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La palabra familia
Cómo se escribe

la palabra familia

La palabra Familia ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
El cuervo de Leopoldo Alias Clarín
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Niebla de Miguel De Unamuno
Sandokán: Los tigres de Mompracem de Emilio Salgàri
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
La llamada de la selva de Jack London
Amnesia de Amado Nervo
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Julio Verne de La vuelta al mundo en 80 días
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece familia.

Estadisticas de la palabra familia

La palabra familia es una de las palabras más comunes del idioma Español, estando en la posición 305 según la RAE.

Familia es una palabra muy común y se encuentra en el Top 500 con una frecuencia media de 245.89 veces en cada obra en castellano

El puesto de esta palabra se basa en la frecuencia de aparición de la familia en 150 obras del castellano contandose 37376 apariciones en total.

Más información sobre la palabra Familia en internet

Familia en la RAE.
Familia en Word Reference.
Familia en la wikipedia.
Sinonimos de Familia.


la Ortografía es divertida

Algunas Frases de libros en las que aparece familia

La palabra familia puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 124
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Era natural: donde no hay padre y madre, la familia termina así. ...

En la línea 127
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... ¡Y cómo había perdido a toda una familia! Pepeta olvidó su actitud fría y reservada para unirse a la indignación de la muchacha. ...

En la línea 138
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Estaba muy agradecida a Pimentó y a todos los de allá, porqúe habían impedido que otros entrasen a trabajar lo que de derecho pertenecía a su familia. ...

En la línea 167
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Recordaba como si hubiera sido el día anterior la espantosa tragedia que se tragó al tío Barret con toda su familia. ...

En la línea 30
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Después, los amigos, al remontarse en su memoria hasta las conspiraciones en Cádiz, antes de la sublevación de la escuadra, habían recordado a la madre de Salvatierra... ¡Mamá! Los ojos del revolucionario se mostraron más lacrimosos y brillantes detrás de las gafas azuladas. ¡Mamá!... Su gesto, sonriente y bondadoso, se borró bajo una contracción de dolor. Era su única familia, y había muerto mientras él permanecía en el presidio. Todos estaban acostumbrados a oírle hablar con infantil sencillez de aquella buena anciana, que no tenía una palabra de reproche para sus audacias y encontraba aceptables sus prodigalidades de filántropo, que le hacían volver a casa medio desnudo si encontraba un _compañero_ falto de ropa. Era como las madres de los santos de la leyenda cristiana, cómplices sonrientes de todas las generosas locuras y disparatados desprendimientos de sus hijos. «Esperad que avise a mamá, y soy con vosotros», decía horas antes de una intentona revolucionaria, como si esta fuese su única precaución personal. Y mamá había visto sin protesta cómo en estas empresas se gastaba la modesta fortuna de la familia, y le seguía a Ceuta cuando le indultaban de la pena de muerte por la de reclusión perpetua; siempre animosa y sin permitirse el más leve reproche, comprendiendo que la vida de su hijo había de ser así forzosamente, no queriendo causarle molestias con inoportunos consejos, orgullosa, tal vez, de que su Fernando arrastrase a los hombres con la fuerza de los ideales y asombrara a los enemigos con su virtud y su desinterés. ¡Mamá!... Todo el cariño de célibe, de hombre que, subyugado por una pasión humanitaria, no había tenido ocasión de fijarse en la mujer, lo concentraba Salvatierra en su animosa vieja. ¡Y ya no vería más a mamá! ¡no encontraría aquella vejez que le rodeaba de mimos maternales como si viese en él un eterno niño!... ...

En la línea 34
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Conocía de antiguo a todos sus compañeros de oficina, su ductilidad ante el carácter imperioso de don Pablo Dupont, el jefe de la casa. Él era el único empleado que se permitía cierta independencia, sin duda por el afecto que la familia del jefe profesaba a la suya. Dos empleados extranjeros, uno francés y otro sueco, eran tolerados como necesarios para la correspondencia extranjera; pero don Pablo les mostraba cierto despego, al uno por su falta de religiosidad y al otro por ser luterano. ...

En la línea 91
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Fermín la atravesó, e iba ya a salir de ella cuando oyó que le llamaban desde el fondo. Experimentó cierto sobresalto al conocer la voz. Era «el amo», que acompañaba a unos forasteros. Con él estaba su primo Luis, un Dupont que siendo menor sólo en algunos años a don Pablo, le respetaba como a jefe de la familia, sin privarse por esto de darle grandes disgustos con su conducta desarreglada. ...

En la línea 97
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --¡Hola, barbián!--dijo Dupont el menor al ver a Montenegro.--¿Cómo está tu familia? Un día de estos iré a la viña. Quiero probar un caballo que compré ayer. ...

En la línea 161
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Pero antes, y por no faltar al orden, considerémosle en sus relaciones con los moribundos y su familia. ...

En la línea 170
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Ante los extraños, merced a signos discretísimos, casi imperceptibles, pero muy significativos, daba a entender que se hacía el tonto para animar a la familia. ...

En la línea 195
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Dos condiciones exigía: que se acostasen los de la familia, y aguardiente y pitillos a discreción. ...

En la línea 242
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Y sin insistir, se refería de pasada a las buenas relaciones de la familia. ...

En la línea 450
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... ¡Qué queréis! Un capitán no es na da más que un padre de familia cargado con unaresponsabilidad ma yor que un padre de familia normal. ...

En la línea 450
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... ¡Qué queréis! Un capitán no es na da más que un padre de familia cargado con unaresponsabilidad ma yor que un padre de familia normal. ...

En la línea 512
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Ahora, joven, regulad vuestra conducta sobre esto, y si tenéis, bien por familia, bien por amigos, bien por propio instinto, alguna de esas enemistades contra el cardenal semejante a las que vemos manifestarse en los gentileshombres, decidme adiós y despidámonos. ...

En la línea 1192
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Además de su espada, había también un retrato que re presentaba a un señor de los tiempos de Enrique III, vestido con la mayor elegancia, y que llevaba la encomienda del Santo Espíritu, y este retrato tenía con Athos ciertos parecidos de líneas, ciertas similitudes de familia que indicaban que aquel gran señor, caballero de órdenes del rey, era su antepasado. ...

En la línea 59
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Conocía Jorge Borrow a una familia residente en Oulton Hall, cerca de Lowestoft (Suffolk), de la que formaba parte Mrs. ...

En la línea 61
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Un reverendo pastor, relacionado con esa familia, indujo a Jorge Borrow a solicitar de la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera un empleo donde pudiera utilizar su conocimiento de los idiomas. ...

En la línea 201
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Unos son pícaros, otros santos; unos son listos, otros muy zotes; casi todos groseros, muchos con sentimientos nobles, pero unidos en general por un aire de familia inconfundible; y la verdad es que, con todas sus picardías o su zafiedad, no puede uno dejar de quererlos. ...

En la línea 295
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Por hallarse más inmediatamente relacionado con la Sociedad Bíblica y conmigo, considero felicísima la oportunidad que se me presenta de hablar de Luis de Usoz y Río, vástago de una antigua y honorable familia de Castilla la Vieja, que me ayudó en la edición española del Nuevo Testamento, en Madrid. ...

En la línea 5303
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Los varones prudentes, las repúblicas bien concertadas, por cuatro cosas han de tomar las armas y desenvainar las espadas, y poner a riesgo sus personas, vidas y haciendas: la primera, por defender la fe católica; la segunda, por defender su vida, que es de ley natural y divina; la tercera, en defensa de su honra, de su familia y hacienda; la cuarta, en servicio de su rey, en la guerra justa; y si le quisiéremos añadir la quinta, que se puede contar por segunda, es en defensa de su patria. ...

En la línea 6690
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Ordené, pues, a mi parecer como prudente, bien así como el que sabe que para tal tiempo le han de quitar la casa donde vive y se provee de otra donde mudarse; ordené, digo, de salir yo solo, sin mi familia, de mi pueblo, y ir a buscar donde llevarla con comodidad y sin la priesa con que los demás salieron; porque bien vi, y vieron todos nuestros ancianos, que aquellos pregones no eran sólo amenazas, como algunos decían, sino verdaderas leyes, que se habían de poner en ejecución a su determinado tiempo; y forzábame a creer esta verdad saber yo los ruines y disparatados intentos que los nuestros tenían, y tales, que me parece que fue inspiración divina la que movió a Su Majestad a poner en efecto tan gallarda resolución, no porque todos fuésemos culpados, que algunos había cristianos firmes y verdaderos; pero eran tan pocos que no se podían oponer a los que no lo eran, y no era bien criar la sierpe en el seno, teniendo los enemigos dentro de casa. ...

