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La palabra coche
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la palabra coche

La palabra Coche ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
Amnesia de Amado Nervo
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Julio Verne de La vuelta al mundo en 80 días
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece coche.

Estadisticas de la palabra coche

Coche es una de las palabras más utilizadas del castellano ya que se encuentra en el Top 5000, en el puesto 1225 según la RAE.

Coche tienen una frecuencia media de 74.59 veces en cada libro en castellano

Esta clasificación se basa en la frecuencia de aparición de la coche en 150 obras del castellano contandose 11337 apariciones en total.

Errores Ortográficos típicos con la palabra Coche

Cómo se escribe coche o soshe?
Cómo se escribe coche o coce?

Más información sobre la palabra Coche en internet

Coche en la RAE.
Coche en Word Reference.
Coche en la wikipedia.
Sinonimos de Coche.


la Ortografía es divertida

Algunas Frases de libros en las que aparece coche

La palabra coche puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 921
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Salvatierra y su discípulo, refugiándose en la cuneta, vieron pasar cuatro briosos caballos con borlajes saltones y chillonas ristras de cascabeles tirando de un coche lleno de gente. Cantaban, gritaban, palmoteaban, llenando el camino con su alegría loca, esparciendo el escándalo de la _juerga_ sobre las llanuras muertas que aun parecían más tristes a la luz de la luna. ...

En la línea 2288
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Lo hicieron subir en aquel coche, el exento se col ocó tras él, cerraron la portezuela con llave, y los dos se encontraron en una prisión rodante. ...

En la línea 2289
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... El coche se puso en movimiento, lento como un carromato fúne bre. ...

En la línea 2292
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Había creído que el coche debía detenerse allí. ...

En la línea 2293
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Sin embargo, el coche siguió. ...

En la línea 701
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Por fin se tranquilizó un poco, y después de colocar las maletas en el coche, volvimos a la ciudad, donde aguardaban nuestra llegada a la posada dos excelentes mulas de paso. ...

En la línea 1929
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... «Esos dos son gente muy principal—decía señalando a un caballero y una dama magníficamente ataviados, que se apearon de un coche, y pasaron cogidos del brazo por el puente de madera, seguidos de dos sirvientes—; son el _Infante_ Francisco Paulo y su mujer la _Napolitana_, hermana de nuestra Cristina. ...

En la línea 1970
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Pero yo iré en un coche tirado por seis mulas, con un tesoro, un gran _Schatz_, que hay en la iglesia de Santiago de Compostela. ...

En la línea 3347
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Había en la casa bastante bullicio, producido por la llegada de una familia procedente de La Coruña; venía en un gran coche de viaje, escoltado por cuatro carabineros. ...

En la línea 453
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Venía en el coche, como después se supo, una señora vizcaína, que iba a Sevilla, donde estaba su marido, que pasaba a las Indias con un muy honroso cargo. ...

En la línea 454
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... No venían los frailes con ella, aunque iban el mesmo camino; mas, apenas los divisó don Quijote, cuando dijo a su escudero: -O yo me engaño, o ésta ha de ser la más famosa aventura que se haya visto; porque aquellos bultos negros que allí parecen deben de ser, y son sin duda, algunos encantadores que llevan hurtada alguna princesa en aquel coche, y es menester deshacer este tuerto a todo mi poderío. ...

En la línea 456
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Mire, señor, que aquéllos son frailes de San Benito, y el coche debe de ser de alguna gente pasajera. ...

En la línea 459
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y, diciendo esto, se adelantó y se puso en la mitad del camino por donde los frailes venían, y, en llegando tan cerca que a él le pareció que le podrían oír lo que dijese, en alta voz dijo: -Gente endiablada y descomunal, dejad luego al punto las altas princesas que en ese coche lleváis forzadas; si no, aparejaos a recebir presta muerte, por justo castigo de vuestras malas obras. ...

En la línea 1979
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... —Como todos somos parientes —continuó —de cerca o de lejos, nos tratamos como tales; y ni porque se te acerquen mucho para hablarte, ni porque hagan alusiones picarescas, y siempre llenas de gracia, a la hermosura de tus hombros, a lo torneado de lo poco, poquísimo de pantorrilla que te hayan visto al bajarte del coche; por nada de eso, ni aun por algo más, con tal que no sea mucho, debes asustarte, ni escandalizarte, ni darte por ofendida. ...

