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La palabra tras
Cómo se escribe

la palabra tras

La palabra Tras ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Niebla de Miguel De Unamuno
Sandokán: Los tigres de Mompracem de Emilio Salgàri
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
La llamada de la selva de Jack London
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Julio Verne de La vuelta al mundo en 80 días
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece tras.

Estadisticas de la palabra tras

La palabra tras es una de las palabras más comunes del idioma Español, estando en la posición 184 según la RAE.

Tras es una palabra muy común y se encuentra en el Top 500 con una frecuencia media de 395.16 veces en cada obra en castellano

El puesto de esta palabra se basa en la frecuencia de aparición de la tras en 150 obras del castellano contandose 60064 apariciones en total.

Errores Ortográficos típicos con la palabra Tras

Cómo se escribe tras o trras?
Cómo se escribe tras o traz?

Más información sobre la palabra Tras en internet

Tras en la RAE.
Tras en Word Reference.
Tras en la wikipedia.
Sinonimos de Tras.


la Ortografía es divertida

Algunas Frases de libros en las que aparece tras

La palabra tras puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 72
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... -¡Bon día mos done Deu! (¡Buen día nos dé Dios!) -¡Bon día! Y tras este saludo, cambiado con toda la gravedad propia de una gente que lleva en sus venas sangre moruna y sólo puede hablar de Dios con gesto solemne ,se hacía el silencio si el que pasaba era un desconocido, y si era íntimo se le encargaba la compra en Valencia de pequeños objetos para la mujer o para la casa. ...

En la línea 196
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Tísicos colchones, jergones rellenos de escandalosa hoja de maíz, sillas de esparto, sartenes, calderas, platos, cestas, verdes banquillos de cama, todo se amontonaba sobre el carro, sucio, gastado, miserable, oliendo a hambre, a fuga desesperada, como si la desgracia marchase tras de la familia pisándole los talones. ...

En la línea 247
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y mientras ellas, que ya comenzaban a llamar la atención de los mozos de la huerta, asistían con pañuelos de seda nuevos, vistosos, y planchadas y ruidosas faldas a las fiestas de los pueblecillos, o despertaban al amanecer para ir descalzas y en camisa a mirar por las rendijas del ventanillo quiénes eran los que cantaban les alboaes (Las alboradas) o las obsequiaban con rasgueo de guitarra, el pobre tío Barret, empeñado cada vez más en nivelar su presupuesto, sacaba, onza tras onza, todo el puñado de oro amasado ochavo sobre ochavo que le había dejado su padre, acallando así a don Salvador, viejo avaro que nunca tenía bastante, y no contento con exprimirle, hablaba de lo mal que estaban los tiempos, del escandaloso aumento de las contribuciones y de la necesidad de subir el precio del arrendamiento. ...

En la línea 341
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Al anochecer, Barret, que estaba como anonadado, y tras la crisis furiosa parecía caído en un estado de sonambulismo, vio a sus pies unos cuantos líos de ropa y oyó el sonido metálico de un saco que contenía sus herramientas de labranza. ...

En la línea 16
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Al verle tras su largo cautiverio, don Fernando le estrechó la mano, sin la más leve emoción, como si se hubiesen encontrado poco antes, y le preguntó por su padre y su hermana con voz suave y gesto plácido. Era el hombre de siempre, insensible para el dolor propio, conmovido ante el sufrimiento de los demás. ...

En la línea 257
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El capataz de Marchamalo sintió la muerte del amo más que toda la familia. No lloró, pero su hija María de la Luz, que comenzaba a ser una mocita, andaba tras él, animándolo para que saliese de su triste marasmo, para que no pasase las horas sentado en la plazoleta con la mandíbula entre las manos y la vista perdida en el horizonte, desalentado y triste como un perro sin dueño. ...

En la línea 283
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Entró en la casa, y María de la Luz, al asomarse tras la cortina de percal de su cuarto, lanzó un alarido. Olvidando todo pudor, la muchacha salió en camisa a ayudar a su padre, que apenas podía sostener al mocetón, pálido con palidez de muerte, con las ropas salpicadas de sangre negruzca y de otra fresca y roja que caía y caía por debajo de su chaquetón, goteando en el suelo. Anonadado por su esfuerzo para llegar hasta allí, Rafael se desplomó en la cama, contándolo todo con palabras entrecortadas antes de desvanecerse. ...

En la línea 294
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... ¡Oh, la voz de María de la Luz! Una voz grave, de entonaciones melancólicas, como la de una mora habituada a eterna clausura que canta para oídos invisibles tras las tupidas celosías: una voz que temblaba con litúrgica solemnidad, como si meciese el sueño de una religión misteriosa sólo de ella conocida. De repente, se adelgazaba, partiendo como un relámpago hacia las alturas, hasta convertirse en un alarido agudo, en un grito que serpenteaba, formando complicados arabescos de salvaje bizarría. ...

En la línea 82
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... ¡Señor, queos ocultáis tras ese posti go! Sí, vos, decidme un poco de qué os reís, y nos reiremos juntos. ...

En la línea 83
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... El gentilhombre volvió lentamente los ojos de la montura al caba llero, como si hubiera necesitado cierto tiempo para comprender que era a él a quien se dirigían tan extraños reproches; luego, cuando no pudo albergar ya ninguna duda, su ceño se frunció ligeramente y tras una larga pausa, con un acento de ironía y de insolencia imposible de describir, respondió a D'Artagnan:-Yo no os hablo, señor. ...

En la línea 182
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Paga, bribón -gritó el viajero, siempre galopando, a su lacayo, el cual arrojó a los pies del hostelero dos o tres monedas de plata, y se puso a g alopar tras su señor. ...

En la línea 183
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -¡Ah, cobarde! ¡Ah, miserable! ¡Ah, falso gentilhombre! -exclamó D'Artagnan lanzándose a su vez tras el lacayo. ...

En la línea 654
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Aquel hombre traía de la frontera de España harina y otros artículos; dijo que su mujer venía tras él y estaba a punto de llegar. ...

En la línea 752
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Marchaban tras él seis hombres en hilera, fusil al hombro, con sendas hachas pendientes de la faja, destinadas probablemente a tajar a los bandoleros hasta la cintura, en cuanto se aventurasen a luchar cuerpo a cuerpo. ...

En la línea 976
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Los romanos dejaron tras de sí sus escritos inmortales, su historia, su poesía; los godos, su liturgia, sus tradiciones y el germen de instituciones muy nobles; los moros, su caballerosidad, sus descubrimientos en medicina y las bases del comercio moderno. ...

En la línea 1021
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Estaba el hombre medio borracho, y pronto lo estuvo tres cuartos, a fuerza de trasegar vaso tras vaso de _aguardiente_. ...

En la línea 319
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... -Por nombre tan santo como este libro tiene, se podía perdonar su ignorancia; mas también se suele decir: 'tras la cruz está el diablo'; vaya al fuego. ...