En la línea 85
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... 18 de abril.- A nuestro regreso pasamos en Socego dos días, que empleo en coleccionar insectos en el bosque. La mayor parte de los árboles, aunque muy elevados, no tienen más de tres o cuatro pies de circunferencia; excepto algunos, por supuesto, de dimensiones mucho más considerables. El señor Manuel estaba haciendo una canoa de 70 pies de longitud con un solo tronco de árbol que tenía 110 pies de largo y un grueso grandísimo. El contraste de las palmeras, creciendo en medio de especies comunes con ramas, da siempre al paisaje un aspecto intertropical. En este punto adorna el bosque el palmito, una de las palmeras más elegantes de la familia. El tronco es tan delgado, que puede abarcarse con ambas manos; y, sin embargo, balancea sus elegantes hojas a 40 ó 50 pies sobre el nivel del suelo. Las plantas trepadoras leñosas, cubiertas a su vez por otras plantas trepadoras, tienen un tronco muy grueso: medí algunos que tenían hasta dos pies de circunferencia. Algunos árboles viejos presentan un aspecto muy extraño: las trenzas de lianas que cuelgan de sus ramas parecen haces de heno. Si después de saciarse de mirar el follaje se vuelve la vista al suelo, siéntese uno transportado de igual admiración por la suma elegancia de las hojas de los helechos y de las mimosas. Estas últimas cubren el suelo formando una alfombra de algunas pulgadas de altura; si se anda encima de ese tapiz, volviendo atrás la cabeza, se ven las huellas de los pasos indicadas por el cambio de matiz producido por el aplastamiento de los sensibles peciolos de estas plantas. Es fácil indicar los objetos individuales que mueven a admiración en estos pasmosos paisajes; pero es imposible decir qué sentimientos de asombro y de elevación despiertan en el alma de aquél a quien le es dado contemplarlos. ...

En la línea 99
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Las patas de esos animales terminan en pequeñas ventosas, y noté que podían trepar a lo largo de un espejo puesto verticalmente. Numerosas cigarras y numerosos grillos hacen oír al mismo tiempo su grito penetrante, pero que, sin embargo, aminorado por la distancia no deja de ser agradable. Ese concierto empieza todos los días en cuanto anochece. ¡Cuántas veces me ha ocurrido permanecer inmóvil allí escuchándolo, hasta que me llamaba la atención el paso de algún insecto curioso! A esa hora vuelan de seto en seto las moscas luminosas; en una noche oscura puede percibirse a unos 200 pasos la luz que proyectan. Es de advertir que en todos los animales fosforescentes que he podido observar, gusanos de luz, escarabajos brillantes y diversos animales marinos (tales como crustáceos, medusas, nereidas, una coraliaria del género Clytia y un tunicado del género Pyrosoma), la luz tiene siempre un color verde muy marcado. Todas las moscas luminosas que he podido coger aquí pertenecen a los Lampíridos (familia a la cual pertenece el gusano de luz inglés), y el mayor número de ejemplares eran Lampyris occidentalis3. Después de numerosas observaciones hechas por mí, he visto que este insecto emite la luz más brillante cuando 3 Deseo manifestar mi agradecimiento a Mr. Waterhouse, quien hizo el favor de determinar este insecto y otros muchos y de ayudarme de todas maneras. ...

En la línea 120
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Proporcionalmente a los otros insectos, el número de arañas es aquí muchísimo mayor que en Inglaterra, quizá hasta mayor que el de cualquier otra división de los animales articulados. Parece casi infinita la variedad de las especies en las arañas saltonas. El género o más bien la familia de las Epeiras, se caracteriza aquí por muchas formas singulares; algunas especies tienen escamas puntiagudas y coriáceas, otras tienen gruesas tibias revestidas de pinchos. Todos los senderos del bosque se encuentran obstruidos por la fuerte tela amarilla de una especie perteneciente a la misma división que la Epeira clanipes de Fabricius, araña que, según Sloane, teje en las Indias occidentales, telas bastante fuertes para retener aves. Una bonita araña pequeña, con las patas delanteras muy largas y que parece pertenecer a un género no descrito, vive parásita en casi todas esas telas. Supongo que es harto insignificante para que la gran Epeira se digne fijarse en ella; por tanto, le permite alimentarse de insectos pequeños que de otra manera no aprovecharían a nadie. Cuando esta arañita se asusta finge la muerte extendiendo las patas delanteras, o se deja caer fuera de la tela. Es en extremo común, sobre todo en los sitios secos, una gruesa Epeira perteneciente a la misma división que las Epeira tuberculata y cónica, esta araña refuerza el centro de su tela, generalmente colocada en medio de las grandes hojas del agane común, por medio de dos y aun cuatro cintas dispuestas en zig zag que enlazan dos de los radios. En cuanto un insecto grande, como un saltamontes o una avispa queda prendido en la tela, la araña le hace girar sobre sí mismo con rapidez por un movimiento brusco; al mismo tiempo envuelve a su presa en cierta cantidad de hilos que bien pronto forman un verdadero capullo alrededor de ella. ...

En la línea 139
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Pasamos la primera noche en una casita de campo aislada. Noto allí bien pronto que poseo dos o tres objetos (y sobre todo una brújula de bolsillo) que producen el más extraordinario asombro. En todas las casas me piden que enseñe la brújula e indique en un mapa la dirección de diferentes ciudades. Produce la más intensa admiración el que yo, un extranjero, pueda indicar el camino (porque camino y dirección son dos voces sinónimas en este país llano), para dirigirse a tal o cual punto donde jamás estuve. En una casa, una mujer joven y enferma en cama, hace que me rueguen ir a enseñarla la famosa brújula. Si grande es su sorpresa, aún es mayor la mía al ver tanta ignorancia entre gentes dueñas de miles de cabezas de ganado y de estancias de grandísima extensión. Sólo puede explicarse esta ignorancia por la escasez de visitas de forasteros en este remoto rincón. Me preguntan si es la tierra o el sol quien se mueve, si en el norte hace más calor o más frío, dónde está España y otra multitud de cosas por el estilo. Casi todos los habitantes tienen una vaga idea de que Inglaterra, Londres y América del Norte son tres nombres diferentes de un mismo lugar; los más instruidos saben que Londres y la América del Norte son países separados, aunque muy cerca uno de otro, y que Inglaterra ¡es una gran ciudad que está en Londres! Llevaba conmigo algunas cerillas químicas, y las encendía con los dientes. No tenía límites el asombro, a la vista de un hombre que producía fuego con los dientes; así es que acostumbraba a reunirse toda la familia para presenciar ese espectáculo. Un día me ofrecieron un peso por una sola cerilla. En el pueblecillo de Las Minas me vieron jabonarme, lo cual dio margen a comentarios sin cuento; uno de los principales negociantes me interrogó con cuidado acerca de esta práctica tan singular; preguntóme también por qué a bordo llevábamos barba, pues había oído decir a nuestro guía que entonces gastábamos barba. ...

En la línea 49
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Más que ciudad, es para él Vetusta una casa con calles, y el vecindario de la capital asturiana una grande y pintoresca familia de clases diferentes, de varios tipos sociales compuesta. ...

En la línea 318
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... , sus respectivas esposas, hijas y demás familia del sexo débil obligaríanles a imitar en religión, como en todo, las maneras, ideas y palabras de la envidiada aristocracia. ...

En la línea 714
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... La Regenta en Vetusta era ya para siempre la de Quintanar de la ilustre familia vetustense de los Ozores. ...

En la línea 1291
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... La familia de los Ozores era una de las más antiguas de Vetusta. ...

En la línea 100
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Y como su egoísmo amoroso le daba un valor a toda prueba, no se acordó más del personaje y su familia. ...

