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La palabra parte
Cómo se escribe

la palabra parte

La palabra Parte ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
El cuervo de Leopoldo Alias Clarín
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
Memoria De Las Islas Filipinas. de Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
Blancanieves de Jacob y Wilhelm Grimm
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Niebla de Miguel De Unamuno
Sandokán: Los tigres de Mompracem de Emilio Salgàri
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
La llamada de la selva de Jack London
Amnesia de Amado Nervo
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Julio Verne de La vuelta al mundo en 80 días
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece parte.

Estadisticas de la palabra parte

La palabra parte es una de las palabras más comunes del idioma Español, estando en la posición 64 según la RAE.

Parte es una palabra muy común y se encuentra en el Top 500 con una frecuencia media de 97.86 veces en cada obra en castellano

El puesto de esta palabra se basa en la frecuencia de aparición de la parte en 150 obras del castellano contandose 14875 apariciones en total.

Errores Ortográficos típicos con la palabra Parte

Cómo se escribe parte o parrte?

Más información sobre la palabra Parte en internet

Parte en la RAE.
Parte en Word Reference.
Parte en la wikipedia.
Sinonimos de Parte.


la Ortografía es divertida

Algunas Frases de libros en las que aparece parte

La palabra parte puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 45
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... La barraca, que había aparecido en una edición española de setecientos ejemplares (vendiéndose únicamente quinientos, la mayor parte de ellos en Valencia), y no mereció, al publicarse, otro saludo que unas cuantas palabras de los críticos de entonces, pasó de golpe a ser novela célebre. ...

En la línea 54
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Desperezóse la inmensa vega bajo el resplandor azulado del amanecer, ancha faja de luz que asomaba por la parte del Mediterráneo. ...

En la línea 203
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... ¿Adónde iría esta pobre gente? El camino aquel, afluyente al de Alboraya, no iba a ninguna parte. ...

En la línea 243
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Influido por el respeto a sus antepasados, quería reventar de fatiga sobre sus terrones antes que consentir que una parte de ellos fuese cedida en arrendamiento a manos extrañas. ...

En la línea 49
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Esta era la parte de la bodega de los Dupont dedicada al engaño industrial. Las necesidades del comercio moderno obligaban a los monopolizadores de uno de los primeros vinos del mundo, a intervenir en estos amaños y combinaciones, que constituían con el cognac la mayor exportación de la casa. En el fondo de la bodega de embarque estaba el cuarto de las _referencias_, «la biblioteca de la casa», como decía Montenegro. Una anaquelería con puertas de cristales guardaba alineados en compactas filas miles y miles de pequeños frascos, cuidadosamente tapados, cada uno con su etiqueta, en la que se consignaba una fecha. ...

En la línea 77
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Los toneles a medio construir, con sólo la parte superior sujeta por los aros de hierro, abrían sus duelas sobre un fuego de virutas que las caldeaba, encorvándolas para que facilitasen el cierre. ...

En la línea 107
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... ¡Jesús y su Santa Madre, por encima de todas las combinaciones comerciales! Ellos velaban por los intereses de la casa y él, que no era más que un simple pecador, limitábase a recibir sus inspiraciones. A ellos se debía la buena suerte de los primeros Dupont, y don Pablo se desvivía por remediar con su fervor la tibieza religiosa de sus ascendientes. Los celestiales protectores eran los que le habían sugerido la idea de establecer la destilería del cognac, dando nuevos alientos a la casa; ellos también los que hacían que la marca Dupont, con la ayuda de los anuncios, se esparciese por toda España sin miedo a rivalidades, favor inmenso que todos los años agradecía dedicando una parte de las ganancias al auxilio de las nuevas órdenes religiosas establecidas en Jerez o ayudando a su madre, la noble doña Elvira, que siempre tenía capillas por restaurar o un manto costoso en confección para alguna Virgen. ...

En la línea 111
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Dupont, luego de acompañar a su primo y a los amigos de éste por toda la bodega, decidió retirarse, como si su dignidad de amo sólo le permitiera enseñar la parte más selecta de la casa. Luis les mostraría las otras bodegas, la destilería del cognac, los talleres de embotellado: él tenía que hacer en el escritorio. Y saludando a los forasteros con un gesto de bondad altiva y señorial, que Montenegro había visto muchas veces en doña Elvira, el temible Dupont hizo un ademán a su empleado para que le siguiese. ...

En la línea 77
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Disfrutaba un destino muy humilde en el palacio episcopal; pero lo despreciaba, y pocos días asistía a la hora debida, porque su vocación le llamaba a otra parte: a los entierros. ...

En la línea 84
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Pero esto no le hizo rico, ni poderoso, ni lo que empezó siendo en parte necesidad e industria lícita, y en parte afición ingénita, dejó de convertirse muy pronto en pasión viva, en vocación irresistible. ...

En la línea 84
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Pero esto no le hizo rico, ni poderoso, ni lo que empezó siendo en parte necesidad e industria lícita, y en parte afición ingénita, dejó de convertirse muy pronto en pasión viva, en vocación irresistible. ...

En la línea 223
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Y la levita y el chal, por esta parte, y las paletadas de cal y tierra, por la parte del muerto, los iba separando, separando. ...

En la línea 18
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Ahora bien, lo que hoy ofrecemos a nuestros lectores es la primera parte de ese manuscrito, restituyéndole el título que le conviene, com prometiéndonos a publicar inmediatamente la segund a si, como esta mos seguros, esta primera parte obtiene el éxito que merece. ...

En la línea 245
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Muchos podían tomar por divisa el epiteto de fuerte, que formaba la segunda parte de su exergo; pero pocos gentileshombres podían reclamar el epíteto de fiel, que for maba la primera. ...

En la línea 249
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Por su parte, y desde ese punto de vista, el cardenal no le iba a la zaga al rey. ...

En la línea 261
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Por lo demás, en ninguna de las Memorias de esa época que tantas Memorias ha dejado se ve que ese digno gentilhombrehaya sido acusado, ni siquiera por sus enemigos - y los tenía tanto entre las gentes de pluma como entre las gentes de espada-en ninguna parte se ve, decimos, que ese digno gentilhombre haya sido acusado de hacerse pagar la cooperación de sus secuaces. ...

En la línea 19
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Por mi parte me ceñiré todo lo posible, para solo el efecto de indicar cuanto una esperiencia de doce años de residencia en las Islas me ha enseñado, puede contribuir á establecer el ramo de justicia mas arreglado que el que se observa, y mejorar la administracion de la hacienda pública: ramos que deben sufrir grandes reformas á como en el dia se hallan, y que pueden producir efectos maravillosos y bienes incalculables, asi á las Islas como á la Metrópoli. ...

En la línea 20
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Espero que cuantos se dignen honrarme leyendo mis pobres reflexiones, me dispensen toda su induljencia por los defectos que notaren, atendiendo únicamente á ver en mis líneas el deseo laudable de mejoras en Filipinas en los ramos de que va hecha mencion; y si de estas mal coordinadas frases resultare algun beneficio ó utilidad en favor de aquellos paises, con solo esto quedarian premiados con usura los deseos del que habla, por la satisfaccion de haber contribuido al logro de tan interesantes objetos en alguna parte, por pequeña que esta fuese; único premio que anhela por el celo que abriga en su corazon en tan alto grado como el que mas, por el bien y felicidad de todos los habitantes de aquellas Islas, á quienes profesa el mas puro afecto, conserva y conservará siempre las mejores simpatías y mas gratos recuerdos. ...

