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La palabra estaba
Cómo se escribe

la palabra estaba

La palabra Estaba ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
El cuervo de Leopoldo Alias Clarín
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
Memoria De Las Islas Filipinas. de Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
Blancanieves de Jacob y Wilhelm Grimm
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
El Señor de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Niebla de Miguel De Unamuno
Sandokán: Los tigres de Mompracem de Emilio Salgàri
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
La llamada de la selva de Jack London
Amnesia de Amado Nervo
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Julio Verne de La vuelta al mundo en 80 días
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece estaba.

Estadisticas de la palabra estaba

La palabra estaba es una de las palabras más comunes del idioma Español, estando en la posición 112 según la RAE.

Estaba es una palabra muy común y se encuentra en el Top 500 con una frecuencia media de 615.84 veces en cada obra en castellano

El puesto de esta palabra se basa en la frecuencia de aparición de la estaba en 150 obras del castellano contandose 93607 apariciones en total.

Algunas Frases de libros en las que aparece estaba

La palabra estaba puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 80
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Los que compraban las hortalizas al por mayor para revenderlas conocían bien a esta mujercita que, antes del amanecer, ya estaba en el mercado de Valencia sentada en sus cestos, tiritando bajo el delgado y raído mantón. ...

En la línea 123
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... No, ella no era mala; había trabajado en las fábricas, había servido a una familia como doméstica; pero al fin sus hermanas le dieron el empleo, cansadas de sufrir hambre; y allí estaba, recibiendo unas veces cariño y otras bofetadas, hasta que reventase para siempre. ...

En la línea 151
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... ¡Hija, y qué desmejorada estaba la pobre Pepeta!. ...

En la línea 182
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... La puerta estaba rota por debajo, roída por las ratas, con grietas que la cortaban de un extremo a otro. ...

En la línea 49
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Esta era la parte de la bodega de los Dupont dedicada al engaño industrial. Las necesidades del comercio moderno obligaban a los monopolizadores de uno de los primeros vinos del mundo, a intervenir en estos amaños y combinaciones, que constituían con el cognac la mayor exportación de la casa. En el fondo de la bodega de embarque estaba el cuarto de las _referencias_, «la biblioteca de la casa», como decía Montenegro. Una anaquelería con puertas de cristales guardaba alineados en compactas filas miles y miles de pequeños frascos, cuidadosamente tapados, cada uno con su etiqueta, en la que se consignaba una fecha. ...

En la línea 51
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... La bodega de embarque contenía cuatro mil botas de distintos vinos para las combinaciones. En un cuarto lóbrego, sin otra luz que un ventanillo cerrado por un vidrio rojo, estaba la _cámara oscura_. Allí el técnico examinaba, al través del rayo luminoso, la copa de vino del barril recién abierto. ...

En la línea 85
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Con el miedo de un servidor bien cebado que teme perder el bienestar, daba consejos al joven. ¡Ojo, Ferminillo! La casa estaba llena de soplones. Cuando él estaba enterado, no sería de extrañar que don Pablo tuviese ya noticia de que Montenegro había visitado a Salvatierra. ...

En la línea 85
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Con el miedo de un servidor bien cebado que teme perder el bienestar, daba consejos al joven. ¡Ojo, Ferminillo! La casa estaba llena de soplones. Cuando él estaba enterado, no sería de extrañar que don Pablo tuviese ya noticia de que Montenegro había visitado a Salvatierra. ...

En la línea 54
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... No estaba en la maleta ni en parte alguna, a no ser los dos primeros folios, que se encontraron envolviendo los restos grasientos de una empanada fría. ...

En la línea 92
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Cuervo no escribía, hablaba; pero como él era bienquisto (frase favorita suya) de toda la población, y estaba en todas partes, sus palabras tenían mucha mayor publicidad que los artículos del otro. ...

En la línea 112
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Antes que Resma anduviese por el mundo, o por lo menos antes que fuese médico, «si lo era, que eso ya se averiguaría», estaba cansado Cuervo de saber que en Laguna se moría mucha gente. ...

En la línea 113
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... ¿Y qué? ¡Vaya una novedad! Él, que iba de aldea en aldea por todas las de la comarca, y comía en casa de todos los curas del contorno, estaba cansado de oír que no había en toda la diócesis parroquias como aquellas parroquias del Ayuntamiento de Laguna, así las del casco de la ciudad como las de fuera, en materia de pitanzas. ...

En la línea 25
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Estaban los señores queguerreaban entre sí; estaba el rey que hacía la guerra al cardenal; estaba el Español que hacía la guerra al rey . ...

En la línea 34
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Cara larga y atezada; el pómulo d e las mejillas saliente, signo de astucia; los músculos maxilares enormente desarrollados, índice in falible por el que se reconocía al gascón, incluso sin boina, y nuestro joven llevaba una boina adornada con una especie de pluma; los ojos abiertos a inte ligentes; la nariz ganchuda, pero finamente diseñada; de masiado grande para ser unadolescente, demasiado pequeña para ser un hombre hecho, un ojo poco acostumbrado le habría tomado por un hijo de aparcero de viaje, de no ser por su larga espada que, pren dida de un tahalí de piel, golpeaba las pantorrillas de su propietario cuando estaba de pie, y el pelo erizado de su montura cuando estaba a caballo. ...

En la línea 34
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Cara larga y atezada; el pómulo d e las mejillas saliente, signo de astucia; los músculos maxilares enormente desarrollados, índice in falible por el que se reconocía al gascón, incluso sin boina, y nuestro joven llevaba una boina adornada con una especie de pluma; los ojos abiertos a inte ligentes; la nariz ganchuda, pero finamente diseñada; de masiado grande para ser unadolescente, demasiado pequeña para ser un hombre hecho, un ojo poco acostumbrado le habría tomado por un hijo de aparcero de viaje, de no ser por su larga espada que, pren dida de un tahalí de piel, golpeaba las pantorrillas de su propietario cuando estaba de pie, y el pelo erizado de su montura cuando estaba a caballo. ...

En la línea 88
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Decididamente este caballo es, o mejor, fue en su juventud bo tón de oro -dijo el desconocido continuando las investigaciones co menzadas y dirigiéndose a sus oyentes de la ventana, sin aparentar en modo alguno notar la exasperación d e D'Artagnan, que sin embargo estaba de pie entre él y ellos-; es un color muy conocido en botánica, pero hasta el presente muy raro entre los caballos. ...

En la línea 358
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Emancipadas las Américas, la administracion de correos de Manila empezó á entenderse directamente con la direccion jeneral de Madrid, y poco despues de esta época, se aumentó al administrador en Filipinas un abono de trecientos pesos por razon de casa y cien pesos para un escribiente, únicos gastos de la renta; y que si se querian garantir mas sus ingresos, con solo añadir un interventor al tanto por ciento igualmente, estaba hecho cuanto se podia apetecer para mayor seguridad de sus fondos. ...

