Cual es errónea Exclamaba o Exclamava?
La palabra correcta es Exclamaba. Sin Embargo Exclamava se trata de un error ortográfico.
El Error ortográfico detectado en el termino exclamava es que hay un Intercambio de las letras b;v con respecto la palabra correcta la palabra exclamaba

la Ortografía es divertida
Reglas relacionadas con los errores de b;v
Las Reglas Ortográficas de la B
Regla 1 de la B
Detrás de m se escribe siempre b.
Por ejemplo:
sombrío
temblando
asombroso.
Regla 2 de la B
Se escriben con b las palabras que empiezan con las sílabas bu-, bur- y bus-.
Por ejemplo: bujía, burbuja, busqué.
Regla 3 de la B
Se escribe b a continuación de la sílaba al- de inicio de palabra.
Por ejemplo: albanés, albergar.
Excepciones: Álvaro, alvéolo.
Regla 4 de la B
Las palabras que terminan en -bundo o -bunda y -bilidad se escriben con b.
Por ejemplo: vagabundo, nauseabundo, amabilidad, sociabilidad.
Excepciones: movilidad y civilidad.
Regla 5 de la B
Se escriben con b las terminaciones del pretérito imperfecto de indicativo de los verbos de la primera conjugación y también el pretérito imperfecto de indicativo del verbo ir.
Ejemplos: desplazaban, iba, faltaba, estaba, llegaba, miraba, observaban, levantaba, etc.
Regla 6 de la B
Se escriben con b, en todos sus tiempos, los verbos deber, beber, caber, haber y saber.
Regla 7 de la B
Se escribe con b los verbos acabados en -buir y en -bir. Por ejemplo: contribuir, imbuir, subir, recibir, etc.
Excepciones: hervir, servir y vivir, y sus derivados.
Las Reglas Ortográficas de la V
Regla 1 de la V Se escriben con v el presente de indicativo, subjuntivo e imperativo del verbo ir, así como el pretérito perfecto simple y el pretérito imperfecto de subjuntivo de los verbos tener, estar, andar y sus derivados. Por ejemplo: estuviera o estuviese.
Regla 2 de la V Se escriben con v los adjetivos que terminan en -ava, -ave, -avo, -eva, -eve, -evo, -iva, -ivo.
Por ejemplo: octava, grave, bravo, nueva, leve, longevo, cautiva, primitivo.
Regla 3 de la V Detrás de d y de b también se escribe v. Por ejemplo: advertencia, subvención.
Regla 4 de la V Las palabras que empiezan por di- se escriben con v.
Por ejemplo: divertir, división.
Excepciones: dibujo y sus derivados.
Regla 5 de la V Detrás de n se escribe v. Por ejemplo: enviar, invento.
Te vas a reir con las pifia que hemos hemos encontrado cambiando las letras b;v

El Español es una gran familia
Algunas Frases de libros en las que aparece exclamaba
La palabra exclamaba puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 899
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --¡El vino!--exclamaba Salvatierra.--Ese es el mayor enemigo de este país: mata las energías, crea engañosas esperanzas, acabo con la vida prematuramente: todo lo destruye; hasta el amor. ...
En la línea 1287
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --¡La grasia e Dió!--exclamaba el padre rasgueando la guitarra con nueva furia. ¡Vaya una parejita de palomos!... ¡Eso es bailá! Y Rafael el aperador, que sólo aparecía en Marchamalo de semana en semana, al ver por dos veces este baile, se mostró orgulloso del honor que el señorito hacía a su novia. Su amo no era malo; lo de antes fueron locuras de la juventud; pero ahora, al sentar la cabeza, resultaba un señorito de chipén, ¡la mar de simpático!, con gran afición a tratar a las gentes bajas, como si fuesen sus iguales. Jaleaba a la pareja de bailadores, sin el menor asomo de celos; él, que se sentía capaz de sacar su navaja apenas se fijaba alguien en María de la Luz. Únicamente sentía un poco de envidia, por no poder bailar con el garbo de su amo. ...
En la línea 1330
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --¡Olé las mozas de arranque!--exclamaba el señorito.--¡Así me gusta mi niña! ¡Con riñones y too!... ...
En la línea 1371
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --¡Y qué!--exclamaba el señorito.--Yo también estoy borracho, y tu padre, y todos lo estamos. Para eso es la fiesta. Otra copa. ¡Olé, mi niña, valiente! ¡Siga la juerga! Bailaban en medio del corro algunas muchachas, con torpeza de campesinas, haciendo frente a los viñadores no menos rústicos. ...
En la línea 6998
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Al menos, el moro conoce al Anciano de días, que ha dicho: «No tendrás más dioses que yo.» Cuando decía estas palabras, oí un grito como rugido de león, y una temerosa voz exclamaba a lo lejos: _Kapul Udbagh_. ...
En la línea 816
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... —Señores —exclamaba —ya lo ven ustedes: esta capilla es el lunar, el feo lunar, el borrón diré mejor, de esta joya gótica. ...
En la línea 1905
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... —¡Es un Fidias! —exclamaba el marqués de Vegallana, que había viajado y recordaba que se decía: un Zurbarán, un Murillo, etc. ...
En la línea 2149
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... A don Tomás le llamaban Frígilis, porque si se le refería un desliz de los que suelen castigar los pueblos con hipócritas aspavientos de moralidad asustadiza, él se encogía de hombros, no por indiferencia, sino por filosofía, y exclamaba sonriendo: —¿Qué quieren ustedes? Somos frígilis; como decía el otro. ...
En la línea 5594
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... ¡Dios mío! ¡Dios mío!, exclamaba el Justo, mientras su cuerpo dislocado se rompía dentro con chasquidos sordos. ...
En la línea 1689
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Fortunata se levantó para marcharse. Ocurriole a Maximiliano salir detrás de ella para ver dónde iba. Era la manera especial suya de hacer la corte. En su espíritu soñador existía la vaga creencia de que aquellos seguimientos entrañaban una comunicación misteriosa, quizás magnética. Seguir, mirando de lejos, era un lenguaje o telegrafía sui generis, y la persona seguida, aunque no volviese la vista atrás, debía de conocer en sí los efectos del fluido de atracción. Salió Fortunata despidiéndose muy fríamente, y a los dos minutos se despidió también Maximiliano con ánimo de alcanzarla todavía en el portal. Pero aquel condenado Ulmus sylvestris le entretuvo a la fuerza, cogiéndole una mano y apretándosela con bárbaros alardes de vigor muscular, para reírse con los chillidos de dolor que daba el pobre Rubinius vulgaris. «¡Qué asno eres!—exclamaba este, retirando al fin su mano magullada, con los dedos pegados unos a otros—. ¡Vaya unas gracias!.. ...