En la línea 24
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... En efecto, donde no reina la justicia, nada bueno puede haber: la inocencia no halla asilo seguro en ninguna parte; las semillas de la discordia abundan por do quiera; la bárbara ley de la fuerza oprime con tiranía al mas débil; y en fin, cuantos males pueden aflijir á los mortales, tantos se hallan reunidos en los pueblos, en los reinos, donde se desconocen los benéficos influjos de la justicia. ...

En la línea 61
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Pues aun hay mas, y no menos grave, porque este es un obstáculo natural, que si bien puede removerse en alguna parte, nunca lo será del todo, al menos en muchos años. ...

En la línea 115
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... La prisión de Borrow y las reclamaciones del ministro británico produjeron, como puede suponerse, una reunión precipitada del Consejo de ministros, un ofrecimiento de dimisión por parte del jefe político, e interpelaciones en las Cortes censurando al Gobierno... ...

En la línea 116
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Excarcelado Borrow, supo por el ministro británico la parte que la conducta de Graydon había tenido en sus persecuciones, y se le ocurrió escribir sendas cartas al _Correo Nacional_ y a la Sociedad Bíblica desautorizando y condenando el proceder de su colega. ...

En la línea 119
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Por su parte, el Gobierno español, tras algunos artículos oficiosos en que se le excitaba a proceder «con mano dura» contra los escarnecedores de la religión, prohibió de Real orden (25 de mayo) la circulación y venta del Nuevo Testamento editado por Borrow. ...

En la línea 157
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Anduvo también por su país; visitó Gales, Escocia y otros lugares, y recogió parte del fruto de estas jornadas en un libro que fué la última obra importante que publicó. ...

En la línea 8
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... La cual dicha pena sea la tercia parte para la persona que lo acusare, y la otra tercia parte para nuestra Cámara, y la otra tercia parte para el juez que lo sentenciare. ...

En la línea 8
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... La cual dicha pena sea la tercia parte para la persona que lo acusare, y la otra tercia parte para nuestra Cámara, y la otra tercia parte para el juez que lo sentenciare. ...

En la línea 8
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... La cual dicha pena sea la tercia parte para la persona que lo acusare, y la otra tercia parte para nuestra Cámara, y la otra tercia parte para el juez que lo sentenciare. ...

En la línea 17
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y así, ¿qué podrá engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío, sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación? El sosiego, el lugar apacible, la amenidad de los campos, la serenidad de los cielos, el murmurar de las fuentes, la quietud del espíritu son grande parte para que las musas más estériles se muestren fecundas y ofrezcan partos al mundo que le colmen de maravilla y de contento. ...

En la línea 1
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Charles Darwin “Viaje de un naturalista alrededor del mundo” PROLOGO DEL AUTOR En el de la primera edición de esta obra, y en la parte zoológica del «Viaje del Beagle», dije por qué circunstancias llegué a agregarme a esa expedición en derredor del mundo. El capitán Fitz-Roy, comandante de la expedición, deseaba llevar a bordo de su buque un naturalista, y ofrecía cederle parte de su cámara. Me presenté, y gracias a la influencia del capitán Beaufort, ingeniero hidrógrafo, los lores del Almirantazgo tuvieron a bien aceptar mis servicios. Permítaseme, pues, expresar toda mi gratitud al capitán Fitz-Roy, porque a él debo el haber podido estudiar la historia natural de los diferentes países que visitamos. Añadiré que, durante los cinco años que pasamos juntos, tuve siempre en él un amigo sincero y obsequioso. ...

En la línea 3
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Este tomo contiene, en forma de Diario, la historia de nuestro viaje y algunas breves observaciones acerca de la historia natural y la geología, que, por su carácter, me han parecido capaces de interesar al público. En esta nueva edición he acortado mucho algunas partes y extendido otras, con el fin de hacer más accesible la obra a todos los lectores. Pero los naturalistas han de recordar que para los detalles es preciso que consulten las grandes publicaciones donde se comprenden los resultados científicos de la expedición. Así, la parte que trata de la historia natural de la expedición contiene: una Memoria del profesor Owen acerca de los mamíferos fósiles; otra de Mr. Waterhouse acerca de los mamíferos vivos; otra de Mr. Gould acerca de las aves; otra del reverendo L. Jenyns acerca de los peces, y otra de Mr Bell acerca de los reptiles. He añadido a la descripción de cada especie algunas observaciones respecto a sus costumbres y al medio en que habitan. Estos trabajos, de los cuales soy deudor al desinteresado celo de esos sabios, no hubieran podido emprenderse sin la liberalidad de los lores comisarios del Tesoro, quienes, a petición del canciller del Echiquier, se dignaron concedernos la cantidad de 25.000 duros (1.000 libras esterlinas) para sufragar parte de los gastos requeridos por esa publicación. ...

En la línea 3
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Este tomo contiene, en forma de Diario, la historia de nuestro viaje y algunas breves observaciones acerca de la historia natural y la geología, que, por su carácter, me han parecido capaces de interesar al público. En esta nueva edición he acortado mucho algunas partes y extendido otras, con el fin de hacer más accesible la obra a todos los lectores. Pero los naturalistas han de recordar que para los detalles es preciso que consulten las grandes publicaciones donde se comprenden los resultados científicos de la expedición. Así, la parte que trata de la historia natural de la expedición contiene: una Memoria del profesor Owen acerca de los mamíferos fósiles; otra de Mr. Waterhouse acerca de los mamíferos vivos; otra de Mr. Gould acerca de las aves; otra del reverendo L. Jenyns acerca de los peces, y otra de Mr Bell acerca de los reptiles. He añadido a la descripción de cada especie algunas observaciones respecto a sus costumbres y al medio en que habitan. Estos trabajos, de los cuales soy deudor al desinteresado celo de esos sabios, no hubieran podido emprenderse sin la liberalidad de los lores comisarios del Tesoro, quienes, a petición del canciller del Echiquier, se dignaron concedernos la cantidad de 25.000 duros (1.000 libras esterlinas) para sufragar parte de los gastos requeridos por esa publicación. ...

En la línea 7
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... El doctor J. Hooker, en su magna obra acerca de la flora del hemisferio austral, hará la descripción de las plantas -que traje de la parte meridional de América; además ha publicado en las Líneas Transactions una Memoria suelta respecto a la flora del archipiélago de los Galápagos. ...

En la línea 102
del libro Blancanieves
del afamado autor Jacob y Wilhelm Grimm
... -¿Ternes que esté envenenada? -dijo la vieja-; mira, corto la manzana en dos partes; tú comerás la parte roja y yo la blanca. ...

En la línea 103
del libro Blancanieves
del afamado autor Jacob y Wilhelm Grimm
... La manzana estaba tan ingeniosamente hecha que solamente la parte roja contenía veneno. ...

En la línea 22
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Debemos, pues, resignarnos al plantón, sentarnos todos en la parte del camino que nos parezca menos incómoda, para esperar a que pase la Prensa, despertadora de las muchedumbres en materias de arte; que al fin ella pasará; no dudemos que pasará: todo es cuestión de paciencia. ...

