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La palabra abrieron
Cómo se escribe

la palabra abrieron

La palabra Abrieron ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece abrieron.

Estadisticas de la palabra abrieron

Abrieron es una de las 25000 palabras más comunes del castellano según la RAE, en el puesto 7837 según la RAE.

Abrieron aparece de media 10.56 veces en cada libro en castellano.

Esta es una clasificación de la RAE que se basa en la frecuencia de aparición de la abrieron en las obras de referencia de la RAE contandose 1605 apariciones .

Algunas Frases de libros en las que aparece abrieron

La palabra abrieron puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 1145
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Salvatierra hizo callar a la vieja. La moribunda ya no veía: su respiración cavernosa era cada vez más pausada, pero el oído aún conservaba su poder. Era la última resistencia de la sensibilidad ante la muerte; prolongábase mientras el cuerpo iba cayendo en el abismo negro de la inconsciencia. Sólo restaban en ella los últimos y trabajosos estremecimientos de la vida vegetativa. Cesaron lentamente las contorsiones, el hervor del mísero cuerpo: los párpados se abrieron con el escalofrío final, mostrando las pupilas dilatadas con un reflejo vidrioso y mate. ...

En la línea 2164
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Dos guardias se apoderaron del mercero, le hicieron atravesar un patio, le hicieron adentrarse por un corredor en el que había tres centinelas, abrieron una puerta y lo empujaron en una habitación baja, donde por todo mueble no había más que una mesa, una silla y un comisario. ...

En la línea 3408
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Acababan de disponer el lecho y de atrancar la puerta por dentro, cuando llamaron al postigo del patio; preguntaron quién estaba allí, re conocieron la voz de sus criados y abrieron. ...

En la línea 3420
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Cuando abrieron la ventana, se vio al pobre muchacho sin conocimiento, la cabeza hendida por un golpe del mango de un horcón. ...

En la línea 2183
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... La ciudad estaba sobre las armas; tapiáronse varias puertas, se abrieron trincheras, se levantaron reductos; pero estoy convencido de que la ciudad no hubiera resistido seis horas un ataque vigoroso. ...

En la línea 4397
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Después de mucho llamar, nos abrieron en la _posada_, edificio grande y ruinoso. ...

En la línea 6355
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Apenas acabó don Quijote de decir esta razón, cuando con un gran golpe abrieron las puertas del aposento, y del sobresalto del golpe se le cayó a doña Rodríguez la vela de la mano, y quedó la estancia como boca de lobo, como suele decirse. ...

En la línea 1191
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Apenas se abrieron las puertas del Senado, el profesor corrió a sentarse en la primera fila de una tribuna. Sus ojos buscaron a Gurdilo entre los senadores. ¡Simpático personaje! El orador, enjuto, verdoso y de torva mirada, le parecía ahora de una belleza extraordinaria. ...

En la línea 4425
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... La señora de Rubín no se dio cuenta de lo demás… Tenía después una idea incierta de que la mano dura del inglés la había cogido por un brazo, apretándoselo tanto que aún le dolía al día siguiente; de que la sacaron del gabinete, de que le abrieron la puerta y de que se vio bajando la escalera. ...

En la línea 341
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Para esto se había escurrido hacía el niño dormido con la vela tapada con la mano. Cuidadosamente, con cautela, se inclinó sobre él, casi sin respirar, en su reprimida excitación, y de pronto le acercó la luz a la cara y golpeó el suelo con los nudillos junto al oído del niño. Los ojos de éste se abrieron asombrados, y dirigió una mirada perpleja en torno, pero no hizo ningún movimiento especial con sus manos. ...

En la línea 406
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... '¡Ah! pensó–. ¡Qué grande y qué extraño parece! ¡Soy rey!' Nuestros dos amigos se abrieron lentamente camino por entre la muchedumbre que llenaba el puente. Esta construcción, que tenía más de seiscientos años de vida sin haber dejado de ser un lugar bullicioso y muy poblado, era curiosísima, por que una hilera completa de tiendas y almacenes, con habitaciones para familias encima, se extendía a ambos lados y de, una a otra orilla del río. El puente era en sí mismo una especie de ciudad, que tenía sus posadas, cervecerías, panaderías, mercados, industrias manufactureras y hasta su iglesia. Miraba a los dos vecinos que ponía en comunicación –Londres y Southwark–, considerándolos buenos como suburbios, pero por lo demás sin particular importancia. Era una comunidad cerrada, por decirlo así, una ciudad estrecha con una sola calle de un quinto de milla de largo, y su población no era sino la población de una aldea. Todo el mundo en ella conocía íntimamente a sus vecinos, como había tenido antes conocimiento de sus padres y de sus madres, y conocía además todos sus pequeños asuntos familiares. Contaba con una aristocracia, por supuesto, con sus distinguidas y viejas famillas de carniceros, de panaderos y otros por el estilo, que venían ocupando las mismas tiendas desde hacía quinientos o seiscientos años, y sabían la gran historia del puente desde el principio al fin, con todas sus misteriosas leyendas. Eran familias que hablaban siempre en lenguaje del puente, tenían ideas propias del puente, mentían a boca llena y sin titubear, de una manera emanada de su vida en el puente. Era aquella una clase de población que había de ser por fuerza mezquina, ignorante y engreída. Los niños nacían en el puente, eran educados en él, en él llegaban a viejos y, finalmente, en él morían sin haber puesto los pies en otra parte del mundo que no fuera el Puente de Londres. Aquella gente tenía que pensar, por razón natural, que la copiosa e interminable procesión que circulaba por su calle noche y día, con su confusa algarabía de voces y gritos, sus relinchos, sus balidos y su ahogado patear, era la casa más extraordinaria del mundo, y ellos mismos, en cierto modo, los propietarios de todo aquello. Y tales eran, en efecto –o por lo menos como tales podían considerarse desde sus ventanas, y así lo hacían mediante su alquiler–, cada vez que un rey o un héroe que volvía daba ocasión a algunos festejos, porque no había sitio como aquél para poder contemplar sin interrupción las columnas en marcha. ...

