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La palabra todoz
Cómo se escribe

Comó se escribe todoz o todos?

Cual es errónea Todos o Todoz?

La palabra correcta es Todos. Sin Embargo Todoz se trata de un error ortográfico.

El Error ortográfico detectado en el termino todoz es que hay un Intercambio de las letras s;z con respecto la palabra correcta la palabra todos

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Reglas relacionadas con los errores de s;z

Las Reglas Ortográficas de la S

Se escribe s al final de las palabras llanas.
Ejemplos: telas, andamos, penas
Excepciones: alférez, cáliz, lápiz

Se escriben con s los vocablos compuestos y derivados de otros que también se escriben con esta letra.
Ejemplos: pesar / pesado, sensible / insensibilidad

Se escribe con s las terminaciones -esa, -isa que signifiquen dignidades u oficios de mujeres.
Ejemplos: princesa, poetisa

Se escriben con s los adjetivos que terminan en -aso, -eso, -oso, -uso.
Ejemplos: escaso, travieso, perezoso, difuso

Se escribe con s las terminaciones -ísimo, -ísima.
Ejemplos: altísimo, grandísima

Se escribe con s la terminación -sión cuando corresponde a una palabra que lleva esa letra, o cuando otra palabra derivada lleva -sor, -sivo, -sible,-eso.
Ejemplos: compresor, compresión, expreso, expresivo, expresión.

Se escribe s en la terminación de algunos adjetivos gentilicios singulares.
Ejemplos: inglés, portugués, francés, danés, irlandés.

Se escriben s con las sílabas iniciales des-, dis-.
Ejemplos: desinterés, discriminación.

Se escribe s en las terminaciones -esto, -esta.
Ejemplos: detesto, orquesta.

Las Reglas Ortográficas de la Z

Se escribe z y no c delante de a, o y u.

Se escriben con z las terminaciones -azo, -aza.

Ejemplos: pedazo, terraza

Se escriben con z los sustantivos derivados que terminan en las voces: -anza, -eza, -ez.

Ejemplos: esperanza, grandeza, honradez

La X y la S


Te vas a reir con las pifia que hemos hemos encontrado cambiando las letras s;z

Algunas Frases de libros en las que aparece todos

La palabra todos puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 11
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Cuando llegó la hora de mi embarco, en plena noche, disfrazado de marinero, dejé en la taberna todos mis objetos de uso personal y el pequeño fajo de hojas escritas por ambas caras. ...

En la línea 18
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Mientras estas buenas gentes recordaban, emocionadas, mi hospedaje en su vivienda, fueron sacando todos los objetos que yo había dejado olvidados. ...

En la línea 48
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... A la traducción francesa siguieron otras y otras en todos los idiomas de Europa. ...

En la línea 65
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... De todos los extremos de la vega llegaban chirridos de ruedas, canciones perezosas interrumpidas por el grito que arrea a las bestias, y, de cuando en cuando, como sonoro trompetazo del amanecer, rasgaba el espacio un furioso rebuzno del cuadrúpedo paria, como protesta del rudo trabajo que pesaba sobre él apenas nacido el día. ...

En la línea 18
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... ¡Oh, la desigualdad! Salvatierra se enardecía, abandonaba su flema bondadosa al pensar en las injusticias sociales. Centenares de miles de seres morían de hambre todos los años. La sociedad fingía no saberlo, porque no caían de repente en medio de las calles como perros abandonados; pero morían en los hospitales, en sus tugurios, víctimas en apariencia de diversas enfermedades; pero en el fondo, ¡hambre! ¡todo hambre!... ¡Y pensar que en el mundo había reservas de vida para todos! ¡Maldita organización que tales crímenes consentía!... ...

En la línea 34
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Conocía de antiguo a todos sus compañeros de oficina, su ductilidad ante el carácter imperioso de don Pablo Dupont, el jefe de la casa. Él era el único empleado que se permitía cierta independencia, sin duda por el afecto que la familia del jefe profesaba a la suya. Dos empleados extranjeros, uno francés y otro sueco, eran tolerados como necesarios para la correspondencia extranjera; pero don Pablo les mostraba cierto despego, al uno por su falta de religiosidad y al otro por ser luterano. ...

En la línea 42
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Fermín pasó frente a la puerta de lo que llamaban el _Tabernáculo_, un pabellón ovalado, con montera de cristales, inmediato al cuerpo de edificio donde estaban el escritorio y la oficina de expedición. El _Tabernáculo_ contenía lo más selecto de la casa. Una fila de toneles derechos ostentaba en sus panzas de roble los títulos de los famosos vinos que sólo se dedicaban al embotellado; líquidos que brillaban con todos los tonos del oro, desde el resplandor rojizo del rayo de sol al reflejo pálido y aterciopelado de las joyas antiguas: caldos de suave fuego que, aprisionados en cárceles de cristal, iban a derramarse en el ambiente brumoso de Inglaterra o bajo el cielo noruego de boreales esplendores. En el fondo del pabellón, frente a la puerta, estaban los colosos de esta asamblea silenciosa e inmóvil; los _Doce Apóstoles_, barricas enormes de roble tallado y lustroso como si fuesen muebles de lujo; y, presidiéndolos, el _Cristo_, un tonel con tiras de roble esculpidas en forma de racimos y pámpanos, como un bajo-relieve báquico de un artista ateniense. En su panza dormía una oleada de vino; treinta y tres botas, según constaba en los registros de la casa, y el gigante, en su inmovilidad, parecía orgulloso de su sangre, que bastaba para hacer perder la razón a todo un pueblo. ...

En la línea 46
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Montenegro, pasando por los tortuosos senderos que formaban las filas de toneles, llegó a la bodega de los _Gigantes_, el gran depósito de la casa; el almacén inmenso de los caldos antes de adquirir éstos forma y nombre, el Limbo de los vinos, donde se agitaban sus espíritus en la vaguedad de lo indeterminado. Hasta la alta techumbre llegaban los conos pintados de rojo con aros negros; torreones de madera semejantes a las antiguas torres de asedio; gigantes que daban su nombre al departamento y contenían cada uno en sus entrañas más de setenta mil litros. Bombas movidas a vapor trasegaban los líquidos, mezclándolos. Las mangas de goma iban de uno a otro gigante como tentáculos absorbentes que chupaban la esencia de su vida. El estallido de una de estas torres podía inundar de pronto con mortal oleada todo el almacén, ahogando a los hombres que conversaban al pie de los conos. Saludaron los trabajadores a Montenegro, y éste, por una puerta lateral de la bodega de los _Gigantes_, pasó a la llamada «de Embarque», donde estaban los vinos sin marca para la imitación de todos los tipos. ...

En la línea 11
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Según la mayoría de la población, la gente se moría porque no había más remedio que morirse, y porque no todos habían de quedar para antecristos; pero lo mismo sucedía en todas partes, sólo que «ojos que no ven, corazón que no siente»; y como allí casi todos eran parientes más o menos lejanos, y mejor o peor avenidos. ...

En la línea 13
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... —¡Claro! —gritaba cualquier vecino—, aquí la entrega uno, y todos le conocemos, todos lo sentimos, y por eso se abultan tanto las cosas; en Madrid mueren cuarenta. ...

En la línea 13
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... —¡Claro! —gritaba cualquier vecino—, aquí la entrega uno, y todos le conocemos, todos lo sentimos, y por eso se abultan tanto las cosas; en Madrid mueren cuarenta. ...

En la línea 19
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Cierto, era por culpa de la revolución, pero, ¿por qué? Porque con ella había venido la libertad de enseñanza, y con la libertad de enseñanza el prurito de dar carrera a todos los muchachos del pueblo y hacerlos médicos de prisa y corriendo y a granel. ...

En la línea 55
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Y pese a los edictos, las ordenanzas y los arrestos, vedle capitán de los mosqueteros, es decir, jefe de una legión de Césares a quien el rey hace mucho caso y a quien el señor cardenal teme, precisamente él que, como todos saben, no teme a nada. ...