En la línea 423
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... promovido en Manila á consecuencia de la Real órden de 18 de Marzo de 1832 sobre pago de porte de la correspondencia estranjera; espedida despues de oir á los enviados de nuestro gobierno en Francia é Inglaterra, segun en ella aparece, y que no se observó alli, porque el tribunal del consulado al evacuar el informe pedido por el capitan jeneral, manifestó que para cumplirla sea preciso que la administracion de correos se constituyese de diferente manera que lo estaba, que regularizara su despacho, que sus operaciones se interviniesen, que el local de la oficina fuese mas análogo al objeto; y por último, que no estuviese servida por un empleado del gobierno: razones seguramente á cual mas poderosas para tomarlas en consideracion y proveer sin escepcion alguna al remedio de los males que en ella se denuncian, pues aunque la direccion hubiese querido conservar al actual administrador, por quien al parecer se interesa el suscriptor de vds. ...

En la línea 162
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Borrow se marchó de Londres en 1874, y se refugió en su casa de Oulton; estaba viudo desde 1869. ...

En la línea 271
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... ¡Desengáñese, _Batuschca_, desengáñese! España estaba dispuesta a luchar por vuestra causa, en tanto que al obrar así acrecentase su gloria; pero no le agrada perder batallas y más batallas en servicio vuestro. ...

En la línea 290
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Respecto de mis modestos trabajos, he de hacer notar aquí que lo realizado fué muy poca cosa; no tengo la pretensión de haber conseguido brillantes triunfos; cierto que fuí enviado a España, más que nada, a explorar el país y a comprobar hasta qué punto el espíritu del pueblo estaba preparado para recibir las verdades del cristianismo; obtuve, sin embargo, mediante el apoyo de buenos amigos, un permiso del Gobierno español para imprimir en Madrid una edición del libro sagrado, que subsiguientemente repartí por la capital y las provincias. ...

En la línea 324
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Mi primera impresión al tomar tierra en la Península estaba muy lejos de ser favorable; apenas hacía una hora que hollaba su suelo, y ya deseaba de corazón volverme a Rusia, país de donde había salido un mes antes, dejando en él amigos muy queridos y muy vivos afectos. ...

En la línea 104
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... No estaba muy bien con las heridas que don Belianís daba y recebía, porque se imaginaba que, por grandes maestros que le hubiesen curado, no dejaría de tener el rostro y todo el cuerpo lleno de cicatrices y señales. ...

En la línea 110
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Mejor estaba con Bernardo del Carpio, porque en Roncesvalles había muerto a Roldán el encantado, valiéndose de la industria de Hércules, cuando ahogó a Anteo, el hijo de la Tierra, entre los brazos. ...

En la línea 112
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Pero, sobre todos, estaba bien con Reinaldos de Montalbán, y más cuando le veía salir de su castillo y robar cuantos topaba, y cuando en allende robó aquel ídolo de Mahoma que era todo de oro, según dice su historia. ...

En la línea 120
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Cuatro días se le pasaron en imaginar qué nombre le pondría; porque, según se decía él a sí mesmo, no era razón que caballo de caballero tan famoso, y tan bueno él por sí, estuviese sin nombre conocido; y ansí, procuraba acomodársele de manera que declarase quién había sido, antes que fuese de caballero andante, y lo que era entonces; pues estaba muy puesto en razón que, mudando su señor estado, mudase él también el nombre, y le cobrase famoso y de estruendo, como convenía a la nueva orden y al nuevo ejercicio que ya profesaba. ...

En la línea 61
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Aprovecho estas observaciones para agregar algunas otras acerca del color de los mares, producido por causas orgánicas. En la costa de Chile, a pocas leguas al norte de la Concepción, el Beagle atravesó un día grandes zonas de agua fangosa muy parecida a la de un río aumentado de caudal por las lluvias; otra vez, a 50 millas de tierra y a un grado al sur de Valparaíso, tuvimos ocasión de ver el mismo colorido en un espacio aún más extenso. Este agua, puesta en un vaso, presentaba un matiz rojizo pálido; examinándola con el microscopio, veíase llena de animalillos, que iban en todas direcciones y a menudo hacían explosión. Presentan una forma oval; están estrangulados en su parte media por un anillo de pestañas vibrátiles curvas. Sin embargo, es muy difícil examinarlos bien, pues en cuanto cesan de moverse, hasta en el momento de cruzar por el campo visual del microscopio, hacen explosión. Algunas veces estallan al mismo tiempo ambas extremidades y otras una sola de ellas; de su cuerpo sale cierta cantidad de materia granulosa grosera y pardusca. Un momento antes de estallar el animal se hincha hasta hacerse doble de grueso que en el estado normal, y la explosión ocurre unos quince segundos después de haber cesado el movimiento rápido de propulsión hacia adelante; en algunos casos, un movimiento rotatorio alrededor del eje rotatorio precede algunos instantes a la explosión. Unos dos minutos después de haber sido aislados, por grande que sea su número, en una gota de agua, perecen todos de la manera que acabo de indicar. Estos animales se mueven con el extremo más estrecho hacia adelante; sus pestañas vibrátiles les comunican el movimiento, y suelen caminar con saltos rápidos. Son en extremo pequeños, y absolutamente invisibles a simple vista; en efecto, sólo ocupan una milésima de pulgada cuadrada. Existen en infinito número, pues la más pequeña gota de agua contiene una cantidad grandísima. En un solo día atravesamos dos puntos donde el agua tenía ese color, y uno de ellos ocupaba una superficie de varias millas cuadradas. ¡Cuál será, pues, el número de esos animale microscópicos! Vista el agua a alguna distancia, tiene un color rojo análogo al de la de un río que cruza por una comarca donde hay cretas rojizas; en el espacio donde se proyectaba la sombra del buque, el agua adquiría un matiz tan intenso como el chocolate; por último, podía distinguirse con claridad la línea donde se juntaban el agua roja y el agua azul. Desde algunos días antes el tiempo estaba muy tranquilo y el océano rebosaba, digámoslo así, de criaturas vivientes. ...

En la línea 73
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... «Todo lo que usted quiera, señor», suele contestar. Las primeras veces me apresuraba a dar gracias interiormente a la Providencia, por habernos conducido junto a un hombre tan amable. «¿Podría usted darnos pescado? -¡Oh! no, señor. -¿Y sopa? -No, señor. - ¿Y pan? -¡Oh! no, señor. -¿Y carne seca, tasajo? -¡Oh! no, señor.» Por muy satisfechos teníamos que darnos, si al cabo de dos horas de espera, lográbamos conseguir aves de corral, arroz y farinha. Hasta necesitábamos con frecuencia matar a pedradas a las gallinas que habían de servirnos de cena. Entonces, cuando rendidos de hambre y de cansancio, nos atrevíamos a decir con timidez que nos alegraría mucho el saber si estaba dispuesta la comida, el posadero nos respondía con orgullo (y, por desgracia, eso era lo más cierto de sus respuestas): «La comida estará cuando esté». Si nos hubiéramos atrevido a quejarnos o a insistir, nos hubieran dicho que éramos unos impertinentes y nos hubieran rogado que siguiésemos nuestro camino. ...