En la línea 129
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El zaguán era enorme. Las antiguas carrozas podían dar vuelta dentro de él; pero hacia muchos años que no trotaban sobre su pavimento de piedras azules otros animales que una familia de gatos rojos y negros, mantenidos por las criadas del canónigo, para que diesen la guerra a las innumerables ratas emboscadas en los estantes de libros y manuscritos. ...

En la línea 137
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Era la única amargura, intensa en realidad, que perturbaba su vida optimista. Un año u otro, los propietario del edificio, noble familia residente en Madrid, tendrían que echarlo abajo, no sabiendo él adonde ir con todo su bagaje de manuscritos y libros. Retardaba el trágico instante, con riesgo de su propia existencia. En vano los arquitectos habían declarado el caserón próximo a derrumbarse. Don Baltasar inventaba razones para seguir en él, arrostrando el peligro de perecer sepultado bajo escombros y papeles ...

En la línea 151
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... —Fíjate bien—dijo—; esto te pertenece, es de tu familia: las cartas de los Borjas, que luego los italianos llamaron Borgias… Esta es de Alejandro VI a su hijo mayor el duque de Gandía. Esta otra, de César Borgia cuando aún no era soldado y ostentaba el título de cardenal de Valencia. ...

En la línea 44
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Una tarde, cuando el paquebote debía hallarse cerca de la antigua Tierra de Van Diemen, el ingeniero, que dormitaba tendido en un sillón del puente de paseo, vio un libro abandonado en el sillón inmediato. Le bastó la primera ojeada para darse cuenta de que debía pertenecer a los niños de una familia subida al buque en Nueva Zelanda. ...

En la línea 187
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Edwin vio que de un automóvil en forma de clavel que acababa de llegar descendían unas figuras con largas túnicas blancas y velos en la cabeza. Eran las primeras hembras que encontraba semejantes a las de su país. Debían pertenecer a alguna familia importante de la capital; tal vez era la esposa de un alto personaje acompañada de sus tres hijas. Concentró su mirada en el grupo para examinarlas bien, y notó que las tres señoritas, todas de apuesta estatura, asomaban bajo los blancos velos unas caras de facciones correctas pero enérgicas. Sus mejillas tenían el mismo tono azulado que la de los hombres que se rasuran diariamente. La madre, algo cuadrada a causa de la obesidad propia de los años, prescindía de esta precaución, y por debajo de la corona de flores que circundaba sus tocas dejaba asomar una barba abundante y dura. ...

En la línea 191
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Todavía pudo hacer Edwin nuevas observaciones. Vio con estupefacción entre el público, repelido y mantenido a distancia por la fuerza armada, mujeres menos lujosas que la familia recién venida de la capital, pero igualmente con largas túnicas… . Y sin embargo parecían hombres a causa de sus barbas o de sus rostros azulados por el rasuramiento. En cambio, todos los individuos de aspecto civil que llevaban pantalones y mostraban ser trabajadores del campo, obreros de la ciudad o acaudalados burgueses, venidos para conocer al gigante, tenían el rostro lampiño y las formas abultadas de la mujer. ...

En la línea 262
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Pasó por entre estos guerreros, con toda la austeridad de su carácter universitario y sus opiniones antimilitaristas, el profesor Flimnap. La inesperada aparición del Gentleman-Montaña había dado una importancia extraordinaria a la traductora de inglés. En unas cuantas horas se había convertido en el personaje más interesante de la República. El gobierno le llamaba para conocer sus opiniones; el rector de la primera de las universidades, que hasta entonces le había considerado como un triste catedrático de una lengua muerta y de problemática utilidad, se dignaba sonreírle, y hasta en la noche anterior, después del recibimiento del Hombre-Montaña, lo había invitado a cenar para que en presencia de su familia contase todo lo ocurrido. ...

En la línea 34
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Creció Bárbara en una atmósfera saturada de olor de sándalo, y las fragancias orientales, juntamente con los vivos colores de la pañolería chinesca, dieron acento poderoso a las impresiones de su niñez. Como se recuerda a las personas más queridas de la familia, así vivieron y viven siempre con dulce memoria en la mente de Barbarita los dos maniquís de tamaño natural vestidos de mandarín que había en la tienda y en los cuales sus ojos aprendieron a ver. La primera cosa que excitó la atención naciente de la niña, cuando estaba en brazos de su niñera, fueron estos dos pasmarotes de semblante lelo y desabrido, y sus magníficos trajes morados. También había por allí una persona a quien la niña miraba mucho, y que la miraba a ella con ojos dulces y cuajados de candoroso chino. Era el retrato de Ayún, de cuerpo entero y tamaño natural, dibujado y pintado con dureza, pero con gran expresión. Mal conocido es en España el nombre de este peregrino artista, aunque sus obras han estado y están a la vista de todo el mundo, y nos son familiares como si fueran obra nuestra. Es el ingenio bordador de los pañuelos de Manila, el inventor del tipo de rameado más vistoso y elegante, el poeta fecundísimo de esos madrigales de crespón compuestos con flores y rimados con pájaros. A este ilustre chino deben las españolas el hermosísimo y característico chal que tanto favorece su belleza, el mantón de Manila, al mismo tiempo señoril y popular, pues lo han llevado en sus hombros la gran señora y la gitana. Envolverse en él es como vestirse con un cuadro. La industria moderna no inventará nada que iguale a la ingenua poesía del mantón, salpicado de flores, flexible, pegadizo y mate, con aquel fleco que tiene algo de los enredos del sueño y aquella brillantez de color que iluminaba las muchedumbres en los tiempos en que su uso era general. Esta prenda hermosa se va desterrando, y sólo el pueblo la conserva con admirable instinto. Lo saca de las arcas en las grandes épocas de la vida, en los bautizos y en las bodas, como se da al viento un himno de alegría en el cual hay una estrofa para la patria. El mantón sería una prenda vulgar si tuviera la ciencia del diseño; no lo es por conservar el carácter de las artes primitivas y populares; es como la leyenda, como los cuentos de la infancia, candoroso y rico de color, fácilmente comprensible y refractario a los cambios de la moda. ...

En la línea 39
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Barbarita y su hermano Gumersindo, mayor que ella, eran los únicos hijos de D. Bonifacio Arnaiz y de doña Asunción Trujillo. Cuando tuvo edad para ello, fue a la escuela de una tal doña Calixta, sita en la calle Imperial, en la misma casa donde estaba el Fiel Contraste. Las niñas con quienes la de Arnaiz hacía mejores migas, eran dos de su misma edad y vecinas de aquellos barrios, la una de la familia de Moreno, del dueño de la droguería de la calle de Carretas, la otra de Muñoz, el comerciante de hierros de la calle de Tintoreros. Eulalia Muñoz era muy vanidosa, y decía que no había casa como la suya y que daba gusto verla toda llena de unos pedazos de hierro mu grandes, del tamaño de la caña de doña Calixta, y tan pesados, tan pesados que ni cuatrocientos hombres los podían levantar. Luego había un sin fin de martillos, garfios, peroles mu grandes, mu grandes… «más anchos que este cuarto». Pues, ¿y los paquetes de clavos? ¿Qué cosa había más bonita? ¿Y las llaves que parecían de plata, y las planchas, y los anafres, y otras cosas lindísimas? Sostenía que ella no necesitaba que sus papás le comprasen muñecas, porque las hacía con un martillo, vistiéndolo con una toalla. ¿Pues y las agujas que había en su casa? No se acertaban a contar. Como que todo Madrid iba allí a comprar agujas, y su papá se carteaba con el fabricante… Su papá recibía miles de cartas al día, y las cartas olían a hierro… como que venían de Inglaterra, donde todo es de hierro, hasta los caminos… «Sí, hija, sí, mi papá me lo ha dicho. Los caminos están embaldosados de hierro, y por allí encima van los coches echando demonios». ...

En la línea 52
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Pasaba por la honestidad misma, iba a misa todos los días que lo mandaba la Iglesia, rezaba el rosario con la familia, trabajaba diez horas diarias o más en el escritorio sin levantar cabeza, y no gastaba el dinero que le daban sus papás. A pesar de estas raras dotes, Barbarita, si alguna vez le encontraba en la calle o en la tienda de Arnaiz o en la casa, lo que acontecía muy pocas veces, le miraba con el mismo interés con que se puede mirar una saca de carbón o un fardo de tejidos. Así es que se quedó como quien ve visiones cuando su madre, cierto día de precepto, al volver de la iglesia de Santa Cruz, donde ambas confesaron y comulgaron, le propuso el casamiento con Baldomerito. Y no empleó para esto circunloquios ni diplomacias de palabra, sino que se fue al asunto con estilo llano y decidido. ¡Ah, la línea recta de los Trujillos… ! ...

