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La palabra maldita
Cómo se escribe

la palabra maldita

La palabra Maldita ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Niebla de Miguel De Unamuno
Sandokán: Los tigres de Mompracem de Emilio Salgàri
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece maldita.

Estadisticas de la palabra maldita

Maldita es una de las 25000 palabras más comunes del castellano según la RAE, en el puesto 8127 según la RAE.

Maldita aparece de media 10.1 veces en cada libro en castellano.

Esta es una clasificación de la RAE que se basa en la frecuencia de aparición de la maldita en las obras de referencia de la RAE contandose 1535 apariciones .

Errores Ortográficos típicos con la palabra Maldita

Más información sobre la palabra Maldita en internet

Maldita en la RAE.
Maldita en Word Reference.
Maldita en la wikipedia.
Sinonimos de Maldita.

Algunas Frases de libros en las que aparece maldita

La palabra maldita puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 629
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Las palabras de Pimentó tranquilizaban a los vecinos, y éstos seguían con mirada atenta los progresos de la maldita familia, deseando en silencio que llegase pronto la hora de su ruina. ...

En la línea 1398
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Se portó como persona honrada en la época peor, cuando, recién establecida la familia en la barraca, había que arar la tierra maldita, petrificada por diez años de abandono; cuando había que hacer continuos viajes a Valencia en busca del cascote de derribos y las maderas viejas; cuando el pasto no era mucho y el trabajo abrumante. ...

En la línea 1663
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... «Pero, ¡maldita!, ¿no pensaba en dormir?. ...

En la línea 1845
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --Ahora al grano, Luis. Tú sabes el mal que has hecho. ¿Qué es lo que piensas para remediarlo? El señorito perdió de nuevo su serenidad al ver que Fermín abordaba directamente el temido asunto. Hombre, a él no le correspondía toda la culpa. Era el vino, la maldita juerga, la casualidad... el ser bueno en demasía; pues de no haber estado en Marchamalo, cuidando los intereses de su primo (que maldito si se lo agradecía), nada habría ocurrido. ...

En la línea 1888
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... ¡Ay, el viaje cruel con sus dolorosas sorpresas! Esto era lo que le había matado. Al hacerse de día, en mitad de la marcha, vio a su hijo, con cara de moribundo, manchado de sangre, con todo el aspecto de un asesino que huye. Le dolía contemplar a su Fermín en tal estado, pero el caso no era para desesperarse. Al fin, era un hombre, y los hombres matan muchas veces sin dejar de ser honrados. Pero cuando su hijo le explicó en pocas palabras por qué había matado, creyó perder la vida; le temblaron las piernas y hubo de hacer un esfuerzo para no quedarse tendido en medio de la carretera. ¡Era Mariquita, su hija, la que había provocado todo aquello! ¡Ah, perra maldita! Y al pensar en la conducta del muchacho, le admiraba, agradeciendo su sacrificio con toda su alma de hombre rudo. ...

En la línea 434
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... ¡El mío, el del rey, el mejor! ¡Un cirujano! Si no, maldita sea, mi valiente Athos va a morir. ...

En la línea 533
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... El señor de Tréville, después de haber escrito la carta, la selló y, levantándose, se acercó al joven para dársela; pero en el momento mis mo en que D'Artagnan extendía la mano para recibirla, el señor de Tré ville q uedó completamante estupefacto al ver a su protegido dar un salto, enrojecer de cólera y lanzarse fuera del gabinete gritando:-¡Ah, maldita sea! Esta vez no se me escapará. ...

En la línea 2302
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Bonacieux se había jactado creyén dose digno de Saint-Paul o de la plaza de Grève: ¡eraen la Croix-duTrahoir donde iban a terminar su viaje y su destino! No podía ver todavía aquella maldita cruz, pero la sentía en cierto modo venir a su encuen tro. ...

En la línea 3876
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Estaba seguro; , esa maldita carta. ...

En la línea 4750
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... »Le digo a usted, _mon maître_, aunque le cueste trabajo creerlo, que al saber la desgracia de _madame_ y del general, lloré por ellos, y sentí haberme despedido de la casa airadamente, por causa de la maldita codorniz. ...