En la línea 198
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... ¡Mi carta de recomendación, por todos los diablos, a os ensarto a todos como a hortelanos !Desgraciadamente, una circunstancia se oponía a que el joven c um pliera su amenaza; y es que, como ya lo hemos dicho, su espada se había roto en dos trozos durante la primera refriega, cosa que él había olvidado por completo. ...

En la línea 198
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... ¡Mi carta de recomendación, por todos los diablos, a os ensarto a todos como a hortelanos !Desgraciadamente, una circunstancia se oponía a que el joven c um pliera su amenaza; y es que, como ya lo hemos dicho, su espada se había roto en dos trozos durante la primera refriega, cosa que él había olvidado por completo. ...

En la línea 216
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Un rayo de luz alcanzó de pronto la mente del hostelero, que se daba a todos los diablos al no encontrar nada. ...

En la línea 6
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Mas no habiendo tomado la pluma para entrar en tal cuestion, me separo de ella, y paso á mi intento, que no es otro que dar en una pequeña memoria razonada, alguna idea y noticia de lo que son nuestras Islas Filipinas, con el laudable objeto de que en mi memoria y gratos recuerdos de aquellas Islas, vean sus habitantes todos mi gratitud y deseos de contribuir á su prosperidad, por la que me interesaré siempre mas de lo que puedo encarecer. ...

En la línea 7
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Como una prueba la mas esplícita de lo dicho, recordaré al Gobierno, á los españoles todos, en nombre de mis amigos de Ultramar, que la constante y acrisolada lealtad de las Islas Filipinas, no desmentida hasta hoy en manera alguna, sin embargo de las diversas y terribles oscilaciones políticas porque ha pasado la Península en lo que llevamos del presente siglo, es acreedora á toda la consideracion del ilustrado Gobierno que hoy rije los destinos de la patria, y á la atencion de los Cuerpos colejisladores, para que cuando sea llegado el caso de entrar en la discusion de las leyes especiales porque deben gobernarse aquellas provincias, prevaleciendo solo los deseos de hacerlas felices, de mejorar su suerte y condicion, se llegue al término deseado, y se las facilite el desarrollo de su prosperidad por los medios mas breves y sencillos. ...

En la línea 11
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Conviene sin embargo advertir, que algunos de los medios empleados en su conquista, fomento y conservacion, y alguna de las sucesivas variaciones hechas, podrán siempre ser de utilidad; y que partiendo las reformas de tales principios, y respetando sus usos y costumbres en cuanto no se opongan á aquellas, producirán todos los efectos que se desean. ...

En la línea 15
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Ultimamente, espero que cuando llegue á manos de mis amigos de Filipinas este pequeño tributo de mi gratitud, que les dedico, vean únicamente en él mis votos dirijidos por la felicidad de aquellas provincias, y que en todo cuanto de ellas pueda escribir, no hay mas ambicion que al paso de dar una idea de su importancia y mérito, promover las útiles reformas que demandan la conservacion de su tranquilidad, el alivio de sus gravámenes, y mejorar su estado y condicion, proporcionando por tan honrosos medios la prosperidad de todos sus habitantes, cual la apetece para todos mas de lo que puede encarecer Luis Prudencio Alvarez. ...

En la línea 87
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Desde la invención de la imprenta, hasta 1820, no se había impreso en España ninguna traducción de la Biblia descargada de comentarios y notas, y que fuese, por tanto, de tamaño manual y de precio reducido, accesible a todos. ...

En la línea 175
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... No es muy honroso para nuestra curiosidad que hayan transcurrido cerca de ochenta años desde que vió la luz, sin ponerlo hasta hoy, traducido, al alcance de todos. ...

En la línea 182
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Los tres se enlazan en un conjunto armónico; la propaganda evangélica es el propósito deliberado de que remotamente trae origen el libro, y constituye su armazón interior; todas las idas y venidas de Don Jorge, todos sus pensamientos, van encauzados a la divulgación de la palabra divina; los hombres y las tierras de España, materia de su explicencia, constituyen, no sólo una decoración de fondo, asombrosa por el relieve y color, sino el ambiente en que se mueve y respira un personaje extraordinario, algo distinto de Borrow, pero que es Borrow mismo despojado de toda vulgaridad y flaqueza, elevado a la categoría de un semidiós. ...

En la línea 192
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... «El principal estudio de Borrow fué él mismo, y en todos sus mejores libros, él es el asunto principal y el objeto principal». ...

En la línea 24
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... -Porque, ¿cómo queréis vos que no me tenga confuso el qué dirá el antiguo legislador que llaman vulgo cuando vea que, al cabo de tantos años como ha que duermo en el silencio del olvido, salgo ahora, con todos mis años a cuestas, con una leyenda seca como un esparto, ajena de invención, menguada de estilo, pobre de concetos y falta de toda erudición y doctrina; sin acotaciones en las márgenes y sin anotaciones en el fin del libro, como veo que están otros libros, aunque sean fabulosos y profanos, tan llenos de sentencias de Aristóteles, de Platón y de toda la caterva de filósofos, que admiran a los leyentes y tienen a sus autores por hombres leídos, eruditos y elocuentes? ¡Pues qué, cuando citan la Divina Escritura! No dirán sino que son unos santos Tomases y otros doctores de la Iglesia; guardando en esto un decoro tan ingenioso, que en un renglón han pintado un enamorado destraído y en otro hacen un sermoncico cristiano, que es un contento y un regalo oílle o leelle. ...

En la línea 25
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... De todo esto ha de carecer mi libro, porque ni tengo qué acotar en el margen, ni qué anotar en el fin, ni menos sé qué autores sigo en él, para ponerlos al principio, como hacen todos, por las letras del A.B.C., comenzando en Aristóteles y acabando en Xenofonte y en Zoílo o Zeuxis, aunque fue maldiciente el uno y pintor el otro. ...

En la línea 48
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... El remedio que esto tiene es muy fácil, porque no habéis de hacer otra cosa que buscar un libro que los acote todos, desde la A hasta la Z, como vos decís. ...

En la línea 49
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Pues ese mismo abecedario pondréis vos en vuestro libro; que, puesto que a la clara se vea la mentira, por la poca necesidad que vos teníades de aprovecharos dellos, no importa nada; y quizá alguno habrá tan simple, que crea que de todos os habéis aprovechado en la simple y sencilla historia vuestra; y, cuando no sirva de otra cosa, por lo menos servirá aquel largo catálogo de autores a dar de improviso autoridad al libro. ...

En la línea 21
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Volvemos a la venta, para comer. Una grandísima muchedumbre de hombres, mujeres y niños, todos más negros que la pez, se congrega para examinarnos. Nuestro guía y nuestro intérprete, regocijados compañeros, rompen a reír a cada uno de nuestros ademanes, a cada palabra nuestra. Antes de abandonar el pueblo, visitamos la catedral, que no nos parece tan rica como iglesia, pero que se enorgullece de la posesión de un pequeño órgano de sonidos nada armoniosos. Damos algunos chelines al sacerdote negro; y el español, haciéndole carantoñas, dice con mucha candidez que piensa que el color de la piel tiene poca importancia. Regresamos entonces a Porto-Praya tan deprisa como nuestros caballos pueden llevarnos. ...

En la línea 34
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Este pulpo manifiesta su facultad de cambiar de colores lo mismo cuando nada que mientras está quieto en el fondo del agua. Uno de estos animales que parecía darse perfectamente cuenta de que le estaba yo vigilando, me divertía mucho empleando todos los medios posibles para librarse de mis miradas. Permanecía inmóvil durante algún tiempo y después avanzaba furtivamente el espacio de una o dos pulgadas, como hace el gato que trata de acercarse a un ratón; algunas veces cambiaba de color; avanzó así hasta que habiendo llegado a una parte del charco donde el agua era más profunda, se lanzó envolviéndose en una nube de tinta para ocultar el agujero donde se había refugiado. ...

