Cual es errónea Sobre o Sobrre?
La palabra correcta es Sobre. Sin Embargo Sobrre se trata de un error ortográfico.
La falta ortográfica detectada en la palabra sobrre es que se ha eliminado o se ha añadido la letra r a la palabra sobre
Errores Ortográficos típicos con la palabra Sobre
Cómo se escribe sobre o sobrre?
Cómo se escribe sobre o zobre?
Cómo se escribe sobre o sovre?

la Ortografía es divertida
Reglas relacionadas con los errores de r
Las Reglas Ortográficas de la R y la RR
Entre vocales, se escribe r cuando su sonido es suave, y rr, cuando es fuerte aunque sea una palabra derivada o compuesta que en su forma simple lleve r inicial. Por ejemplo: ligeras, horrores, antirreglamentario.
En castellano no es posible usar más de dos r
Mira que burrada ortográfica hemos encontrado con la letra r

El Español es una gran familia
Algunas Frases de libros en las que aparece sobre
La palabra sobre puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 65
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... De todos los extremos de la vega llegaban chirridos de ruedas, canciones perezosas interrumpidas por el grito que arrea a las bestias, y, de cuando en cuando, como sonoro trompetazo del amanecer, rasgaba el espacio un furioso rebuzno del cuadrúpedo paria, como protesta del rudo trabajo que pesaba sobre él apenas nacido el día. ...
En la línea 96
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Saltaban en las sendas los pardos conejos, con su sonrisa marrullera, enseñando, al huir, las rosadas posaderas partidas por el rabo en forma de botón, y sobre los montones de rubio estiércol, el gallo, rodeado de sus cloqueantes odaliscas, lanzaba un grito de sultán celoso -¡su quiquiriquí!-, con la pupila ardiente y las barbillas rojas de cólera. ...
En la línea 176
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Una selva enana, enmarañada y deforme se extendía sobre aquellos campos, con un oleaje de extraños tonos verdes, matizado a trechos por flores misteriosas y raras, de esas que sólo surgen en las ruinas y los cementerios. ...
En la línea 178
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Allí vivían, en el centro de la hermosa y cuidada vega, formando mundo aparte, devorándose unos a otros; y aunque causasen algún daño a los vecinos, éstos los respetaban con cierta veneración, pues las siete plagas de Egipto parecían poca cosa a los de la huerta para arrojarse sobre aquellos terrenos malditos. ...
En la línea 43
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... En el centro del _Tabernáculo_, sobre una mesa redonda, mostrábanse formadas en círculo todas las botellas de la casa, desde el vino, casi fabuloso, viejo de un siglo, que se vende a treinta francos para las fiestas tormentosas de archiduques, grandes-duques y famosas _cocottes_, hasta el Jerez popular que envejece tristemente en los escaparates de las tiendas de comestibles y ayuda al pobre en sus enfermedades. ...
En la línea 77
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Los toneles a medio construir, con sólo la parte superior sujeta por los aros de hierro, abrían sus duelas sobre un fuego de virutas que las caldeaba, encorvándolas para que facilitasen el cierre. ...
En la línea 104
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Aún era joven, no había llegado a los cuarenta años, pero la obesidad desfiguraba su cuerpo a pesar de la vida activa a que le impulsaban sus entusiasmos de jinete. Los brazos parecían cortos al descansar algo encorvados sobre el abultado contorno de su cuerpo. Su juventud revelábase únicamente en la cara mofletuda, de labios carnosos y salientes, sobre los cuales la virilidad sólo había trazado un ligero bigote. El cabello se ensortijaba en la frente formando un rizo apretado, un moñete al que llevaba con frecuencia su mano carnosa. Era, por lo común, bondadoso y pacífico, pero bastaba que se creyese desobedecido o contrariado para que se le enrojeciera la cara, atiplándose su voz con el tono aflautado de la cólera. El concepto que tenía de la autoridad, el hábito de mandar desde su primera juventud viéndose al frente de las bodegas por la muerte de su padre, le hacían ser despótico con los subordinados y su propia familia. ...
En la línea 104
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Aún era joven, no había llegado a los cuarenta años, pero la obesidad desfiguraba su cuerpo a pesar de la vida activa a que le impulsaban sus entusiasmos de jinete. Los brazos parecían cortos al descansar algo encorvados sobre el abultado contorno de su cuerpo. Su juventud revelábase únicamente en la cara mofletuda, de labios carnosos y salientes, sobre los cuales la virilidad sólo había trazado un ligero bigote. El cabello se ensortijaba en la frente formando un rizo apretado, un moñete al que llevaba con frecuencia su mano carnosa. Era, por lo común, bondadoso y pacífico, pero bastaba que se creyese desobedecido o contrariado para que se le enrojeciera la cara, atiplándose su voz con el tono aflautado de la cólera. El concepto que tenía de la autoridad, el hábito de mandar desde su primera juventud viéndose al frente de las bodegas por la muerte de su padre, le hacían ser despótico con los subordinados y su propia familia. ...
En la línea 187
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Era muy partidario de darle al enfermo lo que pidiera, sobre todo comida fuerte, si lo pedía el cuerpo. ...
En la línea 222
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Después, a la vuelta, la viuda ya se había recogido el pelo, se había echado un pañuelo sobre los hombros; el hijo se había puesto una levita. ...
En la línea 265
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... No lograba tales resultados con discursos, con disertaciones, sino con frases hechas, tomadas de la que suele llamarse sabiduría popular; y, sobre todo, con hechos, con asociaciones de imágenes y de citas que llevaban, como por una pendiente irremediable, al amor de la vida y al olvido de la muerte. ...
En la línea 294
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Y al mismo tiempo, Cuervo y Antón se inclinaron hacia la tierra para coger terrones amarillentos y pegajosos, que besaron y solemnemente dejaron caer sobre la tapa del féretro. ...
En la línea 5
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Encontrarán ahí retratos esbozados de mano maestra; y aunque esos bocetos estén, la mayoría de las veces, traza dos sobre puertas de cuartel y sobre paredes de taberna, no dejarán de reconocer, con tanto parecido como en la historia del señor Anquetil, las imágenes de Luis XIII, de Ana de Austria, de Richelieu, de Mazarino y de la mayoría de los cortesanos de la época. ...
En la línea 36
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Por desgracia, las cualidades de este caballo estaban tan bien ocultas bajo su pelaje extraño y su porteincongruente que, en una época en que todo el mundo entendía de caballos, la aparición de la susodicha jaca en Meung, donde había entrado hacía un c uarto de hora más o menos por la puerta de Beaugency, produjo una sensación cuyo disfavor repercutió sobre su caballero. ...
En la línea 65
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... De ello resultó que tuvo siempre el puño apretado desde Tarbes hasta Meung y que, un día con otro, llevó la mano a la empuñadura de su espada diez veces diarias;sin embargo, el puño no descendió sobre ninguna mandíbula, ni la espada salió de su vaina. ...
En la línea 74
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Clavó su mirada altiva sobre el extraño y reconoció un hombre de cuarenta a cuarenta y cinco años, de ojos negros y penetrantes, de tez pálida, nariz fuertemente pronunciada, mostacho negro y perfectamente recortado; iba vestido con un jubón y calzas violetas con agujetas de igual color, sin más adorno que las cuchilladas habituales por las que pasaba la camisa. ...
En la línea 18
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Animado yo, y deseoso porque fines tan interesantes se realicen, me he determinado á formar esta pequeña memoria, con el doble objeto de dar alguna noticia del estado que tenian las Filipinas á mi salida de ellas, y presentando algunos de los muchos obstáculos que se oponen al desarrollo de su prosperidad y riqueza, y los medios que pudieran emplearse para destruirlos, escitar los mayores talentos de otros, que con mas tiempo para ocuparse de esta importante materia, puedan mas minuciosamente y con mas precision, estender sus observaciones sobre el asunto, para influir en el ánimo del ilustrado Gobierno que hoy rije los destinos de la patria, y proporcionar por este medio las útiles reformas que el estado de las provincias de Filipinas reclama, para avanzar en su prosperidad y engrandecimiento. ...