En la línea 76
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Salimos de la costa y penetramos de nuevo en la selva. Los árboles son muy altos; la blancura de su tronco contrasta sobremanera con lo que estamos habituados a ver en Europa. Hojeando las notas tomadas en el momento del viaje, advierto que las plantas parásitas, admirables, pasmosas, llenas todas de flores, me chocaban más que nada, como los objetos más nuevos en medio de esas escenas espléndidas. Al salir del bosque, atravesamos inmensos pastos muy desfigurados por un gran número de enormes hormigueros cónicos que se elevan a cerca de 12 pies de altura. Esos hormigueros hacen asemejarse exactamente esta llanura a los volcanes de barro del Jorullo, tal como los pinta Humboldt. Es de noche cuando llegamos a Engenhado, después de estar diez horas a caballo. Por otra parte, no cesaba yo de sentir la mayor sorpresa al pensar cuántas fatigas pueden soportar esos caballos; también me parece que sanan de sus heridas con más rapidez que los caballos de origen inglés. Los vampiros les causan a menudo grandes sufrimientos, mordiéndoles en la cruz, no tanto a causa de la pérdida de sangre que resulta de la mordedura, como a causa de la inflamación que luego produce el roce de la silla. Sé que en Inglaterra han puesto en duda últimamente la veracidad de este hecho; por tanto, es una buena suerte el haber estado yo presente un día en que se cogió a uno de esos vampiros (Desmodus d'Orbigny, Wat.), en el mismo dorso de un caballo. Vivaqueábamos muy tarde una noche cerca de Coquinho, en Chile, cuando mi criado, adviertiendo que un caballo de los nuestros estaba muy agitado, fue a ver qué ocurría; creyendo distinguir algo encima del lomo del caballo, acercó con rapidez una manu y cogió un vampiro. A la mañana siguiente, la hinchazón y los coágulos de sangre permitían ver dónde había sido mordido el caballo; tres días después hicimos uso de éste, sin que pareciera resentirse ya de la mordedura. ...

En la línea 83
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Creyóse, me figuro, que estaba encolerizado y que iba a pegarle, pues inmediatamente bajó las manos y entornó los ojos, echándome una mirada temerosa. Nunca olvidaré los sentimientos de sorpresa, disgusto y vergüenza que se apoderaron de mí al ver a ese hombre asustado con la idea de parar un golpe que creía dirigido contra su cara. ...

En la línea 103
del libro Blancanieves
del afamado autor Jacob y Wilhelm Grimm
... La manzana estaba tan ingeniosamente hecha que solamente la parte roja contenía veneno. ...

En la línea 111
del libro Blancanieves
del afamado autor Jacob y Wilhelm Grimm
... A la noche, al volver a la casa, los enanitos encontraron a Blancanieves tendida en el suelo sin que un solo aliento escapara de su boca: estaba muerta. ...

En la línea 112
del libro Blancanieves
del afamado autor Jacob y Wilhelm Grimm
... La levantaron, buscaron alguna cosa envenenada, aflojaron sus lazos, le peinaron los cabellos, la lavaron con agua y con vino pelo todo esto no sirvió de nada: la querida niña estaba muerta y siguió estándolo. ...

En la línea 115
del libro Blancanieves
del afamado autor Jacob y Wilhelm Grimm
... Luego quisieron enterrarla pero ella estaba tan fresca como una persona viva y mantenía aún sus mejillas sonrosadas. ...

En la línea 137
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Celedonio defendía las costumbres de la Iglesia primitiva; Bismarck estaba por todos los esplendores del culto. ...

En la línea 149
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... La sierra estaba al Noroeste y por el Sur que dejaba libre a la vista se alejaba el horizonte, señalado por siluetas de montañas desvanecidas en la niebla que deslumbraba como polvareda luminosa. ...

En la línea 168
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... El caracol estaba interceptado por el canónigo. ...

En la línea 227
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Celedonio que en alguna ocasión, aprovechando un descuido, había mirado por el anteojo del Provisor, sabía que era de poderosa atracción; desde los segundos corredores, mucho más altos que el campanario, había él visto perfectamente a la Regenta, una guapísima señora, pasearse, leyendo un libro, por su huerta que se llamaba el Parque de los Ozores; sí, señor, la había visto como si pudiera tocarla con la mano, y eso que su palacio estaba en la rinconada de la Plaza Nueva, bastante lejos de la torre, pues tenía en medio de la plazuela de la catedral, la calle de la Rúa y la de San Pelayo. ...

En la línea 107
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Rosario estaba enamorada, padecía. ...

En la línea 139
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Y Juan estaba seguro de no haber deseado jamás ni un beso de aquella criatura: nada de aquella carne, que más le enamoraba cuanto más se desvanecía. ...

En la línea 156
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Su alma estaba más pura de esta mancha que en los mejores tiempos de su esperanza de martirio en Oriente. ...

En la línea 178
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Juan no maldecía sus manteos; no encontraba una cadena en su estado; no, cada vez era mejor sacerdote, estaba más contento de su destino. ...

En la línea 41
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... ¡Cosa inexplicable para Borja!… Había pensado siempre con odio en este hombre, y al verlo de cerca tuvo que confesar que no le era antipático. Sólo odiaba al general-doctor cuando estaba lejos. Luego, en su presencia, le parecía absurdo que el apellido de este hombre hubiese podido agitar sus nervios. Urdaneta había venido a vivir en Cannes unas semanas, y los dos enamorados lo encontraron repetidas veces en los hoteles de Niza o en el Casino de Montecarlo. ...

En la línea 42
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Rosaura, más tenaz en sus desvíos, lo trataba fríamente, esforzándose por hacer ver a todos que este hombre sólo era ya para ella uno de tantos visitantes. El pasado estaba muerto y bien muerto. Borja, en cambio, sentíase atraído por el irresistible agradador. Si su nombre le infundía celos, su presencia real no despertaba en su ánimo ninguna desconfianza, y hasta le inspiraba cierta conmiseración simpática. ...

En la línea 80
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... De pronto sentía un deseo cruel de atormentar con sus quejas a la mujer adorada. Era una obra subsconsciente, una mala pasión que parecía venir de otro hombre. En tales momentos, el amor estaba compuesto para él de agresividad y odio afectuoso. ...

En la línea 118
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Basta su casa habían llegado los ecos de la existencia que llevaba Claudio. Sabía quién era esta millonaria de América y sus relaciones con Borja… Pero, en fin, la vida en el extranjero es otra que la de España; ella era viuda y él estaba libre. A nadie hacían daño de un modo inmediato y directo con su conducta irregular. Y el sacerdote, para tranquilidad de su propia conciencia, mostrábase seguro de que, al fin, los dos acabarían por casarse. ...