En la línea 5193
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... —Y aquí estoy yo—iba yo pensando—, que he hecho en contra del papismo más que todos los pobres cristianos martirizados en esta maldita plaza, enviado simplemente a la cárcel, de la que estoy seguro de salir dentro de pocos días con buena opinión y aplauso. ...

En la línea 7214
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Además se pasaba horas enteras cantando romances, de los que, alabada sea la Madre de Dios, yo no entendía palabra, pero, a creerle, se referían todos a su familia; personas de ese nombre las había en Túnez a centenares; ¿por qué, pues, ese Hammin, ese aguador borracho, no podría ser un moro granadino? ¡Es lo bastante feo para ser emperador de toda la morería! ¡Oh, _canaille_ maldita! Por mal de mis pecados, he vivido con ellos ocho años, en Orán y aquí. ...

En la línea 886
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... En esta maldita cama se acostó don Quijote, y luego la ventera y su hija le emplastaron de arriba abajo, alumbrándoles Maritornes, que así se llamaba la asturiana; y, como al bizmalle viese la ventera tan acardenalado a partes a don Quijote, dijo que aquello más parecían golpes que caída. ...

En la línea 2874
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Bien hayan aquellos benditos siglos que carecieron de la espantable furia de aquestos endemoniados instrumentos de la artillería, a cuyo inventor tengo para mí que en el infierno se le está dando el premio de su diabólica invención, con la cual dio causa que un infame y cobarde brazo quite la vida a un valeroso caballero, y que, sin saber cómo o por dónde, en la mitad del coraje y brío que enciende y anima a los valientes pechos, llega una desmandada bala, disparada de quien quizá huyó y se espantó del resplandor que hizo el fuego al disparar de la maldita máquina, y corta y acaba en un instante los pensamientos y vida de quien la merecía gozar luengos siglos. ...

En la línea 4453
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Harto mejor sería que los que profesamos esta maldita servidumbre nos retirásemos a nuestras casas, y allí nos entretuviésemos en ejercicios más suaves, como si dijésemos, cazando o pescando; que, ¿qué escudero hay tan pobre en el mundo, a quien le falte un rocín, y un par de galgos, y una caña de pescar, con que entretenerse en su aldea? -A mí no me falta nada deso -respondió Sancho-: verdad es que no tengo rocín, pero tengo un asno que vale dos veces más que el caballo de mi amo. ...

En la línea 5556
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... ¿Quién puede ser sino algún maligno encantador de los muchos invidiosos que me persiguen? Esta raza maldita, nacida en el mundo para escurecer y aniquilar las hazañas de los buenos, y para dar luz y levantar los fechos de los malos. ...

En la línea 10244
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... ¡Oh, maldita Regenta! ¡Esa mala pécora me lo tiene embrujado! Al mes siguiente se celebró la segunda sesión de la Innominada; se bebió, se emborracharon los que solían y se dio cuenta de los trabajos de propaganda. ...

En la línea 14219
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... pero ya estoy cansado de luchar con esta maldita obsesión que me vence siempre. ...

En la línea 16853
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Volver a aquella amistad ¿era un sueño? El impulso que la había arrojado dentro de la capilla ¿era voz de lo alto o capricho del histerismo, de aquella maldita enfermedad que a veces era lo más íntimo de su deseo y de su pensamiento, ella misma?. ...

En la línea 139
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Pasados algunos días, cuando ya Estupiñá andaba por ahí restablecido aunque algo cojo, Barbarita empezó a notar en su hijo inclinaciones nuevas y algunas mañas que le desagradaron. Observó que el Delfín, cuya edad se aproximaba a los veinticinco años, tenía horas de infantil alegría y días de tristeza y recogimiento sombríos. Y no pararon aquí las novedades. La perspicacia de la madre creyó descubrir un notable cambio en las costumbres y en las compañías del joven fuera de casa, y lo descubrió con datos observados en ciertas inflexiones muy particulares de su voz y lenguaje. Daba a la elle el tono arrastrado que la gente baja da a la y consonante; y se le habían pegado modismos pintorescos y expresiones groseras que a la mamá no le hacían maldita gracia. Habría dado cualquier cosa por poder seguirle de noche y ver con qué casta de gente se juntaba. Que esta no era fina, a la legua se conocía. ...