En la línea 60
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Ni los años, ni las menudencias de la vida han debilitado nunca el profundísimo cariño de estos benditos cónyuges. Ya tenían canas las cabezas de uno y otro, y D. Baldomero decía a todo el que quisiera oírle que amaba a su mujer como el primer día. Juntos siempre en el paseo, juntos en el teatro, pues a ninguno de los dos le gusta la función si el otro no la ve también. En todas las fechas que recuerdan algo dichoso para la familia, se hacen recíprocamente sus regalitos, y para colmo de felicidad, ambos disfrutan de una salud espléndida. El deseo final del señor de Santa Cruz es que ambos se mueran juntos, el mismo día y a la misma hora, en el mismo lecho nupcial en que han dormido toda su vida. ...

En la línea 5
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... En la antigua ciudad de Londres, un cierto día de otoño del segundo cuarto del siglo XVI, le nació un niño a una familia pobre, de apellido Canty, que no lo deseaba. El mismo día otro niño inglés le nació a una familia rica, de apellido Tudor, que sí lo deseaba. Toda Inglaterra también lo deseaba. Inglaterra lo había deseado tanto tiempo, y lo había esperado, y había rogado tanto a Dios para que lo enviara, que, ahora que había llegado, el pueblo se volvió casi loco de alegría. Meros conocidos se abrazaban y besaban y lloraban. Todo el mundo se tomó un día de fiesta; encumbrados y humildes, ricos y pobres, festejaron, bailaron, cantaron y se hicieron más cordiales durante días y noches. De día Londres era un espectáculo digno de verse, con sus alegres banderas ondeando en cada balcón y en cada tejado y con vistosos desfiles por las calles. De noche era de nuevo otro espectáculo, con sus grandes fogatas en todas las esquinas y sus grupos de parrandistas alegres alborotando en,torno de ellas. En toda Inglaterra no se hablaba sino del nuevo niño, Eduardo Tudor, Príncipe de Gales, que dormía arropado en sedas y rasos, ignorante, de todo este bullicio, sin saber que lo servían y lo cuidaban grandes lores y excelsas damas, y, sin importarle, además. Pera no se hablaba del otro niño, Tom Canty, envuelto en andrajos, excepto entre la familia de mendigos a quienes justo había venido a importunar con su presencia. ...

En la línea 5
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... En la antigua ciudad de Londres, un cierto día de otoño del segundo cuarto del siglo XVI, le nació un niño a una familia pobre, de apellido Canty, que no lo deseaba. El mismo día otro niño inglés le nació a una familia rica, de apellido Tudor, que sí lo deseaba. Toda Inglaterra también lo deseaba. Inglaterra lo había deseado tanto tiempo, y lo había esperado, y había rogado tanto a Dios para que lo enviara, que, ahora que había llegado, el pueblo se volvió casi loco de alegría. Meros conocidos se abrazaban y besaban y lloraban. Todo el mundo se tomó un día de fiesta; encumbrados y humildes, ricos y pobres, festejaron, bailaron, cantaron y se hicieron más cordiales durante días y noches. De día Londres era un espectáculo digno de verse, con sus alegres banderas ondeando en cada balcón y en cada tejado y con vistosos desfiles por las calles. De noche era de nuevo otro espectáculo, con sus grandes fogatas en todas las esquinas y sus grupos de parrandistas alegres alborotando en,torno de ellas. En toda Inglaterra no se hablaba sino del nuevo niño, Eduardo Tudor, Príncipe de Gales, que dormía arropado en sedas y rasos, ignorante, de todo este bullicio, sin saber que lo servían y lo cuidaban grandes lores y excelsas damas, y, sin importarle, además. Pera no se hablaba del otro niño, Tom Canty, envuelto en andrajos, excepto entre la familia de mendigos a quienes justo había venido a importunar con su presencia. ...

En la línea 17
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Las observaciones de Tom y los actos de Tom eran reportados por los niños a sus mayores, y éstos también empezaron a hablar de Tom Canty y a considerarlo como una criatura extraordinaria y de grandes dotes. Gente madura le llevaba sus dudas a Tom para que se las solucionara, y a menudo quedaba pasmada ante el ingenio y la sabiduría de sus decisiones. De hecho se tornó un verdadero héroe para todos cuantos le conocían, excepto para su propia familia; ésta, en realidad, no veía nada en él. ...

En la línea 18
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Poco después, privadamente Tom organizó una corte real. Él era el príncipe; sus más cercanos camaradas eran guardas, chambelanes, escuderos, lores, damas de la corte y familia real. A diario el príncipe fingido era recibido con elaborados ceremoniales copiados por Tom de sus lecturas novelescas; a diario, los graves sucesos del imaginario reino se discutían en el consejo real, y a diario Su fingida Alteza promulgaba decretos para sus imaginarios ejércitos, armadas y virreyes. Después de lo cual seguiría adelante con sus andrajos y mendigaría unos cuantos ardites, comería su pobre corteza, recibiría sus acostumbradas golpizas e insultos y luego se tendería en su puñado de sucia paja, y reanudaría en sus sueños sus vanas grandezas. ...

En la línea 329
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Pues bien, mi señor don Augusto, pacto cerrado. Usted me parece un excelente sujeto, bien educado, de buena familia, con una renta más que regular… Nada, nada, desde hoy es usted mi candidato. ...

En la línea 1326
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Si usted supiera, don Augusto, cómo me he criado y en qué familia, comprendería que aunque soy una chiquilla estoy ya fuera de esas cosas de celos. Nosotras, las de rni posición… ...

En la línea 510
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¡Mariana —exclamó el pirata cayendo a sus pies con los brazos extendidos hacia ella—, no me rechaces, no te asustes! Fue la fatalidad la que me convirtió en pirata. Los hombres de tu raza no tuvieron piedad conmigo, que no les había hecho mal alguno. Me arrojaron al fango desde las gradas de un trono, me quitaron mi reino, asesinaron a mi madre, a mis hermanos, a mis hermanas. Me empujaron a los mares. No soy pirata por robar, sino que lo soy como justiciero, soy el vengador de mi familia y de mis súbditos, nada más. Si quieres, recházame, y me alejaré para siempre de estos lugares para no causarte miedo nunca más. ...

En la línea 934
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —Pero piensa en lo que será de Mompracem sin su Tigre de la Malasia. Contigo todavía puede hacer temblar a los hombres que han destruido tu familia y tu pueblo. Hay millares de malayos y de dayakos que esperan tu llamado para correr a engrosar las bandas de los tigres de Mompracem. ...

En la línea 1893
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —Escúcheme —dijo el portugués, llevándola hacia un sendero más apartado—. Muchos creen que Sandokán es un vulgar pirata salido de las selvas de Borneo, ávido de sangre y de víctimas. Pero se equivocan: es de estirpe real y no un pirata sino un vengador. Tenía veinte años cuando subió al trono de Muluder. Fuerte como un león, audaz como un tigre, valiente hasta la locura, al cabo de poco tiempo venció a todos los pueblos vecinos y extendió las fronteras de su reino hasta el de Varauni. Aquellas campañas le fueron fatales, pues ingleses y holandeses, celosos de una nueva potencia que iba a sojuzgar la isla entera, se aliaron con el sultán de Borneo para atacarlo. Concluyeron por hacer pedazos el nuevo reino. Sicarios pagados asesinaron a la madre y a los hermanos y hermanas de Sandokán; bandas poderosas invadieron el reino, saqueando, asesinando, cometiendo atrocidades inauditas. En vano Sandokán luchó con el furor de la desesperación. Todos sus parientes cayeron bajo el hierro de los asesinos, pagados por los blancos, y él mismo apenas pudo salvarse, seguido de una pequeña tropa de leales. Anduvo errante varios años por las costas de Borneo, sin víveres, sufriendo horribles miserias, en espera de reconquistar el trono perdido y de vengar a su familia asesinada. Hasta que una noche, perdida toda esperanza, se embarcó en un parao y juró guerra a muerte a la raza blanca y al sultán de Varauni. Arribó a Mompracem, contrató hombres y empezó a piratear en el mar. Devastó las costas del sultanato, asaltó barcos holandeses e ingleses y terminó siendo el terror de los mares, convertido en el terrible Tigre de la Malasia. Usted ya sabe lo demás. ...

