuya superficie rielaba como cristal ondulado, estremeciéndose al leve paso del aura vespertina, y rizándose en mil ondas chiquitas en choque continuo las unas con las otras. ...


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