En la línea 1990
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... El recuerdo de su difunto, que siempre se avivaba en la mente de doña Lupe cuando se veía en algún conflicto, la enterneció. En todas sus aflicciones se consolaba con la dulce memoria de su felicidad matrimonial, pues Jáuregui había sido el mejor de los hombres y el número uno de los maridos. «¡Ay, mi Jáuregui!» exclamaba echando toda el alma en un suspiro. ...
En la línea 3409
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... «Ya me lo decía el corazón» exclamaba, apretando el pañuelo contra sus ojos. ...
En la línea 3576
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... También había estado en la expedición a Roma el 48. ¡Oh, Roma! Aquello sí que era cosa grande. ¡Qué bonito aquel paso de Pío IX bendiciendo a las tropas! Y la conversación rodaba, sin saber cómo, de la bendición papal a los amoríos del narrador. En esto era la de no acabar, y de la cuenta total salían a siete aventuras por año, con la particularidad de que eran en las cinco partes del mundo, porque Feijoo, que también había estado en Filipinas, tuvo algo que ver con chinas, javanesas y hasta con joloanas. Una salvaje le había trastornado el seso, demostrando que en las islas de la Polinesia se dan casos de coquetería no menos refinada que la de los salones europeos. «¡Ay, qué bueno!—exclamaba Fortunata riendo con toda su alma, al oír ciertos lances—. ¡Si eso parece de acá… ! ¡Pero qué lista… ! ¿Has visto? ¡Y luego dicen… !». ...
En la línea 1086
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¡Mariana! ¡Amor mío! —exclamaba el pirata—. ¡No tengas miedo, ya estoy cerca de ti! ...
En la línea 2431
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¡Destruiré e incendiaré a ese maldito! —exclamaba—. ¡Dios quiera que llegue a tiempo para impedir que el lord se apodere de Mariana! ...
En la línea 1784
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... exclamaba: «Ya le he cogido». Los magistrados temblaban cada vez que él se mordía el dedo índice. Los ladrones y sus encubridores estaban pendientes de sus labios, embelesados, aunque muertos de miedo, y se estremecían en cuanto un pelo de sus cejas se movía hacia ellos. Ignoro de qué parte estaba mi tutor, porque me pareció que arremetía contra todos; sólo sé que cuando salí de puntillas, él no estaba apostrofando a los del banquillo, pues hacía temblar convulsivamente las piernas del anciano caballero que presidía el tribunal, censurándole su conducta de aquel día y en tanto que ocupaba aquel elevado sitio, como representante de la justicia y de la ley de Inglaterra. ...
En la línea 2023
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... -Querido muchacho y amigo de Pip: No voy a contarles mi vida como si fuese una leyenda o una novela. Lo esencial puedo decirlo en un puñado de palabras inglesas. En la cárcel y fuera de ella, en la cárcel y fuera de ella, en la cárcel y fuera de ella. Esto es todo. Tal fue mi vida hasta que me encerraron en un barco y Pip se hizo mi amigo. «He cumplido toda clase de condenas, a excepción de la de ser ahorcado. Me han tenido encerrado con tanto cuidado como si fuese una tetera de plata. Me han llevado de un lado a otro, me han sacado de una ciudad para transportarme a otra, me han metido en el cepo, me han azotado y me han molestado de mil maneras. No tengo la menor idea del lugar en que nací, como seguramente tampoco lo saben ustedes. Cuando me di cuenta de mí mismo me hallaba en Essex, hurtando nabos para comer. Recuerdo que alguien me abandonó; era un hombre que se dedicaba al oficio de calderero remendón, y, como se llevó el fuego consigo, yo me quedé temblando de frío. «Sé que me llamaba Magwitch y que mi nombre de pila era Abel. ¿Que cómo lo sabía? Pues de la misma manera que conozco los nombres de los pájaros de los setos y sé cuál es el pinzón, el tordo o el gorrión. Podría haber creído que todos esos nombres eran una mentira, pero como resultó que los de los pájaros eran verdaderos, creí que también el mío lo sería. «Según pude ver, nadie se cuidaba del pequeño Abel Magwitch, que no tenía nada ni encima ni dentro de él. En cambio, todos me temían y me obligaban a alejarme, o me hacían prender. Y tantas veces llegaron a 165 cogerme para meterme en la cárcel, que yo crecí sin dar importancia a eso, dada la regularidad con que me prendían. «Así continué, y cuando era un niño cubierto de harapos, digno de la compasión de cualquiera (no porque me hubiese mirado nunca al espejo, porque desconocía que hubiese tales cosas en las viviendas), gozaba ya de la reputación de ser un delincuente endurecido. 'Éste es un delincuente endurecido - decían en la cárcel al mostrarme a los visitantes. - Puede decirse que este muchacho no ha vivido más que en la cárcel.' Entonces los visitantes me miraban, y yo les miraba a ellos. Algunos me medían la cabeza, aunque mejor habrían hecho midiéndome el estómago, y otros me daban folletos que yo no sabía leer, o me decían cosas que no entendía. Y luego acababan hablándome del diablo. Pero ¿qué demonio podía hacer yo? Tenía necesidad de meter algo en mi estómago, ¿no es cierto? Mas observo que me enternezco, y ya ni sé lo que tengo que hablar. Querido muchacho y compañero de Pip, no tengan miedo de que me enternezca otra vez. «Vagabundeando, pidiendo limosna, robando, trabajando a veces, cuando podía, aunque esto no era muy frecuente, pues ustedes mismos me dirán si habrían estado dispuestos a darme trabajo; robando caza en los vedados, haciendo de labrador, o de carretero, o atando gavillas de heno, a veces ejerciendo de buhonero y una serie de ocupaciones por el estilo, que no conducen más que a ganarse mal la vida y a crearse dificultades; de esta manera me hice hombre. Un soldado desertor que estaba oculto en una venta, me enseñó a leer; y un gigante que recorría el país y que, a cambio de un penique, ponía su