En la línea 422
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y, en diciendo esto, y encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea, pidiéndole que en tal trance le socorriese, bien cubierto de su rodela, con la lanza en el ristre, arremetió a todo el galope de Rocinante y embistió con el primero molino que estaba delante; y, dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo. ...

En la línea 468
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y, sin detenerse un punto, tornó a subir el fraile, todo temeroso y acobardado y sin color en el rostro; y, cuando se vio a caballo, picó tras su compañero, que un buen espacio de allí le estaba aguardando, y esperando en qué paraba aquel sobresalto; y, sin querer aguardar el fin de todo aquel comenzado suceso, siguieron su camino, haciéndose más cruces que si llevaran al diablo a las espaldas. ...

En la línea 562
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... De lo que le sucedió a don Quijote con unos cabreros Fue recogido de los cabreros con buen ánimo; y, habiendo Sancho, lo mejor que pudo, acomodado a Rocinante y a su jumento, se fue tras el olor que despedían de sí ciertos tasajos de cabra que hirviendo al fuego en un caldero estaban; y, aunque él quisiera en aquel mesmo punto ver si estaban en sazón de trasladarlos del caldero al estómago, lo dejó de hacer, porque los cabreros los quitaron del fuego, y, tendiendo por el suelo unas pieles de ovejas, aderezaron con mucha priesa su rústica mesa y convidaron a los dos, con muestras de muy buena voluntad, con lo que tenían. ...

En la línea 152
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... los antiguos moradores hayan dejado tras de sí recuerdos permanentes más que esos insignificantes montones de piedras de la «Sierra de las Animas». ...

En la línea 176
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... en los nidos de otras aves. Creo que sólo las observaciones de M. Prévost9 han dado alguna luz respecto a este problema. La hembra del cuco pone lo menos cinco o seis huevos; según la mayor parte de los observadores; y, según M. Prévost, tiene que ayuntarse con el macho cada vez que ha puesto uno o dos huevos. Pues bien, si la hembra se viese obligada a incubar sus propios huevos, tendría que incubarlos todos juntos, y por consiguiente, los de las primeras puestas quedarían abandonados tanto tiempo que se pudrirían, o tendría que ir incubando cada huevo por separado, inmediatamente después de ponerlo; y como el cuco permanece en nuestro país mucho menos tiempo que ninguna otra ave emigrante, la hembra no dispondría del necesario para ir incubando uno tras otro todos sus huevos durante su permanencia. El hecho de que el cuco se ayunta varias veces y la hembra pone los huevos con intervalos, parece explicar que los deposite en los nidos de otras aves y los abandone a los cuidados de sus padres postizos. Estoy tanto más dispuesto a aceptar esta explicación, cuanto que, como pronto se verá, he llegado de una manera independiente a adoptar las mismas conclusiones respecto a los avestruces de la América meridional, cuyas hembras son parásitas unas de otras, si así puede decirse; en efecto, cada hembra deposita varios huevos en los nidos de otras hembras, y el macho se encarga de todos los cuidados de la incubación, como los padres postizos respecto al cuco. ...

En la línea 207
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... La ciudad se llama indistintamente El Carmen o Patagones. Está pegada a un ribazo escarpado que costea el río; hasta se han excavado cierto número de habitaciones en el gres que forma la falda de la colina. El río, profundo y rápido, tiene unos 200 ó 300 metros de anchura en este sitio. Las numerosas islas cubiertas de sauces, las numerosas colinas que se ven elevarse unas tras otras y que forman el límite septentrional de este espacioso valle verde, presentan un cuadro casi pintoresco cuando las alumbra un sol espléndido. No hay allí sino unos cuantos centenares de habitantes. ...

En la línea 226
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... El país que recorremos al otro día es enteramente semejante al que habíamos recorrido la víspera. Muy pocas aves, muy pocos animales habitan en él. De vez en cuando se ve un ciervo o un guanaco (Llama salvaje); pero el agutí (Cavia patagónica) es el más común de todos los cuadrúpedos. Este animal se asemeja a nuestra liebre, aun cuando difiere de este género en muchos caracteres esenciales; por ejemplo, no tiene más que tres dedos en las patas traseras. Adquiere también doble tamaño que la liebre, pues pesa de 20 a 25 libras. El agutí es el verdadero amigo del desierto; a cada instante vemos dos o tres de estos animales saltando uno tras otro a través de estas llanuras silvestres. Se extienden al norte hasta la sierra Tapalguen (latitud, 370 30'), punto donde la llanura se hace de pronto más húmeda y más verde; el límite meridional de su vivienda está entre Puerto-Deseado y el puerto San Julián, aun cuando la naturaleza del paisaje no cambia en nada. Es de advertir que aunque el agutí ya no se encuentra en ningún punto más al sur del puerto San Julián, el capitán Wood vio en este sitio grandísimo número de ellos durante su viaje en 1670. ¿Qué causa ha podido modificar en una región salvaje,, desierta y tan escasamente visitada como esta, la habitación de este animal? Fundándose en el número de agutís que el capitán Wood mató en un solo día en Puerto-Deseado, parece también que dichos animales eran allí mucho más numerosos entonces que ahora. En todas partes donde habita la viscacha, este animal hace galerías, y el agutí se sirve de ellas; pero en los lugares donde no se encuentra la viscacha, como en Bahía Blanca, el mismo agutí hace minas. Igual acontece con el pequeño búho de las Pampas (Athene cunicularia), descrito tan a menudo, como estando de centinela a la entrada de las conejeras; en efecto, en la banda oriental, donde no hay viscachas, ese ave se ve obligada a hacerse ella misma su guarida en tierra. ...

En la línea 119
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... ¿No ves cómo al andar le salen pa tras y pa lante? Es por la fachenda que se me gasta. ...

En la línea 341
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Ellas quisieron ir tras él, llamarle, pero no se atrevieron. ...

En la línea 573
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Uno tras otro iban entrando en la sacristía con el aire aburrido de todo funcionario que desempeña cargos oficiales mecánicamente, siempre del mismo modo, sin creer en la utilidad del esfuerzo con que gana el pan de cada día. ...

En la línea 1356
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... A las nuevas haciendas de don Carlos se fueron Anita, el aya, los criados y tras ellos el hombre, como llamó siempre la niña al personaje que turbaba no pocas veces el sueño de su inocencia. ...

En la línea 401
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... A continuación de aquellos días pasados con don Baltasar hablando horas y horas en español—Idioma que siempre había moldeado su pensamiento—, sintió renacer antiguos fervores que le dieron cierta superioridad sobre las gentes frívolas tratadas a diario. Durante la noche, componía versos mentalmente, como en los entusiásticos y crédulos años de su adolescencia. Figueras era su antigua vida (¡quién lo hubiera sospechado días antes!), y le atormentaba un deseo imperioso de irse tras de él. ...

