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La palabra algunos
Cómo se escribe

la palabra algunos

La palabra Algunos ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
El cuervo de Leopoldo Alias Clarín
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
Memoria De Las Islas Filipinas. de Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
El Señor de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Niebla de Miguel De Unamuno
Sandokán: Los tigres de Mompracem de Emilio Salgàri
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
La llamada de la selva de Jack London
Amnesia de Amado Nervo
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Julio Verne de La vuelta al mundo en 80 días
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece algunos.

Estadisticas de la palabra algunos

La palabra algunos es una de las palabras más comunes del idioma Español, estando en la posición 147 según la RAE.

Algunos es una palabra muy común y se encuentra en el Top 500 con una frecuencia media de 500.7 veces en cada obra en castellano

El puesto de esta palabra se basa en la frecuencia de aparición de la algunos en 150 obras del castellano contandose 76107 apariciones en total.

Errores Ortográficos típicos con la palabra Algunos

Cómo se escribe algunos o halgunos?
Cómo se escribe algunos o algunoz?
Cómo se escribe algunos o aljunos?

Algunas Frases de libros en las que aparece algunos

La palabra algunos puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 32
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Ocupado en trabajar por mis ideas políticas, no prestaba atención a la suerte editorial de mi obra, cuando, algunos meses después, recibí una carta del señor Hérelle, profesor del Liceo de Bayona. ...

En la línea 189
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Pepeta iba a seguir adelante, hacia su blanca barraca, que asomaba entre los árboles algunos campos más allá; pero hubo de permanecer inmóvil en el alto borde del camino, para que pasase un carro cargado que avanzaba dando tumbos y parecía venir de la ciudad. ...

En la línea 211
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Pimentó estaba tendido a un lado de su barraca, fumando perezosamente, con la vista fija en tres varitas untadas con liga, puestas al sol, en torno de las cuales revoloteaban algunos pájaros. ...

En la línea 224
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Allí se arrodilló, se echó sobre el vientre, para espiar por entre las cañas, como un beduíno al acecho, y, pasados algunos minutos, volvió a correr, perdiéndose en aquel dédalo de sendas, cada una de las cuales conducía a una barraca, a un campo donde se encorvaban los hombres haciendo brillar en el aire su azadón como un relámpago de acero. ...

En la línea 70
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --Ríe, muchacho, ríe. Todos sois lo mismo: no habéis conocido lo bueno y os extraña que los viejos encontremos tan malo lo presente. ¿Sabes a cómo se pagaba antes la bota de treinta y una arrobas? Pues llegó a valer 230 pesos; y ahora se ha vendido en algunos años a 21 pesos. ...

En la línea 91
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Fermín la atravesó, e iba ya a salir de ella cuando oyó que le llamaban desde el fondo. Experimentó cierto sobresalto al conocer la voz. Era «el amo», que acompañaba a unos forasteros. Con él estaba su primo Luis, un Dupont que siendo menor sólo en algunos años a don Pablo, le respetaba como a jefe de la familia, sin privarse por esto de darle grandes disgustos con su conducta desarreglada. ...

En la línea 132
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --¡Mi padre!--contestó Dupont con cierta indecisión.--También era como era: hijo de una época de revueltas y un poco tibio en lo que más debe importarle al hombre: la religión... Además, Fermín, los tiempos han cambiado; aquellos republicanos de entonces eran muchos de ellos personas extraviadas, pero de excelente corazón. Yo he conocido algunos que no podían pasar sin su misa y eran unos santos varones que odiaban a los reyes, pero respetaban a los sacerdotes de Dios. ¿Tú crees, Fermín, que a mí me asusta la República? Yo soy más republicano que tú; yo soy un hombre moderno. ...

En la línea 196
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El viejo les imitaba, y acogiendo con sonrisa enigmática los elogios de los señores a su voz de trueno y a la entonación de caudillo con que mandaba a la gente, liaba el cigarro, fumándolo con calma para que los pobres de abajo tuviesen algunos segundos más de reposo a costa del buen humor del amo. ...

En la línea 228
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Cuervo, además de tener asegurado el pan de cada día, se sentía hombre de influencia; muchos personajes de provincias y algunos de la corte que tenían en Laguna residencia de verano estimaban a Cuervo en lo mucho que valía y a una recomendación suya atendían muchas veces antes que a la de un elector con docenas de votos. ...

En la línea 79
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Por eso, lleno de tal convicción, hundió su boina hasta los ojos y, tratando de copiar algunos aires de corte que había sorpren dido en Gascuña entre los señores de viaje, se adelantó, con una ma no en la guarnición de su espada y la otra apoyada en la cadera. ...

En la línea 103
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... El combate continuó, pues, algunos segundos todavía; por fin, D'Arta gnan, agotado dejó escapar su espada que un golpe rompió en dos trozos. ...

En la línea 106
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... El hostelero, temiendo el escándalo, llevó con la ayuda de sus mozos al herido a la cocina, donde le fueron otorgados algunos cuidados. ...

En la línea 131
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Y el desconocido se sumió en una reflexión que duró algunos mi nutos. ...

En la línea 11
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Conviene sin embargo advertir, que algunos de los medios empleados en su conquista, fomento y conservacion, y alguna de las sucesivas variaciones hechas, podrán siempre ser de utilidad; y que partiendo las reformas de tales principios, y respetando sus usos y costumbres en cuanto no se opongan á aquellas, producirán todos los efectos que se desean. ...

En la línea 18
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Animado yo, y deseoso porque fines tan interesantes se realicen, me he determinado á formar esta pequeña memoria, con el doble objeto de dar alguna noticia del estado que tenian las Filipinas á mi salida de ellas, y presentando algunos de los muchos obstáculos que se oponen al desarrollo de su prosperidad y riqueza, y los medios que pudieran emplearse para destruirlos, escitar los mayores talentos de otros, que con mas tiempo para ocuparse de esta importante materia, puedan mas minuciosamente y con mas precision, estender sus observaciones sobre el asunto, para influir en el ánimo del ilustrado Gobierno que hoy rije los destinos de la patria, y proporcionar por este medio las útiles reformas que el estado de las provincias de Filipinas reclama, para avanzar en su prosperidad y engrandecimiento. ...

En la línea 40
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Estos oficios son de muy corto número y escaso provecho; porque en la inmensa estension del fuero militar en las personas pudientes de Filipinas, la auditoría de guerra ha llevado asi todos los pleitos civiles de importancia en las Islas, y la audiencia se halla reducida á causas criminales y pleitos de tierras entre los indios, y no de mucha cuantía, y únicamente tiene por pleitos de algun valor los negocios de comercio desde la publicacion del código en aquel pais; pero estos, ni son muchos, ni muy graves, lo cual no escluye la idea de que haya algunos de mucha consideracion; mas no es lo jeneral: razones por las que no es posible ni fácil que españoles instruidos compren y entren á servir aquellos oficios de la audiencia. ...

En la línea 48
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... La asesoría del superior gobierno es otro destino como el anterior, y tambien ha estado desempeñado por un majistrado algunos años. ...

En la línea 114
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Esta conducta produjo algunos escándalos en Valencia, Murcia y Málaga; y como Graydon se proclamaba, no sólo agente de la Sociedad Bíblica, sino íntimo colaborador y asociado de Borrow, dió pretexto para que el Gobierno, movido por los curas, desfogara su inquina tratando a don Jorge con extremado rigor. ...

En la línea 119
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Por su parte, el Gobierno español, tras algunos artículos oficiosos en que se le excitaba a proceder «con mano dura» contra los escarnecedores de la religión, prohibió de Real orden (25 de mayo) la circulación y venta del Nuevo Testamento editado por Borrow. ...

En la línea 151
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Borrow se consoló difícilmente de lo que algunos llamaron su «fracaso». ...

En la línea 158
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Desde 1860 residía en Londres, donde vivió catorce años sin producir nada desde la aparición de Wild Wales, sumido en tanta oscuridad, en tal silencio, que algunos le creían muerto. ...

En la línea 33
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... -Decid -le repliqué yo, oyendo lo que me decía-: ¿de qué modo pensáis llenar el vacío de mi temor y reducir a claridad el caos de mi confusión? A lo cual él dijo: -Lo primero en que reparáis de los sonetos, epigramas o elogios que os faltan para el principio, y que sean de personajes graves y de título, se puede remediar en que vos mesmo toméis algún trabajo en hacerlos, y después los podéis bautizar y poner el nombre que quisiéredes, ahijándolos al Preste Juan de las Indias o al Emperador de Trapisonda, de quien yo sé que hay noticia que fueron famosos poetas; y cuando no lo hayan sido y hubiere algunos pedantes y bachilleres que por detrás os muerdan y murmuren desta verdad, no se os dé dos maravedís; porque, ya que os averigüen la mentira, no os han de cortar la mano con que lo escribistes. ...