En la línea 30
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Desaparecieron estas visitas, como otras muchas cosas con que tanto prestijio adquirió el nombre español, y con ellas un grande elemento de hacer muchos bienes sin causar ningun mal: volverlas al estado y forma antiguos, sobre no ser fácil, tampoco produciria los bienes que antes, por causas, que sobre ser largo enumerarlas, no son de este lugar. ...
En la línea 30
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Desaparecieron estas visitas, como otras muchas cosas con que tanto prestijio adquirió el nombre español, y con ellas un grande elemento de hacer muchos bienes sin causar ningun mal: volverlas al estado y forma antiguos, sobre no ser fácil, tampoco produciria los bienes que antes, por causas, que sobre ser largo enumerarlas, no son de este lugar. ...
En la línea 46
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Las diferentes comisiones ajenas de su ministerio que pesan sobre esos mismos majistrados, y muy graves muchas de ellas, es otro obstáculo, y no pequeño, para que se administre pronta y cumplida justicia. ...
En la línea 28
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... A Jorge Borrow le gustaban mucho _Gil Blas_, el _Peregrino_ de Bunyan, Sterne, el _Childe Harold_, y, sobre todos, De Foe. ...
En la línea 129
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Lo primero que publicó fué su obra sobre gitanos, en la que había trabajado mucho durante su permanencia en España. ...
En la línea 150
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... La obra defraudó las esperanzas del público; los críticos, con gran indignación del autor, pronunciaron sobre ella un fallo adverso; se aguardaba una narración rigurosamente veraz, y aparecía un revoltijo de sucesos reales e imaginarios más que suficiente para desorientar al lector. ...
En la línea 234
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Me ha parecido, sin embargo, conveniente escribir este prefacio, y sobre él llamo humildemente la atención del benévolo lector, porque su lectura contribuirá no poco a la cabal inteligencia y apreciación de estos volúmenes. ...
En la línea 59
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... AMADÍS DE GAULA A DON QUIJOTE DE LA MANCHA Soneto Tú, que imitaste la llorosa vida que tuve, ausente y desdeñado sobre el gran ribazo de la Peña Pobre, de alegre a penitencia reducida; tú, a quien los ojos dieron la bebida de abundante licor, aunque salobre, y alzándote la plata, estaño y cobre, te dio la tierra en tierra la comida, vive seguro de que eternamente, en tanto, al menos, que en la cuarta esfera, sus caballos aguije el rubio Apolo, tendrás claro renombre de valiente; tu patria será en todas la primera; tu sabio autor, al mundo único y solo. ...
En la línea 63
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Más, aunque sobre el cuerno de la luna siempre se vio encumbrada mi ventura, tus proezas envidio, ¡oh gran Quijote! LA SEÑORA ORIANA A DULCINEA DEL TOBOSO Soneto ¡Oh, quién tuviera, hermosa Dulcinea, por más comodidad y más reposo, a Miraflores puesto en el Toboso, y trocara sus Londres con tu aldea! ¡Oh, quién de tus deseos y librea alma y cuerpo adornara, y del famoso caballero que hiciste venturoso mirara alguna desigual pelea! ¡Oh, quién tan castamente se escapara del señor Amadís como tú hiciste del comedido hidalgo don Quijote! Que así envidiada fuera, y no envidiara, y fuera alegre el tiempo que fue triste, y gozara los gustos sin escote. ...
En la línea 106
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Tuvo muchas veces competencia con el cura de su lugar -que era hombre docto, graduado en Sigüenza-, sobre cuál había sido mejor caballero: Palmerín de Ingalaterra o Amadís de Gaula; mas maese Nicolás, barbero del mesmo pueblo, decía que ninguno llegaba al Caballero del Febo, y que si alguno se le podía comparar, era don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, porque tenía muy acomodada condición para todo; que no era caballero melindroso, ni tan llorón como su hermano, y que en lo de la valentía no le iba en zaga. ...
En la línea 112
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Pero, sobre todos, estaba bien con Reinaldos de Montalbán, y más cuando le veía salir de su castillo y robar cuantos topaba, y cuando en allende robó aquel ídolo de Mahoma que era todo de oro, según dice su historia. ...
En la línea 27
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Una mañana, con un tiempo clarísimo, los contornos de las montañas lejanas se destacan del modo más preciso sobre una banda de nubes de un color azul oscuro. A juzgar por las apariencias y los casos análogos en Inglaterra, supuse que el aire estaría saturado de humedad Nada de eso: el higrómetro indicaba una diferencia de 29,6 entre la temperatura del aire y el punto en que se condensó el rocío, diferencia que resultaba ser casi el doble de la que observé en los días anteriores.. Continuos relámpagos acompañaban a esa extraordinaria sequedad de la atmósfera. ¿No es muy notable encontrarse con una tan perfecta transparencia del aire unida a ese estado del tiempo? La atmósfera suele estar brumosa; esa niebla proviene de la caída de un polvo impalpable que estropea algo nuestros instrumentos astronómicos. La víspera de llegar a PortoPraya, recogí un paquetito de ese polvillo pardo, que la tela metálica de la veleta puesta en el tope del palo mayor parecía haber tamizado al paso. Mr. Lyell me ha dado también cuatro paquetes de polvo caído sobre un buque, a algunos centenares de millas al norte de estas islas. El profesor Ehrenberg2 ha visto que ese polvo está en gran parte formado por infusorios cubiertos de caparazones silíceos y por tejidos silíceos de plantas. En cinco paquetitos que le remití, ha reconocido la presencia de sesenta y siete formas orgánicas diferentes. Todos los infusorios, excepto dos especies marinas, viven en agua dulce. Según mis noticias, se ha comprobado la caída de polvos idénticos en quince buques diferentes que navegaban por el Atlántico a grandísimas distancias de las 2 Aprovecho esta ocasión para dar las gracias a este ilustre naturalista por la atención que ha tenido dignándose examinar un gran número de mis especimenes. En junio de 1845 dirigí a la Sociedad de Geología una Memoria completa acerca de la caída de ese polvo. ...
En la línea 28
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... costas. La dirección del viento en el instante de caer ese polvo, y el hecho de que siempre caiga durante el mes en que el harmattán eleva a inmensas alturas de la atmósfera espesas nubes de polvo, nos autorizan para afirmar que viene del África. Y, sin embargo (¡hecho muy singular!), aunque el profesor Ehrenberg conoce varias especies de infusorios peculiares del África, no encuentra ni una sola de esas especies en el polvo que le remití; por el contrario, encuentra en él dos especies que hasta ahora sólo se han descubierto en la América del Sur. Este polvo cae en tal cantidad, que todo lo ensucia a bordo y ofende a los ojos; algunas veces hasta oscurece la atmósfera, tanto, que se han perdido buques y estrellado contra la costa. Con frecuencia cae sobre barcos que navegan a varios centenares de millas de la costa de África, hasta más de 1.000 millas (1.600 kilómetros), y en puntos distantes más de 1.600 millas en dirección de norte a sur. Me ha sorprendido hallar en el polvo recogido a bordo de un barco, a 300 millas (480 kilómetros) de tierra, partículas de piedra de una milésima de pulgada cuadrada, mezcladas con materias más finas. En vista de ese hecho no cabe sorprenderse de la diseminación de los espórulos, mucho más pequeños y mucho más ligeros de las plantas criptógamas. ...
En la línea 30
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... En cuanto se entra en el puerto, se advierte en el cerrillo de arena que da frente al mar, una banda blanca, horizontal, que se extiende a una distancia de varias millas a lo largo de la costa, y que está situada a una altura de unos 45 pies (13 metros) sobre el nivel del mar. Examinando más de cerca esa capa blanca, se ve que consiste en materias calcáreas que contienen numerosas conchas, la mayoría de las cuales aún existen en la costa vecina. Esa capa descansa sobre antiguas rocas volcánicas y a su vez ha quedado cubierta por otra de basalto fundido que debió de precipitarse en el mar, cuando aquella capa blanca que contiene conchas descansaba en el fondo del agua. Es muy interesante advertir las modificaciones producidas en la quebradiza masa por el calor de las lavas que la cubrieron: parte de esa masa se transformó en creta cristalina, y otra parte en una piedra manchada compacta. Allí donde las escorias de la superficie inferior de la corriente de lava tocaron a la cal, esta última se ha convertido en grupos de fibras admirablemente radiadas, que se asemejan a la aragonita. Las capas de lava se elevan en mesetas sucesivas ligeramente inclinadas hacia el interior, de donde salieron en un principio los diluvios de piedra en fusión. Creo que desde los tiempos históricos no se ha manifestado en San-lago ningún signo de actividad volcánica. Hasta es raro que pueda descubrirse la forma de cráter en la cima de las numerosas colinas formadas por cenizas rojas; sin embargo, pueden distinguirse en la costa las capas de lava más recientes. ...