firma donde le decian, me enseñó a escribir. Ya no me encerraban con tanta frecuencia como antes, mas, sin embargo, no había perdido de vista por completo las llaves del calabozo. «En las carreras de Epsom, hará cosa de veinte años, trabé relaciones con un hombre cuyo cráneo sería capaz de romper con este atizador, si ahora mismo lo tuviese al alcance de mi mano, con la misma facilidad que si fuese una langosta. Su verdadero nombre era Compeyson; y ése era el hombre, querido Pip, con quien me viste pelear en la zanja, tal como dijiste anoche a tu amigo después de mi salida. «Ese Compeyson se había educado a lo caballero, asistió a una escuela de internos y era instruido. Tenía una conversación muy agradable y era diestro en las buenas maneras de los señores. También era guapo. La víspera de la gran carrera fue cuando lo encontré junto a un matorral en un tenducho que yo conocía muy bien. Él y algunos más estaban sentados en las mesas del tenducho cuando yo entré, y el dueño (que me conocía y que era un jugador de marca) le llamó y le dijo: «Creo que ese hombre podría convenirle', refiriéndose a mí. «Compeyson me miró con la mayor atención, y yo también le miré. Llevaba reloj y cadena, una sortija y un alfiler de corbata, así como un elegante traje. «- A juzgar por las apariencias, no tiene usted muy buena suerte - me dijo Compeyson. «- Así es, amigo; nunca la he tenido. - Acababa de salir de la cárcel de Kingston, a donde fui condenado por vagabundo; no porque hubiesen faltado otras causas, pero no fui allí por nada más. «- La suerte cambia - dijo Compeyson; - tal vez la de usted está a punto de cambiar. «- ¡Ojalá! - le contesté -. Ya sería hora. «- ¿Qué sabe usted hacer? - preguntó Compeyson. «- Comer y beber - le contesté -, siempre que usted encuentre qué. «Compeyson se echó a refr, volvió a mirarme con la mayor atención, me dio cinco chelines y me citó para la noche siguiente en el mismo sitio. «Al siguiente día, a la misma hora y lugar, fui a verme con Compeyson, y éste me propuso ser su compañero y su socio. Los negocios de Compeyson consistían en la estafa, en la falsificación de documentos y firmas, en hacer circular billetes de Banco robados y cosas por el estilo. Además, le gustaba mucho planear los golpes, pero dejar que los llevase a cabo otro, aunque él se quedaba con la mayor parte de los beneficios. Tenía tanto corazón como una lima de acero, era tan frío como la misma muerte y tenía una cabeza verdaderamente diabólica. «Había otro con Compeyson, llamado Arturo… , no porque éste fuese su nombre de pila, sino su apodo. Estaba el pobre en muy mala situación y tan flaco y desmedrado que daba pena mirarle. Él y Compeyson parece que, algunos años antes, habían jugado una mala pasada a una rica señora, gracias a la cual se hicieron con mucho dinero; pero Compeyson apostaba y jugaba, y habría sido capaz de derrochar las contribuciones que se pagan al rey. Así, pues, Arturo estaba enfermo de muerte, pobre, sin un penique y lleno de terrores. La mujer de Compeyson, a quien éste trataba a patadas, se apiadaba del desgraciado cuantas veces le era posible demostrar su compasión, y en cuanto a Compeyson, no tenía piedad de nada ni de nadie. «Podría haberme mirado en el espejo de Arturo, pero no lo hice. Y no quiero ahora decir que el desgraciado me importaba gran cosa, pues ¿para qué serviría mentir? Por eso empecé a trabajar con 166 Compeyson y me convertí en un pobre instrumento en sus manos. Arturo vivía en lo más alto de la casa de Compeyson (que estaba muy cerca de Brentford), y Compeyson le llevaba exactamente la cuenta de lo que le debía por alojamiento y comida, para el caso de que se repusiera lo bastante y saliera a trabajar. El pobre Arturo saldó muy pronto esta cuenta. La segunda o tercera vez que le vi, llegó arrastrándose hasta el salón de Compeyson, a altas horas de la noche, vistiendo una especie de bata de franela, con el cabello mojado por el sudor y, acercándose a la mujer de Compeyson, le dijo: «- Oiga, Sally, ahora sí que es verdad que está conmigo arriba y no puedo librarme de ella. Va completamente vestida de blanco – dijo, - con flores blancas en el cabello; además, está loca del todo y lleva un sudario colgado del brazo, diciendo que me lo pondrá a las cinco de la madrugada. «- No seas animal - le dijo Compeyson. - ¿No sabes que aún vive? ¿Cómo podría haber entrado en la casa a través de la puerta o de la ventana? «- Ignoro cómo ha venido - contestó Arturo temblando de miedo, - pero lo cierto es que está allí, al pie de la cama y completamente loca. Y de la herida que tiene en el corazón, ¡tú le hiciste esa herida!, de allí le salen gotas de sangre. «Compeyson le hablaba con violencia, pero era muy cobarde. «- Sube a este estúpido enfermo a su cuarto - ordenó a su mujer -. Magwitch te ayudara. - Pero él no se acercaba siquiera. »La mujer de Compeyson y yo le llevamos otra vez a la cama, y él deliraba de un modo que daba miedo. «- ¡Miradla! – gritaba. - ¿No veis cómo mueve el sudario hacia mí? ¿No la veis? ¡Mirad sus ojos! ¿Y no es horroroso ver que está tan local - Luego exclamaba -: Va a ponerse el sudario y, en caso de que lo consiga, estoy perdido. ¡Quitádselo! ¡Quitádselo! «Y se agarraba a nosotros sin dejar de hablar con la sombra o contestándole, y ello de tal manera que hasta a mí me pareció que la veía. «La esposa de Compeyson, que ya estaba acostumbrada a él, le dio un poco de licor para quitarle el miedo, y poquito a poco el desgraciado se tranquilizó. «- ¡Oh, ya se ha marchado! ¿Ha venido a llevársela su guardián? - exclamaba. «- Sí, sí - le contestaba la esposa de Compeyson. «- ¿Le recomendó usted bien que la encerrasen y atrancasen la puerta de su celda? «- Sí. «- ¿Y le pidió que le quitase aquel sudario tan horrible? «- Sí, sí, todo eso hice. No hay cuidado ya. «- Es usted una excelente persona - dijo a la mujer de Compeyson. - No me abandone, se lo ruego. Y