En la línea 138
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Con esto, caminaba tan despacio, y el sol entraba tan apriesa y con tanto ardor, que fuera bastante a derretirle los sesos, si algunos tuviera. ...

En la línea 168
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... El ventero, que, como está dicho, era un poco socarrón y ya tenía algunos barruntos de la falta de juicio de su huésped, acabó de creerlo cuando acabó de oírle semejantes razones, y, por tener qué reír aquella noche, determinó de seguirle el humor; y así, le dijo que andaba muy acertado en lo que deseaba y pedía, y que tal prosupuesto era propio y natural de los caballeros tan principales como él parecía y como su gallarda presencia mostraba; y que él, ansimesmo, en los años de su mocedad, se había dado a aquel honroso ejercicio, andando por diversas partes del mundo buscando sus aventuras, sin que hubiese dejado los Percheles de Málaga, Islas de Riarán, Compás de Sevilla, Azoguejo de Segovia, la Olivera de Valencia, Rondilla de Granada, Playa de Sanlúcar, Potro de Córdoba y las Ventillas de Toledo y otras diversas partes, donde había ejercitado la ligereza de sus pies, sutileza de sus manos, haciendo muchos tuertos, recuestando muchas viudas, deshaciendo algunas doncellas y engañando a algunos pupilos, y, finalmente, dándose a conocer por cuantas audiencias y tribunales hay casi en toda España; y que, a lo último, se había venido a recoger a aquel su castillo, donde vivía con su hacienda y con las ajenas, recogiendo en él a todos los caballeros andantes, de cualquiera calidad y condición que fuesen, sólo por la mucha afición que les tenía y porque partiesen con él de sus haberes, en pago de su buen deseo. ...

En la línea 168
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... El ventero, que, como está dicho, era un poco socarrón y ya tenía algunos barruntos de la falta de juicio de su huésped, acabó de creerlo cuando acabó de oírle semejantes razones, y, por tener qué reír aquella noche, determinó de seguirle el humor; y así, le dijo que andaba muy acertado en lo que deseaba y pedía, y que tal prosupuesto era propio y natural de los caballeros tan principales como él parecía y como su gallarda presencia mostraba; y que él, ansimesmo, en los años de su mocedad, se había dado a aquel honroso ejercicio, andando por diversas partes del mundo buscando sus aventuras, sin que hubiese dejado los Percheles de Málaga, Islas de Riarán, Compás de Sevilla, Azoguejo de Segovia, la Olivera de Valencia, Rondilla de Granada, Playa de Sanlúcar, Potro de Córdoba y las Ventillas de Toledo y otras diversas partes, donde había ejercitado la ligereza de sus pies, sutileza de sus manos, haciendo muchos tuertos, recuestando muchas viudas, deshaciendo algunas doncellas y engañando a algunos pupilos, y, finalmente, dándose a conocer por cuantas audiencias y tribunales hay casi en toda España; y que, a lo último, se había venido a recoger a aquel su castillo, donde vivía con su hacienda y con las ajenas, recogiendo en él a todos los caballeros andantes, de cualquiera calidad y condición que fuesen, sólo por la mucha afición que les tenía y porque partiesen con él de sus haberes, en pago de su buen deseo. ...

En la línea 11
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... SEGUNDO PROLOGO Aprovecho otra nueva edición de mi Diario para corregir algunos errores. ...

En la línea 20
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... En compañía de dos oficiales del barco me voy a RibeiraGrande, pueblo situado a algunos kilómetros al este de Porto-Praya. El paisaje conserva su aspecto pardo monótono hasta el valle de San Martín, pero allí un arroyo da origen a una rica vegetación. Una hora después llegamos a Ribeira-Grande y nos vemos sorprendidos al estar en presencia de un gran castillo en ruinas y una catedral. Antes de llenarse de arena su puerto, ese pueblecillo era la ciudad más importante de la isla; por pintoresca que sea su situación, no deja de provocar profunda melancolía. Tomamos por guía a un pastor negro y por intérprete a un español que estuvo en la guerra de la península; nos hacen visitar una multitud de edificios y principalmente una iglesia antigua donde yacen enterrados los gobernadores y los capitanes generales de la isla. Algunos de estos sepulcros llevan grabada la fecha del siglo XVI1; y los adornos heráldicos que las recubren es lo único que nos recuerda a Europa en este rincón del mundo. Esta iglesia, o más bien esta capilla, forma uno de los lados de una plaza en medio de la cual crece un bosque de bananeros; un hospital, con una docena escasa de miserables habitantes, ocupa otro de los lados de la misma plaza. ...

En la línea 21
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Volvemos a la venta, para comer. Una grandísima muchedumbre de hombres, mujeres y niños, todos más negros que la pez, se congrega para examinarnos. Nuestro guía y nuestro intérprete, regocijados compañeros, rompen a reír a cada uno de nuestros ademanes, a cada palabra nuestra. Antes de abandonar el pueblo, visitamos la catedral, que no nos parece tan rica como iglesia, pero que se enorgullece de la posesión de un pequeño órgano de sonidos nada armoniosos. Damos algunos chelines al sacerdote negro; y el español, haciéndole carantoñas, dice con mucha candidez que piensa que el color de la piel tiene poca importancia. Regresamos entonces a Porto-Praya tan deprisa como nuestros caballos pueden llevarnos. ...

En la línea 27
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Una mañana, con un tiempo clarísimo, los contornos de las montañas lejanas se destacan del modo más preciso sobre una banda de nubes de un color azul oscuro. A juzgar por las apariencias y los casos análogos en Inglaterra, supuse que el aire estaría saturado de humedad Nada de eso: el higrómetro indicaba una diferencia de 29,6 entre la temperatura del aire y el punto en que se condensó el rocío, diferencia que resultaba ser casi el doble de la que observé en los días anteriores.. Continuos relámpagos acompañaban a esa extraordinaria sequedad de la atmósfera. ¿No es muy notable encontrarse con una tan perfecta transparencia del aire unida a ese estado del tiempo? La atmósfera suele estar brumosa; esa niebla proviene de la caída de un polvo impalpable que estropea algo nuestros instrumentos astronómicos. La víspera de llegar a PortoPraya, recogí un paquetito de ese polvillo pardo, que la tela metálica de la veleta puesta en el tope del palo mayor parecía haber tamizado al paso. Mr. Lyell me ha dado también cuatro paquetes de polvo caído sobre un buque, a algunos centenares de millas al norte de estas islas. El profesor Ehrenberg2 ha visto que ese polvo está en gran parte formado por infusorios cubiertos de caparazones silíceos y por tejidos silíceos de plantas. En cinco paquetitos que le remití, ha reconocido la presencia de sesenta y siete formas orgánicas diferentes. Todos los infusorios, excepto dos especies marinas, viven en agua dulce. Según mis noticias, se ha comprobado la caída de polvos idénticos en quince buques diferentes que navegaban por el Atlántico a grandísimas distancias de las 2 Aprovecho esta ocasión para dar las gracias a este ilustre naturalista por la atención que ha tenido dignándose examinar un gran número de mis especimenes. En junio de 1845 dirigí a la Sociedad de Geología una Memoria completa acerca de la caída de ese polvo. ...

En la línea 276
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Desde la torre se veía, en algunos patios y jardines de casas viejas y ruinosas, restos de la antigua muralla, convertidos en terrados o paredes medianeras, entre huertos y corrales. ...

En la línea 444
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Ellos, al fin, se entendían algo, no tanto como algunos maliciaban, pero se entendían. ...

En la línea 525
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Cerca de la puerta había algunos cuadros nuevos que eran copias no mal entendidas de pintores célebres. ...

En la línea 575
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Se notaba en el cabildo de Vetusta lo que es ordinario en muchas corporaciones: algunos señores prebendados no se hablaban; otros no se saludaban siquiera. ...

En la línea 129
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Rosario, cuando la salud lo consentía, trabajaba junto a su balcón, con rostro risueño, desdeñando las miradas de algunos adoradores que pasaban por allí; pero no el trato del mundo como en los mejores días de sus amores y de su dicha. ...

En la línea 69
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Por una fatalidad comparable a la de ciertas leyes físicas, la enorme fortuna de la argentina pesaba sobre la asociación de los dos, y aunque era Rosaura la que costeaba la mayor parte de su vida, siempre fastuosa, el goce de algunos de estos despilfarros alcanzaba al hombre que iba con ella. De todos modos, Borja atendía a su propio mantenimiento, y sin que su amante se diese cuenta, era origen para él de muchos gastos extraordinarios. ...