En la línea 884
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Las niñas se sobresaltaron de nuevo; abrieron desmesuradamente los ojos y quedáronse sin poder hablar palabra. Al fin, la curiosidad rompió el silencio: ...

En la línea 957
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... El rey se agitó un momento, y el ermitaño acorcóse sin hacer ruido al lado, de su lecho y se arrodilló, inclinándose sobre el cuerpo del niño con el cuchillo levantado. Eduardo volvió a moverse y sus ojos se abrieron un instante, pero dormidos, sin ver nada. Y al momento su respiración acompasada mostró que su sueño volvía a ser profundo. ...

En la línea 1865
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Yo hubiera querido socorrer al capitán, pero el espanto me clavaba al suelo. Miraba despavorido y veía modificarse las fases de la lucha. Derribado por la fuerza inmensa de aquella masa, el capitán cayó al suelo. Las mandíbulas del tiburón se abrieron desmesuradamente como una guillotina, y en ellas hubiera acabado el capitán si, rápido como el rayo, Ned Land, arpón en mano, no hubiera golpeado con él al tiburón. ...

En la línea 2198
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Se abrieron las portillas y vi el mar completamente blanco en torno al Nautilus. Un torbellino de vapores sulfurosos se desarrollaba en medio de las aguas que hervían como si estuvieran en una caldera. Apoyé la mano en uno de los cristales, pero el calor era tan intenso que hube de retirarla. ...

En la línea 2485
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... El capitán Nemo decidió enviar su Nautílus a la más extrema profundidad, a fin de controlar esos sondeos. Yo me dispuse a anotar todos los resultados de su investigación. Se abrieron los paneles del salón y comenzaron las maniobras necesarias para alcanzar esas capas tan prodigiosamente profundas. ...

En la línea 2998
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Por orden suya se desplazó al navío de la capa helada en que se sustentaba, y cuando se halló a flote se le haló hasta situarlo encima del gran foso delimitado según su línea de flotación. Luego, al ir llenándose sus depósitos de agua, descendió hasta encajarse en el alvéolo. Toda la tripulación subió a bordo y se cerró la doble puerta de comunicación. El Nautilus se hallaba así sobre la capa de hielo, que no excedía de un metro de espesor y que las sondas habían agujereado en mil puntos. Se abrieron al máximo las válvulas de los depósitos, y cien metros cúbicos de agua se precipitaron en ellos, aumentando en cien mil kilogramos el peso del Nautilus. ...

En la línea 4040
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Kolia y Lena, aunque no comprendían lo que había sucedido, adivinaban que el acontecimiento era catastrófico. Se habían cogido de los hombros y se miraban en silencio. De pronto, los dos abrieron la boca y empezaron a llorar y a gritar. ...

En la línea 4885
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Raskolnikof estaba amargado, pues no lograba librarse de la penosa impresión que le había causado aquel sueño absurdo. Era ya la segunda semana de pascua. Los días eran tibios, claros, verdaderamente primaverales. Se abrieron las ventanas del hospital, todas enrejadas y bajo las cuales iba y venía un centinela. Durante toda la enfermedad de Rodia, Sonia sólo le había podido ver dos veces, pues se necesitaba para ello una autorización sumamente difícil de obtener. Pero había ido muchos días, sobre todo al atardecer, al patio del hospital para verlo desde lejos, un momento y a través de las rejas. ...


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Más información sobre la palabra Abrieron en internet

Abrieron en la RAE.
Abrieron en Word Reference.
Abrieron en la wikipedia.
Sinonimos de Abrieron.

Errores Ortográficos típicos con la palabra Abrieron

Cómo se escribe abrieron o habrieron?
Cómo se escribe abrieron o abrrierron?
Cómo se escribe abrieron o avrieron?

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