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La palabra reservado
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la palabra reservado

La palabra Reservado ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Julio Verne de La vuelta al mundo en 80 días
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece reservado.

Estadisticas de la palabra reservado

Reservado es una de las 25000 palabras más comunes del castellano según la RAE, en el puesto 7654 según la RAE.

Reservado aparece de media 10.94 veces en cada libro en castellano.

Esta es una clasificación de la RAE que se basa en la frecuencia de aparición de la reservado en las obras de referencia de la RAE contandose 1663 apariciones .

Errores Ortográficos típicos con la palabra Reservado

Cómo se escribe reservado o rreserrvado?
Cómo se escribe reservado o rezervado?
Cómo se escribe reservado o reserbado?

Más información sobre la palabra Reservado en internet

Reservado en la RAE.
Reservado en Word Reference.
Reservado en la wikipedia.
Sinonimos de Reservado.


la Ortografía es divertida


El Español es una gran familia

Algunas Frases de libros en las que aparece reservado

La palabra reservado puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 501
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Con unos higos de los Algarves, excelentes, y unas manzanas, concluyó nuestra comida; pero el cuartito reservado en que comimos era de suelo cenagoso, y su frialdad me penetró de modo que ni de los manjares ni de la agradable compañía pude sacar todo el placer que en otro caso hubiera tenido. ...

En la línea 736
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Me dirigió la palabra en español, idioma que el hidalgo hablaba con facilidad por residir no lejos de la frontera; pero, contra mi costumbre, me mantuve reservado y en silencio. ...

En la línea 1658
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... «Pepita—dijo mi compañero a una linda muchacha que salió a nuestro encuentro sonriendo—, un _brasero_ y un cuarto reservado. ...

En la línea 2820
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Sabía, sin duda alguna, quién era yo, y acaso por esta razón se mostró más reservado de lo que en otro caso hubiese sido; no hablamos palabra de asuntos religiosos, como si de consuno quisiésemos eludirlos. ...

En la línea 5202
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y háceme creer esto el ver que el mono no responde sino a las cosas pasadas o presentes, y la sabiduría del diablo no se puede estender a más, que las por venir no las sabe si no es por conjeturas, y no todas veces; que a solo Dios está reservado conocer los tiempos y los momentos, y para Él no hay pasado ni porvenir, que todo es presente. ...

En la línea 10828
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... ¡Figúrate! Total, que ella bajaba para Palomares, donde ha comprado una especie de chalet o demonios; bueno, pues, cátate que nuestro Alvarito, en vez de tomar el tren que subía, el de Madrid, toma el que baja, da órdenes a su criado, para que recoja corriendo el equipaje y se meta en el reservado que traía la ministra, un coche salón con cama y demás. ...

En la línea 1407
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... En cambio él, deseoso de llamar la atención por el contraste, iba a la española, su traje favorito, vestido de terciopelo y satén negros, con elegante modestia, pero llevando al cuello el gran collar de San Miguel, presente de Luis XII, distintivo reservado a los príncipes de sangre regia. Además, cada una de sus armas era una joya artística. ...

En la línea 1471
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Diego Ramírez, uno de sus capitanes españoles, raptaba a la bella Dorotea Caracciolo, esposa de un militar al servicio de la República de Venecia. Y, sin embargo, César se veía acusado como autor directo del rapto, a pesar de que la hermosa Dorotea y el capitán español habían desaparecido y sus relaciones adúlteras databan de mucho antes. En su campaña contra Nápoles, al entrar en Capua, sus tropas Italianas se llevaban cautivas a cuarenta mujeres de dicha ciudad, tal vez para exigir rescate por ellas, cosa corriente en las guerras de entonces, pues igual habían hecho los franceses con damas de la Corte papal. Acto continuo, los gaceteros de Venecia y Florencia hacían circular por toda Italia la noticia de que César Borgia, en el botín de Capua, se había reservado cuarenta hermosas cautivas para llevarlas a su harén. ...

En la línea 655
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Señor profesor, esos instrumentos están también en mi camarote, y es allí donde tendré el placer de explicarle su empleo. Pero antes voy a mostrarle el camarote que se le ha reservado. Debe usted saber cómo va a estar instalado a bordo del Nautilus. ...

En la línea 824
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Si se admite la hipótesis de Erhemberg, que cree en una iluminación fosforescente de los fondos submarinos, la naturaleza ha reservado ciertamente a los habitantes del mar uno de sus más prodigiosos espectáculos, del que yo podía juzgar por los mil juegos de aquella luz. A cada lado tenía una ventana abierta sobre aquellos abismos inexplorados. La oscuridad del salón realzaba la claridad exterior, y nosotros mirábamos como si el puro cristal hubiera sido el de un inmenso acuario. ...