En la línea 95
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Necesitaba visitar por tercera vez a Roma para ver en las llamadas Estancias de los Borgias, dentro del Vaticano, algunos fragmentos que aun existían de su primitiva pavimentación, hecha con azulejos de Valencia. Quería calcarlos para completar cierto libro sobre la antigua azulejaría hispanomorisca fabricada en el pueblo de Manises. ...

En la línea 114
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Creyó Borja haber vuelto a la adolescencia viendo a este hombre, que, próximo a su ancianidad, se mantenía alegre, bondadoso y crédulo, lo mismo que en sus tiempos de seminarista. Vivía en un hotel de Niza por recomendación de algunos compañeros de sacerdocio que habían ido a Roma poco antes. ...

En la línea 160
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Martín V hallaba a la Ciudad Eterna en paz, pero como una ruina inmensa, cubierta de escombros, con su población terriblemente mermada por las enfermedades. Sólo permanecían en pie las torres de algunos nobles acostumbrados a vivir como bandidos, saliendo de sus guaridas para robar y matar a los débiles. La pobreza era tan general, que en las grandes fiestas del año no se podía encender una lámpara en la Iglesia de San Pedro. Habla eclesiásticos que morían de hambre, y los supervivientes iban cubiertos de andrajos, con aire de salvajes, implorando la caridad. ...

En la línea 58
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Los tripulantes echaban los botes al agua. Los oficiales, ayudados por algunos pasajeros, todos con su revolver en la diestra, iban reglamentando el embarco de la gente. Las mujeres y los niños ocupaban con preferencia las grandes balleneras; luego embarcaban los hombres por orden de edad. ...

En la línea 61
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Al volver a la cubierta, ya no vio a los grupos de pasajeros. Todos estaban en los botes. Solo quedaban algunos tripulantes, y el mismo oficial que le había hablado corría ahora de una borda a otra, dando ordenes en el vacio. ...

En la línea 85
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Edwin siguió bogando. Varias veces hundió un remo verticalmente en el agua con la esperanza de tocar fondo. No pudo conseguirlo; pero adivino que su bote se deslizaba sobre una extensión acuática que solo tenia algunos metros de profundidad. ...

En la línea 105
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Gillespie encontraba cada vez mas interesante este desfile aéreo; pero de pronto, como si obedeciesen a una orden, todos los fulgores se extinguieron a un tiempo. En vano aguardó pacientemente. Parecía que los insectos luminosos se hubiesen enterado de su presencia al tocar con algunos de sus rayos la cabeza que surgía curiosa sobre los matorrales. ...

En la línea 10
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... ¿Y por qué le llamaba todo el mundo y le llama todavía casi unánimemente Juanito Santa Cruz? Esto sí que no lo sé. Hay en Madrid muchos casos de esta aplicación del diminutivo o de la fórmula familiar del nombre, aun tratándose de personas que han entrado en la madurez de la vida. Hasta hace pocos años, al autor cien veces ilustre de Pepita Jiménez, le llamaban sus amigos y los que no lo eran, Juanito Valera. En la sociedad madrileña, la más amena del mundo porque ha sabido combinar la cortesía con la confianza, hay algunos Pepes, Manolitos y Pacos que, aun después de haber conquistado la celebridad por diferentes conceptos, continúan nombrados con esta familiaridad democrática que demuestra la llaneza castiza del carácter español. El origen de esto habrá que buscarlo quizá en ternuras domésticas o en hábitos de servidumbre que trascienden sin saber cómo a la vida social. En algunas personas, puede relacionarse el diminutivo con el sino. Hay efectivamente Manueles que nacieron predestinados para ser Manolos toda su vida. Sea lo que quiera, al venturoso hijo de D. Baldomero Santa Cruz y de doña Bárbara Arnaiz le llamaban Juanito, y Juanito le dicen y le dirán quizá hasta que las canas de él y la muerte de los que le conocieron niño vayan alterando poco a poco la campechana costumbre. ...

En la línea 56
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Y en este desabridísimo noviazgo pasaron algunos meses, al cabo de los cuales Baldomero se soltó y despabiló algo. Su boca se fue desellando poquito a poco hasta que rompió, como un erizo de castaña que madura y se abre, dejando ver el sazonado fruto. Palabra tras palabra, fue soltando las castañas, aquellas ideas elaboradas y guardadas con religiosa maternidad, como esconde Naturaleza sus obras en gestación. Llegó por fin el día señalado para la boda, que fue el 3 de Mayo de 1835, y se casaron en Santa Cruz, sin aparato, instalándose en la casa del esposo, que era una de las mejores del barrio, en la plazuela de la Leña. ...

En la línea 76
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... La perspicaz mujer vio el porvenir, oyó hablar del gran proyecto de Bravo Murillo, como de una cosa que ella había sentido en su alma. Por fin Madrid, dentro de algunos años, iba a tener raudales de agua distribuidos en las calles y plazas, y adquiriría la costumbre de lavarse, por lo menos, la cara y las manos. Lavadas estas partes, se lavaría después otras. Este Madrid, que entonces era futuro, se le representó con visiones de camisas limpias en todas las clases, de mujeres ya acostumbradas a mudarse todos los días, y de señores que eran la misma pulcritud. De aquí nació la idea de dedicar la casa al género blanco, y arraigada fuertemente la idea, poco a poco se fue haciendo realidad. Ayudado por D. Baldomero y Arnaiz, Gumersindo empezó a traer batistas finísimas de Inglaterra, holandas y escocias, irlandas y madapolanes, nansouk y cretonas de Alsacia, y la casa se fue levantando no sin trabajo de su postración hasta llegar a adquirir una prosperidad relativa. Complemento de este negocio en blanco, fueron la damasquería gruesa, los cutíes para colchones y la mantelería de Courtray que vino a ser especialidad de la casa, como lo decía un rótulo añadido al letrero antiguo de la tienda. Las puntillas y encajería mecánica vinieron más tarde, siendo tan grandes los pedidos de Arnaiz, que una fábrica de Suiza trabajaba sólo para él. Y por fin, las crinolinas dieron al establecimiento buenas ganancias. Isabel Cordero, que había presentido el Canal del Lozoya, presintió también el miriñaque; que los franceses llamaban Malakoff, invención absurda que parecía salida de un cerebro enfermo de tanto pensar en la dirección de los globos. ...

En la línea 84
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... ¡Y que no pasaba flojos apuros la pobre para salir airosa en aquel papel inmenso! A Barbarita le hacía ordinariamente sus confidencias. «Mira, hija, algunos meses me veo tan agonizada, que no sé qué hacer. Dios me protege, que si no… Tú no sabes lo que es vestir siete hijas. Los varones, con los desechos de la ropa de su padre que yo les arreglo, van tirando. ¡Pero las niñas!… ¡Y con estas modas de ahora y este suponer!… ¿Viste la pieza de merino azul?, pues no fue bastante y tuve que traer diez varas más. ¡Nada te quiero decir del ramo de zapatos! Gracias que dentro de casa la que se me ponga otro calzado que no sea las alpargatitas de cáñamo, ya me tiene hecha una leona. Para llenarles la barriga, me defiendo con las patatas y las migas. Este año he suprimido los estofados. Sé que los dependientes refunfuñan; pero no me importa. Que vayan a otra parte donde los traten mejor. ¿Creerás que un quintal de carbón se me va como un soplo? Me traigo a casa dos arrobas de aceite, y a los pocos días… pif… parece que se lo han chupado las lechuzas. Encargo a Estupiñá dos o tres quintales de patatas, hija, y como si no trajera nada». En la casa había dos mesas. En la primera comían el principal y su señora, las niñas, el dependiente más antiguo y algún pariente, como Primitivo Cordero cuando venía a Madrid de su finca de Toledo, donde residía. A la segunda se sentaban los dependientes menudos y los dos hijos, uno de los cuales hacía su aprendizaje en la tienda de blondas de Segundo Cordero. Era un total de diez y siete o diez y ocho bocas. El gobierno de tal casa, que habría rendido a cualquiera mujer, no fatigaba visiblemente a Isabel. A medida que las niñas iban creciendo, disminuía para la madre parte del trabajo material; pero este descanso se compensaba con el exceso de vigilancia para guardar el rebaño, cada vez más perseguido de lobos y expuesto a infinitas asechanzas. Las chicas no eran malas, pero eran jovenzuelas, y ni Cristo Padre podía evitar los atisbos por el único balcón de la casa o por la ventanucha que daba al callejón de San Cristóbal. Empezaban a entrar en la casa cartitas, y a desarrollarse esas intrigüelas inocentes que son juegos de amor, ya que no el amor mismo. Doña Isabel estaba siempre con cada ojo como un farol, y no las perdía de vista un momento. A esta fatiga ruda del espionaje materno uníase el trabajo de exhibir y airear el muestrario, por ver si caía algún parroquiano o por otro nombre, marido. Era forzoso hacer el artículo, y aquella gran mujer, negociante en hijas, no tenía más remedio que vestirse y concurrir con su género a tal o cual tertulia de amigas, porque si no lo hacía, ponían las nenas unos morros que no se las podía aguantar. Era también de rúbrica el paseíto los domingos, en corporación, las niñas muy bien arregladitas con cuatro pingos que parecían lo que no eran, la mamá muy estirada de guantes, que le imposibilitaban el uso de los dedos, con manguito que le daba un calor excesivo a las manos, y su buena cachemira. Sin ser vieja lo parecía. ...