muchas gracias. «Permaneció tranquilo hasta que faltaron pocos minutos para las cinco de la madrugada; en aquel momento se puso en pie y dio un alarido, exclamando: «- ¡Ya está aquí! ¡Trae otra vez el sudario! ¡Ya lo desdobla! ¡Ahora se me acerca desde el rincón! ¡Se dirige hacia mi cama! ¡Sostenedme, uno por cada lado! ¡No le dejéis que me toque! ¡Ah, gracias, Dios mío! Esta vez no me ha acertado. No le dejéis que me eche el sudario por encima de los hombros. Tened cuidado de que no me levante para rodearme con él. ¡Oh, ahora me levanta! ¡Sostenedme sobre la cama, por Dios! «Dicho esto, se levantó, a pesar de nuestros esfuerzos, y se quedó muerto. «Compeyson consideró aquella muerte con satisfacción, pues así quedaba terminada una relación que ya le era desagradable. Él y yo empezamos a trabajar muy pronto, aunque primero me juró (pues era muy falso) serme fiel, y lo hizo en mi propio libro, este mismo de color negro sobre el que hice jurar a tu amigo. «Sin entrar a referir las cosas que planeaba Compeyson y que yo ejecutaba, lo cual requeriría tal vez una semana, diré tan solo que aquel hombre me metió en tales líos que me convirtió en su verdadero esclavo. Yo siempre estaba en deuda con él, siempre en su poder, siempre trabajando y siempre corriendo los mayores peligros. Él era más joven que yo, pero tenía mayor habilidad e instrucción, y por esta causa me daba quinientas vueltas y no me tenía ninguna compasión. Mi mujer, mientras yo pasaba esta mala temporada con… Pero, ¡alto! Ella no… Miró alrededor de él muy confuso, como si hubiese perdido la línea en el libro de su recuerdos; volvió el rostro hacia el fuego, abrió las manos, que tenía apoyadas en las rodillas, las levantó luego y volvió a dejarlas donde las tenía. - No hay necesidad de hablar de eso - dijo mirando de nuevo alrededor. - La temporada que pasé con Compeyson fue casi tan mala como la peor de mi vida. Dicho esto queda dicho todo. ¿Les he referido que mientras andaba a las órdenes de Compeyson fui juzgado, yo solo, por un delito leve? Contesté negativamente. 167 - Pues bien - continuó él, - fui juzgado y condenado. Y en cuanto a ser preso por sospechas, eso me ocurrió dos o tres veces durante los cuatro o cinco años que duró la situacion; pero faltaron las pruebas. Por último, Compeyson y yo fuimos juzgados por el delito de haber puesto en circulación billetes de Banco robados, pero, además, se nos acusaba de otras cosas. Compeyson me dijo: «Conviene que nos defendamos separadamente y que no tengamos comunicación.» Y esto fue todo. Yo estaba tan miserable y pobre, que tuve que vender toda la ropa que tenía, a excepción de lo que llevaba encima, antes de lograr que me defendiese Jaggers. «Cuando me senté en el banquillo de los acusados me fijé ante todo en el aspecto distinguido de Compeyson, con su cabello rizado, su traje negro y su pañuelo blanco, en tanto que yo tenía miserable aspecto. Cuando empezó la acusación y se presentaron los testigos de cargo, pude observar que de todo se me hacía responsable y que, en cambio, apenas se dirigía acusación alguna contra él. De las declaraciones resultaba que todos me habían visto a mí, según podían jurar; que siempre me entregaron a mí el dinero y que siempre aparecía yo como autor del delito y como única persona que se aprovechaba de él. Cuando empezó a hablar el defensor de Compeyson, la cosa fue más clara para mí, porque, dirigiéndose al tribunal y al jurado, les dijo: «- Aquí tienen ustedes sentados en el banquillo a dos hombres que en nada se parecen; uno de ellos, el más joven, bien educado y refinado, según todo el mundo puede ver; el de más edad carece de educación y de instrucción, como también es evidente. El primero, pocas veces, en caso de que se le haya podido observar en alguna, pocas veces se ha dedicado a estas cosas, y en el caso presente no existen contra él más que ligeras sospechas que no se han comprobado; en cuanto al otro, siempre ha sido visto en todos los lugares en que se ha cometido el delito y siempre se benefició de los resultados de sus atentados contra la propiedad. ¿Es, pues, posible dudar, puesto que no aparece más que un autor de esos delitos, acerca de quién los ha cometido? «Y así prosiguió hablando. Y cuando empezó a tratar de las condiciones de cada uno, no dejó de consignar que Compeyson era instruido y educado, a quien conocían perfectamente sus compañeros de estudios y sus consocios de los círculos y clubs, en donde gozaba de buena reputación. En cambio, yo había sido juzgado y condenado muchas veces y era conocido en todas las cárceles. Cuando se dejó hablar a Compeyson, lo hizo llorando en apariencia y cubriéndose el rostro con el pañuelo. Y hasta les dijo unos versos. Yo, en cambio, no pude decir más que: «Señores, este hombre que se sienta a mi lado es un pillo de marca mayor.' Y cuando se pronunció el veredicto, se recomendó a la clemencia del tribunal a Compeyson, teniendo en cuenta su buena conducta y la influencia que en él tuvieron las malas compañías, a cambio de lo cual él debería declarar todo cuanto supiera contra mí. A mí me consideraron culpable de todo lo que me acusaban. Por eso le dije a Compeyson: «- Cuando salgamos de la sala del Tribunal, te voy a romper esa cara de sinvergüenza que tienes. «Pero él se volvió al juez solicitando protección, y así logró que se interpusieran dos carceleros entre nosotros. Y cuando se pronunció la sentencia vi que a él le condenaban tan sólo a siete años, y a mí, a catorce. El juez pareció lamentar haber tenido que condenarle a esta pena, en vista de que habría podido llevar una vida mejor; pero en cuanto a mí, me dijo que yo era un criminal endurecido, arrastrado por mis violentas pasiones, y que seguramente empeoraría en vez de corregirme. Habíase excitado tanto al referirnos esto, que tuvo necesidad de interrumpir su relato para dominarse. Hizo dos o tres aspiraciones cortas, tragó saliva