En la línea 2603
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Se trataba entonces de procurar carne fresca a mi tripulación. Aquí sería matar por matar. Ya sé que es éste un privilegio reservado al hombre, pero yo no admito estos pasatiempos mortíferos. Es una acción condenable la que cometen los de su oficio, señor Land, al destruir a estos seres buenos e inofensivos que son las ballenas, tanto la austral como la franca. Ya han despoblado toda la bahía de Baffin y acabarán aniquilando una clase de animales útiles. Deje, pues, tranquilos a estos desgraciados cetáceos, que bastante tienen ya con sus enemigos naturales, los cachalotes, los espadones y los sierra. ...

En la línea 3205
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... El canadiense había llegado evidentemente al límite de la paciencia. Su vigorosa naturaleza no podía acomodarse a tan prolongado aprisionamiento. Su fisonomía se alteraba de día en día. Su carácter se tornaba cada vez más sombrío. Yo comprendía sus sufrimientos, pues también a mí me embargaba la nostalgia. Casi siete meses habían pasado sin que tuviésemos noticia de la tierra. Además, el aislamiento del capitán Nemo, su cambio de humor, sobre todo desde el combate con los pulpos, su taciturnidad, me hacían ver las cosas de un modo diferente y ya no sentía el entusiasmo de los primeros tiempos. Había que ser un flamenco como Conseil para aceptar esa situación en ese medio reservado a los cetáceos y a otros habitantes del mar. Verdaderamente, si el buen Conseil hubiera tenido branquias en vez de pulmones habría sido un pez distinguido. ...

En la línea 1139
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — No lloro — contestó levantando los ojos y echándose a reír —. ¿Por qué te has figurado eso? Si me lo figuré debióse a que sorprendí el brillo de una lágrima que caía sobre su labor. Permanecí silencioso, recordando la lamentable vida de aquella pobre muchacha hasta que la tía abuela del señor Wopsle venció con éxito la mala costumbre de vivir, de que tanto desean verse libres algunas personas. Recordé las circunstancias desagradabilísimas que habían rodeado a la pobre muchacha en la miserable tiendecilla y en la ruidosa y pobre escuela nocturna, sin contar con aquel montón de carne vieja y estúpida, a la que tenía que cuidar constantemente. Entonces reflexioné que, aun en aquellos tiempos desfavorables, debieron de existir latentes en Biddy todas las cualidades que ahora estaba desarrollando, porque en mis primeros apuros y en mi primer descontento me volví a ella en demanda de ayuda, como si fuese la cosa más natural. Biddy cosía tranquilamente y ya no derramaba lágrimas, y mientras yo la miraba y pensaba en ella y en sus cosas, se me ocurrió que tal vez no le habría demostrado bastante mi agradecimiento. Posiblemente fui demasiado reservado, y habría debido confiar más en ella, aunque, como es natural, en mis meditaciones no usé las palabras que quedan transcritas. ...

En la línea 1460
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Volví al despacho para preguntar si había vuelto el señor Jaggers, y me dijeron que no, razón por la cual volví a salir. Aquella vez me fui a dar una vuelta por Little Britain, y me metí en Bartolomew Close; entonces observé que había otras personas esperando al señor Jaggers, como yo mismo. En Bartolomew Close había dos hombres de aspecto reservado y que, muy pensativos, metían los pies en los huecos del pavimento mientras hablaban. Uno de ellos dijo al otro, cuando yo pasaba por su lado, que «Jaggers lo haría si fuera preciso hacerlo». En un rincón había un grupo de tres hombres y dos mujeres, una de las cuales lloraba sobre su sucio chal y la otra la consolaba diciéndole, mientras le ponía su propio chal sobre los hombros: «Jaggers está a favor de él; le ayuda, Melia. ¿Qué más quieres?» Había un judío pequeñito, de ojos rojizos, que entró en Bartolomew Close mientras yo esperaba, en compañía de otro judío, también de corta estatura, a quien mandó a hacer un recado; cuando se marchó el mensajero, observé al judío, hombre de temperamento muy excitable, que casi bailaba de ansiedad bajo el poste de un farol y decía al mismo tiempo, como si estuviera loco: «¡Oh Jaggers! ¡Solamente éste es el bueno! ¡Todos los demás no valen nada!» Estas pruebas de la popularidad de mi tutor me causaron enorme impresión y me quedé más admirado que nunca. ...