En la línea 10
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... La casa en que vivía el padre de Tom se alzaba en un inmundo callejón sin salida, llamado Offal Court, mas allá de Pudding Lane. Era pequeña, destartalada y casi ruinosa, pero estaba atestada de familias miserables. La tribu de Canty ocupaba una habitación en el tercer piso. El padre y la madre tenían una especie de cama en un rincón, pero Tom, su abuela y sus dos hermanas, Bet y Nan, eran libres: tenían todo el suelo para ellos y podían dormir donde quisieran. Había restos de una o dos mantas y algunos haces de paja vieja y sucia, que no se podían llamar con propiedad camas, pues no estaban acomodados, y a puntapiés se les mandaba a formar un gran montón, en la mañana, y de ese montón se hacían apartijos para el uso nocturno. ...

En la línea 23
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Tom se levantó hambriento, y hambriento vagó, pero con el pensamiento ocupado en las sombras esplendorosas de sus sueños nocturnos. Anduvo aquí y allá por la ciudad, casi sin saber a dónde iba o lo que sucedía a su alrededor. La gente lo atropellaba y algunos lo injuriaban, pero todo ello era indiferente para el meditabundo muchacho. De pronto se encontró en Temple Bar, lo más lejos de su casa que había llegado nunca en aquella dirección. Detúvose a reflexionar un momento y en seguida volvió a sus imaginaciones y atravesó las murallas de Londres. El Strand había cesado de ser camino real en aquel entonces y se consideraba como calle, aunque de construcción desigual, pues si bien había una hilera bastante compacta de casas a un lado, al otra sólo se veían unos cuantos edificios grandes desperdigados: palacios de ricos nobles con amplios y hermosos parques que se extendían hasta el río; parques que ahora están encajonados por horrendas fincas de ladrillo y piedra. ...

En la línea 146
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... El pobre Tom avanzó lentamente entre los grupos de personajes que lo saludaban, tratando de contestarles y mirando humildemente el extraño cuadro con asombrados y patéticos ojos. Lo flanqueaban dos nobles que lo hacían apoyarse en ellos y así afirmaban sus pasos. En pos del niño venían los médicos de la corte y algunos criados. ...

En la línea 406
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... '¡Ah! pensó–. ¡Qué grande y qué extraño parece! ¡Soy rey!' Nuestros dos amigos se abrieron lentamente camino por entre la muchedumbre que llenaba el puente. Esta construcción, que tenía más de seiscientos años de vida sin haber dejado de ser un lugar bullicioso y muy poblado, era curiosísima, por que una hilera completa de tiendas y almacenes, con habitaciones para familias encima, se extendía a ambos lados y de, una a otra orilla del río. El puente era en sí mismo una especie de ciudad, que tenía sus posadas, cervecerías, panaderías, mercados, industrias manufactureras y hasta su iglesia. Miraba a los dos vecinos que ponía en comunicación –Londres y Southwark–, considerándolos buenos como suburbios, pero por lo demás sin particular importancia. Era una comunidad cerrada, por decirlo así, una ciudad estrecha con una sola calle de un quinto de milla de largo, y su población no era sino la población de una aldea. Todo el mundo en ella conocía íntimamente a sus vecinos, como había tenido antes conocimiento de sus padres y de sus madres, y conocía además todos sus pequeños asuntos familiares. Contaba con una aristocracia, por supuesto, con sus distinguidas y viejas famillas de carniceros, de panaderos y otros por el estilo, que venían ocupando las mismas tiendas desde hacía quinientos o seiscientos años, y sabían la gran historia del puente desde el principio al fin, con todas sus misteriosas leyendas. Eran familias que hablaban siempre en lenguaje del puente, tenían ideas propias del puente, mentían a boca llena y sin titubear, de una manera emanada de su vida en el puente. Era aquella una clase de población que había de ser por fuerza mezquina, ignorante y engreída. Los niños nacían en el puente, eran educados en él, en él llegaban a viejos y, finalmente, en él morían sin haber puesto los pies en otra parte del mundo que no fuera el Puente de Londres. Aquella gente tenía que pensar, por razón natural, que la copiosa e interminable procesión que circulaba por su calle noche y día, con su confusa algarabía de voces y gritos, sus relinchos, sus balidos y su ahogado patear, era la casa más extraordinaria del mundo, y ellos mismos, en cierto modo, los propietarios de todo aquello. Y tales eran, en efecto –o por lo menos como tales podían considerarse desde sus ventanas, y así lo hacían mediante su alquiler–, cada vez que un rey o un héroe que volvía daba ocasión a algunos festejos, porque no había sitio como aquél para poder contemplar sin interrupción las columnas en marcha. ...

En la línea 1249
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Así llegó a aquel recatado jardincillo que había en la solitaria plaza del retirado barrio en que vivía. Era la plaza un remanso de quietud donde siempre jugaban algunos niños, pues no circulaban por allí tranvías ni apenas coches, a iban algunos ancianos a tomar el sol en las tardecitas dulces del otoño, cuando las hojas de la docena de castaños de Indias que allí vivían recluidos, después de haber temblado al cierzo, rodaban por el enlosado o cubrían los asientos de aquellos bancos de madera siempre pintada de verde, del color de la hoja fresca. Aquellos árboles domésticos, urbanos, en correcta formación, que recibían riego a horas fijas, cuando no llovía, por una reguera y que extendían sus raíces bajo el enlosado de la plaza; aquellos árboles presos que esperaban ver salir y ponerse el sol sobre los tejados de las casas; aquellos árboles enjaulados, que tal vez añoraban la remota selva, atraíanle con un misterioso tiro. En sus copas cantaban algunos pájaros urbanos también, de esos que aprenden a huir de los niños y alguna vez a acercarse a los ancianos que les ofrecen unas migas de pan. ...

En la línea 1249
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Así llegó a aquel recatado jardincillo que había en la solitaria plaza del retirado barrio en que vivía. Era la plaza un remanso de quietud donde siempre jugaban algunos niños, pues no circulaban por allí tranvías ni apenas coches, a iban algunos ancianos a tomar el sol en las tardecitas dulces del otoño, cuando las hojas de la docena de castaños de Indias que allí vivían recluidos, después de haber temblado al cierzo, rodaban por el enlosado o cubrían los asientos de aquellos bancos de madera siempre pintada de verde, del color de la hoja fresca. Aquellos árboles domésticos, urbanos, en correcta formación, que recibían riego a horas fijas, cuando no llovía, por una reguera y que extendían sus raíces bajo el enlosado de la plaza; aquellos árboles presos que esperaban ver salir y ponerse el sol sobre los tejados de las casas; aquellos árboles enjaulados, que tal vez añoraban la remota selva, atraíanle con un misterioso tiro. En sus copas cantaban algunos pájaros urbanos también, de esos que aprenden a huir de los niños y alguna vez a acercarse a los ancianos que les ofrecen unas migas de pan. ...

En la línea 54
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¡Destino que me empujas hacia allá —dijo al cabo de algunos instantes de contemplación—, dime si esa mujer de ojos azules y cabellos de oro que todas las noches viene a turbar mi sueño será mi perdición! Lentamente descendió por una estrecha escalera abierta en la roca que conducía a la playa. Abajo lo esperaba Yáñez. ...

En la línea 157
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Labuán, cuya superficie no pasa de ciento dieciséis kilómetros cuadrados, no tenía la importancia que tiene hoy. Ocupada por orden del gobierno inglés con el objeto de suprimir la piratería, contaba en aquellos tiempos con unos mil habitantes, casi todos malayos y sólo unos doscientos de raza blanca. Hacía muy poco que habían fundado una ciudadela, Victoria, rodeada de algunos fortines construidos para impedir que la destruyeran los piratas de Mompracem, que varias veces habían devastado las costas. El resto de la isla estaba cubierto de bosques espesísimos, todavía poblados de tigres. ...