En la línea 30
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... En cuanto se entra en el puerto, se advierte en el cerrillo de arena que da frente al mar, una banda blanca, horizontal, que se extiende a una distancia de varias millas a lo largo de la costa, y que está situada a una altura de unos 45 pies (13 metros) sobre el nivel del mar. Examinando más de cerca esa capa blanca, se ve que consiste en materias calcáreas que contienen numerosas conchas, la mayoría de las cuales aún existen en la costa vecina. Esa capa descansa sobre antiguas rocas volcánicas y a su vez ha quedado cubierta por otra de basalto fundido que debió de precipitarse en el mar, cuando aquella capa blanca que contiene conchas descansaba en el fondo del agua. Es muy interesante advertir las modificaciones producidas en la quebradiza masa por el calor de las lavas que la cubrieron: parte de esa masa se transformó en creta cristalina, y otra parte en una piedra manchada compacta. Allí donde las escorias de la superficie inferior de la corriente de lava tocaron a la cal, esta última se ha convertido en grupos de fibras admirablemente radiadas, que se asemejan a la aragonita. Las capas de lava se elevan en mesetas sucesivas ligeramente inclinadas hacia el interior, de donde salieron en un principio los diluvios de piedra en fusión. Creo que desde los tiempos históricos no se ha manifestado en San-lago ningún signo de actividad volcánica. Hasta es raro que pueda descubrirse la forma de cráter en la cima de las numerosas colinas formadas por cenizas rojas; sin embargo, pueden distinguirse en la costa las capas de lava más recientes. ...
En la línea 25
del libro Blancanieves
del afamado autor Jacob y Wilhelm Grimm
... No tenía idea de cómo arreglárselas y entonces corrió y corrió sobre guijarros filosos y a través de las zarzas. ...
En la línea 29
del libro Blancanieves
del afamado autor Jacob y Wilhelm Grimm
... Había una mesita pequeña con un mantel blanco y sobre él siete platitos, cada uno con su pequeña cuchara, más siete cuchillos, siete tenedores y siete vasos, todos pequeños. ...
En la línea 83
del libro Blancanieves
del afamado autor Jacob y Wilhelm Grimm
... Cuando se pusieron de acuerdo sobre la compra la vieja le dilo: -Ahora te voy a peinar como corresponde. ...
En la línea 129
del libro Blancanieves
del afamado autor Jacob y Wilhelm Grimm
... El príncipe lo hizo llevar sobre las espaldas de sus servidores, pero sucedió que éstos tropezaron contra un arbusto y como consecuencia del sacudón el trozo de manzana envenenada que Blancanieves aún conservaba en su garganta fue despedido hacia afuera. ...
En la línea 51
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Calles y personas, rincones de la Catedral y del Casino, ambiente de pasiones o chismes, figures graves o ridículas pasan de la realidad a las manos del arte, y con exactitud pasmosa se reproducen en la mente del lector, que acaba por creerse vetustense, y ve proyectada su sombra sobre las piedras musgosas, entre las sombras de los transeúntes que andan por la Encimada, o al pie de la gallardísima torre de la Iglesia Mayor. ...
En la línea 81
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... En medio de sus errores, Fermín de Pas despierta simpatía, como todo atleta a quien se ve luchando por sostener sobre sus espaldas un mundo de exorbitante y abrumadora pesadumbre. ...
En la línea 87
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Bien quisiera no concretar el presente artículo al examen de La Regenta, extendiéndome a expresar lo que siento sobre la obra entera de Leopoldo Alas; pero esto sería trabajo superior a mis cortas facultades de crítico, y además rebasaría la medida que se me impone para esta limitada prefación. ...
En la línea 104
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Como haz de músculos y nervios la piedra enroscándose en la piedra trepaba a la altura, haciendo equilibrios de acróbata en el aire; y como prodigio de juegos malabares, en una punta de caliza se mantenía, cual imantada, una bola grande de bronce dorado, y encima otra más pequeña, y sobre esta una cruz de hierro que acababa en pararrayos. ...
En la línea 13
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... El altar de Juan, su fiesta, como se llamaba en el pueblo en que vivía, era el poema místico de su niñez, poema hecho, si no de piedra, como una catedral, de madera, plomo, talco, y sobre todo, luces de cera. ...
En la línea 15
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Hincado de rodillas delante de su altar, sentado sobre los talones, Juan, artista y místico a la vez, amaba su obra, el tabernáculo minúsculo con todos sus santos de plomo, sus resplandores de talco, sus misterios de muselina y crespón, restos de antiguas glorias de su madre cuando brillaba en el mundo, digna esposa de un bizarro militar; y amaba a Dios, el Padre de sus padres, del mundo entero, y en este amor de su misticismo infantil también adoraba, sin saberlo, su propia obra, las imágenes de inenarrable inocencia, frescas, lozanas, de la religiosidad naciente, confiada, feliz, soñadora. ...
En la línea 20
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... El niño se ponía de rodillas sobre el asiento, apoyaba las manos en el respaldo, y desde allí predicaba al silencio y a las luces que chisporroteaban, lleno de unción, arrebatado a veces por una elocuencia interior que en la expresión material se traducía en frases incoherentes, en gritos de entusiasmo, algo parecido a la glosolalia de las primitivas iglesias. ...
En la línea 21
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... A veces, fatigado de tanto sentir, de tanto perorar, de tanto imaginar, Juan de Dios apoyaba la cabeza sobre las manos, haciendo almohada del antepecho de su púlpito; y, con lágrimas en los ojos, se quedaba como en éxtasis, vencido por la elocuencia de sus propios pensares, enamorado de aquel mundo de pecadores, de ovejas descarriadas que él se figuraba delante de su cátedra apostólica, y a las que no sabía cómo persuadir para que, cual él, se derritiesen en caridad, en fe, en esperanza, habiendo en el cielo y en la tierra tantas razones para amar infinitamente, ser bueno, creer y esperar. ...
En la línea 59
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Todos llevaban una existencia atareada, corriendo en automóvil los sesenta kilómetros de carretera entre Cannes y Mentón para asistir a fiestas en las diversas ciudades o arriesgar su dinero sobre las mesas verdes de los casinos situados a lo largo de la cornisa de la Costa Azul. ...
En la línea 69
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Por una fatalidad comparable a la de ciertas leyes físicas, la enorme fortuna de la argentina pesaba sobre la asociación de los dos, y aunque era Rosaura la que costeaba la mayor parte de su vida, siempre fastuosa, el goce de algunos de estos despilfarros alcanzaba al hombre que iba con ella. De todos modos, Borja atendía a su propio mantenimiento, y sin que su amante se diese cuenta, era origen para él de muchos gastos extraordinarios. ...
En la línea 95
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Necesitaba visitar por tercera vez a Roma para ver en las llamadas Estancias de los Borgias, dentro del Vaticano, algunos fragmentos que aun existían de su primitiva pavimentación, hecha con azulejos de Valencia. Quería calcarlos para completar cierto libro sobre la antigua azulejaría hispanomorisca fabricada en el pueblo de Manises. ...
En la línea 111
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Este viaje a Roma, después de largos años sin salir de Valencia daba al canónigo una alegría juvenil. Parecía admirarse a sí mismo viéndose sin aquellas sotanas de seda que sus criadas conservaban siempre limpias y brillantes, esparciendo un ligero olor de incienso y de tabaco. Iba ahora en traje civil, vestido de negro, con una pechera de igual color sobre la abertura del chaleco, y en la solapa Izquierda, un botón rojo y amarillo, colores de la bandera española. ...