En la línea 25
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Y como esto del público y sus perezas o estímulos, aunque pertinente al asunto de este prólogo, no es la principal materia de él, basta con lo dicho, y entremos en La Regenta, donde hay mucho que admirar, encanto de la imaginación por una parte, por otra recreo del pensamiento. ...

En la línea 48
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Desarróllase la acción de La Regenta en la ciudad que bien podríamos llamar patria de su autor, aunque no nació en ella, pues en Vetusta tiene Clarín sus raíces atávicas y en Vetusta moran todos sus afectos, así los que están sepultados como los que risueños y alegres viven, brindando esperanzas; en Vetusta ha transcurrido la mayor parte de su existencia; allí se inició su vocación literaria; en aquella soledad melancólica y apacible aprendió lo mucho que sabe en cosas literarias y filosóficas: allí estuvieron sus maestros, allí están sus discípulos. ...

En la línea 280
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Algunos fatuos estimaban en mucho la propiedad de una casa, por miserable que fuera, en la parte alta de la ciudad, a la sombra de la catedral, o de Santa María la Mayor o de San Pedro, las dos antiquísimas iglesias vecinas de la Basílica y parroquias que se dividían el noble territorio de la Encimada. ...

En la línea 69
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Por una fatalidad comparable a la de ciertas leyes físicas, la enorme fortuna de la argentina pesaba sobre la asociación de los dos, y aunque era Rosaura la que costeaba la mayor parte de su vida, siempre fastuosa, el goce de algunos de estos despilfarros alcanzaba al hombre que iba con ella. De todos modos, Borja atendía a su propio mantenimiento, y sin que su amante se diese cuenta, era origen para él de muchos gastos extraordinarios. ...

En la línea 121
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Su hermano Juan III, padre de Fernando el Católico, reinaba luego amancebado con una hebrea de rara hermosura. Figueras había dedicado además una parte de sus estudios al Renacimiento italiano y sus costumbres, sabiendo como pocos los pecados amorosos de varios papas y de los cardenales aseglarados de su Corte durante el curso del siglo xv. ...

En la línea 162
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Muchas iglesias se han venido al suelo faltas de reparación. El Coliseo perdía una parte de sus arcos: el Palatino servía de pradera a caballos y cabras, y en el Foro pacían manadas de vacas. Ciertas familias feudales que dominaban a Roma iban empleando estatuas y columnas de mármol para hacer muros, escaleras, umbrales de puertas y hasta cuadras y pocilgas. Si algunas obras antiguas conseguían salvarse, era por permanecer ocultas bajo cascotes y malezas. Los monumentos de la Roma clásica servían de canteras inagotables, proporcionando bloques a los edificios en construcción y a las fábricas de cal. ...

En la línea 165
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El antiguo palacio de Letrán, residencia de los papas, estaba tan arruinado que era imposible intentar su restauración. Algunas iglesias célebres carecían de techumbre y otras eran convertidas en caballerizas. La basílica de San Pablo había perdido su tejado, y la lluvia y el granizo penetraban en ella sin obstáculo, continuando su destrucción. Los pastores de la campiña romana metían sus rebaños en este templo para que pernoctasen, como en un establo. Junto a la basílica de San Pedro, la mayor parte de las casas estaban destruidas, y las calles de la Ciudad Leonina, intransitables por los montones de escombros. Todo el vestíbulo de la citada basílica, primer templo de; catolicismo, se había desplomado. ...

En la línea 122
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Edwin se fijó en que esta ave extraordinaria tenia las formas fantásticas de los dragones alados que imaginaron los escultores de la Edad Media al labrar los capiteles y gárgolas de las catedrales. Su cuerpo estaba revestido de escamas metálicas y tenia en su parte delantera una cabeza de monstruo quimérico, con dos globos de faro a guisa de ojos. Sus alas eran a modo de cartílagos erizados de púas. Sobre el lomo del horripilante aeroplano, cuatro hombrecitos iguales a los que se movían en la pradera asomaban sus cabezas cubiertas con un casquete dorado, al que servia de remate una pluma larguísima. ...

En la línea 193
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Vio además Gillespie que la mayor parte de los jinetes que mantenían en respeto a la muchedumbre eran hombres igualmente; hombres enormes y barbudos, con una expresión de estupidez disciplinada, de brutalidad automática, reveladora de su situación inferior. A pesar de que iban armados con grandes cimitarras, su traje era una túnica igual a la de las mujeres. Todos ellos parecían simples soldados. Varias muchachas de bélica elegancia, llevando sobre sus cortas melenas el casquete alado, hacían caracolear sus caballos entre las de estos guerreros inferiores, dándoles órdenes con un laconismo de jefes. ...

En la línea 204
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Un grupo de aquellos hombres bestiales y semidesnudos, fuerzas ciegas y sometidas como los constructores de las Pirámides faraónicas, avanzó por la pradera tirando de un enorme cilindro vertical. Era una bomba rematada por un largo pistón. Esta bomba la acababan de limpiar los vigorosos siervos, pues había servido durante la noche para inyectar al gigante su dosis de narcótico. Poco después empezaron a salir de la selva rebaños de vacas bien cuidadas, gordas y lustrosas. Parecían enormes junto a los hombrecillos que las guiaban, pero no tenían en realidad para Gillespie mayor tamaño que una rata vieja. A los pocos momentos eran centenares; al final llenaron la mayor parte de la pradera, siendo más de mil. ...

En la línea 322
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... A ambos lados, sostenidos por una faja elástica, había en línea como una docena de cilindros de papel blanco, estrechos y prolongados, cuyo interior estaba lleno de una hierba obscura. Estos cilindros tenían recubierto el papel en su parte inferior con un zócalo de oro. ...

En la línea 67
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... En este interesante periodo de la crianza del heredero, desde el 45 para acá, sufrió la casa de Santa Cruz la transformación impuesta por los tiempos, y que fue puramente externa, continuando inalterada en lo esencial. En el escritorio y en el almacén aparecieron los primeros mecheros de gas hacia el año 49, y el famoso velón de cuatro luces recibió tan tremenda bofetada de la dura mano del progreso, que no se le volvió a ver más por ninguna parte. En la caja habían entrado ya los primeros billetes del Banco de San Fernando, que sólo se usaban para el pago de letras, pues el público los miraba aún con malos ojos. Se hablaba aún de talegas, y la operación de contar cualquier cantidad era obra para que la desempeñara Pitágoras u otro gran aritmético, pues con los doblones y ochentines, las pesetas catalanas, los duros españoles, los de veintiuno y cuartillo, las onzas, las pesetas columnarias y las monedas macuquinas, se armaba un belén espantoso. ...