En la línea 247
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Daban golpes desesperados, segaban brazos y hundían cráneos. Durante algunos minutos hicieron temblar a sus enemigos, pero acuchillados por la espalda, alcanzados por las bayonetas, sucumbieron por fin uno tras otro. En la mitad del puente, Sandokán cayó herido en pleno pecho por un disparo de fusil. Cuatro piratas sobrevivientes se arrojaron delante suyo, y lo cubrieron con sus cuerpos, pero fueron muertos por una terrible descarga de fusilería. No así el Tigre. ...

En la línea 270
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Bebió algunos sorbos de agua para calmar la fiebre que comenzaba a invadirlo y se arrastró hasta debajo de un gigantesco árbol, una areca que le ofrecía sombra fresca. Durmió largo rato y despertó con una sed abrasadora. ...

En la línea 47
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... »En efecto, el narval está armado de una especie de espada de marfil, de una alabarda, según la expresión de algunos naturalistas. Se trata de un diente que tiene la dureza del acero. Se han hallado algunos de estos dientes clavados en el cuerpo de las ballenas a las que el narval ataca siempre con eficacia. Otros han sido arrancados, no sin esfuerzo, de los cascos de los buques, atravesados de parte a parte, como una barrena horada un tonel. El Museo de la Facultad de Medicina de París posee una de estas defensas que mide dos metros veinticinco centímetros de longitud y cuarenta y ocho centímetros de anchura en la base. Pues bien, supóngase esa arma diez veces más fuerte, y el animal, diez veces más potente, láncesele con una velocidad de veinte millas por hora, multiplíquese su masa por su velocidad y se obtendrá un choque capaz de producir la catástrofe requerida. ...

En la línea 47
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... »En efecto, el narval está armado de una especie de espada de marfil, de una alabarda, según la expresión de algunos naturalistas. Se trata de un diente que tiene la dureza del acero. Se han hallado algunos de estos dientes clavados en el cuerpo de las ballenas a las que el narval ataca siempre con eficacia. Otros han sido arrancados, no sin esfuerzo, de los cascos de los buques, atravesados de parte a parte, como una barrena horada un tonel. El Museo de la Facultad de Medicina de París posee una de estas defensas que mide dos metros veinticinco centímetros de longitud y cuarenta y ocho centímetros de anchura en la base. Pues bien, supóngase esa arma diez veces más fuerte, y el animal, diez veces más potente, láncesele con una velocidad de veinte millas por hora, multiplíquese su masa por su velocidad y se obtendrá un choque capaz de producir la catástrofe requerida. ...

En la línea 103
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... El vehículo, cuya tarifa por carrera era de veinte francos descendió por Broadway hasta Union Square, siguió luego por la Fourth Avenue hasta su empalme con Bowery Street, se adentró por la Katrin Street y se detuvo en el muelle trigesimocuarto. Allí, el Katrin ferry boat nos trasladó, hombres, caballos y coche, a Brooklyn, el gran anexo de Nueva York, situado en la orilla izquierda del río del Este, y en algunos minutos nos depositó en el muelle en el que el Abraham Lincoln vomitaba torrentes de humo negro por sus dos chimeneas. ...

En la línea 114
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... El comandante Farragut estaba ya haciendo largar las últimas amarras que retenían al Abraham Lincoln al muelle de Brooklyn. Así, pues, hubiera bastado un cuarto de hora de retraso, o menos incluso, para que la fragata hubiese zarpado sin mí y para perderme esta expedición extraordinaria, sobrenatural, inverosímil, cuyo verídico relato habrá de hallar sin duda la incredulidad de algunos. ...

En la línea 69
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Mis pensamientos tomaron otra dirección mientras miraba desconsolado el fuego. En aquel momento me pareció ver ante los vengadores carbones que no tenía más remedio que cometer un robo en aquella casa para llevar al fugitivo de los marjales, al que tenía un hierro en la pierna, y por temor a aquel joven misterioso, una lima y algunos alimentos. ...

En la línea 178
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Por eso nos sirvió nuestras rebanadas de pan como si fuésemos dos mil hombres de tropa en una marcha forzada, en vez de un hombre y un chiquillo en la casa; y tomamos algunos tragos de leche y de agua, aunque con muy mala cara, de un jarrito que había en el aparador. Mientras tanto, la señora Joe puso cortinas limpias y blancas, clavó un volante de flores en la chimenea para reemplazar el viejo y quitó las fundas de todos los objetos de la sala, que jamás estaban descubiertos a excepción de aquel día, pues se pasaban el año ocultos en sus forros, los cuales no se limitaban a las sillas, sino que se extendían a los demás objetos, que solían estar cubiertos de papel de plata, incluso los cuatro perritos de lanas blancos que había sobre la chimenea, todos con la nariz negra y una cesta de flores en la boca, formando parejas. La señora Joe era un ama de casa muy limpia, pero tenía el arte exquisito de hacer su limpieza más desagradable y más incómoda que la misma suciedad. La limpieza es lo que está más cerca de la divinidad, y mucha gente hace lo mismo con respecto a su religión. Como mi hermana tenia mucho trabajo, se hacía representar para ir a la iglesia, es decir, que en su lugar íbamos Joe y yo. En su traje de trabajo, Joe tenía completo aspecto de herrero, pero en el traje del día de fiesta parecía más bien un espantajo en traje de ceremonias. Nada de lo que entonces llevaba le caía bien o parecía pertenecerle, y todo le rozaba y le molestaba en gran manera. En aquel día de fiesta salió de su habitación cuando ya repicaban alegremente las campanas, pero su aspecto era el de un desgraciado penitente en traje dominguero. En cuanto a mí, creo que mi hermana tenía la idea general de que yo era un joven criminal, a quien un policía comadrón cogió el día de mi nacimiento para entregarme a ella, a fin de que me castigasen de acuerdo con la ultrajada majestad de la ley. Siempre me trataron como si yo hubiese porfiado para nacer a pesar de los dictados de la razón, de la religión y de la moralidad y contra los argumentos que me hubieran presentado, para disuadirme, mis mejores amigos. E, incluso, cuando me llevaron al sastre para que me hiciese un traje nuevo, sin duda recibió orden de hacerlo de acuerdo con el modelo de algún reformatorio y, desde luego, de manera que no me permitiese el libre uso de mis miembros. ...

En la línea 292
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Chapoteaban en el agua y en el barro, se oían blasfemias y se daban golpes; entonces algunos hombres se echaron al fondo de la zanja para ayudar al sargento. Sacaron separadamente a mi penado y al otro. Ambos sangraban y estaban jadeantes, pero sin dejar de luchar. Yo los conocí en seguida. ...

En la línea 319
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Los dos presos iban separados y cada uno de ellos rodeado por algunos hombres que los custodiaban. Yo, entonces, andaba agarrado a la mano de Joe, quien llevaba una de las antorchas. El señor Wopsle quiso emprender el regreso, pero Joe estaba resuelto a seguir hasta el final, de modo que todos continuamos acompañando a los soldados. El camino era ya bastante bueno, en su mayor parte, a lo largo de la orilla del río, del que se separaba a veces en cuanto había una represa con un molino en miniatura y una compuerta llena de barro. Al mirar alrededor podía ver otras luces que se aproximaban a nosotros. Las antorchas que llevábamos dejaban caer grandes goterones de fuego sobre el camino que seguíamos, y allí se quedaban llameando y humeantes. Aparte de eso, la oscuridad era completa. Nuestras luces, con sus llamas agrisadas, calentaban el aire alrededor de nosotros, y a los dos prisioneros parecía gustarles aquello mientras cojeaban rodeados por los soldados y por sus armas de fuego. No podíamos avanzar de prisa a causa de la cojera de los dos desgraciados, quienes estaban, por otra parte, tan fatigados, que por dos o tres veces tuvimos que detenernos todos para darles algún descanso. ...