En la línea 1248
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Viéndolo victorioso de los tiranuelos italianos, apoyado por el rey de Francia, apoderándose uno tras otro de los pequeños estados, conquistas que iban. a colocar en su cabeza la corona de toda Italia, los enemigos dijeron que César no habría podido ser nunca lo que era ahora de seguir viviendo su hermano Juan. Y sacaron la conclusión de que para llegar a ello lo había asesinado. A falta de pruebas materiales de su culpabilidad, esto les parecía suficiente. ...

En la línea 1311
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... La parte secreta del convenio era que el monarca de Francia procuraría el casamiento de César con una dama de familia real (Carlota de Nápoles), y el Santo Padre facilitaría a Luis XII los medios para apoderarse de Milán y Nápoles, con más eficacia que lo había hecho su antecesor. A su vez, Luis XII ayudaría al nuevo duque de Valence a reconquistar los dominios de la Iglesia, fundados a principios de la Edad Media por Pepino y Carlomagno desposeyendo uno tras otro a los barones feudales que detentaban las antiguas tierras de los papas, representando un peligro permanente para éstos. ...

En la línea 330
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Poco a poco cesaron los estornudos y pudo reanudarse el desfile. A partir de este incidente, pareció que el público había perdido todo interés por los objetos del gigante. Avanzaron dos portadores, uno tras del otro, llevando un fuerte palo sobre sus hombros y colgando de tal sostén el reloj de bolsillo del Hombre-Montaña. Los oyentes más cultos no necesitaron las explicaciones del inventario. Cuantos habían leído la historia del país estaban enterados de como era esta máquina primitiva de medir el tiempo que todos los colosos traían en sus visitas. ...

En la línea 1355
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... La camiseta que cubría su pecho se agitó con un leve tirón. Era uno de los asaltantes, el mas ágil de todos, que se había agarrado al tejido, encaramándose por el hasta llegar a lo más alto de su tórax. Desde allí arrojó una cuerda a los que esperaban abajo, y uno tras otro fueron subiendo cinco hombres, con grandes precauciones, procurando evitar un roce demasiado fuerte al deslizarse por la curva del pecho gigantesco. ...

En la línea 1394
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Los curiosos ya no reían de la grotesca revolución de los hombres. Lanzaban los periódicos edición tras edición para contar la historia de este suceso, el más inaudito e inesperado desde que las mujeres constituyeron los Estados Unidos de la Felicidad. Los insurgentes de Balmuff se habían lanzado con piedras y palos sobre la Universidad de su capital, apoderándose de ella sin más esfuerzo que repartir unos cuantos garrotazos entre los profesores femeninos y otros empleados de igual sexo que dependían del lejano y omnipotente Momaren. Luego se habían esparcido por el Museo Histórico, apoderándose de los fusiles y cañones que figuraban en sus salas. Precisamente el gobierno de la Confederación, para satisfacer sin gasto alguno la vanidad de las mujeres patriotas de este Estado remoto, había enviado, poco después del triunfo femenil, enormes cantidades del antiguo material de guerra de los hombres, para que con esta ferretería inútil adornasen su palacio universitario. ...

En la línea 1581
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Sosteniendo la chaqueta con una mano, metió la otra en el bolsillo superior, extrayendo uno tras otro a los dos pigmeos para depositarlos dulcemente en la popa de la embarcacion. ...

En la línea 179
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Jacinta creía esto; pero la fe es una cosa y la curiosidad otra. No dudaba ni tanto así del amor de su marido; pero quería saber, sí señor, quería enterarse de ciertas aventurillas. Entre esposos debe haber siempre la mayor confianza, ¿no es eso? En cuanto hay secretos, adiós paz del matrimonio. Pues bueno; ella quería leer de cabo a rabo ciertas paginitas de la vida de su esposo antes de casarse. ¡Como que estas historias ayudan bastante a la educación matrimonial! Sabiéndolas de memoria, las mujeres viven más avisadas, y a poquito que los maridos se deslicen… ¡tras!, ya están cogidos. ...

En la línea 233
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Juanito corría. Jacinta fue tras él con la sombrilla levantada. «Que no me coges». —«A que sí».—«Que te mato… ». Y corrieron ambos por el desigual pavimento lleno de yerba, él riendo a carcajadas, ella coloradita y con los ojos húmedos. Por fin, ¡pum!, le dio un sombrillazo, y cuando Juanito se rascaba, ambos se detuvieron jadeantes, sofocados por la risa. ...

En la línea 283
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Agradabilísimo día pasaron, viendo el risueño país que a sus ojos se desenvolvía, el caudaloso Ebro, las marismas de su delta, y por fin, la maravilla de la región valenciana, la cual se anunció con grupos de algarrobos, que de todas partes parecían acudir bailando al encuentro del tren. A Jacinta le daban marcos cuando los miraba con fijeza. Ya se acercaban hasta tocar con su copudo follaje la ventanilla; ya se alejaban hacia lo alto de una colina; ya se escondían tras un otero, para reaparecer haciendo pasos y figuras de minueto o jugando al escondite con los palos del telégrafo. ...

En la línea 428
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Las de Santa Cruz no llamaban la atención en el teatro, y si alguna mirada caía sobre el palco era para las pollas colocadas en primer término con simetría de escaparate. Barbarita solía ponerse en primera fila para echar los gemelos en redondo y poder contarle a Baldomero algo más que cosas de decoraciones y del argumento de la ópera. Las dos hermanas casadas, Candelaria y Benigna, iban alguna vez, Jacinta casi siempre; pero se divertía muy poco. Aquella mujer mimada por Dios, que la puso rodeada de ternura y bienandanzas en el lugar más sano, hermoso y tranquilo de este valle de lágrimas, solía decir en tono quejumbroso que no tenía gusto para nada. La envidiada de todos, envidiaba a cualquier mujer pobre y descalza que pasase por la calle con un mamón en brazos liado en trapos. Se le iban los ojos tras de la infancia en cualquier forma que se le presentara, ya fuesen los niños ricos, vestidos de marineros y conducidos por la institutriz inglesa, ya los mocosos pobres, envueltos en bayeta amarilla, sucios, con caspa en la cabeza y en la mano un pedazo de pan lamido. No aspiraba ella a tener uno solo, sino que quería verse rodeada de una serie, desde el pillín de cinco años, hablador y travieso, hasta el rorró de meses que no hace más que reír como un bobo, tragar leche y apretar los puños. Su desconsuelo se manifestaba a cada instante, ya cuando encontraba una bandada que iba al colegio, con sus pizarras al hombro y el lío de libros llenos de mugre, ya cuando le salía al paso algún precoz mendigo cubierto de andrajos, mostrando para excitar la compasión sus carnes sin abrigo y los pies descalzos, llenos de sabañones. Pues como viera los alumnos de la Escuela Pía, con su uniforme galonado y sus guantes, tan limpios y bien puestos que parecían caballeros chiquitos, se los comía con los ojos. Las niñas vestidas de rosa o celeste que juegan a la rueda en el Prado y que parecen flores vivas que se han caído de los árboles; las pobrecitas que envuelven su cabeza en una toquilla agujereada; los que hacen sus primeros pinitos en la puerta de una tienda agarrándose a la pared; los que chupan el seno de sus madres mirando por el rabo del ojo a la persona que se acerca a curiosear; los pilletes que enredan en las calles o en el solar vacío arrojándose piedras y rompiéndose la ropa para desesperación de las madres; las nenas que en Carnaval se visten de chulas y se contonean con la mano clavada en la cintura; las que piden para la Cruz de Mayo; los talluditos que usan ya bastón y ganan premios en los colegios, y los que en las funciones de teatro por la tarde sueltan el grito en la escena más interesante, distrayendo a los actores y enfureciendo al público… todos, en una palabra, le interesaban igualmente. ...