En la línea 364
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —Seamos francos; la verdad ante todo… me idolatraba. Creía que yo no era como los demás, que era la caballerosidad, la hidalguía, la decencia, la nobleza en persona, el acabose de los hombres… ¡Nobleza, qué sarcasmo! Nobleza en la mentira; digo que no puede ser… y que no, y que no. ¡Decencia porque se lleva una ropa que llaman levita!… ¡Qué humanidad tan farsante! El pobre siempre debajo; el rico hace lo que le da la gana. Yo soy rico… di que soy inconstante… La ilusión de lo pintoresco se iba pasando. La grosería con gracia seduce algún tiempo, después marca… Cada día me pesaba más la carga que me había echado encima. El picor del ajo me repugnaba. Deseé, puedes creerlo, que la Pitusa fuera mala para darle una puntera… Pero, quia… ni por esas… ¿Mala ella? a buena parte… Si le mando echarse al fuego por mí, ¡al fuego de cabeza! Todos los días jarana en la casa. Hoy acababa en bien, mañana no… Cantos, guitarreo… José Izquierdo, a quien llaman Platón porque comía en un plato como un barreño, arrojaba chinitas al picador… Villalonga y yo les echábamos a pelear o les reconciliábamos cuando nos convenía… La Pitusa temblaba de verlos alegres y de verlos enfurruñados… ¿Sabes lo que se me ocurría? No volver a aportar más por aquella maldita casa… Por fin resolvimos Villalonga y yo largamos con viento fresco y no volver más. Una noche se armó tal gresca, que hasta las navajas salieron, y por poco nadamos todos en un lago de sangre… Me parece que oigo aquellas finuras: «¡indecente, cabrón, najabao, randa, murcia… ! No era posible semejante vida. Di que no. El hastío era ya irresistible. La misma Pitusa me era odiosa, como las palabras inmundas… Un día dije vuelvo, y no volví más… Lo que decía Villalonga: cortar por lo sano… Yo tenía algo en mi conciencia, un hilito que me tiraba hacia allá… Lo corté… Fortunata me persiguió; tuve que jugar al escondite. Ella por aquí, yo por allá… Yo me escurría como una anguila. No me cogía, no. El último a quien vi fue Izquierdo; le encontré un día subiendo la escalera de mi casa. Me amenazó; díjome que la Pitusa estaba cambrí de cinco meses… ¡Cambrí de cinco meses… ! Alcé los hombros… Dos palabras él, dos palabras yo… alargué este brazo, y plaf… Izquierdo bajó de golpe un tramo entero… Otro estirón, y plaf… de un brinco el segundo tramo… y con la cabeza para abajo… ...