En la línea 37
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Luego, al verse solo, sin la dulce embriaguez que parecía invadirle cuando estaba al lado de su novia, volvió a contemplar la realidad tal como era, hostil y repelente. ¿Cómo puede un hombre ganar unos cuantos millones en un año cuando los necesita para casarse con la mujer que ama?… Quiso ver otra vez a Margaret, para que su voluntad adquiriese nuevas fuerzas, pero no pudo encontrarla. La viuda de Haynes, que sin duda había tenido noticias de esta entrevista por la profesora de español, se marchó de San Francisco con su hija, y esta vez Edwin no pudo averiguar nada acerca de su paradero. ...

En la línea 67
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Por fortuna, este bote, en el que podían tomar asiento hasta ocho personas, solo estaba ocupado por tres: Gillespie, el oficial y un marinero. ...

En la línea 68
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El paquebote, acostándose en una última convulsión, desapareció bajo el agua, lanzando antes varias explosiones, como ronquidos de agonía. La soledad oceánica pareció agrandarse después del hundimiento de esta isla creada por los hombres. Las diversas embarcaciones, pequeñas como moscas, se fueron perdiendo de vista unas de otras en la penumbra vaporosa del crepúsculo. El mar, que visto desde lo alto del buque solo estaba rizado por suaves ondulaciones, era ahora una interminable sucesión de montañas enormes de angustioso descenso y de sombríos valles, en los que el bote parecía que iba a quedarse inmóvil, sin fuerzas para emprender la ascensión de la nueva cumbre que venía a su encuentro. ...

En la línea 73
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Era la caricia del sol naciente. El bote se agitaba con movimientos más suaves que en la noche anterior. El cielo no tenía sobre sus ojos una nube que lo empañase; todo el estaba impregnado de oro solar. Las aguas se extendían mas allá de las bordas del bote, formando una llanura de azul profundo y mate que parecía beber la luz. ...

En la línea 13
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Empezó entonces para Barbarita nueva época de sobresaltos. Si antes sus oraciones fueron pararrayos puestos sobre la cabeza de Juanito para apartar de ella el tifus y las viruelas, después intentaban librarle de otros enemigos no menos atroces. Temía los escándalos que ocasionan lances personales, las pasiones que destruyen la salud y envilecen el alma, los despilfarros, el desorden moral, físico y económico. Resolviose la insigne señora a tener carácter y a vigilar a su hijo. Hízose fiscalizadora, reparona, entrometida, y unas veces con dulzura, otras con aspereza que le costaba trabajo fingir, tomaba razón de todos los actos del joven, tundiéndole a preguntas: «¿A dónde vas con ese cuerpo?… ¿De dónde vienes ahora?… ¿Por qué entraste anoche a las tres de la mañana?… ¿En qué has gastado los mil reales que ayer te di?… A ver, ¿qué significa este perfume que se te ha pegado a la cara?… ». Daba sus descargos el delincuente como podía, fatigando su imaginación para procurarse respuestas que tuvieran visos de lógica, aunque estos fueran como fulgor de relámpago. Ponía una de cal y otra de arena, mezclando las contestaciones categóricas con los mimos y las zalamerías. Bien sabía cuál era el flanco débil del enemigo. Pero Barbarita, mujer de tanto espíritu como corazón, se las tenía muy tiesas y sabía defenderse. En algunas ocasiones era tan fuerte la acometida de cariñitos, que la mamá estaba a punto de rendirse, fatigada de su entereza disciplinaria. Pero, ¡quia!, no se rendía; y vuelta al ajuste de cuentas, y al inquirir, y al tomar acta de todos los pasos que el predilecto daba por entre los peligros sociales. En honor a la verdad, debo decir que los desvaríos de Juanito no eran ninguna cosa del otro jueves. En esto, como en todo lo malo, hemos progresado de tal modo, que las barrabasadas de aquel niño bonito hace quince años, nos parecerían hoy timideces y aun actos de ejemplaridad relativa. ...

En la línea 15
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Cuando comunicaba sus temores a D. Baldomero, este se echaba a reír y le decía: «El chico es de buena índole. Déjale que se divierta y que la corra. Los jóvenes del día necesitan despabilarse y ver mucho mundo. No son estos tiempos como los míos, en que no la corría ningún chico del comercio, y nos tenían a todos metidos en un puño hasta que nos casaban. ¡Qué costumbres aquellas tan diferentes de las de ahora! La civilización, hija, es mucho cuento. ¿Qué padre le daría hoy un par de bofetadas a un hijo de veinte años por haberse puesto las botas nuevas en día de trabajo? ¿Ni cómo te atreverías hoy a proponerle a un mocetón de estos que rece el rosario con la familia? Hoy los jóvenes disfrutan de una libertad y de una iniciativa para divertirse que no gozaban los de antaño. Y no creas, no creas que por esto son peores. Y si me apuras, te diré que conviene que los chicos no sean tan encogidos como los de entonces. Me acuerdo de cuando yo era pollo. ¡Dios mío, qué soso era! Ya tenía veinticinco años, y no sabía decir a una mujer o señora sino que usted lo pase bien, y de ahí no me sacaba nadie. Como que me había pasado en la tienda y en el almacén toda la niñez y lo mejor de mi juventud. Mi padre era una fiera; no me perdonaba nada. Así me crié, así salí yo, con unas ideas de rectitud y unos hábitos de trabajo, que ya ya… Por eso bendigo hoy los coscorrones que fueron mis verdaderos maestros. Pero en lo referente a sociedad, yo era un salvaje. Como mis padres no me permitían más compañía que la de otros muchachones tan ñoños como yo, no sabía ninguna suerte de travesuras, ni había visto a una mujer más que por el forro, ni entendía de ningún juego, ni podía hablar de nada que fuera mundano y corriente. Los domingos, mi mamá tenía que ponerme la corbata y encasquetarme el sombrero, porque todas las prendas del día de fiesta parecían querer escapárseme del cuerpo. Tú bien te acuerdas. Anda, que también te has reído de mí. Cuando mis padres me hablaron… así, a boca de jarro, de que me iba a casar contigo, ¡me corrió un frío por todo el espinazo… ! Todavía me acuerdo del miedo que te tenía. Nuestros padres nos dieron esto amasado y cocido. Nos casaron como se casa a los gatos, y punto concluido. Salió bien; pero hay tantos casos en que esta manera de hacer familias sale malditamente… ¡Qué risa! Lo que me daba más miedo cuando mi madre me habló de casarme, fue el compromiso en que estaba de hablar contigo… No tenía más remedio que decirte algo… ¡Caramba, qué sudores pasé! 'Pero yo ¿qué le voy a decir, si lo único que sé es que usted lo pase bien, y en saliendo de ahí soy hombre perdido… ?'. ...