En la línea 147
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Pronto se encontró en una suntuosa estancia del palacio, cuya puerta se cerró tras él. Rodeábanle los que lo acompañaban. Ante él, a poca distancia, se hallaba recostado un hombre muy alto y, muy grueso, de cara ancha y abotagada y de severa expresión. Tenía la gran cabeza muy canosa, y las barbas, que como un marco le cercaban el rostro, eran grises también. Sus ropas eran de ricos géneros, pero ya deterioradas y un tanto raídas a trechos. Una de sus hinchadas piernas reposaba sobre un almohadón y estaba envuelta en vendas. Reinó el silencio, y no hubo cabeza que no se inclinara reverente, excepto la de aquel hombre. Este inválido de rostro tranquilo era el terrible Enrique VIII, que dijo, suavizando la expresión al comenzar a hablar: ...

En la línea 304
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... La vanguardia de la esperada procesión hizo su aparición en la puerta principal: una tropa de alabarderos. Iban vestidos con calzas de listas negras y leonadas, gorras de terciopelo adornadas a los lados con rasas de plata, y jubones de paño azul y morado, bordados por delante y por detrás con las tres plumas, el blasón del príncipe, tejidas en oro. Las astas de las alabardas estaban cubiertas de terciopelo carmesí, sujeto con clavos dorados y adornadas con borlas de oro. Desfilando a derecha e izquierda, formaban dos largas hileras que se extendían desde la puerta principal del palacio hasta la orilla del agua. Después se desplegó un grueso paño o tapiz rayado, y unos servidores, ataviados con las libreas de oro y carmesí del príncipe, lo tendieron entre los alabarderos. Hecho esto, resonó dentro un floreo de trompetas. Los músicos del río comenzaran un animado preludio y dos ujieres con varas blancas salieron por la puerta con lento y majestuoso paso. Iban seguidos por un oficial que llevaba la maza municipal, tras el cual venía otro con la Espada de la Ciudad; luego varios alguaciles de la guarnición de la ciudad, con uniforme de gala, y con divisas en las mangas. Venía luego el rey de armas de la Jarretera, con su tabardo; lo seguían varios caballeros del Baño, cada uno con una cinta blanca en la manga; luego sus escuderos; después los jueces, con sus togas escarlatas y sus cofias; luego el lord gran canciller de Inglaterra, con su toga escarlata, abierta por delante y, orlada de piel blanca con manchas negras; luego una comisión de regidores con sus capas escarlata, y luego los principales de las diferentes compañías cívicas en traje de ceremonia. Después venían doce caballeros franceses, con espléndidos atavíos, consistentes en jubones de damasco blanco listado de oro, capas cortas de terciopelo carmesí, forradas de tafetán violeta y calzas color carne, y comenzaron a descender por la escalinata. Eran el séquito del embajador francés, e iban seguidos por doce caballeros del séquito del embajador español, vestidos de terciopelo negro sin ningún adorno. En pos de éstos venían varios importantes nobles ingleses con sus servidores. ...

En la línea 339
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Dio vueltas en su cabeza una tras otra a prometedoras pruebas pero se vio obligada a desecharlas todas: ninguna de ellas era completamente segura, absolutamente perfecta; y una imperfecta no podía satisfacerla. Evidentemente, se rompía la cabeza en vano; era casi seguro que tendría que dejar el asunto. Mientras pasaba por su mente este deprimente pensamiento, su oído captó la respiración regular del niño, y supo que se había dormido. Y mientras escuchaba la respiración acompasada, fue interrumpida por un leve grito de sobresalto, como el que se emite en un sueño perturbado. ...

En la línea 347
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Habiendo cesado las interrupciones de la pobre madre, y habiendo perdido gradualmente los dolores del príncipe su poder de perturbarlo, por fin la extrema fatiga cerró sus ojos en un sueño profundo y reparador. Transcurrió hora tras hora, y siguió durmiendo como un bendito. Así pasaron cuatro o cinco horas. Entonces su sopor empezó a aligerarse. De pronto, entre despierto y dormido, balbuceó: ...

En la línea 8
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Y se detuvo a la puerta de una casa donde había entrado la garrida moza que le llevara imantado tras de sus ojos. Y entonces se dio cuenta Augusto de que la había venido siguiendo. La portera de la casa le miraba con ojillos maliciosos, y aquella mirada le sugirió a Augusto lo que entonces debía hacer. «Esta Cerbera aguarda –se dijo– que le pregunte por el nombre y circunstancias de esta señorita a que he venido siguiendo y, ciertamente, esto es lo que procede ahora. Otra cosa sería dejar mi seguimiento sin coronación, y eso no, las obras deben acabarse. ¡Odio lo imperfecto!» Metió la mano al bolsillo y no encontró en él sino un duro. No era cosa de ir entonces a cambiarlo, se perdería tiempo y ocasión en ello. ...

En la línea 355
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Él viene tras de ti y es un mozo joven, no feo, apuesto, bien educado, fino, y sobre todo rico, chica, sobre todo rico. ...

En la línea 541
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Un cuerpo de mujer irradiante de frescura, de salud y de alegría, que pasó a su vera, le interrumpió el soliloquio y le arrastró tras de sí. Púsose a seguir, casi maquinalmente, al cuerpo aquel, mientras proseguía soliloquizando: ...

En la línea 545
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Era, en efecto, una gloriosa cabellera la de aquella criada de servicio, que con su cesta al brazo cruzaba en aquel momento con él. Y se volvió tras ella. La luz parecía anidar en el oro de aquellos cabellos, y como si estos pugnaran por soltarse de su trenzado y esparcirse al aire fresco y claro. Y bajo la cabellera un rostro todo él sonrisa. ...

En la línea 245
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Nadie hablaba de rendición. Todos querían morir, pero allá arriba, en la cubierta del buque enemigo. El cañón que disparaba Sabau había sido desmontado y la mitad de la tripulación yacía tendida por la metralla. La derrota era completa. Sólo quedaban doce hombres que, con los ojos extraviados y los labios espumeantes de rabia, apretaban con manos de tenazas las armas, atrincherados tras los cadáveres de sus compañeros. Sandokán lanzó su nave contra el barco enemigo. Fue un violentísimo encontronazo. Dos arpeos de abordaje se agarraron a las escalillas del crucero. Entonces los trece piratas, sedientos de venganza, aferrados a los postes y a los cables, se descolgaron sobre el puente antes de que los ingleses, asombrados de tanta audacia, pensaran en rechazarlos. ...