En la línea 84
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... ¡Y que no pasaba flojos apuros la pobre para salir airosa en aquel papel inmenso! A Barbarita le hacía ordinariamente sus confidencias. «Mira, hija, algunos meses me veo tan agonizada, que no sé qué hacer. Dios me protege, que si no… Tú no sabes lo que es vestir siete hijas. Los varones, con los desechos de la ropa de su padre que yo les arreglo, van tirando. ¡Pero las niñas!… ¡Y con estas modas de ahora y este suponer!… ¿Viste la pieza de merino azul?, pues no fue bastante y tuve que traer diez varas más. ¡Nada te quiero decir del ramo de zapatos! Gracias que dentro de casa la que se me ponga otro calzado que no sea las alpargatitas de cáñamo, ya me tiene hecha una leona. Para llenarles la barriga, me defiendo con las patatas y las migas. Este año he suprimido los estofados. Sé que los dependientes refunfuñan; pero no me importa. Que vayan a otra parte donde los traten mejor. ¿Creerás que un quintal de carbón se me va como un soplo? Me traigo a casa dos arrobas de aceite, y a los pocos días… pif… parece que se lo han chupado las lechuzas. Encargo a Estupiñá dos o tres quintales de patatas, hija, y como si no trajera nada». En la casa había dos mesas. En la primera comían el principal y su señora, las niñas, el dependiente más antiguo y algún pariente, como Primitivo Cordero cuando venía a Madrid de su finca de Toledo, donde residía. A la segunda se sentaban los dependientes menudos y los dos hijos, uno de los cuales hacía su aprendizaje en la tienda de blondas de Segundo Cordero. Era un total de diez y siete o diez y ocho bocas. El gobierno de tal casa, que habría rendido a cualquiera mujer, no fatigaba visiblemente a Isabel. A medida que las niñas iban creciendo, disminuía para la madre parte del trabajo material; pero este descanso se compensaba con el exceso de vigilancia para guardar el rebaño, cada vez más perseguido de lobos y expuesto a infinitas asechanzas. Las chicas no eran malas, pero eran jovenzuelas, y ni Cristo Padre podía evitar los atisbos por el único balcón de la casa o por la ventanucha que daba al callejón de San Cristóbal. Empezaban a entrar en la casa cartitas, y a desarrollarse esas intrigüelas inocentes que son juegos de amor, ya que no el amor mismo. Doña Isabel estaba siempre con cada ojo como un farol, y no las perdía de vista un momento. A esta fatiga ruda del espionaje materno uníase el trabajo de exhibir y airear el muestrario, por ver si caía algún parroquiano o por otro nombre, marido. Era forzoso hacer el artículo, y aquella gran mujer, negociante en hijas, no tenía más remedio que vestirse y concurrir con su género a tal o cual tertulia de amigas, porque si no lo hacía, ponían las nenas unos morros que no se las podía aguantar. Era también de rúbrica el paseíto los domingos, en corporación, las niñas muy bien arregladitas con cuatro pingos que parecían lo que no eran, la mamá muy estirada de guantes, que le imposibilitaban el uso de los dedos, con manguito que le daba un calor excesivo a las manos, y su buena cachemira. Sin ser vieja lo parecía. ...

En la línea 84
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... ¡Y que no pasaba flojos apuros la pobre para salir airosa en aquel papel inmenso! A Barbarita le hacía ordinariamente sus confidencias. «Mira, hija, algunos meses me veo tan agonizada, que no sé qué hacer. Dios me protege, que si no… Tú no sabes lo que es vestir siete hijas. Los varones, con los desechos de la ropa de su padre que yo les arreglo, van tirando. ¡Pero las niñas!… ¡Y con estas modas de ahora y este suponer!… ¿Viste la pieza de merino azul?, pues no fue bastante y tuve que traer diez varas más. ¡Nada te quiero decir del ramo de zapatos! Gracias que dentro de casa la que se me ponga otro calzado que no sea las alpargatitas de cáñamo, ya me tiene hecha una leona. Para llenarles la barriga, me defiendo con las patatas y las migas. Este año he suprimido los estofados. Sé que los dependientes refunfuñan; pero no me importa. Que vayan a otra parte donde los traten mejor. ¿Creerás que un quintal de carbón se me va como un soplo? Me traigo a casa dos arrobas de aceite, y a los pocos días… pif… parece que se lo han chupado las lechuzas. Encargo a Estupiñá dos o tres quintales de patatas, hija, y como si no trajera nada». En la casa había dos mesas. En la primera comían el principal y su señora, las niñas, el dependiente más antiguo y algún pariente, como Primitivo Cordero cuando venía a Madrid de su finca de Toledo, donde residía. A la segunda se sentaban los dependientes menudos y los dos hijos, uno de los cuales hacía su aprendizaje en la tienda de blondas de Segundo Cordero. Era un total de diez y siete o diez y ocho bocas. El gobierno de tal casa, que habría rendido a cualquiera mujer, no fatigaba visiblemente a Isabel. A medida que las niñas iban creciendo, disminuía para la madre parte del trabajo material; pero este descanso se compensaba con el exceso de vigilancia para guardar el rebaño, cada vez más perseguido de lobos y expuesto a infinitas asechanzas. Las chicas no eran malas, pero eran jovenzuelas, y ni Cristo Padre podía evitar los atisbos por el único balcón de la casa o por la ventanucha que daba al callejón de San Cristóbal. Empezaban a entrar en la casa cartitas, y a desarrollarse esas intrigüelas inocentes que son juegos de amor, ya que no el amor mismo. Doña Isabel estaba siempre con cada ojo como un farol, y no las perdía de vista un momento. A esta fatiga ruda del espionaje materno uníase el trabajo de exhibir y airear el muestrario, por ver si caía algún parroquiano o por otro nombre, marido. Era forzoso hacer el artículo, y aquella gran mujer, negociante en hijas, no tenía más remedio que vestirse y concurrir con su género a tal o cual tertulia de amigas, porque si no lo hacía, ponían las nenas unos morros que no se las podía aguantar. Era también de rúbrica el paseíto los domingos, en corporación, las niñas muy bien arregladitas con cuatro pingos que parecían lo que no eran, la mamá muy estirada de guantes, que le imposibilitaban el uso de los dedos, con manguito que le daba un calor excesivo a las manos, y su buena cachemira. Sin ser vieja lo parecía. ...

En la línea 113
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... A las diez de la mañana concluía Estupiñá invariablemente lo que podríamos llamar su jornada religiosa. Pasada aquella hora, desaparecía de su rostro rossiniano la seriedad tétrica que en la iglesia tenía, y volvía a ser el hombre afable, locuaz y ameno de las tertulias de tienda. Almorzaba en casa de Santa Cruz o de Villuendas o de Arnaiz, y si Barbarita no tenía nada que mandarle, emprendía su tarea para defender el garbanzo, pues siempre hacía el papel de que trabajaba como un negro. Su afectada ocupación en tal época era el corretaje de dependientes, y fingía que los colocaba mediante un estipendio. Algo hacía en verdad, mas era en gran parte pura farsa; y cuando le preguntaban si iban bien los negocios, respondía en el tono de comerciante ladino que no quiere dejar clarear sus pingües ganancias: «Hombre, nos vamos defendiendo; no hay queja… Este mes he colocado lo menos treinta chicos… como no hayan sido cuarenta… ». ...

En la línea 11
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Bet y Nan, gemelas, tenían quince años. Eran niñas de buen corazón, sucias, harapientas y de profunda ignorancia. Su madre era como ellas. Mas el padre y la abuela eran un par de demonios. Se emborrachaban siempre que podían, luego se peleaban entre sí o con cualquiera que se les pusiera delante; maldecían y juraban siempre, ebrios o sobrios. John Canty era ladrón, y su madre pordiosera. Hicieron pordioseros a los niños, mas no lograron hacerlos ladrones. Entre la desgraciada ralea pero sin formar parte de ella que habitaba la casa, había un buen sacerdote viejo, a quien el rey había deudo sin casa ni hogar con sólo una pensión de unas cuantas monedas de cobre, que acostumbraba llamar a los niños y enseñarles secretamente el buen camino. El padre Andrés también enseñó a Tom un poco de latín, y a leer y escribir; y habría hecho otro tanto con las niñas, pero éstas temían las burlas de sus amigas, que no habrían sufrido en ellas una educación tan especial. ...