En la línea 167
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Al día siguiente se despertó tarde, después de un sueño intranquilo que no le había procurado descanso alguno. Se despertó de pésimo humor y paseó por su buhardilla una mirada hostil. La habitación no tenía más de seis pasos de largo y ofrecía el aspecto más miserable, con su papel amarillo y polvoriento, despegado a trozos, y tan baja de techo, que un hombre que rebasara sólo en unos centímetros la estatura media no habría estado allí a sus anchas, pues le habría cohibido el temor de dar con la cabeza en el techo. Los muebles estaban en armonía con el local. Consistían en tres sillas viejas, más o menos cojas; una mesa pintada, que estaba en un rincón y sobre la cual se veían, como tirados, algunos cuadernos y libros tan cubiertos de polvo que bastaba verlos para deducir que no los habían tocado hacía mucho tiempo, y, en fin, un largo y extraño diván que ocupaba casi toda la longitud y la mitad de la anchura de la pieza y que estaba tapizado de una indiana hecha jirones. Éste era el lecho de Raskolnikof, que solía acostarse completamente vestido y sin más mantas que su vieja capa de estudiante. Como almohada utilizaba un pequeño cojín, bajo el cual colocaba, para hacerlo un poco más alto, toda su ropa blanca, tanto la limpia como la sucia. Ante el diván había una mesita. ...

En la línea 230
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... »Ya te he dicho que Piotr Petrovitch se trasladará muy pronto a Petersburgo, adonde le llaman intereses importantísimos, pues quiere establecerse allí como abogado. Hace ya mucho tiempo que ejerce y acaba de ganar una causa importante. Si ha de trasladarse inmediatamente a Petersburgo es porque ha de seguir atendiendo en el senado a cierto trascendental asunto. Por todo esto, querido Rodia, este señor será para ti sumamente útil, y Dunia y yo hemos pensado que puedes comenzar en seguida tu carrera y considerar tu porvenir asegurado. ¡Oh, si esto llegara a realizarse! Sería una felicidad tan grande, que sólo la podríamos atribuir a un favor especial de la Providencia. Dunia sólo piensa en esto. Ya hemos insinuado algo a Piotr Petrovitch. Él, mostrando una prudente reserva, ha dicho que, no pudiendo estar sin secretario, preferiría, naturalmente, confiar este empleo a un pariente que a un extraño, siempre y cuando aquél fuera capaz de desempeñarlo. (¿Cómo no has de ser capaz de desempeñarlo tú?) Sin embargo, manifestó al mismo tiempo el temor de que, debido a tus estudios, no dispusieras del tiempo necesario para trabajar en su bufete. Así quedó la cosa por el momento, pero Dunia sólo piensa en este asunto. Vive desde hace algunos días en un estado febril y ha forjado ya sus planes para el futuro. Te ve trabajando con Piotr Petrovitch e incluso llegando a ser su socio, y eso sin dejar tus estudios de Derecho. Yo estoy de acuerdo en todo con ella, Rodia, y comparto sus proyectos y sus esperanzas, pues la cosa me parece perfectamente realizable, a pesar de las evasivas de Piotr Petrovitch, muy explicables, ya que él todavía no te conoce. ...

En la línea 233
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... »Ahora te voy a decir una cosa, mi querido Rodia. A mí me parece, por ciertas razones (que desde luego no tienen nada que ver con el carácter de Piotr Petrovitch y que tal vez son solamente caprichos de vieja), a mí me parece, repito, que lo mejor sería que, después del casamiento, yo siguiera viviendo sola en vez de instalarme en casa de ellos. Estoy completamente segura de que él tendrá la generosidad y la delicadeza de invitarme a no vivir separada de mi hija, y sé muy bien que, si todavía no ha dicho nada, es porque lo considera natural; pero yo no aceptaré. He observado en más de una ocasión que los yernos no suelen tener cariño a sus suegras, y yo no sólo no quiero ser una carga para nadie, sino que deseo vivir completamente libre mientras me queden algunos recursos y tenga hijos como Dunetchka y tú. ...

En la línea 237
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... »Aunque estemos en vísperas de reunirnos, uno de estos días te enviaré algún dinero, la mayor cantidad que pueda. Ahora que todos saben por aquí que Dunetchka se va a casar con Piotr Petrovitch, nuestro crédito se ha reafirmado de súbito, y puedo asegurarte que Atanasio Ivanovitch está dispuesto a prestarme hasta setenta y cinco rublos, que devolveré con mi pensión. Por lo tanto, te podré mandar veinticinco o, tal vez treinta. Y aún te enviaría más si no temiese que me faltara para el viaje. Aunque Piotr Petrovitch haya tenido la bondad de encargarse de algunos de los gastos del traslado (de nuestro equipaje, incluido el gran baúl, que enviará por medio de sus amigos, supongo), tenemos que pensar en nuestra llegada a Petersburgo, donde no podemos presentarnos sin algún dinero para atender a nuestras necesidades, cuando menos durante los primeros días. ...

En la línea 185
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Muchas de estas observaciones me han sido comunicadas por Mr. Astley, que permanece a todas horas junto al tapete verde, pero sin jugar ni una sola vez. Por lo que a mí se refiere, perdí todo mi dinero en muy poco tiempo. Primero puse veinte federicos al par y gané. Los puse de nuevo y volví a ganar. Y así dos o tres veces seguidas. Salvo error, reuní en algunos minutos unos cuatrocientos federicos. ...

En la línea 263
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —Habla usted perfectamente. Y presume que yo no sé sostener mi dignidad. Es decir, que siendo digno, no sé mantener esta dignidad. ¿Cree usted que puede ser así? Sí; todos los rusos somos así. Voy a explicárselo: su naturaleza, demasiado ricamente dotada les impide encontrar rápidamente una forma adecuada. En estas cuestiones lo más importante es la forma. La mayoría de los rusos estamos tan ricamente dotados que nos es preciso el genio para descubrir una forma conveniente. Ahora bien, frecuentemente estamos faltos de genio, que es cosa rara en general. Entre los franceses y en algunos otros europeos la forma está tan bien fijada que se puede aliar a la peor bajeza una dignidad extraordinaria. ...

En la línea 463
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —Sí, sí. ¡Eso es! Marcharse equivaldría a abandonar a los niños, mientras que, permaneciendo aquí ella, defiende sus intereses y conseguirá salvar tal vez algunos restos de su fortuna. ¡Todo eso es verdad! Sin embargo… ¡Oh, ahora comprendo por qué todos aquí se interesan tanto por la babulinka! ...

En la línea 506
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Como si lo hubieran hecho adrede, todos se hallaban reunidos en el gabinete del general. Era mediodía y proyectaban, según parece, una excursión, unos en coche y otros a caballo, y, además, tenían invitados a algunos amigos. ...

En la línea 338
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Al día siguiente de su libertad, en Grasse, vio delante de la puerta de una destilería de flores de naranjo algunos hombres que descargaban unos fardos. Ofreció su trabajo. Era necesario y fue aceptado. Se puso a trabajar. Era inteligente, robusto, ágil, trabajaba muy bien; su empleador parecía estar contento. Pero pasó un gendarme, lo observó y le pidió sus papeles. Le fue preciso mostrar el pasaporte amarillo. Hecho esto, volvió a su trabajo. Un momento antes había preguntado a un compañero cuánto ganaba al día; 'treinta sueldos', le había respondido. Llegó la tarde, y como debía partir al día siguiente por la mañana, se presentó al dueño y le rogó que le pagase. Este no pronunció una palabra, y le entregó quince sueldos. Reclamó y le respondieron: 'Bastante es eso para ti'. Insistió. El dueño lo miró fijamente, y le dijo: '¡Cuidado con la cárcel!' ...

En la línea 349
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Estos seis cubiertos de plata lo obsesionaban. Y estaban allí, a algunos pasos. Y eran macizos. Y de plata antigua. Con el cucharón, valdrían lo menos doscientos francos. Doble de lo que había ganado en diecinueve años. ...

En la línea 357
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Permaneció inmóvil, sin atreverse a hacer ningún movimiento. Pasaron algunos minutos. La puerta se había abierto completamente. Se atrevió a entrar en el cuarto; el ruido del gozne mohoso no había despertado a nadie. ...

En la línea 365
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Al cabo de algunos instantes levantó el brazo izquierdo hasta la frente, y se quitó la gorra; después dejó caer el brazo con lentitud y volvió a su meditación con la gorra en la mano izquierda, la barra en la derecha y los cabellos erizados sobre su tenebrosa frente. ...

En la línea 234
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Un descanso viene muy bien después de haber viajado cinco mil quinientos kilómetros, y hay que admitir que Buck se volvió holgazán mientras las heridas cicatrizaban, recobraba la musculatura y la carne volvía a cubrirle los huesos. La verdad es que todos (Buck, John Thornton, Skeet y Nig) se dieron la gran vida mientras aguardaban el retorno de la balsa que debía llevarlos a Dawson. Skeet era una perrita setter que de entrada quiso hacer migas con Buck y, a cuyos avances, Buck, casi moribundo entonces, no estuvo en condiciones de oponerse. Tenía ese rasgo protector en exceso que distingue a algunos perros; y del mismo modo que una gata limpia a sus gatitos, lamía y limpiaba las heridas de Buck. Todas las mañanas, en cuanto Buck termina ba el desayuno, se entregaba a su tarea, y Buck acabó por esperar sus atenciones tanto como las de Thornton. Nig, igualmente afable, aunque lo demostraba menos, era un enorme perro negro, mitad sabueso, mitad lebrel, con ojos que reían y un inagotable buen talante. ...