En la línea 42
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Las Peñas de San Pablo, vistas desde cierta distancia, son de una blancura deslumbradora. Este color se debe, en parte, 'a los excrementos de una inmensa multitud de aves marinas, y en parte, a un revestimiento formado por una sustancia dura, reluciente, con brillo de nácar, que se adhiere con fuerza a la superficie de las rocas. Si se examina con una lente de aumento, se ve que este revestimiento consiste en capas numerosas y en extremo delgadas, ascendiendo su espesor total a una décima de pulgada. Esta sustancia contiene materias animales en gran cantidad, y su formación se debe sin duda ninguna a la acción de la lluvia y de la espuma del mar. He hallado en la Ascensión y en las pequeñas islas Abrolhos, sobre algunas masas de guano pequeñas, ciertos cuerpos en forma de ramos que evidentemente están constituidos de la misma manera que el revestimiento blanco de esas rocas. Estos cuerpos ramificados se asemejan de un modo tan perfecto a ciertas nulíporas (plantas marinas calcáreas muy duras), que, últimamente, al examinar mi colección un poco deprisa, no advertí la diferencia. La extremidad globular de las ramas tiene la misma conformación que el nácar o que el esmalte de los dientes; pero es bastante dura para rayar el vidrio. Quizá no esté fuera de propósito el mencionar aquí que una parte de la costa de la Ascensión donde se encuentran inmensos montones de arena con conchas, el agua del mar deposita en las rocas expuestas a la acción de la' marea una incrustación parecida a ciertas plantas criptógamas (Marchantia), que se notan a menudo en las paredes húmedas; la superficie de las hojas está admirablemente pulimentada; las partes expuestas de lleno a la luz son de un color negro, pero las que se encuentran debajo de un reborde de la roca permanecen, grises. He enseñado a varios geólogos algunas muestras de esas incrustaciones ¡y todos creyeron que son de origen volcánico o ígneo! La dureza y la diafanidad de esas incrustaciones, su pulimento tan perfecto como el de las conchas más bonitas, el olor que exhalan y la pérdida de color que sufren cuando se hace actuar sobre ellas el soplete: todo prueba su íntima analogía con las conchas de los moluscos marinos vivos. ...

En la línea 44
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Cuando recordamos que la cal, en forma de fosfato o de carbonato, entra en la composición de las partes duras, como los huesos y las conchas de todos los animales vivientes, es de sumo interés, desde el punto de vista fisiológico, hallar sustancias más duras que el esmalte dentario y superficies coloreadas tan lisas como las de una concha, con la misma forma que algunas de las producciones vegetales más ínfimas, reconstituidas con materias orgánicas muertas por medios inorgánicos3. ...

En la línea 29
del libro Blancanieves
del afamado autor Jacob y Wilhelm Grimm
... Había una mesita pequeña con un mantel blanco y sobre él siete platitos, cada uno con su pequeña cuchara, más siete cuchillos, siete tenedores y siete vasos, todos pequeños. ...

En la línea 61
del libro Blancanieves
del afamado autor Jacob y Wilhelm Grimm
... ¿Qué vende usted? -Una excelente mercadería -respondió-; cintas de todos colores. ...

En la línea 117
del libro Blancanieves
del afamado autor Jacob y Wilhelm Grimm
... E hicieron un ataúd de vidrio para que se la pudiera ver desde todos los ángulos, la pusieron adentro e inscribieron su nombre en letras de oro proclamando que era hija de un rey. ...

En la línea 10
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Para convencernos de que son ilusorios, no sería malo suspender la crítica negativa, dedicándonos todos, aunque ello parezca extraño, a infundir ánimos al enfermo, diciéndole: Tu debilidad no es más que pereza, y tu anemia proviene del sedentarismo. ...

En la línea 22
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Debemos, pues, resignarnos al plantón, sentarnos todos en la parte del camino que nos parezca menos incómoda, para esperar a que pase la Prensa, despertadora de las muchedumbres en materias de arte; que al fin ella pasará; no dudemos que pasará: todo es cuestión de paciencia. ...

En la línea 48
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Desarróllase la acción de La Regenta en la ciudad que bien podríamos llamar patria de su autor, aunque no nació en ella, pues en Vetusta tiene Clarín sus raíces atávicas y en Vetusta moran todos sus afectos, así los que están sepultados como los que risueños y alegres viven, brindando esperanzas; en Vetusta ha transcurrido la mayor parte de su existencia; allí se inició su vocación literaria; en aquella soledad melancólica y apacible aprendió lo mucho que sabe en cosas literarias y filosóficas: allí estuvieron sus maestros, allí están sus discípulos. ...

En la línea 80
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Todas las divinidades formadas de tejas abajo acaban siempre por rendirse a la ley de la flaqueza, y lo único que a todos nos salva es la humildad de aspiraciones, el arte de poner límites discretos al camino de la imposible perfección, contentándonos con ser hombres en el menor grado posible de maldad, y dando por cerrado para siempre el ciclo de los santos. ...

En la línea 15
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Hincado de rodillas delante de su altar, sentado sobre los talones, Juan, artista y místico a la vez, amaba su obra, el tabernáculo minúsculo con todos sus santos de plomo, sus resplandores de talco, sus misterios de muselina y crespón, restos de antiguas glorias de su madre cuando brillaba en el mundo, digna esposa de un bizarro militar; y amaba a Dios, el Padre de sus padres, del mundo entero, y en este amor de su misticismo infantil también adoraba, sin saberlo, su propia obra, las imágenes de inenarrable inocencia, frescas, lozanas, de la religiosidad naciente, confiada, feliz, soñadora. ...

En la línea 17
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Horas y más horas consagraba Juan a su altar, y hasta el tiempo destinado a sus estudios le servía para su fiesta, como todos los regalos y obsequios en metálico, que de vez en cuando recibía, los aprovechaba para la corbona o el gazofilacio de su iglesia. ...

En la línea 24
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... La pasión mística del niño hermoso de alma y cuerpo fue convirtiéndose en cosa seria; todos la respetaron; su madre cifró en ella, más que su orgullo, su dicha futura: y sin obstáculo alguno, sin dudas propias ni vacilaciones de nadie, Juan de Dios entró en la carrera eclesiástica; del altar de su alcoba pasó al servicio del altar de veras, del altar grande con que tantas veces había soñado. ...

En la línea 55
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Le rodeaba una especie de vacío que le espantaba; en aquella nada que veía en el porvenir cabían todos los misterios peligrosos que el miedo podía imaginar. ...

En la línea 8
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Había descubierto, como todos los enamorados satisfechos de su felicidad, que nuestra existencia tiene más poesía que nos imaginamos en días de pesimismo. Vuelto de espaldas al resto del mundo, no encontraba otra vida digna de interés que la de aquella mujer. Juntos harían su camino en todo lo que les quedase por existir, y eso que ambos, siendo jóvenes veían su futuro como un horizonte sin limites. ...

En la línea 24
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Su pasión le hacía olvidar una vez más aquella maternidad sólo renaciente en días de pesimismo amoroso. Se había preocupado de la educación' de sus dos hijos, afirmando que era un sacrificio tener que separarse de ellos; pero su porvenir lo exigía así. Al lado de su madre no adquirirían nunca una verdadera instrucción- El niño había sido enviado a Inglaterra para que hiciesen de él un cumplido gentleman desde su infancia; la niña entraba en un colegio aristocrático de París, dirigido por monjas. Y creyendo haber cumplido por el momento todos sus deberes maternales, pudo dedicarse en absoluto, libre de testigos molestos, a la vida común con el que llamaba su poeta. ...

En la línea 25
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Claudio estaba instalado aparentemente en un hotel próximo a la propiedad de la señora de Pineda. Casi todo el día y una gran parte de la noche los pasaba el joven en el jardín de Rosaura o en su casa; pero de todos modos, su domicilio oficial en el hotel, como decía Borja, era una discreta concesión a los respetos sociales. Las gentes amigas de ella cerraban los ojos, admitiendo con aparente buena fe que el español no era más que un visitante de la rica viuda, existiendo entre ambos la simpatía originada por la comunidad de idioma y de origen étnico. ...

En la línea 30
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Empezó a mostrarse la hermosa madame Pineda en los salones de juego de Montecarlo, en las comidas de gala de los hoteles, en los dancings más elegantes a la hora del té, seguida, de su español, que era aceptado por todos como un acompañante legal, sin que ninguno se tomase el trabajo de definir el carácter de dicha familiaridad. ...