En la línea 2094
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Encontraron el coche. ...

En la línea 2265
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... hay que darla —decía con un pie en el estribo y la cabeza dentro del coche —. ...

En la línea 2276
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Y partió el coche. ...

En la línea 397
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Jacinta, que aún tenía poco mundo, se dejaba alucinar por las dotes seductoras de su marido. Y le quería tanto, quizás por aquellas mismas dotes y por otras, que no necesitaba hacer ningún esfuerzo para creer cuanto le decía, si bien creía por fe, que es sentimiento, más que por convicción. Largo rato charlaron, mezclando las discusiones con los cariños discretos (por que en Sevilla entró gente en el coche y no había que pensar en la besadera), y cuando vino la noche sobre España, cuyo radio iban recorriendo, se durmieron allá por Despeñaperros, soñaron con lo mucho que se querían, y despertaron al fin en Alcázar con la idea placentera de llegar pronto a Madrid, de ver a la familia, de contar todas las peripecias del viaje (menos la escenita de la noche aquella) y de repartir los regalos. ...

En la línea 426
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Todos los primeros de mes recibía Barbarita de su esposo mil duretes. D. Baldomero disfrutaba una renta de veinticinco mil pesos, parte de alquileres de sus casas, parte de acciones del Banco de España y lo demás de la participación que conservaba en su antiguo almacén. Daba además a su hijo dos mil duros cada semestre para sus gastos particulares, y en diferentes ocasiones le ofreció un pequeño capital para que emprendiera negocios por sí; pero al chico le iba bien con su dorada indolencia y no quería quebraderos de cabeza. El resto de su renta lo capitalizaba D. Baldomero, bien adquiriendo más acciones cada año, bien amasando para hacerse con una casa más. De aquellos mil duros que la señora cogía cada mes, daba al Delfín dos o tres mil reales, que con esto y lo que del papá recibía estaba como en la gloria; y los diez y siete mil reales restantes eran para el gasto diario de la casa y para los de ambas damas, que allá se las arreglaban muy bien en la distribución, sin que jamás hubiese entre ellas el más ligero pique por un duro de más o de menos. Del gobierno doméstico cuidaban las dos, pero más particularmente la suegra, que mostraba ciertas tendencias al despotismo ilustrado. La nuera tenía el delicado talento de respetar esto, y cuando veía que alguna disposición suya era derogada por la autócrata, mostrábase conforme. Barbarita era administradora general de puertas adentro, y su marido mismo, después que religiosamente le entregaba el dinero, no tenía que pensar en nada de la casa, como no fuese en los viajes de verano. La señora lo pagaba todo, desde el alquiler del coche a la peseta de El Imparcial, sin que necesitara llevar cuentas para tan complicada distribución, ni apuntar cifra alguna. Era tan admirable su tino aritmético, que ni una sola vez pasó más allá de la indecisa raya que tan fácilmente traspasan los ricos; llegaba el fin de mes y siempre había un superávit con el cual ayudaba a ciertas empresas caritativas de que se hablará más adelante. Jacinta gastaba siempre mucho menos de lo que su suegra le daba para menudencias; no era aficionada a estrenar a menudo, ni a enriquecer a las modistas. Los hábitos de economía adquiridos en su niñez estaban tan arraigados que, aunque nunca le faltó dinero, traía a casa una costurera para hacer trabajillos de ropa y arreglos de trajes que otras señoras menos ricas suelen encargar fuera. Y por dicha suya, no tenía que calentarse la cabeza para discurrir el empleo de sus sobrantes, pues allí estaba su hermana Candelaria, que era pobre y se iba cargando de familia. Sus hermanitas solteras también recibían de ella frecuentes dádivas; ya los sombreritos de moda, ya el fichú o la manteleta, y hasta vestidos completos acabados de venir de París. ...

En la línea 434
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... ¿A quién pediría socorro? «Deogracias» gritó llamando al portero. Felizmente, el portero estaba en la esquina de la calle de la Paz hablando con un conductor del coche-correo, y al punto oyó la voz de su señorita. En cuatro trancos se puso a su lado. ...