En la línea 599
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Una noche fue al teatro Real de muy mala gana. Había estado todo el día y la noche anterior en casa de Candelaria que tenía enferma a la niña pequeña. Mal humorada y soñolienta, deseaba que la ópera se acabase pronto; pero desgraciadamente la obra, como de Wagner, era muy larga, música excelente según Juan y todas las personas de gusto, pero que a ella no le hacía maldita gracia. No lo entendía, vamos. Para ella no había más música que la italiana, mientras más clarita y más de organillo mejor. Puso su muestrario en primera fila, y se colocó en la última silla de atrás. Las tres pollas, Barbarita II, Isabel y Andrea, estaban muy gozosas, sintiéndose flechadas por mozalbetes del paraíso y de palcos por asiento. También de butacas venía algún anteojazo bueno. Doña Bárbara no estaba. Al llegar al cuarto acto, Jacinta sintió aburrimiento. Miraba mucho al palco de su marido y no le veía. ¿En dónde estaba? Pensando en esto, hizo una cortesía de respeto al gran Wagner, inclinando suavemente la graciosa cabeza sobre el pecho. Lo último que oyó fue un trozo descriptivo en que la orquesta hacía un rumor semejante al de las trompetillas con que los mosquitos divierten al hombre en las noches de verano. Al arrullo de esta música, cayó la dama en sueño profundísimo, uno de esos sueños intensos y breves en que el cerebro finge la realidad como un relieve y un histrionismo admirables. La impresión que estos letargos dejan suele ser más honda que la que nos queda de muchos fenómenos externos y apreciados por los sentidos. Hallábase Jacinta en un sitio que era su casa y no era su casa… Todo estaba forrado de un satén blanco con flores que el día anterior había visto ella y Barbarita en casa de Sobrino… Estaba sentada en un puff y por las rodillas se le subía un muchacho lindísimo, que primero le cogía la cara, después le metía la mano en el pecho. «Quita, quita… eso es caca… ¡qué asco!… cosa fea, es para el gato… ». Pero el muchacho no se daba a partido. No tenía más que la camisa de finísima holanda, y sus carnes finas resbalaban sobre la seda de la bata de su mamá. Era una bata color azul gendarme que semanas antes había regalado a su hermana Candelaria… «No, no, eso no… quita… caca… ». Y él insistiendo siempre, pesadito, monísimo. Quería desabotonar la bata, y meter mano. Después dio cabezadas contra el seno. Viendo que nada conseguía, se puso serio, tan extraordinariamente serio que parecía un hombre. La miraba con sus ojazos vivos y húmedos, expresando en ellos y en la boca todo el desconsuelo que en la humanidad cabe. Adán, echado del paraíso, no miraría de otro modo el bien que perdía. Jacinta quería reírse; pero no podía porque el pequeño le clavaba su inflamado mirar en el alma. Pasaba mucho tiempo así, el niño-hombre mirando a su madre, y derritiendo lentamente la entereza de ella con el rayo de sus ojos. Jacinta sentía que se le desgajaba algo en sus entrañas. Sin saber lo que hacía soltó un botón… Luego otro. Pero la cara del chico no perdía su seriedad. La madre se alarmaba y… fuera el tercer botón… Nada, la cara y la mirada del nene siempre adustas, con una gravedad hermosa, que iba siendo terrible… El cuarto botón, el quinto, todos los botones salieron de los ojales haciendo gemir la tela. Perdió la cuenta de los botones que soltaba. Fueron ciento, puede que mil… Ni por esas… La cara iba tomando una inmovilidad sospechosa. Jacinta, al fin, metió la mano en su seno, sacó lo que el muchacho deseaba, y le miró segura de que se desenojaría cuando viera una cosa tan rica y tan bonita… Nada; cogió entonces la cabeza del muchacho, la atrajo a sí, y que quieras que no le metió en la boca… Pero la boca era insensible, y los labios no se movían. Toda la cara parecía de una estatua. El contacto que Jacinta sintió en parte tan delicada de su epidermis, era el roce espeluznante del yeso, roce de superficie áspera y polvorosa. El estremecimiento que aquel contacto le produjo dejola por un rato atónita, después abrió los ojos, y se hizo cargo de que estaban allí sus hermanas; vio los cortinones pintados de la boca del teatro, la apretada concurrencia de los costados del paraíso. Tardó un rato en darse cuenta de dónde estaba y de los disparates que había soñado, y se echó mano al pecho con un movimiento de pudor y miedo. Oyó la orquesta, que seguía imitando a los mosquitos, y al mirar al palco de su marido, vio a Federico Ruiz, el gran melómano, con la cabeza echada hacia atrás, la boca entreabierta, oyendo y gustando con fruición inmensa la deliciosa música de los violines con sordina. Parecía que le caía dentro de la boca un hilo del clarificado más fino y dulce que se pudiera imaginar. Estaba el hombre en un puro éxtasis. Otros melómanos furiosos vio la dama en el palco; pero ya había concluido el cuarto acto y Juan no parecía. ...