En la línea 34
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Miss Haynes era una buena hija y no se declararía nunca en rebelión contra su madre. Pero como en sus afectos solo podía mandar ella, juró a Edwin que le esperaría un año, dos, tres, todos los que fuesen necesarios, hasta que el encontrase una situación verdaderamente lucrativa o un medio indiscutible de hacer fortuna. Con esto era seguro que la madre cejaría en su resistencia. ...

En la línea 39
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Creyó, como todos, que la fortuna únicamente puede esperarnos en un lugar de la tierra muy apartado de aquel en que nacimos, casi en los antípodas, y por eso aceptó con verdadera fe los informes de un amigo que le aconsejaba ir a Australia, ofreciéndole para allá varias cartas de recomendación. ...

En la línea 43
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Varias familias de Nueva Zelanda tomaron pasaje para ir a Sidney o a Melbourne. El joven americano evitaba toda amistad con los compañeros de viaje. Prefería la melancolía de sus recuerdos, entregándose a ellos ya que no le era posible el placer de la lectura. Durante la larga travesía había leído todos los volúmenes que llevaba con el y los de la biblioteca del buque, que por cierto no eran nuevos ni abundantes. ...

En la línea 58
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Los tripulantes echaban los botes al agua. Los oficiales, ayudados por algunos pasajeros, todos con su revolver en la diestra, iban reglamentando el embarco de la gente. Las mujeres y los niños ocupaban con preferencia las grandes balleneras; luego embarcaban los hombres por orden de edad. ...

En la línea 3
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Las noticias más remotas que tengo de la persona que lleva este nombre me las ha dado Jacinto María Villalonga, y alcanzan al tiempo en que este amigo mío y el otro y el de más allá, Zalamero, Joaquinito Pez, Alejandro Miquis, iban a las aulas de la Universidad. No cursaban todos el mismo año, y aunque se reunían en la cátedra de Camús, separábanse en la de Derecho Romano: el chico de Santa Cruz era discípulo de Novar, y Villalonga de Coronado. Ni tenían todos el mismo grado de aplicación: Zalamero, juicioso y circunspecto como pocos, era de los que se ponen en la primera fila de bancos, mirando con faz complacida al profesor mientras explica, y haciendo con la cabeza discretas señales de asentimiento a todo lo que dice. Por el contrario, Santa Cruz y Villalonga se ponían siempre en la grada más alta, envueltos en sus capas y más parecidos a conspiradores que a estudiantes. Allí pasaban el rato charlando por lo bajo, leyendo novelas, dibujando caricaturas o soplándose recíprocamente la lección cuando el catedrático les preguntaba. Juanito Santa Cruz y Miquis llevaron un día una sartén (no sé si a la clase de Novar o a la de Uribe, que explicaba Metafísica) y frieron un par de huevos. Otras muchas tonterías de este jaez cuenta Villalonga, las cuales no copio por no alargar este relato. Todos ellos, a excepción de Miquis que se murió en el 64 soñando con la gloria de Schiller, metieron infernal bulla en el célebre alboroto de la noche de San Daniel. Hasta el formalito Zalamero se descompuso en aquella ruidosa ocasión, dando pitidos y chillando como un salvaje, con lo cual se ganó dos bofetadas de un guardia veterano, sin más consecuencias. Pero Villalonga y Santa Cruz lo pasaron peor, porque el primero recibió un sablazo en el hombro que le tuvo derrengado por espacio de dos meses largos, y el segundo fue cogido junto a la esquina del Teatro Real y llevado a la prevención en una cuerda de presos, compuesta de varios estudiantes decentes y algunos pilluelos de muy mal pelaje. A la sombra me lo tuvieron veinte y tantas horas, y aún durara más su cautiverio, si de él no le sacara el día 11 su papá, sujeto respetabilísimo y muy bien relacionado. ...

En la línea 6
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Todos los dineros que su papá le daba, dejábalos Juanito en casa de Bailly-Baillière, a cuenta de los libros que iba tomando. Refiere Villalonga que un día fue Barbarita reventando de gozo y orgullo a la librería, y después de saldar los débitos del niño, dio orden de que entregaran a este todos los mamotretos que pidiera, aunque fuesen caros y tan grandes como misales. La bondadosa y angelical señora quería poner un freno de modestia a la expresión de su vanidad maternal. Figurábase que ofendía a los demás, haciendo ver la supremacía de su hijo entre todos los hijos nacidos y por nacer. No quería tampoco profanar, haciéndolo público, aquel encanto íntimo, aquel himno de la conciencia que podemos llamar los misterios gozosos de Barbarita. Únicamente se clareaba alguna vez, soltando como al descuido estas entrecortadas razones: «¡Ay qué chico!… ¡cuánto lee! Yo digo que esas cabezas tienen algo, algo, sí señor, que no tienen las demás… En fin, más vale que le dé por ahí». ...

En la línea 6
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Todos los dineros que su papá le daba, dejábalos Juanito en casa de Bailly-Baillière, a cuenta de los libros que iba tomando. Refiere Villalonga que un día fue Barbarita reventando de gozo y orgullo a la librería, y después de saldar los débitos del niño, dio orden de que entregaran a este todos los mamotretos que pidiera, aunque fuesen caros y tan grandes como misales. La bondadosa y angelical señora quería poner un freno de modestia a la expresión de su vanidad maternal. Figurábase que ofendía a los demás, haciendo ver la supremacía de su hijo entre todos los hijos nacidos y por nacer. No quería tampoco profanar, haciéndolo público, aquel encanto íntimo, aquel himno de la conciencia que podemos llamar los misterios gozosos de Barbarita. Únicamente se clareaba alguna vez, soltando como al descuido estas entrecortadas razones: «¡Ay qué chico!… ¡cuánto lee! Yo digo que esas cabezas tienen algo, algo, sí señor, que no tienen las demás… En fin, más vale que le dé por ahí». ...

En la línea 8
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Tenía Juanito entonces veinticuatro años. Le conocí un día en casa de Federico Cimarra en un almuerzo que este dio a sus amigos. Se me ha olvidado la fecha exacta; pero debió de ser esta hacia el 69, porque recuerdo que se habló mucho de Figuerola, de la capitación y del derribo de la torre de la iglesia de Santa Cruz. Era el hijo de D. Baldomero muy bien parecido y además muy simpático, de estos hombres que se recomiendan con su figura antes de cautivar con su trato, de estos que en una hora de conversación ganan más amigos que otros repartiendo favores positivos. Por lo bien que decía las cosas y la gracia de sus juicios, aparentaba saber más de lo que sabía, y en su boca las paradojas eran más bonitas que las verdades. Vestía con elegancia y tenía tan buena educación, que se le perdonaba fácilmente el hablar demasiado. Su instrucción y su ingenio agudísimo le hacían descollar sobre todos los demás mozos de la partida, y aunque a primera vista tenía cierta semejanza con Joaquinito Pez, tratándoles se echaban de ver entre ambos profundas diferencias, pues el chico de Pez, por su ligereza de carácter y la garrulería de su entendimiento, era un verdadero botarate. ...

En la línea 14
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... A menudo leía los viejos libros del sacerdote y le hacía explicárselos y explayarse. Poco a poco, sus sueños y lecturas operaron ciertos cambios en él. Sus personas ensoñadas eran tan refinadas, que él empezó a lamentar sus andrajos y su suciedad, y a desear ser limpio y mejor vestido. De todos modos siguió jugando en el lodo y divirtiéndose con ello, pero en vez de chapotear en el Támesis sólo por diversión, empezó a encontrar un nuevo valor en él por el lavado y la limpieza que le procuraba. ...

En la línea 17
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Las observaciones de Tom y los actos de Tom eran reportados por los niños a sus mayores, y éstos también empezaron a hablar de Tom Canty y a considerarlo como una criatura extraordinaria y de grandes dotes. Gente madura le llevaba sus dudas a Tom para que se las solucionara, y a menudo quedaba pasmada ante el ingenio y la sabiduría de sus decisiones. De hecho se tornó un verdadero héroe para todos cuantos le conocían, excepto para su propia familia; ésta, en realidad, no veía nada en él. ...