En la línea 1471
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... El 28 por la mañana, ya de vuelta de misa, entró Barbarita en la alcoba del matrimonio joven a decirles que el día estaba muy bueno, y que el enfermo podía salir bien abrigado. «Os cogéis el coche y vais a dar una vuelta por el Retiro». Jacinta no deseaba otra cosa, ni el Delfín tampoco. Sólo que en vez de ir al Retiro, se personaron en casa de Ramón Villuendas. Hallábase este en el escritorio; pero cuando les vio entrar subió con ellos, deseando presenciar la escena del reconocimiento, que esperaba fuera patética y teatral. Mucho se pasmaron él y Benigna de que Juan viera al pequeñuelo con sosegada indiferencia, sin hacer ninguna demostración de cariño paternal. ...

En la línea 103
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... El vehículo, cuya tarifa por carrera era de veinte francos descendió por Broadway hasta Union Square, siguió luego por la Fourth Avenue hasta su empalme con Bowery Street, se adentró por la Katrin Street y se detuvo en el muelle trigesimocuarto. Allí, el Katrin ferry boat nos trasladó, hombres, caballos y coche, a Brooklyn, el gran anexo de Nueva York, situado en la orilla izquierda del río del Este, y en algunos minutos nos depositó en el muelle en el que el Abraham Lincoln vomitaba torrentes de humo negro por sus dos chimeneas. ...

En la línea 511
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Por un momento, y sintiendo el temor de mi hermana, tuve la idea desesperada de empezar a correr alrededor de la estancia imitando lo mejor que pudiera el coche del señor Pumblechook, pero me sentí tan incapaz de hacerlo, que abandoné mi propósito y me quedé mirando a la señorita Havisham con expresión que ella debió de considerar de testarudez, pues en cuanto hubimos cambiado una mirada me preguntó: ...

En la línea 595
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — Estaba sentada - contesté - en un coche tapizado de terciopelo negro. ...

En la línea 597
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — ¿En un coche tapizado de terciopelo negro? ...

En la línea 598
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — Sí - dije -. Y la señorita Estella, es decir, su sobrina, según creo, le sirvió un pastel y una botella de vino en una bandeja de oro que hizo pasar por la ventanilla del coche. Yo me encaramé en la trasera para comer mi parte, porque me ordenaron que así lo hiciera. ...

En la línea 285
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Señorita ‑volvió a decir el agente, cogiendo el dinero‑: voy a parar un coche y la acompañaré a su casa. ¿Adónde hay que llevarla? ¿Dónde vive? ...

En la línea 648
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... «Si entrara en un portal ‑se decía‑ y me escondiese en la escalera… No, sería una equivocación… ¿Debo tirar el hacha? ¿Y si tomara un coche? ¡Tampoco, tampoco… !» ...

En la línea 923
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Aún estaba apoyado en el pretil, frotándose la espalda, ardiendo de ira, siguiendo con la mirada el coche que se alejaba, cuando notó que alguien le ponía una moneda en la mano. Volvió la cabeza y vio a una vieja cubierta con un gorro y calzada con borceguíes de piel de cabra, acompañada de una joven ‑su hija sin duda‑ que llevaba sombrero y una sombrilla verde. ...

