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La palabra bamos
Cómo se escribe

Comó se escribe bamos o vamos?

Las palabras Bamos y Vamos son ambas correctas

Las dos palabras bamos y vamos aparecen en diversos libros de la literatura castellana y por tanto ambas palabras están admitidas en el castellano

Bamos puede ser confundida con vamos ya que es una es una variación en las letras v;b


la Ortografía es divertida

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Sinonimos de Vamos

Sinonimos de bamos

una forma de saber si se escribe vamos o bamos es por su uso en las frases de libros famosos

Algunas Frases de libros en las que aparece vamos

La palabra vamos puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 1189
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --Yo la quería mucho, señó; si deseaba argo bueno era pa partirlo con ella. Mejor aún: pa dárselo too. Y ella, la palomita sin jiel, la rosita de Abril, ¡tan buena siempre conmigo! ¡protegiéndome, como si fuese mi virgensita!... Cuando mi mare se enfadaba porque jasía yo una de las mías, ya estaba Mari-Crú defendiendo a su pobresito José María... ¡Ay, mi prima! ¡Mi santita dulce! ¡Mi sol moreno, con aquellos ojasos que paesían hogueras! ¿Qué no hubiese hecho por ella este pobresito gitano?... Oiga su mersé, señó. Yo he tenío una novia; es desir, yo he tenío muchas, pero ésta era una gachí que no era de nuestra casta; una calé sin familia y con casita propia en Jerez. Una gran proporción, señó, y a más, chalaíta por mí, según ella desía, por el aquel con que yo la cantaba cositas durses. Y cuando ya andábamos en el papeleo pa casarnos, yo le dije: «Gachí, la casa será para la pobresita de mi mare y mi prima Mari-Crú. Ya que tanto han trabajao, hasiendo vida de perras en las gañanías, que vivan bien y a su gusto una temporadilla. Tú y yo somos chavales, somos juertes y podemos dormí en el corral». Y la gachí no quiso y me echó a la caye; y yo no lo sentí, porque me quedaba con mi mare y mi primo, y valen más ellos ¡ay! que toas las jembras del mundo... He tenío las novias a osenas, he estao a punto de casame, me gustan las mositas... pero quiero a Mari-Crú como no quedré en jamás a denguna mujer... ¿Cómo explicar esto a su mersé, que sabe tanto? Yo quiero a la pobresita que va ahí alante, de una manera que no sé cómo decir... ¡vamos! como quiere el cura a la Mae de Dios cuando le ice la misa. Me gustaba mirar sus ojosos y oír su vosesita de oro; pero, ¿tocarle un pelo de la ropa? enjamás se me ocurrió. Era mi virgensita, y como las que están en las iglesias, sólo tenía pa mí la cabesa; la cabesa bonita jecha por los mismos ángeles... ...

En la línea 1357
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --Nos vamos a emborrachar--decía sentenciosamente el capataz.--Esto se cuela sin sentir. Es refresco en la boca y fuego en la tripa. ...

En la línea 1447
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --Pero, vamos a ver--exclamó Fermín con impaciencia.--¿Qué es todo eso? Habla, y cesa de llorar, que pareces una beata en la procesión del Santo Entierro. ¿Qué te pasa con Mariquita?... ...

En la línea 1597
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --Tú, que tanto admiras a Salvatierra, el amigote de tu padre, puedes felicitarte de que no se encuentre en Jerez. Porque si estuviera, esta sería su última hazaña... Pero vamos a ver, Ferminillo, ¿qué te trae por aquí?... ...

En la línea 770
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Vamos, vamos - dijo Porthos-, basta de cumplidos, y pensad que nosotros esperamos nuestro turno. ...

En la línea 804
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -¡Vamos, vamos, tomemos una decisión! -prosiguió Jussac. ...

En la línea 958
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -No os apresuréis, señor, que no se den cuenta de que salimo juntos; comprended que, para lo que vamos a hacer, demasiada gente nos molestaría. ...

En la línea 1687
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -¿Y ahora qué vamos a hacer -preguntó D'Artagnan-y adón de queréis que os conduzca?-Me resulta muy difícil responderos, os lo confieso -dijo la seño raBonacieux-; mi intención era hacer avisar al señor de La Porte por medio de mi marido, a fin de que el señor de La Porte pudiera decir nos precisamente lo que había pasado en el Louvre desde hacía tres días, y si había peligro para mí en presentarme. ...

En la línea 1300
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... ¿Dónde vamos a dormir? —En la cuadra, en el pesebre. ...

En la línea 1367
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... «¿Adónde vamos hoy?—pregunté—.» «A Trujillo.» Cuando el sol salió, tristemente, entre nubes que amenazaban lluvia, nos hallábamos en las inmediaciones de una cadena de montañas que corría a nuestra izquierda, llamada, según me dijo Antonio, _Sierra de San Selvan_. ...

En la línea 1393
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... ¿Qué vamos a hacer ahora?» —En eso no hay gran dificultad. ...

En la línea 1516
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Pero ¿adónde vamos a parar por este camino? Te he preguntado por qué vienes a este país, y me dices que por la gloria de Dios y _Tebleque_. ...

En la línea 549
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Pero dejemos esto para su tiempo, y mira si traes algo en esas alforjas que comamos, porque vamos luego en busca de algún castillo donde alojemos esta noche y hagamos el bálsamo que te he dicho; porque yo te voto a Dios que me va doliendo mucho la oreja. ...

En la línea 867
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Así que, Panza amigo, no me repliques más, sino, como ya te he dicho, levántate lo mejor que pudieres y ponme de la manera que más te agradare encima de tu jumento, y vamos de aquí antes que la noche venga y nos saltee en este despoblado. ...

En la línea 1074
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... -Ahora bien, sea así como vuestra merced dice -respondió Sancho-, vamos ahora de aquí, y procuremos donde alojar esta noche, y quiera Dios que sea en parte donde no haya mantas, ni manteadores, ni fantasmas, ni moros encantados; que si los hay, daré al diablo el hato y el garabato. ...

En la línea 1116
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... -Con facilidad será vuestra merced satisfecho -respondió el licenciado-; y así, sabrá vuestra merced que, aunque denantes dije que yo era licenciado, no soy sino bachiller, y llámome Alonso López; soy natural de Alcobendas; vengo de la ciudad de Baeza con otros once sacerdotes, que son los que huyeron con las hachas; vamos a la ciudad de Segovia acompañando un cuerpo muerto, que va en aquella litera, que es de un caballero que murió en Baeza, donde fue depositado; y ahora, como digo, llevábamos sus huesos a su sepultura, que está en Segovia, de donde es natural. ...

En la línea 219
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... 11 de agosto.- Tengo por compañeros de viaje a Mister Harris, un inglés residente en Patagones, un guía y cinco gauchos que se dirigen al ejército para negocios. Según ya hemos dicho, el Colorado está, a lo sumo, a 80 millas de distancia; pero vamos muy despacio, y llevamos cerca de dos días y medio de camino. El país entero sólo merece el nombre de desierto; no se encuentra agua sino en dos pozos 4 Linneam Transactions, tomo XI, pág. 205. Hay notable analogía entre los lagos de la Patagonia y los de Siberia. ...