otras tantas veces y, tendiéndome la mano, añadió, en tono tranquilizador: - No voy a enternecerme, querido Pip. Pero como estaba sudoroso, se sacó el pañuelo y secóse el rostro, la cabeza, el cuello y las manos antes de poder continuar. -Había jurado a Compeyson romperle la cara, aunque para ello tuviese que destrozar la mía propia. Fuimos a parar al mismo pontón; mas, a pesar de que lo intenté, tardé mucho tiempo en poder acercarme a él. Por fin logré situarme tras él y le di un golpecito en la mejilla, tan sólo con objeto de que volviese la cara y destrozársela entonces, pero me vieron y me impidieron realizar mi propósito. El calabozo de aquel barco no era muy sólido para un hombre como yo, capaz de nadar y de bucear. Me escapé hacia tierra, y andaba oculto por entre las tumbas cuando por vez primera vi a mi Pip. Y me dirigió una mirada tan afectuosa que de nuevo se me hizo aborrecible, aunque sentía la mayor compasión por él. - Gracias a mi Pip me di cuenta de que también Compeyson se había escapado y estaba en los marjales. A fe mía, estoy convencido de que huyó por el miedo que me tenía, sin saber que yo estaba ya en tierra. Le perseguí, y cuando lo alcancé le destrocé la cara. 168 «- Y ahora - le dije -, lo peor que puedo hacerte, sin tener en cuenta para nada lo que a mí me suceda, es volverte al pontón. «Y habría sido capaz de echarme al agua con él y, cogiéndole por los cabellos, llevarlo otra vez al pontón aun sin el auxilio de los soldados. «Como es natural, él salió mejor librado, porque tenía mejores antecedentes que yo. Además, dijo que se había escapado temeroso de mis intenciones asesinas con respecto a él, y por todo eso su castigo fue leve. En cuanto a mí, me cargaron de cadenas, fui juzgado otra vez y me deportaron de por vida. Pero, mi querido Pip y amigo suyo, eso no me apuró mucho, pues podía volver, y, en efecto, he podido, puesto que estoy aquí. Volvió a secarse la cabeza con el pañuelo, como hiciera antes; luego sacó del bolsillo un poco de tabaco, se quitó la pipa del ojal en que se la había puesto, lentamente la llenó y empezó a fumar. - ¿Ha muerto? - pregunté después de un silencio. - ¿Quién, querido Pip? - Compeyson. - Él debe de figurarse que he muerto yo, en caso de que aún viva. Puedes tener la seguridad de eso - añadió con feroz mirada. - Pero no he oído hablar de él desde entonces. Herbert había estado escribiendo con su lápiz en la cubierta de un libro que tenía delante. Suavemente empujó el libro hacia mí, mientras Provis estaba fumando y con los ojos fijos en el fuego, y así pude leer sobre el volumen: «El nombre del joven Havisham era Arturo. Compeyson es el hombre que fingió enamorarse de la señorita Havisham». Cerré el libro a hice una ligera seña a Herbert, quien dejó el libro a un lado; pero ninguno de los dos dijimos una sola palabra, sino que nos quedamos mirando a Provis, que fumaba ante el fuego. ...
En la línea 2023
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... -Querido muchacho y amigo de Pip: No voy a contarles mi vida como si fuese una leyenda o una novela. Lo esencial puedo decirlo en un puñado de palabras inglesas. En la cárcel y fuera de ella, en la cárcel y fuera de ella, en la cárcel y fuera de ella. Esto es todo. Tal fue mi vida hasta que me encerraron en un barco y Pip se hizo mi amigo. «He cumplido toda clase de condenas, a excepción de la de ser ahorcado. Me han tenido encerrado con tanto cuidado como si fuese una tetera de plata. Me han llevado de un lado a otro, me han sacado de una ciudad para transportarme a otra, me han metido en el cepo, me han azotado y me han molestado de mil maneras. No tengo la menor idea del lugar en que nací, como seguramente tampoco lo saben ustedes. Cuando me di cuenta de mí mismo me hallaba en Essex, hurtando nabos para comer. Recuerdo que alguien me abandonó; era un hombre que se dedicaba al oficio de calderero remendón, y, como se llevó el fuego consigo, yo me quedé temblando de frío. «Sé que me llamaba Magwitch y que mi nombre de pila era Abel. ¿Que cómo lo sabía? Pues de la misma manera que conozco los nombres de los pájaros de los setos y sé cuál es el pinzón, el tordo o el gorrión. Podría haber creído que todos esos nombres eran una mentira, pero como resultó que los de los pájaros eran verdaderos, creí que también el mío lo sería. «Según pude ver, nadie se cuidaba del pequeño Abel Magwitch, que no tenía nada ni encima ni dentro de él. En cambio, todos me temían y me obligaban a alejarme, o me hacían prender. Y tantas veces llegaron a 165 cogerme para meterme en la cárcel, que yo crecí sin dar importancia a eso, dada la regularidad con que me prendían. «Así continué, y cuando era un niño cubierto de harapos, digno de la compasión de cualquiera (no porque me hubiese mirado nunca al espejo, porque desconocía que hubiese tales cosas en las viviendas), gozaba ya de la reputación de ser un delincuente endurecido. 'Éste es un delincuente endurecido - decían en la cárcel al mostrarme a los visitantes. - Puede decirse que este muchacho no ha vivido más que en la cárcel.' Entonces los visitantes me miraban, y yo les miraba a ellos. Algunos me medían la cabeza, aunque mejor habrían hecho midiéndome el estómago, y otros me daban folletos que yo no sabía leer, o me decían cosas que no entendía. Y luego acababan hablándome del diablo. Pero ¿qué demonio podía hacer yo? Tenía necesidad de meter algo en mi estómago, ¿no es cierto? Mas observo que me enternezco, y ya ni sé lo que tengo que hablar. Querido muchacho y compañero de Pip, no tengan miedo de que me enternezca otra vez. «Vagabundeando, pidiendo limosna, robando, trabajando a veces, cuando podía, aunque esto no era muy frecuente, pues ustedes mismos me dirán si habrían estado dispuestos a darme trabajo; robando caza en los vedados, haciendo de labrador, o de carretero, o atando gavillas de heno, a veces ejerciendo de buhonero y una serie de ocupaciones