En la línea 247
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Daban golpes desesperados, segaban brazos y hundían cráneos. Durante algunos minutos hicieron temblar a sus enemigos, pero acuchillados por la espalda, alcanzados por las bayonetas, sucumbieron por fin uno tras otro. En la mitad del puente, Sandokán cayó herido en pleno pecho por un disparo de fusil. Cuatro piratas sobrevivientes se arrojaron delante suyo, y lo cubrieron con sus cuerpos, pero fueron muertos por una terrible descarga de fusilería. No así el Tigre. ...

En la línea 808
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Vació una tras otra tres copas de whisky. En seguida, con voz quebrada, gestos violentos e imprecaciones, contó cuanto le había sucedido en Labuán. ...

En la línea 838
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Después de varios esfuerzos pudo levantarse; cogió una cimitarra y empezó a dar tajos desesperados por todos lados, corriendo tras la sombra del baronet. Hasta que, vencido por el sueño y el alcohol, cayó al suelo y se quedó profundamente dormido. ...

En la línea 26
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Una vez puesto el Scotia en el dique seco, los ingenieros procedieron a examinar su casco. Sin poder dar crédito a sus ojos vieron cómo a dos metros y medio por debajo de la línea de flotación se abría una desgarradura regular en forma de triángulo isósceles. La perforación de la plancha ofrecía una perfecta nitidez; no la hubiera hecho mejor una taladradora. Evidente era, pues, que el instrumento perforador que la había producido debía ser de un temple poco común, y que tras haber sido lanzado con una fuerza prodigiosa, como lo atestiguaba la horadación de una plancha de cuatro centímetros de espesor, había debido retirarse por sí mismo mediante un movimiento de retracción verdaderamente inexplicable. ...

En la línea 42
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... «Así pues -decía yo-, tras haber examinado una por una las diversas hipótesis posibles y rechazado cualquier otra suposición, necesario es admitir la existencia de un animal marino de una extraordinaria potencia. ...

En la línea 122
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... El cortejo de boats y tenders siguió a la fragata hasta la altura del light boat, cuyos dos faros señalan la entrada de los pasos de Nueva York. Al llegar a ese punto, el reloj marcaba las tres de la tarde. El práctico del puerto descendió a su canoa y regresó a la pequeña goleta que le esperaba. Se forzaron las máquinas y la hélice batió con más fuerza las aguas. La fragata costeó las orillas bajas y amarillentas de Long Island. A las ocho de la tarde, tras haber dejado al Noroeste el faro de Fire Island, la fragata surcaba ya a todo vapor las oscuras aguas del Atlántico. ...

En la línea 195
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Por fin nos hallábamos en el escenario de la última aparición del monstruo. A partir de entonces puede decirse que ya no se vivía a bordo. Los corazones latían furiosamente, incubando futuros aneurismas incurables. La tripulación entera sufría una sobreexcitación nerviosa de la que yo no podría dar una pálida idea. No se comía ni se dormía. Veinte veces al día, un error de apreciación, una ilusión óptica de algún marinero encaramado a una cofa, causaban un súbito alboroto, y estas emociones, veinte veces repetidas, nos mantenían en un estado de eretismo demasiado violento para no provocar una próxima recesión. Y, en efecto, la reacción no tardó en producirse. Durante tres meses, tres meses de los que cada día duraba un siglo, el Abraham Lincoln surcó todos los mares septentrionales del Pacífico, corriendo tras de las ballenas señaladas, procediendo a bruscos cambios de rumbo, virando súbitamente de uno a otro bordo, parando repentinamente sus máquinas, forzando o reduciendo el vapor alternativamente, con riesgo de desnivelar su maquinaria, y sin dejar un punto inexplorado desde las costas del Japón a las de América. ¡Y nada! ¡Nada más que la inmensidad de las olas desiertas! Nada que se asemejara a un narval gigantesco, ni a un islote submarino, ni a un resto de naufragio, ni a un escollo fugaz ni a nada sobrenatural. ...

En la línea 176
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Joe, que se había aventurado a entrar en la cocina tras de mí, cuando el recogedor del polvo se retiró ante nosotros, se pasó el dorso de la mano por la nariz con aire de conciliación, en tanto que la señora Joe le miraba, y en cuanto los ojos de ésta se dirigieron a otro lado, él cruzó secretamente los dos índices y me los enseñó como indicación de que la señora Joe estaba de mal humor. Tal estado era tan normal en ella, que tanto Joe como yo nos pasábamos semanas enteras haciéndonos cruces, señal convenida para dicho objeto, como si fuésemos verdaderos cruzados. ...

En la línea 253
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Dicho esto llamó a los soldados, que penetraron en la cocina uno tras otro y dejaron las armas en un rincón. Luego se quedaron en pie como deben hacer los soldados, aunque tan pronto unían las manos o se apoyaban sobre una pierna, o se reclinaban sobre la pared con los hombros, o bien se aflojaban el cinturón, se metían la mano en el bolsillo o abrían la puerta para escupir fuera. ...

En la línea 555
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Cuando se hubo marchado busqué un lugar en que poder esconder el rostro, y así llegué tras una de las puertas del patio de la fábrica de cerveza y, apoyando la manga en la pared, incliné la cabeza sobre el brazo y me eché a llorar. Y no solamente lloré, sino que empecé a dar patadas en la pared y me retorcí el cabello, tan amargos eran mis sentimientos y tan agudo el dolor sin nombre que me impulsaba a hacer aquello. ...

En la línea 1091
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... En sus palabras había tan maligno gozo y se echó a reír de un modo tan molesto, que yo no supe qué decir, pero me evitó la turbación que sentía despidiéndome. Cuando tras de mí, Sara, la de la cara de color de nuez, cerró la puerta, me sentí menos satisfecho de mi hogar y de mi oficio que en otra ocasión cualquiera. Esto es lo que gané con aquella visita. ...