En la línea 373
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... 14 de septiembre:- Los soldados pertenecientes a la posta siguiente quieren volverse a ella; y como juntándonos con ellos seremos cinco hombres, todos armados, decido no aguardar a las tropas anunciadas. Mi hospedero, el teniente, hace todos los esfuerzos posibles para retenerme. Ha sido en extremo atento conmigo; no sólo me ha dado de comer, sino que me ha prestado los caballos de su propiedad particular. Por eso, deseo remunerarle de cualquier modo que sea. Pregunto a mi guía si la costumbre me permite hacerlo, y me contesta que no, añadiendo que, además de una negativa, me diría algo por este estilo: «En nuestro país damos carne a nuestros perros; de modo que no vamos a vendérsela a los cristianos». No debe suponerse que el empleo de teniente en un ejército de esa calaña sea la causa de esa negativa a cobrar, no; eso proviene de que en toda la extensión de esas provincias (todos los viajeros pueden afirmarlo) cada uno considera un deber la hospitalidad. Luego de haber galopado unas cuantas leguas seguidas, entramos en una región baja y cenagosa que se extiende hacia el Norte, durante cerca de 80 millas (123 kilómetros), hasta la sierra Tapalguen. En algunas partes, esa comarca consiste en hermosas llanuras húmedas, cubiertas de césped; en otras, en un suelo blando, negro y turboso. Encuéntranse allí muchos lagos muy grandes, pero poco profundos, e inmensos cañaverales. En resumen: ese país se asemeja a las partes más bellas de las ciénagas del Cambridgeshire. Por la noche nos es algo difícil encontrar enmedio de los pantanos un sitio seco donde establecer nuestros campamento. ...

En la línea 697
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... alcanza la tempestad su grado máximo; nuestro horizonte queda reducidísimo por las nubes de espuma que levanta el viento; el mar tiene un aspecto terrible; parece una inmensa llanura movediza cubierta por todas partes de nieve. Mientras que nuestro barco se agita horriblemente, los albatros, con las alas extendidas, parecen gozar del viento. Al mediodía viene una ola inmensa a llenar de agua una de nuestras balleneras, que hay que arrojar al mar en el acto. El pobre Beagle se estremece bajo el choque, y durante unos instantes resiste al gobernalle; pero como valiente barco que es, no tarda en rehacerse y presenta la proa al viento. Si una segunda ola hubiera seguido a la primera, se apodera de nosotros en el instante. Hace veinticuatro días que luchamos por ganar la costa occidental; los hombres están extenuados de cansancio, y desde hace tiempo no tienen ya un traje seco. El capitán Fitz-Roy abandona el proyecto de abordar al oeste rodeando la Tierra del Fuego. Por la tarde vamos a abrigarnos tras el falso Cabo de Hornos y echamos el ancla en un fondeadero de cuarenta y siete brazas; al desarrollarse la cadena sobre el cabrestante deja escapar verdaderas chispas. ¡Cuán deliciosa es una noche tranquila después de tanto tiempo de haber sido juguete de los elementos embravecidos! I5 de enero de 1833.- Echa el Beagle el ancla en la Bahía de Goeree. El capitán Fitz-Roy, resuelto a desembarcar a los fueguenses en el estrecho de Ponsonby, lo cual desean, hace equipar cuatro embarcaciones para conducirles allí por el canal del Beagle. Este canal, descubierto por el capitán Fitz-Roy durante su anterior viaje constituye un carácter notable de la geografía de este país. Puede comparársele al valle de Lochness, en Escocia, con su cadena de lagos y de bahías. El canal del Beagle tiene unas ciento veinte millas de largo por una anchura media, que varía muy poco de unas dos millas. En casi todas su extensión es recto hasta tal punto, que, limitada la vista a cada lado por una línea de montañas, se pierde en lontananza. Este canal atraviesa la parte meridional de la Tierra del Fuego, en dirección de este a oeste; hacia su parte media viene a unírsele formando ángulo recto con él, otro canal irregular llamado el estrecho de Ponsonby; allí es donde residen la tribu y la familia de Jemmy Button. ...

En la línea 1285
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... A la mañana siguiente, después de almorzar, vamos a visitar Punta Huantamó, situada algunas millas más al norte. camino sigue a lo largo de una amplísima playa, en la que, a pesar de tan larga serie de días buenos, rompe la á mar con furia. han dicho que durante las tempestades grandes, los bramidos del mar se oyen de noche en Castro, que se halla a 20 millas marinas de distancia y en país montañoso y de bosque. ...

En la línea 128
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... —Pues chico, no sabes lo que te pescas, porque decía el beneficiao que en la iglesia hay que ser humilde, como si dijéramos, rebajarse con la gente, vamos achantarse, y aguantar una bofetá si a mano viene; y si no, ahí está el Papa, que es. ...

En la línea 539
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... —Señores, vamos a ver el Panteón de los Reyes —murmuró muy quedo el arqueólogo, que iba ya preparando sendos trocitos de su Vetusta Goda y de su Vetusta Cristiana. ...

En la línea 683
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Es decir, no tanto: pero vamos, que la acompañaba y. ...

En la línea 2218
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Pues bien, todo esto lo pagarías tú con la más negra ingratitud, con la ingratitud más criminal, si a la proposición que vamos a hacerte contestaras con una negativa. ...

En la línea 621
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Tal vez se preguntará usted, gentleman, por que razón vuelvo a la capital y me empeño en vivir en ella, estando aquí el terrible Consejo que me persigue. Nuestra vida nunca es rectilínea ni la gobierna la lógica. En el país de los Hombres-Montañas es posible que ocurra lo mismo. Los hombres tenemos un corazón que es a la vez el origen de nuestras desdichas y de nuestras felicidades. No podemos existir sin la mujer, y vamos allá donde ella vive, aunque esto equivalga a marchar al encuentro del peligro. ...

En la línea 801
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El recreo más inmediato será mañana. Usted necesita el aire del campo, dar un paseo digno de sus piernas, y el gobierno me ha autorizado para que le lleve al parque secular, donde nuestros antiguos emperadores se dedicaban a la caza durante sus veraneos. Tres días de viaje echaban aquellos déspotas en sus pesadas carretas para llegar a dicha selva, poblada de toda clase de animales feroces. Ahora, con nuestros vehículos automóviles, vamos en tres horas, y usted, gentleman, tal vez haga el camino en menos tiempo. ...

En la línea 930
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - ¿Cómo vamos a bailar si ha llegado Golbasto, el más acaparador de los poetas?… Toda la reunión será para el. ...

En la línea 1513
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - ¡Deténgase, gentleman! ¿Adónde va?… Le pido perdón por el olvido de que ha sido objeto. Los culpables son esas gentes de la administración del ejército, que, como no están acostumbradas al nuevo servicio, equivocaron mis órdenes. Pero vamos a la playa; deben haber llegado ya doce furgones llenos de víveres. Tiene usted preparada una comida magnífica. ...

En la línea 140
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Y lo que Barbarita no dudaba en calificar de encanallamiento, empezó a manifestarse en el vestido. El Delfín se encajó una capa de esclavina corta con mucho ribete, mucha trencilla y pasamanería. Poníase por las noches el sombrerito pavero, que, a la verdad, le caía muy bien, y se peinaba con los mechones ahuecados sobre las sienes. Un día se presentó en la casa un sastre con facha de sacristán, que era de los que hacen ropa ajustada para toreros, chulos y matachines; pero doña Bárbara no le dejó sacar la cinta de medir, y poco faltó para que el pobre hombre fuera rodando por las escaleras. «¿Es posible—dijo a su niño, sin disimular la ira—, que se te antoje también ponerte esos pantalones ajustados con los cuales las piernas de los hombres parecen zancas de cigüeña?». Y una vez roto el fuego, rompió la señora en acusaciones contra su hijo por aquellas maneras nuevas de hablar y de vestir. Él se reía, buscando medios de eludir la cuestión; pero la inflexible mamá le cortaba la retirada con preguntas contundentes. ¿A dónde iba por las noches? ¿Quiénes eran sus amigos? Respondía él que los de siempre, lo cual no era verdad, pues salvo Villalonga, que salía con él muy puesto también de capita corta y pavero, los antiguos condiscípulos no aportaban ya por la casa. Y Barbarita citaba a Zalamero, a Pez, al chico de Tellería. ¿Cómo no hacer comparaciones? Zalamero, a los veintisiete años, era ya diputado y subsecretario de Gobernación, y se decía que Rivero quería dar a Joaquinito Pez un Gobierno de provincia. Gustavito hacía cada artículo de crítica y cada estudio sobre los Orígenes de tal o cual cosa, que era una bendición, y en tanto él y Villalonga ¿en qué pasaban el tiempo?, ¿en qué?, en adquirir hábitos ordinarios y en tratarse con zánganos de coleta. A mayor abundamiento, en aquella época del 70 se le desarrolló de tal modo al Delfín la afición a los toros, que no perdía corrida, ni dejaba de ir al apartado ningún día y a veces se plantaba en la dehesa. Doña Bárbara vivía en la mayor intranquilidad, y cuando alguien le contaba que había visto a su ídolo en compañía de un individuo del arte del cuerno, se subía a la parra y… «Mira, Juan, creo que tú y yo vamos a perder las amistades. Como me traigas a casa a uno de esos tagarotes de calzón ajustado, chaqueta corta y botita de caña clara, te pego, sí, hago lo que no he hecho nunca, cojo una escoba y ambos salís de aquí pitando»… Estos furores solían concluir con risas, besos, promesas de enmienda y reconciliaciones cariñosas, porque Juanito se pintaba solo para desenojar a su mamá. ...