por el estilo, que no conducen más que a ganarse mal la vida y a crearse dificultades; de esta manera me hice hombre. Un soldado desertor que estaba oculto en una venta, me enseñó a leer; y un gigante que recorría el país y que, a cambio de un penique, ponía su firma donde le decian, me enseñó a escribir. Ya no me encerraban con tanta frecuencia como antes, mas, sin embargo, no había perdido de vista por completo las llaves del calabozo. «En las carreras de Epsom, hará cosa de veinte años, trabé relaciones con un hombre cuyo cráneo sería capaz de romper con este atizador, si ahora mismo lo tuviese al alcance de mi mano, con la misma facilidad que si fuese una langosta. Su verdadero nombre era Compeyson; y ése era el hombre, querido Pip, con quien me viste pelear en la zanja, tal como dijiste anoche a tu amigo después de mi salida. «Ese Compeyson se había educado a lo caballero, asistió a una escuela de internos y era instruido. Tenía una conversación muy agradable y era diestro en las buenas maneras de los señores. También era guapo. La víspera de la gran carrera fue cuando lo encontré junto a un matorral en un tenducho que yo conocía muy bien. Él y algunos más estaban sentados en las mesas del tenducho cuando yo entré, y el dueño (que me conocía y que era un jugador de marca) le llamó y le dijo: «Creo que ese hombre podría convenirle', refiriéndose a mí. «Compeyson me miró con la mayor atención, y yo también le miré. Llevaba reloj y cadena, una sortija y un alfiler de corbata, así como un elegante traje. «- A juzgar por las apariencias, no tiene usted muy buena suerte - me dijo Compeyson. «- Así es, amigo; nunca la he tenido. - Acababa de salir de la cárcel de Kingston, a donde fui condenado por vagabundo; no porque hubiesen faltado otras causas, pero no fui allí por nada más. «- La suerte cambia - dijo Compeyson; - tal vez la de usted está a punto de cambiar. «- ¡Ojalá! - le contesté -. Ya sería hora. «- ¿Qué sabe usted hacer? - preguntó Compeyson. «- Comer y beber - le contesté -, siempre que usted encuentre qué. «Compeyson se echó a refr, volvió a mirarme con la mayor atención, me dio cinco chelines y me citó para la noche siguiente en el mismo sitio. «Al siguiente día, a la misma hora y lugar, fui a verme con Compeyson, y éste me propuso ser su compañero y su socio. Los negocios de Compeyson consistían en la estafa, en la falsificación de documentos y firmas, en hacer circular billetes de Banco robados y cosas por el estilo. Además, le gustaba mucho planear los golpes, pero dejar que los llevase a cabo otro, aunque él se quedaba con la mayor parte de los beneficios. Tenía tanto corazón como una lima de acero, era tan frío como la misma muerte y tenía una cabeza verdaderamente diabólica. «Había otro con Compeyson, llamado Arturo… , no porque éste fuese su nombre de pila, sino su apodo. Estaba el pobre en muy mala situación y tan flaco y desmedrado que daba pena mirarle. Él y Compeyson parece que, algunos años antes, habían jugado una mala pasada a una rica señora, gracias a la cual se hicieron con mucho dinero; pero Compeyson apostaba y jugaba, y habría sido capaz de derrochar las contribuciones que se pagan al rey. Así, pues, Arturo estaba enfermo de muerte, pobre, sin un penique y lleno de terrores. La mujer de Compeyson, a quien éste trataba a patadas, se apiadaba del desgraciado cuantas veces le era posible demostrar su compasión, y en cuanto a Compeyson, no tenía piedad de nada ni de nadie. «Podría haberme mirado en el espejo de Arturo, pero no lo hice. Y no quiero ahora decir que el desgraciado me importaba gran cosa, pues ¿para qué serviría mentir? Por eso empecé a trabajar con 166 Compeyson y me convertí en un pobre instrumento en sus manos. Arturo vivía en lo más alto de la casa de Compeyson (que estaba muy cerca de Brentford), y Compeyson le llevaba exactamente la cuenta de lo que le debía por alojamiento y comida, para el caso de que se repusiera lo bastante y saliera a trabajar. El pobre Arturo saldó muy pronto esta cuenta. La segunda o tercera vez que le vi, llegó arrastrándose hasta el salón de Compeyson, a altas horas de la noche, vistiendo una especie de bata de franela, con el cabello mojado por el sudor y, acercándose a la mujer de Compeyson, le dijo: «- Oiga, Sally, ahora sí que es verdad que está conmigo arriba y no puedo librarme de ella. Va completamente vestida de blanco – dijo, - con flores blancas en el cabello; además, está loca del todo y lleva un sudario colgado del brazo, diciendo que me lo pondrá a las cinco de la madrugada. «- No seas animal - le dijo Compeyson. - ¿No sabes que aún vive? ¿Cómo podría haber entrado en la casa a través de la puerta o de la ventana? «- Ignoro cómo ha venido - contestó Arturo temblando de miedo, - pero lo cierto es que está allí, al pie de la cama y completamente loca. Y de la herida que tiene en el corazón, ¡tú le hiciste esa herida!, de allí le salen gotas de sangre. «Compeyson le hablaba con violencia, pero era muy cobarde. «- Sube a este estúpido enfermo a su cuarto - ordenó a su mujer -. Magwitch te ayudara. - Pero él no se acercaba siquiera. »La mujer de Compeyson y yo le llevamos otra vez a la cama, y él deliraba de un modo que daba miedo. «- ¡Miradla! – gritaba. - ¿No veis cómo mueve el sudario hacia mí? ¿No la veis? ¡Mirad sus ojos! ¿Y no es horroroso ver que está tan local - Luego exclamaba -: Va a ponerse el sudario y, en caso de que lo consiga, estoy perdido. ¡Quitádselo! ¡Quitádselo! «Y se agarraba a nosotros sin dejar de hablar con la sombra o contestándole, y ello de tal manera que hasta a mí me pareció que la veía. «La esposa de Compeyson, que ya estaba acostumbrada a él, le dio un poco de licor para quitarle el miedo, y poquito a poco el desgraciado se tranquilizó. «- ¡Oh, ya se ha marchado! ¿Ha venido a llevársela su guardián? - exclamaba. «- Sí, sí - le contestaba la esposa de Compeyson. «- ¿Le recomendó usted