En la línea 13
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... No. La vida de Tom transcurría bastante bien, especialmente en verano. Mendigaba sólo lo necesario para salvarse, pues las leyes contra la mendicidad eran estrictas, y graves las penas, y reservaba buena parte de su tiempo para escuchar los encantadores viejos cuentos y leyendas del buen padre Andrés acerca de gigantes y hadas, enanos, y genios, y castillos encantados y magníficos reyes y príncipes. Llenósele la cabeza de todas estas cosas maravillosas, y más de una noche, cuando yacía en la oscuridad, sobre su mezquina y hedionda paja, cansado, hambriento y dolorido de una paliza, daba rienda suelta a la imaginación y pronto olvidaba sus penas y dolores, representándose deliciosamente la espléndida vida de un mimado príncipe en un palacio real. Con el tiempo un deseo vino a cautivarlo día y noche: ver a un príncipe de verdad, con sus propios ojos. Una vez les habló de ello a sus camaradas de Offal Court; pero se burlaron y escarnecieron tan despiadamente, que después de aquello guardó, gustosamente para sí su sueño. ...

En la línea 98
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Después de horas de constante acoso y persecución, el pequeño príncipe fue al fin abandonado por la chusma y quedó solo. Mientras había podido bramar contra el populacho, y amenazarlo regiamente, y proferir mandatos que eran materia de risa fue muy entretenido pero cuando la fatiga lo obligó finalmente al silencio, ya no les sirvió a sus atormentadores, que buscaron diversión en otra parte. Ahora miró a su alrededor, mas no pudo reconocer el lugar. Estaba en la ciudad de Londres: eso era todo lo que sabía. Se puso en marcha, a la ventura, y al poco rato las casas se estrecharon y los transeúntes fueron menos frecuentes. Bañó sus pies ensangrentados en el arroyo que corría entonces adonde hoy está la calle Farrington; descansó breves momentos, continuó su camino y pronto llegó a un gran espacio abierto con sólo unas cuantas casas dispersas y una iglesia maravillosa. Reconoció esta iglesia. Había andamios por doquier, y enjambres de obreros, porque estaba siendo sometida a elaboradas reparaciones. El príncipe se animó de inmediato, sintió que sus problemas tocaban a su fin. Se dijo: 'Es la antigua iglesia de los frailes franciscanos, que el rey mi padre quitó a los frailes y ha donado como asilo perpetuo de niños pobres y desamparados, rebautizada con el nombre de Iglesia de Cristo. De buen grado servirán al hijo de aquel que tan generoso ha sido para ellos, tanto más cuanto que ese hijo es tan pobre y tan abandonado como cualquiera que se ampare aquí hoy y siempre. ...

En la línea 116
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Ese día cuando cerró la noche, el príncipe se encontró metido en la parte más edificada de la ciudad. Su cuerpo estaba golpeado, sus manos sangraban y sus andrajos estaban sucios de lodo. Vagó más y más, cada vez más aturdido, y tan cansado y débil que apenas podía levantar los pies. Había cesado de hacer cualquier pregunta, puesto que sólo le ganaban insultos en lugar de información. Continuaba diciendo entre dientes: 'Offal Court, ése es el nombre. Si tan sólo pudiera encontrarlo antes de que mi fuerza se agote por completo y me derrumbe, estaré salvado, porque su gente me llevará al palacio y probara que no soy de los suyos, sino el verdadero príncipe; y tendré de nuevo lo que es mío.' Y de cuando en cuando su mente recordaba el trato que le habían dado los groseros muchachos del Hospital de Cristo, y decía: 'Cuando sea rey, no sólo tendrán pan y albergue, sino enseñanza con libros, porque la barriga llena vale poco cuando mueren de hambre la mente y el corazón. Guardaré esto muy bien en mi memoria: que la lección de este día no se pierda y por ello sufra mi pueblo; porque el aprender suaviza el corazón y presta gentileza y caridad.'[2] ...

En la línea 459
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –¡A la conquista, pues! Y ya sabe usted que nos tiene de su parte y que puede venir a esta su casa cuantas veces guste, y quiéralo o no Eugenia. ...

En la línea 794
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Cerró los ojos y volvió a soñar aquella casa dulce y tibia, en que la luz entraba por entre las blancas flores bordadas en los visillos. Volvió a ver a su madre, yendo y viniendo sin ruido, siempre de negro, con aquella su sonrisa que era poso de lágrimas. Y repasó su vide toda de hijo, cuando formaba parte de su madre y vivía a su amparo, y aquella muerte lenta, grave, dulce a indolorosa de la pobre señora, cuando se fue como un eve peregrine que emprende sin ruido el vuelo. Luego recordó o resoñó el encuentro de Orfeo, y al poco rato encontróse sumido en un estado de espíritu en que pasaban ante él, en cinematógrafo, las más extrañas visiones. ...

En la línea 843
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Y ella, por su parte, no me cabía duda, me culpaba a mí, y hasta suponía, qué sé yo… ...

En la línea 972
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Cuando Augusto se encontró ante doña Ermelinda empezó a darle sus excusas. Estaba, según decía, profundamente afectado; Eugenia no había sabido interpretar sus verdaderas intenciones. Él, por su parte, había cancelado formalmente la hipoteca de la casa y esta aparecía legalmente libre de semejante carga y en poder de su dueña. Y si ella se obstinaba en no recibir las rentas, él, por su parte, tampoco podía hacerlo; de manera que aquello se perdería sin provecho para nadie, o mejor dicho, iría depositándose a nombre de su dueña. Además, él renunciaba a sus pretensiones a la mano de Eugenia y sólo quería que esta fuese feliz; hasta se hallaba dispuesto a buscar una buena colocación a Mauricio para que no tuviese que vivir de las rentas de su mujer. ...

En la línea 310
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —Iba a llevar unos regalos al sultán de Verauni, de parte de mi hermano, el sultán de Shaja. ...

En la línea 426
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Como un relámpago atravesó una parte del bosque. De pronto escuchó un tiro a muy corta distancia, seguido de una exclamación cuyo acento le hizo estremecer. A escape galopó hacia el lugar donde resonara la detonación, y en medio de una pequeña explanada descubrió a Mariana, con la carabina humeante entre las manos. Se le acercó con un grito de alegría. ...

En la línea 522
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —Huye, Sandokán, mientras sea tiempo. Temo que te suceda una desgracia. Mi tío no ha salido por capricho; debe haberlo llamado el baronet William Rosenthal, que probablemente te ha reconocido. ¡Por favor, parte, vuelve a tu isla ahora! ¡Ponte a salvo antes de que una tempestad caiga sobre tu cabeza! ...

En la línea 664
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Toman dos bambúes partidos por mitad; en la superficie convexa de uno de ellos se hace un corte, y luego con el otro bambú se frota la parte interior, primero lentamente y después con mayor rapidez. El polvillo que se desprende se inflama y cae sobre un poco de yesca de fibras que se tiene preparada. La operación es fácil y rápida. ...