En la línea 154
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Mejor que este plan era el que se le había ocurrido a la señora. Tenían tomada casa en Plencia para pasar la temporada de verano, fijando la fecha de la marcha para el 8 o el 10 de Julio. Pero Barbarita, con aquella seguridad del talento superior que en un punto inicia y ejecuta las resoluciones salvadoras, se encaró con Juanito, y de buenas a primeras le dijo: «Mañana mismo nos vamos a Plencia». ...

En la línea 216
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Santa Cruz puso mala cara. «¡Pero qué tontín! Si lo quiero saber para reírme, nada más que para reírme. ¿Qué creías tú, que me iba a enfadar?… ¡Ay, qué bobito!… No, es que me hacen gracia tus calaveradas. Tienen un chic. Anoche pensé en ellas, y aun soñé un poquitito con la del huevo crudo y la tía y el mamarracho del tío. No, si no me enojaba; me reía, créelo, me divertía viéndote entre esa aristocracia, hecho un caballero, una persona decente, vamos, con el pelito sobre la oreja. Ahora te voy a anticipar la continuación de la historia. Pues señor… le hiciste el amor por lo fino, y ella lo admitió por lo basto. La sacaste de la casa de su tía y os fuisteis los dos a otro nido, en la Concepción Jerónima». ...

En la línea 222
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —La respuesta fue coger el mantón, y decirme vamos. No podía salir por la Cava. Salimos por la zapatería que se llama Al ramo de azucenas. Lo que te digo; el pueblo es así, sumamente ejecutivo y enemigo de trámites. ...

En la línea 779
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –Veinticinco en números redondos. Los más de ellos están aquí pero los otros se encaminan hacia el este, durante el invierno. Nosotros vamos a ir en su seguimiento cuando amanezca. ...

En la línea 144
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Pues, la verdad, no lo sé. Aunque me figuro que debe de ser ni lo uno ni lo otro; vamos, así, pelicastaña. ...

En la línea 285
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... «Mira, Orfeo –le decía silenciosamente–, tenemos que luchar. ¿Qué me aconsejas que haga? Si te hubiese conocido mi madre… Pero ya verás, ya verás cuando duermas en el regazo de Eugenia, bajo su mano tibia y dulce. Y ahora, ¿qué vamos a hacer, Orfeo?» ...

En la línea 380
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... »Por debajo de esta corriente de nuestra existencia, por dentro de ella, hay otra corriente en sentido contrario; aquí vamos del ayer al mañana, allí se va del mañana al ayer. Se teje y se desteje a un tiempo. Y de vez en cuando nos llegan hálitos, vahos y hasta rumores misteriosos de ese otro mundo, de ese interior de nuestro mundo. Las entrañas de la historia son una contrahistoria, es un proceso inverso al que ella sigue. El río subterráneo va del mar a la fuente. ...

En la línea 416
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –¡Ah, vamos! ...

En la línea 729
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¡Ánimo, capitán! —decía—. ¿Por qué está tan triste, ahora que vamos a nuestra isla? ¡Cualquiera diría que siente alejarse de Labuán! ...

En la línea 1070
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¡Pues vamos adelante! ...

En la línea 1221
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¡Pues vamos a matarlo! ...

En la línea 1316
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¿Y es aquí donde vamos a escondernos? —preguntó—. Caramba, este sitio no me parece muy seguro. ...

En la línea 297
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -¡Ah! -exclamó-. Ese animal es más rápido que el Abraham Lincoln. Pues bien, vamos a ver si es más rápido también que nuestros obuses. ¡Contramaestre, artilleros a la batería de proa! ...

En la línea 987
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Capitán Nemo -le dije-, es un arma perfecta y de fácil manejo. Estoy deseando probarla. Pero ¿cómo vamos a llegar al fondo del mar? ...

En la línea 1165
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -A fe mía, que no sé qué decirle al señor. Cierto es que estamos viendo cosas muy curiosas, y que, desde hace dos meses, no hemos tenido tiempo de aburrirnos. La última maravilla es siempre la mejor, y si esta progresión se mantiene no sé adónde vamos a parar. Me parece a mí que no volveremos a encontrar nunca una ocasión semejante. ...

En la línea 1202
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -¿Y bien, señor? -me preguntó Ned Land, que se había acercado a mí tras la marcha del capitán. -Amigo Ned, que vamos a esperar tranquilamente la marea del día 9, ya que parece que va ser la luna la encargada de ponernos a flote. ...

En la línea 1599
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Ahora - añadió -, vamos a hablar de la señorita Havisham. Ésta, como tal vez sepa usted, fue una niña mimada. Su madre murió cuando ella era aún muy jovencita, y su padre no le negó nunca nada. Éste era un caballero rural de la región de usted y fabricante de cerveza. ...