En la línea 1242
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Oye, escúchame con atención. El portero, Koch, Pestriakof, el segundo portero, la mujer del primero, otra mujer que estaba en aquel momento en la portería con la portera, el consejero Krukof, que acababa de bajar de un coche y entraba en la casa con una dama cogida a su brazo; todas estas personas, es decir, ocho, afirman que Nicolás tiró a Mitri al suelo y lo mantuvo debajo de él, golpeándole, mientras Mitri cogía a su camarada por el pelo y le devolvía los golpes con creces. Están ante la puerta y dificultan el paso. Se les insulta desde todas partes, y ellos, como dos chiquillos (éstas son las palabras de los testigos), gritan, disputan, lanzan carcajadas, se hacen guiños y se persiguen por la calle. Como verdaderos chiquillos, ¿comprendes? Ten en cuenta que arriba hay dos cadáveres que todavía conservan calor en el cuerpo; sí, calor; no estaban todavía fríos cuando los encontraron… Supongamos que los autores del crimen son los dos pintores, o que sólo lo ha cometido Nicolás, y que han robado, forzando la cerradura del arca, o simplemente participado en el robo. Ahora, admitido esto, permíteme una pregunta. ¿Se puede concebir la indiferencia, la tranquilidad de espíritu que demuestran esos gritos, esas risas, esa riña infantil en personas que acaban de cometer un crimen y están ante la misma casa en que lo han cometido? ¿Es esta conducta compatible con el hacha, la sangre, la astucia criminal y la prudencia que forzosamente han de acompañar a semejante acto? Cinco o diez minutos después de haber cometido el asesinato (no puede haber transcurrido más tiempo, ya que los cuerpos no se han enfriado todavía), salen del piso, dejando la puerta abierta y, aun sabiendo que sube gente a casa de la vieja, se ponen a juguetear ante la puerta de la casa, en vez de huir a toda prisa, y ríen y llaman la atención de la gente, cosa que confirman ocho testigos… ¡Qué absurdo! ...

En la línea 488
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —¡Ah! ¿También aquí tienen sus horas reglamentadas y andan haciendo ceremonias? ¡Se dan tono! Tienen coche, según me han dicho. Los señores rusos. ¿No es eso? Después de haberse comido su fortuna, huyen al extranjero. ¿Y Praskovia, está con ellos? ...

En la línea 506
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Como si lo hubieran hecho adrede, todos se hallaban reunidos en el gabinete del general. Era mediodía y proyectaban, según parece, una excursión, unos en coche y otros a caballo, y, además, tenían invitados a algunos amigos. ...

En la línea 615
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —¿Por qué no? Los hombres son como gallos y riñen por nada. Pero vosotros sois todos gallinas, a lo que veo, incapaces de defender el honor de vuestra patria. ¡Vamos, llevadme! Potapytch, arréglate para mover el sillón. Dos bastarán. Diles que se me lleve a hombros solamente por la escalera y que por la calle iré en coche. Págales por adelantado, así serán más respetuosos. Permanecerás siempre cerca de mí, y tú, Alexei Ivanovitch, enséñame a ese barón en el paseo, que vea al menos qué clase de tipo es… Y ahora, dime: ¿Dónde se encuentra esa famosa ruleta? Quiero saberlo. ...

En la línea 634
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Paulina y la señorita Blanche, una a cada lado, daban escolta al sillón. La señorita Blanche manifestaba una dulce alegría y a veces bromeaba gentilmente con la abuela, hasta tal punto que ésta acabó por cumplimentarla. Paulina, al otro lado, estaba obligada a contestar en cada momento a las numerosas preguntas de la abuela, tales como: “¿Quién es ése que viene hacia acá?” “¿Quién es aquél que va en coche?” “¿Es grande la ciudad?” “¿Y el jardín?” “¿Cómo se llaman esos árboles?” “¿Qué montañas son aquéllas?” “¡Qué tejado tan ridículo!” ...

En la línea 790
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Al pasar por la plaza vio mucha gente que rodeaba un extraño coche sobre el cual peroraba un hombre vestido de rojo. Era un charlatán, dentista de oficio, que ofrecía al público dentaduras completas, polvos y elixires. Vio a aquella hermosa joven y le dijo: ...

En la línea 229
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... No quise ya dar un paso más, y, desolado, hube de llevarla a nuestro coche que nos aguardaba cerca, y regresé con ella al hotel. ...