En la línea 896
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Pasó la noche en grandísima intranquilidad. Temía que su mujer descubriese con ojo perspicaz el matute que él encerraba en su cintura. La maldita parecía que olía la plata. Por eso estaba tan azorado y no se daba por seguro en ninguna posición, creyendo que al través de la ropa se le iba a ver la moneda. Durante la cena estuvieron todos muy alegres; tiempo hacía que no habían cenado tan bien. Pero al acostarse volvió Ido a ser atormentado por sus temores, y no tuvo más remedio que estar toda la noche hecho un ovillo, con las manos cruzadas en la cintura, porque si en una de las revueltas que ambos daban sobre los accidentados jergones la mano de su mujer llegaba a tocar el duro, se lo quitaba, tan fijo como tres y dos son cinco. Durmió, pues, tan mal que en realidad dormía con un ojo y velaba con el otro, atento siempre a defender su contrabando. Lo peor fue que viéndole su mujer tan retortijado y hecho todo una ese, creyó que tenía el dolor espasmódico que le solía dar; y como el mejor remedio para eso eran las friegas, Nicanora le propuso dárselas, y al oír tal proposición, tembláronle a Ido las carnes, viéndose descubierto y perdido. «Ahora sí que la hemos hecho buena» pensó. Pero su talento le sugirió la respuesta, y dijo que no tenía ni pizca de dolor, sino frío, y sin más explicaciones se volvió contra la pared, pegándose a ella como un engrudo, y haciéndose el dormido. Llegó por fin el día y con él la calma al corazón de Ido, quien se acicaló y se lavó casi toda la cara, poniéndose la corbata encarnada con cierta presunción. ...

En la línea 999
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –Bueno, bueno. La verdad es que eres mejor de lo que pareces. Pienso que no hay otro arcángel con tan buen corazón como el tuyo. ¿Quieres montar? Puedes subir en el asno que traigo para el muchacho, o ceñir con tus santas piernas los lomos de esta maldita mula que me he conseguido. Y en verdad que me habrían engañado con ella, aunque me hubiera costado menos de un penique. ...

En la línea 302
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –De seguro que le hablaba a usted en esa maldita jerga que llaman esperanto –dijo la tía, que a este punto entraba. Y añadió dirigiéndose a su marido–: Fermín, este señor es el del canario. ...

En la línea 811
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –No sé si creo o no creo; sé que rezo. Y no sé bien lo que rezo. Somos unos cuantos que al anochecer nos reunimos ahí a rezar el rosario. No sé quiénes son, ni ellos me conocen, pero nos sentimos solidarios, en íntima comunión unos con otros. Y ahora pienso que a la humanidad maldita la falta que le hacen los genios. ...

En la línea 698
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¡Mariana! —exclamaba en su insomnio—. ¡Daría la mitad de mi sangre por estar todavía a su lado! ¿Qué angustias la atormentarán en estos momentos? ¡Me ha de creer vencido, herido, muerto tal vez! Pero esta noche saldré de esta isla maldita, llevándome su promesa. Volveré, aun cuando tenga que traer conmigo hasta el último de mis hombres y tenga que dar la lucha contra todas las fuerzas de Labuán. ...

En la línea 805
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¿Ignoras todavía —dijo finalmente— que de los cincuenta tigrecitos que llevaba contra Labuán no sobrevive más que Giro Batol? ¿No sabes que todos perecieron en las costas de la isla maldita, que yo también caí gravemente herido sobre la cubierta de un crucero, y que mis barcos reposan en el fondo del mar de la Malasia? ...

En la línea 1979
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¡Dispara, nave maldita! —gritó el pirata—. ¡No te temo! Cuando quiera te haré pedazos las ruedas y detendré tu vuelo. ...

En la línea 3341
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -¡Ah! ¿Sabes quién soy yo, barco de una nación maldita? Yo no necesito ver tus colores para reconocerte. ¡Mira! ¡Voy a mostrarte los míos! ...

En la línea 1698
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑¡Ah, vida tres veces maldita! ...

En la línea 1943
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... A la mañana siguiente eran más de las siete cuando Rasumikhine se despertó. En su vida había estado tan preocupado y sombrío. Su primer sentimiento fue de profunda perplejidad. Jamás había podido suponer que se despertaría un día de semejante humor. Recordaba hasta los más ínfimos detalles de los incidentes de la noche pasada y se daba cuenta de que le había sucedido algo extraordinario, de que había recibido una impresión muy diferente de las que le eran familiares. Además, comprendía que el sueño que se había forjado era completamente irrealizable, tanto, que se sintió avergonzado de haberle dado cabida en su mente, y se apresuró a expulsarlo de ella, para dedicar su pensamiento a otros asuntos, a los deberes más razonables que le había legado, por decirlo así, la maldita jornada anterior. ...