En la línea 19
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Y aun su deseo de ver una sola vez a un príncipe de carne y hueso crecía en él día con día, semana con semana, hasta que por fin absorbió todos sus demás deseos y llegó a ser la pasión única de su vida. ...

En la línea 68
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –En verdad, sí, señor, salvo cuando uno tiene hambre. Hay títeres y monos –¡oh, qué criaturas tan travieras y qué gallardas van vestidas!–, y hay comedias en que los comediantes gritan y pelean hasta caer muertos todos; es tan agradable de ver, y cuesta sólo una blanca aunque es muy difícil conseguir la blanca. ...

En la línea 7
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... «Pero aquel chiquillo –iba diciéndose Augusto, que más bien que pensaba hablaba consigo mismo–, ¿qué hará allí, tirado de bruces en el suelo? ¡Contemplar a alguna hormiga, de seguro! ¡La hormiga, ¡bah!, uno de los animales más hipócritas! Apenas hace sino pasearse y hacernos creer que trabaja. Es como ese gandul que va ahí, a paso de carga, codeando a todos aquellos con quienes se cruza, y no me cabe duda de que no tiene nada que hacer. ¡Qué ha de tener que hacer, hombre, qué ha de tener que hacer! Es un vago, un vago como… ¡No, yo no soy un vago! Mi imaginación no descansa. Los vagos son ellos, los que dicen que trabajan y no hacen sino aturdirse y ahogar el pensamiento. Porque, vamos a ver, ese mamarracho de chocolatero que se pone ahí, detrás de esa vidriera, a darle al rollo majadero, para que le veamos, ese exhibicionista del trabajo, ¿qué es sino un vago? Y a nosotros ¿qué nos importa que trabaje o no? ¡El trabajo! ¡El trabajo! ¡Hipocresía! Para trabajo el de ese pobre paralítico que va ahí medio arrastrándose… Pero ¿y qué sé yo? ¡Perdone, hermano! –esto se lo dijo en voz alta–. ¿Hermano? ¿Hermano en qué? ¡En parálisis! Dicen que todos somos hijos de Adán. Y este, Joaquinito, ¿es también hijo de Adán? ¡Adiós, Joaquín! ¡Vaya, ya tenemos el inevitable automóvil, ruido y polvo! ¿Y qué se adelanta con suprimir así distancias? La manía de viajar viene de topofobía y no de filotopía; el que viaja mucho va huyendo de cada lugar que deja y no buscando cada lugar a que llega. Viajar… viajar… Qué chisme más molesto es el paraguas… Calla, ¿qué es esto?» ...

En la línea 53
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Almorzó con fruición su almuerzo de todos los días: un par de huevos fritos, un bisteque con patatas y un trozo de queso Gruyere. Tomó luego su café y se tendió en la mecedora. Encendió un habano, se lo llevó a la boca, y diciéndose: «¡Ay, mi Eugenia!» se dispuso a pensar en ella. ...

En la línea 78
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –No a todos los nombres les cae el don –observó él–. Así como de Juan a don Juan hay un abismo, así le hay de Augusto a don Augusto. ¡Pero… sea! ¿Salió la señorita Eugenia? ...

En la línea 209
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... «Pues señor –se decía al retirarse a su cuarto–, todos la conocen; todos la conocen menos yo. He aquí la obra del amor. ¿Y mañana? ¿Qué haré mañana? ¡Bah! A cada día bástele su cuidado. Ahora, a la cama.» ...

En la línea 35
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —Tanto que perderían todos sus barcos con tal de poder ahorcarte. Hermanito mío, hace muchos años que vienes cometiendo fechorías. Todas las costas tienen recuerdos de tus correrías; todas sus aldeas han sido saqueadas por ti; todos los fuertes tienen señales de tus balas, y el fondo del mar está erizado de barcos que has echado a pique. ...

En la línea 72
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... El malayo se alejó rápidamente, volviendo junto a su banda, compuesta de hombres valientes hasta la locura, y que a una simple señal de Sandokán no hubieran dudado en saquear el sepulcro de Mahoma, a pesar de ser todos mahometanos. ...

En la línea 115
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... El malayo lanzó a flor de agua una oleada de metralla, que echó a pique la canoa e hirió a todos los que la tripulaban. ...

En la línea 125
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Se lanzó adelante como un toro herido, saltó sobre el puente del junco, y se precipitó entre los combatientes con esa temeridad loca que todos admiraban. ...

En la línea 4
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Los hechos relativos a estas apariciones, consignados en los diferentes libros de a bordo, coincidían con bastante exactitud en lo referente a la estructura del objeto o del ser en cuestión, a la excepcional velocidad de sus movimientos, a la sorprendente potencia de su locomoción y a la particular vitalidad de que parecía dotado. De tratarse de un cetáceo, superaba en volumen a todos cuantos especímenes de este género había clasificado la ciencia hasta entonces. Ni Cuvier, ni Lacepède, ni Dumeril ni Quatrefages hubieran admitido la existencia de tal monstruo, a menos de haberlo visto por sus propios ojos de sabios. ...

En la línea 11
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... En todas partes, en las grandes ciudades, el monstruo se puso de moda. Fue tema de canciones en los cafés, de broma en los periódicos y de representación en los teatros. La prensa halló en él la ocasión de practicar el ingenio y el sensacionalismo. En sus páginas, pobres de noticias, se vio reaparecer a todos los seres imaginarios y gigantescos, desde la ballena blanca, la terrible «Moby Dick» de las regiones hiperbóreas, hasta el desmesurado Kraken, cuyos tentáculos pueden abrazar un buque de quinientas toneladas y llevárselo a los abismos del océano. Se llegó incluso a reproducir las noticias de los tiempos antiguos, las opiniones de Aristóteles y de Plinio que admitían la existencia de tales monstruos, los relatos noruegos del obispo Pontoppidan, las relaciones de Paul Heggede y los informes de Harrington, cuya buena fe no puede ser puesta en duda al afirmar haber visto, hallándose a bordo del Castillan, en 1857, la enorme serpiente que hasta entonces no había frecuentado otros mares que los del antiguo Constitutionnel. ...

En la línea 13
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Durante seis meses la guerra prosiguió con lances diversos. A los artículos de fondo del Instituto Geográfico del Brasil, de la Academia Real de Ciencias de Berlín, de la Asociación Británica, del Instituto Smithsoniano de Washington, a los debates del The Indian Archipelago, del Cosmos del abate Moigno y del Mittheilungen de Petermann, y a las crónicas científicas de las grandes publicaciones de Francia y otros países replicaba la prensa vulgar con alardes de un ingenio inagotable. Sus inspirados redactores, parodiando una frase de Linneo que citaban los adversarios del monstruo, mantuvieron, en efecto, que «la naturaleza no engendra tontos», y conjuraron a sus contemporáneos a no infligir un mentís a la naturaleza y, consecuentemente, a rechazar la existencia de los Kraken, de las serpientes de mar, de las «Moby Dick» y otras lucubraciones de marineros delirantes. Por último, en un artículo de un temido periódico satírico, el más popular de sus redactores, haciendo acopio de todos los elementos, se precipitó, como Hipólito, contra el monstruo, le asestó un golpe definitivo y acabó con él en medio de una carcajada universal. El ingenio había vencido a la ciencia. ...

En la línea 18
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Nadie ignora el nombre del célebre armador inglés Cunard, el inteligente industrial que fundó, en 1840, un servicio postal entre Liverpool y Halifax, con tres barcos de madera, de ruedas, de cuatrocientos caballos de fuerza y con un arqueo de mil ciento sesenta y dos toneladas. Ocho años después, el material de la compañía se veía incrementado en cuatro barcos de seiscientos cincuenta caballos y mil ochocientas veinte toneladas, y dos años más tarde, en otros dos buques de mayor potencia y tonelaje. En 1853, la Compañía Cunard, cuya exclusiva del transporte del correo acababa de serle renovada, añadió sucesivamente a su flota el Arabia, el Persia, el China, el Scotia, el Java y el Rusia, todos ellos muy rápidos y los más grandes que, a excepción del Great Eastern, hubiesen surcado nunca los mares. Así, pues, en 1867, la compañía poseía doce barcos, ocho de ellos de ruedas y cuatro de hélice. ...