En la línea 2006
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Como me había acostumbrado ya a mis esperanzas, empecé, insensiblemente, a notar su efecto sobre mí mismo y sobre los que me rodeaban. Me esforzaba en disimularme todo lo posible la influencia de aquéllas en mi propio carácter, pero comprendía perfectamente que no era en manera alguna beneficiosa para mí. Vivía en un estado de crónica inquietud con respecto a mi conducta para con Joe. Tampoco mi conciencia se sentía tranquila con respecto a Biddy: Cuando me despertaba por las noches, como Camilla, solía decirme, con ánimo deprimido, que habría sido mucho más feliz y mejor si nunca hubiese visto el rostro de la señorita Havisham y llegara a la virilidad contento y satisfecho con ser socio de Joe, en la honrada y vieja fragua. Muchas veces, en las veladas, cuando estaba solo y sentado ante el fuego, me decía que, en resumidas cuentas, no había otro fuego como el de la forja y el de la cocina de mi propio hogar. Sin embargo, Estella era de tal modo inseparable de mi intranquilidad mental, que, realmente, yo sentía ciertas dudas acerca de la parte que a mí mismo me correspondía en ello. Es decir, que, suponiendo que yo no tuviera esperanzas y, sin embargo, Estella hubiese ocupado mi mente, yo no habría podido precisar a mi satisfaccion si eso habría sido mejor para mí. No tropezaba con tal dificultad con respecto a la influencia de mi posición sobre otros, y así percibía, aunque tal vez débilmente, que no era beneficioso para nadie y, 130 sobre todo, que no hacía ningun bien a Herbert. Mis hábitos de despilfarro inclinaban a su débil naturaleza a hacer gastos que no podía soportar y corrompían la sencillez de su vida, arrebatándole la paz con ansiedades y pesares. No sentía el menor remordimiento por haber inducido a las otras ramas de la familia Pocket a que practicasen las pobres artes a que se dedicaban, porque todos ellos valían tan poco que, aun cuando yo dejara dormidas tales inclinaciones, cualquiera otra las habría despertado. Pero el caso de Herbert era muy diferente, y muchas veces me apenaba pensar que le había hecho un flaco servicio al recargar sus habitaciones, escasamente amuebladas, con trabajos inapropiados de tapicería y poniendo a su disposición al Vengador del chaleco color canario. Entonces, como medio infalible de salir de un apuro para entrar en otro mayor, empecé a contraer grandes deudas, y en cuanto me aventuré a recorrer este camino, Herbert no tuvo más remedio que seguirme. Por consejo de Startop presentamos nuestra candidatura en un club llamado Los Pinzones de la Enramada. Jamás he sabido cuál era el objeto de tal institución, a no ser que consistiera en que sus socios debían cenar opíparamente una vez cada quince días, pelearse entre sí lo mas posible después de cenar y ser la causa de que se emborrachasen, por lo menos, media docena de camareros. Me consta que estos agradables fines sociales se cumplían de un modo tan invariable que, según Herbert y yo entendimos, a nada más se refería el primer brindis que pronunciaban los socios, y que decía: «Caballeros: ojalá siempre reinen los sentimientos de amistad entre Los Pinzones de 1a Enramada.» Los Pinzones gastaban locamente su dinero (solíamos cenar en un hotel de «Covent Garden»), y el primer Pinzón a quien vi cuando tuve el honor de pertenecer a la «Enramada» fue Bentley Drummle; en aquel tiempo, éste iba dando tumbos por la ciudad en un coche de su propiedad y haciendo enormes estropicios en los postes y en las esquinas de las calles. De vez en cuando salía despedido de su propio carruaje, con la cabeza por delante, para ir a parar entre los caballeros, y en una ocasión le vi caer en la puerta de la «Enramada», aunque sin intención de ello, como si fuese un saco de carbón. Pero al hablar así me anticipo un poco, porque yo no era todavía un Pinzón ni podía serlo, de acuerdo con los sagrados reglamentos de la sociedad, hasta que fuese mayor de edad. Confiando en mis propios recursos, estaba dispuesto a tomar a mi cargo los gastos de Herbert; pero éste era orgulloso y yo no podía hacerle siquiera tal proposición. Por eso el pobre luchaba con toda clase de dificultades y continuaba observando alrededor de él. Cuando, gradualmente, adquirimos la costumbre de acostarnos a altas horas de la noche y de pasar el tiempo con toda suerte de trasnochadores, noté que, al desayuno, Herbert observaba alrededor con mirada llena de desaliento; empezaba a mirar con mayor confianza hacia el mediodía; volvia a desalentarse antes de la cena, aunque después de ésta parecía advertir claramente la posibilidad de realizar un capital; y, hasta la medianoche, estaba seguro de alcanzarlo. Sin embargo, a las dos de la madrugada estaba tan desalentado otra vez, que no hablaba más que de comprarse un rifle y marcharse a América con objeto de obligar a los búfalos a que fuesen ellos los autores de su fortuna. Yo solía pasar en Hammersmith la mitad de la semana, y entonces hacía visitas a Richmond, aunque cada vez más espaciadas. Cuando estaba en Hammersmith, Herbert iba allá con frecuencia, y me parece que en tales ocasiones su padre sentía, a veces, la impresión pasajera de que aún no se había presentado la oportunidad que su hijo esperaba. Pero, entre el desorden que reinaba en la familia, no era muy importante lo que pudiera suceder a Herbert. Mientras tanto, el señor Pocket tenía cada día el cabello más gris y con mayor frecuencia que antes trataba de levantarse a sí mismo por el cabello, para sobreponerse a sus propias perplejidades, en tanto que la señora Pocket echaba la zancadilla a toda la familia con su taburete, leía continuamente su libro acerca de la nobleza, perdía su pañuelo, hablaba de su abuelito y demostraba prácticamente sus ideas acerca de la educación de los hijos, mandándolos a la cama en cuanto se presentaban ante ella. Y como ahora estoy generalizando un período de mi vida con objeto de allanar mi propio camino, no puedo hacer nada mejor que concretar la descripción de nuestras costumbres y modo de vivir en la Posada de Barnard. Gastábamos tanto dinero como podíamos y, en cambio, recibíamos tan poco como la gente podía darnos. Casi siempre estábamos aburridos; nos sentíamos desdichados, y la mayoría de nuestros amigos y conocidos se hallaban en la misma situación. Entre nosotros había alegre ficción de que nos divertíamos constantemente, y tambien la verdad esquelética de que nunca lo lograbamos. Y, según creo, nuestro caso era, en resumidas cuentas, en extremo corriente. Cada mañana, y siempre con nuevo talante, Herbert iba a la City para observar alrededor de él. Con frecuencia, yo le visitaba en aquella habitacion trasera y oscura, donde estaba acompañado por una gran botella de tinta, un perchero para sombreros, un cubo para el carbón, una caja de cordel, un almanaque, un 131 pupitre, un taburete y una regla. Y no recuerdo haberle visto hacer otra cosa sino observar alrededor. Si todos hiciéramos lo que nos proponemos con la misma fidelidad con que Herbert cumplía sus propósitos, viviríamos sin duda alguna en una republica de las virtudes. No tenía nada más que hacer el pobre muchacho, a excepción de que, a determinada hora de la tarde, debía ir al Lloyd, en cumplimiento de la ceremonia de ver a su principal, según imagino. No hacía nunca nada que se relacionara con el Lloyd, según pude percatarme, salvo el regresar a su oficina. Cuando consideraba que su situación era en extremo seria