En la línea 16
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Ya te he contado mil veces la saliva amarga que tragaba ¡ay, Dios mío!, cuando mi madre me mandaba ponerme la levita de paño negro para llevarme a tu casa. Bien te acuerdas de mi famosa levita, de lo mal que me estaba y de lo desmañado que era en tu presencia, pues no me arrancaba a decir una palabra sino cuando alguien me ayudaba. Los primeros días me inspirabas verdadero terror, y me pasaba las horas pensando cómo había de entrar y qué cosas había de decir, y discurriendo alguna triquiñuela para hacer menos ridícula mi cortedad… Dígase lo que se quiera, hija, aquella educación no era buena. Hoy no se puede criar a los hijos de esa manera. Yo ¡qué quieres que te diga!, creo que en lo esencial Juanito no ha de faltarnos. Es de casta honrada, tiene la formalidad en la masa de la sangre. Por eso estoy tranquilo, y no veo con malos ojos que se despabile, que conozca el mundo, que adquiera soltura de modales… ». ...

En la línea 19
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Estas razones no convencían a Barbarita, que seguía con toda el alma fija en los peligros y escollos de la Babilonia parisiense, porque había oído contar horrores de lo que allí pasaba. Como que estaba infestada la gran ciudad de unas mujeronas muy guapas y elegantes que al pronto parecían duquesas, vestidas con los más bonitos y los más nuevos arreos de la moda. Mas cuando se las veía y oía de cerca, resultaban ser unas tiotas relajadas, comilonas, borrachas y ávidas de dinero, que desplumaban y resecaban al pobrecito que en sus garras caía. Contábale estas cosas el marqués de Casa-Muñoz que casi todos los veranos iba al extranjero. ...

En la línea 20
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Cierto día de enero, en su habitual recorrido de pordiosero, vagaba desalentado por el sitio que rodea Mincing Lane, y Little East Cheap, hora tras hora, descalzo y con frío, mirando los escaparates de los figones y anhelando las formidables empanadas de cerdo y otros inventos letales ahí exhibidos, porque, para él, todas aquellas eran golosinas dignas de ángeles, a juzgar por su olor, ya que nunca había tenido la buena suerte de comer alguna. Caía una fría llovizna, la atmósfera estaba sombría, era un día melancólico. Por la noche llegó Tom a su casa tan mojado, rendido y hambriento, que su padre y su abuela no pudieron observar su desamparo sin sentirse conmovidos –a su estilo–; de ahí que le dieran una bofetada de una vez y lo mandaran a la cama. Largo rato le mantuvieron despierto el dolor y el hambre, y las blasfemias y golpes que continuaban en el edificio; mas al fin sus pensamientos flotaron hacia lejanas tierras imaginarias, y se durmió en compañía de enjoyados y lustrosos príncipes que vivían en grandes palacios y tenían criados zalameros ante ellos o volando para ejecutar sus órdenes. Luego, como de costumbre, soñó que él mismo era príncipe. Durante toda la noche las glorias de su regio estado brillaron sobre él. Se movía entre grandes señores y damas, en una atmósfera de luz, aspirando perfumes, escuchando deliciosa música y respondiendo a las reverentes cortesías de la resplandeciente muchedumbre que se separaba para abrirle paso, aquí con una sonrisa y allá con un movimiento de su principesca cabeza. Y cuando despertó por la mañana y contempló la miseria que le rodeaba, su sueño surtió su efecto habitual: había intensificado mil veces la sordidez de su ambiente. Después vino la amargura, el dolor y las lágrimas. ...

En la línea 24
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Tom descubrió Charing Village y descansó ante la hermosa cruz construida allí por un afligido rey de antaño; luego descendió por un camino hermoso y tranquilo, más allá del magnífico palacio del gran cardenal, hacia otro palacio mucho más grande y majestuoso: el de Westminster. Tom miraba azorado la gran mole de mampostería, las extensas alas, los amenazadores bastiones y torrecillas, la gran entrada de piedra con sus verjas doradas y su magnífico arreo de colosales leones de granito, y los otros signos y emblemas de la realeza inglesa. ¿Iba a satisfacer, al, fin, el anhelo de su alma? Aquí estaba, en efecto, el palacio de un rey. ¿No podría ser que viera a un príncipe –a un príncipe de carne y hueso– si lo quería el cielo? ...

En la línea 27
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Todo en su mente abrió paso al instante a un deseo, el de acercarse al príncipe y echarle una mirada larga y devoradora. Antes de darse cuenta ya estaba con la cara pegada a las barras de la verja. Al momento, uno de los soldados lo arrancó violentamente de allí y lo mandó dando vueltas contra la muchedumbre de campesinos boquiabiertos y de londinenses ociosas. El soldado dijo: ...

En la línea 81
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Pocos minutos más tarde, el pequeño Príncipe de Gales estaba ataviado con los confusos andrajos de Tom, y el pequeño Príncipe de la Indigencia estaba ataviado con el vistoso plumaje de la realeza. Los dos fueron hacia un espejo y se pararon uno junto al otro, y, ¡hete aquí, un milagro: no parecía que se hubiera hecho cambio alguno! Se miraron mutuamente –con asombro, luego al espejo, luego otra vez uno al otro. Por fin, el perplejo principillo dijo: ...

En la línea 220
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Pero este pensamiento se le fue diluyendo, derritiéndosele, y al poco rato no era sino una polca. Es que un piano de manubrio se había parado al pie de la ventana de su cuarto y estaba sonando. Y el alma de Augusto repercutía notas, no pensaba. ...

En la línea 247
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Me dijo que si volvía por acá le dijese que estaba comprometida, que tiene novio. ...

En la línea 260
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Era una casa dulce y tibia. La luz entraba por entre las blancas flores bordadas en los visillos. Las butacas abrían, con intimidad de abuelos hechos niños por los años, sus brazos. Allí estaba siempre el cenicero con la ceniza del último puro que apuró su padre. Y allí, en la pared, el retrato de ambos, del padre y de la madre, la viuda ya, hecho el día mismo en que se casaron. Él, que era alto, sentado, con una pierna cruzada sobre la otra, enseñando la lengüeta de la bota, y ella, que era bajita, de pie a su lado y apoyando la mano, una mano fina que no parecía hecha para agarrar, sino para posarse como paloma, en el hombro de su marido. ...

En la línea 272
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Y ahora estaba aquí, en la Alameda, bajo el gorjear de los pájaros, pensando en Eugenia. Y Eugenia tenía novio. «Lo que temo, hijo mío –solía decirle su madre–, es cuando te encuentres con la primera espina en el camino de tu vida.» ...

En la línea 157
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Labuán, cuya superficie no pasa de ciento dieciséis kilómetros cuadrados, no tenía la importancia que tiene hoy. Ocupada por orden del gobierno inglés con el objeto de suprimir la piratería, contaba en aquellos tiempos con unos mil habitantes, casi todos malayos y sólo unos doscientos de raza blanca. Hacía muy poco que habían fundado una ciudadela, Victoria, rodeada de algunos fortines construidos para impedir que la destruyeran los piratas de Mompracem, que varias veces habían devastado las costas. El resto de la isla estaba cubierto de bosques espesísimos, todavía poblados de tigres. ...

En la línea 234
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... El viento era más bien débil, pero el mar estaba calmo. Sandokán temblaba de rabia. Él, el formidable Tigre de la Malasia, sentía vergüenza de huir silencioso como un ladrón. ¡Le hervía la sangre de furor y sus ojos relampagueaban! ...