En la línea 3206
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Pero ¿qué dice usted, hombre de Dios? ¿Sobre qué le tengo que interrogar? ‑exclamó al punto Porfirio Petrovitch, cambiando de tono y dejando de reír‑. No se preocupe usted ‑añadió, reanudando sus paseos, para luego, de pronto, arrojarse sobre Raskolnikof y hacerlo sentar‑. No hay prisa, no hay prisa. Además, esto no tiene ninguna importancia. Por el contrario, estoy encantado de que haya venido usted a verme. Le he recibido como a un amigo. En cuanto a esta maldita risa, perdóneme, mi querido Rodion Romanovitch… Se llama usted así, ¿verdad? Soy un hombre nervioso y me ha hecho mucha gracia la agudeza de su observación. A veces estoy media hora sacudido por la risa como una pelota de goma. Soy propenso a la risa por naturaleza. Mi temperamento me hace temer incluso la apoplejía… Pero siéntese, amigo mío, se lo ruego. De lo contrario, creeré que está usted enfadado. ...

En la línea 4132
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... «Siempre está con su maldita psicología ‑se dijo Raskolnikof‑. Porfirio no ha creído en ningún momento en la culpabilidad de Mikolka después de la escena que hubo entre nosotros y que no admite más que una explicación.» ...

En la línea 923
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —¿Crees que bromeo? Me iré como he dicho. He perdido quince mil rublos en vuestra maldita ruleta. Hice votos hace cinco años de reconstruir en piedra una iglesia de madera, en mi propiedad de las cercanías de Moscú. El lugar de esto he gastado aquí el dinero. Ahora, querida, me voy a reedificar la iglesia. ...

En la línea 1290
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —No te he hecho firmar ni facturas, ni pagarés —dijo—, porque te tenía lástima. Otra no hubiera dudado en hacerlo y hubieras ido a la cárcel. ¡Ya ves cómo te amo y lo buena que soy! ¡Sólo que esa maldita boda va a costarme un ojo de la cara! Porque, efectivamente, tuvimos boda. Esto ocurrió a fines de nuestro mes y, sin duda, se llevó los restos de mis cien mil francos. ...

En la línea 1061
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Don Ignacio -decía el bueno de Sardiola fue siempre así. Mire usted, del cuerpo dicen que nunca padeció nada… ¡ni un dolor de muelas! pero asegura el ama Engracia que ya desde la cuna tuvo una a modo de enfermedad… allá del alma o del entendimiento, o ¡qué me sé yo! Cuando chiquillo ¡le entraban unos miedos al anochecer y de noche, sin saberse de qué! se le agrandaban los ojos, así, así… (Sardiola trazaba en el espacio con sus dedos pulgar e índice una O cada vez mayor), y se metía en un rincón del aposento, sin llorar, hecho una pelota, y pasábase así quietecito, hasta que amanecía Dios… No quería decir sus visiones; pero un día le confesó a su madre que veía cosas terribles, a todos los de su casa con caras de muertos, bañándose y chapuzándose bonitamente en un charco de sangre… En fin, mil disparates. Lo raro del asunto es que a la luz del sol el señorito fue siempre un león, como todos sabemos… lo que es en la guerra daba gozo verle… ¡bendito Dios! lo mismo se metía entre las balas que si fuesen confites… Nunca usó armas, sino una cartera colgada donde había yo no sé cuántas cosas: bisturíes, lancetas, pinzas, vendas, tafetán… Además tenía los bolsillos atestados de hilas y trapos y algodón en rama… Dígole a usted, señorita, que si se ganasen los grados por no tener asco a los pepinillos liberales, nadie los ganaría mejor que Don Ignacio… Una vez cayó una bomba, así, a dos pasos de él… se la quedó mirando, esperando sin duda a que reventase, y si no lo coge de un brazo el sargento Urrea, que estaba allí cerquita… Ni en las cargas a la bayoneta se retiraba. En una de éstas un soldado guiri, ¡maldita sea su casta!, se fue a él derecho con el pincho en ristre… ¿Qué dirá usted que hizo mi Don Ignacio? no se le ocurre ni al demonio… Lo apartó con la mano como si apartase un mosquito, y el muy bárbaro abatió la bayoneta y se dejó apartar. Tenía el señorito entonces una cara… Válgame Dios y qué cara. Entre seria y afable, que el alma de cántaro aquel debió de quedarse cortado. ...


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