En la línea 22
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Era ingeniero; pero esto no representaba más que un simple diploma universitario. Había prestado sus servicios en unas cuantas fábricas, ganando lo preciso para vivir, y cuando llegaba el momento de la guerra, en vez de quedarse en América para trabajar en un gran centro industrial e inventar algo que le hiciese rico, prefería ser soldado, debiendo solo a un capricho de la suerte el no quedar tendido para siempre sobre la tierra de Europa. ...
En la línea 50
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El ingeniero vio elevarse sobre la proa un gran abanico de humo negro y amarillento atravesado por muchos objetos obscuros que se esparcían en semicírculo. Esta cortina densa tomó un color de sangre al cubrir el horizonte enrojecido por la puesta del sol. ...
En la línea 59
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Se abstuvo Gillespie de unirse a los grupos que esperaban sobre la cubierta el momento de huir del buque. Sabia que el, por su juventud y su vigor, debía ser de los últimos. Un tranquilo fatalismo guiaba ahora sus acciones. La muerte se le aparecía como algo dulce y triste que podía solucionar todas las contrariedades de su existencia. ...
En la línea 66
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El bote no era gran cosa como embarcación. Lo habían despreciado, sin duda, los demás tripulantes y pasajeros que llenaban varias balleneras vagabundas sobre la superficie azul. Todas estas embarcaciones se alejaban a vela o a remo del buque agonizante. ...
En la línea 8
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Tenía Juanito entonces veinticuatro años. Le conocí un día en casa de Federico Cimarra en un almuerzo que este dio a sus amigos. Se me ha olvidado la fecha exacta; pero debió de ser esta hacia el 69, porque recuerdo que se habló mucho de Figuerola, de la capitación y del derribo de la torre de la iglesia de Santa Cruz. Era el hijo de D. Baldomero muy bien parecido y además muy simpático, de estos hombres que se recomiendan con su figura antes de cautivar con su trato, de estos que en una hora de conversación ganan más amigos que otros repartiendo favores positivos. Por lo bien que decía las cosas y la gracia de sus juicios, aparentaba saber más de lo que sabía, y en su boca las paradojas eran más bonitas que las verdades. Vestía con elegancia y tenía tan buena educación, que se le perdonaba fácilmente el hablar demasiado. Su instrucción y su ingenio agudísimo le hacían descollar sobre todos los demás mozos de la partida, y aunque a primera vista tenía cierta semejanza con Joaquinito Pez, tratándoles se echaban de ver entre ambos profundas diferencias, pues el chico de Pez, por su ligereza de carácter y la garrulería de su entendimiento, era un verdadero botarate. ...
En la línea 13
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Empezó entonces para Barbarita nueva época de sobresaltos. Si antes sus oraciones fueron pararrayos puestos sobre la cabeza de Juanito para apartar de ella el tifus y las viruelas, después intentaban librarle de otros enemigos no menos atroces. Temía los escándalos que ocasionan lances personales, las pasiones que destruyen la salud y envilecen el alma, los despilfarros, el desorden moral, físico y económico. Resolviose la insigne señora a tener carácter y a vigilar a su hijo. Hízose fiscalizadora, reparona, entrometida, y unas veces con dulzura, otras con aspereza que le costaba trabajo fingir, tomaba razón de todos los actos del joven, tundiéndole a preguntas: «¿A dónde vas con ese cuerpo?… ¿De dónde vienes ahora?… ¿Por qué entraste anoche a las tres de la mañana?… ¿En qué has gastado los mil reales que ayer te di?… A ver, ¿qué significa este perfume que se te ha pegado a la cara?… ». Daba sus descargos el delincuente como podía, fatigando su imaginación para procurarse respuestas que tuvieran visos de lógica, aunque estos fueran como fulgor de relámpago. Ponía una de cal y otra de arena, mezclando las contestaciones categóricas con los mimos y las zalamerías. Bien sabía cuál era el flanco débil del enemigo. Pero Barbarita, mujer de tanto espíritu como corazón, se las tenía muy tiesas y sabía defenderse. En algunas ocasiones era tan fuerte la acometida de cariñitos, que la mamá estaba a punto de rendirse, fatigada de su entereza disciplinaria. Pero, ¡quia!, no se rendía; y vuelta al ajuste de cuentas, y al inquirir, y al tomar acta de todos los pasos que el predilecto daba por entre los peligros sociales. En honor a la verdad, debo decir que los desvaríos de Juanito no eran ninguna cosa del otro jueves. En esto, como en todo lo malo, hemos progresado de tal modo, que las barrabasadas de aquel niño bonito hace quince años, nos parecerían hoy timideces y aun actos de ejemplaridad relativa. ...
En la línea 22
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Santa Cruz y Arnaiz. Vistazo histórico sobre el comercio matritense ...
En la línea 27
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... En el reinado de D. Baldomero II, las prácticas y procedimientos comerciales se apartaron muy poco de la rutina heredada. Allí no se supo nunca lo que era un anuncio en el Diario, ni se emplearon viajantes para extender por las provincias limítrofes el negocio. El refrán de el buen paño en el arca se vende era verdad como un templo en aquel sólido y bien reputado comercio. Los detallistas no necesitaban que se les llamase a son de cencerro ni que se les embaucara con artes charlatánicas. Demasiado sabían todos el camino de la casa, y las metódicas y honradas costumbres de esta, la fijeza de los precios, los descuentos que se hacían por pronto pago, los plazos que se daban, y todo lo demás concerniente a la buena inteligencia entre vendedor y parroquiano. El escritorio no alteró jamás ciertas tradiciones venerandas del laborioso reinado de D. Baldomero I. Allí no se usaron nunca estos copiadores de cartas que son una aplicación de la imprenta a la caligrafía. La correspondencia se copiaba a pulso por un empleado que estuvo cuarenta años sentado en la misma silla delante del mismo atril, y que por efecto de la costumbre casi copiaba la carta matriz de su principal sin mirarla. Hasta que D. Baldomero realizó el traspaso, no se supo en aquella casa lo que era un metro, ni se quitaron a la vara de Burgos sus fueros seculares. Hasta pocos años antes del traspaso, no usó Santa Cruz los sobres para cartas, y estas se cerraban sobre sí mismas. ...
En la línea 13
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... No. La vida de Tom transcurría bastante bien, especialmente en verano. Mendigaba sólo lo necesario para salvarse, pues las leyes contra la mendicidad eran estrictas, y graves las penas, y reservaba buena parte de su tiempo para escuchar los encantadores viejos cuentos y leyendas del buen padre Andrés acerca de gigantes y hadas, enanos, y genios, y castillos encantados y magníficos reyes y príncipes. Llenósele la cabeza de todas estas cosas maravillosas, y más de una noche, cuando yacía en la oscuridad, sobre su mezquina y hedionda paja, cansado, hambriento y dolorido de una paliza, daba rienda suelta a la imaginación y pronto olvidaba sus penas y dolores, representándose deliciosamente la espléndida vida de un mimado príncipe en un palacio real. Con el tiempo un deseo vino a cautivarlo día y noche: ver a un príncipe de verdad, con sus propios ojos. Una vez les habló de ello a sus camaradas de Offal Court; pero se burlaron y escarnecieron tan despiadamente, que después de aquello guardó, gustosamente para sí su sueño. ...
En la línea 16
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Poco a poco, las lecturas y los sueños de Tom sobre la vida principesca le produjeron un efecto tan fuerte que empezó a hacer el príncipe, inconscientemente. Su discurso y sus modales se volvieron singularmente ceremoniosos y cortesanos, para gran admiración y diversión de sus íntimos. Pero la influencia de Tom entre aquellos muchachos empezó a crecer, ahora, de día en día, y con el tiempo vino a ser mirado por ellos con una especie de temor reverente, como a un ser superior. ¡Parecía saber tanto, y sabía hacer y decir tantas cosas maravillosas, y además era tan profundo y tan sabio! ...