En la línea 113
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — Mira, muchacho - dijo -. No te he subido a mano para que molestes de esta manera a la gente. Si así fuese, merecería que me criticasen y no que me alabaran. Se encierra a la gente en los Pontones porque asesinan, porque roban, porque falsifican o porque cometen alguna mala acción. Y todos ellos empezaron haciendo preguntas. Ahora vete a la cama. ...

En la línea 117
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Tan pronto como el negro aterciopelado que se vela a través de mi ventanita se tiñó de gris, me apresuré a levantarme y a bajar la escalera; todos los tablones de madera y todas las resquebrajaduras de cada madero parecían gritarme: «¡Deténte, ladrón!» y «¡Despiértese, señora Joe!» En la despensa, que estaba mucho mejor provista que de costumbre por ser la víspera de Navidad, me alarmé mucho al ver que había una liebre colgada de las patas posteriores y me pareció que guiñaba los ojos cuando estaba ligeramente vuelto de espaldas hacia ella. No tuve tiempo para ver lo que tomaba, ni de elegir, ni de nada, porque no podía entretenerme. Robé un poco de pan, algunas cortezas de queso, cierta cantidad de carne picada, que guardé en mi pañuelo junto con el pan y manteca de la noche anterior, y un poco de aguardiente de una botella de piedra, que eché en un frasco de vidrio (usado secretamente para hacer en mi cuarto agua de regaliz). Luego acabé de llenar de agua la botella de piedra. También tomé un hueso con un poco de carne y un hermoso pastel de cerdo. Me disponía a marcharme sin este último, pero sentí la tentación de encaramarme en un estante para ver qué cosa estaba guardada con tanto cuidado en un plato de barro que había en un rincón; observando que era el pastel, me lo llevé, persuadido de que no estaba dispuesto para el día siguiente y de que no lo echarían de menos en seguida. ...

En la línea 124
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Sin embargo, también iba vestido de gris y tenía un hierro en la pierna; cojeaba del mismo modo, tenía la voz ronca y estaba muerto de frío; en una palabra, se parecía mucho al otro, a excepción de que no tenía el mismo rostro y de que llevaba un sombrero de anchas alas, plano y muy metido en la cabeza. Observé en un momento todos estos detalles, porque no me dio tiempo para más. Profirió una blasfemia y me dio un golpe, pero estaba tan débil, que apenas me tocó y, en cambio, le hizo tambalear. Luego echó a correr por entre la niebla, tropezando dos veces, y por fin le perdí de vista. ...

En la línea 178
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Por eso nos sirvió nuestras rebanadas de pan como si fuésemos dos mil hombres de tropa en una marcha forzada, en vez de un hombre y un chiquillo en la casa; y tomamos algunos tragos de leche y de agua, aunque con muy mala cara, de un jarrito que había en el aparador. Mientras tanto, la señora Joe puso cortinas limpias y blancas, clavó un volante de flores en la chimenea para reemplazar el viejo y quitó las fundas de todos los objetos de la sala, que jamás estaban descubiertos a excepción de aquel día, pues se pasaban el año ocultos en sus forros, los cuales no se limitaban a las sillas, sino que se extendían a los demás objetos, que solían estar cubiertos de papel de plata, incluso los cuatro perritos de lanas blancos que había sobre la chimenea, todos con la nariz negra y una cesta de flores en la boca, formando parejas. La señora Joe era un ama de casa muy limpia, pero tenía el arte exquisito de hacer su limpieza más desagradable y más incómoda que la misma suciedad. La limpieza es lo que está más cerca de la divinidad, y mucha gente hace lo mismo con respecto a su religión. Como mi hermana tenia mucho trabajo, se hacía representar para ir a la iglesia, es decir, que en su lugar íbamos Joe y yo. En su traje de trabajo, Joe tenía completo aspecto de herrero, pero en el traje del día de fiesta parecía más bien un espantajo en traje de ceremonias. Nada de lo que entonces llevaba le caía bien o parecía pertenecerle, y todo le rozaba y le molestaba en gran manera. En aquel día de fiesta salió de su habitación cuando ya repicaban alegremente las campanas, pero su aspecto era el de un desgraciado penitente en traje dominguero. En cuanto a mí, creo que mi hermana tenía la idea general de que yo era un joven criminal, a quien un policía comadrón cogió el día de mi nacimiento para entregarme a ella, a fin de que me castigasen de acuerdo con la ultrajada majestad de la ley. Siempre me trataron como si yo hubiese porfiado para nacer a pesar de los dictados de la razón, de la religión y de la moralidad y contra los argumentos que me hubieran presentado, para disuadirme, mis mejores amigos. E, incluso, cuando me llevaron al sastre para que me hiciese un traje nuevo, sin duda recibió orden de hacerlo de acuerdo con el modelo de algún reformatorio y, desde luego, de manera que no me permitiese el libre uso de mis miembros. ...

En la línea 67
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Pero ni palabras ni exclamaciones bastaban para expresar su turbación. La sensación de profundo disgusto que le oprimía y le ahogaba cuando se dirigía a casa de la vieja era ahora sencillamente insoportable. No sabía cómo librarse de la angustia que le torturaba. Iba por la acera como embriagado: no veía a nadie y tropezaba con todos. No se recobró hasta que estuvo en otra calle. Al levantar la mirada vio que estaba a la puerta de una taberna. De la acera partía una escalera que se hundía en el subsuelo y conducía al establecimiento. De él salían en aquel momento dos borrachos. Subían la escalera apoyados el uno en el otro e injuriándose. Raskolnikof bajó la escalera sin vacilar. No había entrado nunca en una taberna, pero entonces la cabeza le daba vueltas y la sed le abrasaba. Le dominaba el deseo de beber cerveza fresca, en parte para llenar su vacío estómago, ya que atribuía al hambre su estado. Se sentó en un rincón oscuro y sucio, ante una pringosa mesa, pidió cerveza y se bebió un vaso con avidez. ...

En la línea 121
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... »‑Simón Zaharevitch ‑dijo Catalina Ivanovna‑ tiene ahora un empleo y recibe un sueldo. Se ha presentado a su excelencia, y su excelencia ha salido de su despacho, ha tendido la mano a Simón Zaharevitch, ha dicho a todos los demás que esperasen y lo ha hecho pasar delante de todos. ¿Comprende, comprende usted? 'Naturalmente ‑le ha dicho su excelencia‑, me acuerdo de sus servicios, Simón Zaharevitch, y, aunque usted no se portó como es debido, su promesa de no reincidir y, por otra parte, el hecho de que aquí ha ido todo mal durante su ausencia (¿se da usted cuenta de lo que esto significa?), me induce a creer en su palabra.' ...

En la línea 121
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... »‑Simón Zaharevitch ‑dijo Catalina Ivanovna‑ tiene ahora un empleo y recibe un sueldo. Se ha presentado a su excelencia, y su excelencia ha salido de su despacho, ha tendido la mano a Simón Zaharevitch, ha dicho a todos los demás que esperasen y lo ha hecho pasar delante de todos. ¿Comprende, comprende usted? 'Naturalmente ‑le ha dicho su excelencia‑, me acuerdo de sus servicios, Simón Zaharevitch, y, aunque usted no se portó como es debido, su promesa de no reincidir y, por otra parte, el hecho de que aquí ha ido todo mal durante su ausencia (¿se da usted cuenta de lo que esto significa?), me induce a creer en su palabra.' ...