En la línea 228
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Al cual no dejó de parecer extraña y desusada cosa -así que, cesando de contemplar las tinieblas, convirtió la vista al interior del departamento- el que aquella mujer, que tan a su sabor dormía, se hubiese metido allí en vez de irse a un reservado de señoras. Y a esta reflexión siguió una idea, que le hizo fruncir el ceño y contrajo sus labios con una sonrisa desdeñosa. No obstante, la segunda mirada que fijó en Lucía le inspiró distintos y más caritativos pensamientos. La luz del reverbero, cuya cortina azul descorrió para mejor examinar a la durmiente, la hería de lleno; pero según el balanceo del tren, oscilaba, y tan pronto, retirándose, la dejaba en sombra, como la hacía surgir, radiante, de la obscuridad. Naturalmente se concentraba la luz en los puntos más salientes y claros de su rostro y cuerpo. La frente, blanca como un jazmín, los rosados pómulos, la redonda barbilla, los labios entreabiertos que daban paso al hálito suave, dejando ver los nacarinos dientes, brillaban al tocarlos la fuerte y cruda claridad; la cabeza la sostenía con un brazo, al modo de las bacantes antiguas, y su mano resaltaba entre las obscuridades del cabello, mientras la otra pendía, en el abandono del sueño, descalza de guante también, luciendo en el dedo meñique la alianza, y un poco hinchadas las venas, porque la postura agolpaba allí la sangre. Cada vez que el cuerpo de Lucía entraba en la zona luminosa, despedían áureo destello los botones de cincelado metal, encendiéndose sobre el paño marrón del levitín, y se entreveía, a trechos de la revuelta falda, orlada de menudo volante a pliegues, algo del encaje de las enaguas, y el primoroso zapato de bronceada piel, con curvo tacón. Desprendíase de toda la persona de aquella niña dormida aroma inexplicable de pureza y frescura, un tufo de honradez que trascendía a leguas. No era la aventurera audaz, no la mariposuela de vuelo bajo que anda buscando una bujía donde quemarse las alas; y el viajero, diciéndose esto a sí mismo, se asombraba de tan confiado sueño, de aquella criatura que descansaba tranquila, sola, expuesta a un galanteo brutal, a todo género de desagradables lances; y se acordaba de una estampa que había visto en magnífica edición de fábulas ilustradas, y que representaba a la Fortuna despertando al niño imprevisor aletargado al borde del pozo. Ocurriósele de pronto una hipótesis: acaso la viajera fuese una miss inglesa o norteamericana, provista de rodrigón y paje con llevar en el bolsillo un revólver de acero de seis tiros. Pero aunque era Lucía fresca y mujerona como una Niobe, tipo muy común entre las señoritas yankees, mostraba tan patente en ciertos pormenores el origen español, que hubo de decirse a sí mismo el que la consideraba: «no tiene pizca de traza de extranjera.» Mirola aun buen rato, como buscando en su aspecto la solución del enigma; hasta que al fin, encogiéndose levemente de hombros, como el que exclamase: «¿Qué me importa a mí, en resumen?», tomó de su maletín un libro y probó a leer; pero se lo impidió el fulgor vacilante que a cada vaivén del coche jugaba a embrollar los caracteres sobre la blanca página. Se arrimó nuevamente entonces el viajero a los helados cristales, y se quedó así, inmóvil, meditabundo. ...

En la línea 229
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... El tren seguía su marcha retemblando, acelerándose y cuneando a veces, deteniéndose un minuto solo en las estaciones, cuyo nombre cantaba la voz gutural y melancólica de los empleados. Después de cada parada volvía, como si hubiese descansado, y con mayores bríos, a manera de corcel que siente el acicate, a devorar el camino. La diferencia de temperatura del exterior al interior del coche, empañaba con un velo de tul gris la superficie del vidrio; y el viajero, cansado quizá de fundirlo con su hálito, se dedicó nuevamente a considerara la dormida, y cediendo a involuntario sentimiento, que a él mismo le parecía ridículo, a medida que transcurrían las horas perezosas de la noche, iba impacientándole más y más, hasta casi sacarle de quicio, la regalada placidez de aquel sueño insolente, y deseaba, a pesar suyo, que la viajera se despertara, siquiera fuese tan sólo por oír algo que orientase su curiosidad. Quizá con tanta impaciencia andaba mezclada buena parte de envidia. ¡Qué apetecible y deleitoso sueño; qué calma bienhechora! Era el suelto descanso de la mocedad, de la doncellez cándida, de la conciencia serena, del temperamento rico y feliz, de la salud. Lejos de descomponerse, de adquirir ese hundimiento cadavérico, esa contracción de las comisuras labiales, esa especie de trastorno general que deja asomar al rostro, no cuidadoso ya de ajustar sus músculos a una expresión artificiosa, los roedores cuidados de la vigilia, brillaba en las facciones de Lucía la paz, que tanto cautiva y enamora en el semblante de los niños dormidos. Con todo, un punto suspiró quedito, estremeciéndose. El frío de la noche penetraba, aun cerrados los cristales, a través de las rendijas. Levantose el viajero, y sin mirar que en la rejilla había un envoltorio de mantas, abrió su propio maletín y sacó un chal escocés, peludo, de finísima lana, que delicadamente extendió sobre los pies y muslos de la dormida. Volviose ésta un poco sin despertar, y su cabeza quedó envuelta en sombra. ...