En la línea 320
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... La sed de sangre se hizo en él más fuerte que nunca. Era un depredador, un animal de presa, que se alimentaba de seres vivientes; que solo, sin ayuda, gracias a su fuerza y su destreza, sobrevivía triunfante en un entorno hostil en el que únicamente lo hacían los fuertes. Todo aquello insufló en su ser un gran orgullo, que se extendió como por contagio a su figura. Se hacía patente en todos sus movimientos, era visible en el juego de cada uno de sus músculos, se expresaba elocuentemente en su porte y tornaba incluso más soberbio su espléndido pelaje. De no ser por algunos pelos marrones aislados en el hocico y sobre los ojos, y por el plastrón de pelo blanco que le bajaba por el pecho, habrían podido tomarlo por un lobo gigantesco, más grande. que el más grande de su raza. De su padre el san bernardo había heredado el tamaño y el peso, pero había sido su madre, la pastora escocesa, quien había moldeado esos atributos. El hocico era el largo hocico de un lobo, aunque era más grande que el de cualquier lobo; y su cabeza, bastante ancha, era una cabeza de lobo a escala colosal. Su astucia era la del lobo, una astucia salvaje; su inteligencia, la inteligencia del pastor escocés y el san bernardo; y esta conjunción, añadida a la experiencia adquirida en la más feroz de las escuelas, lo convertían en una criatura tan formidable como las que habitaban la selva. Animal carnívoro cuya dieta consistía sólo en carne, se hallaba en la flor de la vida, en el período culminante de su existencia, y destilaba vigor y virilidad. Cuando Thornton le acariciaba el lomo, el paso de la mano era seguido por un crujiente chasquido, al descargar cada pelo, con el contacto, su magnetismo estático. Cada parte de su mente y de su cuerpo, cada fibra de su tejido nervioso funcionaba con exquisita precisión; y entre todas las partes existía un equilibrio y un ajuste perfecto. A las imágenes, sonidos y situaciones que requerían acción respondía él a la velocidad del relámpago. Por más ágilmente que se moviese un perro esquimal para defenderse o atacar, él podía hacerlo dos veces más rápido. Veía el movimiento o percibía el sonido y respondía en menos tiempo del que otro perro empleaba en percatarse de lo visto u oído. Él percibía, decidía y actuaba en el mismo instante. En rigor, las tres instancias eran consecutivas, pero los intervalos de tiempo entre ellas eran tan infinitesimales que las hacían parecer simultáneas. Sus músculos estaban rebosantes de energía y entraban en acción de modo fulminante, como muelles de acero. La vida fluía a través de él en espléndido torrente, gozoso y desenfrenado, y daba la impresión de que de puro éxtasis acabaría desbordándose y desparramándose con generosidad sobre el mundo. ...

En la línea 345
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Y aquí podría acabar la historia de Buck. No transcurrieron muchos años antes de que los yeehat notasen un cambio en la raza de los lobos grises, porque comenzaron a verse algunos con manchas pardas en la cabeza y el hocico, o con una franja blanca dividiéndoles el pecho. Pero más extraordinario aún es que recuerden un Perro Fantasma corriendo al frente de la manada. Los yeehat le temen porque es más astuto que ellos, se mete en sus campamentos a robar cuando el invierno es crudo, les desbarata las trampas, les mata los perros y desafia a sus cazadores más valientes. ...

En la línea 50
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... Las palabras de aquel sabio médico -que por pura casualidad no era materialista- me sedujeron, y algunos días después, con mi esposa, mi hija y mis fieles criados, me instalaba en una hermosa quinta de Santander, desde la cual el panorama era admirable, como todos los panoramas de la Montaña. ...

En la línea 57
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... En una revista cosmosófica, traducida por F. M., hallé lo siguiente de Carlos Ramus: «la doble personalidad es un estado que puede llevar a los sujetos a abandonar su familia y su trabajo e ir a otra ciudad, tomar otro nombre y otras ocupaciones. Sus maneras y sus hábitos cambian completamente. Suelen recordar su estado normal, pero considerándolo con indiferencia, como si se refiriera a un tercero. La duración de tales estados puede variar desde algunas horas hasta algunos años; la vuelta al estado original es habitualmente repentina y el hilo de sus recuerdos se reanuda en el punto exacto en que se interrumpió». ...

En la línea 69
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... Un hombre puede ser visto bajo dos aspectos muy diferentes; un profesor de matemáticas durante su clase no deja ver más que una parte de sí mismo y hasta él olvida, momentáneamente, todo lo que se halla fuera del grupo de sus conocimientos especiales. Pero yo supongo que salido de su clase, es un buen músico. La familia le verá con más frecuencia bajo el aspecto de un violinista. Imaginad ahora que a consecuencia de un accidente cualquiera este hombre pierda todo recuerdo de la música. No queda entonces más que el matemático. Le habláis de su violín y no os comprende. Nunca lo ha tocado. Pero al cabo de algunos días, la memoria del músico reaparece y, en cambio, el grupo de recuerdos matemáticos se ha borrado. Tal es el aspecto -no digo la explicación sino el aspecto-, bajo el cual puede presentarse cierto fenómeno conocido con el nombre de división de la personalidad. ...

En la línea 130
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... Cuando bajamos, precedidos de dos niños rubios que regaban flores y que iban vestidos de trajes Luis XIV color salmón, la rústica escalinata del templo, a lo largo de la cual algunos boquiabiertos aldeanos contemplábannos como a fantasmas, salía el sol; un amarillo y jovial sol de España. ...

En la línea 56
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Mancebo, en los verdores de la edad, fuerte como un toro y laborioso como manso buey, salió de su patria el señor Joaquín, a quien entonces nombraban Joaquín a secas. Colocado en Madrid en la portería de un magnate que en León tiene solar, dedicose a corredor, agente de negocios y hombre de confianza de todos los honrados individuos de la maragatería. Buscabales posada, proporcionabales almacén seguro para la carga, se entendía con los comerciantes y era en suma la providencia de la tierra de Astorga. Su honradez grande, su puntualidad y su celo le granjearon crédito tal, que llovían comisiones, menudeaban encargos, y caían en la bolsa, como apretado granizo, reales, pesos duros y doblillas en cantidad suficiente para que, al cabo de quince años de llegado a la corte, pudiese Joaquín estrechar lazos eternos con una conterránea suya, doncella de la esposa del magnate y señora tiempo hacía de los enamorados pensamientos del portero; y verificado ya el connubio, establecer surtida lonja de comestibles, a cuyo frente campeaba en doradas letras un rótulo que decía: El Leonés. Ultramarinos. De corredor pasó entonces a empresario de maragatos; comproles sus artículos en grueso y los vendió en detalle; y a él forzosamente hubo de acudir quien en Madrid quería aromático chocolate molido a brazo, o esponjosas mantecadas de las que sólo las astorganas saben confeccionar en su debido punto. Se hizo de moda desayunarse con el Caracas y las frutas de horno del Leonés; comenzó el magnate, su antiguo amo, dándole su parroquia, y tras él vino la gente de alto copete, engolosinada por el arcaico regalo de un manjar digno de la mesa de Carlos IV y Godoy. Y fue de ver como el señor Joaquín, ensanchando los horizontes de su comercio, acaparó todas las especialidades nacionales culinarias: tiernos garbanzos de Fuentesaúco, crasos chorizos de Candelario, curados jamones de Caldelas, dulce extremeña bellota, aceitunas de los sevillanos olivares, melosos dátiles de Almería y áureas naranjas que atesoran en su piel el sol de Valencia. De esta suerte y con tal industria granjeó Joaquín, limpia si no hidalgamente, razonables sumas de dinero; y si bien las ganó, mejor supo después asegurarlas en tierras y caserío en León; a cuyo fin hizo frecuentes viajes a la ciudad natal. A los ocho años de estéril matrimonio naciole una niña grande y hermosa, suceso que le alborozó como alborozaría a un monarca el natalicio de una princesa heredera; más la recia madre leonesa no pudo soportar la crisis de su fecundidad tardía, y enferma siempre, arrastró algunos meses la vida, hasta soltarla de malísima gana. Con faltarle su mujer, faltole al señor Joaquín la diestra mano, y fue decayendo en él aquella ufanía con que dominaba el mostrador, luciendo su estatura gigantesca, y alcanzando del más encumbrado estante los cajones de pasas, con sólo estirar su poderoso brazo y empinarse un poco sobre los anchos pies. Se pasaba horas enteras embobado, fija la vista maquinalmente en los racimos de uvas de cuelga que pendían del techo, o en los sacos de café hacinados en el ángulo más obscuro de la lonja, y sobre los cuales acostumbraba la difunta sentarse para hacer calceta. En suma, él cayó en melancolía tal, que vino a serie indiferente hasta la honrada y lícita ganancia que debía a su industria: y como los facultativos le recetasen el sano aire natal y el cambio de vida y régimen, traspasó la lonja, y con magnanimidad no indigna de un sabio antiguo, retirose a su pueblo, satisfecho con lo ya logrado, y sin que la sedienta codicia a mayor lucro le incitase. Consigo llevó a la niña Lucía, única prenda cara a su corazón, que con pueriles gracias comenzaba ya a animar la tienda, haciendo guerra crudísima y sin tregua a los higos de Fraga y a las peladillas de Alcoy, menos blancas que los dientes chicos que las mordían. ...