En la línea 124
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑¡Ah, señor, mi querido señor! ‑exclamó Marmeladof, algo repuesto‑. Tal vez a usted le parezca todo esto tan cómico como a todos los demás; tal vez le esté fastidiando con todos estos pequeños detalles, miserables y estúpidos, de mi vida doméstica. Pero le aseguro que yo no tengo ganas de reír, pues siento todo esto. Todo aquel día inolvidable y toda aquella noche estuve urdiendo en mi mente los sueños más fantásticos: soñaba en cómo reorganizaría nuestra vida, en los vestidos que pondrían a los niños, en la tranquilidad que iba a tener mi esposa, en que arrancaría a mi hija de la vida de oprobio que llevaba y la restituiría al seno de la familia… Y todavía soñé muchas cosas más… Pero he aquí, caballero ‑y Marmeladof se estremeció de súbito, levantó la cabeza y miró fijamente a su interlocutor‑, he aquí que al mismo día siguiente a aquel en que acaricié todos estos sueños (de esto hace exactamente cinco días), por la noche, inventé una mentira y, como un ladrón nocturno, robé la llave del baúl de Catalina Ivanovna y me apoderé del resto del dinero que le había entregado. ¿Cuánto había? No lo recuerdo. Pero… ¡miradme todos! Hace cinco días que no he puesto los pies en mi casa, y los míos me buscan, y he perdido mi empleo. El uniforme lo cambié por este traje en una taberna del puente de Egipto. Todo ha terminado. ...

En la línea 44
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —Sin embargo, es la pura verdad —contesté—. Sé el hecho por un honorable capitán retirado digno de todos los respetos, y pude ver en la mejilla del niño la cicatriz de la herida. ...

En la línea 52
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —Sí, todos. Desde hace seis meses ésta es la única esperanza. ...

En la línea 57
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —Y dígame —repliqué, preguntándole a mi vez—, ¿el marqués está también al corriente, según creo, de todos estos secretos de familia? ...

En la línea 97
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Me sentía incluso desconcertado y penetré de muy mal humor en la sala de juego. Nada de todo aquello me agradó a la primera ojeada. No puedo soportar el servilismo de los cronistas de todos los países, y especialmente de Rusia, que al comenzar la primavera celebran a coro dos cosas: primero, el esplendor y el lujo de las salas de juego en los balnearios del Rin, y luego los montones de oro, que, según afirman, cubren las mesas. No se les paga por hacer estas descripciones, que sólo están inspiradas en una complacencia desinteresada. ...

En la línea 55
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Al cabo de algún tiempo afluyeron las ofrendas de dinero. Los que tenían y los que no tenían llamaban a la puerta de monseñor Myriel, los unos yendo a buscar la limosna que los otros acababan de depositar. En menos de un año el obispo llegó a ser el tesorero de todos los beneficios, y el cajero de todas las estrecheces. Grandes sumas pasaban por sus manos pero nada hacía que cambiara o modificase su género de vida, ni que añadiera lo más ínfimo de lo superfluo a lo que le era puramente necesario. ...

En la línea 57
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Es costumbre que los obispos encabecen con sus nombres de bautismo sus escritos y cartas pastorales. Los pobres de la comarca habían elegido, con una especie de instinto afectuoso, de todos los nombres del obispo aquel que les ofrecía una significación adecuada; y entre ellos sólo le designaban como monseñor Bienvenido. Haremos lo que ellos y lo llamaremos del mismo modo cuando sea ocasión. Por lo demás, al obispo le agradaba esta designación. ...

En la línea 87
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Menester es confesar, sin embargo, que le quedaban de lo que en otro tiempo había poseído seis cubiertos de plata y un cucharón, que la señora Magloire miraba con cierta satisfacción todos los días relucir espléndidamente sobre el blanco mantel de gruesa tela. Y como procuramos pintar aquí al obispo de D. tal cual era, debemos añadir que más de una vez había dicho: 'Renunciaría difícilmente a comer con cubiertos que no fuesen de plata'. ...

En la línea 104
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Había entonces en D. una buena posada que, según la muestra, se titulaba 'La Cruz de Colbas', y hacia ella se encaminó el hombre. Entró en la cocina; todos los hornos estaban encendidos y un gran fuego ardía alegremente en la chimenea. El posadero estaba muy ocupado en vigilar la excelente comida destinada a unos carreteros, a quienes se oía hablar y reír ruidosamente en la pieza inmediata. Al oír abrirse la puerta preguntó sin apartar la vista de sus cacerolas: ...

En la línea 41
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Había perdido (lo sabía), pero no estaba vencido. Comprendió, de una vez para siempre, que contra un hombre con un garrote carecía de toda posibilidad. Había aprendido la lección y no la olvidaría en su vida. Aquel garrote fue una revelación. Fue su toma de contacto con el reino de la ley primitiva y aceptó sus términos. Las realidades de la vida adquirieron un aspecto más temible; y si bien las afrontó sin amedrentarse, lo hizo con toda la latente astucia de su naturaleza en funcionamiento. En el transcurso de los días llegaron otros perros, en cajones o sujetos con una soga, unos dócilmente y otros rugiendo con furia como había hecho él; y a todos ellos los vio someterse al dominio del hombre del jersey rojo. Una y otra vez, segun contemplaba aquellas brutales intervenciones, la lección se afianzaba en el corazón de Buck: un hombre con un garrote era el que dictaba la ley, un amo a quien se obedece, aunque no necesariamente se acepte. ...

En la línea 54
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... El primer día de Buck en la playa de Dyea fue una pesadilla. Todas y cada una de las horas estuvieron llenas de conmoción y sorpresas. Lo habían arrancado de golpe del centro de la civilización y lo habían arrojado bruscamente al corazón mismo de lo primitivo. Ya no era una vida regalada acariciada por el sol, sin otra cosa que hacer que dormitar y aburrirse. Aquí no había paz ni descanso ni un momento de seguridad. Todo era confusión y actividad, y no había un solo momento sin que la vida o algún miembro corrieran peligro. Era necesario estar siempre alerta porque aquellos perros y aquellos hombres no eran perros y hombres de ciudad. Eran todos salvajes que no conocían más ley que la del garrote y el colmillo. ...

En la línea 69
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Tres huskies más fueron incorporados al tiro en menos de una hora, completando así un total de nueve, y antes de que hubieran transcurrido otros quince minutos estaban todos sujetos al trineo y avanzaban con buen ritmo hacia el cañón de Dyea. Buck estaba contento de haber salido y descubrió que, aunque la tarea era dura, no le resultaba particularmente desagradable. Le sorprendió el entusiasmo contagioso de todo el equipo, pero más todavía le sorprendió el cambio que se había operado en Dave y en Sol-leks. Eran otros perros, completamente transformados por el arnés. La pasividad y la indiferencia los habían abandonado. Estaban alerta y activos, ansiosos de que el trabajo fuera bien y terriblemente irritables ante cualquier circunstancia que, por originar demoras o desconcierto, retrasase la marcha. El trabajoso avance era para ellos la suprema realización individual, el exclusivo fin de su existencia y lo único que les proporcionaba placer. ...

En la línea 92
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... -Ah, compañeros -dijo quedamente-, quizá volver rabiosos tantos mordiscos. ¡Puede que todos rabiosos, sacredam! ¿Tú qué creer, eh, Perrault? ...

En la línea 17
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... ¿No optaríamos todos por lo segundo? ...

En la línea 29
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... Estaba visto que la mala suerte (así lo creía yo en mi ceguera) me había de seguir a todos los escondrijos. A pesar de nuestras precauciones, el alumbramiento de Luisa fue inesperado. El médico se hallaba en Valladolid, a cientos de kilómetros nuestra quinta; la comadrona estuvo en su cometido a la altura de un zapato, y Luisa, a consecuencia de un descuido tuvo una hemorragia tal, que por poco deja huérfana a la pobre niña que vino al mundo en circunstancias tan tristes. ...

En la línea 31
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... Vino la anemia cerebral con todos sus horrores, y su memoria empezó a flaquear. ...

En la línea 50
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... Las palabras de aquel sabio médico -que por pura casualidad no era materialista- me sedujeron, y algunos días después, con mi esposa, mi hija y mis fieles criados, me instalaba en una hermosa quinta de Santander, desde la cual el panorama era admirable, como todos los panoramas de la Montaña. ...