En la línea 1461
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Por fin, mientras miraba a través de la verja de hierro, desde Bartolomew Close hacia Little Britain, vi que el señor Jaggers atravesaba la calle en dirección a mí. Todos los que esperaban le vieron al mismo tiempo y todos se precipitaron hacia él. El señor Jaggers, poniéndome una mano en el hombro y haciéndome marchar a su lado, sin decirme una palabra, se dirigió a los que le seguían. Primero habló a los dos hombres de aspecto reservado. ...

En la línea 1790
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... apoyaba en cualquier saliente o en la pared de la estancia -, era perezoso, orgulloso, tacaño, reservado y ...

En la línea 3290
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑¿No quiere ver la sorpresa que le he reservado? ‑le dijo Porfirio Petrovitch, con su irónica sonrisita y cogiéndole del brazo, cuando ya estaba ante la puerta. Parecía cada vez más alegre y burlón, y esto ponía a Raskolnikof fuera de sí. ...

En la línea 539
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... “La estancia en un balneario con tratamiento apropiado haría desaparecer la obstrucción. “ ¿Por qué no?, pensé. Los Duorzaivguine lanzaron suspiros: “¡ Qué idea irte tan lejos!” ¿Qué os parece eso? En veinticuatro horas, mis preparativos de viaje estaban hechos y el viernes de la semana pasada tomé a mi camarera, luego Potapytch, luego a Fiodor, mi criado, del que me separé en Berlín, pues me era inútil y hubiera podido ya viajar sola. Tomé un departamento reservado. Hay factores en todas las estaciones que, por veinte kopeks, os llevan a donde queréis… ¡Qué habitación! —terminó diciendo, mientras miraba en torno—. ¿De dónde sacas el dinero, amigo mío? Porque toda tu hacienda está hipotecada. ¡Sólo a este franchute le debes una buena suma! ¡Lo sé todo, todo! ...

En la línea 810
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... En el casino aguardaban ya a la abuela, y le tenían reservado el mismo sitio de antes, al lado del croupier. No me cabe duda de que aquellos croupiers —aquellas gentes indignas, que tienen el aspecto de funcionarios a los que no interesa si la banca gana o pierde— no son en el fondo tan indiferentes a las pérdidas de la banca como aparentan. Obran así para atraer a los jugadores y defender, del mejor modo posible, los intereses de la administración, lo que les vale primas y gratificaciones. Por lo menos, a la abuela la miraban ya como a su víctima. ...

En la línea 1032
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... A la hora de salida corrí a la estación y saludé a la abuela. Ella y su séquito ocuparon un departamento reservado. ...

En la línea 1243
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Un cuarto de hora después nos encontrábamos, en efecto, los tres, la señorita Blanche, la señora viuda de Cominges y yo, en un vagón reservado. La señorita Blanche reía a carcajadas al verme, casi atacada de histerismo. La viuda de Cominges le hacía eco. No diré que estuviese yo alegre. Mi vida se partía en dos. Pero desde la víspera, estaba dispuesto a arriesgarlo todo. Quizás el dinero me producía vértigo. Peut-être je ne demandais pas mieux. Tenía la impresión de que, por corto tiempo —solamente por algún tiempo— cambiaba el rumbo de mi vida. “Pero dentro de un mes estaré de vuelta y entonces… y entonces nos veremos las caras, Mr. Astley.” Sí, por lo que puedo ahora recordar tenía el corazón triste, por más que riese a porfía con aquella loca de Blanche. ...

En la línea 496
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -¡Meditar! Lo mismo meditan ellas que ese puente o esos barcos. El privilegio de la meditación -Artegui subrayó amargamente la palabra privilegio- está reservado al hombre, rey de los seres. Y si en esas estrellas existen -como no puede menos- hombres dotados de todas las inmunidades y franquicias humanas ¡esos sí que meditarán! ...

En la línea 636
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Tengo -prosiguió Artegui- dos temperamentos, y suelo obedecerles irreflexivamente, como un niño. Por lo regular, soy como era mi padre, muy firme de voluntad, muy reservado y dueño de sí mismo; pero a veces domina en mí el temperamento materno. Mi pobre madre padeció siendo muy joven, allá en su castillote de Bretaña, ataques de nervios, melancolías y trastornos que nunca ha logrado curar del todo, si bien se aliviaron algo después de mi nacimiento. Ella soltó parte del mal, y yo le recogí; ¡qué mucho que en ocasiones obre y hable, no como hombre, sino como niño o mujer! ...