En la línea 282
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Cuando volvió en sí, vio con gran sorpresa que no estaba en la pradera que atravesara durante la noche, sino en una habitación espaciosa, empapelada con papel floreado, y tendido en un lecho cómodo y blandísimo. ...

En la línea 289
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... El libro estaba cubierto de caracteres finos y elegantes, pero no pudo comprender palabra alguna, aun cuando se asemejaban a los de la lengua del portugués Yáñez. Cogió con delicadeza la flor y la contempló largo rato. La olió varias veces, procurando no estropearla con sus dedos que nunca tocaron otra cosa que la empuñadura de la cimitarra. Experimentó de nuevo una sensación extraña, un estremecimiento misterioso. Casi con pesar colocó la flor entre las páginas y cerró el libro. ...

En la línea 33
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... A mi llegada a Nueva York, el problema estaba más candente que nunca. La hipótesis del islote flotante, del escollo inaprehensible, sostenida por algunas personas poco competentes, había quedado abandonada ya. Porque, en efecto, ¿cómo hubiera podido un escollo desplazarse con tan prodigiosa rapidez sin una máquina en su interior? Esa rapidez en sus desplazamientos es lo que hizo asimismo rechazar la existencia de un casco flotante, del enorme resto de un naufragio. ...

En la línea 55
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Pero como suele ocurrir, bastó que se hubiera tomado la decisión de perseguir al monstruo para que éste no reapareciera más. Nadie volvió a oír hablar de él durante dos meses. Ningún barco se lo encontró en su derrotero. Se hubiera dicho que el unicornio conocía la conspiración que se estaba tramando contra él ¡Se había hablado tanto de él y hasta por el cable transatlántico! Los bromistas pretendían que el astuto monstruo había interceptado al paso algún telegrama a él referido y que obraba en consecuencia. ...

En la línea 57
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Grande fue la emoción causada por la noticia. No se concedieron ni veinticuatro horas de plazo al comandante Farragut. Sus víveres estaban a bordo. Sus pañoles desbordaban de carbón. La tripulación contratada estaba al completo. No había más que encender los fuegos, calentar y zarpar. No se le habría perdonado una media jornada de retraso. El comandante Farragut no deseaba otra cosa que partir. ...

En la línea 69
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Tres segundos antes de la recepción de la carta de J. B. Hobson, estaba yo tan lejos de la idea de perseguir al unicornio como de la de buscar el paso del Noroeste. Tres segundos después de haber leído la carta del honorable Secretario de la Marina, había comprendido ya que mi verdadera vocación, el único fin de mi vida, era cazar a ese monstruo inquietante y liberar de él al mundo. Sin embargo, acababa de regresar de un penoso viaje y me sentía cansado y ávido de reposo. Mi única aspiración era la de volver a mi país, a mis amigos y a mi pequeño alojamiento del jardín de Plantas con mis queridas y preciosas colecciones. Pero nada pudo retenerme. Lo olvidé todo, fatigas, amigos, colecciones y acepté sin más reflexión la oferta del gobierno americano. ...

En la línea 27
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Después de contemplarla un rato y de mirarme varias veces, se acercó a la losa en que yo estaba sentado, me cogió con ambos brazos y me echó hacia atrás tanto como pudo, sin soltarme: de manera que sus ojos miraban con la mayor tenacidad y energía en los míos, que a su vez le contemplaban con el mayor susto. ...

En la línea 34
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Yo estaba mortalmente asustado y tan aturdido que me agarré a él con ambas manos y le dije: ...

En la línea 46
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Ahora los marjales parecían una larga y negra línea horizontal. En el cielo había fajas rojizas, separadas por otras muy negras. A orillas del río pude distinguir débilmente las dos únicas cosas oscuras que parecían estar erguidas; una de ellas era la baliza, gracias a la cual se orientaban los marinos, parecida a un barril sin tapa sobre una pértiga, cosa muy fea y desagradable cuando se estaba cerca: era una horca, de la que colgaban algunas cadenas que un día tuvieron suspendido el cuerpo de un pirata. Aquel hombre se acercaba cojeando a esta última, como si fuese el pirata resucitado y quisiera ahorcarse otra vez. Cuando pensé en eso, me asusté de un modo terrible y, al ver que las ovejas levantaban sus cabezas para mirar a aquel hombre, me pregunté si también creerían lo mismo que yo. Volví los ojos alrededor de mí en busca de aquel terrible joven, mas no pude descubrir la menor huella de él. Y como me había asustado otra vez, eché a correr hacia casa sin detenerme. ...

En la línea 50
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Mi hermana, la señora Joe, tenía el cabello y los ojos negros y el cutis tan rojizo, que muchas veces yo mismo me preguntaba si se lavaría con un rallador en vez de con jabón. Era alta y casi siempre llevaba un delantal basto, atado por detrás con dos cintas y provisto por delante de un peto inexpugnable, pues estaba lleno de alfileres y de agujas. Se envanecía mucho de llevar tal delantal, y ello constituía uno de los reproches que dirigía a Joe. A pesar de cuyo envanecimiento, yo no veía la razón de que lo llevara. ...

En la línea 8
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... De tarde en tarde musitaba unas palabras confusas, cediendo a aquella costumbre de monologar que había reconocido hacía unos instantes. Se daba cuenta de que las ideas se le embrollaban a veces en el cerebro, y de que estaba sumamente débil. ...

En la línea 16
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... No tenía que ir muy lejos; sabía incluso el número exacto de pasos que tenía que dar desde la puerta de su casa; exactamente setecientos treinta. Los había contado un día, cuando la concepción de su proyecto estaba aún reciente. Entonces ni él mismo creía en su realización. Su ilusoria audacia, a la vez sugestiva y monstruosa, sólo servía para excitar sus nervios. Ahora, transcurrido un mes, empezaba a mirar las cosas de otro modo y, a pesar de sus enervantes soliloquios sobre su debilidad, su impotencia y su irresolución, se iba acostumbrando poco a poco, como a pesar suyo, a llamar «negocio» a aquella fantasía espantosa, y, al considerarla así, la podría llevar a cabo, aunque siguiera dudando de sí mismo. ...

En la línea 17
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Aquel día se había propuesto hacer un ensayo y su agitación crecía a cada paso que daba. Con el corazón desfallecido y sacudidos los miembros por un temblor nervioso, llegó, al fin, a un inmenso edificio, una de cuyas fachadas daba al canal y otra a la calle. El caserón estaba dividido en infinidad de pequeños departamentos habitados por modestos artesanos de toda especie: sastres, cerrajeros… Había allí cocineras, alemanes, prostitutas, funcionarios de ínfima categoría. El ir y venir de gente era continuo a través de las puertas y de los dos patios del inmueble. Lo guardaban tres o cuatro porteros, pero nuestro joven tuvo la satisfacción de no encontrarse con ninguno. ...