En la línea 20
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Cierto día de enero, en su habitual recorrido de pordiosero, vagaba desalentado por el sitio que rodea Mincing Lane, y Little East Cheap, hora tras hora, descalzo y con frío, mirando los escaparates de los figones y anhelando las formidables empanadas de cerdo y otros inventos letales ahí exhibidos, porque, para él, todas aquellas eran golosinas dignas de ángeles, a juzgar por su olor, ya que nunca había tenido la buena suerte de comer alguna. Caía una fría llovizna, la atmósfera estaba sombría, era un día melancólico. Por la noche llegó Tom a su casa tan mojado, rendido y hambriento, que su padre y su abuela no pudieron observar su desamparo sin sentirse conmovidos –a su estilo–; de ahí que le dieran una bofetada de una vez y lo mandaran a la cama. Largo rato le mantuvieron despierto el dolor y el hambre, y las blasfemias y golpes que continuaban en el edificio; mas al fin sus pensamientos flotaron hacia lejanas tierras imaginarias, y se durmió en compañía de enjoyados y lustrosos príncipes que vivían en grandes palacios y tenían criados zalameros ante ellos o volando para ejecutar sus órdenes. Luego, como de costumbre, soñó que él mismo era príncipe. Durante toda la noche las glorias de su regio estado brillaron sobre él. Se movía entre grandes señores y damas, en una atmósfera de luz, aspirando perfumes, escuchando deliciosa música y respondiendo a las reverentes cortesías de la resplandeciente muchedumbre que se separaba para abrirle paso, aquí con una sonrisa y allá con un movimiento de su principesca cabeza. Y cuando despertó por la mañana y contempló la miseria que le rodeaba, su sueño surtió su efecto habitual: había intensificado mil veces la sordidez de su ambiente. Después vino la amargura, el dolor y las lágrimas. ...
En la línea 87
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... En un instante agarró y guardó un objeto de importancia nacional que estaba sobre la mesa, y atravesó la puerta, volando por los jardines del palacio, con sus andrajos tremolando, con el rostro encendido y los ojos fulgurantes: Tan pronto llegó a la verja, asió los barrotes e intentó sacudirlos gritando: ...
En la línea 47
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Entró en su gabinete, tomó un sobre y escribió en él: «Señorita doña Eugenia Domingo del Arco. EPM.» Y en seguida, delante del blanco papel, apoyó la cabeza en ambas manos, los codos en el escritorio, y cerró los ojos. «Pensemos primero en ella», se dijo. Y esforzóse por atrapar en la oscuridad el resplandor de aquellos otros ojos que le arrastraran al azar. ...
En la línea 100
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... «¡Lucharemos! –iba diciéndose Augusto calle abajo–, ¡sí, lucharemos! ¿Conque tiene otro novio, otro aspirante a novio … ? ¡Lucharemos! Militia est vita hominis super terram. Ya tiene mi vida una finalidad; ya tengo una conquista que llevar a cabo. ¡Oh, Eugenia, mi Eugenia, has de ser mía! ¡Por lo menos, mi Eugenia, esta que me he forjado sobre la visión fugitiva de aquellos ojos, de aquella yunta de estrellas en mi nebulosa, esta Eugenia sí que ha de ser mía, sea la otra, la de la portera, de quien fuere! ¡Lucharemos! Lucharemos y venceré. Tengo el secreto de la victoria. ¡Ah, Eugenia, mi Eugenia!» ...
En la línea 156
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Al despedirse, Víctor, poniéndose la diestra, a guisa de yugo, sobre el cerviguillo, le susurró al oído: ...
En la línea 182
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... A la piadosa mención de su madre Augusto dejó las cartas sobre la mesa, y su espíritu quedó un momento en suspenso. Muchas veces su madre, aquella dulce señora, hija del infortunio, le había dicho: « Yo no puedo vivir ya mucho, hijo mío; tu padre me está llamando. Acaso le hago a él más falta que a ti. Así que yo me vaya de este mundo y te quedes solo en él tú cásate, cásate cuanto antes. Trae a esta casa dueña y señora. Y no es que yo no tenga confianza en nuestros antiguos y fieles servidores, no. Pero trae ama a la casa. Y que sea ama de casa, hijo mío, que sea ama. Hazla dueña de tu corazón, de tu bolsa, de tu despensa, de tu cocina y de tus resoluciones. Busca una mujer de gobierno, que sepa querer… y gobernarte.» ...
En la línea 6
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... ¿Quién, a pesar de la tempestad, velaba en la isla de los sanguinarios piratas? En un verdadero laberinto de trincheras hundidas, cerca de las cuales se veían armas quebradas y huesos humanos, se alzaba una amplia y sólida construcción, sobre la cual ondeaba una gran bandera roja con una cabeza de tigre en el centro. ...
En la línea 36
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —Es verdad, pero ¿de quién ha sido la culpa? ¿Es que los hombres de raza blanca han sido menos inexorables conmigo? ¿No me destronaron con el pretexto de que me hacía poderoso y temible? ¿No asesinaron a mi madre, a mis hermanos y a mis hermanas? ¿Qué daño les había causado yo? ¡Los blancos no tenían queja alguna contra mí! ¡Ahora los odio, sean españoles, holandeses, ingleses o portugueses, tus compatriotas, y me vengaré de ellos de un modo terrible! Así lo juré sobre los cadáveres de mi familia y mantendré mi juramento. Sí, he sido despiadado con mis enemigos. Sin embargo, alguna voz se levantará para decir que también he sido generoso. ...
En la línea 45
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —Porque es una locura ir a la madriguera de tus enemigos más encarnizados. ¡No tientes a la fortuna! Los ingleses no esperan otra cosa que tu muerte para arrojarse sobre tus tigrecitos y destruirlos. ...
En la línea 112
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Patán hizo fuego. El efecto fue instantáneo: el palo mayor del junco, agujereado en la base, osciló con violencia y cayó sobre cubierta con las velas y todo el cordaje. ...
En la línea 53
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Pero frente a los que vieron en ello un problema puramente científico por resolver, otros, más positivos, sobre todo en América y en Inglaterra, se preocuparon de purgar al océano del temible monstruo, a fin de asegurar las comunicaciones marítimas. Las publicaciones especializadas en temas industriales y comerciales trataron la cuestión principalmente desde este punto de vista. La Shipping and Mercantile Gazette, el Lloyd, el Paquebot, La Revue Maritime et Coloniale, todas las publicaciones periódicas en las que estaban representados los intereses de las compañías de seguros, que amenazaban ya con la elevación de las tarifas de sus pólizas, coincidieron en ese punto. ...
En la línea 75
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Desde hacía diez años, Conseil me había seguido a todas partes donde me llevara la ciencia. jamás le había oído una queja o un comentario sobre la duración o la fatiga de un viaje, ni una objeción a hacer su maleta para un país cualquiera, ya fuese la China o el Congo, por remoto que fuera. Se ponía en camino para un sitio u otro sin hacer la menor pregunta. ...
En la línea 97
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -¿Sabes, amigo mío? Verás… se trata del monstruo, del famoso narval… Vamos a librar de él los mares… El autor de una obra en dos volúmenes sobre los Misterios de los grandes fondos submarinos no podía sustraerse a la expedición del comandante Farragut. Misión gloriosa, pero… también peligrosa. No se sabe adónde nos llevará esto… Esos animales pueden ser muy caprichosos… Pero iremos, de todos modos. Con un comandante que no conoce el miedo. ...
En la línea 120
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Los muelles de Brooklyn y de toda la parte de Nueva York que bordea el río del Este estaban también llenos de curiosos. Tres hurras sucesivos brotaron de quinientas mil gargantas. Millares de pañuelos se agitaron en el aire sobre la compacta masa humana y saludaron al Abraham Lincoln hasta su llegada a las aguas del Hudson, en la punta de esa alargada península que forma la ciudad de Nueva York. ...