En la línea 103
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Joven ‑continuó mientras volvía a erguirse‑, creo leer en su semblante la expresión de un dolor. Apenas le he visto entrar, he tenido esta impresión. Por eso le he dirigido la palabra. Si le cuento la historia de mi vida no es para divertir a estos ociosos, que, además, ya la conocen, sino porque deseo que me escuche un hombre instruido. Sepa usted, pues, que mi esposa se educó en un pensionado aristocrático provincial, y que el día en que salió bailó la danza del chal ante el gobernador de la provincia y otras altas personalidades. Fue premiada con una medalla de oro y un diploma. La medalla… se vendió hace tiempo. En cuanto al diploma, mi esposa lo tiene guardado en su baúl. Últimamente se lo enseñaba a nuestra patrona. Aunque estaba a matar con esta mujer, lo hacía porque experimentaba la necesidad de vanagloriarse ante alguien de sus éxitos pasados y de evocar sus tiempos felices. Yo no se lo censuro, pues lo único que tiene son estos recuerdos: todo lo demás se ha desvanecido… Sí, es una dama enérgica, orgullosa, intratable. Se friega ella misma el suelo y come pan negro, pero no toleraría de nadie la menor falta de respeto. Aquí tiene usted explicado por qué no consintió las groserías de Lebeziatnikof; y cuando éste, para vengarse, le pegó ella tuvo que guardar cama, no a causa de los golpes recibidos, sino por razones de orden sentimental. Cuando me casé con ella, era viuda y tenía tres hijos de corta edad. Su primer matrimonio había sido de amor. El marido era un oficial de infantería con el que huyó de la casa paterna. Catalina adoraba a su marido, pero él se entregó al juego, tuvo asuntos con la justicia y murió. En los últimos tiempos, él le pegaba. Ella no se lo perdonó, lo sé positivamente; sin embargo, incluso ahora llora cuando lo recuerda, y establece entre él y yo comparaciones nada halagadoras para mi amor propio; pero yo la dejo, porque así ella se imagina, al menos, que ha sido algún día feliz. Después de la muerte de su marido, quedó sola con sus tres hijitos en una región lejana y salvaje, donde yo me encontraba entonces. Vivía en una miseria tan espantosa, que yo, que he visto los cuadros más tristes, no me siento capaz de describirla. Todos sus parientes la habían abandonado. Era orgullosa, demasiado orgullosa. Fue entonces, señor, entonces, como ya le he dicho, cuando yo, viudo también y con una hija de catorce años, le ofrecí mi mano, pues no podía verla sufrir de aquel modo. El hecho de que siendo una mujer instruida y de una familia excelente aceptara casarse conmigo, le permitirá comprender a qué extremo llegaba su miseria. Aceptó llorando, sollozando, retorciéndose las manos; pero aceptó. Y es que no tenía adónde ir. ¿Se da usted cuenta, señor, se da usted cuenta exacta de lo que significa no tener dónde ir? No, usted no lo puede comprender todavía… Durante un año entero cumplí con mi deber honestamente, santamente, sin probar eso ‑y señalaba con el dedo la media botella que tenía delante‑, pues yo soy un hombre de sentimientos. Pero no conseguí atraérmela. Entre tanto, quedé cesante, no por culpa mía, sino a causa de ciertos cambios burocráticos. Entonces me entregué a la bebida… Ya hace año y medio que, tras mil sinsabores y peregrinaciones continuas, nos instalamos en esta capital magnífica, embellecida por incontables monumentos. Aquí encontré un empleo, pero pronto lo perdí. ¿Comprende, señor? Esta vez fui yo el culpable: ya me dominaba el vicio de la bebida. Ahora vivimos en un rincón que nos tiene alquilado Amalia Ivanovna Lipevechsel. Pero ¿cómo vivimos, cómo pagamos el alquiler? Eso lo ignoro. En la casa hay otros muchos inquilinos: aquello es un verdadero infierno. Entre tanto, la hija que tuve de mi primera mujer ha crecido. En cuanto a lo que su madrastra la ha hecho sufrir, prefiero pasarlo por alto. Pues Catalina Ivanovna, a pesar de sus sentimientos magnánimos, es una mujer irascible e incapaz de contener sus impulsos… Sí, así es. Pero ¿a qué mencionar estas cosas? Ya comprenderá usted que Sonia no ha recibido una educación esmerada. Hace muchos años intenté enseñarle geografía e historia universal, pero como yo no estaba muy fuerte en estas materias y, además, no teníamos buenos libros, pues los libros que hubiéramos podido tener… , pues… , ¡bueno, ya no los teníamos!, se acabaron las lecciones. Nos quedamos en Ciro, rey de los persas. Después leyó algunas novelas, y últimamente Lebeziatnikof le prestó La Fisiología, de Lewis. Conoce usted esta obra, ¿verdad? A ella le pareció muy interesante, e incluso nos leyó algunos pasajes en voz alta. A esto se reduce su cultura intelectual. Ahora, señor, me dirijo a usted, por mi propia iniciativa, para hacerle una pregunta de orden privado. Una muchacha pobre pero honesta, ¿puede ganarse bien la vida con un trabajo honesto? No ganará ni quince kopeks al día, señor mío, y eso trabajando hasta la extenuación, si es honesta y no posee ningún talento. Hay más: el consejero de Estado Klopstock Iván Ivanovitch… , ¿ha oído usted hablar de él… ?, no solamente no ha pagado a Sonia media docena de camisas de Holanda que le encargó, sino que la despidió ferozmente con el pretexto de que le había tomado mal las medidas y el cuello le quedaba torcido. ...

En la línea 143
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... La ahumada puertecilla que daba al último rellano estaba abierta. Un cabo de vela iluminaba una habitación miserable que medía unos diez pasos de longitud. Desde el vestíbulo se la podía abarcar con una sola mirada. En ella reinaba el mayor desorden. Por todas partes colgaban cosas, especialmente ropas de niño. Una cortina agujereada ocultaba uno de los dos rincones más distantes de la puerta. Sin duda, tras la cortina había una cama. En el resto de la habitación sólo se veían dos sillas y un viejo sofá cubierto por un hule hecho jirones. Ante él había una mesa de cocina, de madera blanca y no menos vieja. ...

En la línea 153
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... En un arrebato de ira, cogió a su marido por los cabellos y le obligó a entrar a fuerza de tirones. Marmeladof procuraba aminorar su esfuerzo arrastrándose humildemente tras ella, de rodillas. ...

En la línea 188
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Medito ‑respondió el joven gravemente, tras un silencio. ...

En la línea 184
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Tal día, una tarde por ejemplo, ocurre que el negro alterna continuamente con el rojo. Esto cambia a cada instante, de forma que cada uno de los dos colores no sale más que dos o tres veces seguidas. Al día siguiente, o a la misma tarde, el rojo sale solo, jugada tras jugada, por ejemplo, hasta veintidós veces seguidas, y continúa, así, infaliblemente, durante algún tiempo. Algunas veces un día entero. ...

En la línea 228
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —¡Perfectamente! —exclamé—. Imposible es demostrar de un modo más claro que ella no consiente en casarse más que por dinero. No se han guardado siquiera las apariencias, se ha hecho todo sin pudor. ¡Magnífico! Por lo que respecta a la abuela, nada tan grotesco ni tan vil como enviar telegrama tras telegrama y preguntar: “¿Se ha muerto? ¿Se ha muerto ya?” ¿Qué le parece a usted, Paulina Alexandrovna?… ...

En la línea 473
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —He oído, sí, una voz de mujer que llamaba en ruso, pero ignoro a quién se dirigía. Aguarde; veo ahora de dónde salen los gritos—indicó Mr. Astley—, es esa mujer que está sentada en ese gran sillón y a la que unos criados acaban de transportar a la terraza. Ah, tras ella llevan maletas, lo cual prueba que acaba de llegar. ...

En la línea 578
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Se transportó de nuevo a la abuela, y toda la comitiva, escoltando el sillón, descendió por la escalera tras ella. ...