En la línea 67
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Pero ni palabras ni exclamaciones bastaban para expresar su turbación. La sensación de profundo disgusto que le oprimía y le ahogaba cuando se dirigía a casa de la vieja era ahora sencillamente insoportable. No sabía cómo librarse de la angustia que le torturaba. Iba por la acera como embriagado: no veía a nadie y tropezaba con todos. No se recobró hasta que estuvo en otra calle. Al levantar la mirada vio que estaba a la puerta de una taberna. De la acera partía una escalera que se hundía en el subsuelo y conducía al establecimiento. De él salían en aquel momento dos borrachos. Subían la escalera apoyados el uno en el otro e injuriándose. Raskolnikof bajó la escalera sin vacilar. No había entrado nunca en una taberna, pero entonces la cabeza le daba vueltas y la sed le abrasaba. Le dominaba el deseo de beber cerveza fresca, en parte para llenar su vacío estómago, ya que atribuía al hambre su estado. Se sentó en un rincón oscuro y sucio, ante una pringosa mesa, pidió cerveza y se bebió un vaso con avidez. ...

En la línea 24
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Yo estaba de mal humor. No hay ni que decir que, antes de la mitad de la comida, me había formulado ya la eterna pregunta: “¿Porqué andaré ligado a este general y por qué no le habré abandonado desde hace largo tiempo?” ...

En la línea 35
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —¡Cómo! ¡En el preciso momento que está hablando con un Cardenal! —exclamó el cura, retrocediendo asustado hacia la puerta y extendiendo los brazos como para hacerme comprender que estaba dispuesto a morir antes de dejarme pasar. ...

En la línea 37
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... El cura, con mirada llena de odio, me arrancó el pasaporte de las manos y se lo llevó. Al poco rato estaba visado. ¿Quieren ustedes verlo? ...

En la línea 50
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —Nada absolutamente, salvo que hemos recibido dos nuevas noticias de Petersburgo. Que la “abuela” estaba gravemente enferma, y luego, dos días después, que había muerto. Recibimos ese último aviso por conducto de Timoteo Petrovitch, que pasa por ser muy veraz—añadió Paulina—. Esperamos ahora la confirmación definitiva. ...

En la línea 56
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Lejos de esto, como siempre hay abajo más miseria que fraternidad arriba, todo estaba, por decirlo así, dado antes de ser recibido. ...

En la línea 69
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Frecuentemente escribía algunas líneas en los márgenes del libro que estaba leyendo. Como éstas: 'Oh, Vos, ¿quién sois? El Eclesiástico os llama Todopoderoso; los Macabeos os nombran Creador; la Epístola a los Efesios os llama Libertad; Baruch os nombra Inmensidad; los Salmos os llaman Sabiduría y Verdad; Juan os llama Luz; los reyes os nombran Señor; el Éxodo os apellida Providencia; el Levítico, Santidad; Esdras, Justicia; la creación os llama Dios; el hombre os llama Padre; pero Salomón os llama Misericordia, y éste es el más bello de vuestros nombres'. ...

En la línea 73
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Un día oyó relatar una causa célebre que se estaba instruyendo, y que muy pronto debía sentenciarse. Un infeliz, por amor a una mujer y al hijo que de ella tenía, falto de todo recurso, había acuñado moneda falsa. En aquella época se castigaba este delito con la pena de muerte. La mujer fue apresada al poner en circulación la primera moneda falsa fabricada por el hombre. El obispo escuchó en silencio. Cuando concluyó el relato, preguntó: ...

En la línea 85
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... No es posible figurarse nada más sencillo que el dormitorio del obispo. Una puerta-ventana que daba al jardín; enfrente, la cama, una cama de hospital, con colcha de sarga verde; detrás de una cortina, los utensilios de tocador, que revelaban todavía los antiguos hábitos elegantes del hombre de mundo; dos puertas, una cerca de la chimenea que daba paso al oratorio; otra cerca de la biblioteca que daba paso al comedor. La biblioteca era un armario grande con puertas vidrieras, lleno de libros; la chimenea era de madera, pero pintada imitando mármol, habitualmente sin fuego. Encima de la chimenea, un crucifijo de cobre, que en su tiempo fue plateado, estaba clavado sobre terciopelo negro algo raído y colocado bajo un dosel de madera; cerca de la puerta-ventana había una gran mesa con un tintero, repleta de papeles y gruesos libros. ...

En la línea 11
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Al volver en sí tuvo la vaga conciencia de que le dolía la lengua y de que estaba viajando en un vehículo que traqueteaba. El agudo y estridente silbato de la locomotora al acercarse a un cruce le reveló dónde estaba. Había viajado demasiadas veces con el juez, para no reconocer la sensación de estar en un furgón de carga. Abrió los ojos, y en ellos se reflejó la incontenible indignación de un monarca secuestrado. El hombre intentó cogerlo por el pescuezo, pero Buck fue más rápido que él. Sus mandíbulas se cerraron sobre la mano y él no las aflojó hasta que una vez más perdió el sentido. ...

En la línea 11
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Al volver en sí tuvo la vaga conciencia de que le dolía la lengua y de que estaba viajando en un vehículo que traqueteaba. El agudo y estridente silbato de la locomotora al acercarse a un cruce le reveló dónde estaba. Había viajado demasiadas veces con el juez, para no reconocer la sensación de estar en un furgón de carga. Abrió los ojos, y en ellos se reflejó la incontenible indignación de un monarca secuestrado. El hombre intentó cogerlo por el pescuezo, pero Buck fue más rápido que él. Sus mandíbulas se cerraron sobre la mano y él no las aflojó hasta que una vez más perdió el sentido. ...

En la línea 24
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Pero el tabernero lo dejó en paz, y por la mañana entraron cuatro individuos que cogieron el cajón. Más torturadores, pensó Buck, porque tenían un aspecto andrajoso y desaseado; y se puso a ladrarles con furia a través de los barrotes. Ellos se limitaron a reír y azuzarle con unos palos a los que inmediatamente Buck atacó con los colmillos hasta que comprendió que eso era lo que querían. Entonces se tumbó hoscamente en el suelo y dejó que cargaran el cajón a una vagoneta. Después, él y la jaula en la que estaba prisionero iniciaron un tránsito de mano en mano. Los empleados de un despacho de mercancías se hicieron cargo de él; fue transportado en otra vagoneta; una camioneta lo llevó, junto con una serie de cajas y paquetes, hasta un trasbordador; otra lo sacó para introducirlo en un gran almacén ferroviario, y finalmente fue depositado en el furgón de un tren expreso. ...

En la línea 26
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Sólo una cosa le alegraba: ya no llevaba la soga al cuello. Eso les había dado una injusta ventaja; pero ahora que no la llevaba, ya les enseñaría. jamás volverían a colocarle otra soga en el cuello, estaba resuelto. Había pasado dos días y dos noches sin comer ni beber, y durante esos días y noches de tormento había acumulado una reserva de ira que no auguraba nada bueno para el primero que le provocase. Sus ojos se inyectaron en sangre y se convirtió en un demonio furioso. Tan cambiado estaba que el propio juez no lo habría reconocido; y los empleados del ferrocarril respiraron con alivio cuando se desembarazaron de él en Seattle. ...