En la línea 46
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Ahora los marjales parecían una larga y negra línea horizontal. En el cielo había fajas rojizas, separadas por otras muy negras. A orillas del río pude distinguir débilmente las dos únicas cosas oscuras que parecían estar erguidas; una de ellas era la baliza, gracias a la cual se orientaban los marinos, parecida a un barril sin tapa sobre una pértiga, cosa muy fea y desagradable cuando se estaba cerca: era una horca, de la que colgaban algunas cadenas que un día tuvieron suspendido el cuerpo de un pirata. Aquel hombre se acercaba cojeando a esta última, como si fuese el pirata resucitado y quisiera ahorcarse otra vez. Cuando pensé en eso, me asusté de un modo terrible y, al ver que las ovejas levantaban sus cabezas para mirar a aquel hombre, me pregunté si también creerían lo mismo que yo. Volví los ojos alrededor de mí en busca de aquel terrible joven, mas no pude descubrir la menor huella de él. Y como me había asustado otra vez, eché a correr hacia casa sin detenerme. ...
En la línea 48
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Mi hermana, la señora Joe Gargery, tenía veinte años más que yo y había logrado gran reputación consigo misma y con los vecinos por haberme criado «a mano». Como en aquel tiempo tenía que averiguar yo solo el significado de esta expresión, y por otra parte me constaba que ella tenía una mano dura y pesada, así como la costumbre de dejarla caer sobre su marido y sobre mí, supuse que tanto Joe Gargery como yo habíamos sido criados «a mano». ...
En la línea 48
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Mi hermana, la señora Joe Gargery, tenía veinte años más que yo y había logrado gran reputación consigo misma y con los vecinos por haberme criado «a mano». Como en aquel tiempo tenía que averiguar yo solo el significado de esta expresión, y por otra parte me constaba que ella tenía una mano dura y pesada, así como la costumbre de dejarla caer sobre su marido y sobre mí, supuse que tanto Joe Gargery como yo habíamos sido criados «a mano». ...
En la línea 74
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Advertí que era horroroso el esfuerzo de resolución necesario para realizar mi cometido. Era como si me hubiese propuesto saltar desde lo alto de una casa elevada o hundirme en una gran masa de agua. Y Joe, que, naturalmente, no sabía una palabra de mis propósitos, contribuyó a dificultarlos más todavía. En nuestra franca masonería ya mencionada, de compañeros de penas y fatigas, y en su bondadosa amistad hacia mí, había la costumbre, seguida todas las noches, de comparar nuestro modo respectivo de comernos el pan con manteca, exhibiéndolos de vez en cuando y en silencio a la admiración mutua, lo cual nos estimulaba para realizar nuevos esfuerzos. Aquella noche, Joe me invitó varias veces, mostrándome repetidamente su pedazo de pan, que disminuía con la mayor rapidez, a que tomase parte en nuestra acostumbrada y amistosa competencia; pero cada vez me encontró con mi amarilla taza de té sobre la rodilla y el pan con manteca, entero, en la otra. Por fin, ya desesperado, comprendí que debía realizar lo que me proponía y que tenía que hacerlo del modo más difícil, atendidas las circunstancias. Me aproveché del momento en que Joe acababa de mirarme y deslicé el pedazo de pan con manteca por la pernera de mi pantalón. ...
En la línea 23
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Transcurrido un instante, la puerta se entreabrió. Por la estrecha abertura, la inquilina observó al intruso con evidente desconfianza. Sólo se veían sus ojillos brillando en la sombra. Al ver que había gente en el rellano, se tranquilizó y abrió la puerta. El joven franqueó el umbral y entró en un vestíbulo oscuro, dividido en dos por un tabique, tras el cual había una minúscula cocina. La vieja permanecía inmóvil ante él. Era una mujer menuda, reseca, de unos sesenta años, con una nariz puntiaguda y unos ojos chispeantes de malicia. Llevaba la cabeza descubierta, y sus cabellos, de un rubio desvaído y con sólo algunas hebras grises, estaban embadurnados de aceite. Un viejo chal de franela rodeaba su cuello, largo y descarnado como una pata de pollo, y, a pesar del calor, llevaba sobre los hombros una pelliza, pelada y amarillenta. La tos la sacudía a cada momento. La vieja gemía. El joven debió de mirarla de un modo algo extraño, pues los menudos ojos recobraron su expresión de desconfianza. ...
En la línea 86
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Se levantó, vaciló, cogió su vaso y fue a sentarse al lado del joven. Aunque embriagado, hablaba con soltura y vivacidad. Sólo de vez en cuando se le trababa la lengua y decía cosas incoherentes. Al verle arrojarse tan ávidamente sobre Raskolnikof, cualquiera habría dicho que también él llevaba un mes sin desplegar los labios. ...
En la línea 90
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Llenó su vaso, lo vació y quedó en una actitud soñadora. En efecto, briznas de heno se veían aquí y allá, sobre sus ropas y hasta en sus cabellos. A juzgar por las apariencias, no se había desnudado ni lavado desde hacía cinco días. Sus manos, gruesas, rojas, de uñas negras, estaban cargadas de suciedad. Todos los presentes le escuchaban, aunque con bastante indiferencia. Los chicos se reían detrás del mostrador. El tabernero había bajado expresamente para oír a aquel tipo. Se sentó un poco aparte, bostezando con indolencia, pero con aire de persona importante. Al parecer, Marmeladof era muy conocido en la casa. Ello se debía, sin duda, a su costumbre de trabar conversación con cualquier desconocido que encontraba en la taberna, hábito que se convierte en verdadera necesidad, especialmente en los alcohólicos que se ven juzgados severamente, e incluso maltratados, en su propia casa. Así, tratan de justificarse ante sus compañeros de orgía y, de paso, atraerse su consideración. ...
En la línea 128
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Esta media botella que ve usted aquí está pagada con su dinero ‑continuó Marmeladof, dirigiéndose exclusivamente a Raskolnikof‑. Me ha dado treinta kopeks, los últimos, todo lo que tenía: lo he visto con mis propios ojos. Ella no me ha dicho nada; se ha limitado a mirarme en silencio… Ha sido una mirada que no pertenecía a la tierra, sino al cielo. Sólo allá arriba se puede sufrir así por los hombres y llorar por ellos sin condenarlos. Sí, sin condenarlos… Pero es todavía más amargo que no se nos condene. Treinta kopeks… ¿Acaso ella no los necesita? ¿No le parece a usted, mi querido señor, que ella ha de conservar una limpieza atrayente? Esta limpieza cuesta dinero; es una limpieza especial. ¿No le parece? Hacen falta cremas, enaguas almidonadas, elegantes zapatos que embellezcan el pie en el momento de saltar sobre un charco. ¿Comprende, comprende usted la importancia de esta limpieza? Pues bien; he aquí que yo, su propio padre, le he arrancado los treinta kopeks que tenía. Y me los bebo, ya me los he bebido. Dígame usted: ¿quién puede apiadarse de un hombre como yo? Dígame, señor: ¿tiene usted piedad de mí o no la tiene? Con franqueza, señor: ¿me compadece o no me compadece? ¡Ja, ja, ja! ...
En la línea 43
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —¡Eso no es posible! —protestó el francés—. Los soldados franceses no disparan sobre los niños. ...
En la línea 98
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... En realidad, aquellas tristes salas están desprovistas de esplendor, y, en lo que se refiere al oro, no solamente no está amontonado sobre las mesas, sino que se le ve muy poco. ...
En la línea 99
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Sin duda, durante la temporada llega de pronto algún ser extravagante, algún inglés o algún asiático o turco, como ha ocurrido este verano, que gana o pierde sumas considerables. Los demás jugadores no arriesgan, en general, sino pequeñas cantidades, y, regularmente, hay poco dinero sobre el tapete verde. ...
En la línea 107
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... En una palabra, un “gentleman” no debe considerar el juego más que como un pasatiempo organizado con el único objeto de divertirle. No debe ni siquiera sospechar las trampas y los cálculos sobre los que está fundada la banca. Obraría muy delicadamente suponiendo que todos los demás jugadores, todas las gentes que le rodean y tiemblan por un florín, se componen de ricos caballeros, que, como él mismo, juegan únicamente para distraerse y divertirse. ...
En la línea 68
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... 'El hombre tiene sobre sí la carne, que es a la vez su carga y su tentación. La lleva, y cede a ella. Debe vigilarla, contenerla, reprimirla; mas si a pesar de sus esfuerzos cae, la falta así cometida es venial. Es una caída; pero caída sobre las rodillas, que puede transformarse y acabar en oración'. ...