En la línea 820
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Javert alejó a los concurrentes, deshizo el círculo y echó a andar a grandes pasos hacia la oficina de policía, que estaba al extremo de la plaza, arrastrando tras sí a la miserable. ...

En la línea 1024
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... - ¿Y de qué tengo miedo? -se dijo-. Estoy salvado, todo ha terminado. No había más que una puerta entreabierta por la cual podría entrar mi pasado; esa puerta queda ahora tapiada para siempre. Este Javert que me acosa hace tanto tiempo, que con ese terrible instinto que parecía haberme descubierto me seguía a todas partes, ese perro de presa siempre tras de mí, ya está desorientado. Está satisfecho y me dejará en paz. ¡Ya tiene su Jean Valjean! Y todo ha sucedido sin intervención mía. La Providencia lo ha querido. ¿Tengo derecho a desordenar lo que ella ordena? ¿Y qué me pasa? ¡No estoy contento! ¿Qué más quiero? El fin a que aspiro hace tantos años, el objeto de mis oraciones, es la seguridad. Y ahora la tengo, Dios así lo quiere. Y lo quiere para que yo continúe lo que he empezado, para que haga el bien, para que dé buen ejemplo, para que se diga que hubo algo de felicidad en esta penitencia que sufro. Está decidido: dejemos obrar a Dios. ...

En la línea 63
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Finalmente se le ocurrió una idea. Regresaría para ver cómo se las componían sus compañeros de equipo. Para su asombro, habían desaparecido. De nuevo deambuló por el extenso campamento buscándolos y de nuevo volvió al punto de partida. ¿Estarían dentro de la tienda? No, no podía ser, de lo contrario a él no lo hubiesen echado. ¿Dónde podían estar, entonces? Con el rabo entre las patas y el cuerpo tembloroso, realmente acongojado, empezó a dar vueltas y más vueltas alrededor de la tienda. De pronto la nieve cedió y, al hundirse sus patas delanteras, Buck sintió que algo se agitaba. Dio un salto atrás, gruñendo alarmado, asustado ante lo invisible y desconocido. Pero un pequeño ladrido amistoso lo tranquilizó, y se acercó a investigar. Una vaharada de aire tibio subió hasta su hocico: allí, hecho un compacto ovillo bajo la nieve, estaba Billie, que, tras emitir un gemido propiciatorio y revolverse en su sitio como demostración de buena voluntad y buenas intenciones, se aventuró incluso, en beneficio de la paz, a lamerle a Buck la cara con su lengua tibia y húmeda. ...

En la línea 74
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Día tras día, unos días interminables, se afanó Buck en su tarea. Siempre levantaban campamento en la oscuridad, y los primeros grises del amanecer los encontraban dejando su huella en el sendero y con muchas millas ya recorridas a la espalda. Y siempre acampaban después del anochecer, comían un poco de pescado y se arrastraban a dormir metidos en la nieve. Buck estaba hambriento. Los setecientos gramos de salmón secado al sol que constituían su ración diaria desaparecían enseguida. Nunca tenía bastante y sufría continuos retortijones. En cambio, los otros perros, que pesaban menos y estaban acostumbrados a aquel régimen, recibían sólo quinientos gramos de pescado y conseguían mantenerse en buena forma. ...

En la línea 93
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... El correo meneó la cabeza en señal de duda. Con setecientos kilómetros aún por delante para llegar a Dawson, no se podía permitir una epidemia de rabia entre sus animales. Dos horas de juramentos y esfuerzo necesitó para poner los arneses en condiciones, tras lo cual, el equipo, aún agarrotado por las heridas, se puso en marcha, avanzando penosamente por el tramo más duro que habían encontrado hasta entonces, que, dicho sea de paso, era la parte peor del trayecto a Dawson. ...

En la línea 96
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... En otra ocasión fue Spitz el que se hundió arrastrando tras él al tiro entero hasta llegar a Buck, que empleó todas sus fuerzas en tirar hacia atrás, con las patas delanteras hincadas en la ribera resbaladiza mientras el hielo temblaba y se partía a su alrededor. Pero detrás de él estaba Dave haciendo el mismo esfuerzo y, en la parte posterior del trineo, François forzaba al máximo sus tendones. ...

En la línea 36
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Ya oscilaba la férrea culebra cuando él penetró en el departamento, cerrando la portezuela tras de sí. El compasado balance fue acelerándose, y el tren completo cruzó ante las gentes de la despedida, dejándoles en los ojos confusos torbellino de líneas, de colores, de números, la visión rápida de las cabezas asomadas a todas las ventanillas. Algún tiempo se distinguió la cara de Lucía, sofocada y bañada en llanto, y su pañuelo que se agitaba, y oyose su voz diciendo: Adiós, papá… , padre Urtazu, adiós, adiós… Rosario… Carmen… , abur… Al fin se perdió todo en la distancia, la escamosa sierpe del tren revelose a lo lejos por una mancha obscura, luego por desmadejado penacho de turbio vapor, que presto se disipó también en el ambiente. Más allá del andén, extrañamente silencioso ya, resplandecía el cielo claro, de acerado azul; se extendían monótonas las interminables campiñas; los rieles señalaban como arrugas en la árida faz de la tierra. Un gran silencio pesaba sobre la estación. Quedáronse inmóviles los acompañantes, como sobrecogidos por el aturdimiento de la ausencia. Fueron los amigos del novio los primeros en moverse y hablar. Se despidieron del padre con rápidos apretones de mano y frases triviales de sociedad, un tanto descuidadas en la forma, como dirigidas de superior a inferior; tras de lo cual, el pelotón entero tomó el camino de la ciudad, reanudando la broma y algazara. ...

En la línea 53
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Levemente frunció el ceño el novio, que no en vano había corrido cuarenta y pico de años de la vida cercado de gentes de festivo humor y fácil trato y huyendo de las escenas de lagrimitas y de lástimas y disgustos que alteraban por extraño modo el equilibrio de sus nervios, desagradándole como desagrada a las gentes de mediano nivel intelectual el sublime horror de la tragedia. Al gesto con que manifestó su impaciencia, siguió un alzar de hombros que claramente quería decir: «Caiga el chubasco, que el aguase agota también, y tras de la lluvia viene el buen tiempo». Resuelto, pues, a aguardar que descargase la nube, dio comienzo a minucioso examen de sus enseres de camino, enterándose de si abrochaban bien las hebillas del correaje de la manta, y de si su bastón y paraguas iban en debida y conveniente forma liados con el quitasol de Lucía. Cerciorose asimismo de que una cartera de cuero de Rusia y plateados remates que pendiente de una correa llevaba terciada al costado, abría y cerraba fácilmente con la llavecica de acero, que volvió a guardar en el bolsillo del chaleco, con cuidado sumo. Después sacó de las hondas faltriqueras del sobretodo el Indicador de los Caminos de Hierro, y con el dedo índice, fue recorriendo las estaciones del itinerario de viaje. ...