En la línea 65
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Llamábase el visitante D. Aurelio Miranda, y desempeñaba en León uno de esos destinos que en España abundan, no por honoríficos peor retribuídos, y que sin imponer grandes molestias ni vigilias, abren las puertas de la buena sociedad, prestando cierta importancia oficial: género de prebendas laicas, donde se dan unidas las dos cosas que asegura el refrán no caber en un saco. Era Miranda de origen y familia burocrática, en la cual se transmitían y como vinculaban los elevados puestos administrativos, merced a especial maña y don de gentes perpetuado de padres a hijos, a no sé qué felina destreza en caer siempre de pie y a cierta delicada sobriedad en esto de pensar y opinar. Logró la estirpe de los Mirandas teñirse de matices apagados y distinguidos, sobre cuyo fondo, así podía colocarse insignia blanca, como roja divisa; de suerte, que ni hubo situación que no les respetase, ni radicalismo que con ellos no transigiera, ni mar revuelto o bonancible en que con igual fortuna no pescaran. El mozo Aurelio casi nació a la sombra protectora de los muros de la oficina: antes que bigote y barba tuvo colocación, conseguida por la influencia paterna, reforzada por la de los demás Mirandas. Al principio fue una plaza de menor cuantía, que cubriese los gastos de tocador y otras menudencias del chico, derrochador de suyo; en seguida vinieron más pingües brevas, y Aurelio siguió la ruta trillada ya por sus antecesores. Con todo esto, veíase que algo degeneraba en él la raza: amigo de goces, de ostentación y vanidades, faltabale a Aurelio el tino exquisito de no salir de mediano por ningún respecto, y carecía de la formalidad exterior, del compasado porte que a los Mirandas pasados acreditaba de hombres de seso y experiencia y madurez política. Comprendiendo sus defectos, trató Aurelio de beneficiarlos diestramente, y más de una blanca y pulcra mano emborronó por él perfumadas esquelas con eficaces recomendaciones para personajes de muy variada ralea y clase. Asimismo se declaró gran amigote y compinche de algunos prohombres políticos, entre ellos el don Fulano que ya conocemos. No habló jamás con ellos diez palabras seguidas que a política se refiriesen: contábales las noticias del día, el escándalo fresco, el último dicharacho y la más reciente caricatura; y de tal suerte, sin comprometerse con ninguno se vio favorecido y servido de todos. Agarrose, como nadador inexperto, a los hombros de tan prácticos buzos, y acá me sumerjo, y acullá me pongo a flote, fue sorteando los furiosos vendavales que azotaron a España, y continuando la tradición venerable de los Mirandas. Pero también la influencia se gasta y agota, y llegó un período en que, mermada la de Aurelio, no alcanzó a mantenerle en el único punto para él grato, en Madrid, y hubo de irse a vegetar a León, entre el Gobierno civil y la Catedral, edificios que ni uno ni otro le divertían. Lo que singularmente amargaba a Aurelio, era comprender que su decadencia administrativa nacía de otro decaimiento irreparable, a saber, el de su persona. Cumplida la cuarentena de años, faltábanle ya los billetitos de recomendación o por lo menos no eran tan calurosos: en los despachos de las notabilidades iba siendo su persona como un mueble más, y hasta él mismo sentía apagarse su facundia. La madurez se revelaba en él por un salto atrás; íbasele metiendo en el cuerpo la seriedad de los Mirandas; y de amable calavera, pasaba a hombre de peso. No del todo extrañas a tal metamorfosis debían ser algunas dolencias pertinaces, protesta del hígado contra el malsano régimen, mitad sedentario y mitad febril, tanto tiempo observado por Aurelio. Así es que, aprovechando la estancia en León, y los conocimientos y acierto singular de Vélez de Rada, dedicose a reparar las brechas de su desmantelado organismo; y la vida metódica y la formalidad creciente de sus maneras y aspecto, que en la corte la perjudicaban revelando que empezaba a ser trasto arrumbado y sin uso, sirviéronle en el timorato pueblo leonés de pasaporte, ganándole simpatías y fama de persona respetable y de responsabilidad y crédito. ...

En la línea 656
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Cesó de suyo el diálogo, y ambos interlocutores miraron el fuego, y aún Artegui le añadió leña, porque menguaba. Crujieron los inflamados tizones, y algunos se abrieron, hendiéndose como la granada madura; saltaron mil chispas, y medio se desmoronó el ígneo edificio bajo el peso de los nuevos materiales. Lamió suavemente la llama el reciente pasto que le ofrecían, y al fin comenzó a clavarle sus lenguas de áspid, arrancando con cada beso ardiente un chasquido de dolor. Aunque no fuese todavía muy remota la hora meridiana, estaba el aposento casi obscuro, tal era al exterior el aguacero y el negror del cielo. ...

En la línea 668
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Y así se estuvieran probablemente hasta sabe Dios cuándo, a no abrirse de golpe la puerta, apareciendo en ella un hombre; no el camarero, ni menos el esperado Miranda, sino un mozalbete de algunos veinticuatro o veinticinco años, mediano de estatura, pronto y desenfadado de modales. Traía el sombrero puesto, y lo primero que se veía de su persona era el reluciente alfiler de la corbata, y las botas de caña clara, atrevidas, cortas, un tanto manolescas. Causó la entrada de este nuevo personaje una transformación a vista en la escena: mientras Artegui se levantaba furioso, Lucía, vuelta a la conciencia de sí misma, pasó las manos por las sienes, enderezose en el sillón adoptando actitud reservada, pero con las pupilas vagas aún, perdidas en el espacio. ...

En la línea 188
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Durante los primeros días algunos ánimos atrevidos- las mujeres principalmente- se decidieron por él, sobre todo cuando el 'llustrated London News' publicó su retrato, tomado de una fotografía depositada en los archivos del Reform Club. Ciertos gentlemen se atrevían a decir: '¿Y por qué no había de suceder? Cosas más extraordinarias se han visto'. Estos solían ser los lectores del 'Daily Telegraph'. Pero pronto se advirtió que hasta este mismo periódico empezaba a enfriarse. ...

En la línea 216
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... -Un robo soberbio- respondió el agente entusiasmado-. ¡Cincuenta y cinco mil libras! ¡No siempre tenemos semejantes ocasiones! ¡Los ladrones se van haciendo muy mezquinos! ¡La raza de los Sheppard se va extinguiendo! ¡Ahora se hacen ahorcar tan sólo por algunos chelines! ...

En la línea 232
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Fix no estuvo mucho tiempo entregado a sus reflexiones, porque la llegada del vapor fue anunciada por algunos silbidos. Todo el tropel de ganapanes y de 'fellahs' se precipitó sobre el muelle en tumulto algo inquietante para los miembros y trajes de los pasajeros. Se destacaron de la orilla unos diez faluchos para ir al encuentro del 'Mongolia'. ...

En la línea 364
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Entre los pasajeros del 'Mongolia' había algunos funcionarios civiles y oficiales de toda graduación. De éstos pertenecían unos al ejército británico propiamente dicho, otros mandaban tropas indígenas de cipayos, todos con muy buenos sueldos, aun ahora después que el gobierno se ha sustituido a los derechos y cargas de la antigua Compañía de las Indias. Los subtenientes tenían trescientas libras de sueldo, los brigadieres dos mil quinientas y los generales cuatro mil. ...


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