En la línea 34
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Quedaban, pues, tan sólo dos soluciones posibles al problema, soluciones que congregaban a dos bandos bien diferenciados: de una parte, los que creían en un monstruo de una fuerza colosal, y de otra, los que se pronunciaban por un barco «submarino» de una gran potencia motriz. ...

En la línea 47
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... »En efecto, el narval está armado de una especie de espada de marfil, de una alabarda, según la expresión de algunos naturalistas. Se trata de un diente que tiene la dureza del acero. Se han hallado algunos de estos dientes clavados en el cuerpo de las ballenas a las que el narval ataca siempre con eficacia. Otros han sido arrancados, no sin esfuerzo, de los cascos de los buques, atravesados de parte a parte, como una barrena horada un tonel. El Museo de la Facultad de Medicina de París posee una de estas defensas que mide dos metros veinticinco centímetros de longitud y cuarenta y ocho centímetros de anchura en la base. Pues bien, supóngase esa arma diez veces más fuerte, y el animal, diez veces más potente, láncesele con una velocidad de veinte millas por hora, multiplíquese su masa por su velocidad y se obtendrá un choque capaz de producir la catástrofe requerida. ...

En la línea 47
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... »En efecto, el narval está armado de una especie de espada de marfil, de una alabarda, según la expresión de algunos naturalistas. Se trata de un diente que tiene la dureza del acero. Se han hallado algunos de estos dientes clavados en el cuerpo de las ballenas a las que el narval ataca siempre con eficacia. Otros han sido arrancados, no sin esfuerzo, de los cascos de los buques, atravesados de parte a parte, como una barrena horada un tonel. El Museo de la Facultad de Medicina de París posee una de estas defensas que mide dos metros veinticinco centímetros de longitud y cuarenta y ocho centímetros de anchura en la base. Pues bien, supóngase esa arma diez veces más fuerte, y el animal, diez veces más potente, láncesele con una velocidad de veinte millas por hora, multiplíquese su masa por su velocidad y se obtendrá un choque capaz de producir la catástrofe requerida. ...

En la línea 50
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Estas últimas palabras eran una cobardía por mi parte, pero yo debía cubrir hasta cierto punto mi dignidad de profesor y protegerme del ridículo evitando hacer reír a los americanos, que cuando ríen lo hacen con ganas. Con esas palabras me creaba una escapatoria, pero, en el fondo, yo admitía la existencia del «monstruo». ...

En la línea 17
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Yo, muy serio, le expresé mi esperanza de que no lo haría y me agarré con mayor fuerza a la losa en que me había dejado, en parte, para sostenerme y también para contener el deseo de llorar. ...

En la línea 48
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Mi hermana, la señora Joe Gargery, tenía veinte años más que yo y había logrado gran reputación consigo misma y con los vecinos por haberme criado «a mano». Como en aquel tiempo tenía que averiguar yo solo el significado de esta expresión, y por otra parte me constaba que ella tenía una mano dura y pesada, así como la costumbre de dejarla caer sobre su marido y sobre mí, supuse que tanto Joe Gargery como yo habíamos sido criados «a mano». ...

En la línea 49
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Mi hermana no hubiera podido decirse hermosa, y yo tenía la vaga impresión de que, muy probablemente, debió de obligar a Joe Gargery a casarse con ella, también «a mano». Joe era guapo; a ambos lados de su suave rostro se veían algunos rizos de cabello dorado, y sus ojos tenían un tono azul tan indeciso, que parecían haberse mezclado, en parte, con el blanco de los mismos. Era hombre suave, bondadoso, de buen genio, simpático, atolondrado y muy buena persona; una especie de Hércules, tanto por lo que respecta a su fuerza como a su debilidad. ...

En la línea 72
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Mi hermana tenía un modo agresivo e invariable de cortar nuestro pan con manteca. Primero, con su mano izquierda, agarraba con fuerza el pan y lo apoyaba en su peto, por lo que algunas veces se clavaba en aquél un alfiler o una aguja que más tarde iban a parar a nuestras bocas. Luego tomaba un poco de manteca, nunca mucha, por medio de un cuchillo, y la extendía en la rebanada de pan con movimientos propios de un farmacéutico, como si hiciera un emplasto, usando ambos lados del cuchillo con la mayor destreza y arreglando y moldeando la manteca junto a la corteza. Hecho esto, daba con el cuchillo un golpe final en el extremo del emplasto y cortaba la rebanada muy gruesa, pero antes de separarla por completo del pan la partía por la mitad, dando una parte a Joe y la otra a mí. ...

En la línea 18
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Franqueó el umbral y se introdujo en la escalera de la derecha, estrecha y oscura como era propio de una escalera de servicio. Pero estos detalles eran familiares a nuestro héroe y, por otra parte, no le disgustaban: en aquella oscuridad no había que temer a las miradas de los curiosos. ...

En la línea 67
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Pero ni palabras ni exclamaciones bastaban para expresar su turbación. La sensación de profundo disgusto que le oprimía y le ahogaba cuando se dirigía a casa de la vieja era ahora sencillamente insoportable. No sabía cómo librarse de la angustia que le torturaba. Iba por la acera como embriagado: no veía a nadie y tropezaba con todos. No se recobró hasta que estuvo en otra calle. Al levantar la mirada vio que estaba a la puerta de una taberna. De la acera partía una escalera que se hundía en el subsuelo y conducía al establecimiento. De él salían en aquel momento dos borrachos. Subían la escalera apoyados el uno en el otro e injuriándose. Raskolnikof bajó la escalera sin vacilar. No había entrado nunca en una taberna, pero entonces la cabeza le daba vueltas y la sed le abrasaba. Le dominaba el deseo de beber cerveza fresca, en parte para llenar su vacío estómago, ya que atribuía al hambre su estado. Se sentó en un rincón oscuro y sucio, ante una pringosa mesa, pidió cerveza y se bebió un vaso con avidez. ...

En la línea 96
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Porque uno no tiene adónde ir, ni a nadie a quien dirigirse. Todos los hombres necesitan saber adónde ir, ¿no? Pues siempre llega un momento en que uno siente la necesidad de ir a alguna parte, a cualquier parte. Por eso, cuando mi hija única fue por primera vez a la policía para inscribirse, yo la acompañé… (porque mi hija está registrada como… ) ‑añadió entre paréntesis, mirando al joven con expresión un tanto inquieta‑. Eso no me importa, señor ‑se apresuró a decir cuando los dos muchachos se echaron a reír detrás del mostrador, e incluso el tabernero no pudo menos de sonreír‑. Eso no me importa. Los gestos de desaprobación no pueden turbarme, pues esto lo sabe todo el mundo, y no hay misterio que no acabe por descubrirse. Y yo miro estas cosas no con desprecio, sino con resignación… ¡Sea, sea, pues! Ecce Homo. Óigame, joven: ¿podría usted… ? No, hay que buscar otra expresión más fuerte, más significativa. ¿Se atrevería usted a afirmar, mirándome a los ojos, que no soy un puerco? ...