En la línea 711
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Pocos días en Bayona bastaron para que Miranda se aliviase notablemente de la dolorosa luxación, y a que Pilar Gonzalvo y Lucía se conociesen y tratasen con cierta confianza. Pilar hacía rumbo, como Miranda, a Vichy; sólo que mientras Miranda quería que las aguas enseñasen a su hígado a elaborar el azúcar en justas y debidas proporciones para no dañar a la economía, la madrileñita iba a las saludables termas en demanda de partículas férreas que coloreasen su sangre y devolviesen el brillo a sus apagados ojos. Hambrienta como toda persona débil, como todo organismo pobre, de excitaciones, novedades y acontecimientos, divirtiole en extremo la relación nueva de Lucía, y las raras peripecias de su viaje, y el registro de sus galas de novia, que visitó sin perdonar una, examinando los encajes de cada chambra, los volantes de cada traje, las iniciales de cada pañuelo. Además, la simplicidad franca de la leonesa le brindaba campo virgen e inculto donde plantar todas las flores exóticas de la moda, todas las plantas ponzoñosas de la maledicencia elegante. Tenía Pilar, de edad entonces de veintitrés años, la malicia precoz que distingue a las señoritas que, con un pie en la aristocracia por sus relaciones y otro en la clase media por sus antecedentes, conocen todos los lados de la sociedad, y así averiguan quién da citas a los duques, como quién se cartea con la vecina del tercero. Pilar Gonzalvo era tolerada en las casas distinguidas de Madrid; ser tolerado es un matiz del trato social, y otro matiz ser admitido, como su hermano lo era: más allá del tolerar y del admitir queda aún otro matiz supremo, el festejar; pocos gozan del privilegio de que los festejen, reservado a las eminencias, que no se prodigan y se dejan ver únicamente de año en año, a los banqueros y magnates opulentos, que dan bailes, fiestas y misas del gallo con cena después, a las hermosuras durante un breve y deslumbrador período de plena florescencia, a los políticos que están en puerta como los naipes. Personas hay admitidas, que un día, de repente, se hallan festejadas por cualquier motivo, por un peinado nuevo, por un caballo que ganó en las carreras, por un escándalo que las gentes susurran bajito y piensan leer en el rostro del feliz mortal. De estos éxitos efímeros Perico Gonzalvo tuvo muchos: su hermana, ninguno, a despecho de reiterados esfuerzos para obtenerlos. Ni logró siquiera subir de tolerada a admitida. El mundo es ancho para los hombres, pero angosto, angosto para las mujeres. Siempre sintió Pilar la valla invisible que se elevaba entre ella y aquellas hijas de grandes de España, cuyos hermanos tan familiar e íntimamente frisaban con Perico. De aquí nació un rencor sordo, unido a no poca admiración y envidia, y se engendró la lenta irritación nerviosa que dio al traste con la salud de la madrileña. El paroxismo de un deseo no saciado, las ansias de la vanidad mal satisfecha, alteraron su temperamento, ya no muy sano y equilibrado antes. Tenía, como su hermano, tez de linfática blancura, encubriendo el afeite las muchas pecas: los ojos no grandes, pero garzos y expresivos, y rubio el cabello, que peinaba con arte. A la sazón, sus orejas parecían de cera, sus labios apenas cortaban, con una línea de rosa apagado, la amarillez de la barbilla, sus venas azuladas se señalaban bajo la piel, y sus encías, blanquecinas y flácidas, daban color de marfil antiguo a los ralos dientes. La primavera se había presentado para ella bajo malísimos auspicios; los conciertos de Cuaresma y los últimos bailes de Pascua, de los cuales no quiso perder uno, le costaron palpitaciones todas las noches, cansancio inexplicable en las piernas, perversiones extrañas del apetito: derivaba la anemia hacia la neurosis, y Pilar masticaba, a hurtadillas, raspaduras del pedestal de las estatuitas de barro que adornaban sus rinconeras y tocador. Sentía dolores intolerables en el epigastrio; pero por no romper el hilo de sus fiestas, calló como una muerta. Al cabo, hacia el estío, se resolvió a quejarse, pensando acertadamente que la enfermedad era pretexto oportuno para un veraneo conforme a los cánones del buen tono. Vivía Pilar con su padre y con una tía paterna; ni uno ni otro se resolvieron acompañarla; el padre, magistrado jubilado, por no dejar la Bolsa, donde a la chita callando realizaba sus jugaditas modestas y felices; la tía, viuda y muy dada a la devoción, por horror de los jolgorios que sin duda le preparaba su sobrina como método curativo. Recayó, pues, la comisión en Perico Gonzalvo, que, cargando con su hermana, hubo de llevársela al Sardinero, contando con que no faltarían amigas que allí le relevasen en su oficio de rodrigón. Así fue: sobraban en la playa familias conocidas que se encargaron de zarandear a Pilar, y de llevarla de zeca en meca. Mas desgraciadamente para Perico, los baños de mar, que al pronto aliviaron a su hermana, concluyeron, cuando abusó de ellos y quiso nadar y meterse en dibujos, por abrir brecha en su débil organismo, y comenzó a cansarse otra vez, a despertar bañada en sudor, a sentir desgano, al par que comía vorazmente raros manjares. Lo que más la asustó fue ver que se le caía el pelo a madejas. Al peinarse, se enfurecía, y llamaba a gritos a Perico, pidiéndole un remedio para no quedarse calva. Un día el médico que la visitaba llamó aparte a su hermano, y le dijo: ...