y que, positivamente, debía encontrar una oportunidad, se iba a la Bolsa a la hora de sesion, y allí empezaba a pasear entrando y saliendo, cual si bailase una triste contradanza entre aquellos magnates allí reunidos. - He observado - me dijo un día Herbert al llegar a casa para comer, en una de aquellas ocasiones especiales, - Haendel, que las oportunidades no se presentan a uno, sino que es preciso ir en busca de ellas. Por eso yo he ido a buscarla. Si hubiéramos estado menos unidos, creo que habríamos llegado a odiarnos todas las mañanas con la mayor regularidad. En aquel período de arrepentimiento, yo detestaba nuestras habitaciones más de lo que podría expresar con palabras, y no podía soportar el ver siquiera la librea del Vengador, quien tenía entonces un aspecto más costoso y menos remunerador que en cualquier otro momento de las veinticuatro horas del día. A medida que nos hundíamos más y más en las deudas, los almuerzos eran cada día menos substanciosos, y en una ocasión, a la hora del almuerzo, fuimos amenazados, aunque por carta, con procedimientos legales «bastante relacionados con las joyas», según habría podido decir el periódico de mi país. Y hasta incluso, un día, cogí al Vengador por su cuello azul y lo sacudí levantándolo en vilo, de modo que al estar en el aire parecía un Cupido con botas altas, por presumir o suponer que necesitábamos un panecillo. Ciertos días, bastante inciertos porque dependían de nuestro humor, yo decía a Herbert, como si hubiese hecho un notable descubrimiento: - Mi querido Herbert, llevamos muy mal camino. - Mi querido Haendel - me contestaba Herbert con la mayor sinceridad, - tal vez no me creerás, pero, por extraña coincidencia, estaba a punto de pronunciar esas mismas palabras. - Pues, en tal caso, Herbert - le contestaba yo, - vamos a examinar nuestros asuntos. Nos satisfacía mucho tomar esta resolución. Yo siempre pensé que éste era el modo de tratar los negocios y tal el camino de examinar los nuestros, así como el de agarrar por el cuello a nuestro enemigo. Y me consta que Herbert opinaba igual. Pedíamos algunos platos especiales para comer, con una botella de vino que se salía de lo corriente, a fin de que nuestros cerebros estuviesen reconfortados para tal ocasión y pudiésemos dar en el blanco. Una vez terminada la comida, sacábamos unas cuantas plumas, gran cantidad de tinta y de papel de escribir, así como de papel secante. Nos resultaba muy agradable disponer de una buena cantidad de papel. Yo entonces tomaba una hoja y, en la parte superior y con buena letra, escribía la cabecera: «Memorándum de las deudas de Pip». Añadía luego, cuidadosamente, el nombre de la Posada de Barnard y la fecha. Herbert tomaba tambien una hoja de papel y con las mismas formalidades escribía: «Memorándum de las deudas de Herbert». Cada uno de nosotros consultaba entonces un confuso montón de papeles que tenía al lado y que hasta entonces habían sido desordenadamente guardados en los cajones, desgastados por tanto permanecer en los bolsillos, medio quemados para encender bujias, metidos durante semanas enteras entre el marco y el espejo y estropeados de mil maneras distintas. El chirrido de nuestras plumas al correr sobre el papel nos causaba verdadero contento, de tal manera que a veces me resultaba dificil advertir la necesaria diferencia existente entre aquel proceder absolutamente comercial y el verdadero pago de las deudas. Y con respecto a su carácter meritorio, ambas cosas parecían absolutamente iguales. Después de escribir un rato, yo solía preguntar a Herbert cómo andaba en su trabajo, y mi compañero se rascaba la cabeza con triste ademán al contemplar las cantidades que se iban acumulando ante su vista. - Todo eso ya sube, Haendel - decía entonces Herbert, - a fe mía que ya sube a… - Ten firmeza, Herbert - le replicaba manejando con la mayor asiduidad mi propia pluma. - Mira los hechos cara a cara. Examina bien tus asuntos. Contempla su estado con serenidad. - Así lo haría, Haendel, pero ellos, en cambio, me miran muy confusos. Sin embargo, mis maneras resueltas lograban el objeto propuesto, y Herbert continuaba trabajando. Después de un rato abandonaba nuevamente su tarea con la excusa de que no había anotado la factura de Cobbs, de Lobbs, de Nobbs u otra cualquiera, segun fuese el caso. - Si es así, Herbert, haz un cálculo. Señala una cantidad en cifras redondas y escríbela. 132 - Eres un hombre de recursos - contestaba mi amigo, lleno de admiración. - En realidad, tus facultades comerciales son muy notables. Yo también lo creía así. En tales ocasiones me di a mí mismo la reputación de un magnífico hombre de negocios, rápido, decisivo, enérgico, claro y dotado de la mayor sangre fría. En cuanto había anotado en la lista todas mis responsabilidades, comparaba cada una de las cantidades con la factura correspondiente y le ponía la señal de haberlo hecho. La aprobación que a mí mismo me daba en cuanto comprobaba cada una de las sumas anotadas me producía una sensación voluptuosa. Cuando ya había terminado la comprobación, doblaba uniformemente las facturas, ponía la suma en la parte posterior y con todas ellas formaba un paquetito simétrico. Luego hacía lo mismo en beneficio de Herbert (que con la mayor modestia aseguraba no tener ingenio administrativo), y al terminar experimentaba la sensación de haber aclarado considerablemente sus asuntos. Mis costumbres comerciales tenían otro detalle brillante, que yo llamaba «dejar un margen». Por ejemplo, suponiendo que las deudas de Herbert ascendiesen a ciento sesenta y cuatro libras esterlinas, cuatro chelines y dos peniques, yo decía: «Dejemos un margen y calculemos las deudas en doscientas libras redondas.» O, en caso de que las mías fuesen cuatro veces mayores, también «dejaba un margen» y las calculaba en setecientas libras. Tenía una alta opinion de la sabiduría de dejar aquel margen, pero he de confesar, al recordar aquellos días, que esto nos costaba bastante dinero. Porque inmediatamente contraíamos nuevas deudas por valor del margen calculado, y algunas veces, penetrados de la libertad y de la solvencia que nos atribuía, llegábamos muy pronto a otro margen. Pero había, después de tal examen de nuestros asuntos, unos días de tranquilidad, de sentimientos virtuosos y que me daban, mientras tanto, una admirable opinión de mí mismo. Lisonjeado por mi conducta y por mi método, como asimismo por los cumplidos de Herbert, guardaba el paquetito simétrico de sus facturas y también el de las mías en la mesa que tenia delante, entre nuestra provisión de papel en blanco, y experimentaba casi la sensación de constituir un banco de alguna clase, en vez de ser tan sólo un individuo particular. En tan solemnes ocasiones cerrábamos a piedra y lodo nuestra puerta exterior, a fin de no ser interrumpidos. Una noche hallábame en tan sereno estado, cuando oímos el roce de una carta que acababan de deslizar por la expresada puerta y que luego cayó al suelo. - Es para ti, Haendel - dijo Herbert yendo a buscarla y regresando con ella -. Y espero que no será nada importante. - Esto último era una alusión a la faja de luto que había en el sobre. La carta la firmaba la razón social «Trabb & Co.» y su contenido era muy sencillo. Decía que yo era un distinguido señor y me informaba de que la señora J. Gargery había muerto el lunes último, a las seis y veinte de la tarde, y que se me esperaba para concurrir al entierro el lunes siguiente a las tres de la tarde. ...