En la línea 68
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... 'El hombre tiene sobre sí la carne, que es a la vez su carga y su tentación. La lleva, y cede a ella. Debe vigilarla, contenerla, reprimirla; mas si a pesar de sus esfuerzos cae, la falta así cometida es venial. Es una caída; pero caída sobre las rodillas, que puede transformarse y acabar en oración'. ...
En la línea 85
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... No es posible figurarse nada más sencillo que el dormitorio del obispo. Una puerta-ventana que daba al jardín; enfrente, la cama, una cama de hospital, con colcha de sarga verde; detrás de una cortina, los utensilios de tocador, que revelaban todavía los antiguos hábitos elegantes del hombre de mundo; dos puertas, una cerca de la chimenea que daba paso al oratorio; otra cerca de la biblioteca que daba paso al comedor. La biblioteca era un armario grande con puertas vidrieras, lleno de libros; la chimenea era de madera, pero pintada imitando mármol, habitualmente sin fuego. Encima de la chimenea, un crucifijo de cobre, que en su tiempo fue plateado, estaba clavado sobre terciopelo negro algo raído y colocado bajo un dosel de madera; cerca de la puerta-ventana había una gran mesa con un tintero, repleta de papeles y gruesos libros. ...
En la línea 87
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Menester es confesar, sin embargo, que le quedaban de lo que en otro tiempo había poseído seis cubiertos de plata y un cucharón, que la señora Magloire miraba con cierta satisfacción todos los días relucir espléndidamente sobre el blanco mantel de gruesa tela. Y como procuramos pintar aquí al obispo de D. tal cual era, debemos añadir que más de una vez había dicho: 'Renunciaría difícilmente a comer con cubiertos que no fuesen de plata'. ...
En la línea 1
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Buck no leía los periódicos, de lo contrario habría sabido que una amenaza se cernía no sólo sobre él, sino sobre cualquier otro perro de la costa, entre Puget Sound y San Diego, con fuerte musculatura y largo y abrigado pelaje. Porque a tientas, en la oscuridad del Ártico, unos hombres habían encontrado un metal amarillo y, debido a que las compañías navieras y de transporte propagaron el hallazgo, miles de otros hombres se lanzaban hacia el norte. Estos hombres necesitaban perros, y los querían recios, con una fuerte musculatura que los hiciera resistentes al trabajo duro y un pelo abundante que los protegiera del frío. ...
En la línea 4
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Pero Buck no era perro de casa ni de jauría. Suya era la totalidad de aquel ámbito. Se zambullía en la alberca o salía a cazar con los hijos del juez, escoltaba a sus hijas, Mollie y Alice, en las largas caminatas que emprendían al atardecer o por la mañana temprano, se tendía a los pies del juez delante del fuego que rugía en la chimenea en las noches de invierno, llevaba sobre el lomo a los nietos de Miller o los hacía rodar por la hierba, y vigilaba sus pasos en las osadas excursiones de los niños hasta la fuente de las caballerizas e incluso más allá, donde estaban los potreros y los bancales de bayas. Pasaba altivamente por entre los foxterriers, y a Toots e Ysabel no les hacía el menor caso, pues era el rey, un monarca que regía sobre todo ser viviente que reptase, anduviera o volase en la finca del juez Miller, humanos incluidos. ...
En la línea 4
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Pero Buck no era perro de casa ni de jauría. Suya era la totalidad de aquel ámbito. Se zambullía en la alberca o salía a cazar con los hijos del juez, escoltaba a sus hijas, Mollie y Alice, en las largas caminatas que emprendían al atardecer o por la mañana temprano, se tendía a los pies del juez delante del fuego que rugía en la chimenea en las noches de invierno, llevaba sobre el lomo a los nietos de Miller o los hacía rodar por la hierba, y vigilaba sus pasos en las osadas excursiones de los niños hasta la fuente de las caballerizas e incluso más allá, donde estaban los potreros y los bancales de bayas. Pasaba altivamente por entre los foxterriers, y a Toots e Ysabel no les hacía el menor caso, pues era el rey, un monarca que regía sobre todo ser viviente que reptase, anduviera o volase en la finca del juez Miller, humanos incluidos. ...
En la línea 11
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Al volver en sí tuvo la vaga conciencia de que le dolía la lengua y de que estaba viajando en un vehículo que traqueteaba. El agudo y estridente silbato de la locomotora al acercarse a un cruce le reveló dónde estaba. Había viajado demasiadas veces con el juez, para no reconocer la sensación de estar en un furgón de carga. Abrió los ojos, y en ellos se reflejó la incontenible indignación de un monarca secuestrado. El hombre intentó cogerlo por el pescuezo, pero Buck fue más rápido que él. Sus mandíbulas se cerraron sobre la mano y él no las aflojó hasta que una vez más perdió el sentido. ...
En la línea 48
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... »Con dulzura, y sobre todo, recuérdelo, sin fatiga, usted la reeducará. ...
En la línea 62
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... El doctor Wilson ha tomado numerosos datos sobre los caracteres de cada una de estas personalidades. Unas veces, la joven aparecía como una muchacha asustadiza y tímida hasta la exageración; huía de sus propios padres, ocultándose el rostro cuando se acercaba cualquiera. Un día tocó una arruga en una tela y empezó a gritar diciendo que era una serpiente. En ocasiones su terror llegaba al punto de comunicar a su cuerpo una rigidez cadavérica. Esto es lo que el doctor Wilson llama la primera personalidad de la enferma. ...
En la línea 109
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... -Los zapatos blancos la proporcionaban sobre todo el más aturdido regocijo. ...
En la línea 124
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... Iba a casarme con mi esposa, es decir, iba a casarme con el alma de mi esposa (porque, ¿no es también el matrimonio la unión de dos almas?), y aquella alma que se levantaba sobre el aniquilamiento de una memoria, aquella alma, tan blanda, tan tenue, tan infantil (animula, blandula, vagula… ) era distinta ¡y tan distinta de la otra! Y sobre todo, ¡era mía! ¡mía! (complacíame en repetir esta cadenciosa palabra), porque la otra alma, la de «Luisa» no me perteneció jamás. ...
En la línea 15
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Ni más ni menos que en los países de abanico cuyas mitológicas pinturas representan nupcias, se notaba allí que el séquito de la novia lo componían hembras, y sólo individuos del sexo fuerte formaban el del novio. Advertíase asimismo gran diferencia entre la condición social de uno y otro cortejo. La escolta de la novia, mucho más numerosa, parecía poblado hormiguero: viejas y mozas llevaban el sacramental traje de negra lana, que viene a ser como uniforme de ceremonia para la mujer de clase inferior, no exenta, sin embargo, de ribetes señoriles: que el pueblo conserva aun el privilegio de vestirse de alegres colores en las circunstancias regocijadas y festivas. Entre aquellas hormigas humanas habíalas de pocos años y buen palmito, risueñas unas y alborotadas con la boda, otras quejumbrosicas y encendidos los ojos de llorar, con la despedida. Media docena de maduras dueñas las autorizaban, sacando de entre el velo del manto la nariz, y girando a todas partes sus pupilas llenas de experiencia y malicia. Todo el racimo de amigas se apiñaba en torno de la nueva esposa, manifestando la pueril y ávida curiosidad que despierta en las multitudes el espectáculo de las situaciones supremas de la existencia. Se estaban comiendo a miradas a la que mil veces vieran, a la que ya de memoria sabían: a la novia, que con el traje de camino se les figuraba otra mujer, diversísima de la conocida hasta entonces. Contaría la heroína de la fiesta unos diez y ocho años: aparentaba menos, atendiendo al mohín infantil de su boca y al redondo contorno de sus mejillas, y más, consideradas las ya florecientes curvas de su talle, y la plenitud de robustez y vida de toda su persona. Nada de hombros altos y estrechos, nada de inverosímiles caderas como las que se ven en los grabados de figurines, que traen a la memoria la muñeca rellena de serrín y paja; sino una mujer conforme, no al tipo convencional de la moda de una época, pero al tipo eterno de la forma femenina, tal cual la quisieron natura y arte. Acaso esta superioridad física perjudicaba un tanto al efecto del caprichoso atavío de viaje de la niña: tal vez se requería un cuerpo más plano, líneas más duras en los brazos y cuello, para llevar con el conveniente desenfado el traje semimasculino, de paño marrón, y la toca de paja burda, en cuyo casco se posaba, abiertas las alas, sobre un nido de plumas, tornasolado colibrí. Notábase bien que eran nuevas para la novia tales extrañezas de ropaje, y que la ceñida y plegada falda, el casaquín que modelaba exactamente su busto le estorbaban, como suele estorbar a las doncellas en el primer baile la desnudez del escote: que hay en toda moda peregrina algo de impúdico para la mujer de modestas costumbres. Además, el molde era estrecho para encerrar la bella estatua, que amenazaba romperlo a cada instante, no precisamente con el volumen, sino más bien con la libertad y soltura de sus juveniles movimientos. No se desmentía en tan lucido ejemplar la raza del recio y fornido anciano, del padre que allí se estaba derecho, sin apartar de su hija los ojos. El viejo, alto, recto y firme, como un poste del telégrafo, y un jesuita bajo y de edad mediana, eran los únicos varones que descollaban entre el consabido hormiguero femenil. ...