En la línea 96
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Porque uno no tiene adónde ir, ni a nadie a quien dirigirse. Todos los hombres necesitan saber adónde ir, ¿no? Pues siempre llega un momento en que uno siente la necesidad de ir a alguna parte, a cualquier parte. Por eso, cuando mi hija única fue por primera vez a la policía para inscribirse, yo la acompañé… (porque mi hija está registrada como… ) ‑añadió entre paréntesis, mirando al joven con expresión un tanto inquieta‑. Eso no me importa, señor ‑se apresuró a decir cuando los dos muchachos se echaron a reír detrás del mostrador, e incluso el tabernero no pudo menos de sonreír‑. Eso no me importa. Los gestos de desaprobación no pueden turbarme, pues esto lo sabe todo el mundo, y no hay misterio que no acabe por descubrirse. Y yo miro estas cosas no con desprecio, sino con resignación… ¡Sea, sea, pues! Ecce Homo. Óigame, joven: ¿podría usted… ? No, hay que buscar otra expresión más fuerte, más significativa. ¿Se atrevería usted a afirmar, mirándome a los ojos, que no soy un puerco? ...

En la línea 29
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —En París —respondile—tuve un altercado con un polaco, y luego con un oficial francés que salió en su defensa. Pero muchos de los franceses se pusieron de mi parte al oírme contar cómo casi escupí en el café de un Monseñor. ...

En la línea 116
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Por otra parte, yo estoy aquí observando y fijándome; estas notas y observaciones no tienen por objeto describir simplemente la ruleta. Me pongo al corriente para saber cómo habré de comportarme en lo sucesivo. He notado especialmente que, a menudo, resbala entre los jugadores de la primera fila una mano que se apropia de la postura ajena. Resulta de esto un altercado, con protestas y gritos. ¡E id a probar, con la ayuda de testigos, que se trata de vuestra postura! ¡Que os han levantado un muerto, como se dice en el argot del juego! ...

En la línea 139
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Cuando nos encontramos sigue tratándome con absoluta indiferencia, a la que añade incluso un desdén hostil. No intenta, lo veo claramente, disimular su aversión hacia mí. Por otra parte, tampoco oculta que le soy necesario y que me tiene como reserva para otras ocasiones propicias. ...

En la línea 142
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Ya antes me hablaba mucho de sus asuntos, pero jamás con entera confianza. Por si eso fuera poco, en su desprecio hacia mí ponía refinamientos del siguiente género: sabiendo que me hallaba al corriente de tal o cual circunstancia de su vida, de una grave preocupación, por ejemplo, me contaba sólo una parte de los hechos si creía necesario utilizarme para sus fines, o para alguna combinación, como un esclavo. Pero si ignoraba todavía las consecuencias de los acontecimientos, si me veía compartir sus sufrimientos o sus inquietudes, no se dignaba jamás tranquilizarme con una explicación amable. ...

En la línea 70
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... En otra parte había escrito: 'No preguntéis su nombre a quien os pide asilo. Precisamente quien más necesidad tiene de asilo es el que tiene más dificultad en decir su nombre'. ...

En la línea 90
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... La señora Magloire cultivaba legumbres en el jardín; el obispo, por su parte, había sembrado flores en otro rincón. Crecían también algunos árboles frutales. ...

En la línea 101
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Difícil sería hallar un transeúnte de aspecto más miserable. Era un hombre de mediana estatura, robusto, de unos cuarenta y seis a cuarenta y ocho años. Una gorra de cuero con visera calada hasta los ojos ocultaba en parte su rostro tostado por el sol y todo cubierto de sudor. Su camisa, de una tela gruesa y amarillenta, dejaba ver su velludo pecho; llevaba una corbata retorcida como una cuerda; un pantalón azul usado y roto; una vieja chaqueta gris hecha jirones; un morral de soldado a la espalda, bien repleto, bien cerrado y nuevo; en la mano un enorme palo nudoso, los pies sin medias, calzados con gruesos zapatos claveteados. Sus cabellos estaban cortados al rape y, sin embargo, erizados, porque comenzaban a crecer un poco y parecía que no habían sido cortados hacía algún tiempo. ...

En la línea 171
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... -A cualquier parte. ...

En la línea 49
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... En las bodegas del Narwhal, Buck y Curly encontraron a otros dos perros. Uno de ellos era un ejemplar albo y grande procedente de Spitzber gen, de donde se lo había llevado el capitán de un ballenero, que más tarde había participado en una expedición geológica a las islas Barren. Era cordial aunque traicionero, ya que sonreía a la cara mientras discurría alguna trastada, como por ejemplo cuando le robó a Buck una parte de su primera comida. En el momento en que Buck saltaba para castigarlo, se le adelantó el látigo de François restallando en el aire con tal violencia sobre el culpable que Buck no tuvo más que recuperar el hueso. Fue un acto de equidad por parte de François, pensó Buck, y empezó a sentir aprecio por el mestizo. ...

En la línea 49
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... En las bodegas del Narwhal, Buck y Curly encontraron a otros dos perros. Uno de ellos era un ejemplar albo y grande procedente de Spitzber gen, de donde se lo había llevado el capitán de un ballenero, que más tarde había participado en una expedición geológica a las islas Barren. Era cordial aunque traicionero, ya que sonreía a la cara mientras discurría alguna trastada, como por ejemplo cuando le robó a Buck una parte de su primera comida. En el momento en que Buck saltaba para castigarlo, se le adelantó el látigo de François restallando en el aire con tal violencia sobre el culpable que Buck no tuvo más que recuperar el hueso. Fue un acto de equidad por parte de François, pensó Buck, y empezó a sentir aprecio por el mestizo. ...

En la línea 58
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Antes de haberse recobrado de la conmoción que le provocó la trágica muerte de Curly, Buck experimentó otra peor. François le sujetó al cuerpo un aparejo de correas y hebillas. Era un arnés como el que había visto que, allá en la finca, los mozos de cuadra colocaban a los caballos. Y tal como había visto trabajar a los caballos fue puesto él a trabajar, tirando del trineo para llevar a François hasta el bosque que bordeaba el valle y regresar con una carga de leña. Aunque su dignidad resultó gravemente herida al verse convertido en animal de carga, fue lo bastante sensato como para no rebelarse. Se metió de lleno en la tarea y se esforzó al máximo, por más que todo le parecía nuevo y extraño. François era severo, exigía obediencia total y gracias a su látigo la lograba en el acto; por su parte, Dave, que era un experimentado perro zaguero, mordía las nalgas de Buck cada vez que cometía un error. Spitz, que era el que guiaba, era igualmente experimentado, pero como no siempre podía acercarse a Buck, le lanzaba de vez en cuando gruñidos de reproche o echaba astutamente su peso sobre las riendas para forzarlo a seguir el rumbo correcto. Buck aprendía con facilidad y, bajo la tutela conjunta de sus dos colegas y de François, realizó notables progresos. Antes de regresar al campamento ya sabía que ante un «¡so!» tenía que detenerse y ante un «¡arre!», avanzar, no le costaba trazar las curvas con amplitud y mantenerse lejos del zaguero cuando, en una pendiente, el trineo cargado se le venía encima pisándole los talones. ...

En la línea 73
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Ese día hicieron setenta kilómetros sobre suelo firme; pero al siguiente, y durante muchos días más, tuvieron que abrirse camino con mayor es fuerzo y tardando mucho más tiempo. Por lo general, Perrault iba delante apretando la nieve con raquetas en los pies para facilitar el desplazamiento del equipo. François, que guiaba el trineo desde la parte delantera, intercambiaba a veces el puesto con su compañero, aunque no siempre. Perrault tenía prisa y se jactaba de conocer bien el hielo, una pericia indispensable, porque en otoño el hielo era muy delgado y si había corriente de agua no cuajaba en absoluto. ...