bien que la encerrasen y atrancasen la puerta de su celda? «- Sí. «- ¿Y le pidió que le quitase aquel sudario tan horrible? «- Sí, sí, todo eso hice. No hay cuidado ya. «- Es usted una excelente persona - dijo a la mujer de Compeyson. - No me abandone, se lo ruego. Y muchas gracias. «Permaneció tranquilo hasta que faltaron pocos minutos para las cinco de la madrugada; en aquel momento se puso en pie y dio un alarido, exclamando: «- ¡Ya está aquí! ¡Trae otra vez el sudario! ¡Ya lo desdobla! ¡Ahora se me acerca desde el rincón! ¡Se dirige hacia mi cama! ¡Sostenedme, uno por cada lado! ¡No le dejéis que me toque! ¡Ah, gracias, Dios mío! Esta vez no me ha acertado. No le dejéis que me eche el sudario por encima de los hombros. Tened cuidado de que no me levante para rodearme con él. ¡Oh, ahora me levanta! ¡Sostenedme sobre la cama, por Dios! «Dicho esto, se levantó, a pesar de nuestros esfuerzos, y se quedó muerto. «Compeyson consideró aquella muerte con satisfacción, pues así quedaba terminada una relación que ya le era desagradable. Él y yo empezamos a trabajar muy pronto, aunque primero me juró (pues era muy falso) serme fiel, y lo hizo en mi propio libro, este mismo de color negro sobre el que hice jurar a tu amigo. «Sin entrar a referir las cosas que planeaba Compeyson y que yo ejecutaba, lo cual requeriría tal vez una semana, diré tan solo que aquel hombre me metió en tales líos que me convirtió en su verdadero esclavo. Yo siempre estaba en deuda con él, siempre en su poder, siempre trabajando y siempre corriendo los mayores peligros. Él era más joven que yo, pero tenía mayor habilidad e instrucción, y por esta causa me daba quinientas vueltas y no me tenía ninguna compasión. Mi mujer, mientras yo pasaba esta mala temporada con… Pero, ¡alto! Ella no… Miró alrededor de él muy confuso, como si hubiese perdido la línea en el libro de su recuerdos; volvió el rostro hacia el fuego, abrió las manos, que tenía apoyadas en las rodillas, las levantó luego y volvió a dejarlas donde las tenía. - No hay necesidad de hablar de eso - dijo mirando de nuevo alrededor. - La temporada que pasé con Compeyson fue casi tan mala como la peor de mi vida. Dicho esto queda dicho todo. ¿Les he referido que mientras andaba a las órdenes de Compeyson fui juzgado, yo solo, por un delito leve? Contesté negativamente. 167 - Pues bien - continuó él, - fui juzgado y condenado. Y en cuanto a ser preso por sospechas, eso me ocurrió dos o tres veces durante los cuatro o cinco años que duró la situacion; pero faltaron las pruebas. Por último, Compeyson y yo fuimos juzgados por el delito de haber puesto en circulación billetes de Banco robados, pero, además, se nos acusaba de otras cosas. Compeyson me dijo: «Conviene que nos defendamos separadamente y que no tengamos comunicación.» Y esto fue todo. Yo estaba tan miserable y pobre, que tuve que vender toda la ropa que tenía, a excepción de lo que llevaba encima, antes de lograr que me defendiese Jaggers. «Cuando me senté en el banquillo de los acusados me fijé ante todo en el aspecto distinguido de Compeyson, con su cabello rizado, su traje negro y su pañuelo blanco, en tanto que yo tenía miserable aspecto. Cuando empezó la acusación y se presentaron los testigos de cargo, pude observar que de todo se me hacía responsable y que, en cambio, apenas se dirigía acusación alguna contra él. De las declaraciones resultaba que todos me habían visto a mí, según podían jurar; que siempre me entregaron a mí el dinero y que siempre aparecía yo como autor del delito y como única persona que se aprovechaba de él. Cuando empezó a hablar el defensor de Compeyson, la cosa fue más clara para mí, porque, dirigiéndose al tribunal y al jurado, les dijo: «- Aquí tienen ustedes sentados en el banquillo a dos hombres que en nada se parecen; uno de ellos, el más joven, bien educado y refinado, según todo el mundo puede ver; el de más edad carece de educación y de instrucción, como también es evidente. El primero, pocas veces, en caso de que se le haya podido observar en alguna, pocas veces se ha dedicado a estas cosas, y en el caso presente no existen contra él más que ligeras sospechas que no se han comprobado; en cuanto al otro, siempre ha sido visto en todos los lugares en que se ha cometido el delito y siempre se benefició de los resultados de sus atentados contra la propiedad. ¿Es, pues, posible dudar, puesto que no aparece más que un autor de esos delitos, acerca de quién los ha cometido? «Y así prosiguió hablando. Y cuando empezó a tratar de las condiciones de cada uno, no dejó de consignar que Compeyson era instruido y educado, a quien conocían perfectamente sus compañeros de estudios y sus consocios de los círculos y clubs, en donde gozaba de buena reputación. En cambio, yo había sido juzgado y condenado muchas veces y era conocido en todas las cárceles. Cuando se dejó hablar a Compeyson, lo hizo llorando en apariencia y cubriéndose el rostro con el pañuelo. Y hasta les dijo unos versos. Yo, en cambio, no pude decir más que: «Señores, este hombre que se sienta a mi lado es un pillo de marca mayor.' Y cuando se pronunció el veredicto, se recomendó a la clemencia del tribunal a Compeyson, teniendo en cuenta su buena conducta y la influencia que en él tuvieron las malas compañías, a cambio de lo cual él debería declarar todo cuanto supiera contra mí. A mí me consideraron culpable de todo lo que me acusaban. Por eso le dije a Compeyson: «- Cuando salgamos de la sala del Tribunal, te voy a romper esa cara de sinvergüenza que tienes. «Pero él se volvió al juez solicitando protección, y así logró que se interpusieran dos carceleros entre nosotros. Y cuando se pronunció la sentencia vi que a él le condenaban tan sólo a siete años, y a mí, a catorce. El juez pareció lamentar haber tenido que condenarle a esta pena, en vista de que habría podido llevar una vida mejor; pero en cuanto a mí, me dijo que yo