En la línea 178
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Y en mi opinión, y por todas las razones precedentemente expuestas, ese animal pertenecía a la rama de los vertebrados, a la clase de los mamíferos, al grupo de los pisciformes, y, finalmente, al orden de los cetáceos. En cuanto a la familia en que se inscribiera, ballena, cachalote o delfín, en cuanto al género del que formara parte, en cuanto a la especie a que hubiera que adscribirle, era una cuestión a elucidar posteriormente. Para resolverla había que disecar a ese monstruo desconocido; para disecarlo, necesario era apoderarse de él; para apoderarse de él, había que arponearlo (lo que competía a Ned Land); para arponearlo, había que verlo (lo que correspondía a la tripulación), y para verlo había que encontrarlo (lo que incumbía al azar). ...

En la línea 255
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Mientras observaba aquel ser fenomenal, vi cómo lanzaba dos chorros de agua y de vapor por sus espiráculos hasta una altura de unos cuarenta metros. Eso me reveló su modo de respiración, y me permitió concluir definitivamente que pertenecía a los vertebrados, clase de los mamíferos, subclase de los monodelfos, grupo de los pisciformes, orden de los cetáceos, familia… En este punto no podía pronunciarme todavía. El orden de los cetáceos comprende tres familias: las ballenas, los cachalotes y los delfines, y es en esta última en la que se inscriben los narvales. Cada una de estas familias se divide en varios géneros, cada género en especies y cada especie en variedades. Variedad, especie, género y familia me faltaban aún pero no dudaba yo de que llegaría a completar mi clasificación, con la ayuda del cielo y del comandante Farragut. ...

En la línea 810
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Asómbrate, amigo mío, y mira, pues para un clasificador como tú hay aquí materia de ocupación. Innecesario era estimular en este punto a Conseil. El buen muchacho, inclinado sobre las vitrinas, murmuraba ya las palabras del idioma de los naturalistas: clase de los gasterópodos, familia de los bucínidos, género de las Porcelanas, especie de los Cyproea Madagascariensis… ...

En la línea 847
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Hay también -prosiguió Conseil, sin desanimarse -los ápodos, de cuerpo alargado, desprovistos de aletas ventrales y revestidos de una piel espesa y frecuentemente viscosa. Es éste un orden que se reduce a una sol familia. Tipos: la anguila y el gimnoto. ...

En la línea 342
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... En la época en que solía pasar algunos ratos en el cementerio leyendo las lápidas sepulcrales de la familia, apenas tenía la suficiente instrucción para poder deletrearlas. A pesar de su sencillo significado, no las entendía muy correctamente, porque leía «Esposa del de arriba» como una referencia complementaria con respecto a la exaltación de mi padre a un mundo mejor; y si alguno de mis difuntos parientes hubiese sido señalado con la indicación de que estaba «abajo», no tengo duda de que habría formado muy mala opinión de aquel miembro de la familia. Tampoco eran muy exactas mis nociones teológicas aprendidas en el catecismo, porque recuerdo perfectamente que el consejo de que debía «andar del mismo modo, durante todos los días de mi vida» me imponía la obligación de atravesar el pueblo, desde nuestra casa, en una dirección determinada, sin desviarme nunca para ir a casa del constructor de carros o hacia el molino. ...

En la línea 342
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... En la época en que solía pasar algunos ratos en el cementerio leyendo las lápidas sepulcrales de la familia, apenas tenía la suficiente instrucción para poder deletrearlas. A pesar de su sencillo significado, no las entendía muy correctamente, porque leía «Esposa del de arriba» como una referencia complementaria con respecto a la exaltación de mi padre a un mundo mejor; y si alguno de mis difuntos parientes hubiese sido señalado con la indicación de que estaba «abajo», no tengo duda de que habría formado muy mala opinión de aquel miembro de la familia. Tampoco eran muy exactas mis nociones teológicas aprendidas en el catecismo, porque recuerdo perfectamente que el consejo de que debía «andar del mismo modo, durante todos los días de mi vida» me imponía la obligación de atravesar el pueblo, desde nuestra casa, en una dirección determinada, sin desviarme nunca para ir a casa del constructor de carros o hacia el molino. ...

En la línea 382
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — Cualesquiera que sean las opiniones de la familia o del mundo acerca de este asunto, vuelvo a asegurarte, Pip - dijo Joe golpeando con la mano la barra de hierro al pronunciar cada palabra -, que… tu… hermana… es… una… mujer… ideal. ...

En la línea 746
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — Ya saben ustedes - dijo Camila - que me vi obligada a mostrarme firme. Dije que, si los niños no llevaban luto riguroso, la familia quedaría deshonrada. Se lo repetí desde la hora del almuerzo hasta la de la cena, y así me estropeé la digestión. Por fin él empezó a hablar con la violencia acostumbrada y, después de proferir algunas palabrotas, me dijo que hiciese lo que me pareciera. ¡Gracias a Dios, siempre será un consuelo para mí el pensar que salí inmediatamente, a pesar de que diluviaba, y compré todo lo necesario! ...

En la línea 114
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Desde entonces, señor, a causa del desgraciado hecho que le acabo de referir, y por efecto de una denuncia procedente de personas malvadas (Daría Frantzevna ha tomado parte activa en ello, pues dice que la hemos engañado), desde entonces, mi hija Sonia Simonovna figura en el registro de la policía y se ha visto obligada a dejarnos. La dueña de la casa, Amalia Feodorovna, no hubiera tolerado su presencia, puesto que ayudaba a Daría Frantzevna en sus manejos. Y en lo que concierne al señor Lebeziatnikof… , pues… sólo le diré que su incidente con Catalina Ivanovna se produjo a causa de Sonia. Al principio no cesaba de perseguir a Sonetchka. Después, de repente, salió a relucir su amor propio herido. «Un hombre de mi condición no puede vivir en la misma casa que una mujer de esa especie.» Catalina Ivanovna salió entonces en defensa de Sonia, y la cosa acabó como usted sabe. Ahora Sonia suele venir a vernos al atardecer y trae algún dinero a Catalina Ivanovna. Tiene alquilada una habitación en casa del sastre Kapernaumof. Este hombre es cojo y tartamudo, y toda su numerosa familia tartamudea… Su mujer es tan tartamuda como él. Toda la familia vive amontonada en una habitación, y la de Sonia está separada de ésta por un tabique… ¡Gente miserable y tartamuda… ! Una mañana me levanto, me pongo mis harapos, levanto los brazos al cielo y voy a visitar a su excelencia Iván Afanassievitch. ¿Conoce usted a su excelencia Iván Afanassievitch? ¿No? Entonces no conoce usted al santo más santo. Es un cirio, un cirio que se funde ante la imagen del Señor… Sus ojos estaban llenos de lágrimas después de escuchar mi relato desde el principio hasta el fin. ...

En la línea 114
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Desde entonces, señor, a causa del desgraciado hecho que le acabo de referir, y por efecto de una denuncia procedente de personas malvadas (Daría Frantzevna ha tomado parte activa en ello, pues dice que la hemos engañado), desde entonces, mi hija Sonia Simonovna figura en el registro de la policía y se ha visto obligada a dejarnos. La dueña de la casa, Amalia Feodorovna, no hubiera tolerado su presencia, puesto que ayudaba a Daría Frantzevna en sus manejos. Y en lo que concierne al señor Lebeziatnikof… , pues… sólo le diré que su incidente con Catalina Ivanovna se produjo a causa de Sonia. Al principio no cesaba de perseguir a Sonetchka. Después, de repente, salió a relucir su amor propio herido. «Un hombre de mi condición no puede vivir en la misma casa que una mujer de esa especie.» Catalina Ivanovna salió entonces en defensa de Sonia, y la cosa acabó como usted sabe. Ahora Sonia suele venir a vernos al atardecer y trae algún dinero a Catalina Ivanovna. Tiene alquilada una habitación en casa del sastre Kapernaumof. Este hombre es cojo y tartamudo, y toda su numerosa familia tartamudea… Su mujer es tan tartamuda como él. Toda la familia vive amontonada en una habitación, y la de Sonia está separada de ésta por un tabique… ¡Gente miserable y tartamuda… ! Una mañana me levanto, me pongo mis harapos, levanto los brazos al cielo y voy a visitar a su excelencia Iván Afanassievitch. ¿Conoce usted a su excelencia Iván Afanassievitch? ¿No? Entonces no conoce usted al santo más santo. Es un cirio, un cirio que se funde ante la imagen del Señor… Sus ojos estaban llenos de lágrimas después de escuchar mi relato desde el principio hasta el fin. ...