En la línea 2049
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Al día siguiente fue llevado al Tribunal de Policía, e inmediatamente habría pasado al Tribunal Superior, a no ser por la necesidad de esperar la llegada de un antiguo oficial del barco-prisión, de donde se escapó una vez, a fin de ser identificado. Nadie dudaba de su identidad, pero Compeyson, que le denunció, era entonces, llevado de una parte a otra por las mareas, ya cadáver, y ocurrió que en aquel momento no había ningún oficial de prisiones en Londres que pudiera aportar el testimonio necesario. Fui a visitar al señor Jaggers a su casa particular, la noche siguiente de mi llegada, con objeto de lograr sus servicios, pero éste no quiso hacer nada en beneficio del preso. No podía hacer otra cosa, porque, según me dijo, en cuanto llegase el testigo, el caso quedaría resuelto en cinco minutos y ningún poder en la tierra era capaz de impedir que se pronunciase una sentencia condenatoria. Comuniqué al señor Jaggers mi propósito de dejarle en la ignorancia acerca del paradero de sus riquezas. El señor Jaggers se encolerizó conmigo por haber dejado que se me deslizase entre las manos el dinero de la cartera, y dijo que podríamos hacer algunas gestiones para ver si se lograba recobrar algo. Pero no me ocultó que, aun cuando en algunos casos la Corona no se apoderaba de todo, creía que el que nos interesaba no era uno de ésos. Lo comprendí muy bien. Yo no estaba emparentado con el reo ni relacionado con él por ningún lazo legal; él, por su parte, no había otorgado ningún documento a mi favor antes de su prisión, y el hacerlo ahora sería completamente inútil. Por consiguiente, no podía reclamar nada, y, así, resolví por fin, y en adelante me atuve a esta resolución, que jamás emprendería la incierta tarea de procurar establecer ninguna de esas relaciones legales. Aparentemente, había razón para suponer que el denunciante ahogado esperaba una recompensa por su acto y que había obtenido datos bastante exactos acerca de los negocios y de los asuntos de Magwitch. Cuando se encontró su cadáver, a muchas millas de distancia de la escena de su muerte, estaba tan horriblemente desfigurado que tan sólo se le pudo reconocer por el contenido de sus bolsillos, en los cuales había una cartera y en ella algunos papeles doblados, todavía legibles. En uno de éstos estaba anotado el nombre de una casa de Banca en Nueva Gales del Sur, en donde existía cierta cantidad de dinero y la designación de determinadas tierras de gran valor. Estos dos datos figuraban también en una lista que Magwitch dio al señor Jaggers mientras estaba en la prisión y que indicaba todas las propiedades que, según suponía, heredaría yo. Al desgraciado le fue útil su propia ignorancia, pues jamás tuvo la menor duda de que mi herencia estaba segura con la ayuda del señor Jaggers. Después de tres días, durante los cuales el acusador público esperó la llegada del testigo que conociera al preso en el buque-prisión, se presentó el oficial y completó la fácil evidencia. Por esto se fijó el juicio para la próxima sesión, que tendría lugar al cabo de un mes. En aquella época oscura de mi vida fue cuando una noche llegó Herbert a casa, algo deprimido, y me dijo: - Mi querido Haendel, temo que muy pronto tendré que abandonarte. Como su socio me había ya preparado para eso, me sorprendí mucho menos de lo que él se figuraba. - Perderíamos una magnífica oportunidad si yo aplazase mi viaje a El Cairo, y por eso temo que tendré que ir, Haendel, precisamente cuando más me necesitas. - Herbert, siempre te necesitaré, porque siempre tendré por ti el mismo afecto; pero mi necesidad no es mayor ahora que en otra ocasión cualquiera. -Estarás muy solo. 215 - No tengo tiempo para pensar en eso – repliqué. - Ya sabes que permanezco a su lado el tiempo que me permiten y que, si pudiese, no me movería de allí en todo el día. Cuando me separo de él, mis pensamientos continúan acompañándole. El mal estado de salud en que se hallaba Magwitch era tan evidente para los dos, que ni siquiera nos sentimos con valor para referirnos a ello. - Mi querido amigo - dijo Herbert, - permite que, a causa de nuestra próxima separación, que está ya muy cerca, me decida a molestarte. ¿Has pensado acerca de tu porvenir? - No; porque me asusta pensar en él. - Pero no puedes dejar de hacerlo. Has de pensar en eso, mi querido Haendel. Y me gustaría mucho que ahora discutiéramos los dos este asunto. -Con mucho gusto - contesté. - En esta nueva sucursal nuestra, Haendel, necesitaremos un… Comprendí que su delicadeza quería evitar la palabra apropiada, y por eso terminé la frase diciendo: - Un empleado. - Eso es, un empleado. Y tengo la esperanza de que no es del todo imposible que, a semejanza de otro empleado a quien conoces, pueda llegar a convertirse en socio. Así, Haendel, mi querido amigo, ¿querrás ir allá conmigo? Abandonó luego su acento cordial, me tendió su honrada mano y habló como podría haberlo hecho un muchacho. - Clara y yo hemos hablado mucho acerca de eso - prosiguió Herbert, - y la pobrecilla me ha rogado esta misma tarde, con lágrimas en los ojos, que te diga que, si quieres vivir con nosotros, cuando estemos allá, se esforzará cuanto pueda en hacerte feliz y para convencer al amigo de su marido que también es amigo suyo. ¡Lo pasaríamos tan bien, Haendel! Le di las gracias de todo corazón, pero le dije que aún no estaba seguro de poder aceptar la bondadosa oferta que me hacía. En primer lugar, estaba demasiado preocupado para poder reflexionar claramente acerca del asunto. En segundo lugar… Sí, en segundo lugar había un vago deseo en mis pensamientos, que ya aparecerá hacia el fin de esta narración. - Te agradecería, Herbert - le dije, - que, si te es posible y ello no ha de perjudicar a tus negocios, dejes este asunto pendiente durante algún tiempo. - Durante todo el que quieras - exclamó Herbert. - Tanto importan tres meses como un año. - No tanto - le dije -. Bastarán dos o tres meses. Herbert parecía estar muy contento cuando nos estrechamos la mano después de ponernos de acuerdo de esta manera, y dijo que ya se sentía con bastante ánimo para decirme que tendría que marcharse hacia el fm de la semana. - ¿Y Clara? - le pregunté. - La pobrecilla - contestó Herbert - cumplirá exactamente sus deberes con respecto a su padre mientras viva. Pero creo que no durará mucho. La señora Whimple me ha confiado que, según su opinión, se está muriendo. - Es muy sensible – repliqué, - pero lo mejor que puede hacer. - Temo tener que darte la razón - añadió Herbert. - Y entonces volveré a buscar a mi querida Clara, y ella y yo nos iremos apaciblemente a la iglesia más próxima. Ten en cuenta que mi amada Clara no desciende de ninguna familia importante, querido Haendel, y que nunca ha leído el Libro rojo ni sabe siquiera quién era su abuelo. ¡Qué dicha para el hijo de mi madre! El sábado de aquella misma semana me despedí de Herbert, que estaba animado de brillantes esperanzas, aunque triste y cariacontecido por verse obligado a dejarme, mientras tomaba su asiento en una de las diligencias que habían de conducirle a un puerto marítimo. Fui a un café inmediato para escribir unas líneas a Clara diciéndole que Herbert se había marchado, mandándole una y otra vez la expresión de su amor. Luego me encaminé a mi solitario hogar, si tal nombre merecía, porque ya no era un hogar para mí, sin contar con que no lo tenía en parte alguna. En la escalera encontré a Wemmick que bajaba después de haber llamado con los puños y sin éxito a la puerta de mi casa. A partir del desastroso resultado de la intentada fuga no le había visto aún, y él fue, con carácter particular y privado, a explicarme los motivos de aquel fracaso. - El difunto Compeyson - dijo Wemmick, - poquito a poco pudo enterarse de todos los asuntos y negocios de Magwitch, y por las conversaciones de algunos de sus amigos que estaban en mala situación, pues siempre hay alguno que se halla en este caso, pude oír lo que le comuniqué. Seguí prestando atento oído, y así me enteré de que se había ausentado, por lo cual creí que sería la mejor ocasión para intentar la 216 fuga. Ahora supongo que esto fue un ardid suyo, porque no hay duda de que era listo y de que se propuso engañar a sus propios instrumentos. Espero, señor Pip, que no me guardará usted mala voluntad. Tenga la seguridad de que con todo mi corazón quise servirle. - Estoy tan seguro de esto como usted mismo, Wemmick, y de todo corazón le doy las gracias por su interés y por su