En la línea 16
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Al novio le rodeaban hasta media docena de amigos: y si el séquito de la novia era el eslabón que une a clase media y pueblo, el del novio tocaba en esa frontera, en España tan indeterminada como vasta, que enlaza a la mesocracia con la gente de alto copete. Cierta gravedad oficial, la tez marchita y como ahumada por los reverberos, no sé qué inexplicable matiz de satisfacción optimista, la edad tirando a madura, signos eran que denotaban hombres llegados a la meta de las humanas aspiraciones en los países decadentes: el ingreso en las oficinas del Estado. Uno de ellos llevaba la voz, y los demás le manifestaban singular deferencia en sus ademanes. Animaba aquel grupo una jovialidad retozona, contenida por el empaque burocrático: hervía también allí la curiosidad, menos ingenua y descarada, pero más aguda y epigramática que en el hormiguero de las amigas. Había discretos cuchicheos, familiaridades de café indicadas por un movimiento o un codazo, risas instantáneamente reprimidas, aires de inteligencia, puntas de puros arrojadas al suelo con marcialidad, brazos que se unían como en confidencia tácita. La mancha clara del sobretodo gris del novio se destacaba entre las negras levitas, y su estatura aventajada dominaba también las de los circunstantes. Medio siglo menos un lustro, victoriosamente combatido por un sastre, y mucho aliño y cuidado de tocador; las espaldas queriendo arquearse un tanto sin permiso de su dueño; un rostro de palidez trasnochadora, sobre el cual se recortaban, con la crudeza de rayas de tinta, las guías del engomado bigote; cabellos cuya raridad se advertía aún bajo el ala tersa del hongo de fieltro ceniza; marchita y abolsada y floja la piel de las ojeras; terroso el párpado y plúmbea la pupila, pero aún gallarda la apostura y esmeradamente conservados los imponentes restos de lo que antaño fue un buen mozo, esto se veía en el desposado. Quizás ayudaba el mismo primor del traje a patentizar la madurez de los años: el luengo sobretodo ceñía demasiado el talle, no muy esbelto ya; el fieltro, ladeado gentilmente, pedía a gritos las mejillas y sienes de un mancebo. Pero así y todo, entre aquella colección de vulgares figuras de provincia, tenía la del novio no sé qué tufillo cortesano, cierto desenfado de hombre hecho a la vida ancha y fácil de los grandes centros, y la soltura de quien no conoce escrúpulos, ni se para en barras cuando el propio interés está en juego. Hasta se distinguía del grupo de sus amigos, por la reserva de buen género con que acogía las insinuaciones y bromas sotto voce, tan adecuadas al carácter mesocrático de la boda. ...
En la línea 27
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Padre Urtazu -dijo la desposada llegándose al que su negra faja declaraba por jesuita, y, asiéndole la mano, sobre la cual cayeron a un tiempo sus labios y dos lágrimas, claras como agua-, pida usted a Dios por mí… ...
En la línea 36
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Ya oscilaba la férrea culebra cuando él penetró en el departamento, cerrando la portezuela tras de sí. El compasado balance fue acelerándose, y el tren completo cruzó ante las gentes de la despedida, dejándoles en los ojos confusos torbellino de líneas, de colores, de números, la visión rápida de las cabezas asomadas a todas las ventanillas. Algún tiempo se distinguió la cara de Lucía, sofocada y bañada en llanto, y su pañuelo que se agitaba, y oyose su voz diciendo: Adiós, papá… , padre Urtazu, adiós, adiós… Rosario… Carmen… , abur… Al fin se perdió todo en la distancia, la escamosa sierpe del tren revelose a lo lejos por una mancha obscura, luego por desmadejado penacho de turbio vapor, que presto se disipó también en el ambiente. Más allá del andén, extrañamente silencioso ya, resplandecía el cielo claro, de acerado azul; se extendían monótonas las interminables campiñas; los rieles señalaban como arrugas en la árida faz de la tierra. Un gran silencio pesaba sobre la estación. Quedáronse inmóviles los acompañantes, como sobrecogidos por el aturdimiento de la ausencia. Fueron los amigos del novio los primeros en moverse y hablar. Se despidieron del padre con rápidos apretones de mano y frases triviales de sociedad, un tanto descuidadas en la forma, como dirigidas de superior a inferior; tras de lo cual, el pelotón entero tomó el camino de la ciudad, reanudando la broma y algazara. ...
En la línea 14
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Phileas Fogg, rectamente sentado en su butaca, los pies juntos como los de los soldados en formación, las manos sobre las rodillas, el cuerpo derecho, la cabeza erguida, veía girar el minutero del reloj, complicado aparato que señalaba las horas, los minutos, los segundos, los días y años. Al dar las once y media, mister Fogg, según su costumbre diaria debía salir de su casa para ir al Reform Club. ...
En la línea 21
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... -Picaporte me conviene- respondió el gentiemen-. Me habéis sido recomendado. Tengo buenos informes sobre vuestra conducta. ¿Conocéis mis condiciones? ...
En la línea 37
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Decir si el genio expansivo de este muchacho podía avenirse con el de Phileas Fogg, es cosa que prohibe la prudencia elemental. ¿Sería Picaporte ese criado exacto hasta la precisión que convenía a su dueño? La práctica lo demostraría. Después de haber tenido, como ya es sabido, una juventud algo vagabunda, aspiraba al reposo. Había oído ensalzar el metodismo inglés y la proverbial frialdad de los gentlemen, y se fue a buscar fortuna a Inglaterra. Pero hasta entonces la fortuna le había sido adversa. En ninguna parte pudo echar raíces. Estuvo en diez casas, y en todas ellas los amos eran caprichosos, desiguales, amigos de correr aventuras o de recorrer paises, cosas todas ellas que ya no podían convenir a Picaporte. Su último señor, el joven lord Longsferry, miembro del Parlamento después de pasar las noches en los 'oystersrooms' de Hay Marquet, volvía a su casa muy a menudo sobre los hombros de los 'policemen.' Queriendo Picaporte ante todo respetar a su amo, arriesgó algunas observaciones respetuosas que fueron mal recibidas, y rompió. Supo en el ínterin que Phileas Fogg buscaba criado y tomó infon nes acerca de este caballero. Un personaje cuya existencia era tan regular, que no dormía fuera de casa, que no viajaba, que nunca, ni un día siquiera, se ausentaba, no podía sino convenirle. Se presentó y fue admitido en las circunstancias ya conocidas. ...
En la línea 60
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... El suceso de que se trataba, y sobre el cual los diferentes periódicos del Reino Unido discutían acaloradamente, se había realizado tres días antes, el 29 de septiembre. Un legajo de billetes de banco que formaba la enorme cantidad de cincuenta y cinco mil libras, había sido sustraído de la mesa del cajero principal del Banco de Inglaterra. ...
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