En la línea 69
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... Un hombre puede ser visto bajo dos aspectos muy diferentes; un profesor de matemáticas durante su clase no deja ver más que una parte de sí mismo y hasta él olvida, momentáneamente, todo lo que se halla fuera del grupo de sus conocimientos especiales. Pero yo supongo que salido de su clase, es un buen músico. La familia le verá con más frecuencia bajo el aspecto de un violinista. Imaginad ahora que a consecuencia de un accidente cualquiera este hombre pierda todo recuerdo de la música. No queda entonces más que el matemático. Le habláis de su violín y no os comprende. Nunca lo ha tocado. Pero al cabo de algunos días, la memoria del músico reaparece y, en cambio, el grupo de recuerdos matemáticos se ha borrado. Tal es el aspecto -no digo la explicación sino el aspecto-, bajo el cual puede presentarse cierto fenómeno conocido con el nombre de división de la personalidad. ...

En la línea 149
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... -Ya lo creo; por lo menos un día y buena parte de la noche, para ir a Madrid; después, 26 horas en el sud-expreso, para ir a París, y luego, horas y horas para ir a Suiza, para bajar a Italia. ...

En la línea 59
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Quiso el señor Joaquín, a su modo, educar bien a Lucía; y en efecto, hizo cuanto es posible para estropear la superior naturaleza de su hija, sin conseguirlo, tal era ella de buena. Impulsado, por una parte, por el deseo de dar a Lucía conocimientos que la realzasen, recelando, de otra, que se dijese por el pueblo en son de burla que el tío Joaquín aspiraba a una hija señorita, educola híbridamente, teniéndola como externa en un colegio, bajo la férula de una directora muy remilgada, que afirmaba saberlo todo. Allí enseñaron a Lucía a chapurrear algo el francés y a teclear un poco en el piano; ideas serias, perdone usted por Dios; conocimientos de la sociedad, cero; y como ciencia femenina -ciencia harto más complicada y vasta de lo que piensan los profanos-, alguna laborcica tediosa e inútil, amén de fea; cortes de zapatillas de pésimo gusto, pecheras de camisa bordadas, faltriqueras de abalorio… Felizmente el padre Urtazu sembró entre tanta tierra vana unos cuantos granitos de trigo, y la enseñanza religiosa y moral de Lucía fue, aunque sumaria, recta y sólida, cuanto eran fútiles sus estudios de colegio. Tenía el padre Urtazu más de moralista práctico que de ascético, y la niña tomó de él más documentos provechosos para la conducta, que doctrina para la devoción. De suerte que sin dejar de ser buena cristiana, no pasó a fervorosa. La completa placidez de su temperamento vedaba todo extremo de entusiasmo a su alma: algo había en aquella niña del reposo olímpico de las griegas deidades; ni lo terrenal ni lo divino agitaban la serena superficie del ánimo. Solía decir el padre Urtazu, adelantando el labio con su acostumbrado visaje: ...

En la línea 64
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Dado tal linaje de culto, juzgue el pío lector cuál sería el gozo, confusión y anonadamiento del señor Joaquín, al recibir una mañana a un grave y apuesto sujeto, encargado de saludarle de parte del mismísimo Don Fulano. ...

En la línea 69
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -No, pues lo probable es que lleguen… La fortuna es enemiga de los viejos, y nosotros vamos siéndolo ya… Tú estás muy arruinado de algún tiempo a esta parte. Ese pelo… ¿Te acuerdas qué famoso pelazo tenías? Pronto recurriremos ambos al aceite de bellotas, como remedio heroico. ...

En la línea 74
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -¡Bah! gazmoñillas -pronunció Miranda, que en confianza y reserva se permitía su poco de irreligiosidad-. Tráenlas los jesuitas embobadas con cofradías y novenas, y andan comiéndose los santos… Sociedad, poca; cada uno en su casa y Dios en la de todos. No deja, por otra parte, de convenirme, puesto que he menester descanso y método… ...

En la línea 7
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... ¿Era rico Phileas Fogg? Indudablemente. Cómo había realizado su fortuna, es lo que los mejor informados no podían decir, y para saberlo, el último a quien convenía dirigirse era míster Fogg. En todo caso, aun cuando no se prodigaba mucho, no era tampoco avaro, porque en cualquier parte donde faltase auxilio para una cosa noble, útil o generosa, solía prestarlo con sigilo y hasta con el velo del anónimo. ...

En la línea 10
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Lo cierto era que desde hacía largos años Phileas Fogg no había dejado Londres. Los que tenían el honor de conocerle más a fondo que los demás, atestiguaban que -excepción hecha del camino diariamente recorrido por él desde su casa al club- nadie podía pretender haberio visto en otra parte. Era su único pasatiempo leer los periódicos y jugar al whist. Solía ganar a ese silencioso juego, tan apropiado a su natural, pero sus beneficios nunca entraban en su bolsillo, que figuraban por una suma respetable en su presupuesto de caridad. Por lo demás- bueno es consignarlo-, míster Fogg, evidentemente jugaba por jugar, no por ganar. Para él, el juego era un combate, una lucha contra una dificultad; pero lucha sin movimiento y sin fatigas, condiciones ambas que convenían mucho a su carácter. ...

En la línea 37
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Decir si el genio expansivo de este muchacho podía avenirse con el de Phileas Fogg, es cosa que prohibe la prudencia elemental. ¿Sería Picaporte ese criado exacto hasta la precisión que convenía a su dueño? La práctica lo demostraría. Después de haber tenido, como ya es sabido, una juventud algo vagabunda, aspiraba al reposo. Había oído ensalzar el metodismo inglés y la proverbial frialdad de los gentlemen, y se fue a buscar fortuna a Inglaterra. Pero hasta entonces la fortuna le había sido adversa. En ninguna parte pudo echar raíces. Estuvo en diez casas, y en todas ellas los amos eran caprichosos, desiguales, amigos de correr aventuras o de recorrer paises, cosas todas ellas que ya no podían convenir a Picaporte. Su último señor, el joven lord Longsferry, miembro del Parlamento después de pasar las noches en los 'oystersrooms' de Hay Marquet, volvía a su casa muy a menudo sobre los hombros de los 'policemen.' Queriendo Picaporte ante todo respetar a su amo, arriesgó algunas observaciones respetuosas que fueron mal recibidas, y rompió. Supo en el ínterin que Phileas Fogg buscaba criado y tomó infon nes acerca de este caballero. Un personaje cuya existencia era tan regular, que no dormía fuera de casa, que no viajaba, que nunca, ni un día siquiera, se ausentaba, no podía sino convenirle. Se presentó y fue admitido en las circunstancias ya conocidas. ...

En la línea 65
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Y precisamente, según lo decía 'Moming Chronicle', había motivos para suponer que el autor del robo no formaba parte de ninguna de las sociedades de ladrones de Inglaterra. Se había observado que durante aquel día, 29 de septiembre, se paseaba por la sala de pagos, teatro del robo, un caballero bien portado, de buenos modales y aire distinguido. Las indagaciones habían permitido reunir con bastante exactitud las senas de ese caballero, que fueron al punto transmitidas a todos los 'detectives' del Reino Unido y del gobierno. Algunas buenas almas, y entre ellos Gualterio Ralph, se creían con fundamento para esperar que el ladrón no se escaparía. ...


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