En la línea 10
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Aun pudiera curarme en salud, vindicándome anticipadamente de otro cargo que tal vez me dirija algún malhumorado censor. Hay quien cree que la novela debe probar, demostrar o corregir algo, presentando al final castigado el vicio y galardonada la virtud, ni más ni menos que en los cuentecicos para uso de la infancia. Exigencia es esta a que no están sujetos pintores, arquitectos ni escultores: que yo sepa, nadie puso tacha a Velázquez porque de sus Hilanderas o sus Niños bobos no resulte lección edificante alguna. Sólo al mísero escritor entregan férula y palmeta a fin de que vapulee a la sociedad, pero con tal disimulo, que ésta haya de tomar los disciplinazos por caricias, y enmendarse a puros entretenidos azotes. Yo de mí sé decir que en arte me enamora la enseñanza indirecta que emana de la hermosura, pero aborrezco las píldoras de moral rebozadas en una capa de oro literario. Entre el impudor frío y afectado de los escritores naturalistas y las homilías sentimentales de los autores que toman un púlpito en cada dedo y se van por esos trigos predicando, no escojo; me quedo sin ninguno. Podrá este mi criterio parecer a unos laxo, a otros en demasía estrecho: a mí me basta saber que, prácticamente, lo profesaron Cervantes, Goethe, Walter Scott, Dickens, los príncipes todos de la romancería. ...

En la línea 18
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Que escribas… cuidado me llamo… todos los días, ¿eh? No bebas agua fría cuando estés sudando… Tu marido lleva dinero… pedid más si se acaba. ...

En la línea 47
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Bueno, bueno. Déjese de eso ya: a lo hecho, pecho. Esto de matrimonios, sólo lo ata y lo desata el de arriba. ¿Y quién sabe si saldrá muy bien, a pesar de todos mis agüeros y mis necedades? Porque ¿quién soy yo sino un cegato, un miope? ¡Bah! Esto es como lo que pasa con el microscopio. Mira usted una gota de agua a simple vista ¡y parece tan clara!, vamos, que dan ganas de bebérsela. Pero aplique usted aquellos lentecicos y… ¡zas, zis!, ya se encuentra usted con los bicharracos y las bacterias que bailan dentro un rigodón… Pues el que anda por allá, encimita de las nubes, también ve cosas que a los bobos de por acá nos parecen tan sencillas… y para él tienen su quid… ¡Bah, bah!, él se encargará de arreglarnos las cosas… nosotros, ni que nos empeñemos. ...

En la línea 56
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Mancebo, en los verdores de la edad, fuerte como un toro y laborioso como manso buey, salió de su patria el señor Joaquín, a quien entonces nombraban Joaquín a secas. Colocado en Madrid en la portería de un magnate que en León tiene solar, dedicose a corredor, agente de negocios y hombre de confianza de todos los honrados individuos de la maragatería. Buscabales posada, proporcionabales almacén seguro para la carga, se entendía con los comerciantes y era en suma la providencia de la tierra de Astorga. Su honradez grande, su puntualidad y su celo le granjearon crédito tal, que llovían comisiones, menudeaban encargos, y caían en la bolsa, como apretado granizo, reales, pesos duros y doblillas en cantidad suficiente para que, al cabo de quince años de llegado a la corte, pudiese Joaquín estrechar lazos eternos con una conterránea suya, doncella de la esposa del magnate y señora tiempo hacía de los enamorados pensamientos del portero; y verificado ya el connubio, establecer surtida lonja de comestibles, a cuyo frente campeaba en doradas letras un rótulo que decía: El Leonés. Ultramarinos. De corredor pasó entonces a empresario de maragatos; comproles sus artículos en grueso y los vendió en detalle; y a él forzosamente hubo de acudir quien en Madrid quería aromático chocolate molido a brazo, o esponjosas mantecadas de las que sólo las astorganas saben confeccionar en su debido punto. Se hizo de moda desayunarse con el Caracas y las frutas de horno del Leonés; comenzó el magnate, su antiguo amo, dándole su parroquia, y tras él vino la gente de alto copete, engolosinada por el arcaico regalo de un manjar digno de la mesa de Carlos IV y Godoy. Y fue de ver como el señor Joaquín, ensanchando los horizontes de su comercio, acaparó todas las especialidades nacionales culinarias: tiernos garbanzos de Fuentesaúco, crasos chorizos de Candelario, curados jamones de Caldelas, dulce extremeña bellota, aceitunas de los sevillanos olivares, melosos dátiles de Almería y áureas naranjas que atesoran en su piel el sol de Valencia. De esta suerte y con tal industria granjeó Joaquín, limpia si no hidalgamente, razonables sumas de dinero; y si bien las ganó, mejor supo después asegurarlas en tierras y caserío en León; a cuyo fin hizo frecuentes viajes a la ciudad natal. A los ocho años de estéril matrimonio naciole una niña grande y hermosa, suceso que le alborozó como alborozaría a un monarca el natalicio de una princesa heredera; más la recia madre leonesa no pudo soportar la crisis de su fecundidad tardía, y enferma siempre, arrastró algunos meses la vida, hasta soltarla de malísima gana. Con faltarle su mujer, faltole al señor Joaquín la diestra mano, y fue decayendo en él aquella ufanía con que dominaba el mostrador, luciendo su estatura gigantesca, y alcanzando del más encumbrado estante los cajones de pasas, con sólo estirar su poderoso brazo y empinarse un poco sobre los anchos pies. Se pasaba horas enteras embobado, fija la vista maquinalmente en los racimos de uvas de cuelga que pendían del techo, o en los sacos de café hacinados en el ángulo más obscuro de la lonja, y sobre los cuales acostumbraba la difunta sentarse para hacer calceta. En suma, él cayó en melancolía tal, que vino a serie indiferente hasta la honrada y lícita ganancia que debía a su industria: y como los facultativos le recetasen el sano aire natal y el cambio de vida y régimen, traspasó la lonja, y con magnanimidad no indigna de un sabio antiguo, retirose a su pueblo, satisfecho con lo ya logrado, y sin que la sedienta codicia a mayor lucro le incitase. Consigo llevó a la niña Lucía, única prenda cara a su corazón, que con pueriles gracias comenzaba ya a animar la tienda, haciendo guerra crudísima y sin tregua a los higos de Fraga y a las peladillas de Alcoy, menos blancas que los dientes chicos que las mordían. ...

En la línea 52
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... -Al contrario -dijo Gualterio Ralph-, espero que se logrará echar mano al autor del robo. Se han enviado inspectores de policía de los más hábiles a todos los principales puertos de embarque y desembarque de América y Europa, y le será muy difícil a ese caballero poder escapar. ...

En la línea 64
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Una vez reconocido el robo con toda formalidad, agentes 'detectives' elegidos entre los más hábiles, fueron enviados a las puertos principales, a Liverpool a Glasgow, a Brindisi, a Nueva York, etc.-, bajo la promesa, en caso de éxito, de una prima de dos mil libras y el cinco por ciento de la suma que se recobrase. La misión de estos inspectores se reducía a observar escrupulosamente a todos los viajeros que se iban o que llegaban, hasta adquirir las noticias que pudieran suministrar las indagaciones inmediatamente emprendidas. ...

En la línea 65
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Y precisamente, según lo decía 'Moming Chronicle', había motivos para suponer que el autor del robo no formaba parte de ninguna de las sociedades de ladrones de Inglaterra. Se había observado que durante aquel día, 29 de septiembre, se paseaba por la sala de pagos, teatro del robo, un caballero bien portado, de buenos modales y aire distinguido. Las indagaciones habían permitido reunir con bastante exactitud las senas de ese caballero, que fueron al punto transmitidas a todos los 'detectives' del Reino Unido y del gobierno. Algunas buenas almas, y entre ellos Gualterio Ralph, se creían con fundamento para esperar que el ladrón no se escaparía. ...

En la línea 145
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Picaporte, con los ojos excesivamente abiertos, los párpados y las cejas en alto, los brazos caídos, el cuerpo abatido, ofrecía entonces todos los síntomas del asombro llevado hasta el estupor. ...

Errores Ortográficos típicos con la palabra Todos

Cómo se escribe todos o todoz?

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