En la línea 123
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Marmeladof se detuvo. Intentó sonreír, pero su barbilla empezó a temblar. Sin embargo, logró contenerse. Aquella taberna, aquel rostro de hombre acabado, las cinco noches pasadas en las barcas de heno, aquella botella y, unido a esto, la ternura enfermiza de aquel hombre por su esposa y su familia, tenían perplejo a su interlocutor. Raskolnikof estaba pendiente de sus labios, pero experimentaba una sensación penosa y se arrepentía de haber entrado en aquel lugar. ...

En la línea 213
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... »Y esto fue poco comparado con lo que al fin supimos. Figúrate que Svidrigailof, el muy insensato, sentía desde hacía tiempo por Dunia una pasión que ocultaba bajo su actitud grosera y despectiva. Tal vez estaba avergonzado y atemorizado ante la idea de alimentar, él, un hombre ya maduro, un padre de familia, aquellas esperanzas licenciosas e involuntarias hacia Dunia; tal vez sus groserías y sus sarcasmos no tenían más objeto que ocultar su pasión a los ojos de su familia. Al fin no pudo contenerse y, con toda claridad, le hizo proposiciones deshonestas. Le prometió cuanto puedas imaginarte, incluso abandonar a los suyos y marcharse con ella a una ciudad lejana, o al extranjero si lo prefería. Ya puedes suponer lo que esto significó para tu hermana. Dunia no podía dejar su puesto, no sólo porque no había pagado su deuda, sino por temor a que Marfa Petrovna sospechara la verdad, lo que habría introducido la discordia en la familia. Además, incluso ella habría sufrido las consecuencias del escándalo, pues demostrar la verdad no habría sido cosa fácil. ...

En la línea 57
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —Y dígame —repliqué, preguntándole a mi vez—, ¿el marqués está también al corriente, según creo, de todos estos secretos de familia? ...

En la línea 149
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Además, me he enterado, por casualidad, de una parte de un secreto de familia. El francés sacó efectivamente de apuros al general el año pasado, facilitándole treinta mil rublos para completar la suma que éste debía al Estado, cuando presentó la dimisión de su empleo. Naturalmente, el general se halla a merced suya, pero ahora, sobretodo ahora, es la señorita Blanche la que desempeña el principal papel en todo eso. Estoy seguro de no equivocarme. ...

En la línea 210
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —La capacidad alemana de enriquecerse. Estoy aquí desde hace poco tiempo y, sin embargo, las observaciones que he tenido tiempo de hacer sublevan mi naturaleza tártara. ¡Vaya qué virtudes! Ayer recorrí unos diez kilómetros por las cercanías. Pues bien, es exactamente lo mismo que en los libros de moral, que en esos pequeños libros alemanes ilustrados; todas las casas tienen aquí su papá, su Vater, extraordinariamente virtuoso y honrado. De una honradez tal que uno no se atreve a dirigirse a ellos. Por la noche toda la familia lee obras instructivas. En torno de la casita se oye soplar el viento sobre los olmos y los castaños. El sol poniente dora el tejado donde se posa la cigüeña, espectáculo sumamente poético y conmovedor. Recuerdo que mi difunto padre nos leía por la noche, a mi madre y a mi, libros semejantes, también bajo los tilos de nuestro jardín… Puedo juzgar con conocimiento de causa. Pues bien, aquí cada familia se halla en la servidumbre, ciegamente sometida al Vater. Cuando el Vater ha reunido cierta suma, manifiesta la intención de transmitir a su hijo mayor su oficio o sus tierras. Con esa intención se le niega la dote a una hija que se condena al celibato. El hijo menor se ve obligado a buscar un empleo o a trabajar a destajo y sus ganancias van a engrosar el capital paterno. Sí, esto se practica aquí, estoy bien informado. Todo ello no tiene otro móvil que la honradez, una honradez llevada al último extremo, y el hijo menor se imagina que es por honradez por lo que se le explota. ¿No es esto un ideal, cuando la misma víctima se regocija de ser llevado al sacrificio? ¿Y después?, me preguntaréis. El hijo mayor no es más feliz. Tiene en alguna parte una Amalchen, la elegida de su corazón, pero no puede casarse con ella por hacerle falta una determinada suma de dinero. Ellos también esperan por no faltar a la virtud y van al sacrificio sonriendo. Las mejillas de Amalchen se ajan, la pobre muchacha se marchita. Finalmente, al cabo de veinte años, la fortuna se ha aumentado, los florines han sido honrada y virtuosamente adquiridos. Entonces el Vater bendice la unión de su hijo mayor de cuarenta años con Amalchen, joven muchacha de treinta y cinco años, con el pecho hundido y la nariz colorada… Con esta ocasión vierte lágrimas, predica la moral y exhala acaso el último suspiro. El hijo mayor se convierte a su vez en un virtuoso Vater y vuelta a empezar. Dentro de cincuenta o sesenta años el nieto del primer Vater realizará ya un gran capital y lo transmitirá a su hijo; éste al suyo y después de cinco o seis generaciones, aparece, en fin, el barón de Rothschild en persona, Hope y Compañía o sabe Dios quién… ¿No es ciertamente un espectáculo grandioso? He aquí el coronamiento de uno o dos siglos de trabajo, de perseverancia, de honradez, he aquí a dónde lleva la firmeza de carácter, la economía, la cigüeña sobre el tejado. ¿Qué más podéis pedir? Ya más alto que esto no hay nada, y esos ejemplos de virtud juzgan al mundo entero lanzando el anatema contra aquellos que no los siguen. Pues bien, prefiero más divertirme a la rusa o enriquecerme en la ruleta. No deseo ser Hope y Compañía… al cabo de cinco generaciones. ...

En la línea 210
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —La capacidad alemana de enriquecerse. Estoy aquí desde hace poco tiempo y, sin embargo, las observaciones que he tenido tiempo de hacer sublevan mi naturaleza tártara. ¡Vaya qué virtudes! Ayer recorrí unos diez kilómetros por las cercanías. Pues bien, es exactamente lo mismo que en los libros de moral, que en esos pequeños libros alemanes ilustrados; todas las casas tienen aquí su papá, su Vater, extraordinariamente virtuoso y honrado. De una honradez tal que uno no se atreve a dirigirse a ellos. Por la noche toda la familia lee obras instructivas. En torno de la casita se oye soplar el viento sobre los olmos y los castaños. El sol poniente dora el tejado donde se posa la cigüeña, espectáculo sumamente poético y conmovedor. Recuerdo que mi difunto padre nos leía por la noche, a mi madre y a mi, libros semejantes, también bajo los tilos de nuestro jardín… Puedo juzgar con conocimiento de causa. Pues bien, aquí cada familia se halla en la servidumbre, ciegamente sometida al Vater. Cuando el Vater ha reunido cierta suma, manifiesta la intención de transmitir a su hijo mayor su oficio o sus tierras. Con esa intención se le niega la dote a una hija que se condena al celibato. El hijo menor se ve obligado a buscar un empleo o a trabajar a destajo y sus ganancias van a engrosar el capital paterno. Sí, esto se practica aquí, estoy bien informado. Todo ello no tiene otro móvil que la honradez, una honradez llevada al último extremo, y el hijo menor se imagina que es por honradez por lo que se le explota. ¿No es esto un ideal, cuando la misma víctima se regocija de ser llevado al sacrificio? ¿Y después?, me preguntaréis. El hijo mayor no es más feliz. Tiene en alguna parte una Amalchen, la elegida de su corazón, pero no puede casarse con ella por hacerle falta una determinada suma de dinero. Ellos también esperan por no faltar a la virtud y van al sacrificio sonriendo. Las mejillas de Amalchen se ajan, la pobre muchacha se marchita. Finalmente, al cabo de veinte años, la fortuna se ha aumentado, los florines han sido honrada y virtuosamente adquiridos. Entonces el Vater bendice la unión de su hijo mayor de cuarenta años con Amalchen, joven muchacha de treinta y cinco años, con el pecho hundido y la nariz colorada… Con esta ocasión vierte lágrimas, predica la moral y exhala acaso el último suspiro. El hijo mayor se convierte a su vez en un virtuoso Vater y vuelta a empezar. Dentro de cincuenta o sesenta años el nieto del primer Vater realizará ya un gran capital y lo transmitirá a su hijo; éste al suyo y después de cinco o seis generaciones, aparece, en fin, el barón de Rothschild en persona, Hope y Compañía o sabe Dios quién… ¿No es ciertamente un espectáculo grandioso? He aquí el coronamiento de uno o dos siglos de trabajo, de perseverancia, de honradez, he aquí a dónde lleva la firmeza de carácter, la economía, la cigüeña sobre el tejado. ¿Qué más podéis pedir? Ya más alto que esto no hay nada, y esos ejemplos de virtud juzgan al mundo entero lanzando el anatema contra aquellos que no los siguen. Pues bien, prefiero más divertirme a la rusa o enriquecerme en la ruleta. No deseo ser Hope y Compañía… al cabo de cinco generaciones. ...