amistad. - Gracias, muchas gracias. Ha sido un asunto malo - dijo Wemmick rascándose la cabeza, - y le aseguro que hace mucho tiempo que no había tenido un disgusto como éste. Y lo que más me apura es la pérdida de tanto dinero. ¡Dios mío! - Pues a mí lo que me apura, Wemmick, es el pobre propietario de ese dinero. - Naturalmente - contestó él. - No es de extrañar que esté usted triste por él y, por mi parte, crea que me gastaría con gusto un billete de cinco libras esterlinas para sacarlo de la situación en que se halla. Pero ahora se me ocurre lo siguiente: el difunto Compeyson estaba enterado de su regreso, y como al mismo tiempo había tomado la firme decisión de hacerlo prender, creo que habría sido imposible que se salvara. En cambio, el dinero podía haberse salvado. Ésta es la diferencia entre el dinero y su propietario. ¿No es verdad? Invité a Wemmick a que volviese a subir la escalera con objeto de tomar un vaso de grog antes de irse a Walworth. Aceptó la invitación, y mientras bebía dijo inesperadamente, pues ninguna relación tenía aquello con lo que habíamos hablado, y eso después de mostrar alguna impaciencia: - ¿Qué le parece a usted de mi intención de no trabajar el lunes, señor Pip? - Supongo que no ha tenido usted un día libre durante los doce meses pasados. - Mejor diría usted durante doce años - replicó Wemmick. - Sí, voy a hacer fiesta. Y, más aún, voy a dar un buen paseo. Y, más todavía, voy a rogarle que me acompañe. Estaba a punto de excusarme, porque temía ser un triste compañero en aquellos momentos, pero Wemmick se anticipó, diciendo: - Ya sé cuáles son sus compromisos, y me consta que no está usted de muy buen humor, señor Pip. Pero si pudiera usted hacerme este favor, se lo agradecería mucho. No se trata de un paseo muy largo, pero sí tendrá lugar en las primeras horas del día. Supongamos que le ocupa a usted, incluyendo el tiempo de desayunarse durante el paseo, desde las ocho de la mañana hasta las doce. ¿No podría arreglarlo de modo que me acompañase? Me había hecho tantos favores en diversas ocasiones, que lo que me pedía era lo menos que podía hacer en su obsequio. Le dije que haría lo necesario para estar libre, y al oírlo mostró tanta satisfacción que, a mi vez, me quedé satisfecho. Por indicación especial suya decidimos que yo iría al castillo a las ocho y media de la mañana del lunes, y, después de convenirlo, nos separamos. Acudí puntualmente a la cita, y el lunes por la mañana tiré del cordón de la campana del castillo, siendo recibido por el mismo Wemmick. Éste me pareció más envarado que de costumbre, y también observé que su sombrero estaba más alisado que de ordinario. Dentro de la casa vi preparados dos vasos de ron con leche y dos bizcochos. Sin duda, el anciano debió de haberse levantado al primer canto de la alondra, porque al mirar hacia su habitación observé que la cama estaba vacía. En cuanto nos hubimos reconfortado con el vaso de ron con leche y los bizcochos y salimos para dar el paseo, me sorprendió mucho ver que Wemmick tomaba una caña de pescar y se la ponía al hombro. - Supongo que no vamos a pescar… - exclamé. - No - contestó Wemmick. - Pero me gusta pasear con una caña. Esto me pareció muy extraño. Sin embargo, nada dije y echamos a andar. Nos dirigimos hacia Camberwell Green, y cuando estuvimos por allí cerca, Wemmick exclamó de pronto: - ¡Caramba! Aquí hay una iglesia. En esto no había nada sorprendente; pero otra vez me quedé admirado al observar que él decía, como si lo animase una brillante idea: - ¡Vamos a entrar! En efecto, entramos, y Wemmick dejó su caña de pescar en el soportal. Luego miró alrededor. Hecho esto, buscó en los bolsillos de su chaqueta y sacó un paquetito, diciendo: - ¡Caramba! Aquí tengo un par de guantes. Voy a ponérmelos. Los guantes eran de cabritilla blanca, y el buzón de su boca se abrió por completo, lo cual me inspiró grandes recelos, que se acentuaron hasta convertirse en una certidumbre, al ver que su anciano padre entraba por una puerta lateral escoltando a una dama. - ¡Caramba! - dijo Wemmick -. Aquí tenemos a la señorita Skiffins. ¡Vamos a casarnos! 217 Aquella discreta damisela iba vestida como de costumbre, a excepción de que en aquel momento se ocupaba en quitarse sus guantes verdes para ponerse otros blancos. El anciano estaba igualmente entretenido en preparar un sacrificio similar ante el altar de Himeneo. El anciano caballero, sin embargo, luchaba con tantas dificultades para ponerse los guantes, que Wemmick creyó necesario obligarle a que se apoyara en una columna, y luego, situándose detrás de ésta, tiró de los guantes, en tanto que, por mi parte, sostenía al anciano por la cintura, con objeto de que ofreciese una resistencia igual por todos lados. Gracias a este ingenioso procedimiento le entraron perfectamente los guantes. Aparecieron entonces el pastor y su acólito, y nos situamos ordenadamente ante aquella baranda fatal. Continuando en su fingimiento de que todo se realizaba sin preparativo de ninguna clase, oí que Wemmick se decía a sí mismo, al sacar algo de su bolsillo, antes de que empezase la ceremonia: - ¡Caramba! ¡Aquí tengo una sortija! Actué como testigo del novio, en tanto que un débil ujier, que llevaba un gorro blanco como el de un niño de corta edad, fingía ser el amigo del alma de la señorita Skiffins. La responsabilidad de entregar a la dama correspondió al anciano, aunque, al mismo tiempo y sin la menor intención, logró escandalizar al pastor. Cuando éste preguntó: «¿Quién entrega a esta mujer para que se case con este hombre?», el anciano caballero, que no sospechaba ni remotamente el punto de la ceremonia a que se había llegado, se quedó mirando afablemente a los Diez Mandamientos. En vista de esto, el clérigo volvió a preguntar: «¿Quién entrega a esta mujer para que se case con este hombre?» Y como el anciano caballero se hallase aún en un estado de inconsciencia absoluta, el novio le gritó con su voz acostumbrada: -Ahora, padre, ya lo sabes. ¿Quién entrega esta mujer? A lo cual el anciano contestó, con la mayor vehemencia, antes de decir que él la entregaba: - Está bien, John; está bien, hijo mío. En cuanto al clérigo, se puso de un humor tan malo e hizo una pausa tan larga, que, por un momento, llegué a temer que la ceremonia no se terminase aquel día. Sin embargo, por fin se llevó a cabo, y en cuanto salimos de la iglesia, Wemmick destapó la pila bautismal, metió los blancos guantes en ella y la volvió a tapar. La señora Wemmick, más cuidadosa del futuro, se metió los guantes blancos en el bolsillo y volvió a ponerse los verdes. - Ahora, señor Pip - dijo Wemmick, triunfante y volviendo a tomar la caña de pescar, - permítame que le pregunte si alguien podría sospechar que ésta es una comitiva nupcial. Habíase encargado el almuerzo en una pequeña y agradable taberna, situada a una milla de distancia más o menos y en una pendiente que había más allá de la iglesia. En la habitación había un tablero de damas, para el caso de que deseáramos distraer nuestras mentes después de la solemnidad. Era muy agradable observar que la señora Wemmick ya no alejaba de sí el brazo de su marido cuando se adaptaba a su cuerpo, sino que permanecía sentada en un sillón de alto respaldo, situado contra la pared, como un violoncello en su estuche, y se prestaba a ser abrazada del mismo modo como pudiera haber sido hecho con tan melodioso instrumento. Tuvimos un excelente almuerzo, y cuando alguien rechazaba algo de lo que había en la mesa, Wemmick decía: - Está ya contratado, ya lo saben ustedes. No tengan reparo alguno. Bebí en honor de la nueva pareja, en honor del anciano y del castillo; saludé a la novia al marcharme, y me hice lo más agradable que me fue posible. Wemmick me acompañó hasta la puerta, y de nuevo le estreché las manos y le deseé toda suerte de felicidades. - Muchas gracias - dijo frotándose las manos. - No puede usted tener idea de lo bien que sabe cuidar las gallinas. Ya le mandaré algunos huevos para que juzgue por sí mismo. Y ahora tenga en cuenta, señor Pip - añadió en voz baja y después de llamarme cuando ya me alejaba, - tenga en cuenta, se lo ruego, que éste es un llamamiento de Walworth y que nada tiene que ver con la oficina. - Ya lo entiendo – contesté, - y que no hay que mencionarlo en Little Britain. Wemmick afirmó con un movimiento de cabeza. - Después de lo que dio usted a entender el otro día, conviene que el señor Jaggers no se entere de nada. Tal vez se figuraría que se me reblandece el cerebro o algo por el estilo. ...