En la línea 916
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Era el Casino para Perico y Miranda, como para todos los ociosos de la colonia, casa y hogar durante la temporada termal. En conjunto el gran edificio se asemejaba a un concierto de voces que convidasen a la existencia rápida y fácil de nuestro siglo. El espacioso peristilo, la fachada principal con su vasta azotea, su jardinete reservado, donde vegetan en graciosas canastillas exóticas plantas, y sus ricos y caprichosos adornos renacientes de blanquísima sillería; las altas columnas de bruñido pórfido que el interior sustentan; las muelles butacas y los anchos divanes; los cupidillos traviesos (símbolo artístico de efímeros amores que suelen vivir el espacio de una quincena de aguas) que corren por la cornisa del gran salón de baile, o revolotean en el azul de los anchos recuadros del teatro; el oro prodigado en toques hábiles, como puntos de luz, o en luengos listones, como rayos de sol; las grandes ventanas de límpidos cristales, todo, en suma, ayudaba a la fantasía a representarse un templo ateniense, corregido y aumentado con los beneficios y goces de la civilización actual. Quien mirase el Casino por su fachada sur, podía ver desde luego el numen que allí recibía culto y sacrificios: la Ninfa de las aguas, inclinando la urna con graciosa actitud, mientras salen a sus pies de entre un cañaveral dos amorcillos, y uno de ellos, alzando una valva, recoge la sacra linfa que de la urna copiosamente fluye. Sacerdotes y flamines del templo de la Ninfa son los mozos del Casino, que a la menor señal, a un movimiento de labios, acuden tácitos y prontos con lo que se desea: cigarros, periódicos, papel, refrescos, hasta las aguas, que traen a escape, en un tanque vuelto boca abajo sobre un plato, a fin de que no pierdan su preciosa temperatura ni sus gases. ...

En la línea 921
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Bien ha procurado el gobierno chino remediar este abuso por medio de leyes severas, pero en vano. De la clase rica, a la cual estaba al principio formalmente reservado el uso del opio, descendió el vicio hasta las clases inferiores, y ya no fue posible contener sus estragos. Se fuma el opio en todas partes, entregándose a esa inhalación no pueden pasar sin ella, porque experimentan horribles contracciones en el estómago. Un buen fumador puede aspirar ocho pipas al día, pero se muere en cinco años. ...

En la línea 923
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Se pidieron dos botellas de Oporto, a las cuales hizo el francés mucho honor; mientras que Fix, más reservado, observaba a su compañero, con suma atención. Se habló de diferentes cosas, y sobre todo de la excelente idea que había tenido Fix al tomar pasaje en el 'Carnatic'. Y a propósito de este vapor cuya salida se anticipaba, Picaporte, después de vaciadas las botellas, se levantó para advertir a su amo. ...

En la línea 1364
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... El vagón ocupado por Phileas Fogg era una especie de ómnibus largo, que descansaba sobre dos juegos de cuatro ruedas cada uno, cuya movilidad permite salvar las curvas de pequeño radio. En el interior no había compartimentos, sino dos filas de asientos dispuestos a cada lado, perpendicularmente al eje, y entre los cuales estaba reservado un paso que conducía a los gabinetes de tocador y otros, con que cada vagón va provisto. En toda la longitud del tren, los coches comunicaban entre sí por unos puentecillos, y los viajeros podían circular de uno a otro extremo del convoy, que ponía a su disposición vagones cafés. No faltaban mas que vagonesteatros, pero algún día los habrá. ...

En la línea 1367
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Se hablaba poco en el vagón, y, por otra parte, el sueño iba a apoderarse pronto de los viajeros. Picaporte se encontraba colocado cerca del inspector de policía, pero no le hablaba. Desde los últimos acontecimientos, sus relaciones se habían enfriado notablemente. Ya no había simpatía ni intimidad. Fix no había cambiado nada de su modo de ser; pero Picaporte, por el contrario, estaba muy reservado y dispuesto a estrangular a su antiguo amigo, a la menor sospecha. ...

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