En la línea 47
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Para libertar a padres de familia presos por deudas 1000 ...

En la línea 277
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Jean Valjean pertenecía a una humilde familia de Brie. No había aprendido a leer en su infancia; y cuando fue hombre, tomó el oficio de su padre, podador en Faverolles. Su padre se llamaba igualmente Jean Valjean o Vlajean, una contracción probablemente de 'voilà Jean': ahí está Jean. ...

En la línea 278
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Su carácter era pensativo, aunque no triste, propio de las almas afectuosas. Perdió de muy corta edad a su padre y a su madre. Se encontró sin más familia que una hermana mayor que él, viuda y con siete hijos. El marido murió cuando el mayor de los siete hijos tenía ocho años y el menor uno. Jean Valjean acababa de cumplir veinticinco. Reemplazó al padre, y mantuvo a su hermana y los niños. Lo hizo sencillamente, como un deber, y aun con cierta rudeza. ...

En la línea 281
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Aquella familia era un triste grupo que la miseria fue oprimiendo poco a poco. Llegó un invierno muy crudo; Jean no tuvo trabajo. La familia careció de pan. ¡Ni un bocado de pan y siete niños! ...

En la línea 206
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Charles y Hal discutían cada vez que Mercedes les daba la oportunidad. Cada cual creía firmemente que realizaba una parte del trabajo mayor de la que le correspondía y ninguno de los dos dejaba de proclamarlo a la menor ocasión. Ella tomaba partido unas veces por su marido y otras por su hermano. El resultado era una dura e interminable riña familiar. A partir de una disputa sobre cuál de los dos había de cortar la leña para el fuego (un desacuerdo que concernía únicamente a Charles y Hal), acababa involucrando al resto de la familia, padres, madres, tíos, primos, personas que se hallaban a centenares de kilómetros de distancia y, algunas de ellas, incluso muertas. Que las opiniones de Hal sobre arte o sobre la clase de comedias que escribía el hermano de su madre tuvieran algo que ver con la leña que había que cortar, supera el límite de lo comprensible; sin embargo, tan posible era que la discusión tomara ese rumbo como que derivase hacia los prejuicios políticos de Charles. Y que la lengua viperina de la hermana de Charles tuviera algo que ver con la forma de hacer una hoguera en el Yukón sólo resultaba obvio para Mercedes, quien vertía numerosas opiniones sobre el asunto, y de paso sobre algunos rasgos desagradablemente peculiares de la familia de su esposo. Entre tanto, el fuego se quedaba sin encender, el campamento a medio montar y los perros sin comer. ...

En la línea 69
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... Un hombre puede ser visto bajo dos aspectos muy diferentes; un profesor de matemáticas durante su clase no deja ver más que una parte de sí mismo y hasta él olvida, momentáneamente, todo lo que se halla fuera del grupo de sus conocimientos especiales. Pero yo supongo que salido de su clase, es un buen músico. La familia le verá con más frecuencia bajo el aspecto de un violinista. Imaginad ahora que a consecuencia de un accidente cualquiera este hombre pierda todo recuerdo de la música. No queda entonces más que el matemático. Le habláis de su violín y no os comprende. Nunca lo ha tocado. Pero al cabo de algunos días, la memoria del músico reaparece y, en cambio, el grupo de recuerdos matemáticos se ha borrado. Tal es el aspecto -no digo la explicación sino el aspecto-, bajo el cual puede presentarse cierto fenómeno conocido con el nombre de división de la personalidad. ...

En la línea 73
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... El doctor Azam de Burdeos, según creo, ha observado un caso que es ya clásico, en “Félida”, cuyos cambios de personalidad se manifestaron durante largos años. Casi a diario la dominaba una crisis y aparecía otra, persona que ignoraba la romanza que la primera cantaba momentos antes de la crisis y que era incapaz de continuar la labor de costura que traía entre manos. Era indispensable que su familia la pusiese de nuevo al corriente de todo en su nuevo estado. ...

En la línea 593
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Murió años ha. Era vascongado, emigrado carlista, hombre de grande energía, de muchos ánimos: internáronle en Francia, viose pobre y solo, trabajó como se había batido… como un león, hasta llegar a poder establecer una vasta agencia de comercio, enriquecerse, adquirir en París casa propia, y casarse con mi madre, que es de una familia distinguida de Bretaña, legitimista también. No tuvieron más hijo que yo: me adoraron, sin descuidar mi educación ni excederse en mimos y locuras; estudié, vi mundo; dije que quería viajar, y me abrió mi madre su bolsa anchamente; tuve, hombre ya, algún capricho, muchos caprichos, y se cumplieron. He visto los Estados Unidos y el Oriente, sin hablar de Europa; paso los inviernos en París, y los veranos suelo visitar España; mi salud es buena y no soy viejo. Ya ve usted que soy lo que suele la gente denominar… un mimado de la fortuna, un hombre feliz. ...

En la línea 988
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Sólo a un punto iba Lucía sola: a la iglesia de San Luis. Al pronto, el edificio agradó muy poco a la leonesa, habituada a la majestad de su soberbia basílica. San Luis es mezquina rapsodia ojival, ideada por un arquitecto moderno; por dentro la afea estar pintada de charros colorines; en suma, parece una actriz mundana disfrazada de santa. Pero Lucía halló en el templo una Virgen de Lourdes, que la cautivó sobremanera. Campeaba en una gruta de floridos rosales y crisantemos, y sobre su cabeza decía un rótulo: «Soy la inmaculada Concepción.» Poco sabía Lucía de las apariciones de Bernardita la pastora, ni de los prodigios de la sacra montaña; pero con todo eso la imagen la atraía dulcemente con no sé qué voces misteriosas, que vagaban entre el grato aroma de los tiestos de flores y el titilar de los altos y blancos cirios. La imagen, risueña, sonrosada, candorosa, con ropas flotantes y manto azul, llegaba más al alma de Lucía que las rígidas efigies de la catedral de León, cubiertas de rozagante atavío. Yendo una tarde camino de la iglesia, vio pasar un entierro y lo siguió. Era de una doncella, hija de María. Rompía la marcha el bedel, oficialmente grave, vestido de negro, al cuello una cadena de plata; seguían cuatro niñas, con trajes blancos, tiritando de frío, morados los pómulos, pero muy huecas del importante papel de llevar las cintas. Luego los curas, graves y compuestos en su ademán, alzando de tiempo en tiempo sus voces anchas, que se dilataban en la clara atmósfera. Dentro del carro empenachado de blanco y negro, la caja, cubierta de níveo paño, que constelaban flores de azahar, rosas blancas, piñas de lila a granel, oscilantes a cada vaivén de la carroza. Las hijas de María, compañeras de la difunta, iban casi risueñas, remangando sus faldellines de muselina, por no ensuciarlo en el piso lodoso. El comisario civil, de uniforme, encabezaba el duelo; detrás se extendía una reata de mujeres enlutadas, rodeando a la familia, que mostraba el semblante encendido y abotargados los ojos de llorar. Doblaba tristemente la campana de la iglesia, cuando bajaron la caja y la colocaron sobre el catafalco. Lucía penetró en la nave y se arrodilló piadosamente entre los que lloraban a una muerta para ella desconocida. Oyó con delectación melancólica las preces mortuorias, los rezos entonados en plena y pastosa voz por los sacerdotes. Tenían para ella aquellas incógnitas frases latinas un sentido claro: no entendía las palabras; pero harto se le alcanzaba que eran lamentos, amenazas, quejas, y a trechos suspiros de amor muy tiernos y encendidos. Y entonces, como en el parque, volvía a su mente la idea secreta, el deseo de la muerte, y pensaba entre sí que era más dichosa la difunta, acostada en su ataúd cubierto de flores, tranquila, sin ver ni oír las miserias de este pícaro mundo -que rueda, y rueda, y con tanto rodar no trae nunca un día bueno ni una hora de dicha- que ella viva, obligada a sentir, pensar y obrar. ...