En la línea 604
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑¡Qué le vamos a hacer! ‑exclamó el joven‑. Nos tendremos que ir por donde hemos venido. ¡Y yo que creía que saldría de aquí con dinero! ...

En la línea 725
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... «Si he de morir, ¿qué le vamos a hacer?» ...

En la línea 996
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑¿Que no necesitas dinero? Hermano, eso es una solemne mentira. Sé muy bien que el dinero te hace falta… Le ruego que tenga un poco de paciencia. Esto no es nada… Tiene sueños de grandeza. Estas cosas le ocurren incluso cuando su salud es perfecta. Usted es un hombre de buen sentido. Entre los dos le ayudaremos, es decir, le llevaremos la mano, y firmará. ¡Hala, vamos! ...

En la línea 1060
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑¡Mira que eres testarudo! ¿Acaso temes haber revelado algún secreto? Tranquilízate: no has dicho ni una palabra de tu condesa. Has hablado mucho de un bulldog, de pendientes, de cadenas de reloj, de la isla Krestovsky, de un portero… Nikodim Fomitch e Ilia Petrovitch estaban también con frecuencia en tus labios. Además, parecías muy preocupado por una de tus botas, seriamente preocupado. No cesabas de repetir, gimoteando: «Dádmela; la quiero». El mismo Zamiotof empezó a buscarla por todas partes, y no le importó traerte esa porquería con sus manos, blancas, perfumadas y llenas de sortijas. Cuando recibiste esa asquerosa bota te calmaste. La tuviste en tus manos durante veinticuatro horas. No fue posible quitártela. Todavía debe de estar en el revoltijo de tu ropa de cama. También reclamabas unos bajos de pantalón deshilachados. ¡Y en qué tono tan lastimero los pedías! Había que oírte. Hicimos todo lo posible por averiguar de qué bajos se trataba. Pero no hubo medio de entenderte… Y vamos ya a nuestro asunto. Aquí tienes tus treinta y cinco rublos. Tomo diez, y dentro de un par de horas estaré de vuelta y te explicaré lo que he hecho con ellos. He de pasar por casa de Zosimof. Hace rato que debería haber venido, pues son más de las once… Y tú, Nastenka, no te olvides de subir frecuentemente durante mi ausencia, para ver si quiere agua o alguna otra cosa. El caso es que no le falte nada… A Pachenka ya le daré las instrucciones oportunas al pasar. ...

En la línea 425
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —Es usted un hombre excelente, Mr. Astley —le dije (yo estaba estupefacto: ¿quién se lo habría dicho?) —Como no he tomado todavía café y usted seguramente lo habrá tomado de prisa, vamos al casino. Mientras fumamos un cigarro le contaré el asunto y usted me explicará también… ...

En la línea 518
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —¿Que cómo he venido? ¡Pues que tomé asiento en un vagón y adelante, marchen! ¿Para qué sirve el ferrocarril? Pero todos pensaban: la vieja ha estirado la pata y ¡vamos a heredar! Sé que has telegrafiado muchas veces y me imagino lo que ha debido costarte eso. Creo que aquí es muy caro. Pero yo, ni corta ni perezosa… aquí me tienes… ¿Es éste el famoso francés? ¿El señor Des Grieux, no se llama así? ...

En la línea 829
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —¡Vamos, vamos! ¡Bueno, pon cuatro mil florines al “rojo”! Toma mi cartera. ...

En la línea 853
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —¡Vamos, vamos, no nos detengamos! —gritó la abuela—. ¿Qué queréis?… ¡No puedo perder el tiempo con vosotros ahora! ...

En la línea 1204
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... - ¡Qué felices vamos a ser! Tendremos un jardincito, el señor Magdalena me lo ha prometido. Cosette jugará en el jardín. Ya debe saber las letras; después hará su primera comunión. ...

En la línea 47
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Bueno, bueno. Déjese de eso ya: a lo hecho, pecho. Esto de matrimonios, sólo lo ata y lo desata el de arriba. ¿Y quién sabe si saldrá muy bien, a pesar de todos mis agüeros y mis necedades? Porque ¿quién soy yo sino un cegato, un miope? ¡Bah! Esto es como lo que pasa con el microscopio. Mira usted una gota de agua a simple vista ¡y parece tan clara!, vamos, que dan ganas de bebérsela. Pero aplique usted aquellos lentecicos y… ¡zas, zis!, ya se encuentra usted con los bicharracos y las bacterias que bailan dentro un rigodón… Pues el que anda por allá, encimita de las nubes, también ve cosas que a los bobos de por acá nos parecen tan sencillas… y para él tienen su quid… ¡Bah, bah!, él se encargará de arreglarnos las cosas… nosotros, ni que nos empeñemos. ...

En la línea 69
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -No, pues lo probable es que lleguen… La fortuna es enemiga de los viejos, y nosotros vamos siéndolo ya… Tú estás muy arruinado de algún tiempo a esta parte. Ese pelo… ¿Te acuerdas qué famoso pelazo tenías? Pronto recurriremos ambos al aceite de bellotas, como remedio heroico. ...

En la línea 149
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Mire usted… ¡eso sí que me parece que no! Yo no he pensado despacio en esas cosas, ni sé cómo será el enamorarse; pero se me figura que debe ser así… más de bullanga, y que entrará… vamos, más de prisa y más recio. ...

En la línea 159
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Está visto -pensó el señor Joaquín para su capote-: hierve la olla; a esta chica hay que casarla. Y en voz alta: pues siendo así, niña, creo que no debes hacer un desaire al señor de Miranda. Es todo un señor… y en política, ¡vamos, es mucho olfato el suyo! ¿A ti no te desagrada? ...

En la línea 1104
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... -Pues bien; vamos a tener chubasco. ...

En la línea 1284
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... -Entonces, vamos a hablar. ...

En la línea 1457
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... -¡Me parece -exclamó el coronel Proctor- que no vamos a estar aquí criando raíces en la nieve! ...

En la línea 1774
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... El viento, sin embargo, no arreció todo lo que hubiese podido temerse. No fue uno de esos huracaes que pasan con velocidad de noventa millas por hora. No pasó de una fuerza regular; mas, por desgracia, sopló con obstinación por el Sureste, no permitiendo utilizar el velamen, y eso que, como vamos a verlo, hubiera sido muy conveniente acudir en ayuda del vapor. ...

Para saber como se escribe bamos o vamos puedes comparar la frecuencia de aparición ambas en el castellano.

Estadisticas de la palabra bamos

La palabra bamos no es muy usada pues no es una de las 25000 palabras más comunes del castellano según la RAE

Estadisticas de la palabra vamos

La palabra vamos es una de las palabras más comunes del idioma Español, estando en la posición 557 según la RAE.

Vamos es una palabra muy común y se encuentra en el Top 500 con una frecuencia media de 151.55 veces en cada obra en castellano

El puesto de esta palabra se basa en la frecuencia de aparición de la vamos en 150 obras del castellano contandose 23036 apariciones en total.

Reglas relacionadas con los errores de v;b

Las Reglas Ortográficas de la V

Regla 1 de la V Se escriben con v el presente de indicativo, subjuntivo e imperativo del verbo ir, así como el pretérito perfecto simple y el pretérito imperfecto de subjuntivo de los verbos tener, estar, andar y sus derivados. Por ejemplo: estuviera o estuviese.

Regla 2 de la V Se escriben con v los adjetivos que terminan en -ava, -ave, -avo, -eva, -eve, -evo, -iva, -ivo.

Por ejemplo: octava, grave, bravo, nueva, leve, longevo, cautiva, primitivo.

Regla 3 de la V Detrás de d y de b también se escribe v. Por ejemplo: advertencia, subvención.

Regla 4 de la V Las palabras que empiezan por di- se escriben con v.

Por ejemplo: divertir, división.

Excepciones: dibujo y sus derivados.

Regla 5 de la V Detrás de n se escribe v. Por ejemplo: enviar, invento.

Las Reglas Ortográficas de la B

Regla 1 de la B

Detrás de m se escribe siempre b.

Por ejemplo:

sombrío
temblando
asombroso.

Regla 2 de la B

Se escriben con b las palabras que empiezan con las sílabas bu-, bur- y bus-.

Por ejemplo: bujía, burbuja, busqué.

Regla 3 de la B

Se escribe b a continuación de la sílaba al- de inicio de palabra.

Por ejemplo: albanés, albergar.

Excepciones: Álvaro, alvéolo.

Regla 4 de la B

Las palabras que terminan en -bundo o -bunda y -bilidad se escriben con b.

Por ejemplo: vagabundo, nauseabundo, amabilidad, sociabilidad.

Excepciones: movilidad y civilidad.

Regla 5 de la B

Se escriben con b las terminaciones del pretérito imperfecto de indicativo de los verbos de la primera conjugación y también el pretérito imperfecto de indicativo del verbo ir.

Ejemplos: desplazaban, iba, faltaba, estaba, llegaba, miraba, observaban, levantaba, etc.

Regla 6 de la B

Se escriben con b, en todos sus tiempos, los verbos deber, beber, caber, haber y saber.

Regla 7 de la B

Se escribe con b los verbos acabados en -buir y en -bir. Por ejemplo: contribuir, imbuir, subir, recibir, etc.

Excepciones: hervir, servir y vivir, y sus derivados.


El Español es una gran familia

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Errores Ortográficos típicos con la palabra Vamos

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