En la línea 56
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Mancebo, en los verdores de la edad, fuerte como un toro y laborioso como manso buey, salió de su patria el señor Joaquín, a quien entonces nombraban Joaquín a secas. Colocado en Madrid en la portería de un magnate que en León tiene solar, dedicose a corredor, agente de negocios y hombre de confianza de todos los honrados individuos de la maragatería. Buscabales posada, proporcionabales almacén seguro para la carga, se entendía con los comerciantes y era en suma la providencia de la tierra de Astorga. Su honradez grande, su puntualidad y su celo le granjearon crédito tal, que llovían comisiones, menudeaban encargos, y caían en la bolsa, como apretado granizo, reales, pesos duros y doblillas en cantidad suficiente para que, al cabo de quince años de llegado a la corte, pudiese Joaquín estrechar lazos eternos con una conterránea suya, doncella de la esposa del magnate y señora tiempo hacía de los enamorados pensamientos del portero; y verificado ya el connubio, establecer surtida lonja de comestibles, a cuyo frente campeaba en doradas letras un rótulo que decía: El Leonés. Ultramarinos. De corredor pasó entonces a empresario de maragatos; comproles sus artículos en grueso y los vendió en detalle; y a él forzosamente hubo de acudir quien en Madrid quería aromático chocolate molido a brazo, o esponjosas mantecadas de las que sólo las astorganas saben confeccionar en su debido punto. Se hizo de moda desayunarse con el Caracas y las frutas de horno del Leonés; comenzó el magnate, su antiguo amo, dándole su parroquia, y tras él vino la gente de alto copete, engolosinada por el arcaico regalo de un manjar digno de la mesa de Carlos IV y Godoy. Y fue de ver como el señor Joaquín, ensanchando los horizontes de su comercio, acaparó todas las especialidades nacionales culinarias: tiernos garbanzos de Fuentesaúco, crasos chorizos de Candelario, curados jamones de Caldelas, dulce extremeña bellota, aceitunas de los sevillanos olivares, melosos dátiles de Almería y áureas naranjas que atesoran en su piel el sol de Valencia. De esta suerte y con tal industria granjeó Joaquín, limpia si no hidalgamente, razonables sumas de dinero; y si bien las ganó, mejor supo después asegurarlas en tierras y caserío en León; a cuyo fin hizo frecuentes viajes a la ciudad natal. A los ocho años de estéril matrimonio naciole una niña grande y hermosa, suceso que le alborozó como alborozaría a un monarca el natalicio de una princesa heredera; más la recia madre leonesa no pudo soportar la crisis de su fecundidad tardía, y enferma siempre, arrastró algunos meses la vida, hasta soltarla de malísima gana. Con faltarle su mujer, faltole al señor Joaquín la diestra mano, y fue decayendo en él aquella ufanía con que dominaba el mostrador, luciendo su estatura gigantesca, y alcanzando del más encumbrado estante los cajones de pasas, con sólo estirar su poderoso brazo y empinarse un poco sobre los anchos pies. Se pasaba horas enteras embobado, fija la vista maquinalmente en los racimos de uvas de cuelga que pendían del techo, o en los sacos de café hacinados en el ángulo más obscuro de la lonja, y sobre los cuales acostumbraba la difunta sentarse para hacer calceta. En suma, él cayó en melancolía tal, que vino a serie indiferente hasta la honrada y lícita ganancia que debía a su industria: y como los facultativos le recetasen el sano aire natal y el cambio de vida y régimen, traspasó la lonja, y con magnanimidad no indigna de un sabio antiguo, retirose a su pueblo, satisfecho con lo ya logrado, y sin que la sedienta codicia a mayor lucro le incitase. Consigo llevó a la niña Lucía, única prenda cara a su corazón, que con pueriles gracias comenzaba ya a animar la tienda, haciendo guerra crudísima y sin tregua a los higos de Fraga y a las peladillas de Alcoy, menos blancas que los dientes chicos que las mordían. ...

En la línea 385
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Acontecía que los pícaros de los túneles se solazaban en taparles adrede los mejores puntos de vista de la ruta. Que aparecía un otero, risueño, un grupo de frondosos árboles, una amena vega, ¡paf! el túnel. Y se quedaban inmóviles al vidrio, sin osar hablar, ni moverse, cual si de pronto entrasen en una iglesia. Algo familiarizada Lucía ya con el calor, interesábanle mucho los accidentes de paisaje que a uno y otro lado del tren se extendían. Le agradaron las fábricas de fósforos, altas, enyesadas, limpias, con su gran letrero en la frente; y en Hernani batió palmas al divisar a la izquierda un magnífico parque inglés, con sus macizos de flores resaltando sobre el verde césped, y sus coníferas elegantes, de ramaje simétrico y péndulo. En Pasajes, tras de la monotonía fatigosa de las montañas reposaron al fin los ojos, viendo extenderse el mar azul, un tanto rizado, mientras los buques, fondeados en la bahía, se columpiaban con oscilación imperceptible, y una brisa marina, acre y salitrosa, estremecía las cortinillas de tafetán del coche, aventando el sudor de la frente de los cansados viajeros. Lucía se quedó embobada ante el Océano, nunca de ella visto hasta entonces, y cuando el túnel -de sopetón y sin pedir permiso- cubrió el espectáculo con negro velo, permaneció de codos en la ventanilla, absorta, las pupilas dilatadas, entreabiertos de admiración los labios. ...

En la línea 823
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... -¡Es evidente, es evidente! -decía para sí el honrado mozo, ufano de su perspicacia-. ¡Es un espía que esos caballeros han enviado tras de nosotros! ¡Eso no es digno! ¡Mister Fogg, tan probo, tan hombre de bien! ¡Hacerle espiar por un agente! ¡Ah! ¡Señores del Reform Club, caro os costará! ...

En la línea 910
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Ahora bien, el agente tenía buenas razones para echar pestes contra el infernal azar que lo perseguía. ¡No había mandamiento! Era evidente que éste corría tras de él y no podía alcanzarlo sino permaneciendo algunos días en la ciudad. Y como Hong Kong era la última tierra inglesa del trayecto, mister Fogg se le iba a escapar definitivamente si no lograba retenerlo. ...

En la línea 1939
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Debemos renunciar a pintar la ansiedad en que vivió, durante tres días, todo ese mundo de la sociedad inglesa. ¿Se expidieron despachos a América, a Asia, para adquirir noticias de Phileas Fogg? Se envió a observar, de mañana y de tarde, la casa de Saville Row… Nada. La misma policía no sabía lo que había sido del 'detective' Fix, que se había, con tan mala fortuna, lanzado tras de equivocada pista, lo cual no impidió que las apuestas se empeñasen de nuevo en vasta escala. Phileas Fogg llegaba, cual si fuera caballo de carrera, a la última vuelta. Ya no se cotizaba a uno por ciento, sino por veinte, por diez, por cinco, y el viejo paralítico lord Alben nale lo tomaba a la par. ...


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