En la línea 230
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Fuera, los postes del telégrafo parecían una fila de espectros; los árboles sacudían su desmelenada cabeza, agitando ramas semejantes a brazos tendidos con desesperación pidiendo socorro; una casa surgía blanquecina, de tiempo en tiempo, aislada en el paisaje como monstruosa testa de granítica esfinge; todo confundido, vago, sin contornos, flotante y fugaz, a imitación de los torbellinos de humo de la máquina, que envolvían al tren cual envuelve a la presa el aliento de fuego de colérico dragón. Dentro del coche silencio religioso; dijérase que era un recinto encantado. El viajero corrió el transparente azul, cubriendo la lámpara; recostose en una esquina cerrados los ojos, y, estirando las piernas, las apoyó en el asiento fronterizo. Así pasaron estaciones y estaciones. Dormitaba él un poco, y después, asombrado del silencio y largo sopor de Lucía, levantábase, receloso de que la hubiese sobrecogido un síncope. Iba a ella, inclinándose, y otra vez tornaba a su rincón, habiendo percibido el ritmo acompasado del pacífico respirar de la niña. ...

En la línea 292
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... El sol subía y sus rayos comenzaban a travesear en los cristales del coche, y en las frentes de los dos que lo ocupaban, como invitándoles a contemplarse el uno al otro. Midiéronse, en efecto, instintivamente con la vista, procurando que su mutua curiosidad no fuese advertida, de lo cual resultó una escena muda y expresiva, representada por ella con infantil desenfado, y con reserva ceñuda por él. ...

En la línea 782
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Picaporte siguió con actitud compungida a mister Fogg, que había ofrecido su brazo a la joven. Fix esperaba todavía que el ladrón no se decidiera a perder la suma de dos mil libras y que cumpliría sus ocho días de cárcel. Echó, pues, a andar tras de mister Fogg. Tomó éste un coche, en el cual Aouida, Picaporte y él subieron en seguida. Fix corrió detrás del coche, que se detuvo en uno de los muelles. ...

En la línea 782
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Picaporte siguió con actitud compungida a mister Fogg, que había ofrecido su brazo a la joven. Fix esperaba todavía que el ladrón no se decidiera a perder la suma de dos mil libras y que cumpliría sus ocho días de cárcel. Echó, pues, a andar tras de mister Fogg. Tomó éste un coche, en el cual Aouida, Picaporte y él subieron en seguida. Fix corrió detrás del coche, que se detuvo en uno de los muelles. ...

En la línea 829
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... La isla de Singapore no es grande ni de imponente aspecto. Carece de montañas y, por consiguiente, de perfiles, pero en su pequeñez es encantadora. Es un parque cortado por hermosas carreteras. Un bonito coche, tirado por esos elegantes caballos importados de Nueva Zelanda, transportó a mistress Aouida y a Phileas Fogg al centro de unos grupos de palmeras de brillante hoja y de esos árboles que producen el clavo de especia fon nado con el capullo mismo de la flor entreabierta. Allí, los setos de arbustos de pimienta, reemplazaban las cambroneras de las cainpiñas europeas; los saguteros, los grandes helechos con su soberbio follaje, variaban el aspecto de aquella región tropical; los árboles de moscada con sus barnizadas hojas saturaban el aire con penetrantes perfumes. Los monos en tropeles, que ostentaban su viveza y sus muecas, no faltaban en los bosques, ni los tigres en los juncales. A quien se asombre de que en tan pequeña isla no hayan sido destruidos esos terribles carnívoros, les responderemos que vienen de Malaca atravesando el estrecho a nado. ...

En la línea 831
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... A las diez volvían al vapor, después de haber sido seguidos sin sospecharlo por el inspector, que también había tenido que hacer gasto de coche. ...


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