En la línea 1060
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Mientras de tal suerte espantaban Perico y Miranda el mal humor, a Pilar se le deshacía el pulmón que le restaba, paulatinamente, como se deshace una tabla roída por la carcoma. No empeoraba, porque ya no podía estar peor, y su vivir, más que vida, era agonía lenta, no muy penosa, amargándola solamente unas crisis de tos que traían a la garganta las flemas del pulmón deshecho, amenazando ahogar a la enferma. Estaba allí la vida como el resto de llama en el pábilo consumido casi: el menor movimiento, un poco de aire, bastan para extinguirlo del todo. Se había determinado la afonía parcial y apenas lograba hablar, y sólo en voz muy queda y sorda, como la que pudiese emitir un tambor rehenchido de algodón en rama. Apoderábanse de ella somnolencias tenaces, largas; modorras profundas, en que todo su organismo, sumido en atonía vaga, remedaba y presentía el descanso final de la tumba. Cerrados los ojos, inmóvil el cuerpo, juntos los pies ya como en el ataúd, quedábase horas y horas sobre la cama, sin dar otra señal de vida que la leve y sibilante respiración. Eran las horas meridianas aquellas en que preferentemente la atacaba el sueño comático, y la enfermera, que nada podía hacer sino dejarla reposar, y a quien abrumaba la espesa atmósfera del cuarto, impregnada de emanaciones de medicinas y de vahos de sudor, átomos de aquel ser humano que se deshacía, salía al balconcillo, bajaba las escaleras que conducían al jardín, y aprovechando la sombra del desmedrado plátano, se pasaba allí las horas muertas cosiendo o haciendo crochet. Su labor y dechado consistía en camisitas microscópicas, baberos no mayores, pañales festoneados pulcramente. En faena tan secreta y dulce íbanse sin sentir las tardes; y alguna que otra vez la aguja se escapaba de los ágiles dedos, y el silencio, el retiro, la serenidad del cielo, el murmurio blando de los magros arbolillos, inducían a la laboriosa costurera a algún contemplativo arrobo. El sol lanzaba al través del follaje dardos de oro sobre la arena de las calles; el frío era seco y benigno a aquellas horas; las tres paredes del hotel y de la casa de Artegui formaban una como natural estufa, recogiendo todo el calor solar y arrojándolo sobre el jardín. La verja, que cerraba el cuadrilátero, caía a la calle de Rívoli, y al través de sus hierros se veían pasar, envueltas en las azules neblinas de la tarde, estrechas berlinas, ligeras victorias, landós que corrían al brioso trote de sus preciados troncos, jinetes que de lejos semejaban marionetas y peones que parecían chinescas sombras. En lontananza brillaba a veces el acero de un estribo, el color de un traje o de una librea, el rápido girar de los barnizados rayos de una rueda. Lucía observaba las diferencias de los caballos. Habíalos normandos, poderosos de anca, fuertes de cuello, lucios de piel, pausados en el manoteo, que arrastraban a un tiempo pujante y suavemente las anchas carretelas; habíalos ingleses, cuellilargos, desgarbados y elegantísimos, que trotaban con la precisión de maravillosos autómatas; árabes, de ojos que echaban fuego, fosas nasales impacientes y dilatadas, cascos bruñidos, seca piel y enjutos riñones; españoles, aunque pocos, de opulenta crin, soberbios pechos, lomos anchos y manos corveteadoras y levantiscas. Al ir cayendo el sol se distinguían los coches a lo lejos por la móvil centella de sus faroles; pero confundidos ya colores y formas, cansábanse los ojos de Lucía en seguirlos, y con renovada melancolía se posaban en el mezquino y ético jardín. A veces turbaba su soledad en él, no viajero ni viajera alguna, que los que vienen a París no suelen pasarse la tarde haciendo labor bajo un plátano, sino el mismísimo Sardiola en persona, que so pretexto de acudir con una regadera de agua a las plantas, de arrancar alguna mala hierba, o de igualar un poco la arena con el rodezno, echaba párrafos largos con su meditabunda compatriota. Ello es que nunca les faltó conversación. Los ojos de Lucía no eran menos incansables en preguntar que solícita en responder la lengua de Sardiola. Jamás se describieron con tal lujo de pormenores cosas en rigor muy insignificantes. Lucía estaba ya al corriente de las rarezas, gustos e ideas especiales de Artegui, conociendo su carácter y los hechos de su vida, que nada ofrecían de particular. Acaso maravillará al lector, que tan enterado anduviese Sardiola de lo concerniente a aquel a quien sólo trató breve tiempo; pero es de advertir que el vasco era de un lugar bien próximo al solar de los Arteguis, y familiar amigo de la vieja ama de leche, única que ahora cuidaba de la casa solitaria. En su endiablado dialecto platicaban largo y tendido los dos, y la pobre mujer no sabía sino contar gracias de su criatura, que oía Sardiola tan embelesado como si él también hubiese ejercido el oficio nada varonil de Engracia. Por tal conducto vino Lucía a saber al dedillo los ápices más menudos del genio y condición de Ignacio; su infancia melancólica y callada siempre, su misántropa juventud, y otras muchas cosas relativas a sus padres, familia y hacienda. ¿Será cierto que a veces se complace el Destino en que por extraña manera, por sendas torturosas, se encuentren dos existencias, y se tropiecen a cada paso e influyan la una en la otra, sin causa ni razón para ello? ¿Será verdad que así como hay hilos de simpatía que los enlazan, hay otro hilo oculto en los hechos, que al fin las aproxima en la esfera material y tangible? ...

En la línea 1086
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... El Padre Arrigoitia y el médico Duhamel, de acuerdo con Miranda, y facultados telegráficamente por la desconsolada familia Gonzalvo, proporcionaron a la muerta cuanto necesitaba ya: mortaja y ataúd. Pilar, vestida de hábito del Carmen, fue extendida en la caja sobre su mismo lecho; encendieron luces, y dejáronla, a la española, en la cámara mortuoria, no acatando la costumbre francesa de convertir en capilla ardiente el portal, exponiendo allí el cadáver para que todo el que pase lo rocíe con una rama de boj que flota en una caldereta de agua bendita. Depósito, exequias y entierro, debían verificarse el día siguiente. ...

En la línea 1271
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Aconteció también que, en esa misma fecha, 23 de noviembre, Picaporte experimentó suma alegría. Recuérdese que se había obstinado en conservar la hora de Londres, en su famoso reloj de familia, teniendo por equivocadas todas las horas de los países que atravesaban. Pues bien, aquel día, sin haber tocado a su reloj, se encontró confon ne con los cronómetros de a bordo. Fácil es comprender el triunfo de Picaporte, que hubiera querido tener delante a Fix para saber lo que diría. ...

En la línea 1411
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Picaporte, que había seguido con emoción los incidentes de esta gimnástica, vino a contemplar al rezagado, a quien cobró vivo interés al saber que se escapaba a consecuencia de una reyerta de familia. ...


El Español es una gran familia

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