En la línea 152
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... El mundo estaba todavía en paz. ...

En la línea 333
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... Blanca, es decir, aquella modalidad del espíritu de Luisa, ¿estaba de veras perdida sin remedio? ...

En la línea 345
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... Y con firme paso, me dirigí a la alcoba en que estaba mi esposa, tendida en el lecho. ...

En la línea 62
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Creía el señor Joaquín a pie juntillas haber dado educación bastante a su hija, y aun le pareció de perlas el destrozo de valses y fantasías que sin compasión ejecutaban en el piano sus dedos inhábiles. Por muy recóndita que la guardase allá en los postreros rincones del pensamiento, no faltaba al leonés la aspiración propia de todo hombre que ejerce humildes oficios, y se ganó con sudores el pan, de que su descendencia beneficiase tamaños esfuerzos, ascendiendo un peldaño en la escala social. Bien llevaría él en paciencia continuar siendo tan tío Joaquín como siempre; no tenía ínfulas de ricachón, y era en genio y trato sencillo con extremo; pero si renunciaba al señorío en su persona, no así en la de su hija; parecíale oír voz que le decía, como las brujas a Banquo: «No serás rey, pero engendrarás reyes.» Y luchando entre el modesto convencimiento de su falta absoluta de rango, y la certeza moral de que Lucía a grandes puestos estaba destinada, vino a parar a la razonable conclusión de que el matrimonio realizaría la anhelada metamorfosis de muchacha en dama. Un yerno empingorotado fue desde entonces anhelo perenne del antiguo lonjista. ...

En la línea 66
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Solía Miranda hacer, de pascuas a ramos, tal cual escapatoria a Madrid, y en una de las últimas encontró al Don Fulano del señor Joaquín -a quien llamaremos Colmenar por respetos a su incógnito-, amostazado y furioso con otro Don Zutano que se empeñaba en desbaratarle sus combinaciones todas y en echarle por tierra todas sus hechuras. No había manera de arreglarse con aquel diablo de hombre, que así cortaba y segaba en el granado campo de los adictos colmenaristas. El destino de Miranda, a la sazón, estaba comprometidísimo. Pegó Miranda al escucharlo un brinco en el muelle diván. ...

En la línea 114
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... En León causó al principio sorpresa grande que el currutaco Miranda eligiese por amigo a un señor Joaquín, hombre en cuyos cuadrados hombros parecía soldada y remachada la chaqueta; más presto anduvo la malicia el camino necesario para llegar a racional explicación del fenómeno, y comenzó Lucía a recibir larga broma de sus compañeras, que la aturdían a fuerza de glosar la pasión del señor de Miranda, sus atenciones, sus obsequios y rendimientos. Recibió ella la descarga risueña y sosegadamente, sin un sonrojo, sin perder minuto de sueño, sin que el latir del corazón se le acelerase cuando Miranda, desahogado siempre, repicaba la campanilla o entraba haciendo ruido con las flamantes botas. Como ningún amoroso requiebro de Miranda vino a confirmar los dichos de las gentes, estaba Lucía descuidada y tranquila lo mismo que de costumbre. Pero Miranda, resuelto ya a dar cima a su empresa, y considerando suficiente la preparación, un día, después de haber tomado café y leído El Progreso Nacional con el señor Joaquín, le pidió redondamente a su hija. ...

En la línea 235
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Agitábase ya Lucía en su asiento, y echando abajo el chal escocés e incorporándose, se frotaba asombrada los ojos con los nudillos, a la manera de las criaturas soñolientas. Tenía revuelto y aplastado el pelo, y muy encendido el lado del rostro sobre que reposara; una trenza suelta le descendía por el hombro, y, destrenzándose por la punta, ondeaba en tres mechones. Arrugada la blanca enagua, se insubordinaba bajo el vestido de paño; un lazo de un zapato se había desatado, flotando y cubriendo el empeine del pie. Lucía miraba en derredor con ojos vagos e inciertos; estaba seria y atónita. ...

En la línea 36
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Picaporte no era, por cierto, uno de esos Frontines o Mascarillos, que, altos los hombros y la cabeza, descarado y seco al mirar, no son más que unos bellacos insolentes; no. Picaporte era un guapo chico de amable fisonomía y labios salientes, dispuesto siempre a saborear o a acariciar; un ser apacible y servicial, con una de esas cabezas redondas y bonachonas que siempre gusta encontrar en los hombros de un amigo. Tenía azules los ojos, animado el color, la cara suficientemente gruesa para que pudieran verse sus mismos pómulos, ancho el pecho, fuertes las caderas, vigorosa la musculatura, y con una fuerza hercúlea que los ejercicios de su juventud habían desarrollado admirablemente. Sus cabellos castaños estaban algo enredados. Si los antiguos escultores conocían dieciocho modos distintos de arreglar la cabeza de Minerva, Picaporte, para componer la suya, sólo conocía uno: con tres pases de batidor estaba peinado. ...

En la línea 38
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Picaporte, a las once y media dadas, se hallaba solo en la casa de Sara, se ausentaba, no podía sino considerarla recorriendo desde la cueva al tejado; y esta casa limpia, arreglada, severa, puritana, bien organizada para el servicio, le gustó. Le produjo la impresión de una cáscara de caracol alumbrada y calentada con gas, porque el hidrógeno carburado bastaba para todas las necesidades de luz y calor. Picaporte halló sin gran trabajo en el piso segundo el cuarto que le estaba destinado. Le convino. Timbres eléctricos y tubos acústicos le ponían en comunicación con los aposentos del entresuelo y del principal. Encima de la chimenea había un reloj eléctrico en correspondencia con el que tenía Phileas Fogg en su dormitorio, y de esta manera ambos aparatos marcaban el mismo segundo en igual momento. ...

En la línea 40
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Advirtió además en su cuarto una nota colocada encima del reloj. Era el programa del servicio diario. Comprendía -desde las ocho de la mañana, hora reglamentaria en que se levantaba Phileas Fogg, hasta las once y media en que dejaba su casa para ir a almorzar al Reform Club- todas las minuciosidades del servicio, el té y los picatostes de las ocho y veintitrés, el agua caliente para afeitarse de las nueve y treinta y siete, el peinado de las diez menos veinte, etc. A continuación, desde las once de la noche- instantes en que se acostaba el metódico gentieman- todo estaba anotado, previsto, regularizado. Picaporte pasó un rato feliz meditando este programa y grabando en su espíritu los diversos artículos que contenía. ...

En la línea 41
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... En cuanto al guardarropa del señor, estaba perfectamente irreglado y maravillosamente comprendido. Cada pantalón, levita o chaleco tenía su número de orden, reproducido en un libro de entrada y salida, que indicaba la fecha en que, según la estación, cada prenda debía ser llevada; reglamentación que se hacía extensiva al calzado. ...


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