era un criminal endurecido, arrastrado por mis violentas pasiones, y que seguramente empeoraría en vez de corregirme. Habíase excitado tanto al referirnos esto, que tuvo necesidad de interrumpir su relato para dominarse. Hizo dos o tres aspiraciones cortas, tragó saliva otras tantas veces y, tendiéndome la mano, añadió, en tono tranquilizador: - No voy a enternecerme, querido Pip. Pero como estaba sudoroso, se sacó el pañuelo y secóse el rostro, la cabeza, el cuello y las manos antes de poder continuar. -Había jurado a Compeyson romperle la cara, aunque para ello tuviese que destrozar la mía propia. Fuimos a parar al mismo pontón; mas, a pesar de que lo intenté, tardé mucho tiempo en poder acercarme a él. Por fin logré situarme tras él y le di un golpecito en la mejilla, tan sólo con objeto de que volviese la cara y destrozársela entonces, pero me vieron y me impidieron realizar mi propósito. El calabozo de aquel barco no era muy sólido para un hombre como yo, capaz de nadar y de bucear. Me escapé hacia tierra, y andaba oculto por entre las tumbas cuando por vez primera vi a mi Pip. Y me dirigió una mirada tan afectuosa que de nuevo se me hizo aborrecible, aunque sentía la mayor compasión por él. - Gracias a mi Pip me di cuenta de que también Compeyson se había escapado y estaba en los marjales. A fe mía, estoy convencido de que huyó por el miedo que me tenía, sin saber que yo estaba ya en tierra. Le perseguí, y cuando lo alcancé le destrocé la cara. 168 «- Y ahora - le dije -, lo peor que puedo hacerte, sin tener en cuenta para nada lo que a mí me suceda, es volverte al pontón. «Y habría sido capaz de echarme al agua con él y, cogiéndole por los cabellos, llevarlo otra vez al pontón aun sin el auxilio de los soldados. «Como es natural, él salió mejor librado, porque tenía mejores antecedentes que yo. Además, dijo que se había escapado temeroso de mis intenciones asesinas con respecto a él, y por todo eso su castigo fue leve. En cuanto a mí, me cargaron de cadenas, fui juzgado otra vez y me deportaron de por vida. Pero, mi querido Pip y amigo suyo, eso no me apuró mucho, pues podía volver, y, en efecto, he podido, puesto que estoy aquí. Volvió a secarse la cabeza con el pañuelo, como hiciera antes; luego sacó del bolsillo un poco de tabaco, se quitó la pipa del ojal en que se la había puesto, lentamente la llenó y empezó a fumar. - ¿Ha muerto? - pregunté después de un silencio. - ¿Quién, querido Pip? - Compeyson. - Él debe de figurarse que he muerto yo, en caso de que aún viva. Puedes tener la seguridad de eso - añadió con feroz mirada. - Pero no he oído hablar de él desde entonces. Herbert había estado escribiendo con su lápiz en la cubierta de un libro que tenía delante. Suavemente empujó el libro hacia mí, mientras Provis estaba fumando y con los ojos fijos en el fuego, y así pude leer sobre el volumen: «El nombre del joven Havisham era Arturo. Compeyson es el hombre que fingió enamorarse de la señorita Havisham». Cerré el libro a hice una ligera seña a Herbert, quien dejó el libro a un lado; pero ninguno de los dos dijimos una sola palabra, sino que nos quedamos mirando a Provis, que fumaba ante el fuego. ...
En la línea 1285
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —Entonces, ¿no estás enfadado? Mais tu es un vrai philosophe, saís-tu? —exclamaba entusiasmada—. Eh bien, je t'aimerai, tu verras, tu seras content! En efecto; desde entonces, pareció aficionarse a mí; incluso sentir amistad. ...
En la línea 492
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Jean Valjean retrocedió con angustia y dio un grito de espanto. Al robar la moneda al niño había hecho algo que no sería ya más capaz de hacer. Esta última mala acción tuvo en él un efecto decisivo. En el momento en que exclamaba: '¡Soy un miserable!', acababa de conocerse tal como era. Vio realmente a Jean Valjean con su siniestra fisonomía delante de sí, y le tuvo horror. ...
En la línea 516
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Tholomyès bajó la voz, y pronunció con gran misterio algunas palabras tan divertidas, que de las cuatro bocas salieron entusiastas carcajadas, al mismo tiempo que Blachevelle exclamaba: '¡Es una gran idea!' ...
En la línea 745
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... De pronto se estremeció la enorme masa, el carro se levantaba lentamente, las ruedas salían casi del carril. Se oyó una voz ahogada que exclamaba: ...
En la línea 789
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... - ¡Cuarenta francos! -exclamaba y reía. ...
En la línea 768
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -¡Qué horror! -exclamaba la anémica dando un grito-. Si me viesen las de Amézaga… ¡ellas, que nunca van sino en charabán o en milor! ...
En la línea 779
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Ya paró. Va a dormir. Buenas noches, caballero -exclamaba Lucía saludándole con la mano. ...
En la línea 854
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -¡Válgame Dios! ¡qué moda más fea! -exclamaba Luisa Natal, hermosura próxima al ocaso, y muy atenta a no usar perifollo alguno que su belleza no realzase-. Yo no me pondría semejantes bichos; ¡se acuerda uno del mondongo! ¿verdad, condesa? ...
En la línea 984
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -¡Mira! -exclamaba Lucía-. ¡Si parecen lágrimas de veras! ...
Errores Ortográficos típicos con la palabra Exclamaba
Cómo se escribe exclamaba o hexclamaba?
Cómo se escribe exclamaba o escclamaba?
Cómo se escribe exclamaba o exclamava?
Más información sobre la palabra Exclamaba en internet
Exclamaba en la RAE.
Exclamaba en Word Reference.
Exclamaba en la wikipedia.
Sinonimos de Exclamaba.
Palabras parecidas a exclamaba
La palabra poner
La palabra envidiaba
La palabra gozar
La palabra esclavitud
La palabra epidemia
La palabra generosas
La palabra aspiraciones
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